Sangre de campeón 2 - Carlos Cuauhtémoc Sánchez - E-Book

Sangre de campeón 2 E-Book

Carlos Cuauhtémoc Sánchez

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Beschreibung

Hace un año que Riky salió del hospital. Sanó de leucemia. Pero Felipe y su familia dejaron cuentas pendientes. Ahora Felipe y Riky deberán enfrentarse a Lobelo y su temible perro Rottweiler; emprenderán la búsqueda de un familiar perdido, descubrirán los oscuros secretos de un circo, develarán el misterio de una casa abandonada y Felipe se enamorará por primera vez. EL LIBRO INCLUYE GUÍAS DE APRENDIZAJE con recursos poderosos de acción y reflexión para que lectores de todas las edades encuentren la mejor versión de sí mismos.

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Índice

1. LA DIRECTORA

UN CAMPEÓN NO SE QUEDA CALLADO

2. EL AUTOLAVADO

UN CAMPEÓN SABE PONERSE EN LOS ZAPATOS DEL OTRO

3. LOS ABUELOS

UN CAMPEÓN DEMUESTRA GRANDEZA HUMANA

4. LA CASA HOFFMAN

UN CAMPEÓN ENSEÑA CON SUS ACTOS

5. MALABARISTA EN EL SEMÁFORO

UN CAMPEÓN ENFRENTA SUS TEMORES

6. LA FIESTA DE RIK

UN CAMPEÓN SE AMOLDA A LOS NUEVOS RETOS

7. LA VACA

UN CAMPEÓN MANTIENE BUENA ACTITUD

8. EL LODO

UN CAMPEÓN SOPORTA LAS INCOMODIDADES ÚTILES

9. CHIMPANCÉ

UN CAMPEÓN ES UN CONQUISTADOR

10. EL VETERINARIO

UN CAMPEÓN AYUDA AL DÉBIL

11. EL CIRCO

UN CAMPEÓN TIENE INICIATIVA

12. LOS ANIMALES

UN CAMPEÓN ES DISCIPLINADO:

13. EL FANTASMA

UN CAMPEÓN TIENE AUTOCONTROL

14. EL CAIMÁN

UN CAMPEÓN ACTÚA CON PRUDENCIA

15. LA MORDIDA

UN CAMPEÓN SABE ELEVAR SU ENERGÍA Y ENFOCARSE

16. ESTAMPIDA

UN CAMPEÓN ES ASERTIVO

17. VIDEOLLAMADA

UN CAMPEÓN ES RESILIENTE

18. LA CARTA

UN CAMPEÓN ES LEAL A LOS SUYOS

19. HEMORRAGIA

UN CAMPEÓN ES VALIENTE Y COMPASIVO

20. EL FOSO DE LAS GOLONDRINAS

UN CAMPEÓN TIENE FE

21. LA PUERTA DEL ÚLTIMO PISO

UN CAMPEÓN PRÁCTICA EL VERDADERO LIDERAZGO

22. MAX

UN CAMPEÓN VALORA A LA FAMILIA

23. NOCHE DE ESTRELLAS

UN CAMPEÓN VALORA LA AMISTAD

24. SOBRE ESTAS GUIAS

SANGRE DE CAMPEÓN 2

GUIA CAPÍTULO 1

GUIA CAPÍTULO 2

GUIA CAPÍTULO 3

GUIA CAPÍTULO 4

GUIA CAPÍTULO 5

GUIA CAPÍTULO 6

GUIA CAPÍTULO 7

GUIA CAPÍTULO 8

GUIA CAPÍTULO 9

GUIA CAPÍTULO 10

GUIA CAPÍTULO 11

GUIA CAPÍTULO 12

GUIA CAPÍTULO 13

GUIA CAPÍTULO 14

GUIA CAPÍTULO 15

GUIA CAPÍTULO 16

GUIA CAPÍTULO 17

GUIA CAPÍTULO 18

GUIA CAPÍTULO 19

GUIA CAPÍTULO 20

GUIA CAPÍTULO 21

GUIA CAPÍTULO 22

GUIA CAPÍTULO 23

1

LA DIRECTORA

UN CAMPEÓN NO SE QUEDA CALLADO

Estaba nervioso. La directora de nuestra secundaria me llamó al frente. Había muchas personas viéndome: todos mis compañeros y algunos padres invitados. Los míos en primera fila.

