Todo lo que deseo - Honradas intenciones - Catherine Mann - E-Book

Todo lo que deseo - Honradas intenciones E-Book

Catherine Mann

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Beschreibung

Todo lo que deseo Sus fantasías se iban a hacer realidad  El empresario Seth Jansen necesitaba una niñera temporal y Alexa Randall parecía apropiada para el puesto. Ella aceptó pasar una temporada en una exuberante isla de Florida con aquel hombre cuya pasión le hacía cuestionarse las decisiones que había tomado. Los bebés le hacían pensar a Alexa en la familia que siempre había querido y las noches con Seth eran incomparables. El millonario podía ser el hombre de sus sueños… si no estuviera fuera de su alcance. Honradas intenciones Cuenta conmigo El comandante Hank Renshaw lo sabía casi todo sobre Gabrielle Ballard. Casi todo salvo cómo sería acariciarla porque era la prometida de su mejor amigo. O lo había sido hasta que Kevin murió en el campo de batalla, después de hacerle prometer que buscaría a Gabrielle. De modo que estaba en Nueva Orleans, en el apartamento de Gabrielle, viéndola darle el pecho a su bebé. No era el honor ni el sentido del deber lo que hacía que quisiera quedarse, sino el deseo que sentía por ella, así de sencillo; el deseo de tomar a la mujer a la que siempre había amado y, por fin, hacerla suya.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 548 - septiembre 2024

 

© 2011 Catherine Mann

Todo lo que deseo

Título original: Billionaire’s Jet Set Babies

 

© 2012 Catherine Mann

Honradas intenciones

Título original: Honorable Intentions

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1074-092-1

Índice

 

Créditos

Todo lo que deseo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Honradas intenciones

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

DESDE que creara su propia empresa de limpieza de aviones privados, Alexa Randall había encontrado un sinfín de objetos que la gente se dejaba olvidados, y había de todo. La mayoría de las veces eran cosas como por ejemplo un smartphone, una tablet, una carpeta, un reloj… Siempre se aseguraba de hacérselos llegar a su dueño. Pero también había encontrado cosas más comprometidas, como unas braguitas, unos boxers, y hasta algún juguete erótico. Todas esas cosas las recogía con unos guantes de látex y las tiraba a la basura.

Sin embargo, el hallazgo de ese día marcaría un hito en la historia de A-1 Servicios de Limpieza de Aviones Privados. Nunca antes alguien se había dejado un bebé a bordo. Bueno, dos en aquel caso.

Al verlos, se le cayó al suelo el cubo en el que llevaba los productos de limpieza, y aquel golpe seco sobresaltó a los pequeños, que dormían hasta ese momento. Sí, dos niños gemelos, con el pelito rubio y rizado y mofletes de querubín. Los niños debían tener más o menos un año y a juzgar por la ropita azul y rosa que llevaban respectivamente debían ser niño y niña.

Estaban sentados en sendas sillitas de bebé sobre un sofá de cuero a un lado del avión, el avión privado de Seth Jansen, el dueño de Aviones Privados Jansen. El mismo que se había hecho millonario al inventar un mecanismo de seguridad con el que prevenir atentados terroristas en los despegues y los aterrizajes.

Si conseguía añadirlo a su cartera de clientes su pequeña empresa de limpieza despegaría, pero para eso tenía que lograr impresionarlo con su trabajo.

Los niños parpadearon y se movieron un poco, pero al cabo de unos segundos volvieron a quedarse dormidos. Alexa se fijó en un papel que había enganchado en el bajo del vestidito de la niña con un imperdible. Se inclinó hacia delante y entornó los ojos para leerlo.

 

Seth, siempre has dicho que querías pasar más tiempo con los gemelos, y ahora tienes la oportunidad de hacerlo. Perdona que no haya podido avisarte con tiempo, pero es que un amigo me ha sorprendido invitándome a una estancia de dos semanas en un spa. Disfruta ejerciendo de papá con Olivia y Owen.

Besos y abrazos, Pippa.

 

¿Pippa? Alexa se irguió espantada. ¿Pippa Jansen, la ex de Seth Jansen? Aquello era surrealista. Alexa se metió las manos en los bolsillos del pantalón, unos chinos de color azul oscuro que eran, junto con el polo azul, que llevaba el logo de la compañía, el uniforme de A-1.

¿Qué mujer firmaría una nota con «besos y abrazos» a un hombre del que se había divorciado y que, por lo que daba a entender, no se preocupaba en absoluto de sus hijos? Anonadada, Alexa se dejó caer en un sillón frente a los pequeños pasajeros. ¡No podía creerse que hubiese podido ser tan insensible como para dejar a sus hijos en el avión privado de su exmarido sin haberle dicho nada!

Los ricos jugaban según sus reglas, una triste realidad que ella conocía demasiado bien porque se había criado en ese mundo. La gente le había dicho muchas veces lo afortunada que había sido su infancia. ¿Afortunada de haber tenido una niñera con la que había pasado más tiempo que con sus padres? Lo mejor que le había pasado en la vida era que su padre hubiese llevado a la ruina la empresa familiar. Lo único que le había quedado a Alexa había sido un fondo fiduciario de su abuela con 2000 dólares, que había invertido en hacerse socia de una empresa de limpieza que estaba a punto de irse a pique por la dueña, Bethany, una mujer ya mayor que no podía seguir cargando con todo el trabajo ella sola. Alexa había recurrido a sus contactos y había conseguido revitalizar el negocio.

