Santos, huacas y otras yerbas - Mariana Gálvez Vásquez - E-Book

Santos, huacas y otras yerbas E-Book

Mariana Gálvez Vásquez

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Beschreibung

Santos, huacas y otras yerbas nos introduce en el universo del arte ancestral del curanderismo situado en la región peruana de Lambayeque, lugar que vio nacer a la autora del libro, la periodista Mariana Gálvez Vásquez. Esta investigación trasladó a la autora a su infancia entre los pasillos del Mercado Modelo de Chiclayo, donde tenían sus puestos maestras y maestros curanderos, así como diversos personajes icónicos convocados para este libro. Con la narración de los casos y entrevistas a brujos y curanderos se reivindica tradiciones que, por incomprendidas, muchas veces fueron calificadas de brujería, hechizo o herejía. Además, se explora de cerca las prácticas de sanación y rituales del curanderismo norteño y nos invita a descubrir cómo la magia, la historia, la cultura y la religión se entrelazan profundamente.

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Mariana Gálvez Vásquez (Lambayeque, 1998)

Es una periodista y escritora nacida en Chiclayo, Perú. Es Licenciada en Comunicación y Periodismo por la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC); y, actualmente, es becaria en la maestría de Estudios de Medios Internacionales que ofrece la Hochschule Bonn-Rhein-Sieg, la Universidad de Bonn y el medio internacional Deutsche Welle en Alemania. Trabajó en la producción de programas culturales e informativos en TV Perú y RPP TV. Además, fue docente de narrativa y televisión en Toulouse Lautrec. Ha publicado investigaciones sobre el género narrativo del podcasting y los nuevos medios digitales.

ORCID: 0000-0002-9611-1930

© Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC)

Autora:

Mariana Gálvez Vásquez

Edición:

Luisa Fernanda Arris

Corrección de estilo:

Dany Salvatierra

Diseño de cubierta y diagramación:

Dickson Cruz Yactayo

Ilustración de portada:

Leonardo Cevallos

Editado por:

Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas S. A. C.

Av. Alonso de Molina 1611, Lima 33 (Perú)

Teléfono: 313-3333

www.upc.edu.pe

Primera edición: mayo de 2023

Versión e-book: mayo de 2023

Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC)

Biblioteca

Mariana Gálvez Vásquez

Santos, huacas y otras yerbas

Lima: Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), 2023

ISBN de la versión epub: 978-612-318-465-0

CURANDERISMO, CULTURA POPULAR, MEDICINA TRADICIONAL, FOLCLORE, PERÚ, SIGLO XXI

615.880985 GALV

DOI: http://dx.doi.org/10.19083/978-612-318-465-0

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú n.o 2023-03537

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo, por escrito, de la editorial.

El contenido de este libro es responsabilidad de la autora y no refleja necesariamente la opinión de los editores.

A Jaime, por las conversaciones y el debate.

A Sebastián y a Lolita, por el apoyo moral (e inmoral).

A mi abuelo, por enseñarme a respetar la tradición.

A mi abuela, por enseñarme a amar las letras.

A mi mamá, por creer en mis sueños.

Agradecimientos

Quiero usar estas líneas para reconocer a mi familia: Verónica, Marina, Pepe y Luciana. Gracias por su apoyo incondicional.

Gracias a los curanderos y espiritistas que entrevisté para este libro, especialmente a Deissy Olaya, Vicente Nolasco, Orlando Vera y Ramón Fernández.

Mi agradecimiento eterno a Lucho Millones y Renata Mayer, por acompañarme en este proceso y guiarme a entender al curanderismo desde la antropología. Gracias también a Jaime Pulgar Vidal por ser un gran profesor y amigo, y por apoyar el proyecto desde el inicio, a pesar de su miedo de que le haga brujería.

Gracias a Leonardo Cevallos por la ilustración de la portada, una reimaginación de los curanderos de las icónicas vasijas mochicas. Gracias a Martín González y a Alexandra Plasencia por su creatividad y amor por la fotografía. Gracias a Sebastián Fernández por las ediciones, revisiones y consejos.

