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El príncipe de sus sueños Catherine Mann Cuando la verdadera identidad de Tony Castillo apareciera en las portadas de todos los periódicos, ya no sería capaz de seguir ocultando que era un príncipe y no un magnate, como todo el mundo creía, incluida su bella amante, Shannon Crawford. Treinta días de romance Catherine Mann La intrépida reportera Kate Harper pretendía infiltrarse en la familia real entrando por el dormitorio del príncipe Duarte Medina. Pero Duarte había pillado a la reportera con las manos en la masa… y pensaba aprovecharse de ello; si Kate Harper quería su artículo, tendría que aceptar sus condiciones: convertirse en su prometida. Un amor impulsivo Catherine Mann ¡Era imposible que él fuese el padre! Carlos Medina sabía que no podía tener hijos, pero Lilah Anderson insistía en decir que la noche que pasaron juntos había dado como resultado un embarazo. Y cuando ella se negó a echarse atrás, su honor de príncipe le exigió que reconociese a su heredero.
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Seitenzahl: 497
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 44 - 5.4.19
© 2010 Catherine Mann
El príncipe de sus sueños
Título original: The Maverick Prince
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
© 2011 Catherine Mann
Treinta días de romance
Título original: His Thirty-Day Fiancée
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
© 2011 Catherine Mann
Un amor impulsivo
Título original: His Heir, Her Honor
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com.
I.S.B.N.: 978-84-1307-952-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
El príncipe de tus sueños
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Treinta días de romance
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Epílogo
Un amor impulsivo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
GlobalIntruder.com
¡Exclusiva!
FAMILIA REAL AL DESCUBIERTO
¿Su vecino es un príncipe? ¡Podría ser!
Gracias a la certera identificación hecha por uno de los fotógrafos de Global Intruder, hemos conseguido la exclusiva del año: los miembros de la depuesta monarquía de San Rinaldo no están ocultos en una fortaleza en Argentina, como se rumoreaba. Los herederos de la familia real Medina de Moncastel, con sus millones, llevan décadas viviendo con nombres falsos y mezclándose con los estadounidenses de a pie.
Se dice que el pequeño de la familia, Antonio, vive en Texas y tiene una novia camarera, Shannon Crawford. Pero debería andarse con ojo ahora que se ha descubierto el secreto del magnate naviero.
Mientras tanto, no teman, señoras: sigue habiendo dos Medina de Moncastel disponibles. Nuestras fuentes revelan que Duarte vive en su mansión de Martha’s Vineyard y Carlos, cirujano, reside en Tacoma. Habrá que preguntar si hace visitas a domicilio…
Aún no se sabe nada del padre, el rey Enrique, antiguo regente de San Rinaldo, una isla situada al oeste de la costa española, pero nuestros reporteros le siguen la pista.
Para más información sobre cómo detectar a un príncipe, entra en GlobalIntruder.com. Y recuerda, nosotros te lo hemos contado primero.
Bahía de Galveston, Texas
–El rey se come a la reina –anunció Tony Medina, tomando las fichas del centro de la mesa.
Sin prestar atención a la llamada de su iPhone, Tony se guardó las ganancias. No solía tener tiempo para jugar al póquer desde que su empresa de barcos de pesca salió a Bolsa, pero pasar el rato en la trastienda del restaurante de su amigo Vernon en Galveston era algo que hacía a menudo últimamente. Desde que conoció a Shannon.
Antonio miró hacia la puerta del restaurante para ver si la veía pasar con su uniforme de camarera, pero no había ni rastro de Shannon y se sintió decepcionado.
Un móvil sonó en ese momento, pero su propietario cortó la comunicación de inmediato, como era la costumbre cuando jugaban al póquer.
Sus compañeros de juego tenían cuarenta años más que él, pero Vernon, el antiguo capitán de barco convertido en restaurador, le había salvado el pellejo muchas veces cuando era un crío. Y si Vernon lo llamaba, Antonio hacía todo lo posible por aparecer. Y el hecho de que Shannon trabajase allí lo animaba aún más.
Vernon se levantó de la silla.
–Hay que ser valiente para cerrar sólo con un rey, Tony –le dijo, con esa voz ronca de haber gritado durante años en la cubierta de un barco. Su rostro tenía un bronceado perpetuo y sus ojos estaban rodeados por una telaraña de arrugas que le daban carácter–. Pensé que Glenn llevaba una escalera.
–Ah, el mejor de todos me enseñó a tirarme faroles –Antonio, o Tony Castillo como se le conocía allí, sonrió.
Una sonrisa desarmaba más que un ceño fruncido y él siempre sonreía para que nadie supiera lo que estaba pensando. Pero ni siquiera su mejor sonrisa le había logrado el perdón de Shannon después de su primera pelea durante el fin de semana.
–Tu amigo Glenn tiene que aprender a mentir mejor.
Glenn, un adicto al café, lo bebía de manera compulsiva cuando estaba tirándose un farol. Por alguna razón, nadie parecía haberse dado cuenta, pero él sí.
Vernon guardó las cartas.
–Sigue ganando y no dejarán que vuelvas a venir.
Tony soltó una carcajada. Aquél era su mundo. Se había hecho una vida en Galveston y no quería saber nada del apellido Medina de Moncastel. Ahora era Tony Castillo y su padre parecía haberlo aceptado.
Hasta unos meses antes.
El depuesto rey enviaba mensaje tras mensaje exigiendo que regresara a la isla de la costa de Florida. Pero Tony había dejado atrás esa jaula dorada en cuanto cumplió los dieciocho años y no había vuelto a mirar atrás. Si su padre estaba tan enfermo como decía, sus problemas tendrían que ser resueltos en el cielo… o tal vez en un sitio aún más caluroso que Texas.
Mientras octubre significaba días de frío para sus dos hermanos, él prefería los largos veranos de la bahía. Incluso en octubre, el aire acondicionado estaba encendido en el restaurante del histórico distrito de Galveston.
Los acordes de una guitarra flamenca flotaban por el restaurante, junto con el murmullo de voces de los clientes. El negocio florecía y Tony se encargaba de que así fuera. Vernon le había dado un trabajo a los dieciocho años, cuando nadie más confiaba en un adolescente con un documento de identidad sospechoso. Catorce años y muchos millones de dólares después, había decidido que era justo que parte de los beneficios del negocio que había levantado fuesen a parar a un plan de jubilación para el viejo capitán de barco. Un plan de jubilación en forma de restaurante.
Vernon empezó a repartir de nuevo y Glenn apagó su BlackBerry, que no dejaba de sonar, para mirar las cartas.
Tony alargó una mano para tomar las suyas… y se detuvo, aguzando el oído. Le había parecido escuchar una risa femenina entre el sonido de la guitarra y las voces de los clientes.
La risa de Shannon. Por fin. El simple sonido lo volvía loco después de una semana sin ella.
De nuevo, miró hacia la puerta, flanqueada por dos estrechas ventanas. Shannon pasó por delante para anotar un pedido sobre el mostrador, guiñando los ojos bajo sus gafas de montura ovalada, las gafas que le daban ese aire de maestra de escuela que tanto lo excitaba.
Llevaba la melena rubia recogida en un moño que ya era parte de su uniforme, una falda negra por la rodilla y un chaleco oscuro. Estaba tan sexy como siempre, pero parecía agotada.
