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Colección de poemas escritos por Miguel de Unamuno en los que se aprecian muchos de los temas que obsesionarían al autor: la angustia espiritual, el dolor provocado por el silencio de Dios, el tiempo y la muerte.-
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Seitenzahl: 77
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Miguel de Unamuno
Saga
Rosario de sonetos líricos
Copyright © 1911, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726598605
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
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Breve e amplissimo carme…
fosti d'arcan dolori arcan richiamo.
Carducci. Rime nuove. Al soneto.
The great object of fhe Sonnet seems to be, to express in musical numbers
and as it were with individed breath, some occasional thought or personal
feeling «some fee-grief due to the poet's breast». It is a sigh uttered from
the fulness of the heart, an involuntary aspiration born and diying in the
same moment.
W. Hazlitt. Table Talk. On Milton's sonnets.
A mi querido amigo Pedro Eguillor.
No de Apenino en la riente falda,
de Archanda nuestra la que alegra el boche
recojí este verano á troche y moche
frescas rosas en campo de esmeralda.
Como piadoso el sol ahí no escalda
los montes otorgóme este derroche
de sonetos; los cierro con el broche
de este ofertorio y te los doy, guirnalda.
Van á la del Nervión desde la orilla
esta del Tormes; á esa mi Vizcaya
llevando soledades de Castilla.
No con arado, los saqué con laya;
guárdamelos en tu abrigada cilla
por si algún día en mí la fé desmaya.
¿Sabéis cuál es el más fiero tormento?
Es el de un orador volverse mudo;
el de un pintor, supremo en el desnudo,
temblón de mano; perder el talento
ante los necios, y es en el momento
en que el combate trábase más rudo,
solo hallarse sin lanza y sin escudo,
llenando al enemigo de contento.
Verse envuelto en las nubes del ocaso
en que al fin nuestro sol desaparece
es peor que morir. Terrible paso
sentir que nuestra mente desfallece!
Nuestro pecado es tan horrendo acaso
que asi el martirio de Luzbel merece?
De fruta henchido el árbol de la vida
yérguese enfrente al árbol de la ciencia
lleno de flores de aromosa esencia
por Dios á nuestros padres prohibida.
Mas el provecho por el goce olvida
la mujer, y abusando de inocencia
al hombre da —feliz desobediencia!—
flor de saber que á más saber convida.
Desde entonces el pago del tributo
de nuestra muerte es de la vida el quicio;
envuelta el alma en el cristiano luto
rendimos á desgana el sacrificio
de la virtud para cojer su fruto,
¡mientras florece perfumado el vicio!
Oir llover no más, sentirme vivo;
el universo convertido en bruma
y encima mi conciencia como espuma
en que el pausado gotear recibo.
Muerto en mí todo lo que sea activo,
mientras toda vision la lluvia esfuma,
y allá abajo la sima en que se suma
de la clepsidra el agua; y el archivo
de mi memoria, de recuerdos mudo;
el ánimo saciado en puro inerte;
sin lanza, y por lo tanto sin escudo,
á merced de los vientos de la suerte;
este vivir, que es el vivir desnudo,
no es acaso la vida de la muerte?
Cayó este más al borde de la senda
escalando la cumbre á paso tardo,
y de la cruz al pié rendido el fardo
de su dolor dejó, piadosa ofrenda.
Veía en lo alto palpitar la tienda
en donde clava el sol su primer dardo
y el último y en donde el cielo pardo
baja en niebla sin lluvia que la ofenda.
Iba tras el descanso su fatiga
á ver del sol la refulgente cuna,
huyendo de la sombra que atosiga
al corazón, y sin aurora alguna,
duerme muy lejos de la cumbre amiga
su sueño eterno bajo eterna luna.
Y dijo:
«Tiemblas? por qué, si aun no está maduro?
Cálmate, niña, te traeré el espejo
ó si no mírame, que en el reflejo
te verás de mi cara. Es el conjuro
de un amor todavía en el oscuro
rincón del nido. Cuando se haga viejo
verás que fué nuestro mejor consejo
dejarlo estar mientras era harto puro.
Considera, si al cabo te decides,
estando como está la fruta verde,
que si se entra temprano en ciertas lides
urge acabar lo que una vez se muerde,
aun cojiendo dentera, y nunca olvides
que es el que pone más el que más pierde.»