Su ex, Travis, se había mostrado horrorizado al conocer su nueva ocupación, y se había ofrecido a ayudarla pasándole una pensión para que no tuviera que trabajar, pero Alexa había declinado sin dudar su ofrecimiento. Prefería fregar suelos y limpiar inodoros a depender de él.

Cuando otra empresa la había llamado para subcontratar la suya para encargarse de la limpieza de uno de los aviones privados de Jansen apenas había podido creer que hubiese tenido tan buena suerte. Pero ahora que se había encontrado con «aquello», tenía un serio problema. No podía ignorar a esos dos bebés y seguir limpiando.

Tendría que llamar a seguridad, y a la ex de Jansen podían meterle un buen puro, y posiblemente también a Jansen. Y ella perdería la oportunidad que llevaba tanto tiempo esperando. Tenía que localizar al padre de los gemelos cuanto antes.

Tomó el móvil y buscó el número de Aviones Privados Jansen. Lo tenía porque llevaba casi un mes intentando conseguir una entrevista con Jansen, pero solo había logrado que su secretaria accediera a pasarle el folleto de A-1 con su propuesta.

Miró a los pequeños, que seguían durmiendo plácidamente. En fin, tal vez surgiera algo bueno de aquello si conseguía hablar con Jansen, solo que no sería como había planeado, y dudaba que estuviese muy receptivo cuando supiese el motivo de su llamada.

–Aviones Privados Jansen; espere un momento por favor –le contestó una voz femenina, y la dejó en espera con una música de fondo.

Un ruidito llamó su atención, y al alzar la vista vio que Olivia, la niña, estaba removiéndose en su sillita, dando patadas, acababa de tirar al suelo su mantita y poco después le siguió un zapato. Justo en ese momento la pequeña escupió el chupete y empezó a lloriquear, despertando a su hermano, que parpadeó y contrajo el rostro. A los pocos segundos se le había contagiado el llanto de su hermana.

Sin apartar el móvil de su oído, Alexa intentó tranquilizarlos.

–Eh, pequeñines, no lloréis –les dijo–. Supongo que tú debes de ser Olivia –le dijo a la niña, haciéndole cosquillas en el pie descalzo. Esta dejó de lloriquear y se quedó mirándola. Su hermano se calló también, para alivio de Alexa–. Y tú eres Owen, ¿a que sí? –le dijo al niño, acariciándole la tripita–. Ya sé que no me conocéis, pero hasta que aparezca vuestro padre tendréis que confiar en mí.

Recogió del suelo la mantita, la dobló y la dejó sobre el sofá antes de peinar con la mano los rizos de Owen, que estaba empezando a inquietarse de nuevo, mientras volvía a escuchar por cuarta vez la misma melodía en el teléfono.

¿Y si los niños se ponían a llorar otra vez o les entraba hambre? Abrió la cremallera de la bolsa de tela y se puso a inspeccionar su contenido. Leche en polvo, potitos, pañales… Con suerte quizá la tal Pippa hubiese dejado alguna dirección de contacto en caso de que el padre no se presentara.

El ruido metálico de pisadas en la escalerilla del avión la hizo incorporarse y volverse justo en el momento en que un hombre aparecía en el umbral de la puerta. Era alto y ancho de espaldas, pero como estaba a contraluz no podía verle la cara. De manera instintiva, Alexa se colocó delante de los niños en actitud de protección y luego cerró el teléfono.

–¿Puedo ayudarlo en algo?

El hombre se adentró un poco más, hasta que las luces del techo iluminaron su rostro. Alexa lo reconoció de inmediato, porque había estado buscando información sobre su compañía en Internet y había visto algunas fotos: Seth Jansen, fundador y presidente de Aviones Privados Jansen.

Las piernas le flaquearon de alivio; ya no tendría que preocuparse por qué hacer con los niños. Aunque quizá no fuera solo de alivio. El tipo era aún más guapo en persona. Debía medir un metro noventa y el traje gris que llevaba, y que tenía toda la pinta de ser caro y hecho a medida, resaltaba su cuerpo musculoso. De pronto, a Alexa le pareció como si el espacioso interior del avión hubiese encogido.

Su cabello rubio oscuro tenía algunas mechas más claras, por efecto del sol, como atestiguaba también su piel morena. Además, olía a aire fresco no a aftershave, a colonia y a puro, como su padre y su ex, se dijo arrugando la nariz al recordar esos olores.

Incluso sus ojos evocaban la naturaleza. Eran del mismo verde que las aguas del Caribe que bañaban la costa de la isla de San Martín, al este de Puerto Rico, donde había estado una vez. Ese verde brillante que hacía que uno quisiese zambullirse de cabeza para explorar sus profundidades. Se estremeció de imaginarse nadando por esas aguas cristalinas y se reprendió por estar pensando esas cosas tan poco apropiadas y mirando boquiabierta a aquel hombre como si fuese una divorciada hambrienta de sexo. Que era lo que era en realidad.

–Ah, señor Jansen. Buenas tardes –lo saludó–. Soy Alexa Randall, de A-1 Servicios de Limpieza de Aviones Privados.

Él se quitó la chaqueta y, al fijarse en que llevaba el cuello de la camisa desabrochado y la corbata aflojada, a Alexa le hizo pensar en un nadador olímpico confinado en un traje de ejecutivo.