Agradezco a mi equipo de Editorial UPC, especialmente a Fernanda Arris. Gracias a mi promoción de periodismo y mis profesores, a mis compañeros de trabajo y amigos, que nunca me dejaron de pedir el libro. Ahora, aquí está.

Prólogo

Es difícil resolver las distancias entre ser creyente y mantenerse como observador. Una posibilidad de lograr ese equilibrio es la que ha experimentado Mariana. Curiosamente, nos lo explica diciendo que su obra tratará de “contar de aquellos (los curanderos) que dejaron de ser meros observadores de la divinidad que los rodeaba”. ¿Es acaso Mariana uno de ellos?

Quizá la autobiografía sea el camino posible para transitar entre el testimonio de quien mira y la fe del creyente. Las páginas que leo están escritas en primera persona, y les permiten abrir la posibilidad de jugar (historia o ficción) entre esos dos mundos.

Me gusta que se haya preocupado en mirar el pasado precolombino, eso habla muy bien de su vocación como periodista, preocupada en eludir la superficialidad. Las correctas menciones de la señora de Cao de la sociedad Moche y del rol que se atribuye al Willaq Umu de los Incas nos dan la certeza de un suficiente manejo del pasado precolombino. Su definición de periodismo, “preguntarse qué cosas reales son interesantes de contar”, colocan a la autora en una razonable manera de entender su carrera.

Entra al meollo de su trabajo mencionando a dos maestros curanderos de prestigio: Santos Vera, de Túcume, y Eduardo Calderón, de Las Delicias (Moche), con lo que nos presenta un aval inmejorable para referirse a ese oficio en el Norte del Perú. Es una referencia profesional y un territorio de calidad misteriosa. La autora trata de colocar a su propia familia en circunstancias similares, pues ubica el teatro de este trabajo en Chiclayo, la más importante ciudad del departamento o región de Lambayeque.

Pero como la línea genealógica no suena convincente, Mariana lo nota, y prefiere convertir a la ruidosa provincia de Chiclayo en todo un espacio donde “la magia” envuelve a sus pobladores, lo que en términos familiares se explica por la figura de su madre, “culpable” de la normalización de los hechizos en la cabeza de Mariana y de su hermana Luciana. En este proceso, destaca el baño de yerbas al que se sometió la mamá cuando la autora del texto comentado era una niña.

Todo lo dicho tiene un ingreso para el lector en la inicial búsqueda de Mariana de un mercado dedicado a preparar pociones para encantos, recoger yerbas mágicas y orientar a los clientes en pos de curanderos hábiles. Le costó trabajo y varias páginas descubrirlo en el propio Mercado Modelo de Chiclayo, en la sección dedicada a ese menester, que también existe en todas las provincias del Perú.

En adelante, el texto presenta a varios “brujos” a los que se les pregunta sobre su “arte” y su vida. Así es como desfilan ante los ojos del lector: Vicente Nolasco Alejandría, Deissy Olaya de Vera; y el caso estrella con el que cierra su investigación: Ramón Fernández Julca, narrando con detalle las mesadas, limpias y curaciones en las que participó bajo su dirección, mencionadas con menos prolijidad en los maestros precedentes. Un acercamiento al tema, simpático y atractivo, del cual fui testigo.

El texto nos acerca al Maestro Curandero, con todo el realismo posible. No se trata de competir en pompas ni monumentos con las religiones establecidas, pero lo que nos ofrecen las sesiones es algo diferente: la capacidad de acercarse de persona a persona con lo que entendemos como lo sobrenatural. Nuestra conversación con ellos lleva la intimidad de poder narrar sufrimientos o contar alegrías escondidas a alguien que, en cierta forma, es igual a nosotros, pero que, al mismo tiempo, sabe las maneras de enfrentar problemas a partir de nuestra propia miseria.

Sabemos la larga historia de las persecuciones que han tratado de desaparecer este arte pero los miles de años en los que ha seguido ejerciéndose son prueba de su fortaleza, y de la urgencia con la que se le necesita.

