Un instante de locura - Darlene Gardner - E-Book
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Un instante de locura E-Book

Darlene Gardner

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Beschreibung

Cole se había convertido en su regalo de Navidad Anna Wesley no aguantaba que alguien estuviera solo en Navidad, ni siquiera su nuevo ayudante, Cole Mansfield, el hombre que trataba de conseguir su puesto en la empresa. Sin embargo, lo invitó a cenar con su familia, lo cual fue un gran error. Anna jamás había presentado a ningún hombre a su familia, así que lo trataron como si fuera su novio. Pero lo peor fue que Cole se metió en el papel de lleno... y a ella no le importó nada. Una aventura con la jefa era algo impensable para Cole, sobre todo con el secreto que ocultaba. Pero, rodeada de su familia, Anna se convirtió en otra persona muy diferente a como era en el trabajo. Y era una mujer a la que Cole deseaba con todas sus fuerzas.

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2003 Darlene Hroback Gardner. Todos los derechos reservados.

UN INSTANTE DE LOCURA, Nº 1349 - agosto 2012

Título original: Cole for Christmas

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2004

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Harlequin Deseo son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0771-6

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo Uno

De no haber sido por Bobblehead Santa, Anna Wesley no estaría metida en aquel lío.

Estaba junto al escritorio, en el despacho de Marketing de Skillington Ski Shops, sujetando una muñeca de plástico y, por primera vez, no se sorprendió de cómo se le movía el cabello blanco.

Con la otra mano, jugueteaba con la borla del gorro de Papá Noel que su familia esperaba se pusiera para la cena de Nochebuena ese mismo día.

Nadie esperaba que llevara a Bobblehead Santa con ella.

Nadie se enteraría si llevara una botella de vino en lugar de la muñeca que haría que su abuelo se riera de verdad.

Pero no, no podía hacer las cosas de la manera más fácil. En lugar de ir directamente a casa de sus padres, había tenido que regresar al despacho a recoger la estúpida muñeca.

Eran casi las siete de la tarde. Todo el mundo debería haberse marchado para disfrutar de lo que para Anna era la noche más mágica del año: Nochebuena, una noche llena de expectativas y milagros que había que pasar rodeado de familiares y amigos.

Así estaría ella si no hubiera visto que había luz en el despacho de Cole Mansfield.

Quizá, el personal de la limpieza se la había dejado encendida, aunque nunca había sucedido antes.

La luz no significaba que su asistente de Marketing, quien se había mudado de Pennsylvania a San Diego hacía menos de un mes, estuviera trabajando a esas horas.

Cuando Anna se disponía a salir, oyó el ruido de una impresora. «Maldita sea», pensó.

–No será el fantasma de Navidad ¿verdad? –preguntó mirando a Bobblehead Santa–. No todo el mundo celebra estas fiestas. A lo mejor es judío. O budista. O pagano –pero entonces recordó que, por la mañana, su asistente llevaba una corbata roja con árboles de Navidad y que tocaba música cuando la apretaba–. Eso no significa nada, el árbol navideño era una tradición pagana –dijo en voz alta–. De acuerdo, iré a mirar –y se dirigió al despacho.

Se detuvo junto a la puerta, respiró hondo, llamó tres veces y la abrió.

Cole estaba en su escritorio, con la corbata aflojada y la camisa arremangada. Se sobresaltó al verla y se deshizo de lo que estaba mirando en la pantalla del ordenador.

Cuando se volvió para mirar a Anna, tenía cara de inocente y ella supuso que no quería que viera a qué estaba dedicando su tiempo.

–Hola, jefa –dijo con una sonrisa–. Creía que ya no quedaba nadie en la oficina –su cabello oscuro estaba despeinado, como todos los días a esas horas de la tarde, y las gafas que llevaba no ocultaban el atractivo de sus ojos azules. Era alto y corpulento.

Anna escondió la muñeca detrás de su espalda y trató de mostrar profesionalidad.

–Técnicamente, no sigo aquí. Me marché al mediodía como todos los demás. Lo mismo que te dije que hicieras –dijo ella.

Cole se encogió de hombros.

–¿Qué puedo decirte? Soy rebelde.

Ella asintió y trató de no sentirse amenazada por el hecho de que él estuviera trabajando hasta tarde.