–Ya veo –dijo él. Miró su reloj–. Sé que llego pronto, pero es que tengo que salir lo antes posible, así que si pudiera darse un poco de prisa, se lo agradecería.

Y pasó por delante de ella y de los niños, sus niños, sin mirarlos siquiera. Alexa se aclaró la garganta.

–¿Sabía que va a tener compañía en el viaje?

–Se equivoca usted –respondió él, guardando su maletín en un compartimento sobre el asiento en el que había dejado su chaqueta–. Hoy viajo solo.

–Pues me temo que ha habido un cambio de planes.

Seth giró la cabeza para mirar a Alexa Randall. Sí, sabía quién era aquella guapa rubia, pero no tenía tiempo y no estaba interesado.

–¿Le importaría decirme de qué habla?

Tenía menos de veinte minutos para ponerse en camino desde Charleston, Carolina del Sur, a San Agustín, en Florida. Tenía una reunión de negocios para la que llevaba seis meses preparándose, una cena con los Medina, una familia real que vivía en el exilio en los Estados Unidos. Un buen negocio si la cosa salía bien; una oportunidad única, de las que solo se dan una vez en la vida.

Le daría la libertad necesaria para volcarse más en la filial filantrópica de su compañía. Libertad… una palabra que había adquirido para él un significado muy distinto en comparación con los días en los que había pilotado un avión fumigador en Dakota del Norte.

–Le estoy hablando de… esto.

Alexa le tendió un papel y se hizo a un lado, dejando al descubierto a… ¡sus hijos! Tomó el papel y lo leyó. ¿Qué? ¿En qué diablos estaba pensando Pippa dejándole a los gemelos así? ¿Cuánto tiempo llevaban allí? ¿Y por qué diablos no lo había llamado en vez de dejarle una nota, por amor de Dios?

Sacó el móvil del bolsillo de su chaqueta y la llamó, pero de inmediato le saltó el buzón de voz. Sin duda estaba evitándolo. Justo en ese momento le llegó un mensaje. Lo abrió, y todo lo que decía era:

 

Kería asegurarme d k lo supieses. Te dejo a los gmlos en el avión. Perdona x no decírtelo antes. Bsos.

 

–¿Qué diablos…? –Seth se contuvo antes de soltar una palabrota delante de los niños, que estaban empezando a aprender a decir sus primeras palabras. Guardó el teléfono y se volvió hacia Alexa–. Perdone que mi ex le haya obligado a hacer de niñera. Naturalmente le pagaré un extra. ¿No se fijaría usted en qué dirección se fue? –le preguntó.

–Su exmujer no estaba aquí cuando llegué. He intentado llamarlo a su oficina –respondió Alexa levantando su móvil–, pero su secretaria no me dejó decir una palabra y me puso en espera hasta que ha aparecido usted. Si llega a tardar un poco más habría tenido que llamar a seguridad y habría venido alguien de los servicios sociales y…

A Seth se le estaba revolviendo el estómago de solo pensarlo y alzó una mano para interrumpirla.

–Gracias, es suficiente; ya me hago una idea de lo que habría pasado.

A Seth le hervía la sangre. Pippa había dejado solos a los niños dentro de un avión en su aeropuerto privado. ¿Y cómo la había dejado subir allí el personal de seguridad? Probablemente porque era su ex. Allí iban a rodar cabezas. Estrujó la nota de Pippa y la arrojó. Luego se relajó para no asustar a los pequeños, y desabrochó el cinturón de la sillita de Olivia.

–Eh, ¿qué pasa, princesa? –dijo levantándola muy alto para hacerla reír.

La niña dio un gritito, entusiasmada, y cuando sonrió Seth vio que le había salido un diente. Olía a melocotón y a champú de bebé, y no había tiempo suficiente para darse cuenta de todos los cambios que parecían sucederse día a día en sus hijos.

Quería a sus hijos más que a nada en el mundo, desde el instante en que los había visto moviéndose en una ecografía. Había sido una suerte que Pippa le hubiese dejado estar presente el día en que habían nacido, teniendo en cuenta que ya entonces había empezado el procedimiento de divorcio. Detestaba no poder estar cada día con ellos, perderse los momentos importantes, por pequeños que fueran.

Alargó la mano y le revolvió el cabello a Owen.

–Eh, chavalín, os he echado de menos.

Lo tomó en brazos también y se dijo que tenía que mantener la cabeza fría. Enfurecerse no le serviría de nada. Tenía que averiguar qué iba a hacer con sus hijos. No podía llevárselos con él.

En la época en la que se había mudado a Carolina del Sur había sido un idiota de remate que se había dejado deslumbrar por el lujo. Así fue como había acabado casado con su ex. Se había criado con unos valores sencillos, en un entorno rural, pero había perdido aquellos valores cuando había ido en busca de playas y fortuna.

Ahora vestía aquellos trajes de chaqueta y corbata en los que se sentía prisionero, y ansiaba los momentos de soledad que le proporcionaban esos vuelos de un lugar a otro. Sin embargo, había aprendido que, si quería hacer negocios con cierta gente, tenía que vestirse de acuerdo con el papel que tenía que representar y aguantar las pesadas reuniones de negocios. Y aquel posible acuerdo con la familia Medina era muy importante para él. Miró su reloj y dio un respingo. Debería haber salido ya.