El trabajo es bueno por la cercanía emocional que tiene la autora con el tema, y por las ganas que le puso a mostrar lo que sabe. El texto nos dice que pudo escribir mucho más, y que cada acercamiento con lo que se supone que sea el más allá la conmovió, y es así como logra transmitir esa sensación al lector.

Luis Millones

Historiador y antropólogo

[email protected]

Lima, junio de 2019

Introducción

Con una rápida búsqueda en Google, lo descubro.

Me han mentido.

Me siento incómoda. ¿Cómo es posible?

Me han mentido.

“Mercado de brujos en Chiclayo”. ¿Cómo?

Cuando me dijeron: “¡Ah!, en Chiclayo hay un lugar en el que venden piel de serpiente, cartílago de tiburón, ancas de rana, ¡el mercado de los brujos!”, pensé que seguro se trataba de otro lado. Algún mercadillo recóndito y escondido entre las decenas de pueblos jóvenes que decoran la Panamericana Norte. No había forma de que yo hubiese olvidado tales cosas.

Viví casi toda mi vida en Chiclayo y, aunque me mudé a Lima, nunca he perdido el contacto ni he olvidado sus rincones. ¿Cuál es ese mercado del que me hablan y del que no he escuchado? ¿Dónde se esconde? ¿Quién va? ¿Qué ocurre allí? ¿Por qué nunca fui?

Pero me he engañado a mí misma. El mercado no me es ajeno ni extraño. Habré estado ahí unas diez veces, cien veces, mil veces. En sus pasillos he comprado flores, cuadernos, frutas, trupán. Hasta calzones. He estado ahí, y no solo en el mercado, sino en el mismísimo pasillo de la “brujería”. Como ese bolsillo en el lado izquierdo de tu pecho al que nunca le das bola. En el mismo lugar. Justo en el corazón de Chiclayo.

Desde la Plaza de Armas, basta que guíes tus pasos hacia el norte. Tropiezas con la aorta. Entre la municipalidad que resucitó de las llamas y el célebre hotel Royal que se convirtió en una tienda de retail, desemboca la avenida Balta. Allí se conglomeran bancos, restaurantes, tiendas y kioskos; algunos con más de medio siglo de historia, otros modernos, y otros andantes. Y corriendo por esa senda viviente, en un latido se llega al Mercado de Brujos. Ese que yo —hasta aquel revelador googleo— conocía como el Mercado Modelo de Chiclayo.

Allí el cielo se abre paso. Y, con una mirada panorámica, se descubre el turbulento arcoiris de la economía informal: vendedores ambulantes, carretilleros y, por supuesto, mucho —muchísimo— polvo. Pero esa es una historia para otro libro.

Se debe esquivar a la multitud atolondrada. Giran y vuelan cargando sus compras, corriendo con la mercadería, llamando a sus hijos. La señora que vende sandalias me llama para que me pruebe un par, un cliente le regatea fervorosamente, el vendedor de emoliente pelea con la señora de los kekes. Todo está vivo. Las personas entran y salen del mercado como los carros corren en ambos sentidos de la Vía Expresa. No hay mucho tiempo para quedarse estático. No hay más opción que entrar.

Un amable letrero te da la bienvenida: “Asociación de comerciantes herbolarios. Medicina tradicional (en letras grandes). Bienvenidos/Welcome. Misticismo y cultura viva”. Así pregona el cartel que corona la breve entrada a los primeros pasillos del “mercado de brujos”.

Una serie de pasillos y espacios de insumos peculiares de todos los colores y sabores. Muchos vendedores están sentados afuera de sus puestos, leyendo un poco, charlando entre ellos o mirándote pasar. Algunos dicen el clásico: “Señorita, ¿qué tal?, ¿qué está buscando?”. En la hilera de comerciantes en bancas y sillas de plástico se mezclan veinteañeros y ancianos, tal vez el nieto de un curandero, un agricultor que es “caserito”1 de los “brujos”, o un aficionado que le halló el gusto a vender artilugios.