—Ya conocen a Felipe —dijo la directora—, él escribió una historia que les va a presentar. Pronto estará disponible en Internet, para que la puedan leer.

Me dio el micrófono. Pasé al centro del escenario. Las piernas me temblaban.

—Yo… yo —dije titubeando—, escribí un blog que voy a seguir trabajando hasta convertir en libro. Basado en hechos reales. ¿Se acuerdan de… —iba a decir el nombre de Lobelo, pero no quise verme como acusón—… un compañero que nos molestaba mucho el año pasado? Él tenía un perro Rottweiler. Hizo que su perro me mordiera en frente de mis compañeros en una fiesta. Casi me mata. También, un día, me encerró en el sótano de la escuela y pasé toda la noche ahí en la oscuridad.

Mis amigos me observaban con los ojos muy abiertos; algunos sabían bien la historia. No quise contarles que el papá de Lobelo, un hombre malo, le enseñó a su hijo a robar y que la policía lo detuvo.

—Pero cuéntales más, Felipe —dijo la directora—. Yo ya leí tu historia y en ella platicas que conociste a un ángel.

Se escuchó un fuerte murmullo.

—Sí, bueno, creo —titubeé—. Conocí a una joven muy bonita que me dio consejos—, los murmullos se convirtieron en silbidos—. Se llamaba Ivi. Pensé que era una persona, pero después me di cuenta de que era algo más.

—Un ángel con alas —gritó alguien, burlándose.

Me quedé mudo. Si seguía hablando, se mofarían de mí. Nadie me iba a creer.

—Bueno —revelé los nombres—, Lobelo y su papá quisieron hacerme daño. Pero Ivi y sus amigos me protegieron.

Hubo carcajadas y cuchicheos. La directora trató de calmar a mis compañeros. Bajé del estrado y fui a sentarme junto a mi papá. Me palmeó el brazo.

—Lo hiciste bien.

No era cierto. Lo hice terrible. Cuando todos los alumnos regresaron a sus salones, la directora nos pidió a mis papás y a mí que pasáramos con ella a su oficina. Ahí nos dijo:

—Felipe. No te sientas mal. Es mucho más fácil burlarse, como ellos lo hacen, que atreverse a escribir una historia y publicarla. Yo la leí y me gustó. Eres muy joven y ya estás haciendo cosas importantes. Además, para ti, todo lo que escribiste es verdad y eso es muy bonito.

Su comentario estaba cargado de duda.

—¿Usted también cree que mi historia es una fantasía?

—No importa lo que yo piense. Si para ti es real, entonces lo es.

—Es real.

—Pues no te avergüences, Felipe. A los jóvenes no les gusta decir lo que les pasa y lo que piensan, porque le tienen miedo al rechazo. Tú no. ¡Y eso vale oro! Si tienes algo que decir, no te quedes callado. A ver repite conmigo. Tengo algo que decir, no me quedaré callado.

Ella también daba clases y le gustaba hacer esos ejercicios de participación con sus alumnos. Repetí:

—Tengo algo que decir, no me quedaré callado.

—¡Muy bien! ¡Siempre expresa tus pensamientos, sentimientos, y derechos! Tu historia es poderosa, Felipe. Me gusta mucho que seas un joven que piensa cosas profundas y se atreva a decirlas… vas a llegar muy lejos.

—Gracias, directora.

Nos despedimos y caminamos hacia la salida de la oficina. Antes de que nos fuéramos la maestra nos preguntó:

—¿Ya saben que Lobelo regresó?

Nos detuvimos en seco. Mi mamá giró y dijo:

—¿Cómo? —hizo memoria—. A ver. Cuando metieron a su papá a la cárcel, Lobelo se fue con su mamá a otra ciudad.

—Pues el muchacho no quiso permanecer con ella. Y escapó; trabaja lavando coches en un local. También su papá escapó de la cárcel. Pensé que debían saberlo…

Nos quedamos helados. Después de unos segundos, mi padre comentó:

—Gracias por decirnos —frunció los labios—, ellos son un peligro para nuestra familia. Casi matan a mi esposa y a mi hijo —pensó—. Si andan cerca, tal vez quieran vengarse…

La directora nos tranquilizó.