–¿Le importaría sujetar un momento a mi hijo mientras hago unas llamadas? –le pidió a Alexa.

–No, por supuesto que no.

Alexa extendió los brazos, y cuando Seth le pasó al pequeño le rozó sin querer un seno con la mano. Era un seno blando y tentador. Aquel simple y breve roce accidental lo excitó de un modo inesperado.

Alexa gimió como si le hubiese dado una descarga eléctrica. Lo mismo que le había pasado a él.

Olivia apoyó la cabecita en su hombro con un bostezo, devolviéndolo a la realidad. Era un padre con responsabilidades. Pero también era un hombre. ¿Cómo podía ser que no se hubiese fijado en el atractivo de aquella mujer al subir al avión? ¿Tanto lo había cambiado el ser rico que estaba empezando a ignorar a quienes estaban por debajo de él? Aquel pensamiento lo incomodó, pero también hizo que mirara a Alexa con más detenimiento.

Llevaba el cabello, de un rubio claro, recogido con un sencillo pasador plateado, y vestía unos pantalones de color azul oscuro y un polo azul claro que hacía juego con sus ojos. No le quedaba ajustado, pero tampoco disimulaba sus curvas.

En otras circunstancias le habría pedido su teléfono, la habría invitado a cenar en uno de los ferris que recorrían el río, y la habría besado bajo el cielo estrellado hasta dejarla sin aliento. Pero ya no tenía tiempo para citas románticas; el trabajo lo mantenía muy ocupado y estaban también sus hijos.

Sus ojos se posaron en el logotipo que llevaba impreso el polo de Alexa, el mismo que llevaba el papel de la carta de presentación que le había enviado con el folleto informativo de su pequeña empresa, A-1 Servicios de Limpieza de Aviones Privados.

–Sí, le envié una carta ofreciéndole nuestros servicios –le dijo ella enarcando una ceja cuando él levantó la cabeza–. Supongo que ese será el motivo por el que estaba mirando mi polo, ¿no?

–Evidentemente; ¿por qué iba a mirarlo sino? –respondió él con aspereza–. Debería haber recibido una respuesta de mi secretaria.

–La he recibido, y cuando no tenga tanta prisa le agradecería que me concediese una entrevista, porque si no es molestia querría que me explicase los motivos por los que ha rechazado mi propuesta.

–Le ahorraré tiempo y me lo ahorraré a mí también: no me interesa correr riesgos con una compañía tan pequeña como la suya –le dijo él.

Alexa lo miró con los ojos entornados.

–No leyó mi propuesta hasta el final, ¿verdad?

–La leí hasta que mi intuición me dijo que dejara de leer.

–¿Y se dejó llevar por su intuición?

–Así es –respondió él, con la esperanza de que su respuesta pusiera fin a aquella incómoda situación. De pronto, lo asaltó una sospecha–. ¿Y cómo es que está usted limpiando en vez de alguien de la compañía con la que tengo contratado el servicio de limpieza?

–Nos han subcontratado porque no daban abasto, y obviamente no iba a rechazar una oportunidad para impresionarlo –le dijo.

Parecía que no se había achantado a pesar de que hubiera rechazado su propuesta, pensó él. Guapa y arrogante; una combinación peligrosa.

–Ya, bueno, si no le importa tengo que hacer esas llamadas –respondió sacando de nuevo el móvil.

–Entonces no lo molestaré –dijo Alexa. Metió la mano en la bolsa de tela con las cosas de los bebés y sacó dos tortas de arroz. Le dio una a Owen y otra a Olivia–. Así estarán callados mientras habla.

Owen se puso a mordisquear su torta mientras los dedos de su otra mano se enredaban y tiraban del pelo de Alexa, que curiosamente ni se quejó.

Seth marcó el número de su ex… y volvió a saltarle el buzón de voz. Luego se puso a llamar a varios familiares, pero cinco llamadas después no había conseguido que alguien accediera a ayudarlo.

Claro que las excusas eran convincentes: su prima Paige tenía a sus dos hijas con amigdalitis; su primo Vic le había dicho que su esposa acababa de dar a luz a su tercer hijo… ¡Pero él tendría que haber salido hacía ya cinco minutos!

Mientras le daba vueltas a todo vio a Alexa colocarse a Owen en la cadera como si fuera algo cotidiano. Era evidente que se le daban bien los niños. De pronto se le ocurrió una idea. Quizá fuera absurda, pero no tenía demasiadas opciones.

Aunque le había dado a entender a Alexa que se había leído su propuesta por encima, no era cierto. El espíritu emprendedor de la joven, que había logrado revivir una empresa moribunda, captó su interés, pero su instinto le dijo que no era el momento de arriesgarse. No cuando su negocio estaba expandiéndose. Necesitaba una agencia de servicios de limpieza consolidada, aunque le costase más dinero.

Pero dejando eso a un lado, lo que necesitaba en ese momento era una niñera. Alexa parecía una persona responsable y de confianza, y saltaba a la vista que se manejaba bien con los niños. Era como si hubiese caído del cielo. Tomada la decisión, se lanzó.

–Tengo una propuesta para usted. Si viaja con los niños y conmigo a San Agustín y hace de niñera las próximas veinticuatro horas, le dejaré que me exponga su propuesta en detalle –le dijo Seth–. No voy a cambiar de opinión, pero le explicaré por qué la rechacé. Podría serle útil si quiere hacerle una propuesta similar a otras empresas. E incluso estoy dispuesto a darle unos cuantos contactos; muy buenos contactos. Y le pagaría bien, por supuesto: la paga de una semana por un día de trabajo.

