Reino conquistado - Joelle Charbonneau - E-Book

Reino conquistado E-Book

Joelle Charbonneau

0,0

Beschreibung

La conclusión electrizante de Reino dividido de la autora de la trilogía. Best seller de New York Times Testing. Las pruebas de la sucesión virtuosa han terminado. El príncipe Andreus es rey, y la princesa Carys está muerta. Pero incluso mientras está obsesionado por lo que hizo para ganar el trono, Andreus descubre que su sueño de gobernar solo trae nuevos problemas. La gente ama a su gemela aún más en la muerte que cuando estaba viva. Los ancianos lo tratan como una figura decorativa. Y lo peor de todo, es que los vientos de Eden están vacilando. Pero Carys está viva. Exiliada en el desierto, ella lucha por controlar los poderes que se han liberado en su interior. Y a medida que se fortalece, también lo hace su convicción de que debe regresar al Palacio de los Vientos, enfrentar a su gemelo y erradicar la traición que comenzó mucho antes de las primeras Pruebas. El Reino del Eden se está oscureciendo cada día más. Hermanos y hermanas, antiguos enemigos, deben decidir si algunas traiciones son demasiado profundas para ser perdonadas, y si uno llevará la corona o ambos perderán todo.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 444

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Reino conquistado

Reino conquistado

Joelle Charbonneau

Índice de contenido
Portadilla
Legales
Reino conquistado

Charbonneau, Joelle

Reino conquistado / Joelle Charbonneau. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Del Nuevo Extremo, 2020.

Archivo Digital: descargaTraducción de: Martín Felipe Castagnet. Traducción de: Karina Benitez. ISBN 978-987-609-768-0

1. Novelas Fantásticas. 2. Narrativa Infantil y Juvenil Estadounidense. I. Benitez, Karina, trad. II. Título.

CDD 813.9283

© 2018, Joelle Charbonneau

© 2019, Editorial Del Nuevo Extremo S.A.

Charlone 1351 - CABA

Tel / Fax (54 11) 4552-4115 / 4551-9445

e-mail: [email protected]

www.delnuevoextremo.com

Imagen editorial: Marta Cánovas

Traducción: Karina Benítez

Corrección: Mónica Piacentini

Diseño de tapa: WOLFCODE

Diagramación interior: Dumas Bookmakers

Primera edición: abril de 2019

Primera edición en formato digital: noviembre de 2019

Digitalización: Proyecto451

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.

Inscripción ley 11.723 en trámite

ISBN edición digital (ePub): 978-987-609-768-0

Para mi abuela, Marion Zimmerman.

Los muros ya desaparecieron.

Espero que estés volando libremente.

1

Algo susurró.

Carys miró fijamente las colinas que rodeaban al grupo nómade. Nada se movía. Los únicos sonidos eran el ruido de la nieve debajo de las patas de su caballo tembloroso y la voz enfadada de Garret al insistir, una vez más, que estaban yendo por el camino equivocado.

Ninguna rama crujía en los árboles que decoraban el paisaje. El aire estaba quieto.

Pero Carys oía susurros.

El viento... la estaba llamando.

Ella se estremeció, se limpió el hilo de transpiración de la frente y se arrebujó más adentro en la gruesa capa gris con la que Lord Errik la había envuelto cuando escaparon del Palacio de los Vientos. El frío polar, tanto dentro como fuera, había hecho que los primeros días fueran una nebulosa de dolor de huesos, una lucha desesperada por mantenerse sobre la montura blanca y marrón. Las voces de Lord Errik, Lord Garret y Larkin sonaban cada vez más enojadas. Los tres pensaban que sabían qué era lo mejor para Carys, ¡en especial ahora que ella estaba muerta!

Carys habría estado muerta de verdad si su gemelo se hubiera salido con la suya.

Todos los años de hacer que la castigaran, para desviar así la atención de Andreus y su secreto, deberían haber asegurado que la confianza entre ellos fuera inquebrantable. Ella siempre había estado allí para su hermano. Lo había defendido. Sin embargo, cuando más importaba, él la había abandonado.

Carys sujetó fuerte las riendas entre las manos. El susurro dentro de su cabeza era cada vez mayor.

Los árboles rugieron. El caballo se movió debajo de ella cuando una rama se partió y cayó al suelo, a su izquierda.

—Tenemos que ir más rápido —se quejó Lord Garret desde arriba de la yegua gris que estaba renga—. Alguien podría estar siguiendo las huellas que dejamos en la nieve.

—Nadie nos está siguiendo —se opuso Lord Errik—. Pasamos por ese arroyo para asegurarnos de no dejar huellas. O tal vez olvidaste que es por eso que los caballos están tan agotados. Si los forzamos a que vayan más rápido, no lo resistirán y nos veremos obligados a viajar a pie. Algo que estoy seguro que jamás has hecho en tu vida.

—Si hubieras encontrado algo mejor que estos viejos caballos de arado, no tendríamos que preocuparnos por si no resisten.

Más discusión que no los llevaba a ninguna parte.

—La próxima vez que necesite robar varios caballos sin levantar sospechas de los guardias y de nadie más dentro de la ciudad, dejaré que tomes la delantera. Tienes suerte de al menos tener un caballo. Tú, Lord Garret, no se suponía que fueras parte de este viaje.

—Garret. —La palabra raspó la garganta seca de ella. Una briza le hizo cosquillas en la nuca.

—Estoy aquí porque es lo que quiere la Princesa Carys.

—Estás aquí porque la Princesa Carys no tuvo otra opción más que traerte —respondió de mala manera Errik, luego movió la cabeza—. Por supuesto, Lord Garret, que si te estás cansando de este viaje, solo tienes que decirlo y…

—Llámalo Garret. —Carys enderezó los hombros. —Solo Garret.

A pesar del esfuerzo, su voz aún sonaba débil a sus oídos. Pero más fuerte que ayer y más fuerte aún que el día anterior. Seis días habían pasado desde que el Reino de Eden fuera comunicado de su muerte, finalizando así las Pruebas de Sucesión Virtuosa. Y el Príncipe Andreus, al ser el único competidor “sobreviviente”, era quien ocupaba el trono.

Su gemelo ahora era Su Majestad el Rey Andreus. Guardián de la Luz. Protector de las Virtudes.

Y ella era nada.

Ella estaba fuera de los confines de los muros que rodeaban la Ciudad de los Jardines y el Palacio de los Vientos, pero aún no era libre. No de la manera en que había soñado alguna vez. En cambio, podía sentir el llamado de los muros y de la gente en su interior que crecía con cada kilómetro que interponía entre ellos. La llamaban para que volviera a enfrentar la oscuridad.

La llamaban para que les llevara la verdad.

—¿Qué dijiste, Princesa? —preguntó Larkin.

