Ser un roble - Laurent Tillon - E-Book

Ser un roble E-Book

Laurent Tillon

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Beschreibung

"¿Qué son los árboles? Tendremos que contestar a esta pregunta aparentemente simple interesándonos directamente por ellos, pero también por las formas de vida con las que interactúan. No siempre han sido grandes y gruesos o han tenido un tamaño monumental. Tendremos que remontarnos en el tiempo." Los árboles también tienen una historia, que cuentan a todos aquellos capaces de atender a las pequeñas señales inscritas en su corteza, a la forma de una de sus ramas o a la amistad que guardan con sus vecinos. Laurent Tillon nos introduce en esta historia apasionante a través de Quercus, un gran roble albar de doscientos cuarenta años, en una aventura repleta de giros impredecibles, batallas silenciosas, alianzas inesperadas, saqueadores y parásitos, tormentas y traiciones.

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Editorial GG, SL

Via Laietana, 47, 3.º 2.ª, 08003 Barcelona, España. Tel.: (+34) 933 228 161

www.editorialgg.com

 

 

 

Título original: Être un chêne. Sous l’écorce de Quercus, publicado originalmente por Actes Sud en 2021

Edición a cargo de Carmen H. Bordas

Corrección de estilo: Unai Velasco

Diseño de la cubierta y de la colección: Setanta

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

La Editorial no se pronuncia, ni expresa ni implícitamente, respecto a la exactitud de la información contenida en este libro, razón por la cual no puede asumir ningún tipo de responsabilidad en caso de error u omisión.

© Actes Sud, 2021

© de la traducción: Cristina Zelich, 2024

y para esta edición:

© Editorial GG, Barcelona, 2024

ISBN: 978-84-252-3506-1 (ePUB)

www.editorialgg.com

Esta obra se ha publicado con el apoyo del programa de ayudas a la publicación del Institut Français.

Índice

Preámbulo: En la piel de un árbol

Encuentro con mi árbol-compañero

Quercus, el roble, 1780

Apodemus, el ratón de campo, 1780

Quercus, 1781

Leccinum, la seta, 1782

Homo, el hombre, 1787

Quercus, 1810

Tortrix, la oruga, 1820

Nemobius, el grillo, 1820

Quercus, 1840

Neuroterus, la avispa, 1850

Homo, 1860

Canis, el lobo, 1869

Silva, el bosque, 1871

Fagus, el haya, 1872

Quercus, 1872

Pinus, el pino silvestre, 1870 y 1892

Homo, de 1892 a 1950

Quercus, 1953

Quercus y Homo, 1970

Dryocopus, el picamaderos negro, 1992

Silva, 1992

Homo, 1992 y 1993

Cerambyx, el pequeño capricornio, 1997

Dendrocopos, el pico picapinos, 1998

Myotis, el murciélago, 1999

Quercus, 1999

Lothar y Martin, ogros atmosféricos, 1999

Salamandra, la salamandra manchada, 2000

Lacerta, el lagarto ágil, 2000

Homo y Silva, 2000-2019

Silva, 2019

Conversación con Quercus, 2020

Bibliografía

Agradecimientos

 

 

Dedico este libro a todos los amantes de los árboles y del bosque.

A las generaciones futuras, por su bienestar, para cuya supervivencia los bosques serán esenciales.

Para Sarah, a quien he legado algunos árboles plantados para ella. ¡Que crezcan juntos!

Preámbulo:En la piel de un árbol

¿Qué son los árboles? Estos vegetales suscitan preguntas como esta, que durante los últimos años han sido la causa de que hayan aparecido numerosos libros para contar sus hazañas, es decir, para demostrar que por supuesto se trata de seres vivos. Pues sí, ¡todavía hay quien lo duda! Es cierto que si los observamos de cerca son seres bastante simples: carecen de sistema nervioso central o periférico, de órganos vitales, de corazón, de ojos, de capacidad para hablar y desplazarse. ¿Son quizá incapaces también de sentir? En resumen, esto es lo que evidencian cuando se los considera con una mirada distraída, incluso indiferente. Los frecuentamos generalmente sin preocuparnos por ellos, sin embargo, nos son indispensables. ¿No se dice acaso que los bosques constituyen los pulmones del planeta? Pero ¿qué vemos, más allá de ese océano de verdor apoyado en simples troncos? ¿Un mero decorado? Generalmente pasamos a su lado sin prestarles realmente atención.

Sin embargo, si los miramos atentamente, si examinamos cada una de sus reacciones ante los distintos problemas a los que se enfrentan, nos daremos cuenta de que los vegetales muestran una capacidad de adaptación excepcional, imposible de comprender con nuestra mirada animal. Hay que intentar penetrar en la epidermis del vegetal. Tomemos un árbol: rezuma vida, desde las raíces invisibles hasta la cima inaccesible, y presenta una organización interna aparentemente simple, que hace que en muchos casos sea más resiliente que cualquier animal. Su longevidad es la mejor prueba de ello. Según la especie, un árbol puede vivir varios cientos de años, en algunos casos más de mil.

A pesar de ser biólogo y de trabajar con el ecosistema forestal, un día tuve que apoyarme contra el tronco de uno de ellos para tomar plenamente consciencia de lo que realmente era un árbol, en su totalidad, en su misma integridad. Fue una lección de vida.

Id a un bosque o a un parque y apoyaos contra un tronco. Si, como me sucedió a mí, tenéis la suerte de sentir un lazo particular con alguno de ellos, entonces deberíais instalaros junto a él. De lo contrario, cualquier otro árbol servirá, siempre y cuando tengáis la voluntad de interesaros realmente por saber a quién pertenece. Por ejemplo, colocad las manos contra el suelo, sobre sus raíces, y levantad la cabeza para mirar su follaje. Dejad que los ritmos de la naturaleza os embriaguen. Escuchad el sonido del viento entre las hojas. Si es necesario, cerrad los ojos un instante. Luego, volved a abrirlos y a observarlo. Escudriñad cada una de las formas que lo componen. Lo apreciáis porque es tal como es. Su forma y su ser son el reflejo de su historia y de la de su entorno, que progresivamente lo ha esculpido.