Otro supervisor quizá no hubiera contratado a Cole, sobre todo porque parecía demasiado cualificado como para desempeñar el papel de asistente.

Pero el negocio de Skillington Ski estaba estancado, y Anna no podía permitirse dejar pasar al candidato que la ayudaría a conseguir que los entusiastas de los deportes de invierno de Pennsylvania compraran en la pequeña cadena de tiendas de la que era directora de Marketing.

Además, tenía que admitir que admiraba la manera en que había dicho lo que pensaba. Había conocido a muchos mentirosos en la vida y admiraba a la gente que era sincera acerca de quiénes eran y qué querían.

Anna quería mantener su empleo. No sólo era buena en ello, sino que le gustaba casi tanto como la Navidad.

No tenía intención de permitirle a Cole Mansfield que se quedara con él.

–No estarás trabajando a estas horas ¿verdad? –preguntó él.

–En Nochebuena no –dijo ella, confiando en que se enterara de que ese día había hecho una excepción. Trabajaría las horas que fueran necesarias para mantener el empleo–. Me olvidé unos informes que quería revisar durante las fiestas.

–¿Te has acordado de atar el reno a un poste antes de entrar?

–¿Perdón? –dijo ella.

Él puso una amplia sonrisa y le señaló la cabeza.

«Oh, no», pensó ella, y con un movimiento se quitó el gorro de Papá Noel y lo agarró con la mano que escondía la muñeca. Sin querer, presionó el botón que la muñeca tenía en la espalda.

–Llévame en trineo –dijo la muñeca.

–¿Has dicho algo? –preguntó Cole arqueando una ceja.

–Por supuesto que no –dijo ella–. No he oído nada.

–He oído algo –dijo él, e inclinó la cabeza hacia un lado como para mirar detrás de Anna–. Creo que ha sonado detrás de tu espalda.

–Tonterías –apretó la muñeca con fuerza para asegurarse de que no se le caería.

–Ho, ho, ho –gritó la muñeca.

Cole sonrió.

–Sabía que lo había oído –dijo Cole con una sonrisa.

Resignada, Anna le mostró la muñeca.

–Pensé que a mi abuelo le haría mucha gracia, ¿de acuerdo? –dijo ella, y se sorprendió de estar dando explicaciones. La jefa era ella.

–Muy mona –dijo él, pero estaba mirando a Anna en lugar de a la muñeca.

«¿Qué está pasando?», se preguntó ella, al sentir que se ponía colorada y tenía un nudo en el estómago. Era como si estuviera en otra realidad donde Cole coqueteaba con ella y ella reaccionaba ante él. Como una mujer reacciona ante un hombre sexy.

Pero no podía ser. Siempre se habían comportado de manera correcta el uno con el otro. Él quería el trabajo que ella adoraba. Anna no se sentía atraída por él. Y no se permitiría estarlo.

–¿En qué estás trabajando? –preguntó ella–. Hemos trabajado tanto antes de Navidad que pensé que habías entendido que no hacía falta que regresaras hasta el dos de enero.

–Tengo algunas ideas para un folleto nuevo. Pensé que era mejor desarrollarlas antes de que se me olvidaran.

Sacó un papel de la impresora. Al agacharse, los músculos de su espalda se marcaron a través de su camisa.

–Esto puede esperar hasta después de las vacaciones. No puedo dar mi aprobación a nada hasta entonces.

–Lo sé, pero es más fácil concentrarse cuando la oficina está vacía. Hasta que entraste, no había ninguna distracción –le dijo mirándola fijamente.

Otra vez estaba coqueteando con ella. No podía ser cierto. Tenía que haberse imaginado el tono meloso de su voz. El hecho de estar a solas con él en Nochebuena debía de haberle afectado el cerebro.

«Márchate», se dijo a sí misma.

Pero no podía moverse. No antes de averiguar lo que había ido a descubrir. Sabía que no debía preguntar, pero las palabras manaron de su boca antes de que pudiera contenerlas.

–¿No tienes planes para esta noche?

–No –dijo él.

¿Qué quería decir con eso? Todo el mundo tenía planes para las Navidades, incluso las personas que no las celebraban. Reunirse con la familia y los amigos era lo propio.