Ella lo miró suspicaz.

–¿Veinticuatro horas haciendo de Mary Poppins a cambio de consejos y unos cuantos contactos?

–Creo que podré encontrar una persona que se ocupe de los niños en veinticuatro horas, pero entre tanto me haría un gran favor.

Tiempo atrás habría añadido para sus adentros que también le bastaban veinticuatro horas para seducir a una mujer, pensó recorriendo las curvas de Alexa con la mirada. Lástima que no pudiese aprovechar aquel viaje para desempolvar esa habilidad.

–¿Y se fía de dejar a sus niños con una extraña? –inquirió ella en un tono que rezumaba desdén.

–¿Le parece que este es el momento adecuado para criticarme como padre?

–Podría llamar a una agencia para que le manden a una niñera.

–Ya lo he pensado, pero tengo que salir cuanto antes y es imposible que puedan mandarme a alguien a tiempo y puede que a mis hijos no les guste la persona que manden, y con usted en cambio parece que están a gusto –le respondió Seth–. Además, sé quién es usted –incapaz de resistirse, tocó con el dedo el logotipo del polo de Alexa, justo encima del pecho. Fue un instante, pero casi le pareció que iba a salir una llama de su dedo–, y creo que es una persona en la que se puede confiar.

Alexa vaciló un momento.

–Bueno, mañana es mi día libre –murmuró pasando una mano por el logo, como si el contacto de su dedo permaneciese–. ¿De verdad me escuchará para aconsejarme, y me recomendará a otros?

–Palabra de honor –le dijo él, sonriendo.

–Antes de darle una respuesta, quiero que sepa que no pienso darme por vencida, seguiré intentando convencerlo para que contrate mis servicios.

–No tengo inconveniente en que lo haga.

Seth estaba seguro de haberle hecho una oferta lo bastante tentadora como para que aceptara, pero necesitaba una respuesta ya.

–Tengo que marcharme dentro de un par de minutos, así que si va a rechazar mi propuesta le agradecería que me lo dijera ya para poder buscar a otra persona –la presionó.

–De acuerdo –respondió ella–, trato hecho. Llamaré a mi socia para decírselo y…

–Estupendo –la cortó él–, pero después de que hayamos sentado a los niños. Ponga a Owen en su sillita y abróchele el cinturón –dijo mientras él hacía lo propio con Olivia.

Alexa obedeció, aunque aturdida.

–¿Pero dónde está el piloto? –inquirió alzando la vista hacia él mientras abrochaba a Owen.

Seth la miró y no pudo evitar preguntarse cómo sería ver esos ojos azules ardiendo de deseo. No iba a resultarle fácil concentrarse durante las próximas veinticuatro horas con aquella atractiva mujer a su lado, pero sus hijos eran su máxima prioridad.

–¿El piloto? –respondió con una sonrisa divertida–. El piloto soy yo.

Capítulo 2

 

A ALEXA le dio un vuelco el estómago y rezó para que llegaran sanos y salvos a su destino. Después de borrar cuatro llamadas perdidas de su madre y dejarle un mensaje a su socia, Bethany, Alexa apagó el móvil y se abrochó el cinturón de seguridad mientras Seth entraba en la cabina. Si el tipo tenía su propia compañía de aviones parecía lógico que supiese pilotar, se dijo. ¿Por qué entonces estaba nerviosa?

Porque aquel hombre la había descolocado, se respondió. Lo que le había ofrecido era inesperado, y hasta indignante, pero se dijo que no podía dejar pasar una oportunidad así. Lo que tenía que hacer era inspirar profundamente, relajarse, y concentrarse en encontrar la manera de hacer cambiar de opinión a Seth Jansen respecto a su propuesta.

Respecto a que pilotara él mismo el avión… había pensado que un hombre tan rico como él tendría a alguien que pilotara mientras él se tomaba una copa y leía los periódicos.

Observó a Seth, que había dejado abierta la puerta de la cabina mientras se preparaba para el despegue. Lo vio ajustar el micrófono de los auriculares mientras hablaba, comunicándose con la torre de control mientras ponía los motores en marcha.

El avión se deslizó fuera del hangar, y pasaron por delante de otros aviones hasta llegar a la pista. Los motores rugieron con más fuerza.

–Gulfstream Alpha a torre de Charleston. Dos, uno… Recibido… Preparado para el despegue…

La confianza con que Seth se desenvolvía ante los controles hizo que Alexa se relajara. Miró a los bebés, sentados uno a su izquierda y otro a su derecha, los pequeños que estarían a su cargo durante las próximas veinticuatro horas. Sintió una punzada en el pecho al pensar en lo que podía haber sido y no fue. Su matrimonio con Travis había sido un desastre. Aunque por una parte se había sentido aliviada de que no hubieran tenido hijos que habrían sufrido con su ruptura, por otra le habría gustado tenerlos.

El avión comenzó a elevarse hacia el cielo. Olivia y Owen se removieron inquietos en sus asientos, y Alexa alcanzó la bolsa de tela, por si acaso. ¿Tendrían hambre, querrían un juguete? Esperaba que no necesitaran aún que les cambiara el pañal, porque no podría hacerlo hasta dentro de un rato. Por suerte, justo cuando el pánico empezaba a apoderarse de ella, el ruido de los motores consiguió calmarlos y al poco volvieron a dormirse.