¿Qué son los árboles? Tendremos que contestar a esta pregunta aparentemente sencilla. Interesándonos directamente por ellos, pero también por las formas de vida con las que interactúan. No siempre han sido grandes y gruesos o han tenido un tamaño monumental. También tendremos que remontarnos en el tiempo.

Dejemos paso al actor principal de esta historia, a un artista cuyas obras modelan su entorno tanto como dependen de él. A ese árbol que es el roble.

¡Quercus!

Encuentro con miárbol-compañero

En la Tierra hay tres billones de ellos. Son casi cuatrocientas veinte veces más numerosos que los humanos. Son indispensables para el mantenimiento de la vida. Son una necesidad vital, aunque solo sea porque producen el oxígeno que respiramos. Los árboles han colonizado casi todos los entornos, incluso los desiertos, porque han demostrado capacidades de adaptación extraordinarias. Desde hace algunos años, los investigadores nos han revelado muchos de sus poderes. Pero ¿quiénes son realmente? Y ¿por qué, más allá del carácter práctico que les otorgamos, sentimos esa necesidad tan imperiosa de acercarnos a ellos? ¿Por los beneficios que nos proporcionan?

Si fuera así, todos deberíamos tener un árbol al que acudir para revitalizarnos.

¡Tu árbol!

El mío es un roble.

Un roble de lo más corriente, situado un poco más allá de la entrada al bosque que hay al final de mi calle.

Bueno, no tan corriente, ya que es mi árbol. Me gusta ir a visitarlo con regularidad y admito sin problema que ese roble tiene el poder de relajarme, de calmarme. Tiene un carácter tranquilizador, incluso revigorizante, y siento una felicidad incondicional cuando me acerco a él. Además, me cuesta mucho comprender por qué estos sentimientos se mezclan cuando me aproximo a él; pero, si tuviera que resumir su papel, diría que es un poco como un árbol-compañero.

¿Nunca habéis sentido esta atracción casi visceral hacia un lugar muy particular? ¿Un lugar en el que os gusta colocaros, en el que vivís plenamente el instante presente? ¿Dónde os sentís en vuestro lugar? Sea el que sea, apuesto a que hay un árbol. ¡Quizá sea el vuestro! Que os “llamó" un día y os “propuso" una connivencia muy poco habitual entre lo vegetal y lo animal. Incluso quizá a vuestro pesar. Esta llamada yo la viví siendo adolescente. Sin ser totalmente consciente, acabé por no poder renunciar a ese rincón del bosque. Sucedió poco a poco, durante meses, años. Todas las personas que me han confesado tener su árbol me han dicho también que sentían una forma de paz interior al tocarlo. Algunos padres les regalan uno a sus hijos y lo plantan cuando nacen. ¡Qué suerte! Podrán crecer juntos y “compartir" todos los acontecimientos de su vida.

Al mirarlo desde más cerca, me doy cuenta de que quizá no sea insensible a mi presencia. Es un sentimiento muy personal, que me conviene en cierto modo, ya que me permite creer que la relación está provocada tanto por él como por mí. Si bien el biólogo solo se fía de aquello que puede verificar mediante una actuación científica experimental y rigurosa, tengo la impresión, sin embargo, de que se establece una comunicación con ese roble cada vez que lo visito. ¿Cómo podría este transmitirme informaciones? ¿Cómo podríamos otorgarle a un vegetal la más mínima intencionalidad? Sea como sea, no soy insensible a lo que emana. A su “personalidad", si es que este término es apropiado.

Aquí estoy, sumergiéndome de lleno en el antropocentrismo, algo que quería evitar. Lo que me atrae es que un árbol, al margen de lo que pueda ser, es quizá mucho más que un simple vegetal y que no podemos describirlo a través de un filtro animal sin resultar inexactos. Otorgarle emociones y sentimientos humanos le haría un flaco favor, porque es mucho más que eso. Mucho más grande y mucho más complejo…

Este roble, Quercus, tiene doscientos cuarenta años. Está en plena madurez, pero todavía no ha alcanzado la mitad de su vida. Al observar a sus vecinos, distingo perfectamente las diferencias. Él es el más alto del grupo, las primeras ramas frondosas están en lo alto de la copa, mientras que otras más bajas están muertas. Tiene un follaje especialmente desarrollado hacia el sur, pero no tiene ninguna rama principal hacia el norte. Sin embargo, bajo la copa hay un espacio abierto, mientras que al otro lado un haya ha extendido sus ramas para ocupar el máximo espacio, casi hasta el suelo. ¿No es extraño, entonces, que este roble no haya aprovechado el hueco para desarrollar una rama rica en follaje? Todos los árboles respetan un límite, una zona de no agresión de algunos centímetros para evitar herirse entre ellos y entre sus hojas se percibe el cielo. Incluso hay un agujero en la horcadura entre dos de sus ramas. Una de ellas aloja a un pájaro del bosque, un carpintero, que ha hecho su nido en un lugar bien protegido. ¿Ha sufrido por ello nuestro árbol? Hay quien piensa que sí. ¿Las partes muertas son un riesgo para él? ¿Estará enfermo? ¿Cómo podemos saberlo?