—No creo que el papá de Lobelo se aparezca. Es un prófugo… El que sí está muy cerca es el joven Lobelo.

—Seguramente está muy resentido.

—Necesitamos hablar con él —dijo mi mamá—, hacer las paces. No podemos vivir escondiéndonos.

—Sí —dijo mi papá—. Lobelo sabe dónde vivimos. Si quiere hacernos daño, nos encontrará. ¿Dice que trabaja lavando coches?

—Ahí lo vi —contestó la directora—, llevé mi auto y lo vi. Nos saludamos. Se veía sucio, descuidado y enojado.

Mi padre dijo:

—Vamos a verlo.

2

EL AUTOLAVADO

UN CAMPEÓN SABE PONERSE EN LOS ZAPATOS DEL OTRO

El autolavado parecía un terreno abandonado. Las paredes pintadas de gris descolorido se veían polvorientas y sucias. Un letrero rojo opaco decía “Lavamos su coche en diez minutos”.

Un joven alto, desaseado, nos hizo señas para que entráramos al terreno.

—¡Ahí está! —dije—. ¡Es Lobelo!

Se acercó a nosotros y tocó el cristal del coche para que bajáramos la ventana. Mi papá le preguntó:

—¿Cuánto cuesta lavar el coche?

—Depende —dijo—, tenemos tres paquetes… —se detuvo; me miró, luego vio a mi mamá.

—Hola —lo saludé—, ¿cómo has estado, amigo?

Lobelo me miró con coraje repentino.

—Yo no soy tu amigo.

—Queremos hablar contigo —dijo mi papá.

—¡Lárguense!

Dio la vuelta y se fue. Antes de esconderse, habló con un hombre a lo lejos.

Mamá se puso nerviosa.

—Vámonos de aquí.

—Sí —dije—. Lobelo y su papá tenían armas. Qué tal si ese hombre nos ataca.

—Tranquilícense.

El señor con el que Lobelo estuvo hablando se acercó.

—Buenas tardes —nos saludó—. Soy el dueño del negocio. ¿En qué les puedo servir?

—Venimos a lavar el auto.

Nos miró con desconfianza. Era un hombre de mediana edad, con una barriga prominente y las manos marcadas por años de trabajo duro.

—Mi empleado dijo que ustedes lo agredieron.

—De ninguna manera. Cuando lo identificamos, le dijimos que queríamos hablar con él. Lobelo. ¿Es su empleado? ¿Usted lo conoce bien?

—Más o menos.

—Puede ser peligroso.

—¿Ahora qué hizo?

Hubo silencio.

—¿Podemos hablar mientras nos lavan el coche?

—De acuerdo. Bajen y siéntense ahí —señaló unas bancas de hierro pegadas a la pared.

Obedecimos. Llevó nuestro auto a la zona húmeda donde lo entregó a otros jóvenes. Regresó.

—¿Quieren una botella de agua?

—No gracias —dijo papá.

—¿Por qué dicen que Lobelo es peligroso?

Me atreví a hablar.

—El año pasado fue mi compañero en la escuela secundaria. Me atacó varias veces. Quiso robar nuestra casa. Asaltó a unos ancianos. Él y su papá usaban pistola. Les gustan las armas.

El dueño del negocio suspiró como si estuviera llevando un gran peso sobre sus hombros.

—Entiendo. Lobelo es un muchacho muy problemático; conozco a su madre. Ella me pidió ayuda. Por eso lo tengo aquí. Le di un lugar para hospedarse. Cuida el local. Es mi velador. Duerme en ese cuartito; ahí donde se fue a encerrar.

—¿Puedo verlo? —pregunté—, quisiera hablar con él.

—¿Tiene armas? —cuestionó mamá.

—No —dijo el dueño del negocio—. De eso sí estoy seguro.

—Ve —autorizó mi padre.

Caminé despacio hacia la casita de lámina. Me asomé detrás de ella. Ahí estaba mi antiguo compañero antes bravucón, ahora sucio y maloliente. Me descubrió.

—Felipe Malapata —murmuró.