Maldita fuera, él podría retirarla sin dudarlo un momento. El fin de semana anterior se lo había dicho cuando se vestía después de hacer el amor en su mansión de Bay Shore, pero Shannon no quería su ayuda. De hecho, no le devolvía las llamadas desde entonces.
Una mujer sexy y muy testaruda. No le había ofrecido ponerle un piso como si fuera su amante, por Dios bendito. Sólo estaba intentando ayudarla a ella y a su hijo de tres años. Shannon siempre había jurado que haría lo que fuera por Kolby.
Pero mencionar esto último no le había granjeado su simpatía precisamente. No, aún le dolían los oídos después del portazo que había dado al marcharse.
La mayoría de las mujeres que conocía se habrían puesto a dar saltos de alegría ante la idea de recibir dinero o regalos caros, pero Shannon no era así. Al contrario, parecía molestarle que fuese rico.
Había tardado dos meses en convencerla de que tomase un café con él y dos meses más en acostarse con ella. Y después de cuatro semanas juntos, seguía sin entenderla.
Muy bien, había hecho una fortuna en la bahía Galveston como importador de pescado y como constructor de barcos más adelante. Pero la suerte había jugado una baza importante al llevarlo allí; él sencillamente estaba buscando una zona de costa que le recordase a su casa.
A su auténtico hogar, en la costa española, no la isla en la que vivía su padre y de la que había escapado el día que cumplió dieciocho años para vivir una nueva vida con un nombre nuevo. Ya no era Antonio Medina de Moncastel, sino Tony Castillo. Aunque el nuevo apodo era uno de los múltiples apellidos de su familia, en la rama materna, Tony Castillo había jurado no volver nunca a la isla y había cumplido su promesa.
Y no quería ni pensar en el susto que se llevaría Shannon si conociera el secreto de su identidad. Aunque era un secreto que no podía compartir con nadie.
Vernon dio un golpecito en la mesa para llamar su atención.
–Tu teléfono no deja de sonar. Podemos parar un momento mientras contestas.
Tony desconectó su iPhone sin mirarlo siquiera. Sólo se olvidaba del mundo por dos personas: Shannon y Vernon.
–Es sobre el contrato en Salinas, pero voy a dejarlos sudar una hora más antes de llegar a un acuerdo.
Glenn tomó su taza de café, en la que siempre echaba un chorrito de whisky.
–O sea, que cuando no nos devuelves una llamada, es que pulsas el botón sin mirar quién es.
–A mis amigos no les hago eso –dijo Tony, guardando el aparato en el bolsillo.
Pero entonces empezó a sonar el móvil de Vernon y el viejo capitán soltó sus cartas sobre la mesa.
–Es mi mujer, tengo que contestar –murmuró, levantándose–. Dime, cariño.
Se había casado siete meses antes y aún actuaba como un jovencito encandilado. Tony pensó entonces en el matrimonio de sus padres, aunque no había mucho que recordar porque su madre había muerto cuando él tenía cinco años…
Pero Vernon se había puesto pálido.
–Tony, creo que será mejor que compruebes esos mensajes.
–¿Por qué? ¿Ocurre algo?
–Eso tendrás que contárnoslo tú –dijo su amigo, con gesto de preocupación–. Bueno, en realidad puedes olvidarte de los mensajes y echar un vistazo en Internet.
–¿Dónde? –preguntó Tony, sacando su iPhone del bolsillo.
–En cualquier página, por lo visto –Vernon se dejó caer sobre una silla mientras Tony buscaba en su iPhone las noticias de última hora…
La familia Medina de Moncastel al descubierto
La depuesta monarquía de San Rinaldo localizada
Parpadeando furiosamente, Tony leyó lo último que había esperado leer en toda su vida, pero lo que su padre había temido siempre. Y siguió leyendo hasta llegar a la última frase:
Conoce a la amante de Antonio Medina de Moncastel
Tony miró hacia el mostrador de camareros, donde había visto a Shannon unos minutos antes.
Seguía allí y tenía que hablar con ella lo antes posible.
Cuando se levantó, las patas de su silla arañaron el suelo en medio del silencio mientras los amigos de Vernon comprobaban sus mensajes. El instinto le había servido bien durante todos esos años, ayudándolo a tomar decisiones multimillonarias…
¿Y antes de eso? Un sexto sentido lo había ayudado mientras escapaba por el bosque, huyendo de los rebeldes que habían tomado el poder en San Rinaldo. Rebeldes que no habrían dudado en disparar a un niño de cinco años.
O en asesinar a su madre.
La idea de ocultarse tras el apellido Castillo tenía como objetivo algo más que preservar su privacidad: lo había hecho para salvar la vida. Aunque su familia se instaló en una isla de la costa de Florida después del golpe de Estado, nunca habían podido bajar la guardia. Y, maldita fuera, él había colocado a Shannon en medio de todo aquello sencillamente porque quería acostarse con ella. Tenía que acostarse con ella.
Tony salió de la trastienda y tomó a Shannon por los hombros… pero supo que había llegado tarde porque ella lo miraba con un brillo de horror en los ojos. Y, por si tuviera alguna duda, el móvil que tenía en la mano lo decía todo.
Shannon lo sabía.
Shannon no quería saberlo.
Los rumores que la niñera de su hijo había leído en Internet tenían que ser un error o una mentira. Como los artículos que ella misma había leído en el servicio de Internet de su móvil.
En la red se publicaban todo tipo de falsedades. La gente podía decir lo que le diese la gana para luego retractarse al día siguiente.
Y el roce de las manos de Tony sobre sus hombros era tan familiar, que no podía ser un extraño.
¿Pero no había cometido ese mismo error con su difunto marido, creyendo en las apariencias porque quería hacerlo?
No, era absurdo. Tony no era Nolan y todo aquello debía de tener una explicación, estaba segura. Se habían peleado porque insistía en darle dinero, una oferta que la ponía de los nervios. ¿Pero y si Tony era de verdad un príncipe?
Shannon sacudió la cabeza, incrédula. Sabía que tenía mucho dinero, pero si pertenecía a una familia real… no quería ni imaginarlo.
–Respira –le dijo Tony.
–Estoy bien –murmuró Shannon.
Ahora que su visión se había aclarado se dio cuenta de que Tony había ido empujándola suavemente hacia la trastienda.
–Respira profundamente –su voz sonaba tan serena como siempre.
Pero no parecía texano. O sureño. O del Norte. En realidad, tenía un acento neutro, como si se hubiera esforzado por borrar sus orígenes.
–Tony, por favor, dime que vamos a reírnos de esta tontería.
Él no contestó. Estaba tan serio que casi no lo reconocía. Desde el principio había sido evidente que era un hombre rico. Por su ropa, por su estilo de vida, pero sobre todo por su actitud, por cómo se movía. Shannon se fijó en su aristocrática nariz, en sus marcados pómulos. Era un hombre tan guapo, tan encantador, que se había dejado conquistar por su sonrisa.
Pero no quería aceptar que estaba saliendo con un hombre rico dado el bagaje que llevaba de su difunto marido: un timador, un estafador.
También se había dejado cegar por el mundo de Nolan, pero descubrió demasiado tarde lo que era.
El sentimiento de culpabilidad por las vidas que había destrozado su marido aún la dejaba sin aliento, pero debía ser fuerte por Kolby.
–Contéstame, Tony.
–Éste no es el sitio más indicado para hablar de eso.