Dejó la bolsa en el suelo y se quedó mirando por la ventanilla, se veía que estaban dejando Charleston atrás. También atrás quedaba su apartamento vacío, y el teléfono que ya apenas sonaba porque después del divorcio sus amigos habían dejado de llamarla.

Las agujas de las iglesias salpicaban la ciudad, que se alzaba junto al mar. Después de arruinarse sus padres se habían mudado a Boca Ratón para empezar de cero lejos de los rumores. ¡Qué irónico que las reservas que sus padres tuvieron en un principio respecto a Travis hubiesen resultado completamente erradas! Le habían insistido en que firmara un acuerdo prematrimonial. Ella se había negado, pero Travis le aseguró que no le importaba y firmó los papeles.

Alexa creyó que finalmente había encontrado al hombre de sus sueños, a un hombre que la quería de verdad.

Teniendo en cuenta que su padre había dejado a la familia sin un céntimo, podrían haberse ahorrado lo del acuerdo. Para cuando Travis y ella habían roto, él no había querido saber nada más de ella, de su familia, ni de lo que él llamaba su «obsesión por la limpieza».

El modo en que Travis parecía haberse desenamorado de ella de la noche a la mañana había sido un golpe a su autoestima del que le había costado bastante tiempo recuperarse. Ni siquiera podía echarle la culpa de su ruptura a otra mujer. Jamás dejaría que otro hombre volviese a tener el control sobre su corazón.

Razón de más para impulsar su pequeño negocio de limpieza y afianzar su independencia económica. No tenía nada más que eso, aparte de un montón de facturas por pagar, y una vida que reconstruir en su querida ciudad. Y por eso estaba allí, subida a un avión privado en dirección a San Agustín, con un extraño y dos adorables bebés. La costa se veía minúscula ahora que habían alcanzado más altitud.

–Alexa, querría…

La voz de Seth hizo que apartara la vista de la ventanilla, y al verlo de pie en el umbral de la cabina el estómago le dio un vuelco.

–¿No debería estar pilotando?

–He puesto el piloto automático –respondió–. Ya que los niños se han dormido me gustaría que viniera a la cabina para que charlemos. No tardaremos mucho en llegar, pero tendremos la oportunidad de hablar un poco más en profundidad de lo que espero de usted mientras estemos en San Agustín.

Alexa se fijó en que estaba mirándola con los ojos entornados, como analizándola. Aunque le hubiera ofrecido aquel trato antes de que salieran, era evidente que pretendía saber más de ella antes de dejarla al cuidado de sus hijos.

Se desabrochó el cinturón, fue hasta donde estaba Seth, y se detuvo, esperando a que volviera a su asiento frente a los mandos. Sin embargo, se quedó allí de pie, inmóvil, mientras sus ojos verdes la escrutaban. Alexa sintió un cosquilleo y un impulso repentino de apretarse contra su torso, contra aquel recio muro de músculos. Se estremeció y él sonrió de un modo arrogante, como si se diera perfecta cuenta del efecto que tenía en ella. De pronto retrocedió con un movimiento brusco para regresar al asiento del piloto, y le señaló a Alexa el del copiloto con un ademán para que se sentara en él.

Alexa tomó asiento, y se quedó mirando los aparatos del panel de control después de abrocharse el cinturón de seguridad. Seth accionó unos cuantos botones y retomó el control del avión.

Alexa se sentía incómoda por la manera en que se le disparaban las hormonas solo con oír su voz acariciadora, o al notar su intensa mirada fija en ella. Estaba allí para hacer un trabajo, no para meter en su vida, ya bastante complicada, a un hombre, se dijo.

–Bueno, ¿y qué es tan importante para que no pudiera posponerlo? –le preguntó a Seth.

–Tengo dos pequeñas bocas que alimentar –respondió él–; y responsabilidades. Deberíamos tutearnos y dejarnos de formalidades. Necesito relajarme. Va a ser un día muy largo, y para mí no ha empezado precisamente bien, con esta sorpresa inesperada.

Alexa se volvió para mirar a los bebés, que seguían dormidos.

–Lo comprendo. ¿Y qué sueles hacer para relajarte?

–Volar.

Alexa giró la cabeza hacia él, y al verlo con la mirada perdida en el cielo azul salpicado de esponjosas nubes blancas, se dio cuenta de que aquello lo apasionaba. Aviones Privados Jansen no era solo una compañía para él. Había convertido su afición, su pasión, en un negocio de éxito. Tal vez pudiera aprender algo de él sobre los negocios después de todo.

–Me da la impresión de que estabas deseando hacer este vuelo, ¿no? Resulta curioso que algo que tienes que hacer por trabajo y que conlleva estrés te ayude a relajarte.

Él la miró con el ceño fruncido.

–¿Esta sesión de psicoanálisis irá incluida en tus honorarios?

Alexa hizo una mueca. Travis siempre le había dicho lo mismo, que parecía que quisiera psicoanalizarlo. La verdad era que tenía bastante experiencia pues se había pasado la adolescencia yendo de psicólogo en psicólogo. No podía negar que había necesitado ayuda, pero también habría necesitado que sus padres se comportasen como tales. Al ver que la ignoraban, había intentado llamar su atención desesperadamente, y aquello casi le había costado la vida.