Un escalofrío recorrió mi espalda al recordar el apodo que me puso.

Estaba sentado en el suelo terregoso recargado en la pared de lámina. En el lugar no había muebles, solo una pila de cajas de cartón.

—¿Qué te pasó, amigo?

—Ya te dije que yo no soy tu amigo, Malapata. ¡Y sabes muy bien lo que me pasó!

Sentí una combinación de miedo y tristeza. ¿Cómo sería vivir así, solo, en un cuarto de lámina y tierra, cuidando un terreno sucio en el que se lavan autos?

Volteé hacia mis padres. Ellos me miraban fijamente desde lejos. Pensé en lo afortunado que yo era. Tenía una familia que me quería, amigos que me apoyaban y la oportunidad de contar mi historia a través de unos escritos que pronto publicaría. Pero Lobelo, ¿qué tenía él? Después de ser mi compañero más rico y envalentonado lo había perdido todo. Sentí compasión por él. Solo de pensar en ponerme en sus zapatos, me dieron ganas de ayudarlo.

—¿Qué haces aquí, Malapata?

—Nada.

Pensé: un campeón ayuda al que se cae; no se burla, no lastima al lastimado. Entonces lo vi sonreír con malicia. Susurró una palabra oscura:

—Titán…

Detrás de las cajas se movió algo. Un perro negro, encadenado; el mismo Rottweiler imponente que un año atrás me atacó y me mordió todo el cuerpo. El terror me paralizó. Yo estaba traumado. Desde que me atacó no soportaba a los perros. Sobre todo, a los negros. Aunque estaba más flaco, se puso a ladrar como desquiciado. Lobelo lo detuvo.

—Calma, Titán. Ya conoces a Malapata —pero mientras le hablaba le quitó la cadena.

Di un paso atrás. El perro ladraba enloquecido. Eché a correr. Lobelo lo soltó; lo sentí detrás de mí.

En mi torpe carrera tropecé y caí de cara.

—¡No lo muerdas! —gritó Lobelo.

El perro me alcanzó listo para despedazarme, pero se quedó ladrando a unos centímetros de mi cara. Sentí su aliento caliente y sus gotas de saliva en la mejilla.

Mis padres y el dueño del local corrieron a rescatarme.

3

LOS ABUELOS

UN CAMPEÓN DEMUESTRA GRANDEZA HUMANA

El Titán regresó con su dueño.

Recordé cuando ese mismo animal me mordió por todo el cuerpo y terminé orinándome ante las carcajadas de mis compañeros de clase.

Temblando, subí al auto recién lavado. Me acurruqué escondiendo la cara entre las rodillas. Solo quería irme de ahí.

Arrancamos.

No hablé durante el resto de la tarde.

Llegué a casa y me encerré en mi cuarto. Luego escuché que teníamos visitas. Tal vez algunos amigos de mis padres. Gente extraña. No quise salir. Me metí a bañar. En la noche, mamá tocó a mi puerta.

—Tienes que venir a saludar, Felipe. ¿Sabes quién llegó?

Salí de mi cuarto y bajé las escaleras. Me encontré con una gran sorpresa. Los visitantes no eran gente extraña. Eran mis queridos abuelos. ¡Y Steffi!

Nos saludamos con muchos abrazos. Luego nos sentamos a la mesa a cenar. Me puse un poco nervioso. Steffi, la hija adoptiva de mis abuelos, ocupaba un lugar especial en mi mente. Era una chica amable y valiente. A pesar de haber quedado huérfana, siempre tenía una sonrisa en su rostro. Me abrumaba su seguridad.

—¿Cómo has estado, primo? —no era mi prima; ni siquiera éramos parientes, pero ella me decía así.

—Bien, prima. Hoy presenté mi blog en la escuela. La directora dice que voy a llegar muy lejos.

—¡Pero a Felipe le pasó algo terrible! —acusó mi hermano Riky—, fueron a hablar con Lobelo, el excompañero molestón, y el malvado le aventó a su perro que casi lo muerde otra vez.

Miré a Riky con coraje. De seguro mis papás le platicaron. Traté de salir del atolladero:

—Sí. El perro casi me muerde otra vez; sentí su aliento y su saliva en la cara —quise notarme tranquilo—. No le tengo miedo —carraspeé; agaché la vista—, bueno —admití—, le tengo un poco de miedo… Pero no pasó nada. En esta familia somos guerreros.