Nudo preso al azar de los caminos
bajo el agüero de una roja estrella,
él desde el cierzo, desde el ábrego ella,
rodando á rumbo suelto peregrinos.
Al mismo arado uncieron sus destinos
y sin dejar sobre la tierra huella
se apagaron igual que una centella
de hoguera. Y se decían los vecinos:
De dónde acá ese par de mariposas?
y hacia dónde se fué? cuál su ventura?
su vida para qué? como las rosas
se ajaron sin dar fruto; qué locura
quemarse así las alas! ¡Necias cosas
de amor, siempre menguado pues no dura!
Fué flor que al árbol arrancó el granizo
y luego en tierra el sol la vió, despojo,
entre el polvo rodar por el rastrojo
del viento al albedrío tornadizo.
Mantillo al fin la oscura flor se hizo
al pié escondido de espinoso tojo
y en el trascurso de un ocaso rojo
la enterró vil gusano. De su hechizo
quedó libre el perfume, lo que aspira
hacia el cielo inmortal, templo de calma
en que no hay ni granizo ni mentira;
que es el cuerpo algo más que vil enjalma
de la mente; para el canto es lira,
y es el fin de la vida hacerse un alma.
Pasaron como pasan por la cumbre
regazadas las nubes del estío
sin dejar en los riscos el rocío
de sus pechos; pasaron, y la lumbre
del sol, desenvainada, pesadumbre
para su frente fué; lejos el río
por la fronda velado, á mi desvío
cantando reclamaba á la costumbre.
De la montaña al pié verdeaba el valle
del sosiego en eterna primavera,
rompía entre sus árboles la calle
pedregosa que sube á la cantera,
y era el del río el susurrar del dalle
de la muerte segando en la ribera.
Tus ojos son los de tu madre, claros,
antes de concebirte, sin el fuego
de la ciencia del mal, en el sosiego
del virgíneo candor; ojos no avaros
de su luz dulce, dos mellizos faros
que nos regalan su mirar cual riego
de paz, y á los que el alma entrego
sin recelar tropiezo. Son ya raros
ojos en que malicia no escudriña
secreto alguno en la secreta vena,
claros y abiertos como la campiña
sin sierpe, abierta al sol, clara y serena;
guárdalos bien, son tu tesoro, niña,
esos ojos de virgen Magdalena.
No me preguntes más, es mi secreto,
secreto para mí terrible y santo;
ante él me velo con un negro manto
de luto de piedad; no rompo el seto
que cierra su recinto, me someto
de mi vida al misterio, el desencanto
huyendo del saber y á Dios levanto
con mis ojos mi pecho siempre inquieto.
Hay del alma en el fondo oscura sima
y en ella hay un fatídico recodo
que es nefando franquear; allá en la cima
brilla el sol que hace polvo al sucio lodo;
alza los ojos y tu pecho anima;
conócete, mortal, mas no del todo.
Tiéndele tu mirada, blanda mano
de salvación, y así tal vez su pecho
sollozando alzará del duro lecho
de su vergüenza y su dolor insano.
Más de uno á quien pecar le puso cano,
rodando por el polvo, ya maltrecho,
sintió de pronto el corazón rehecho
al tocar la sonrisa de un hermano.
Del yermo que su triste planta pisa
haz que una flor tan sólo el suelo alfombre,
flor á que meza la celeste brisa
de la humana hermandad, que no se asombre
de que le miren sin hostil requisa
y que en sí mismo se descubra al hombre.
Ojos de anochecer los de tu cara
y luz de luna llena dentro de ellos
suave lumbre de argénteos destellos
que entre las sombras blancos surcos ara.
Al fulgor dulce de la luna clara
de tus ojos parecen tus cabellos
sobre tu frente misteriosos sellos
que sellan el secreto que te ampara.
Y allá, más dentro, en el cerrado limbo
del corazón un encendido brote
de flor de infinitud, rojo corimbo
de estrellas que el Destino echó por lote
en tu senda, y ciñéndolas de nimbo
la niebla del misterio que es tu dote.
Mira que van los días volanderos
y con ellos las lunas y los soles
susurrando cual huecos caracoles
marinos los susurros pasajeros