Entre sus vecinos, hay algunos que intentan alcanzar la altura de nuestro roble para dominar con él la población forestal, mientras que otros son dominados y han tenido que dejar su lugar para acceder a la luz, recurso que necesitan para crecer. Hay grandes hayas de follaje denso, varios de cuyos troncos están plagados de agujeros aún más grandes que el de mi roble, tallados por el mayor de los carpinteros, el picapinos negro. Abedules. Pinos silvestres, cicatrices de las guerras sucesivas que han marcado nuestro territorio. En el sotobosque, carpes, acebos y pequeñas hayas esperan su turno o acompañan a los árboles más vigorosos. Más allá, un roble, primo del mío, ha muerto de pie, inmovilizado por la desecación. Ofrece un haz de luz entre los follajes de los árboles vecinos, hasta el suelo, sin hoja alguna que lo oculte. Una vegetación rica en flores se ha aprovechado y ha aparecido a sus pies. Hay dedaleras de flores púrpura junto a un zarzal de un metro de altura que lucha penosamente contra los helechos de mayor tamaño que lo rodean. Hay un tocón caído, rastro de una tormenta que desbarató los equilibrios del bosque. Otro, que sigue en pie, es la prueba de la explotación antigua de la leña. Algunos pelos señalan el paso de jabalíes, que se han frotado contra él para eliminar los parásitos que se esconden en su pelaje. Si las hojas muertas forman lo esencial del suelo donde se halla “mi" árbol, un poco más allá hay brecinas y brezos heredados de paisajes forestales poco densos, más parecidos a las landas arboladas que a bosques tal como los conocemos hoy en día. También el helecho águila, que ha aprovechado los fuegos encendidos por el hombre para avanzar en el sotobosque, impide el desarrollo de los árboles jóvenes por su gran densidad. Un poco más lejos, una zona pantanosa beneficia al árbol pionero por excelencia de nuestros bosques, el abedul, seguido de cerca por algunos pinos silvestres colonizadores. Observando atentamente, distingo en algunos lugares una sucesión de zanjas y terraplenes que revelan el pasado uso humano de este espacio, difícil de determinar sin un examen más profundo.

A lo largo de las estaciones, los colores y los olores impregnan este paisaje cambiante, propicio para la ensoñación. ¿Qué es un árbol? Las pistas se multiplican y nos permiten aportar ya algunas respuestas. A partir de la lectura de este paisaje, puede arrancar la investigación. Por un lado, un bosque que probablemente ha crecido sobre antiguas landas. Por el otro, un bosque que quizá sea fruto de un pimpollar crecido bajo los árboles altos, con grandes robles y otros árboles más pequeños podados, es decir, cortados regularmente por los lugareños, probablemente para hacer leña para calentarse. En el centro destaca “mi" árbol, este roble magnífico que se denomina “clave de bóveda", ya que su presencia sostiene la actividad de un montón de especies animales y vegetales, que, sin él, no tendrían ninguna posibilidad de sobrevivir. El roble es el árbol que contiene el mayor número de especies animales y vegetales, pero también de microorganismos. Su desaparición supondría un cambio drástico de la biodiversidad de este bosque. En cualquier caso, las interacciones entre este “individuo-árbol", que sigue lleno de vida, y su entorno son numerosas y complejas. Entre las especies que desempeñan un papel en esta historia, también se incluye el hombre.

A treinta metros de aquí, un camino arenoso ha permitido el paso de multitud de animales, grandes viajeros, correos del rey, forestales, leñadores y carboneros, cazadores, recolectores, más tarde jinetes y paseantes, que actualmente son mayoría. Entre ellos, un chaval en bicicleta que había llegado del valle del Eure para recorrer este hermoso bosque de Rambouillet en la región de Isla de Francia. Un chaval que se buscaba a sí mismo en plena adolescencia, cuando Quercus acababa de cumplir doscientos años, y se sentía conmovido por la belleza del lugar cada vez que recorría el camino y veía aquellos grandes árboles. Recuerdo una vez que la cadena de la bicicleta saltó, justo debajo de este roble. Como si estuviera destinado a detener mi paseo exactamente allí. Obligado a bajarme, levanté la cabeza. Yo tenía quince años. Y ahí estaba, majestuoso. Aquel árbol, un roble sésil cuyo nombre científico se escribe en latín, tal como exige la convención, Quercus petraea. El nombre del género Quercus viene del celta kaer, que significa ‘bello’, y de quez, que significa ‘árbol’; petraea viene del latín y significa ‘pétreo’.

¡Quercus! El bello árbol, sólido como la roca.

Aún no lo sabía, pero una vocación estaba naciendo. Quercus era testigo involuntario. Al menos no creo que fuera un actor. El científico en el que me he convertido no se atreve a creer que él haya podido desempeñar un papel protagonista en mi realización. Imposible, ¿verdad?

Desde entonces, vuelvo a este lugar a menudo para ver a “mi" roble sésil y su efecto sobre mí sigue siendo el mismo. Una verdadera felicidad. Vivo muy cerca. Al examinar la arquitectura de sus ramas, puedo reconstituir en parte cómo llegó a ser lo que es hoy. Al observar su entorno, leo su historia, que dista de haber acabado: yo solo soy un momento pasajero en su larga vida. Aún le esperan siglos de aventuras. Me lo “revela", en un intercambio finalmente simplificado, a través de lo que ha vivido, los encuentros que ha tenido con las otras especies que le han dado la forma que yo conozco. Me “cuenta" que no siempre estuvo allí inmóvil, sufriendo los estragos del tiempo. Habla del cambio global que afecta al clima. Él distingue sus evoluciones desde hace más de dos siglos. Y el bosque actual es muy distinto del que lo vio nacer. Ha visto modificaciones del paisaje, modelado por nosotros, los hombres, pero no únicamente.