—Dije que Errik debería llamarlo Garret. —Carys tiró de las riendas, haciendo que el tembloroso caballo que montaba se detuviera. —Los títulos llaman la atención. La gente, sobre todo los plebeyos, prestan atención a eso por miedo a las consecuencias si no lo hacen. No puedo arriesgarme a que llegue el comentario al Palacio de los Vientos de que hay nobles viajando por los caminos con una chica misteriosa. Nadie tiene que saber que estoy viva.

Nadie. No hasta que ella descubriera quién en la Ciudad de los Jardines había asesinado a su padre y a su hermano mayor y estaba conspirando contra Andreus en ese preciso momento.

Ella ya no debía preocuparse por Eden o por su hermano.

Ella sabía que hacerlo la hacía parecer débil.

Su gemelo había tratado de asesinarla. Él tuvo la intención de que ella muriera, y probablemente celebró creyendo que había dado el último suspiro. Ella lo odiaba por eso. Quería que los Dioses lo fulminaran por haberse puesto en su contra en contra de la confianza que ellos habían forjado en el vientre. Y aun así

Carys se ajustó la capa mientras Errik y Garret detuvieron los caballos. Larkin tuvo problemas para controlar el suyo. La yegua corcoveó y dio saltos antes de detenerse a unos cinco metros de los otros. Como alguien acostumbrado a viajar en la carreta junto a su padre durante los viajes, Larkin nunca tuvo necesidad de aprender mucho más que a sentarse sobre un caballo. Carys tendría que enseñarle a su amiga de la infancia que era ella la que debía tomar el control si quería que el caballo siguiera sus órdenes. De la misma manera que Carys tendría que tomar el control ahora.

Su hermano le había debilitado el cuerpo y el alma. Ella no tenía otra opción más que seguir a Errik y a Garret lejos del Palacio de los Vientos si quería mantenerse con vida y recobrar la energía para regresar. Ahora las Lágrimas de Medianoche a las que se había aferrado durante tantos años casi se le habían purgado del cuerpo. Aún tenía el cuerpo dolorido y cansado, pero ella estaría más fuerte que antes cuando volviera a ver a su hermano. Estaría libre de la maldición de la abstinencia de la droga. Ella haría lo que fuera necesario para que eso sucediera.

—Lo lamento, Su Alte… —Errik se detuvo de golpe. Movió la cabeza, haciendo que se le bajara la capucha y se le deslizara por la espalda. Su cabello oscuro se agitó. Esbozó una leve sonrisa que suavizó sus intensos ojos marrones. —Carys. Tenías razón entonces y estás en lo correcto ahora. No solo estás en peligro por los que están en la Ciudad de los Jardines, sino también por la compañía que mantengas hasta que regreses. Cualquier amenaza a esa seguridad debe ser abordada rápidamente.

—Yo no soy una amenaza para… Carys —respondió Garret de mala manera. Su cabello rojizo brillaba en la luz tenue del sol del atardecer—. Si lo fuera, ¿crees que ahora estaría aquí con ustedes tratando de ayudarla a escapar de mi tío y del resto del Consejo de Élderes? Podría haberme quedado en el Palacio de los Vientos y ayudado a mi tío a ganar más poder o podría haberme ido a casa a ocupar mi lugar como Gran Lord de Bisog. En cambio, estoy arriesgando mi título, mis tierras y mi vida aquí afuera en el frío sobre este caballo casi paralítico.

—Si quieres regresar a la Ciudad de los Jardines no te detendré —dijo Errik riéndose—. Pero insistiré en que dejes tu tan difamado corcel.

—¿Y dejar a Carys contigo? He esperado demasiado y trabajado demasiado duro como para dejarla en manos de alguien…

—¡Silencio! —La palabra resonó entre los árboles.

La capa de Carys se infló. Otra rama se partió con el viento. Su caballo se movió nerviosamente, y ella tiró de las riendas.

—Lo siento, Su… Carys. —Los ojos de Errik se clavaron en los de ella y se mantuvieron firmes. —No fue mi intención molestarte. Sé que no te sientes bien.

—Estoy bien. —Le retumbaba la cabeza. La espalda le latía por las marcas de los azotes que aún tenían que curarse. Lo que más quería era encontrar un lugar donde acurrucarse y esperar a que se le pasara el dolor… tanto el interno como el externo. —Estaría mejor si ustedes dejaran de pelearse como niños. —Y si el murmullo en sus pensamientos se detuviera. Los susurros la obligaban a escuchar, pero no decían ningún mensaje discernible. Cuanta más presión hacían en su mente, más crecía su frustración. Se sentía como si fuera a volverse loca.

Los videntes hablaban de llamar al viento. De tener el poder para dirigir el aire según su conveniencia. Para viajar sobre él. Para obligarlo a derribar ejércitos.

Durante su infancia, el Adivino Kheldin afirmaba haber evitado que un túnel de viento destruyera la Ciudad de los Jardines y el palacio. Era un cuento tan heroico que se asemejaba a las fábulas de los niños acerca de los adivinos de hacía cientos de años atrás. Pero en ninguna de las historias sobre los adivinos se hablaba de que ellos oyeran al viento. De que sintieran la presión del elemento en la mente y su urgencia y…

—Yo no comencé —dijo Garret. Ella lo miró con el ceño fruncido, y él soltó una risa entre dientes. —Perdón, no pude resistirme. Andreus solía decir lo mismo cada vez que Micah y yo los encontrábamos a ti y a él peleándose. ¿Te acuerdas?

La expresión seria de Micah y la respuesta de Dreus con una sonrisa volvieron a su mente. El recuerdo le aferró el corazón y lo apretó. Ella se libró de la tristeza que amenazaba con hundirla.

—A Andreus nunca le gustó que alguien creyera que él había hecho algo malo —dijo Carys—. Aún no le gusta.

—Eso es algo que podemos usar a tu favor cuando regreses al Palacio de los Vientos para reclamar tu lugar legítimo en el Trono de la Luz —dijo Garret—. Cuanto antes regreses, mejor será para el reino. Necesitamos comenzar a reunir fuerzas.

—Odio reconocer esto, pero Garret tiene razón. —Errik frunció el ceño. —Si realmente planeas regresar, necesitaremos comenzar a planificar ese momento. Sé que aún estás debilitada por la competencia, pero cada día que pase aumentará la confianza y el poder de tu hermano.

Y cada día que pasara, le daría a quienquiera que haya estado trabajando con Imogen la oportunidad de apuñalar a Andreus por la espalda y tomar el trono. La adivina estaba muerta, pero en los meses en los que ella había ejercido influencia en el Palacio de los Vientos, los había engañado a todos. Gracias a ella, el padre y el hermano mayor de Carys habían pagado con sus vidas. Andreus había pagado con su corazón.

Lo que fuera que Imogen había puesto en marcha, Carys tenía que detenerlo. De lo contrario, no habría manera de evitar una guerra que destruiría a Eden.

—Entonces, asunto resuelto —dijo Garret con un movimiento de la cabeza—. Cabalgaremos a Bisog.

—No hay manera de que Carys vaya a Bisog. —Errik rio.