–¿Cuánto tiempo se tarda en decir: «todo es un rumor sin fundamento»?
Tony le pasó un brazo por los hombros.
–Vamos a buscar un sitio más tranquilo.
–Dímelo ahora –insistió ella, apartándose del aroma a menta, a madera de sándalo, el olor de exóticos placeres.
Tony, Antonio, el príncipe, quien fuera, bajó la cabeza para mirarla a los ojos.
–¿De verdad quieres que hablemos aquí, donde cualquiera podría escuchar la conversación? Los paparazzi aparecerán en cualquier momento.
Los ojos de Shannon se llenaron de lágrimas.
–Bien, hablaremos en un sitio más tranquilo.
Tony la llevó a la cocina y ella lo siguió instintivamente mientras oía cuchicheos a sus espaldas. ¿Ya lo sabía todo el mundo? Los móviles no dejaban de sonar y vibraban en las mesas, como si Galveston hubiera sufrido un terremoto.
Nadie se acercó para hablar con ella, pero podía oír fragmentos de conversaciones…
–¿Podría ser Tony Castillo…?
–Medina de Moncastel…
–Con esa camarera…
Los murmullos aumentaban de volumen como el ataque de una plaga de langosta sobre el paisaje texano. Sobre su vida.
Atravesaron la cocina, con el chef y los camareros en silencio, y Shannon lo siguió sin decir nada. Cuando salieron a la calle, el último sol de la tarde iluminaba sus bronceadas facciones. Siempre le había parecido que tenía un aspecto extranjero, pero había creído la historia de la muerte de sus padres, que habían emigrado de Sudamérica. Sus propios padres habían muerto en un accidente de coche antes de que terminase la carrera y había pensado que compartían una infancia similar.
Pero ahora… no estaba segura de nada salvo de cómo la traicionaba su cuerpo, que quería apoyarse en él, disfrutar del placer que sólo Tony podía darle.
–Tengo que decirle a alguien que me marcho. No puedo perder este trabajo –dijo entonces. Necesitaba el dinero y no podía esperar a encontrar un trabajo de profesora… si podía encontrar un puesto de profesora de música con los recortes que había hecho el gobierno en el mundo de las artes.
Y no había mucha gente que quisiera lecciones de oboe.
–Yo conozco al propietario, ya lo sabes –dijo Tony, pulsando el mando que abría su coche.
–Sí, claro. ¿En qué estaba pensando? Tú tienes contactos en todas partes.
¿Volvería a encontrar trabajo si los rumores sobre Tony eran ciertos?, se preguntó. No había sido fácil encontrarlo mientras la gente la asociaba con su difunto marido. Ella no era culpable de nada, pero muchos seguían creyendo que debía de saber algo sobre las actividades ilegales de Nolan.
Ni siquiera hubo un juicio en el que dar su versión porque su marido murió veinticuatro horas después de pagar la fianza y salir de la cárcel.
Shannon oyó que Tony soltaba una palabrota, de las que le prohibía decir delante de Kolby, un segundo antes de ver a un grupo de gente con cámaras y micrófonos en la mano.
Maldiciendo de nuevo, Tony abrió la puerta del deportivo y consiguieron entrar antes de que los reporteros empezasen a golpear el cristal con los puños.
El corazón de Shannon latía con la misma fuerza que el motor del poderoso deportivo. Si aquélla era la vida de los ricos y famosos, ella no quería saber nada.
Tony arrancó, dejando atrás a los reporteros, y se dirigió al centro histórico de la ciudad mientras Shannon se agarraba al borde del asiento.
Las manos colocadas firmemente sobre el volante, el carísimo reloj brillando con los últimos rayos del sol que entraban por la ventanilla, Tony parecía tranquilo. Y, aunque la idea de ser perseguida por los paparazzi le daba pánico, estando con él se sentía segura.
Lo suficiente como para olvidar su miedo y mirarlo con expresión furiosa.
–Ahora estamos solos. Cuéntame la verdad.
–Es un poco complicado –dijo él, mirando por el retrovisor–. ¿Qué quieres saber?
–¿Perteneces a una familia real, ésa que todo el mundo pensaba se escondía en Argentina?
Tony apretó las manos en el volante.
–Los rumores son ciertos, Shannon.
Y ella había pensado que nadie volvería a romperle el corazón….
Se había acostado con un príncipe. Lo había dejado entrar en su casa, en su cuerpo y estaba considerando dejarlo entrar en su corazón. ¿Cómo podía haber creído esa historia de que trabajaba en un barco desde que era adolescente? Había pensado que el tatuaje era algo que se había hecho como se lo hacían todos los marineros…
–Y tu nombre no es Tony Castillo, claro –Shannon se llevó una mano a la boca al sentir una oleada de náuseas. Se había acostado con un hombre cuyo nombre ni siquiera conocía.
–Técnicamente, podría serlo.
Ella golpeó el asiento con el puño.
–No estoy interesada en tecnicismos. En realidad, no estoy interesada en la gente que me miente. ¿Tienes treinta y dos años o también eso es mentira?
–No fue decisión mía ocultar ciertos detalles de mi vida, Shannon, tengo que pensar en mi familia. Pero si te sirve de consuelo, sí tengo treinta y dos años. ¿Tú tienes veintinueve?
–No tengo ganas de bromas –replicó ella, tocándose el dedo en el que una vez había llevado un diamante de tres quilates. Tras el entierro de Nolan se lo había quitado y lo había vendido, junto con todo lo demás, para pagar la montaña de deudas que había dejado su marido–. Debería haber imaginado que eras demasiado bueno para ser de verdad.
–¿Por qué dices eso?
–¿Quién es multimillonario a los treinta y dos años sin haber heredado el dinero?
Él levantó una ceja, arrogante.
–Yo no lo he heredado, te lo aseguro. Lo que tengo lo he conseguido yo solo.
–Vaya, siento haberte molestado, Tony. ¿O debería llamarte Majestad? Según algunos de los artículos que han publicado, yo soy la amante de «Su Majestad».
–En realidad, sería Alteza –dijo él, sin poder disimular una sonrisa–. Majestad es el título del rey, no del príncipe.
¿Cómo podía mostrarse tan despreocupado?
–Pues por mí puedes quedarte con tu título y…
–Sí, entiendo –Tony se dirigió a la autopista de la costa, las oscuras olas se movían debajo de ellos–. Pero tienes que calmarte para que pueda explicártelo.
–No lo entiendes. No puedo calmarme. Me has mentido en todos los sentidos. Nos hemos acostado juntos y… –Shannon no terminó la frase cuando las imágenes de ellos dos en la cama le quitaron el aliento–. Deberías habérmelo contado. A menos que yo no sea nada para ti, claro. Me imagino que si tuvieras que contárselo a todas las mujeres con las que te has acostado, no habría secreto.
–Por favor, Shanny –dijo él entonces, haciendo un gesto con la mano, el brillante Patek Philippe contrastaba con sus rudas manos de marinero–. Eso no es verdad. Y era más seguro que no lo supieras.
–Ah, claro, es por mi propio bien entonces –Shannon se abrazó a sí misma como para intentar escudarse del dolor.
–¿Qué sabes de mi familia?
–No mucho, sólo que tu padre era el rey de un pequeño país antes de que lo derrocasen tras un golpe de Estado. Tu familia lleva escondiéndose desde entonces para no hablar con la prensa.