Para aquel que sabe escucharlo, Quercus se convierte en un parlanchín incansable. Como un largo intercambio roble-humano se establece un intercambio diplomático particularmente original entre el vegetal, este roble, y el animal, un hombre. ¿Es realmente posible? Sin embargo, el árbol comparte su “historia" conmigo. Es como si me pidiera, en un momento en el que nuestro entorno está alterado, que transmita esa historia al mayor número de personas y que cuente que el bosque y la vida de los árboles no son más que aventuras con múltiples giros a lo largo de los siglos. Pero también que hay que cuidarlos. Como para recordarnos que, en estos tiempos revueltos, el bosque puede ser la ocasión de un retorno hacia valores más sencillos, más próximos a nuestras necesidades individuales. Recordarnos que el hombre debería tener más en cuenta sus orígenes animales.

La historia de Quercus empieza con un plan de ahorro que acaba mal, pero cuya inversión dará resultados. Luego una semilla que, al enraizarse, dará lugar a una plántula que se elevará contra la gravedad hacia la luz, desafiando de este modo las leyes de la naturaleza para hacerse un sitio entre los suyos. Muchos animales intentarán aprovecharse de los recursos que Quercus es capaz de obtener y transformar. Habrá parásitos, herbívoros que atacarán su follaje. Habrá aliados distinguidos. Se producirán encuentros, algunos fortuitos, provocados por otros, a veces asociaciones, vividas en principio como agresiones y que después serán salvadoras, simbióticas. También habrá traiciones, ayuda mutua, competencia, ya que hacerse un lugar en el bosque no es cosa fácil y la cantidad de competidores en la línea de salida es considerable. Después la historia de Quercus se unirá a la de una especie, el hombre, que moldea los paisajes y que ha sabido aprovechar los recursos naturales que los árboles pueden proporcionarle. Finalmente habrá un entrelazamiento de relaciones entre especies muy distintas, que crearán una forma de equilibrio entre todas, no para beneficio de unas pocas, sino de la comunidad. ¡De todos los representantes de la vida! Será una hermosa demostración de la verdadera vida comunitaria y solidaria, en la que algunos podrían inspirarse. Y descubriremos cómo Quercus ha salido airoso de todo esto, aunque las cartas se repartieron de forma arbitraria al inicio.

Así pues me “cuenta" que su vida empezó con un viaje. Leo su historia a través de todas las pistas que lo rodean. Pues sí, Quercus se desplazó durante los primeros instantes de su vida. ¡Increíble!

Al principio de la larga historia de Quercus, se produjo una caída, terrible en apariencia, pero indispensable para su verdadero nacimiento.

Fue…

Quercus, el roble,1780

Donde descubrimos que Quercus, por muy pequeño que sea, rebosa energía, lo cual puede jugarle una mala pasada. Que mientras siga aferrado a su madre, ya corre grandes peligros, pero que la abundancia le salvará. Que tendrá que marcharse a la aventura, independizarse.

Estamos en 1780.

… ¡Una bellota!

La esperanza de un porvenir plurisecular le espera.

La historia de “mi" Quercus arranca hace más de doscientos cuarenta años, en lo alto de un roble adulto que actualmente ha desaparecido.

En aquella época, justo antes de la Revolución francesa, el paisaje circundante se asemeja a una landa inmensa, bordeada por un bosque claro habitado por árboles altos y dispersos y algunas matas de maleza. Un pantano señala el afloramiento de la capa freática. Los hombres acuden para aprovechar todos los productos que les ofrece la naturaleza: tallos de brecina y brezo para hacer escobas, frutos como setas, castañas, bellotas, avellanas y moras. Sin embargo, había pocos árboles y el bosque era un espacio luminoso en el que los grandes robles producían distintos recursos para los humanos, sobre todo madera y frutos, y proporcionaban a los animales un lugar de descanso en los días calurosos del verano. El bosque de aquella época era radicalmente distinto del que vemos hoy.

Sin embargo, desde hace varias décadas, se reservan zonas para la producción maderera. Los grandes robles tienen una vocación principal: servir a los deseos de un hombre, el rey Luis XVI, cuyo abuelo tenía ambiciones marítimas de comercio y conquista considerables que requerían una cantidad prodigiosa de madera. También fue él quien empezó en 1669 a organizar la gestión forestal con la ayuda de su controlador general de finanzas, el ministro Colbert. De este modo, para construir las naves necesarias, cada curva de los árboles se utilizaba para una parte específica: tablón, baos de castillo o de toldilla para las partes principales, varenga, guindaste y curvas de castillo o de cámara para la estructura general. Otros árboles, cortados cada diez o veinte años, rebrotan del tocón para dar nuevos tallos que volverán a cortarse para producir leña para calefacción o para cocinar. Finalmente, algunos robles se colocarán en lugares especiales en la construcción de casas a la salida del bosque. Este espacio vive a un ritmo perfectamente regulado por la naturaleza. Hay una especie en particular que saca provecho de él, el hombre, quien ha moldeado el paisaje para sacarle el mayor beneficio posible desde hace siglos.