El murmullo era cada vez mayor. Le daba vueltas en la cabeza mientras los hombres se enfrentaban uno al otro. Su rabia crecía con cada acusación que lanzaban.

—Las casas en Bisog están obligadas por juramento a responder al Gran Lord del distrito —argumentó Lord Errik—. Ahora que mi padre ha muerto, me prestan juramento a mí. Tomaré el control de sus guardias y los guiaré a Eden bajo el estandarte de la princesa.

El corazón de Carys latió con fuerza. El viento le presionó el pecho, ahogando las palabras.

—Y una vez que esté en tu distrito rodeada de tus espadas, también tomarás control de ella. Sobre mi cadáver.

Garret extendió el brazo para tomar la espada.

—Eso se puede arreglar.

—¡Basta! —gritó ella cuando Errik sacó la espada. Se peleaban entre ellos por cuál de los dos era confiable… cuando ella ni siquiera sabía si alguno lo era.

El viento soplaba en ráfagas y se arremolinaba en la cima de la colina frente a ellos. Y fue allí cuando ella los vio. Seis hombres a caballo blandiendo hojas de acero, llegaron a lo más alto de la colina y bajaron en dirección a ellos.

—¡Corre, Larkin! —Carys se desató la capa para poder buscar en los bolsillos del vestido. El viento atrapó la capa y tiró de ella. Cerró los dedos alrededor del mango de los estiletes. Errik y Garret se pusieron frente a ella con las espadas desenvainadas, listos para luchar contra los cuatro hombres que iban a la carga.

Carys inclinó el brazo derecho hacia atrás para lanzar los cuchillos cuando oyó el sonido vibrante de los arcos. Levantó la vista y divisó a dos de los hombres en la cima de la colina colocando flechas nuevas en arcos largos. Dispararon de nuevo en dirección hacia donde había corrido Larkin. Carys picó el caballo con las espuelas para que avanzara, escogió el blanco e hizo volar uno de los estiletes. A pesar del frío y de lo débil que estaba, su puntería fue certera. El hombre dejó caer el arco que tenía en la mano cuando el estilete enterró la punta larga y filosa en su cuello.

Se oyó el ruido del acero raspando acero no lejos de ella. Alguien soltó un grito de guerra que terminó abruptamente. Carys no podía girar. Tenía los ojos fijos en el hombre que estaba frente a ella, y acababa de hacer volar otra flecha.

—¡Cuidado! —gritó Errik mientras su espada cortaba a otro agresor.

Un caballo relinchó. Oyó que Garret llamó a Errik cuando ella inclinó el otro cuchillo y lo hizo volar. El viento soplaba en ráfagas. El estilete erró la garganta del agresor y se hundió, profundamente, en su mejilla. Carys vio cómo los ojos del hombre se agrandaban antes de caerse del caballo.

—¡Carys!

Ella giró. Su amiga se encontraba bajo un árbol. No se veía su caballo por ninguna parte. Garret luchaba en el suelo con uno de los dos bandoleros que quedaban. Los otros habían muerto en manos de Errik. El que quedaba aún montado, se dirigía vociferando hacia Larkin. Y Carys no tenía más armas para proteger a su amiga.

Giró el caballo, lo instó a moverse, desesperada por llegar a Larkin antes que el hombre con la espada.

Entonces apareció Errik sobre su propio caballo. Su espada a la vista. El hombre vestido de marrón y dorado se defendió, pero cuando levantó la vista hacia Errik, gritó:

—¡Eres tú!

El agresor dejó caer la espada justo cuando Errik volvió a levantar la suya y la enterró en el cuello del hombre.

—Larkin —gritó Carys, bajándose del caballo. Tomó a su amiga en un fuerte abrazo antes de echarse hacia atrás para mirarla—. ¿Estás bien?

Larkin tragó con dificultad al asentir con la cabeza.

—Estoy bien. —Miró hacia el suelo donde había caído y a sus pies vio varias flechas… las astas partidas en dos. —Pensé que iba a morir. Pero… ninguna de las flechas me tocó. Solo… —Ella miró a Carys con asombro: —Es como si se hubieran detenido solas. Y están rotas.

La indignación dio vueltas en los pensamientos de Carys. Luego desapareció. Movió la cabeza y se rodeó con los brazos.

—Las flechas debieron haber estado en el frío demasiado tiempo. Las astas se habrán astillado.

Errik inclinó la cabeza a un lado y estudió a Carys antes de deslizar la espada mojada de sangre en la funda y bajarse del caballo.

—Mala suerte para ellos. Buena suerte para nosotros.

—Pagaría por tener esa suerte todos los días —dijo Garret, mientras avanzaba hacia Carys y Larkin. Ni una vez miró a los hombres cuya sangre se escurría en la nieve. Se sacó la capa y acomodó la gruesa tela alrededor de los hombros de Carys. —Pero tú y yo sabemos que tenemos otra fuerza a la que agradecer por nuestras vidas —le susurró al oído—. Tenemos mucho de qué hablar, Su Alteza. —Un escalofrío le corrió por la espalda a Carys cuando él se dirigió a los otros. —Y nuestra suerte continúa, porque estos hombres ya no necesitan sus caballos. ¿Te importaría acompañarme a ocuparnos de nuestras nuevas monturas, Errik?

Errik sonrió.

—Guíame.

Apenas se fueron los dos, Larkin se agachó y tomó el asta rota de una flecha. El miedo le inundó el rostro.

—Esto no fue suerte. ¿Verdad, Carys?

Una mentira afloró en los labios de Carys. Luego de los años en el Palacio de los Vientos, rodeada de personas que conspiraban para obtener influencia y poder, decir mentiras con convicción era para ella similar a respirar. Pero esta vez se trataba de Larkin; alguien que tenía su propia vida dada vuelta solo por atreverse a ser su amiga. Ella debería estar en ese momento viajando a su boda. En cambio, estaba en fuga.

Carys le debía la verdad, aunque eso significara asustarla aún más. Oír las historias de los poderes de los antiguos adivinos era una cosa. Verlos, vivirlos, era otra bastante diferente.

Con cuidado, le dijo:

—No fue suerte… es que yo… —Sintió que la confusión en su interior volvía a aparecer. Los susurros regresaron. Carys apretó los puños y la respiración le quedó atrapada en la garganta. Los árboles se doblaban y ella se presionó una mano contra el estómago… y respiró profundo para aclararse la mente. —No entiendo qué está pasando. El viento está… en mi mente. Salvó mi vida durante las Pruebas, pero no entiendo qué es ni cómo controlarlo.

O si se puede controlar. Las historias afirmaban que se podía, pero su hermano nunca había creído que los adivinos tuvieran ese tipo de poder. Su fe, a falta de una palabra mejor, se basaba solamente en lo que podía ver con sus propios ojos y probar con su propia mente. Él la convenció de que las historias eran puros inventos. Ella nunca las estudió. No tenía idea de qué sabiduría podrían contener.