Pero Cole Mansfield era de California y hacía un mes que había aceptado el trabajo en Skillington. Un mes durante el que todo el personal de marketing había trabajado hasta tarde todos los días, para realizar la campaña de ventas navideñas. Cole no había tenido tiempo de hacer amigos.

–Sin duda, debes de tener familia –dijo ella, mirándolo fijamente.

–Estoy soltero –dijo él.

–Me refería a tu familia inmediata –explicó Anna–. Ya sabes, hermanos, hermanas...

–No tengo –la interrumpió.

–Y padres. Seguro que tienes padres.

Él soltó una carcajada.

–Tengo padres. Dos parejas de padres.

–¿Y ninguna de ellas te ha invitado a cenar?

–No.

Anna trató de disimular su asombro.

–Pero con dos padres y dos madres... Al menos alguno de ellos querrá tenerte cerca en Navidad.

–Lo habrían querido, pero están de vacaciones.

–¿Juntos?

–Separados –se rió–. No somos tan modernos.

–Por casualidad, no pensarías pasar esta noche... –le tembló la voz y se aclaró la garganta. «No lo digas», pensó–. ¿Solo?

–Solo no. Voy a quedarme con Jimmy Stewart.

Anna se sintió aliviada y agradeció en silencio que existiera su amigo Jimmy.

–Me sorprendería si esta noche no pusieran It’s a Wonderful Life. Aunque me gustaría más ver a Jimmy en Rear Window o en Vértigo.

Anna estuvo a punto de gritar. Cole se refería a Jimmy Stewart, el actor. Puso cara de horror.

–¿Qué pasa? ¿No te gusta Hitchcock?

–Me encanta, pero no pasaría la Nochebuena viendo sus películas –admitió ella.

–Entonces, ¿qué vas a hacer esta noche? «Márchate», se ordenó ella, «márchate ahora que puedes».

–Voy a cenar en casa de mis padres –contestó. Tragó saliva e hizo la pregunta que sabía sería inevitable desde el momento en que vio luz en el despacho de Cole–. ¿Quieres venir?

Cole siguió al coche que Anna conducía entre las calles de Shadyside, un lugar tan diferente al sur de California que parecía irreal.

Pero Cole no había tenido nada rutinario desde que siete meses antes descubrió, sin querer, que el hombre que lo había criado no era su padre biológico.

El hombre que lo había concebido había permanecido en la oscuridad hasta que Cole lo llamó por teléfono. Después del shock inicial al descubrir que Cole era su hijo, enseguida congeniaron.

En menos de tres meses, Cole tenía un nuevo hombre en su vida al que llamaba papá, y en un periodo de seis meses se había trasladado a la zona de Pittsburgh para completar los huecos que siempre habían estado vacíos en su vida.

Aquella noche seguía teniendo sensación de irrealidad, sobre todo al pensar dónde iba a pasar la Nochebuena.

Había pensado ir a pasar las Navidades a California cuando sus padres le comunicaron que iban a realizar un crucero. Después, planeó pasar la Nochebuena con su padre biológico, pero resultó que la mujer de su padre había decidido pasar las vacaciones en Hawaii. Ambos le habían ofrecido que los acompañara, pero Cole había rechazado el regalo. Por mucho que deseara conocer bien a su padre, no quería apuntarse a ninguna celebración ajena, hasta que Anna Wesley entró en su despacho con el gorro de Papá Noel.

Tenía un aspecto tan animado con las mejillas coloradas por el frío y la muñeca en la mano que, de pronto, la idea de regresar a un apartamento vacío le pareció poco atractiva.

Sin embargo, ella le había parecido algo más que atractiva.

Desde luego, no esperaba pasar la Nochebuena con ningún empleado de Skillington Ski, y cenar con Anna esa noche no era tener una aventura con ella. No significaba que Anna fuera a descubrir el motivo verdadero por el que había aceptado el trabajo en Skillington.

Al cabo de un rato llegaron a un vecindario de casas victorianas con velas encendidas en las ventanas. Cole aparcó el coche detrás del de Anna, frente a una de las casas con jardín.

Se reunió con Anna en la acera y le pareció que se había quedado de piedra. Además de la muñeca, llevaba una bolsa de viaje verde.