–¿La prensa? Eso no es lo que preocupa a mi familia, Shannon. Han intentado matar a mi familia… de hecho, asesinaron a mi madre. Hay gente que ganaría mucho dinero y poder si los Medina de Moncastel fuesen borrados del mapa.
Ella lo miró entonces, sorprendida. Incluso en ese momento, dolida, le gustaría abrazarlo, besarlo, para olvidar aquella locura. Para recuperar aquello que habían encontrado la primera vez que hicieron el amor en su mansión de la bahía Galveston.
–Créeme, el mundo es un sitio muy duro y ahora mismo alguno de esos canallas me estará buscando a mí, a mi familia, a cualquiera que esté en contacto con nosotros. Te guste o no, haré lo que tenga que hacer para protegerte. A ti y a Kolby.
¿Su hijo? ¿Por qué no había pensado en eso?
–Llévame a casa, Tony.
–Ya he enviado un guardaespaldas, no te preocupes.
¿Un guardaespaldas?
–¿Cuándo? –le preguntó, sorprendida.
–Le envié un mensaje a mi gente en cuanto supe la noticia.
Ah, «su gente». Tony no era sólo el multimillonario magnate que había creído, también era un príncipe, un hombre que había vivido una vida de privilegios más allá de lo que pudiera imaginar.
–Entonces de verdad eres un príncipe. Eres parte de una derrocada familia real.
–Mi nombre es Antonio Medina de Moncastel… y varios apellidos más. Nací en San Rinaldo y soy el tercer hijo del rey Enrique y la reina Beatriz.
Shannon tragó saliva, incrédula. ¿Cómo podría haber imaginado eso cuando lo conoció cinco meses antes en el restaurante, jugando al póquer con el propietario?
–Esto es demasiado raro.
Y aterrador.
Todo aquello la dejaba mareada, asustada de verdad.
–Esas cosas pasan en las películas, en las novelas…
–O en mi vida. Y en la tuya ahora.
–No, no puedo seguir viéndote. Lo siento, pero se terminó.
Tony paró en una señal de stop y se volvió para mirarla.
–¿De verdad quieres que dejemos de vernos?
El corazón de Shannon se volvió loco cuando lo miró a los ojos. Intentó contestar, pero tenía la boca seca. Y cuando Tony pasó los dedos por sus brazos, un gesto tan sencillo, todo su cuerpo empezó a vibrar.
Allí, en medio de aquella increíble situación, su cuerpo la traicionaba como le ocurría siempre con él.
Pero tenía que ser dura.
–Corté contigo el fin de semana pasado.
–Eso fue una pelea, no una ruptura.
–Da lo mismo –Shannon se pegó a la puerta del coche–. No podemos seguir viéndonos.
–Pues es una pena porque vamos a pasar mucho tiempo juntos a partir de ahora. No puedes quedarte en tu apartamento.
–¡No pienso ir contigo a ningún sitio!
–No puedes esconderte, Shannon. Es imposible. Vayas donde vayas, te encontraré. Siento mucho no haber previsto que esto podía pasar, pero ha pasado y tenemos que enfrentarnos a ello.
Ella lo miró, asustada.
–No tienes derecho a jugar con mi vida y con la de mi hijo.
–Estoy de acuerdo –asintió él–. Pero tengo que protegerte de las consecuencias de esta inesperada revelación. Y soy el único que puede hacerlo.
Había un guardaespaldas en la puerta del edificio. Un guardaespaldas, por Dios bendito, un tipo fuerte de traje oscuro que parecía un miembro del servicio secreto. Y Shannon tuvo que hacer un esfuerzo para no ponerse a gritar.
Desesperada por ver a su hijo, sacó la llave del bolso con la absurda esperanza de que, una vez en su apartamento, todo volviera a la normalidad.
Tony no podía hablar en serio al decir que tenía que hacer las maletas porque se iban de Galveston. No, sólo estaba utilizando la situación para que hicieran las paces.
¿Pero qué podía querer un príncipe con una persona como ella?
Al menos no había reporteros en el aparcamiento y los vecinos parecían estar tranquilamente en sus casas. Había elegido aquel edificio porque era muy tranquilo, con balconcitos en todos los apartamentos. Y porque tenía un pequeño patio de juegos, el único lujo que se permitía a sí misma. Ella no podía darle a Kolby un enorme jardín, pero al menos tenía un sitio para jugar al aire libre.
Y ahora tendría que volver a empezar…
–Por favor, sujétame el bolso. Me tiemblan las manos.
Tony hizo una mueca.
–Lo que tú digas.
–No es momento de poner mala cara porque tengas que sujetar un bolso de mujer.
–Estoy aquí para servirte –dijo él–. A ti y a tu bolso.
Shannon lo miró, irritada.
–Por favor, no hagas bromas.
–Pensé que te gustaba mi sentido del humor.
¿No había pensado ella lo mismo muchas veces? ¿Cómo podía despedirse de Tony?
Tony… para ella siempre sería Tony, no Antonio. Y, mientras abría el portal, tenerlo a su espalda la hacía sentir segura, debía reconocerlo.
Después de decirle que tendría que hacer la maleta había sacado el móvil del bolsillo para hablar con su abogado. Por lo visto, la noticia había corrido como la pólvora y nadie sabía cómo la habían descubierto los de Global Intruder. Tony no parecía enfadado, pero su amante, siempre sonriente, estaba muy serio ahora.
Tony intercambió unas palabras con el guardaespaldas mientras ella metía la llave en la cerradura de su apartamento, en el primer piso, pero cuando iba a entrar, se dio de bruces con la niñera, que salía a abrirle la puerta. Courtney, una universitaria que vivía en el mismo edificio, solía cuidar de Kolby y era ella quien le había enviado el mensaje contándole lo de Tony.
Sólo se llevaban siete años, pero cada vez que la miraba, Shannon se daba cuenta de que sus años de universidad, sus años de inocencia, habían quedado muy atrás.
–¿Dónde está Kolby?
La joven la miró sin poder disimular la curiosidad. Y era lógico, claro.
–Dormido en el sofá. He pensado que sería mejor quedarnos en el apartamento… por si algún reportero venía por aquí.
–Gracias, Courtney. Has hecho bien –murmuró Shannon, mirando al niño.
Su hijo, de tres años, estaba dormido en el sofá de piel, una de las pocas cosas que no había vendido tras la muerte de su marido porque, antes de la subasta, Kolby había hecho un agujero con un bolígrafo en uno de los brazos. Y Shannon lo había tapado con cinta adhesiva, agradeciendo tener algo con lo que empezar su nueva vida. Algo, un sofá. Era patético.
Pero tenía que ahorrar todo el dinero que le fuera posible por si hubiera alguna emergencia, ya que Kolby sólo la tenía a ella. Kolby, su niño, estaba tumbado en el sofá con su pijama… casi podía oler el talco desde la puerta.
–Tengo que pagarte, Courtney –murmuró.
Tony le devolvió el bolso, pero mientras buscaba el monedero le temblaban tanto las manos, que se le cayeron unas monedas al suelo.
¿Qué pensaría un niño de tres años si viera la fotografía de su madre en el periódico? ¿O la de Tony? Se habían visto sólo en un par de ocasiones, pero Kolby sabía que era amigo de su mamá.
–Deja, ya me encargo yo –murmuró él–. Ve con tu hijo.