—Estás asustada —dijo Larkin.

No fue una pregunta, pero Carys asintió de todos modos.

—Desde las pruebas, he oído voces que no puedo comprender. Vivo pensando que me estoy volviendo loca porque no puedo entender lo que dicen. El viento no puede hablar. No a mí. Yo no soy adivina. Entonces, ¿cómo puede ser?

—¿Cómo sabes? —preguntó Larkin—. ¿Qué te hace creer que es el viento el que te llama?

—¿Cómo podría ser otra cosa? ¿Cómo pude haber creído erróneamente que tenía algún tipo de afinidad?

Larkin la miró un rato. Ellas no hablaron sobre el secreto de Carys, pero se interpuso entre ellas de todas formas. Las Lágrimas de Medianoche y todo lo que le habían hecho, a su cuerpo y a su mente. Larkin sostenía el asta rota de una flecha.

—No sé qué está pasando, pero creo que hay una razón para esto. Igual que hubo una razón por la que nos convertimos en amigas.

—Tal vez… —Carys frunció el ceño cuando Larkin se guardó el asta rota en el bolsillo. —Estoy tan agradecida de que estés a salvo. Y siempre que logremos llevarte con tu prometido y su familia en Acetia, así permanecerás.

El pueblo de Acetia estaba alejado hacia el norte, pero si encontraban un grupo de vendedores, podría ser que…

—No —dijo Larkin con firmeza—. Tu hermano está convencido de que estuve involucrada en un complot para asesinarlo. Si aún no se enteró de mi compromiso, lo hará pronto. ¿Cuánto tiempo piensas que Zylan y su familia vivirían si me protegieran?

—Entonces encontraré otro lugar para que te escondas hasta que puedas volver a reunirte con él. No vas a estar a salvo si te quedas conmigo.

—No me convertí en tu amiga para estar a salvo —respondió Larkin de mala manera—. Y ganadora de las Pruebas o no, tú eres mi Reina. Aunque no lo desees, me quedaré a tu lado y te defenderé con el último aliento… como sé que tú lo harías por mí y por el resto de Eden. —Como si quisiera probarlo, Larkin se dejó caer en una profunda reverencia y, con una voz llena de seguridad, dijo: —Majestad, me comprometo a estar a tu servicio. Cuando la noche esté más oscura, prometo ser la luz que te ayude a encontrar el camino.

Las lágrimas pincharon los ojos de Carys. Las palabras no fueron las típicas que se decían para jurar lealtad, pero la pasión detrás de ellas confirmó el juramento de manera tan certera como si las hubiese dicho en el Salón de las Virtudes frente al Trono de la Luz. Además, dejaron en claro la intención de Larkin de ser su defensora. De ser, a su manera, un caballero al servicio de Carys.

La princesa tragó el nudo que tenía en la garganta, tomó a Larkin del brazo y la ayudó a levantarse.

—Se supone que prometa que nunca te pediré que traiciones las siete virtudes de nuestro reino. Pero, considerando que voy a regresar a la Ciudad de los Jardines para desenmascarar a los traidores y tomar el trono, no estoy segura de poder hacerlo.

Larkin se levantó e insinuó una sonrisa.

—Me encantaría empujar a tu hermano a una montaña de estiércol si tuviera la oportunidad.

—Sin ánimo de ofender —dijo Carys, sintiendo que la ira que había aumentado con cada día que pasaba se esfumaba—, pero eso es algo que tendría que hacer yo misma.

Larkin asintió con sinceridad fingida.

—Como quiera, Majestad. ¿Quieres que recupere tus estiletes?

—Ya lo he hecho —dijo Errik, deslizándose de un semental de color marrón rojizo y encaminándose hacia Carys—. Pero siéntete libre de tomar cualquier otra cosa de nuestros amigos caídos que creas que nos podría servir.

Cuando Larkin se fue, Errik sacó las largas hojas de plata de debajo de su capa.

—Las cosas no nos habrían ido tan bien si los arqueros no hubiesen sido detenidos tan rápidamente. Es un alivio estar viajando con alguien tan habilidoso.

Carys bajó la mirada hacia los estiletes, luego miró el rostro seductor del dignatario extranjero que la había ayudado cuando ella necesitaba alguien en quien confiar. Y ella había confiado en él, pero eso fue antes de que la ayudara a escapar por los túneles debajo del Palacio de los Vientos.

Él nunca debería haber sabido sobre la existencia de los túneles. ¿Cómo había descubierto ese pasaje cuando ella, que había pasado la mayor parte de su infancia deambulando por esos túneles perdidos, nunca lo había hecho? Su cuerpo con ansias de las Lágrimas de Medianoche había hecho imposible que le exigiera respuestas antes. Pero ahora que estaba cada vez más fuerte, y que el peligro había pasado, podía ver el ataque sobre ellos con mayor claridad.

—¿Te sientes bien, Su… Carys? —preguntó Errik, acercándose a ella.

En la distancia, Carys vio a Garret hablando con Larkin mientras su amiga examinaba otra flecha del enemigo.

—No… no estoy segura. —Carys puso las manos alrededor del mango de las armas de plata y las levantó.

—¿Hay algo que pueda hacer? —Él dio otro paso hacia delante y puso el brazo alrededor de los hombros de Carys. —Debes estar cansada.

Carys se inclinó contra él, y sintió el calor de su cuerpo relajarse contra ella. Luego imaginó al hombre que Errik había matado. Un hombre que bajó el arma porque lo había reconocido.

Aprovechó que él estaba relajado y le clavó la punta de un estilete a un costado. El cuerpo de Errik se puso tenso cuando ella dijo con calma:

—Estoy cansada de que le gente en la que he confiado con el alma me mienta. Así que es hora de que me digas cómo encontraste el túnel de salida debajo del palacio, y luego me explicarás cómo conocías al hombre que acabas de matar.

—Carys, tienes que confiar en mí…

—No. —Ella hundió la punta del estilete en la camisa de él y sintió cómo resoplaba cuando el acero le pinchó la carne—. No tengo que hacerlo. Pero como me ayudaste a escapar, dejaré que me expliques. No eres Líder de Comercio.

—No. No soy de Chinera.

—Entonces, ¿de dónde eres? ¿Quién eres y cómo llegaste al Palacio de los Vientos?

—Técnicamente, no tengo un hogar verdadero. Mi familia ha derramado sangre, ha roto juramentos, ha incitado a otros a entrar en guerra y se ha traicionado entre sí para recuperar el poder que cree que le pertenece legítimamente.

—Deja de decir adivinanzas.

—Digo la verdad. —Él hizo una pausa. —Me crie en el castillo de Dragonwall, pero nunca fue mi hogar.

—Dragonwall. ¿Te refieres a Adderton? —El reino del sur había estado en desacuerdo con Eden desde mucho tiempo antes de que naciera Carys.