Era una mujer alta, con curvas en las caderas y piernas esbeltas. Tenía los ojos grandes y marrones, la cara ovalada y el pelo castaño y rizado que le llegaba a la altura de los hombros.

–¿Ocurre algo? –le preguntó tirándole de la manga del abrigo.

Cuando ella se separó de él y asintió, a él se le formó un nudo en el estómago. ¿Habría adivinado su secreto? ¿Habría hecho algo que lo delatara?

–Mientras conducía hacia aquí, se me ocurrió que eres un hombre.

Cole se sintió aliviado. Anna no sabía nada.

–La última vez que lo comprobé, así era. Soy un hombre –dijo moviendo las cejas–. ¿Quieres una prueba de ello?

–Por supuesto que no –dijo ella–. No lo comprendes. No suelo traer hombres a casa, con mi familia.

–¿Nunca? –preguntó él, asombrado de que la idea le gustara.

Se había sentido atraído por ella durante la entrevista de trabajo. Había pensado que su manera de reaccionar ante ella podría ser un problema, pero al ver que durante el mes siguiente Anna lo trataba con profesionalidad, se relajó.

Sin embargo, volvió a sentirse atraído por ella en el momento en que, aquella noche, vio el brillo de sus ojos marrones.

–Nunca –confirmó ella–. Pero sobre todo, no en celebraciones como ésta. No quiero que saquen conclusiones.

–Ah. No quieres que tu familia crea que soy tu novio.

–Exacto. Mira, lo comprendería si te marchases ahora mismo. A menos que estén mirando por la ventana, nadie te ha visto.

Anna quería que él se marchara, y habría sido una sabia elección teniendo en cuenta lo que él ocultaba y cómo estaba reaccionando ante ella.

–Puedo ocuparme de tu familia –dijo él, y se cruzó de brazos.

–No conoces a mi familia –contestó ella.

–Entonces, preséntamela.

–De acuerdo –dijo ella, y se dirigió hacia la casa–. Pero no digas que no te avisé.

Cole la siguió, asombrado de que ella no quisiera que su familia pensara que eran pareja.

Hasta el momento en que Anna lo invitó a cenar, había tratado de pensar en ella como su jefa y nada más.

Sin embargo, su percepción hacia ella estaba cambiando.

Frunció el ceño, consciente de que no podía permitirse acercarse demasiado a ella. Si lo hacía, quizá se le escapara que hacía poco que había descubierto quién era su padre biológico.

Entonces, Anna también cambiaría su opinión acerca de él, y dudaba de que fuera un cambio hacia mejor.

No cuando ese hombre era Arthur Skillington, el dueño y jefe ejecutivo de la media docena de tiendas que formaban Skillington Ski.

En el momento en que entró por la puerta de la casa de sus padres, Anna movió el brazo para intentar que Cole la soltara, pero no lo consiguió.

–Suéltame –susurró, pero no lo suficientemente fuerte como para que la oyera entre el barullo.

–¿Qué has dicho?

Cole se inclinó hacia delante y sus rostros quedaron tan cerca que Anna pudo sentir su cálida respiración.

La casa de sus padres olía a pino y a bizcocho, pero el aroma de Cole era más fuerte.

–He dicho... –comenzó a decir y se calló al ver que él no se movía. Sintió cómo se le aceleraba el corazón.

Cole sonrió con brillo en la mirada.

–Anna, ¿quién ha venido contigo? –era la voz de su madre.

Anna se separó de Cole y notó cómo la llama de la culpabilidad teñía de rojo sus mejillas. Y eso que no tenía de qué sentirse culpable.

En el salón estaba toda su familia reunida. Sus padres, sus tíos, su hermana, su cuñado y sus abuelos. Todos se habían quedado en silencio.

–Éste es Cole Mansfield, mamá. Trabajamos juntos –dijo Anna, y se percató de que todavía no le había soltado el brazo–. Cole, ésta es mi madre, Rosemary Wesley.

La madre se puso en pie y se acercó a ellos.

A pesar de que se había casado con un obstetra y vivían en la parte más elegante de la ciudad, no se daba aires de grandeza. Era una mujer que provenía de una familia polaca de clase trabajadora, que se había casado con un hombre adinerado pero que no había olvidado sus raíces.

