Sueños perdidos - Darlene Gardner - E-Book

Sueños perdidos E-Book

Darlene Gardner

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Beschreibung

El hombre que se le escapó.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2003 Darlene Hrobak Gardner

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Sueños perdidos, n.º 1418- agosto 2022

Título original: Once Smitten

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1141-095-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

El problema con las buenas amigas, pensó Zoe O'Neill cuando Amy soltó una sonora carcajada, era que no la tomaban a una en serio.

—A ver si lo he entendido —dijo Amy Donatelli entonces, sus ojos oscuros llenos de ironía—. ¿Estás diciendo que no hay ningún hombre en tu pasado al que consideres como una oportunidad perdida?

—No te metas con ella, Amy —rio Matt Burke.

A Zoe le hubiera gustado mentir, pero mentirle a sus dos mejores amigos iba en contra de su código moral. Tenía tantas ganas de verlos que había cancelado una cita con un nuevo cliente, un ama de casa que acababa de solicitar los servicios de Sindesorden, su empresa de organización. Después, salió corriendo de la oficina y tomó un taxi para llegar a tiempo al bar donde solían reunirse los miércoles.

¡Y todo para tener que soportar aquello!

—Que mi conserje haya descubierto que sigue enamorado de su novia del instituto no significa que todo el mundo tenga una cuenta pendiente con el pasado.

Mientras esperaba para ver si el comentario había hecho efecto, se llevó una mano al lóbulo de la oreja derecha. Había vuelto a olvidar ponerse los pendientes. A menos que… Zoe se tocó la oreja izquierda. Sí, había vuelto a hacerlo. Solo llevaba un pendiente.

¿Dónde tenía la cabeza?

—No todo el mundo tiene una cuenta pendiente con su pasado —sonrió Amy. Ella sonrió también, aliviada. Alivio que duró poco, al comprobar que solo se había pintado las uñas de la mano derecha—. Pero tú sí, cariño.

La sonrisa de Zoe desapareció de inmediato.

—No seas pesada, Amy —intervino Matt entonces—. Te estás pasando.

Zoe le habría dado un beso en los labios, aunque no sentía ninguna inclinación romántica por su amigo.

Con los ojos castaños, el pelo rubio oscuro y unos pómulos por los que mataría una modelo, Matt era un tipazo. Serio, profesional, siempre con traje de chaqueta y corbata, se parecía mucho a su hermanastro, que vivía en California.

Hasta que Matt aceptó un puesto en un bufete de Washington D.C. tres meses antes, Zoe no lo veía mucho. Pero, además de parecerse a su hermanastro, Matt era considerado, amable e inteligente.

Y un amigo estupendo.

—Gracias por defenderme, cariño.

—Si Zoe insiste en decir que no se acuerda de Jack Carter… es su problema.

Y también era un cerdo.

—¡Ja! —exclamó Amy—. Eso prueba mi teoría, porque era precisamente Jack Carter…

—El hombre en el que estabas pensando —terminó Matt la frase por ella.

—Exactamente.

Zoe hubiera deseado cambiar de tema pero, considerando que Amy, Matt y ella se habían conocido en la Universidad de Maryland, el mismo sitio donde conoció a Jack Carter, lo dudaba mucho.

—Habláis de Jack todos los meses. Así es imposible que me olvide de él.

—No somos nosotros, cariño. Eres tú. Lo tienes ahí, en la cabeza, siempre esperando para aparecer en la conversación.

—Exageras —murmuró Zoe. Amy y Matt levantaron sendas cejas—. Muy bien. Puede que lo haya mencionado un par de veces, pero es comprensible. ¿No os acordáis de lo guapo que era?

Habían pasado cinco años desde la última vez que vio a Jack Carter, pero recordaba su cara perfectamente. Y también recordaba cómo lo miraban todas las chicas. Aunque en el campus había miles de estudiantes, era sorprendente que no se hubiera fijado en él hasta el último año.

El día que lo conoció llevaba unos pantalones vaqueros rotos en el muslo. Y sospechaba que el roto no era accidental.

Aunque Jack Carter no necesitaba ayuda para atraer a las mujeres. Además de ser guapísimo y medir casi un metro noventa, era el capitán del equipo de béisbol.

Por las mañanas, cuando entraba en clase con el pelo mojado y sin afeitar, causaba desmayos en el aula de Economía. Ninguna mujer normal hubiera dejado pasar la oportunidad de meterse en la cama con él.

Aunque Zoe siempre disimuló que le parecía guapísimo. Y también disimuló que su sonrisa le alteraba el pulso.

Amy levantó una ceja.

—Si estás intentando decir que Jack Carter estaba para comérselo, dilo de una vez.

—No tiene por qué darte vergüenza —sonrió Matt, cuando el rostro de Zoe se volvió granate—. Todo el mundo ha dejado escapar a alguien.

—Pero…

—Yo pienso muchas veces en el mío —la interrumpió Amy.

—¿El tuyo? ¿Quién? ¿El come-chicle o ese que hablaba tan alto en clase? —preguntó Matt—. Los dos eran idiotas.