¿Por qué estaba pensando en todo eso de repente? Seth Jansen y sus hijos habían hecho aflorar esos recuerdos que solía mantener a buen recaudo.

–Lo decía solo por hablar de algo –respondió–. Creía que querías que charláramos para saber algo más de mí ya que voy a cuidar de tus hijos las próximas veinticuatro horas, pero si no es así no tienes más que decirlo.

–No, tienes razón, esa es la idea. Y lo primero que he aprendido de ti es que no te dejas intimidar, y eso es algo muy bueno. Mis gemelos son todo un carácter, y cuando se ponen rebeldes hace falta una persona que sepa ser firme con ellos –contestó él–. Pero dime, ¿cómo es que una chica de buena familia acaba enfundándose unos guantes de goma para dedicarse a limpiar?

Ah, de modo que sabía algo de ella…

–Así que hiciste algo más que limitarte a leer mi carta de presentación –apuntó.

–Reconocí tu nombre… o más bien tu nombre de soltera. Tu padre era cliente de una compañía que compite con la mía, y tu marido alquiló uno de mis aviones en una ocasión.

–Mi exmarido –puntualizó ella.

–Cierto. Pero, volviendo a la pregunta que te había hecho: ¿qué te hizo trabajar de limpiadora?

¿Por qué no había emprendido un negocio más sofisticado, como el suyo? Porque tras su divorcio, un año atrás, había despertado en la amarga realidad de que no tenía dinero, ni había nada que supiera hacer para subsistir.

Siempre había tenido una cierta obsesión por el orden y la limpieza, y se le había ocurrido que los mejores clientes eran la gente rica, con sus caprichos y excentricidades.

–Porque no se trata solo de limpiar; comprendo las necesidades del cliente y eso hace que los servicios que presta mi empresa la hagan destacar. Me preocupo de averiguar si el cliente tiene alguna alergia, cuáles son sus fragancias favoritas, sus preferencias personales respecto a las bebidas del minibar… Volar en un avión privado es un lujo, y deben cuidarse al máximo los detalles para que la experiencia resulte a la altura de lo que se espera de ella.

–Ya veo; y es un mundo que conoces bien porque viviste en él.

–Quiero triunfar por mis méritos en vez de vivir del dinero de mi familia –respondió ella.

O al menos era lo que habría pensado si su familia no estuviese en la ruina.

–¿Pero por qué aviones precisamente? –inquirió él, señalando a su alrededor.

Los ojos de Alexa se posaron en su antebrazo moreno, que contrastaba con las mangas dobladas de su camisa blanca, y sintió un impulso casi irresistible de tocarlo para ver si aquella piel de bronce era tan cálida como parecía.

Hacía mucho tiempo que no sentía un impulso así. El divorcio la había agotado emocionalmente. Había intentado salir con un par de tipos, pero no había habido química alguna con ellos, y luego su negocio la había absorbido por completo.

–Me temo que no te sigo –murmuró. ¿Cómo iba a seguirle cuando se había quedado mirando su fuerte brazo como una tonta?

–Creo que eres licenciada en… Historia, ¿no?

–Historia del Arte. Así que te leíste también mi currículum… Sabes más de mí de lo que me habías dejado entrever.

–De otro modo no te habría pedido que te hicieras cargo de mis hijos. Son más valiosos para mí que cualquiera de mis aviones –Seth la miró con un gesto serio que daba a entender que no le consentiría ningún error mientras estuviera al cuidado de sus pequeños–. ¿Por qué no buscaste trabajo en una galería de arte si necesitabas algo en lo que ocuparte?

Porque dudaba que con un empleo en una galería de arte hubiese podido pagar el alquiler del apartamento en el que vivía, ni el seguro de su coche de segunda mano. Porque quería demostrar que no necesitaba a un hombre a su lado para salir adelante. Y, lo más importante, porque no quería volver a sentir el pánico de estar a solo seiscientos dólares de quedarse en números rojos.

De acuerdo, quizá estuviera siendo un poco melodramática cuando aún tenía algunas joyas que podía vender, pero casi le había dado un patatús cuando, después de vender su casa y su coche, se había encontrado con que el dinero que había conseguido apenas cubría las deudas que ya tenía.

–No quiero depender de nadie, y tal y como está la economía ahora mismo, en la sección de empleo de los periódicos no abundan las ofertas dirigidas a licenciados en Historia del Arte. Mi socia, Bethany, fue quien inició el negocio y tiene mucha experiencia; yo me ocupo de buscar nuevos clientes. Formamos un buen equipo, y por extraño que pueda parecer, me gusta este trabajo. Aunque A-1 cuenta con suficientes empleados, a mí no se me caen los anillos por ponerme a limpiar para sustituir a alguno cuando está enfermo, o cuando se trata de un encargo especial.

–Está bien, te creo. De modo que antes te gustaba el arte y ahora disfrutas limpiando aviones de lujo.

El sarcasmo en su voz irritó a Alexa.

–¿Te estás burlando de mí, o todas estas preguntas tienen algún propósito?

–Todo lo que hago tiene siempre un propósito. Me estaba preguntando si esta vena tuya de empresaria no será solo un capricho pasajero del que te cansarás cuando te des cuenta de que la gente no aprecia tu trabajo y que lo dan por hecho.

A Alexa le dolió que la viera como una persona voluble y caprichosa. No estaba siendo justo con ella.