Me rodea el verde que salpica todos los puestos. Me inunda el olor a hierbabuena, ruda, anís, té. Me siento en el campo, o en el bosque. La mayoría de las plantas no son fácilmente reconocibles, a menos que uno sea conocedor. Junto a ellas se ofertan aceites aromáticos, libros de magia de todos los colores, cruces, muñecos vudú, Budas, crucifijos, vinos y hasta ponchos.

En los pasillos también son infaltables los paquetitos que con sus letras chicha te invitan a curar tus males. “PARA EL VIGOR SEXUAL”, “GASTRITIS Y DAÑOS ESTOMACALES”, “ATRASO MENSTRUAL”. Lo gritan sin pudor. “Nosotros podemos ayudarte”. ¿Será?

El curanderismo, pese a su naturaleza misteriosa y tabú, es la actividad productiva de, probablemente, miles de personas en el Perú. Tan solo en Lambayeque, donde se desarrolla este libro, hemos notado cómo hay un mercado de yerbas, flores, Agua de Florida2, transporte y artilugios: todas industrias que se ven directamente beneficiadas de la actividad de la medicina tradicional, del chamanismo o del curanderismo. Pese a que no hay investigaciones con data exacta, uno observa evidencias, como el mismísimo “mercado de brujos”, el cual no podría existir si no hubiese compradores. O los clientes de los curanderos, siempre con la agenda llena y hasta con varios transportistas que lleven a sus clientes a los fundos para las mesadas.

Las mesadas en sí mismas son prueba de la popularidad e impacto del trabajo de los curanderos. Las mesadas son rituales mágico-terapéuticos, de exorcismo y de defensa, para las cuales se usa la mesa y la ingestión ritual de la planta San Pedro3. Para el universo del curanderismo, la mesa es el equivalente a un altar cristiano. Está cubierta por un poncho o manta andina extendida en el suelo, encima del cual se exponen las artes curanderas. Las artes son las herramientas de todo maestro, como el estetoscopio de un doctor o el lápiz de un escritor. Estas se exhiben en la mesa de todo curandero y son receptáculos de poder: bajo el efecto del San Pedro, el maestro las percibe como un conjunto de espíritus.

Es esencial para el curanderismo tener una buena mesa que pueda atacar y defender, curar y florecer. Por ello, en la mesa, existen artes curanderas estratégicamente colocadas. Se rodea la mesa de espadas, chontas4 negras y tabaco (usualmente al lado izquierdo) para suspender, asustar y despachar el mal. En el centro, se ubican huacos genuinos, cerámicos milenarios, cristales, el San Pedro y una imagen de Cristo crucificado. Por la derecha, para florecer, conchas para la suspensión, tabaco blanco, una imagen de Cristo tallada en palo santo y varias yerbas para la suerte, como la ruda.

Estos rituales tienen múltiples fines y para mostrarlos me apoyaré en el detallado Glosario del Curanderismo Andino del Perú, del antropólogo Mario Polia (1988):

Ver, por medio de la virtud del San Pedro, las causas de enfermedades, desgracias y fracasos, y hacer un diagnóstico.Ver, por medio de la virtud del San Pedro, los remedios (materiales: yerbas, etc.; y mágicos: ceremonias, objetos, etc.). Ver, por medio del San Pedro, lugares o personas lejanas en el espacio y en el tiempo: acontecimientos pasados o futuros; objetos ocultos (antiguos tesoros, etc.). Curar por medio de rituales mágico-terapéuticos: shingadas o suspensiones; limpias, despachos, purgas.Alejar contagios y envidias presentes y futuras por medio de ritos y objetos de “defensa”5.Florecer: propiciar suerte, salud, amor y dinero.

Estas mesadas multiusos tienen un costo que usualmente oscila entre los 100 y 300 soles (entre 25 y 80 dólares) para quien participa. Antes de hacer una mesada se estila fijar una cita con el curandero, así como sacar cita con el dentista, para que el maestro determine qué es lo que sucede (si es que algo anda mal), y si se necesita una mesada, o tal vez algo más sencillo. Esa cita previa cuesta más o menos 100 soles, dependiendo de la fama del maestro curandero. Las mesadas, muchas veces, son masivas. Participan decenas y hasta cientos de personas con distintos objetivos: florecer, sanar, echar el mal. Las mesadas tienen un costo adicional de materiales, es decir, los ingredientes que se necesitan para el ritual: velas, yerbas, azufre, flores, Agua de Florida y otros. Las mesadas tienen un itinerario determinado, dependiendo de su fin, y el maestro curandero las lleva acabo con el apoyo de varios ayudantes o aspirantes a curanderos, quienes también realizan limpias, suspensiones e invocaciones.