—¡No lo eran! Además, no es ninguno de ellos.

—¿Entonces quién?

Amy dio un golpe de melena.

—Pierre… Le François.

¿Pierre Le François? Zoe nunca había oído ese nombre. ¿Sería un amigo de la familia? ¿Un cocinero francés?

Antes de que pudiera preguntarle, Amy se volvió hacia Matt.

—¿Y tú qué? ¿A quién dejaste escapar? ¿A la que se reía tanto? ¿La que pestañeaba en clase? No me digas que es la exhibicionista.

—Que Lori llevase minifalda no la convierte en una exhibicionista —protestó Matt—. Y no, no es ella. Es una chica con la que fui al instituto.

—¿Cómo se llamaba?

—Mary Contraria.

—¿Mary Contraria?

Matt soltó una carcajada.

—En realidad, se llamaba Mary Contrino. La llamábamos Mary Contraria porque siempre le llevaba la contraria a todo el mundo.

—¿Y has pensado en ella durante todos estos años? —preguntó Amy.

—No más de lo que tú has pensado en tu francés.

—Cuéntanos más cosas de ella —sonrió Zoe.

—No estábamos hablando de mí, bonita. Estábamos hablando de ti.

—¿No podemos hablar de Mary la Contraria? —protestó Zoe—. ¿O del francés de Amy? Seguramente son más interesantes que el mío.

Al ver la sonrisa traviesa de Amy, supo que había cometido un error de proporciones gigantescas. ¿Por qué había admitido que había un «suyo»?

—Así que Jack Carter es el hombre al que dejaste escapar…

Zoe dejó escapar un suspiro. Negar la verdad sería una estupidez. Como eran amigos desde la universidad, Amy y Matt tenían la habilidad de descubrir todos sus secretos.

—¿Y qué importancia tiene? De todas formas, no creo que vaya a verlo nunca más.

—¿Por qué no? Podrías llamarlo por teléfono —sugirió Matt.

—¿Llamarlo? De eso nada —replicó Zoe, sacudiendo la cabeza tan vigorosamente que se le cayó el flequillo sobre la cara—. Aunque estuviera buscando un hombre, que no es así, jamás llamaría a Jack Carter. Por favor, si en la universidad llevaba un cuadernito con el nombre de todas las chicas que pasaban por su cama…

—Eso era solo un rumor —dijo Amy—. Además, han pasado cinco años. Supongo que habrás aprendido a tratar a los hombres como él.

—Olvidas que estoy montando un negocio. No necesito distracciones.

—Si has pensado en él durante todos estos años yo creo que ya es una distracción —sonrió Matt.

—Sí, pero…

—Pero nada —la interrumpió Amy—. Si piensas tanto en Jack, tienes que quitártelo de la cabeza. Puede que ahora ya no te sientas atraída por él, pero la única forma de saberlo es llamándolo.

—¿Quién ha dicho que pienso tanto en él? —replicó Zoe, irritada.

¿Llamar a Jack Carter? Impensable. Había aprendido de su madre que debía evitar a los seductores.

Con su aspecto físico y su carisma, Jack era el típico seductor. Y, aunque debía admitir que sentía curiosidad por saber qué había sido de él, no pensaba llamarlo.

—Lo has dicho tú misma.

—Solo he dicho que me acuerdo de él, nada más.

—Si lo llamas te devolveré esa foto del Cubo de los Feos, que tanto odias —dijo Amy entonces.

Zoe miró a su amiga, perpleja. Unos años antes, después de quejarse porque tiraba más fotos de las que guardaba, a Amy se le ocurrió la idea de colocar las más feas en una especie de artefacto en forma de cubo. De ahí nació la idea del Cubo de los Feos.

El aparato, que contenía fotos horribles de las personas más allegadas a Amy, estaba colocado en el salón de su casa, donde todo el mundo podía verlo.

Y la foto más horrible era precisamente la suya.

—Lo siento, pero no. He quitado la maldita foto muchas veces, pero tú haces copias.

—Quiere decir que te dará el negativo —intervino Matt—. Aunque tú no estás tan mal. En la mía parezco Speedy González.

—¿No te molesta estar en el Cubo de los Feos?

—No.

—A mí tampoco —sonrió Amy.

—Porque tú estás mona —replicó Zoe—. Seguro que podrías haber encontrado una más fea, pero no te ha dado la gana ponerla.

—La fealdad está en el ojo de quien la contempla —replicó Amy—. Si no fuera por los rulos y la saliva que te cae por la comisura de los labios, tú también estarías medio mona en la tuya.

—Es difícil controlar la saliva cuando uno está dormido —le espetó Zoe.

Matt soltó una carcajada.

—A mí me parece una gran oportunidad para librarse de esa foto tan horrible.

—Esto es una extorsión. ¿Cómo puedes usar esa foto contra mí, Amy?

Su amiga puso cara de inocente.

—Cariño, no estoy usándola contra ti, sino a tu favor. Tú sabes tan bien como yo que apenas sales con nadie. ¿Y si es porque tu subconsciente compara a todos los hombres con Jack Carter?