En este marco nace Quercus. Resulta difícil identificar actualmente a sus progenitores, probablemente hayan desaparecido. El roble sésil es una variedad forestal monoica, que tiene tanto flores masculinas, denominadas amentos, como flores femeninas. Los preciados granos de polen son tan ligeros que el viento de mayo se los lleva hacia las flores femeninas. Así pues, el “padre" puede ser el mismo árbol que la “madre" (por autofecundación, bastante rara en el roble) o vivir lejos, en algún lugar de la población forestal (fecundación cruzada). Una vez realizada la fecundación, se forman las bellotas en grupos de dos o tres. Agarradas las unas a las otras, estas bellotas poseen un pedúnculo muy corto, una especie de tallito que las une a la punta de la rama. La cúpula en forma de sombrero las protege y las retiene en el “árbol-progenitor" hasta que maduran. Al cabo de cuatro meses, todos los elementos necesarios para el transporte del patrimonio genético adaptado a las condiciones de vida locales están preparados. El “árbol-progenitor" le ha proporcionado unos órganos que aseguran su desarrollo: en el corazón de la bellota hay una plántula y una radícula listas para germinar, todo ello protegido por dos cotiledones cargados de almidón, el carburante necesario para la germinación. El pericarpio externo y el tegumento interno constituyen el envoltorio protector de este conjunto. Dado que es preferible poner varias cuerdas en el arco, el “árbol-progenitor" lega de este modo a la bellota una buena dosis de taninos para hacerla más indigesta y desanimar así a los golosos. En primer lugar, la esporopolenina, una mezcla de ácidos grasos y moléculas complejas, es un tanino cuya función es reforzar la protección de las semillas y de los granos de polen. Quercus está muy bien dotado de ella. Reservas de alimento en cantidad suficiente y barreras de múltiples facetas para darle el máximo de oportunidades: el fruto está listo.

Pero ya su vida es de alto riesgo. Algunas bellotas que cuelgan de otra rama cercana han atraído el apetito de las hembras de gorgojo del género Balaninus. Estos insectos utilizan su probóscide para barrenar de derecha a izquierda y a la inversa para conseguir atravesar el tegumento y el pericarpio. Es una tarea larga y tediosa, tan agotadora que tienen que parar de vez en cuando para descansar. Pero la historia siempre termina del mismo modo: la hembra de gorgojo consigue agujerear el tegumento. Se da la vuelta y deposita a través de un apéndice que tiene al final del abdomen un huevo en el corazón del fruto, en uno de los dos cotiledones. Insensible a los taninos tóxicos, la larva podrá después aprovechar los recursos de almidón para desarrollarse y dar a luz a una nueva generación de gorgojos, al puncionar la bellota con toda su promesa vital.

Quercus probablemente no sea consciente de estar sometido a esta dura ley natural cuando todavía está agarrado a la rama de su nacimiento. Todavía en el regazo de su “árbol-progenitor" y ya está luchando. Lo que lo protege es la cantidad descomunal de bellotas producidas. Cuando apenas tiene dos centímetros de longitud sus “hermanas-hermanos" se cuentan por miles y están ahí esperando el momento de abandonar el roble original.

Aproximadamente quinientos kilos de bellotas llegan por fin a la madurez, todas al mismo tiempo. Septiembre acoge así una nueva generación de bellotas que encierran el tesoro de un individuo cuya historia todavía debe escribirse: Quercus. Ya que, al final, solo algunos podrán alcanzar la edad adulta.

Su pedúnculo lo mantenía unido al árbol a través de uniones mecánicas, que a su vez eran fruto de activadores químicos. Quercus ha madurado. Un día, estímulos de temporada, como la disminución de la horas de sol diarias, informan al “árbol-progenitor" que ha llegado la hora de que sus vástagos colonicen el espacio. Las reacciones químicas se atenúan y el sistema de agarre cede. Basta con un soplo de viento, un golpe ínfimo, un insecto que se posa cerca, para que la bellota caiga al suelo. Lanzada a lo desconocido.

Y de este modo, pesado y macizo, Quercus aterriza violentamente sobre un suave colchón de hojas muertas que todavía no se han descompuesto totalmente, tras una caída de varios metros. Insensible al choque, Quercus solo tiene una opción posible ahora, un único destino: germinar y enraizarse.

Apodemus, el ratón de campo,1780

Donde descubrimos que Quercus se enfrenta a múltiples riesgos y uno de sus peores enemigos se convertirá en su mejor aliado. Que, una vez más, la multitud de “hermanas-hermanos" es la garantía para la supervivencia. Y que, a pesar de las apariencias, Quercus ha viajado desde su más temprana edad, mal que le pese.

Seguimos en 1780.

Por mucho que estemos en pleno día, Apodemus, el ratón de campo, es incapaz de quedarse quieto. Está al acecho en la entrada de su madriguera. En su corta vida de roedor, nunca había visto tanta comida. Un verdadero tesoro caído del cielo. Más de cien bellotas por metro cuadrado, ¡casi cubren todo el suelo! Algo así pondría a más de uno a salivar. ¿Cómo actuar? Empezó su colecta en cuanto las semillas empezaron a caer. Hacerse con una, llevársela y esconderse para mordisquearla lo más rápido posible y prepararse para conseguir la próxima. Hubo muy pocas bellotas el año anterior. Ahora hay tantas que no ha parado ni un momento. Las ha consumido de inmediato por miedo a la escasez. Una bellota a la derecha, la siguiente a la izquierda, sin ni siquiera terminarlas, ya que la abundancia de semillas lo ha lanzado a un frenesí, a un deseo bulímico de comer, de devorarlas todas. Incapaz de dar abasto, iba de una a otra, dejando a su paso una verdadera carnicería, ya que todas las bellotas a medio comer han perdido la esperanza de poder germinar algún día. Una hecatombe para los robles. Luego el temor de quedarse sin ellas. Rápido, hay que recolectar. Acumular. Almacenar para más tarde. Apodemus ha empezado a transportarlas hasta escondites que solo él conoce, para tener reservas, situados a una distancia de hasta veinte metros de su madriguera. El ahorro no es solo prerrogativa de la ardilla: todo aquel que se tenga por buen roedor almacena recursos con la esperanza de pasar un invierno tranquilo.