Shannon levantó la mirada, furiosa.
–Puedo pagar yo.
Levantando las manos, Tony dio un paso atrás.
–Como quieras. Yo me sentaré con Kolby entonces.
–Gracias por todo, Courtney.
–De nada, señora Crawford. Y no se preocupe, no voy a decirles nada a los reporteros. Yo no soy de las que venden a los amigos.
–Gracias, de verdad.
Shannon cerró la puerta y puso la cadena. Encerrándose en el apartamento con Tony, que ocupaba todo el pasillo. No sólo era un príncipe, sino un hombre, un hombre guapísimo. La clase de hombre que podría seducir a cualquier mujer, la clase de hombre que se quedaba en tus pensamientos y hacía que se te doblasen las rodillas.
¿Sólo había pasado una semana desde que hicieron el amor en el jacuzzi de su casa? Le parecía como si hubieran pasado meses.
Incluso sabiendo que no debía, su cuerpo seguía deseándolo.
Tony la deseaba.
En sus brazos.
En su cama.
Y, sobre todo, quería que subieran al coche para marcharse de allí lo antes posible. Debía hacer uso de toda su capacidad de persuasión para convencerla de que tenían que ir a su casa porque, aunque hubieran localizado su dirección, nadie podría pasar de la verja de entrada.
¿Pero cómo iba a convencer a Shannon?
Cuando volvió la cabeza para mirarla, sintió lo mismo que había sentido cinco meses antes, cuando la conoció. Vernon le había comentado que acababa de contratar a una nueva camarera, pero él no había prestado atención hasta que la vio…
Vernon le había contado que su marido, un estafador de la peor calaña, se había suicidado para no enfrentarse con una pena de cárcel. Shannon y su hijo se habían quedado en la ruina y había trabajado como camarera durante un año y medio en un restaurante de Louisiana antes de que él la contratase.
Tony la miró ahora tan atentamente como la había mirado aquella vez, cinco meses antes. Algo en sus ojos grises le recordaba el cielo antes de una tormenta. Tumultuosos, interesantes.
Era un reto.
Y llevaba mucho tiempo sin enfrentarse a un reto. Levantar su negocio de la nada lo había mantenido ocupado, pero ya estaba hecho.
Y entonces la había conocido a ella.
Llevaba toda su vida sonriendo ante los problemas y, por primera vez, encontraba a alguien que veía más allá de esa risueña fachada. Pero no sabía nada de ella, Shannon era un misterio.
Cada día lo desconcertaba más y eso hacía que la deseara más.
Apartándose de la puerta, Shannon se quitó los zapatos. En su casa se caminaba descalzo, se lo había dicho las dos veces que había estado allí, las dos únicas veces que lo había dejado entrar en su apartamento y sólo durante unos minutos. Cuando se acostaban juntos, lo hacían en su casa o en un hotel situado cerca del restaurante y Tony no esperaba que pasara nada con Kolby durmiendo a unos metros de ellos.
Y, a juzgar por su expresión, Shannon lo echaría de allí a patadas si intentase tocarla siquiera.
–Me quedaré con el niño mientras haces la maleta –murmuró, quitándose los zapatos.
–No, tenemos que hablar.
–¿De qué? La puerta de tu casa estará llena de reporteros por la mañana.
–Me iré a un hotel.
¿Con los veinte dólares que tenía en el monedero? Tony rezaba para que no fuese tan ingenua como para usar una tarjeta de crédito, porque eso sería como darle su dirección a la prensa.
–Podemos hablar después de que hayas hecho la maleta.
–Te repites como un disco rayado.
Tony intentó sonreír. Su casa olía a algo floral, un aroma que lo calmaba y lo excitaba al mismo tiempo, el mismo que había notado tantas veces cuando la abrazaba después de hacer el amor. Shannon nunca se quedaba a dormir, pero sí se adormilaba un rato sobre su pecho.
Cuando volvió a mirarla, ella dio un paso atrás.
–Tengo que cambiarme de ropa. ¿Seguro que no te importa quedarte con el niño?
No era un secreto que a Kolby no parecía caerle demasiado bien. Nada parecía funcionar con él, ni los helados ni los trucos de magia. Y Tony pensaba que seguramente seguía echando de menos a su padre.
A ese canalla que había dejado a Shannon en la ruina y con el corazón roto.
–Puedo hacerlo, no te preocupes. Tómate el tiempo que necesites.
–Gracias. Sólo voy a cambiarme de ropa, no voy a hacer la maleta. Antes tenemos que hablar, Tony… Antonio.
–Prefiero que me llames Tony.
–Muy bien.
Si pudiese aceptar que llevaba más tiempo siendo Tony Castillo que Antonio Medina de Moncastel…
Incluso había cambiado legalmente su apellido. Crear una persona nueva no había sido difícil, especialmente cuando ahorró lo suficiente como para abrir su negocio. A partir de entonces, todas las transacciones se hacían a través de la empresa y sus planes habían ido como él esperaba… hasta aquel momento. Hasta que alguien descubrió inesperadamente la nueva identidad que habían adoptado sus hermanos y él. De hecho, tenía que llamar a sus hermanos, con los que hablaba un par de veces al año.
Necesitaban un plan.
Sacando el iPhone del bolsillo, Tony se dirigió a la cocina, desde la que podía ver al niño sin despertarlo.
Primero, llamó a su hermano Carlos, pero saltó el buzón de voz, como había imaginado. Tony cortó la comunicación sin dejar un mensaje y llamó a Duarte.
–Dime, Antonio –escuchó la voz de su hermano. No hablaban a menudo, pero aquéllas eran circunstancias especiales.
–Me imagino que sabrás lo que ha pasado.
–Sí, me temo que sí.
–¿Dónde está Carlos? Acabo de llamarlo, pero no le localizo.
Sólo se tenían los unos a los otros cuando eran niños y ahora las circunstancias los obligaban a vivir separados. ¿Tendrían sus hermanos la misma sensación, como si les hubieran amputado un miembro?
–Su secretaria me ha dicho que lo llamaron urgentemente del hospital y que tardará al menos un par de horas en volver. Aparentemente, Carlos se enteró cuando estaba llegando al hospital, pero ya conoces a nuestro hermano –Duarte, el mediano, solía hacer de mensajero con su padre. Los tres se veían cuando podían, pero los recuerdos de su infancia eran tan tristes, que esas reuniones se habían ido espaciando.
–¿Cómo crees que se han enterado?
Su hermano masculló una maldición.
–Los de Global Intruder me hicieron una fotografía mientras estaba visitando a nuestra hermana.
Su hermanastra, Eloísa, hija natural de su padre como resultado de una aventura amorosa que mantuvo poco después de llegar a Estados Unidos. Enrique estaba destrozado por la muerte de su esposa y se sentía culpable por no haber podido evitarla. Aunque, aparentemente, no tanto como para no acostarse con otra mujer. Pero su amante se había casado con otro hombre que crió a Eloísa como si fuera hija suya.
Tony sólo había visto a su hermanastra en un puñado de ocasiones, cuando era adolescente, un par de años antes de marcharse de la isla en la que residía su padre. Eloísa tenía siete años entonces, pero ahora estaba casada y los parientes de su marido eran políticos influyentes.
¿Sería ella la culpable de que la prensa los hubiera descubierto? Duarte parecía pensar que Eloísa quería permanecer en el anonimato como ellos, pero tal vez la había juzgado mal.