—Hay más. —Él suspiró con pesadez. —Lo que quedó de mi familia se refugió en Adderton hace cien años cuando ellos huyeron por esos mismos pasajes que te permitieron estar a salvo. Mis antepasados huyeron… mientras que sus hermanos y hermanas estaban siendo masacrados por los tuyos. Mi nombre es Lord Errik de la Familia Bastiana.

Bastiano.

Carys se mareó. Su bisabuelo había liquidado a los bastianos para ser rey. Los bastianos habían jurado venganza contra ellos a cualquier costo y, mediante la última adivina fraudulenta de Eden, habían asesinado a su padre y a su hermano y habían puesto a Andreus en su contra. Si tuvieran la oportunidad, los bastianos lo matarían, y a ella también.

La capa de Carys flameó cuando ella giró.

—Te haré el honor de mirarte a la cara mientras te despacho por esta traición.

—No hay traición. Si hubiera querido traicionarte, Carys, lo podría haber hecho mucho antes. Podría haberte dejado morir como lo hizo tu hermano o podría haberte matado cuando suplicabas en sueños que alguien acabara con tu sufrimiento. Yo no soy como mi prima, la adivina. Imogen llegó para reclamar el trono por su padre, mi tío, y devolver a los bastianos el poder aquí en Eden. Yo no estoy con ellos. No quiero nada de eso.

No escuches, se dijo a sí misma. Mátalo ahora. Pero sus palabras y su rostro no demostraban temor, ningún indicio de engaño, solo convicción. Le impedían mover la mano para derramar su sangre en ese momento y en ese lugar sobre el suelo congelado.

—¿Qué quieres? —reclamó ella—. Si no fue por el trono, ¿por qué viniste a Eden?

—Vine con la esperanza de encontrar una manera de hacer las paces. En cambio, encontré algo más importante. —Sus ojos se encontraron con los de ella y se mantuvieron firmes. —Te encontré a ti.

2

Las luces del pasillo de piedra se atenuaron. Fue solo medio segundo. Si él hubiera pestañeado, se lo habría perdido.

Andreus se detuvo para ver si pasaba de nuevo, pero las lámparas esparcidas entre los tapices coloridos que decoraban el pasillo brillaban fuerte y resplandecientes. Echó un vistazo a los guardias al final del pasillo, pero la expresión estoica de ellos indicaba que no habían notado el cambio. Pero Andreus estaba seguro de que él sí lo había hecho, de la misma manera que había visto titilar las luces en el Salón de las Virtudes… no solo ahora, sino también más temprano y el día de ayer.

Hizo una mueca por el dolor en la pierna cuando empezó a caminar por el pasillo nuevamente. Si algo andaba mal con las luces…

—Su Majestad, si pudiera tener un minuto más.

El sonido de la voz de Élder Jacobs se deslizó por el pasillo y Andreus quiso gritar, pero aminoró la marcha. En los días siguientes a su coronación, el Consejo rara vez lo había dejado solo por más de unos pocos minutos. Impuestos por definir. Pedidos por mandar a los Grandes Lores que suplicaban por más tropas y provisiones para la guerra. Favores que conceder y tiempo que debía dedicar a los amigos de su padre y su hermano para que lo adularan.

“Sabía que triunfaría en las Pruebas, Rey Andreus”.

“Su hermano siempre dijo que, en su lugar, usted sería un rey brillante”.

“Su padre estaría tan orgulloso”.

Él quería creerles a todos y sabía que no podía creerle a ninguno.

Andreus enderezó los hombros bajo el peso de la sofocante vestidura ceremonial bordada en azul y oro, giró y asintió. Élder Jacobs fue el único miembro del Consejo que lo había ayudado durante las Pruebas. Si bien Andreus agradeció la ayuda del élder entonces, ahora deseaba tener al menos un día sin Jacobs a su lado.

Pero al igual que a la rodillera que llevaba puesta, la que se suponía que curaría las heridas provocadas por las garras del Xhelozi, tenía que soportar al Consejo y a Jacobs. La pierna de Andreus todavía estaba demasiado débil como para caminar sin el aparato de metal, y su autoridad demasiado frágil como para hacer a un lado a alguien, en especial a un élder que podría ser un aliado.

—Élder Jacobs, ¿notó que las luces bajaron hace un momento?

—No, Su Majestad. —Élder Jacobs movió la cabeza. La trenza negra y larga se onduló como si fuera una serpiente, y la voz de Carys resonó en la mente de Andreus de manera espontánea. Digna de alguien tan engañoso como él.

Andreus movió la cabeza.

—Discúlpeme, Su Majestad, pero ¿duda del informe que recibimos ayer de parte de los Maestros de la Luz? —preguntó el élder—. Ellos nos aseguraron que los molinos y las líneas estaban funcionando como debían.

Andreus no tenía dudas de que los Maestros informaron lo que creyeron que debían al encontrarse en el Salón de las Virtudes rodeados de la corte, el Consejo y el rey. El informe era políticamente correcto, pero eso no lo hacía verdadero.

Si había debilidades, y eran reveladas, se correría la voz. Y a medida que los días los sumergieran cada vez más en el invierno, el pánico se haría presente. Las reuniones públicas nunca le darían a Andreus las respuestas que él buscaba. Ni tampoco ninguna discusión que involucrara a los élderes y sus agendas privadas. Lamentablemente, cada vez que Andreus había intentado ir a las almenas a buscar respuestas por sí mismo, un miembro del Consejo aparecía infaliblemente.

—Los Maestros tienen mi confianza —Andreus dio a Élder Jacobs la sonrisa despreocupada que su madre le había indicado que usara desde que fue lo suficientemente grande como para recordar. —Pero no puedo evitar preocuparme. Después de todo, las líneas fueron saboteadas no hace mucho, y el culpable de ese sabotaje no fue capturado. Ni tampoco lo fue el cómplice del sicario que trató de matarme durante la Prueba de Humildad. Y no estoy seguro de que encontrar a los que están detrás del complot sea prioridad en la mente del Capitán Monteros.

De hecho, solo un sospechoso había sido interrogado. El padre de Larkin juró que su hija no tuvo nada que ver con el atentado. El viejo sastre actualmente estaba vigilado, pero además de su declaración, el Capitán Monteros había tenido poco para informar sobre la mujer que vio Andreus, o sobre aquellos que colaboraron con ella.

Élder Jacobs frunció el ceño y miró hacia el pasillo antes de bajar la voz a apenas un susurro.

—El Capitán Monteros salió del Palacio de los Vientos con un contingente de guardias por orden del Jefe Élder Cestrum.

—¿Nuestro primer oficial deja el palacio y no se me informa? —reclamó Andreus.

—El Consejo sí le informó… de su intención de asegurarse de que un nuevo Adivino de Eden sea instalado en el palacio. Usted dijo que confiaba en que el Consejo de Élderes manejara el asunto y descartó el tema. Élder Cestrum tomó eso como una señal de que el Consejo era libre de dirigir los asuntos como quisiera.