Con sus aproximadamente tres gramos, Quercus es una reserva compuesta esencialmente de almidón, que tiene que aportarle la energía necesaria para fabricar las primeras raíces, el primer tallo, las primeras hojas. Pero, si bien estas reservas son muy nutritivas para él, también atraen el apetito de una gran cantidad de animales. El ratón de campo está entre ellos y su régimen alimentario depende en gran parte de este recurso nutritivo. Los años posteriores a una buena producción de bellotas, las poblaciones de estos ratones de veinte gramos, Apodemus sylvaticus, se multiplican todo lo posible, ya que abunda el alimento. A veces alcanzan densidades de población que pueden ser de treinta, cuarenta y, en casos muy raros, de más de cincuenta roedores por hectárea. Pero, generalmente, esto no dura. La existencia de numerosos efectivos de este pequeño mamífero tendría una consecuencia dramática para los “retoños" del “árbol-progenitor": acabarían siendo todos devorados al cabo del año. Dado que los robles no producen bellotas todos los años, la población de ratones fluctúa de un año a otro. Cuando es numerosa, después de una buena producción de bellotas, los robles dejan de producir semillas y, en consecuencia se produce una caída en picado de las poblaciones de roedores. Tras varios años de vacas flacas, llega de nuevo un buena cosecha de bellotas, cuando ya casi no quedan ejemplares de estos pequeños mamíferos para comerse la preciadas semillas. Los robles aprovechan la ocasión para reproducirse en masa y así engañar a estos animales. El vegetal estafa al animal. Este fenómeno se denomina masting. Según la especie forestal, la duración entre dos años de producción difiere. A veces dos años, tres o cuatro. Para los robles, es necesario que las temperaturas del mes de abril sean, de media, superiores a los once grados y que sean, también de media, superiores a las del mes de abril del año pasado. Dado que las condiciones son diferentes de un año a otro, la reproducción de los robles se alterna. La especie vegetal está perfectamente entrenada para este fenómeno cíclico y produce sus semillas cada tres años de media.

Como es previsible, los ejemplares de ratones de campo deberían ser exiguos este otoño, respondiendo así a este ciclo natural. Esta vez las condiciones de temperatura eran las adecuadas y los robles respondieron colectivamente a este estímulo climático. Han procreado de manera masiva para que la gran cantidad de bellotas permita que algunas lleguen a germinar. Apodemus, nuestro recolector compulsivo, va a tener que trabajar con ahínco para aprovechar plenamente este nuevo maná.

Quercus no es el único que se ha caído del “árbol-progenitor". Son miles los que, como Quercus, tienen la función de asegurar la supervivencia y la continuidad de la especie. El tiempo cuenta para cada uno de ellos, pero algunos han caído sobre un suelo sin vegetación, las escasas hojas muertas no bastan para esconderlos, así que son vulnerables y fácilmente accesibles. A pesar del don que les ha legado su “árbol-progenitor", su cutícula sólida y rica en taninos, carecen de medios para defenderse contra los agresores.

De este modo, a la caída otoñal de Quercus y de sus “hermanas-hermanos" le sigue la llegada casi inmediata de los consumidores de bellotas. Son tan numerosos que la probabilidad de que Quercus se libre es casi nula. Larvas de mariposa que comen semillas, dípteros cecidómidos (moscas de las agallas) y coleópteros cucurliónidos, como los gorgojos, han atacado a muchas de sus “hermanas-hermanos", bien para alimentarse, bien para poner sus huevos. Sus larvas crecerán protegidas por la preciosa cutícula y se alimentarán con el almidón. Si las bellotas parecen intactas, los agujeritos visibles en su envoltorio externo traicionan la salida rápida de los insectos, que han terminado su ciclo de desarrollo en solo algunas semanas. Apodemus tiene que actuar deprisa y seleccionar las bellotas que todavía son comestibles y están intactas para ponerlas a buen recaudo.

Cuando los insectos siguen ahí y siguen llegando, surge un peligro aún mayor para Apodemus y Quercus. Durante todo el Antiguo Régimen, los señores autorizaban a sus siervos a aprovechar las bellotas, es decir, a llevar el ganado a pastar al bosque para que engordaran comiendo bellotas antes del invierno. Entre estos animales están los cerdos, que adoran las bellotas, y su sistema digestivo altamente eficiente les permite limitar la toxicidad de los taninos —ligeramente astringentes—, que los robles adultos han legado a su descendencia. Incluso a veces, los hombres recogen las bellotas para hacer harina, una harina con la que se prepara “pan de bellota" o “pan de roble", casi incomestible y que hay que cocer durante mucho tiempo y, aun así, después requiere masticarlo más para volverlo digerible.

Pero hoy los cerdos pasan a pocos metros de Quercus. Apodemus, desde su galería protegida por la base del “árbol-progenitor", se da cuenta de que la ocasión es excepcional. Él también tiene que hacerse con reservas para aguantar el invierno. ¿Tiene que arriesgarse? Duda. Asoma el hocico. Sus bigotes, las vibrisas, le informan sobre los movimientos del aire. Su olfato y su visión le ayudan a aislar el conjunto de moléculas que pueden revelar tanto los peligros como las fuentes de alimento. Los grandes mamíferos están frente a él a escasos metros. La situación es insostenible. El olor de las bellotas es demasiado fuerte y resistirse a él se hace insoportable. Se arriesga a salir de su lugar de cobijo.

Si se le presenta la ocasión, el cerdo no solo espiga bayas y semillas, de vez en cuando puede llegar a comerse algún animal de tamaño pequeño que haya tenido la mala suerte de cruzarse en su camino. El peligro también puede llegar desde el cielo, por ejemplo, de un ave rapaz. Aun así, Apodemus se lanza, atrapa a Quercus, que experimenta su segundo viaje, esta vez horizontal, clavando sus incisivos en su cúpula, y cruza los escasos veinte metros que separan su galería de su reserva personal, en un zarzal. Para ello, Apodemus tiene que pasar entre las patas de los cerdos. Uno de ellos advierte su presencia, pero nuestro roedor tiene unas facultades excepcionales para la velocidad y para modificar su trayectoria. Sus primos, los campañoles, prefieren desplazarse por debajo de las hojas o a través de las galerías que han excavado en el suelo. Allí están protegidos y pueden circular con discreción. El ratón de campo adopta una estrategia inversa a la de los campañoles y apuesta sobre todo por su velocidad y su técnica para desviarse. Los agricultores lo llaman “¡el que corre!, ¡el que va deprisa!". Y es por eso que Apodemus se la ha jugado. El cerdo se excita e intenta atraparlo, pero es en vano. Apodemus se escapa. ¡No hay que gastar energías inútilmente! Rápidamente el cerdo se olvida de él y vuelve hacia las bellotas, que le están esperando.