Rik puso una mano sobre mi espalda. Se dio cuenta de que me había metido en aprietos frente a Steffi.

—Tú eres muy valiente, hermano. Yo te admiro.

Asentí. Antes, no me llevaba bien con Rik. Yo solía tener celos de él porque era rubio y mis padres lo consentían, pero desde que se recuperó de esa horrible enfermedad que casi lo mata, nos habíamos vuelto muy unidos.

—Pasado mañana, domingo, es el cumpleaños de Rik —dijo papá—. Por eso vinieron los abuelos y Steffi. Vamos a hacer una gran fiesta —no solo estábamos conmemorando su cumpleaños, sino que desde un año atrás, la leucemia desapareció de su sangre—. En esta familia somos valientes y guerreros; celebramos todos los días que estamos bien.

Mamá sirvió de cenar. Me invadió una alegría extraña. Amaba mucho a mis abuelos. Papás de mi mamá. De hecho, no parecían abuelos. Aunque él tenía la barba y el cabello casi blancos, ambos eran delgados, atléticos, vivaces, enérgicos, entusiastas y llenos de historias. Además, allí, al lado de ellos, estaba Steffi. Mi amiga del alma con la que me pasaba horas chateando. Aunque no la veía desde el cumpleaños anterior de Riky; ahora parecía más bonita y alta.

—Estoy un poco triste por mi compañero Lobelo —confesé—, me impactó verlo tirado en el suelo de tierra, con la ropa rota. ¿Por qué razón a unos jóvenes nos toca vivir con una familia maravillosa y a otros les toca vivir solos, sin nada, con la única compañía de un perro?

—Pues deberíamos ayudar a ese joven —dijo el abuelo—. La grandeza humana se demuestra con el amor. Ayudando a los demás, incluso a costa de nuestro propio beneficio. Martin Luther King dijo que todas las personas pueden ser grandes porque todas pueden servir. Para servir no hace falta un título universitario. Solo se necesita tener un buen corazón.

Mis padres y yo intercambiamos miradas. ¿Ayudar a Lobelo?

—¿Qué sugieres? —preguntó la abuela.

—Hay que llevarle algo de ropa; zapatos, no sé… debemos ser amables con la gente que está en desgracia —parpadeó varias veces como si tuviera un pensamiento de dolor—. Pienso mucho en mi hijo Max. No sabemos dónde está. A Max le rompieron el corazón. Cayó en una terrible depresión. Y se fue. Nadie sabe adónde. Lo hemos buscado por todos lados. Pienso que, igual que Lobelo, Max pudiera encontrarse durmiendo solo en un suelo de tierra, y no creo que tenga un perro que lo acompañe.

Una atmósfera densa de melancolía se apoderó del ambiente. En mi familia había pasado algo muy raro cinco meses atrás. El hermano menor de mi mamá había desaparecido. Como tenía problemas de depresión, temíamos lo peor.

—A propósito —dijo la abuela—, la fiesta de Rik es el domingo. Nosotros nos regresamos al pueblo el lunes. Pero queremos pedirles permiso para que Felipe y Rik nos acompañen un par de semanas. Ya salieron de vacaciones. Mi marido y yo vamos a hacer un retiro juvenil de carácter en el bosque.

Queremos invitar a los jóvenes del pueblo a acampar, planeamos hacer con ellos dinámicas divertidas. Nos encantaría que Rik y Felipe participen.

Volteé a ver a mis padres. Papá asintió. Nos dio permiso. Mi hermano y yo celebramos. Vi de reojo que también Steffi aplaudía. Tragué saliva. Iba a pasar dos semanas cerca de ella.

Nos pusimos de pie después de cenar y nos dimos las buenas noches.

Cuando nadie nos veía, Steffi se acercó y me habló al oído.

—¿Vamos mañana a ver a Lobelo? Tú y yo solos. Como jóvenes podemos platicar con él y hacer las paces. Llevémosle algunos regalos. ¿Qué te parece?

—De acuerdo. Nos vemos aquí temprano —le dije—. A las ocho.