Andreus apretó el puño a un lado y movió la cabeza. Era su culpa. Cualquier discusión sobre un nuevo adivino le traía recuerdos de Imogen. Sus ojos negros llenos de pasión y su cabello color ébano rozando su pecho. Ella debería estar a su lado en ese momento, preparándose para convertirse en su reina. En cambio, Imogen y el amor que ellos compartieron estaban muertos… alejados de él por los celos y la traición de su hermana.

La aldea donde los adivinos estudiaban y eran entrenados estaba en el distrito al extremo sudoeste del reino.

—¿El Capitán Monteros está en camino a la Aldea de la Noche para escoltar a un nuevo adivino para que se nos una?

—La adquisición de un nuevo adivino fue el objetivo que le dio el Consejo, pero, además, Élder Cestrum habló en privado con el capitán antes de que se fuera. Creo que estuvieron discutiendo acerca de Lord Garret.

Garret. El sobrino del Jefe Élder y el mejor amigo de su hermano muerto.

Garret tenía la costumbre de desaparecer sin dar explicaciones. Primero, hacía dos años, cuando dejó el palacio luego de una pelea con el hermano mayor de Andreus. Luego, otra vez, el día de la coronación de Andreus. El Gran Lord estaba por jurar lealtad y, de pronto, no lo pudieron encontrar. El Jefe Élder simuló no saber acerca de la ausencia de su sobrino, pero a Andreus no le había convencido la exposición que hizo.

—¿Ubicaron a Lord Garret? —preguntó Andreus. Hasta la muerte de su hermana, y la declaración de que él había ganado la corona, cada movimiento de Garret había estado controlado por la otra persona en la que Andreus podía confiar… el muchacho que él había rescatado, Max. Pero antes de la coronación, Garret se esfumó. Andreus se preocupó. ¿La ausencia del lord significaba que estaba planeando reclamar su propio derecho al trono? De ser así, Andreus no estaba seguro de si se mantendrían los juramentos de lealtad que le prestaron los Élderes del Consejo.

—Élder Cestrum sigue afirmando que su sobrino debe haber regresado a Bisog para lidiar con asuntos de su distrito, pero ninguna de las personas con las que hablé cree que eso sea verdad.

—Entonces, ¿dónde está?

—Yo creo que Élder Cestrum ha enviado al Capitán Monteros y a sus hombres no solo para escoltar al nuevo Adivino de Eden, sino también para descubrir la respuesta a esa pregunta. Estoy seguro de que entiende que Lord Garret es de gran importancia para Élder Cestrum.

Porque el Jefe Élder Cestrum quería que Lord Garret se sentara en el trono. Andreus mantuvo ese pensamiento para sí mismo.

—Confío en que usted vendrá a mí con cualquier información que sepa acerca de mi Gran Lord perdido. Tal vez, cuando llegue el nuevo adivino, él o ella sea capaz de adivinar su paradero.

—Conflictivo como es, Lord Garret no es el problema del que quería hablarle. —Élder Jacobs miró hacia atrás a los guardias al final del pasillo. —Quizás sería mejor que continuáramos nuestra conversación en privado.

—Muy bien. —Andreus giró hacia los escalones que llevaban a las habitaciones privadas del rey. —Sígame.

El paso de Élder Jacobs era suave. Andreus sintió dolor cuando subió los escalones radiantemente iluminados hacia el piso de la torre en el extremo este. Se suponía que las habitaciones eran un santuario para el gobernante de Eden, pero Andreus rara vez había puesto un pie en la serie de habitaciones desde su coronación.

A pesar de la falta de uso, un fuego crepitaba en la chimenea de piedra. Había frutas, pan y queso cerca de la silla de respaldo alto grabada con el orbe de Eden que había mandado a hacer su padre. Unas ventanas grandes miraban hacia la cadena montañosa… un recordatorio, tal vez, de los peligros que durante los meses fríos se aventuraban de las montañas y amenazaban con destruir todo en el interior de los muros de la Ciudad de los Jardines.

Frente a las ventanas, había un enorme escritorio de madera lleno de mapas y planos de guerra. Su padre los había estudiado durante horas con el Capitán Monteros mientras planeaban maneras de derrotar a Adderton y proteger a Eden de ataques en la frontera del sur de una vez por todas.

Si hubieran tenido éxito, Padre aún estaría vivo. Imogen aún sería la adivina y Carys

A Andreus le dolía la cabeza por el peso de la corona de la virtud y por el día lleno de discusiones del Consejo. Giró hacia la chimenea y preguntó:

—¿Cuál es su verdadera preocupación, Élder Jacobs?

—Nadie ha venido a mí directamente. Ellos saben que soy fiel a su causa. Sin embargo, he oído murmullos de las fuentes que tengo. Se ha visto a varios miembros del Consejo de Élderes hablando con una serie de… damas la semana pasada.

Andreus rio.

—¿Y eso es motivo de preocupación? —Según la opinión de Andreus, cualquier cosa que distrajera al Consejo de Élderes de aconsejarlo sobre qué decisiones habría tomado su padre era más que bienvenida.

—Podría serlo, Su Majestad. Por lo que me han dicho, estas son damas que creen que tienen derecho a reclamar el trono… o, mejor dicho, que los niños que darán a luz tienen derechos.

—¿Niños? —Andreus se dio vuelta—. ¿Dicen que el Rey Ulron concibió otros hijos?

—No su padre, Majestad. —Élder Jacobs entrelazó las manos frente a él. —Ni su hermano, Micah.

El silencio se condensó entre ellos. El pecho de Andreus se puso tenso a pesar de esbozar al élder la sonrisa sugerida por su madre. Tomó una copa de vino de la mesa cerca del fuego abrasador. Dios, la túnica que llevaba puesta le daba calor.

—Estas mujeres… ¿dicen que están embarazadas y que el padre de esos niños soy yo? Usted se imaginará que eso es ridículo.

Los latidos en la cabeza de Andreus aumentaron al pensar en todas las muchachas, desde las que había conocido en los establos hasta las damas de la corte, que voluntariamente habían sido seducidas en los rincones oscuros del palacio. ¿Podía alguna de ellas estar esperando un hijo suyo?

—No tengo dudas de que tiene razón —Élder Jacobs le aseguró con suavidad—. Y sería imposible que se probara algún reclamo. Pero…

—Pero, ¿qué?

—Su interés en las mujeres es muy conocido. Su padre tenía el mismo interés, pero él tenía un heredero y había sido rey por años antes de la aparición de algún reclamo. Que estas mujeres hablen en su contra tan pronto después de su coronación y la muerte de su hermana… —El élder suspiró. —La princesa capturó la imaginación y los corazones de muchos durante las Pruebas de Sucesión Virtuosa. Se cuentan historias sobre el talento que tenía y sobre su compromiso con el pueblo del reino.

—Mi hermana está muerta.