–¿Por qué fuiste a visitarla?
–Asuntos familiares, pero eso da igual ahora. Cuando salimos al muelle a tomar el aire, su cuñada resbaló y yo la sujeté para que no cayera al suelo. Una reportera subida a un árbol fotografió tan importante ocasión, aunque no debería haber tenido ninguna importancia porque los que interesan a las revistas son los suegros de Eloísa, el embajador Landis y su mujer. O el marido de su cuñada, el senador Landis –Duarte dejó escapar un suspiro–. Sigo sin entender cómo me reconoció la fotógrafa… y siento mucho que haya pasado todo esto.
Su hermano no había hecho nada malo. No podían vivir en una burbuja y, además, Tony siempre había sabido que era una cuestión de tiempo que todo les explotase en la cara. Él había conseguido vivir lejos de la isla durante catorce años, sus hermanos más aún.
Pero siempre existía la esperanza de que pudieran ir un paso por delante de la prensa.
–Todos hemos sido fotografiados alguna vez, no somos vampiros. Lo increíble es que esa mujer fuera capaz de reconocerte.
–Sí, desde luego. ¿Y qué planes tienes para afrontar con el asunto?
–No hablar con nadie hasta que se me haya ocurrido algo. Llámame cuando hayas hablado con Carlos.
Después de cortar la comunicación, Tony volvió al salón y se dejó caer sobre el borde del sofá para leer los mensajes de su iPhone, aunque ninguno decía nada que no supiera ya. Pero cuando se conectó a Internet, tuvo que hacer una mueca. Los rumores corrían como la pólvora, desde luego.
Decían que su padre había muerto de malaria años antes, falso.
Que Carlos se había sometido a una operación de cirugía estética, falso también.
Decían que Duarte se había hecho monje budista, más que falso.
Y luego había historias sobre Shannon y él, que eran ciertas. El título de «la amante del monarca» empezaba a echar raíces en el ciberespacio y Tony se sintió culpable por hacerla pasar por eso. El frenesí de los medios seguiría creciendo y pronto alguien empezaría a hablar de su difunto marido…
Tony guardó el iPhone en el bolsillo, disgustado.
–¿Tan malo es? –oyó la voz de Shannon.
Se había puesto unos vaqueros y una sencilla camiseta, el sedoso pelo rubio liso le caía sobre los hombros. No parecía mucho mayor que la niñera, aunque había un brillo de cansancio en sus ojos.
Tony estiró las piernas, la piel del sofá crujió cuando se echó hacia atrás.
–Mis abogados y los de mis hermanos están en ello. Con un poco de suerte, pronto habremos controlado parte de los daños, pero no se puede meter al genio en la botella. Una vez fuera…
–No pienso irme contigo –lo interrumpió Shannon.
–Esto no va a terminar –dijo él, en voz baja–. Los reporteros harán guardia delante de tu casa y, tarde o temprano, tu niñera empezará a hablar. Tus amigos venderán fotos… y existe la posibilidad de que alguien utilice a Kolby para llegar hasta mí.
–¿Por qué? Tú y yo hemos terminado –dijo Shannon, acariciando el pelo del niño.
–¿De verdad piensas que alguien lo va a creer? El momento les parecerá demasiado conveniente.
Shannon se dejó caer sobre el brazo del sofá.
–Rompimos el fin de semana pasado.
–Dile eso a los periódicos, a ver si te creen. A esta gente no le importa nada la verdad. Seguramente la semana pasada publicaron la fotografía de un bebé extraterrestre, así que decir que has roto tu relación conmigo no servirá de nada, te lo aseguro.
–Sé que tengo que irme de Galveston –asintió ella–. Ya lo he aceptado.
Y no habría muchas cosas que empaquetar, pensó, mirando alrededor.
–Te encontrarán, Shanny.
–¿Y cómo sé que no estás usando esto como excusa para volver conmigo?
¿Lo estaba haciendo? Una hora antes habría hecho lo que fuera para volver a tenerla en su cama, pero ahora tenía otras, mucho más serias, preocupaciones. Tenía que encontrar la forma de evitar que la relacionasen con su familia y no podía arriesgarse a dejar que se fuera de allí sin él.
–Sí, lo dejaste muy claro. No quieres saber nada de mí o de mi dinero. Nos hemos acostado juntos, pero ninguno de los dos esperaba o quería más.
Sus miradas se encontraron, el único sonido era el de la respiración de Kolby.
–Pero tú sabes que no es verdad –siguió Tony.
Shannon sacudió la cabeza.
–¿Y qué debo hacer ahora?
Tony querría abrazarla y decirle que no se preocupase, que todo iba a salir bien, que no dejaría que le ocurriese nada. Pero tampoco iba a hacer promesas vacías.
Veintisiete años antes, cuando escaparon de San Rinaldo en una noche sin luna, su padre les había asegurado que todo iba a ir bien, que pronto se reunirían.
Y no fue así.
–Han ocurrido muchas cosas en unas pocas horas. Tenemos que ir a mi casa, donde hay verjas, equipo de seguridad, alarmas, guardias y cámaras de videovigilancia.
–¿Y después de esta noche?
–Dejemos que la prensa crea que somos una pareja, es lo mejor. Luego romperemos públicamente, en nuestros términos, cuando tengamos un plan.
Ella dejó escapar un suspiro.
–Muy bien, de acuerdo.
–Mientras tanto, la prioridad es que la prensa no os moleste ni a ti ni a Kolby –Tony le había dado muchas vueltas a la situación, descartando una idea y otra hasta que no le quedó más que una opción.
–¿Y cómo piensas hacer eso? –preguntó Shannon, acariciando la cabeza del niño dormido.
–Llevándote al sitio más seguro que conozco –contestó él. Un sitio al que había jurado no volver nunca–. Mañana iremos a visitar a mi padre.
–¿Visitar a tu padre? –repitió Shannon, atónita.
¿Había perdido la cabeza?
–Eso he dicho.
–¿Al rey de San Rinaldo? No puedes decirlo en serio.
–Lo digo absolutamente en serio –Tony se levantó para acercarse a ella.
No llamarlo en toda la semana había sido horriblemente difícil, pero estar con él en la misma casa, en la misma habitación…
Shannon se mordió los labios para no decir algo de lo que se arrepentiría más tarde.
–No podemos hablar de eso ahora –murmuró, tomando a su hijo del sofá para llevarlo a la habitación.
Había hecho todo lo posible para compensar a Kolby por todo lo que había perdido, como si hubiera alguna forma de compensar a un niño por la muerte de su padre, por haber perdido todo lo que tenía.
Shannon lo besó en la frente, con un nudo en la garganta, respirando el delicioso aroma de su champú infantil.
Y cuando se dio la vuelta, encontró a Tony en la puerta, con expresión decidida. Bueno, pues también ella podía ser decidida, sobre todo en lo que se refería a su hijo. Shannon cerró las cortinas antes de salir del dormitorio.
–Eso de ir a visitar a tu padre es absurdo –dijo en voz baja.
–Esta situación es complicada y hay que tomar medidas extremas.
–¿Esconderme junto a un rey? Eso sí que sería extraordinario –Shannon se quitó las gafas para pellizcarse el puente de la nariz.
Antes de la muerte de Nolan solía llevar lentillas, pero ya no podía permitirse ese gasto. ¿Cuánto tiempo iba a tardar en acostumbrarse a llevar gafas?