Estos rituales terapéuticos y religiosos de “limpieza” forman parte esencial de la mesada, y tienen el objeto de remover y espantar los males y contagios de la persona que los padece. La “limpia” es realizada por el maestro curandero y sus ayudantes, y consiste en la frotación del cuerpo del paciente con objetos de “defensa”, tales como espadas, piedras de huacas6, chontas y otros. Por otra parte, shingar, una palabra originada posiblemente del quechua sinqa (nariz), es una operación esencial del curanderismo para fortalecer y/o “levantar”, que consiste en sorber por las fosas nasales una infusión alcohólica de tabaco con la ayuda de una concha de nácar. A veces, al tabaco se le añade Agua de Florida, yonque, perfumes y/o el cactus de San Pedro. En el norte, se utiliza más “suspender” para referirse a shingar. Por último, las invocaciones son llamados a los santos, a Dios, a los cerros, a las lagunas y al San Pedro, para que le den fuerza al maestro curandero, o ayuden a “despachar” o expulsar el mal.

Los vendedores del mercado de brujos estiman que ganan alrededor de 200 soles al día por la venta de sus productos médico-religiosos. Este número, al mes, significa alrededor de 5000 soles si trabajan 6 días a la semana, aunque muchos están allí todos los días ofertando productos. Los puestos del pasillo de brujos ganan entonces alrededor de 1250 dólares al mes, nada mal cuando el sueldo mínimo en el Perú apenas ronda los 250 dólares. Dicho esto, los datos específicos de la contribución del comercio de la medicina tradicional y los servicios de curanderismo a la economía son muy inexactos, ya que no existen registros de la actividad comercial de este sector. A esto se le suma el tabú del curanderismo. Muchos vendedores y clientes no quieren ser asociados con este mundo o con sus prácticas, pues algunos lo identifican con la brujería y el satanismo.

Uno de los vendedores del pasillo de las yerbas me confesó, además, que los comerciantes dudan antes de compartir información sobre el origen sus negocios porque muchos productos se obtienen de manera ilegal o irregular. Las cabezas de venados, la piel de serpiente y otros productos de animales muchas veces provienen de la caza ilegal, lo que hace que sus proveedores busquen ser anónimos y mantenerse fuera del radar. La pena por participar en la caza ilegal en el Perú puede llevar a una condena de hasta tres años de cárcel. Del mismo modo, algunos huacos que se usan en las mesadas curanderiles provienen del “huaqueo”, o saqueo furtivo de piezas arqueológicas, un negocio lucrativo que comercializa piezas históricas sustraídas de sitios arqueológicos. El huaqueo en el Perú está penado hasta con ocho años de cárcel.

Pero no todos los productos para curanderos y rituales son ilegales. Existen productos que se elaboran o se importan solo para fines específicos de la actividad curandera. En primer lugar, el Agua de Florida. Este perfume/colonia cítrica es infaltable en cualquier limpia, mesada o ritual, e incluso varios chiclayanos la compran para tenerla en sus casas y olerla para invocar salud o buena suerte. Al frotarla, el olor es parecido al de una naranja sumergida en alcohol. También recuerda al aroma refrescante de las colonias para niños, pero no es tan agradable como para echársela en la nariz, uso que le dan muchos curanderos. La botella de Agua de Florida es fácilmente reconocible por su tonalidad de color ámbar y por su empaque con un patrón de flores en tonos dorados y azules. La botella es usualmente pequeña, de 270 mililitros, y se compra al por mayor en cajas y paquetes. Asimismo, es bastante asequible, cuesta S/1.50 (alrededor de 40 centavos de dólar).

Otro producto infaltable en la mesa de un maestro norteño es la colonia Cariño