Andreus giró hacia el fuego de la chimenea. Una imagen del cabello rubio platino de su hermana, lleno de sangre, apareció rápidamente en su memoria. Sus gritos le atravesaron la mente al igual que lo hacían cada noche mientras dormía o cuando veía a la gente en las calles de la Ciudad de los Jardines usando brazaletes azules. Las cintas una vez simbolizaron el apoyo a Carys para que se convirtiera en Reina, pero ahora servían como una manera de honrar su memoria. No veía a nadie en las calles usando cintas amarillas en los brazos. No había razón para que la gente sintiera la misma necesidad de honrarlo. Después de todo, él no era el que estaba muerto.

Y aun así…

Sacudió la cabeza para aclarar la mente.

—Yo soy el que sobrevivió y ganó las Pruebas y la corona. Mi hermana no es la que gobierna, sin importar lo que algunos deseen.

—Hay personas con poder que nunca habrían permitido que su hermana ocupara el trono —insistió Élder Jacobs—. Y el pueblo de Eden agradece que ahora usted sea su rey. Sin embargo, después de años de guerra y semanas de duelo y convulsión e incertidumbre, están recurriendo al trono en busca de inspiración. —Élder Jacobs caminaba de un lado a otro frente a la chimenea mientras las gotas de transpiración recorrían la espalda de Andreus. —Es por eso que hoy vine ante usted por los reclamos que se están haciendo. Me preocupa que algunos en el Consejo puedan estar alentando a estas mujeres a presentarse con el fin de debilitar su posición. Élder Cestrum…

—¿Qué pasa con Élder Cestrum?

—No quería hablar de él específicamente, Su Majestad. Pero me han comentado que nuestro Jefe Élder ha hablado con cada mujer varias veces y ha ordenado a sus sirvientes buscar a otras que podrían tener historias similares para contar. El oro que él les ha dado sin duda alguna tiene la intención de comprar su silencio, así sus enemigos no pueden usar esa información en contra suya. Con la gente aún en duelo por su hermana, sería fácil para algunos señalar su falta de virtud en un área y dar voz a la idea de que también carece de virtudes en otras.

—Entonces, ¿qué sugiere que haga con respecto a estas mujeres? —Y los niños que ellas afirmaban que eran de él. No podían ser de él. Él quería hijos, claro, pero no así. Por los Dioses, él era Rey.

—No se puede hacer mucho, Su Majestad. —Élder Jacobs se encogió de hombros. —No puedo asegurar quién las convenció de hacer esos reclamos ni con qué finalidad.

Andreus apoyó la copa con un golpe seco.

—¿Entonces para qué me cuenta todo esto?

—Para darle el consejo que una vez su padre le dio a su hermano desde esa silla. —La trenza de Élder Jacobs se onduló cuando giró hacia la silla de respaldo alto cerca de la chimenea y señaló: —Siempre estarán aquellos que tratarán de distraer su atención con una mano así no se da cuenta de lo que están haciendo con la otra. Yo no he hecho otra cosa más que apoyarlo, sin embargo, usted no confía plenamente en mí. Espero que algún día lo haga. Soy fiel a su madre, la Reina, y a usted. No puedo decir lo mismo de los otros que se sientan en el Consejo. Hay algunos que aprovecharán cada movimiento que haga para debilitarlo, incluso aunque aseguren ser sus aliados.

—¿Cree que no me doy cuenta de eso? —El pecho se le puso tenso. —A pesar de lo que pueda pensar, Élder Jacobs, no soy estúpido.

—No, no lo es, Su Majestad, y es por eso que apoyé el reclamo de su derecho al trono desde el principio. —El élder inclinó la cabeza a modo de disculpa. —El orbe de Eden y las luces que mantienen la ciudad a salvo de los Xhelozi son más fuertes gracias a usted. El conocimiento que tiene de los molinos es el de un Maestro. Sin embargo, debe darse cuenta de que las personas no son como los molinos. No siguen su diseño. No actúan según la lógica. Su hermana entendía eso.

—Y yo no. —La culpa y la ira resonaron en esas palabras.

Élder Jacobs acarició la larga trenza.

—Me temo que lo estoy echando a perder, ya que no quise decir eso. Lo que estoy tratando de expresar es que, en las últimas semanas, usted ha perdido a varias de las personas que más le importaban, y ahora está buscando consejo sobre cómo liderar mejor. Sé que desea que el pueblo del reino, su pueblo, lo vea como un líder fuerte. Por el bien de Eden, asegúrese de elegir escuchar a aquellos que tienen sus mismos intereses y a aquellos que son de Eden por naturaleza.

—Como usted.

—Hay mucho con lo que lo puedo ayudar, Su Majestad, en especial si usted probara públicamente su confianza en mi consejo.

Ese era el fin del juego. Élder Jacobs quería una demostración de que solo él tenía llegada al rey. Andreus no estaba seguro de cuál era su finalidad.

—¿Y qué consejo en privado me daría si se lo pidiera, Élder Jacobs? Seguramente tiene algo más para decir.

—Hace años se suponía que su padre se casara con una princesa de Adderton para garantizar la cooperación entre nuestros dos reinos. Él rompió ese acuerdo al casarse con su madre, la reina. Esa sola acción llevó a la guerra en la que hemos estado enredados por años. Al casarse con una de las princesas de Adderton, usted podría honrar ese acuerdo y traer la paz que nuestro reino necesita. Dar al pueblo una reina a la que puedan amar, terminar la guerra en una fuerte demostración de liderazgo… y frustrar a todos sus enemigos al mismo tiempo.

Andreus sintió que un sabor amargo le inundaba la boca.

—¿Quiere que… me case?

Élder Jacobs frunció los labios.

—Piense que si mantiene al pueblo entretenido con el futuro, se olvidarán de las complicaciones del pasado… Ahora lo dejaré. Sé que ha sido un día largo. Tiene mucho que considerar antes de que el Salón vuelva a reunirse en la mañana. —El élder hizo una marcada reverencia y no esperó a que Andreus lo despidiera antes de abrir una de las grandes puertas doradas y desaparecer tras ella.

La puerta se cerró y Andreus levantó la copa y la destrozó contra la chimenea. El vidrio se hizo añicos y las llamas se avivaron.

Maldita sea. Él era Rey.

Él había ganado las Pruebas de Sucesión Virtuosa.

Él llevaba puesta la corona.

Se suponía que era él quien estaba al mando. Sin embargo, Élder Jacobs y el resto del Consejo estaban decididos a presionar y aguijonear para empujarlo a hacer cosas que no quería hacer.

Casarme.

La palabra hizo que todo se volviera frío y vacío.

Imogen se había ido. Cuando ella murió, su interés en tener una reina se fue con ella. Había insistido en que ella fuera enterrada en la Tumba de la Luz cuando la corte enterró a Carys. El Consejo de Élderes lo había enfrentado. Incluso Élder Jacobs había intentado convencerlo de que cambiara de idea. Nadie más que los miembros de la familia real de Eden tenían permitido descansar en esa tumba. Élder Cestrum le había advertido a Andreus que la inusual orden haría que se hicieran preguntas y, quizás, que se revelaran respuestas incómodas.