Muchos árboles producen semillas muy ligeras, que son transportadas por el viento, a veces a distancias de kilómetros, como las sámaras de los arces. Este fenómeno recibe el nombre de anemocoria. Las bellotas, en cambio, son demasiado pesadas y caen allí mismo. Pueden ser dispersadas para constituir reservas para el invierno, unos cientos de metros como mucho, por animales terrestres, a veces incluso hasta diez kilómetros por los pájaros, sobre todo en el caso de los córvidos, como el arrendajo, la urraca o la corneja negra. El paisaje vital del “árbor-progenitor" por el momento no es más que una landa con apenas unos pocos árboles y ocasionales brezos, brecinas y algunas zarzas que aprovechan los espacios vacíos. El bosque es poco frondoso, la landa, explotada por los hombres y el paso repetido de los grandes animales hacen que la vegetación sea dispersa. Aquí, sobre las hojas muertas, Quercus estaba condenado a permanecer a la vista de todos y, probablemente, a ser parasitado o devorado en pocos días. Sin sospecharlo, Apodemus le ha hecho un gran favor. Ahora, protegido por el zarzal, que es muy denso y espinoso, no corre riesgo alguno de ser descubierto. Salvo que el roedor vuelva más tarde para comérselo, tal como tiene previsto. Pero Apodemus no vuelve a aparecer. ¿Ha sido víctima de un exceso de confianza? Al igual que les sucede a otros roedores, a veces se olvida de algunas de sus reservas invernales. El gran especialista del despiste es la ardilla roja. Olvidado, Quercus se halla ahora en un refugio inesperado, un vegetal para proteger a otro.

De este modo, la estrategia reproductiva de los robles ha funcionado y algunas de las miles de bellotas sacrificadas se libran de ser consumidas. En este zarzal han sido depositadas varias bellotas. El porvenir se abre para estas supervivientes.

Si es que germinan.

Quercus,1781

Donde descubrimos que Quercus ha afrontado un invierno particularmente riguroso, pero ha resistido. Donde nos enteramos de que la zarza, protectora, le ha permitido anclarse y desarrollar los comienzos de la estructura que conocemos actualmente: raíces, tallo y hojas. Es la promesa de un porvenir radiante.

Estamos en 1781.

Sin quererlo, Quercus ha quedado escondido debajo de la zarza impenetrable. Otras bellotas también han resistido a todos los parásitos y granívoros que deseaban aprovecharse de este rico recurso nutritivo. Pero, al final, pocas llegan al invierno.

Los primeros fríos congelan la landa boscosa y Quercus, como las demás semillas, sea cual sea su variedad original, entra en letargo.

Siempre y cuando las heladas no sean demasiado frecuentes, ni demasiado fuertes. Los tejidos de la semilla se helarían y la plántula y la radícula podrían sufrir alteraciones. Sin embargo, el letargo es una virtud conservadora y salvífica para el fruto del árbol forestal. El patrimonio genético incluido únicamente en algunas células vegetales queda protegido en el interior del fruto.

Las noches de invierno se suceden, son terribles. Este periodo es particularmente desastroso y la vegetación lo paga. Las poblaciones vecinas también. Estos inviernos serán de los más terribles y los rendimientos agrícolas se verán afectados. Cundirá el hambre y habrá muertes por escasez de alimento.

Los días cortos ofrecen pocas oportunidades para que se exprese la vida. El bosque duerme. Quercus pierde su sombrero, la cúpula, pero sus reservas y su cutícula protegen su fuerza vital, quizá también la zarza, al menos un poco.

La nieve, la lluvia y el viento marcan el ritmo de los días sucesivos. Las condiciones son duras.

Así transcurre el invierno. El tiempo no cuenta para Quercus. Solo la espera del despertar primaveral.

Como si el tiempo se hubiera detenido.

Durante el invierno, la producción de bellotas sufre otras pérdidas. Un grupo de jabalíes pasa y espiga las últimas bellotas que han quedado al descubierto. Pero estos animales son escasos en esta época del año. Caza salvaje por excelencia de la nobleza que buscaba proezas y aventuras, fueron perseguidos sin tregua hasta casi su extinción. Pero Quercus nació en un bosque real, donde el preferido es el ciervo. El grupo de jabalíes evita cruzar el zarzal, aunque sus espinas no le asustan. El pelaje del animal y el cuero de su piel, particularmente grueso, le permitirían atravesarlo sin problema.

El grupo se aleja.

Aunque las heladas tardías siguen salpicando el calendario, la subida de las temperaturas y el aumento de la luminosidad durante el día anuncian el inicio de la temporada de vegetación. Para las semillas que han pasado su primer invierno, la época de la germinación ha llegado. La lluvia invernal ha impregnado el sotobosque de una humedad permanente que envuelve cada semilla.

Quercus se alimenta de ella.