—No salgo con nadie porque tengo muchas cosas que hacer —replicó Zoe.

No tenía intención de mantener una relación seria con un hombre hasta que tuviera el futuro asegurado. Y no tenía intención de salir con un seductor, como había hecho su madre toda la vida. Pero esa era otra conversación.

—¿Seguro?

—Seguro. Jack Carter no tiene nada que ver.

—Pruébalo.

—¿Cómo?

—Llamándolo.

—¿Y si está casado? ¿Y si vive en China?

—También puede que esté soltero y siga viviendo en Washington.

Zoe se mordió los labios. Ella sabía que Jack Carter estaba soltero y seguía viviendo en Washington.

Pero haber hecho ciertas averiguaciones en Internet por capricho no era lo mismo que llamar por teléfono a alguien a quien no se ha visto en cinco años. A alguien con quien, además, jamás mantuvo una relación. Y con quien no pensaba mantenerla.

Por otro lado, ¿qué podía perder? Amy tenía razón. Pensaba demasiado en Jack Carter. Quizá si volvía a verlo se olvidaría de él para siempre.

Y debía recordar el Cubo de los Feos. Tenía que quitar su foto de aquel maldito cubo como fuera.

—¿Tú qué piensas, Matt?

Su amigo dejó escapar un suspiro.

—Creo que Amy no te dejará en paz hasta que lo llames.

—¿Tengo tu palabra de que si lo llamo quitarás mi foto del cubo?

—Trato hecho —sonrió Amy.

Zoe vaciló un momento antes de estrechar su mano. Conociendo a Amy, su plan no se detendría en llamarlo. Seguramente querría que saliese a cenar con él.

Pero no iba a cenar con él. Su encuentro con Jack Carter sería puramente «accidental».

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Te digo, Jack Carter, que esto no es negociable —estaba gritando la pelirroja, cada vez más enfadada—. ¡O vienes a los Adirondacks este fin de semana para conocer a mis padres o se acabó!

«Oh, cielos», pensó Jack mirando alrededor. No había una sola bicicleta funcionando en el gimnasio, ni una sola pesa subiendo y bajando.

—Cálmate, Fiona. No podemos mantener esta conversación aquí, con todo el mundo mirando.

—¡Que lo oigan todos, me da igual! Yo no soy de las que se van a vivir con un hombre antes de que este conozca a sus padres.

¿Irse a vivir con él? Jack podría haber replicado que aún no la conocía lo suficiente como para recordar su número de teléfono. Solo habían salido tres veces… y ni siquiera habían consumado la relación.

Pero, por el brillo de sus ojos, tenía la impresión de que Fiona no iba a escucharlo.

—No recuerdo haber hablado de vivir juntos.

—Claro que lo hemos hablado. Te dije que, en mi familia, todo el mundo ha vivido con su pareja antes de casarse.

¿Casarse? Jack dio un paso atrás instintivamente.

—No sé de dónde has sacado la idea de que…

Fiona no lo dejó terminar.

—¿Vienes este fin de semana conmigo o no? —le espetó, con las manos en las caderas.

—No —contestó él.

—Debería haber creído lo que todo el mundo decía de ti —replicó Fiona, estirándose todo lo que era capaz. No mucho, por otra parte—. Yo necesito un hombre que no le tenga miedo al compromiso y tú eres un… tú eres un ¡cobarde!

Después de tamaña acusación se dirigió hacia la puerta, muy digna. Pero antes de salir se quitó una zapatilla y se la tiró a Jack con todas sus fuerzas. Afortunadamente, solo le dio en el hombro, pero rebotó en una bicicleta estática que, como por arte de magia, se puso a funcionar.

Jack tomó la zapatilla del suelo y se la dio, como una ofrenda de paz.

—Supongo que sabrás que acabas de matar a Billy y Sally —le dijo Fiona en voz baja.

—¿Quiénes son Billy y Sally?

—¡Los hijos que íbamos a tener! —contestó ella, saliendo del gimnasio como una exhalación.

Jack dejó escapar un suspiro.

—¿Problemas con las mujeres?

La manaza que acababa de posarse en su hombro no pegaba nada con la vocecilla aflautada, pero ambas pertenecían a Gritón Hogan.

Jack siempre se había preguntado por qué Hogan aceptaba aquel mote. Con casi dos metros de altura y doscientos kilos de peso, Gritón era una fuerza de la naturaleza.

—Nunca entenderé a las mujeres —suspiró Jack, vigilando a Fiona por si le lanzaba otra zapatilla—. ¿La has oído? ¿De dónde habrá sacado la idea de que quería casarme con ella?

Gritón soltó una carcajada, un sonido que habría asustado a más de un cliente del gimnasio.

—¿No te has oído hablar, amigo? Con ese acento tuyo del sur, todo lo que dices hace que las mujeres se hagan ilusiones.

Jack dejó escapar una risotada.

—Venga, hombre. Yo soy de fiar. Hasta podrías confiarme a tu hermana.

Gritón arrugó dos pobladas cejas bajo la frente calva.