Había sido una amenaza.

Andreus lo veía ahora.

Tomó otra copa, inclinó el brazo hacia atrás para lanzarla, y casi pudo oír a su hermana advirtiéndole que no descargara su enojo ahí.

Los guardias apostados del otro lado de la puerta oirían el sonido de la explosión. Las sirvientas murmurarían entre ellas sobre cómo tuvieron que limpiar las copas arrojadas con furia por su majestad.

Carys siempre guardaba sus arrebatos personales para los túneles llenos de tierra debajo del Palacio de los Vientos. Los que hacía públicos eran una farsa actuaciones llevadas a cabo solo cuando Andreus necesitaba distraer la atención de él.

Los ataques que sufría, su maldición, si llegaban a conocerse, provocarían tumulto en el reino. Cuando Carys veía que uno se acercaba, ella armaba un espectáculo sobre sí misma para que nadie notara su sufrimiento.

Una parte de Andreus se preguntaba si ella por dentro se ponía contenta de tener la oportunidad de gritar y enfurecerse con todos aquellos a los que despreciaba. Luego recordó los azotes. Cómo la castigaban; todo para que su secreto nunca fuera revelado. ¿Había sido el dolor que Carys sufrió por defenderlo lo que finalmente hizo que ella se pusiera en su contra?

Él rengueó hasta el escritorio de su padre y miró los mapas y mensajes. Andreus había revisado al menos una decena de veces esos planos para una guerra que su padre y su hermano estaban decididos a ganar. La victoria estaba tan fuera de alcance ahora como lo había estado cuando la guerra comenzó, solo que ahora era responsabilidad de Andreus detener la pelea de una manera que hiciera ver fuerte a Eden. Cualquier cosa menor lo retrataría como débil. Si había algo que había aprendido de su padre era que la corona nunca podía verse débil.

Dioses.

La presión se elevaba a medida que todo lo que él enfrentaba ahora como rey daba vueltas en su cabeza.

Vivir a la sombra de su padre y Micah, incluso en la muerte.

Los Xhelozi que habían despertado y, según los informes recientes, cazaban en cantidades que jamás se había visto.

Un nuevo adivino venía en camino a pesar de su creencia de que todos los adivinos, incluso la que él había deseado que fuera su reina, eran charlatanes.

Mujeres que afirmaban estar embarazadas de él.

Élder Jacobs presionándolo para que se casara y trajera paz.

Y la imagen del cuerpo roto y ensangrentado de su hermana que lo perseguía cada noche hasta el alba.

Él era rey porque la dejó morir.

Él era rey por esa única razón.

Se movió hacia la pila de pergaminos sobre una gran mesa de madera a lo largo de la pared. Estaban llenos de cosas en las cuales el Consejo quería que él se concentrara. Cosas que a su padre le habrían parecido importantes. Pero el sabotaje a las luces alimentadas por energía eólica la noche en que los cuerpos de su padre y de su hermano fueron traídos al Palacio de los Vientos aún seguía sin explicación. Eso también era importante. Más importante, dado que el hecho de quedarse sin luz podía implicar un desastre para la Ciudad de los Jardines.

Los Maestros dijeron que ahora las luces funcionaban bien, pero Andreus sabía que algo andaba mal. Si nadie estaba dispuesto a decírselo, entonces iba a tener que descubrirlo por sí mismo. Él podría no saber cómo analizar nuevas rutas de comercio para los granos o cómo ganar la guerra contra Adderton en pleno invierno, pero sabía cómo mantener el orbe sobre el Palacio de los Vientos, y las luces que cubrían los muros de la ciudad, resplandecientes. De esa manera, él mantendría a salvo la ciudad y el reino.

Andreus se desató la túnica ceremonial forrada en piel y la dejó caer en la silla de su padre. Luego se quitó la pesada corona con trenzas de oro y bordes con zafiros que su padre usaba solo en ocasiones formales. Andreus había usado la corona, un recordatorio visual de su autoridad, casi en todo momento, pero ahora la puso en el centro del escritorio de su padre y le dio la espalda.

Les dijo a los dos guardias que estaban afuera que permanecieran en sus puestos y caminó con pasos largos por el pasillo. Varios sirvientes sorprendidos se agacharon en profundas reverencias cuando él pasó. Aminoró el paso por un segundo cuando reconoció a la muchacha de cabello negro con la que se había encontrado hacía apenas unas semanas en un rincón oscuro de los establos. Con una sonrisa ella le había insinuado una invitación que él estuvo más que dispuesto a aceptar. Ahora ella mantuvo la mirada hacia abajo cuando pasó a su lado y no se movió hasta que él giró hacia las escaleras y subió los tres pisos hacia las almenas.

La pierna herida le punzó cuando empujó la puerta para abrirla y se paró en el frío polar del invierno.

Sí, le dolía la pantorrilla, pero sintió que la tensión en los hombros se aliviaba por primera vez desde que se sentó en el Trono de la Luz. Miró hacia arriba, al orbe encendido ubicado sobre un gran pedestal en lo alto de la torre del extremo este. Su padre jamás habría aprobado las modificaciones que él hizo en el diseño si los Maestros se las hubieran presentado como de su autoría. En lugar de eso, ellos afirmaron que eran suyas, así que su padre nunca se enteró. Pero era la verdad. El orbe era de Andreus. Él no solo había logrado que diera luz, sino que había identificado un defecto en el diseño del suministro de la energía eólica. Era un defecto fatal que permitía que el orbe y las luces de los muros fueran interrumpidos con un corte.

Alguien se aprovechó de ese descubrimiento. Y así todo comenzó. Carys había estado convencida de que el corte de energía había sido planeado para arremeter contra ellos… para desacreditar a Andreus o a su familia ante los ojos del pueblo.

En ese momento, él pensó que la imaginación de su hermana se había desbordado. Pero ahora…

Los engranajes del molino rechinaban. Dos guardias acurrucados cerca de la base se sorprendieron cuando lo vieron, pero él los saludó con un gesto para que volvieran al rincón. Cruzó las almenas escuchando el sonido de los listones agitándose en el aire. Las aspas se movían lentamente. Mucho más lento de lo normal. Pero las luces parecían estar funcionando como debían.

Miró por encima del muro de la almena de piedra blanca hacia la ciudad que se encontraba debajo. Las luces brillaban con una luz radiante y estable a lo largo del perímetro. Sin ninguna atenuación ni intermitencia. Volvió a mirar hacia las almenas… y la vio. Su hermana vestida con pantalones negros ajustados sobre la plataforma que ya no estaba allí. La vio con tanta claridad como la había visto entonces. Su rostro pálido y sudoroso a pesar del frío penetrante.

Él había hecho eso. Él había jurado vengarse luego de que ella le quitara a Imogen. Y lo había hecho.