Y en solo unos días, el envoltorio de la bellota se fisura con el crecimiento de la plántula y la radícula. Estos dos órganos detectan rápidamente la dirección que deben tomar. La radícula es la primera raíz de Quercus. La que le permitirá anclarse en el suelo nutritivo. Las células de la punta de esta raíz están cargadas de almidón, que las hace más pesadas que las otras. La gravedad las atrae a su pesar. El tropismo de esta radícula la arrastra hacia el suelo para dar lugar a la primera raíz axial. Rodea algunos obstáculos, una hoja en descomposición, una ramita, hasta alcanzar el suelo limo-arenoso. Empieza a hundirse en él para buscar el sostén de algunos recursos nutritivos. Si es necesario, echa mano de un lubrificante que ella misma se fabrica, el mucigel, para deslizarse tranquilamente a pesar de los obstáculos. Los vegetales no hablan, al parecer. A escala de nuestra raíz axial, sin embargo, este avance arma un jaleo infernal. No solo sus células desplazan moléculas y nutren el suelo, sino que se quiebran en todas las direcciones para dejar sitio a nuevas células que constituyen progresivamente este nuevo órgano. A pesar de sus recursos, a la raíz le cuesta mucho encontrar por sí sola suficiente agua y elementos minerales que la ayuden en su esforzado crecimiento. Agota con bastante rapidez el almidón de los dos cotiledones. Por sí sola esta raíz axial no lo conseguirá: son demasiadas las misiones que tiene que realizar. Encontrar agua, oligoelementos, la máxima cantidad de recursos nutritivos. Estos pueden hallarse en distintos lugares del suelo. Entonces, ¿cómo encontrar estos elementos sin perderse? ¿Cómo evitar la competencia de esos pocos “hermanas-hermanos" supervivientes que, como Quercus, intentan desentrañar los secretos de la vida vegetal inmovilizada en el suelo que les ha visto nacer? El hecho es que todas las raíces reclaman un acceso a los mismos recursos y no existe la seguridad de que sean suficientes para todas. Ahora que Quercus está enraizado, cualquier desplazamiento le está prohibido, imposible. Esta vez, está anclado en su “territorio" definitivamente y debe arreglárselas con lo que la naturaleza le proporcione. Esta será su vocación durante toda su vida: adaptarse a los recursos locales, a la presencia de sus vecinos, ávidos de los mismos elementos nutritivos que ansía él, o morir en el intento. Así que separarse, convertirse en un ser múltiple es la única solución. Su primera raíz empieza a dividirse para formar el principio del sistema radicular complejo que alimentará a Quercus durante toda su vida.

Ahora que varias raíces se desarrollan en torno al eje principal, la raíz pivotante, pueden alejarse en busca de los distintos recursos necesarios para su desarrollo. La punta de cada una de ellas, la zona apical, es una verdadera cabeza rastreadora, nada ocurre por casualidad. Detecta las vibraciones emitidas por el crecimiento de las raíces vecinas, de modo que puede hacerse un lugar en el volumen subterráneo sin invadir el terreno de sus vecinas homólogas. Cada una tiene su sitio en el espacio subterráneo. En efecto, para Quercus, todos los elementos son esenciales para su supervivencia y crecimiento: el agua por supuesto, pero también los oligoelementos, el fosfato y el nitrógeno sobre todo, el oxígeno (pues sí, algunos pelos de la raíz afloran a la superficie y captan algunas de estas moléculas vitales para los animales) y también el dióxido de carbono. La zona apical de cada pelo de la raíz “realiza", por lo tanto, una selección, que no depende de una orden dada por Quercus directamente, sino que responde, sin que se conozcan todavía bien los mecanismos que participan, a una reacción colectiva ante las distintas necesidades expresadas por el individuo complejo que Quercus está desarrollando. Una raíz se hundirá hacia el agua, mientras que otra irá en busca de “bolsas" de oligoelementos, dispersas lateralmente. Lo que cuenta es respetar el espacio de prospección de cada raíz vecina para aumentar las posibilidades colectivas de que Quercus obtenga todo lo que necesita para su crecimiento. Según los estímulos recibidos, la zona apical se dirigirá hacia abajo, lateralmente o hacia arriba. De este modo, este órgano radicular desempeña un papel múltiple y esencial para el árbol: constituye un “centro de control neurálgico permanente", que gestiona una enorme cantidad de informaciones como, por ejemplo, la gravedad, la humedad, la luminosidad, la temperatura, la presión atmosférica, las vibraciones sonoras o la presencia de minerales y de otros elementos nutritivos o tóxicos que hay que evitar totalmente. Y si hay que transmitir información, se le ofrecen varias soluciones: recurrir a la química, transmitiendo la molécula recuperada en el suelo hacia el pluriorganismo en proceso Quercus, o emitir un campo eléctrico que difunda el mensaje cuyo contenido, si bien sigue siendo secreto para los científicos, parece ofrecerles valiosa información a las raíces vecinas, que son capaces de interpretarla. Volveremos luego a hablar de esto.

El sistema radicular, aunque solo mida unos centímetros de longitud, va tomando forma. Progresivamente, Quercus es dotado de unos órganos que son los que peor conocemos, ya que son invisibles en el subsuelo, pero cuyo papel es complejo y su función, vital. Sin embargo, sin fotones, no habrá ninguna posibilidad de explotar al máximo todos estos recursos subterráneos. Los dos cotiledones se han separado para suministrar energía a la primera raíz. Con la poca energía que les queda, deben alimentar también a la plántula. Mientras que la radícula solo tenía que hundirse en el suelo, la plántula forma un tallo que, opuestamente, se eleva hacia el cielo para alcanzar la luz. Lucha de este modo contra la gravedad. Esa será la esencia misma de Quercus cuando crezca: por un lado, hundirse en el suelo, y por el otro, elevarse hacia el cielo. Moldearse en contradicción con las leyes de la naturaleza que, inexorablemente, atraen cualquier objeto hacia el suelo. Quercus habrá de alcanzar las alturas, sin capacidad para moverse, ya que está anclado en el suelo.