–¿Crees que quiero exponerme al escrutinio de la prensa yendo a casa de tu padre? ¿Por qué no nos quedamos en la tuya?
–Mi casa es segura, pero sólo hasta cierto punto y tarde o temprano descubrirán que estamos allí. Sólo hay un sitio en el que nadie puede entrar.
–Parece que las cámaras llegan a todas partes –dijo ella, frustrada.
–La prensa sigue sin saber dónde está mi padre y llevan años intentando descubrir su paradero.
–¿No vive en Argentina?
–No, estuvimos allí muy poco tiempo después de escapar de San Rinaldo –Tony se ajustó el reloj, el único gesto nervioso que había observado en él–. Mi padre compró una finca allí y pagó a un grupo de gente para que la hiciesen parecer habitada, la mayoría de ellos, ciudadanos de San Rinaldo que escaparon con nosotros del país. Nadie lo sabe, sólo un exclusivo grupo de personas.
El rey de San Rinaldo había tenido que hacer lo imposible para proteger a sus hijos… pero eso era lo mismo que pensaba hacer ella y, curiosamente, Shannon sintió una sorprendente conexión con el viejo rey.
–¿Y por qué me lo cuentas si es un secreto?
–Porque tengo que convencerte para que vayas conmigo –respondió Tony, poniendo una mano en su hombro.
Y Shannon tuvo que contener el deseo de apoyarse en él.
–¿Y dónde vive ahora?
–Eso no puedo decírtelo.
–Pero esperas que haga la maleta y me vaya contigo. Y que me lleve a mi hijo. ¿Por qué iba a confiar en ti si me has mentido hasta ahora, Tony?
–Porque no puedes confiar en nadie más.
La realidad la dejó desolada. Sólo tenía a sus suegros, que no querían saber nada de ella o de Kolby porque la culpaban por la muerte de Nolan. Estaba absolutamente sola.
–¿Cuánto tiempo estaríamos allí?
–Hasta que mis abogados consigan una orden de alejamiento para ciertos periodistas. Y quiero que el niño y tú os alojéis en un sitio con medidas de seguridad adecuadas. Me imagino que será una semana, dos a lo sumo.
–¿Y cómo iríamos allí?
–En avión –Tony volvió a jugar con su reloj.
Eso debía de significar que estaba lejos.
–No, lo siento, no vas a alejarme del mundo. Eso sería equivalente a secuestrarnos…
–Si aceptas venir, no sería un secuestro –la interrumpió él–. En el ejército, es normal que la gente suba a aviones sin destino conocido.
–La última vez que miré no llevaba uniforme –replicó Shannon.
–Lo sé, Shanny… –Tony alargó una mano para acariciar su pelo–. Siento mucho hacerte pasar por esto y haré todo lo que pueda para que esta semana sea lo más cómoda posible para ti.
La sinceridad de esa disculpa la consoló un poco. Además, había sido una semana muy larga sin él. Le había sorprendido cuánto echaba de menos sus llamadas, sus citas espontáneas, sus besos y sus íntimas caricias. No podía negar que Tony la afectaba en todos los sentidos, sería absurdo.
Estaba jugando con sus gafas, como hacía cuando estaba nerviosa, y sin decir nada, él se las quitó de la mano para colgarlas en el cuello de la camiseta, la familiaridad del gesto hizo que su corazón se acelerase un poco más.
Shannon puso las manos sobre su torso, sin saber si quería empujarlo o acercarse más. Sus bocas estaban muy cerca, sus alientos mezclándose y despertando recuerdos ardientes. Pensaba que el dolor por el engaño de Nolan la había dejado muerta en vida… hasta que conoció a Tony.
–¡Mamá!
La voz de su hijo la devolvió a la realidad. Y no sólo a ella. La expresión de Tony pasó de seductora a seria en un segundo y fue él quien abrió la puerta del dormitorio.
–¡Mamá, mamá, mamá!
–Estoy aquí, cariño.
–¡Hay un monstruo en la ventana!
Tony se acercó a la ventana de una zancada, regañándose a sí mismo por haberse distraído un momento.
–Quédate en el pasillo mientras echo un vistazo.
Podría no ser nada importante, pero él sabía que no debía bajar la guardia. Sin dudarlo un momento, abrió la ventana y echó una mirada al patio.
No vio nada. Sólo un columpio moviéndose con la brisa.
Tal vez sólo había sido una pesadilla, pensó, mientras cerraba la ventana y echaba las cortinas.
¿Pero no las había cerrado Shannon antes de salir del dormitorio?
–Voy a salir a echar un vistazo, por si acaso. El guardaespaldas se quedará contigo…
En ese momento sonó su iPhone y cuando lo sacó del bolsillo, vio que era el número del guardaespaldas.
–¿Sí?
–Un chico del edificio de al lado estaba intentando hacer fotografías con el móvil. Ya he llamado a la policía.
–Bien hecho. Gracias.
Tony volvió a guardar el teléfono en el bolsillo de la chaqueta, con el corazón acelerado. Pero podría haber sido mucho peor. Él sabía por experiencia lo que podía ocurrir.
Y, aparentemente, también Shannon lo sabía, porque no dejaba de mirar alrededor con expresión asustada.
Sin pensar, le pasó un brazo por los hombros hasta que se apoyó en él, la suave presión de su cabeza era lo único bueno en un día espantoso.
–Muy bien, de acuerdo. Tú ganas.
–¿Qué gano?
–Iremos a tu casa esta noche.
Una victoria pírrica, ya que era motivada por el miedo, pero Tony no pensaba discutir.
–¿Y mañana?
–Hablaremos de eso mañana. Por el momento, llévanos a tu casa.
La casa de Tony en Galveston era, en realidad, una mansión. El imponente edificio de tres plantas impresionaba a Shannon cada vez que atravesaba la verja de hierro.
Kolby seguía durmiendo, afortunadamente. Cuando logró convencerlo de que no había ningún monstruo, su hijo volvió a cerrar los ojos y no había despertado desde entonces.
Si ella pudiese olvidar las preocupaciones tan fácilmente… Pero Nolan le había robado algo más que dinero, le había robado la tranquilidad, la sensación de seguridad.
Suspirando, Shannon miró por la ventanilla. Dos acres de jardín bien cuidado rodeaban la mansión. La finca era imponente de día, pero por la noche, rodeada de sombras, casi daba miedo. Además, las paredes estaban pintadas de color berenjena, un color tan oscuro, que por la noche parecía casi negro.
Ella había vivido en una casa de cuatro mil metros cuadrados con Nolan, pero podría haber metido dos de esas casas en la finca de Tony. Era realmente impresionante. El edificio estaba construido al estilo texano, lo que ellos llamaban «estilo español». Y, conociendo su herencia ahora, podía entender que le hubiese gustado la zona.
Sin decir nada, Tony metió el coche en el garaje, por fin a salvo del resto del mundo. ¿Pero durante cuánto tiempo?
Él mismo sacó a Kolby de la silla de seguridad y Shannon no protestó. Siguiéndolo con una mochila llena de juguetes, apenas se fijó en la casa a la que habían ido después de cenar, de ir al cine o a algún concierto. Su alma, hambrienta de música, se había embebido cada nota.
Su primera cena juntos había sido amenizada por un violinista. Casi podía seguir oyendo las notas del violín, que parecían hacer eco en los altos techos, en los suelos de mármol.