–Vaya, vaya, así que tú eres el chico guapo –dijo mientras miraba a Cole de arriba abajo.

–Gracias –dijo Cole, sonriendo como si el recibimiento fuera normal.

–Debería ser yo quien te diera las gracias –dijo la madre, y le agarró ambas manos–. No sabes cuánto tiempo llevamos esperando este momento.

–¿El qué? –preguntó Anna.

–Ya sabes el qué –sonrió su madre–. Tenía esperanzas de que finalmente cedieras y salieras con Brad Perriman, pero esto está igual de bien. O quizá mejor.

–¿Qué es lo que está igual de bien? –preguntó Anna.

–Él –dijo la madre, y señaló a Cole–. Pero Anna, deberías habernos dicho que salías con alguien del trabajo.

–Oh, no. No estamos saliendo. Soy la jefa de Cole –le dio un codazo–. Diles que trabajas para mí, Cole.

–Es cierto –dijo él–. Anna es mi jefa.

–Bueno, bueno, bueno. Quién iba a decir que Anna tendría un romance de oficina –dijo su tía Miranda, hermana de su padre, mientras se acercaba hacia ellos–. Estamos encantados de conocer a su novio por fin.

–¿Anna tiene novio? –preguntó la abuela Ziemanski, colocándose entre las dos mujeres para mirar a Cole–. Es bastante grande, pero atractivo. Bien hecho, Anna.

–No es mi novio, abuela –negó Anna.

–Si no fuera tu novio, no lo habrías traído a casa para presentárnoslo –dijo la abuela, y se volvió para anunciárselo a todos–. Eh, venid a conocer al novio de Anna.

El resto de la familia se acercó uno por uno. El abuelo, el tío y el cuñado estrecharon la mano de Cole. La hermana Julie le dio un abrazo y el padre una palmadita en la espalda.

Si Cole hubiera sido su novio, Anna habría tolerado la bienvenida. Pero Cole no era su novio. Era un empleado que tenía las miras puestas en su puesto de trabajo.

–Perdonadme, ¿es que nadie está prestando atención? Cole y yo no estamos saliendo.

Su padre le guiñó un ojo a Cole.

–Eso es lo que dijo sobre Larry Lipinski y salió con él seis meses.

–¿Quién es Larry Lipinski? –preguntó Cole.

Alguien empujó a Anna para que chocara contra Cole. Él la rodeó por los hombros e hizo que se sonrojara.

–Nadie de quien debas preocuparte, teniendo en cuenta que has conseguido atrapar a mi hija –le guiñó el ojo una vez más–. Nunca lo trajo a casa para presentárnoslo.

–Pero... –comenzó a decir Anna.

–Dadme los abrigos –dijo la madre, y ayudó a su hija a quitarse el abrigo.

Cole se quitó el suyo y dejó a la vista su corbata. La apretó y comenzó a sonar la música de O, Christmas Tree.

El abuelo Ziemanski, comenzó a reírse a carcajadas.

–Me gusta, Anna –dijo el abuelo.

–Pero no es...

El abuelo no la dejó terminar.

–¿Qué tienes en la mano? –le quitó la muñeca y presionó el botón de su espalda.

–Hee, hee, hee, –dijo la muñeca, moviendo la cabeza. El abuelo apretó de nuevo el botón y la muñeca dijo–. Esperabas que dijera, ho, ho, ho.

El abuelo se rió de nuevo y Anna no pudo evitar contagiarse. Miró a Cole para compartir el momento. Él también se reía animado y sus ojos azules brillaban detrás de las gafas que llevaba.

–Tienes una familia estupenda, Anna –le dijo, abrazándola con un solo brazo. Teniendo en cuenta que era Nochebuena, parecía un gesto de lo más natural.

Hasta que la madre de Anna llamó desde la entrada del comedor.

–Ven a ayudarnos a servir la comida, Anna. Ya tendrás tiempo de abrazarte con tu novio después.

–No nos estamos abrazando –dijo ella, y se separó de Cole–. Diles que no nos estábamos abrazando –le ordenó.

–Creo que eso era un abrazo –dijo él.

–Sí –dijo el abuelo–. Eso era un abrazo.