–Imagino que tú no vas a cerrar tu compañía solo porque la gente no aprecie que lleguen a tiempo a su destino y que los aviones estén bien mantenidos. Supongo que haces lo que haces porque te gusta.

–Me temo que no te sigo. ¿Me estás diciendo de verdad que te gusta limpiar?

–Me gusta que las cosas estén en orden –respondió ella con sinceridad.

Los psicólogos que la habían tratado la habían ayudado a canalizar la necesidad de perfección que su madre le había inculcado. En vez de dejarse morir de hambre con su obsesión por estar más delgada, había empezado a buscar la perfección en el mundo del arte, y la calma y el orden la reconfortaban.

–Ah… –una sonrisa burlona asomó a los labios de él–. Te gusta tener el control… Ahora comprendo.

–¿Y a quién no? –le espetó ella.

Se quedó mirándola de un modo muy sexy, y Alexa sintió como si hubiera electricidad estática entre ellos.

–¿Quieres pilotar tú?

–¿Estás de broma? –respondió ella.

Sin embargo, no podía negar que el ofrecimiento resultaba tentador. ¿Quién no querría saber qué se sentía al estar al mando de un avión, con el cielo extendiéndose ante ti? Sería como la primera vez que había conducido un coche, como la primera vez que había galopado a lomos de un caballo, se dijo, evocando momentos felices de su vida pasada.

–Anda, toma los mandos.

A Alexa le habría encantado hacerlo, pero algo en su voz la hizo vacilar. No estaba segura de a qué estaba jugando Seth.

–Tus hijos están a bordo.

Estaba segura de que su contestación había sonado remilgada, pero al fin y al cabo iba a hacer de niñera por un día; se suponía que debía preocuparse por ellos.

–Si veo que se te va de las manos tomaré yo los mandos –le dijo él.

–Tal vez en otra ocasión –murmuró levantándose del asiento–. Me ha parecido oír a Olivia; puede que se haya despertado.

La suave risa de Seth la siguió hasta que regresó al sofá, donde los dos niños seguían durmiendo.

Dos horas más tarde estaban instalándose en la lujosa suite que había reservado Seth en el hotel Casa Mónica de San Agustín, en Florida, uno de los más antiguos de la histórica ciudad.

Tenía que llamar a Bethany. Estaba segura de que se las apañaría sin ella , pero quería hablar con ella de todos modos para darle la dirección del hotel.

La suite que Seth había reservado tenía dos dormitorios conectados por una sala de estar. El baño, que era gigantesco, tenía una bañera circular que parecía estar llamándola cuando Alexa posó sus ojos en ella. Le dolían los músculos de haber estado todo el día trabajando, y de haber acarreado con el Maxi-Cosi de uno de los bebés. Y de pronto, se encontró imaginándose en aquella bañera con un hombre… y no con cualquier hombre…

Regresó a su dormitorio, que tenía pesadas cortinas de brocado y muebles tapizados de terciopelo azul y las cunas de los dos bebés. Seth se había quedado con el otro dormitorio, que era más pequeño.

Miró a los niños, que dormían.

–¡Cómo duermen tus hijos! Me están haciendo el trabajo muy fácil.

–Pippa, mi ex, no lleva un horario como Dios manda con ellos, y el primer día que los tengo conmigo siempre duermen mucho –respondió Seth–, pero verás cuando se despierten con las baterías recargadas… Owen parece un angelito pero cuando menos te lo esperas va y te hace una trastada. Siempre anda subiéndose donde no debe. ¿Ves la cicatriz que tiene en la ceja izquierda? Tuvieron que darle puntos porque se hizo una brecha. En cuanto a Olivia… no pierdas de vista sus manos –le explicó dirigiéndose a su dormitorio–. Es muy aficionada a meterse cosas pequeñas en la nariz, en las orejas, en la boca…

El cariño que Seth sentía por sus hijos se hizo aún más evidente mientras le detallaba de ese modo la personalidad de sus hijos. Parecía que los conocía bien. No era lo que habría esperado de un padre divorciado que solo veía a sus hijos de cuando en cuando. Intrigada, lo siguió, pero se detuvo al llegar al umbral de la puerta abierta y ver que se había aflojado la corbata y que estaba desabrochándose la camisa. Alexa dio un paso atrás.

–Em… ¿qué estás haciendo?

Seth se quitó la corbata aún anudada por la cabeza y se sacó los faldones de la camisa del pantalón.

–Owen me dio con los zapatos antes cuando lo tomé en brazos –le explicó, mostrándole las manchas que había dejado en la camisa–. Tengo que cambiarme para la cena; no puedo presentarme así.

Ah, cierto. Casi se había olvidado. Seth le había dicho que tenía una cena de negocios en el restaurante del hotel y que pidiera al servicio de habitaciones la cena de los niños y la suya. También le había dicho que volvería en dos o tres horas. Tal vez podría hacer unas llamadas mientras le daba un baño a los niños, pensó Alexa. Hablaría con su madre y vería si tenía algún mensaje en el buzón de voz.

–Claro, no puedes permitirte ir a esa cena tan importante con una camisa sucia.

–¿Podrías sacarme una camisa limpia de la maleta?

–Eh… claro –balbució ella, dándose la vuelta antes de que siguiera desvistiéndose.

Fue donde estaba la maleta, y al abrirla… oh, Dios, fue como si la ropa que había dentro desprendiera olor a él. El aroma le resultaba embriagador.