No se habían acostado juntos esa noche, pero Shannon sabía que era inevitable.
Esa primera vez, Tony había encargado la cena en uno de los mejores restaurantes de la ciudad. Y todo era tan elegante, no tenía nada que ver con los platos y los cubiertos de plástico que solía usar con Kolby…
Aunque adoraba a su hijo, a veces era inevitable echar de menos las cosas buenas de la vida.
Pero nunca había dormido allí. Hasta esa noche.
Shannon siguió a Tony por una espectacular escalera, con la mano en la barandilla de hierro forjado. Ver a su hijo dormido y totalmente relajado sobre el hombro masculino la emocionaba.
La ternura que sentía al verlos juntos le recordaba lo especial que era aquel hombre. Lo había elegido con mucho cuidado, intuyendo que Tony era un hombre de palabra. ¿Estaba dispuesta a tirar todo eso por la borda?
Él entró en el primer dormitorio, una especie de suite con salita anexa, decorado en tonos verdes, con mapas enmarcados en las paredes. Apartando el edredón, colocó suavemente al niño sobre la cama y Shannon se acercó para colocar una silla a cada lado a modo de barrera, inclinándose para darle un beso en la frente.
La enormidad de cómo iban a cambiar sus vidas a partir de aquel momento hizo que sus ojos se empañaran.
–Puedes dormir en otra habitación…
–No, dormiré en el sofá de la salita. Quiero estar cerca de mi hijo por si se despertase de repente.
–Como quieras.
Cuando Tony puso una mano en su hombro, Shannon se apoyó en ella sin darse cuenta. Pero se apartó enseguida. Era tan fácil caer en las viejas costumbres…
–Lo siento, no quería…
–Lo sé –Tony metió las manos en los bolsillos del pantalón–. Traeré tus cosas enseguida. Le he dado la noche libre al servicio.
–¿Por qué? Pensé que confiabas en ellos.
–Y así es… hasta cierto punto. Es más fácil proteger la casa cuando hay poca gente en el interior.
Shannon asintió con la cabeza.
–Tengo que proteger a Kolby, Tony. Me aterra pensar que un chico con un móvil ha intentado entrar en mi casa para hacer una fotografía… y sólo han pasado unas horas desde que salió la noticia. No quiero ni pensar en lo que alguien con recursos podría hacer.
–Mis hermanos y yo estamos intentando controlar la situación –dijo él–. Y mi abogado sabe que vamos a ver a mi padre… lo digo para que te quedes tranquila. No tengo intención de secuestrarte.
Su abogado era otro empleado, pensó Shannon. Pagado con el mismo dinero que ella había rechazado unos días antes.
–¿Confías en ese hombre?
–Tengo que hacerlo, no me queda más remedio. Pero hay cosas que no se pueden evitar, aunque uno intente cortar los lazos con el pasado.
–¿Estás hablando de ti mismo?
Tony se encogió de hombros.
–Hablo en general.
Pero Shannon no iba a darse por vencida. Tenía que saber algo más.
–Sé que no quieres que rompamos y tal vez éste sería un buen momento para contarme algo más sobre ti mismo.
–¿Estás diciendo que tampoco tú quieres romper conmigo?
–No, sólo estoy diciendo… –Shannon apartó la mirada–. Que tal vez podría perdonarte por haberme mentido si supiera algo más sobre ti.
–¿Qué quieres saber?
–¿Por qué elegiste Galveston?
Tony dejó escapar un suspiro.
–¿Tú haces surf?
Ella lo miró, sorprendida.
–No creo que hablar de eso vaya a solucionar nada.
–¿Pero has hecho surf alguna vez? En el Atlántico las olas no son tan altas como en el Pacífico, pero no están mal, especialmente en el sur de España, en Tarifa.
–¿No me digas que haces surf? –Shannon intentó conciliar al magnate multimillonario con un joven despreocupado deslizándose sobre una tabla de surf. Pero la imagen que apareció en su mente era la de un Tony apasionado cuando hacían el amor.
–Siempre me han fascinado las olas.
–Incluso cuando vivías en San Rinaldo. Porque es una isla, ¿no?
Siempre había pensado que tenía cuadros de barcos en la casa por su negocio naviero, pero ahora se daba cuenta de que su amor por el mar y los barcos se debía a que había nacido en una isla.
–Pensé que no sabías nada sobre mí.
–Cuando me enteré de la noticia, eché un vistazo en Google… –empezó a decir Shannon.
No había descubierto mucho, sólo lo más básico: el depuesto rey de San Rinaldo tenía tres hijos y su madre había muerto cuando intentaban escapar del país. Se le encogía el corazón al pensar que Tony había perdido a su madre cuando era poco mayor que Kolby.
–Pero no he visto ninguna imagen de ti haciendo surf.
Sólo unas cuantas fotos antiguas de tres chicos con sus padres, todos felices, y alguna fotografía del rey con uniforme.
–Intentamos retirar todas las fotografías cuando escapamos de San Rinaldo –la sonrisa de Tony contrastaba con la expresión seria de sus ojos–. Entonces no había Internet.
Y ella creía que lo había pasado mal cuando se marchó de Louisiana tras la muerte de su marido…
«Qué trágico tener que borrar toda traza de tu pasado», pensó.
–Leí que tu madre había muerto. Lo siento mucho.
Tony hizo un gesto con la mano, como diciendo que no quería hablar de eso.
–Cuando llegamos a… la casa en la que vive mi padre ahora estábamos aislados, pero al menos teníamos el mar. Y allí podía olvidarme de todo.
La miraba a ella, pero parecía perdido en sus pensamientos.
–¿Qué estás pensando?
–Que a lo mejor te gustaría aprender a hacer surf.
Shannon sonrió.
–No, gracias, el surf no es para mí. ¿Has intentado cuidar de un niño con una pierna rota?
–¿Cuándo te rompiste la pierna?
–Hace mucho tiempo.
–Tu marido…
–No, Nolan no tuvo nada que ver. Estar casada con un delincuente no es precisamente lo mejor que te puede pasar, pero Nolan jamás me levantó la mano –dijo Shannon, a quien no le gustaba la dirección que estaba tomando la conversación. Supuestamente, debería averiguar cosas sobre Tony, no al revés–. Aunque nunca dejaré de preguntarme si debería haberme dado cuenta antes de lo que era, si tomé el camino más fácil cerrando los ojos…
–Conociéndote, dudo mucho que tomaras el camino más fácil –la interrumpió él–. Pero ha sido un día muy largo y pareces cansada. Si quieres, te meteré en la cama y te arroparé –intentó bromear.
–Lo dirás en broma.
–Tal vez. O tal vez no –Tony la miró a los ojos con expresión intensa–. Shanny, te abrazaría durante toda la noche si me dejaras. Y te prometo que haré lo que tenga que hacer para que ni tu hijo ni tú os sintáis amenazados.
Y ella quería dejar que lo hiciera, pero había dependido de un hombre antes y el resultado había sido catastrófico.
–Si me abrazases, no descansaría en absoluto y los dos lo sabemos. Además, mañana lo lamentaríamos. ¿No te parece que ya tenemos suficientes problemas?
–Muy bien, de acuerdo. No volveré a insistir.
–Sigo enfadada contigo por no haberme dicho la verdad, pero te agradezco que intentes ayudarme.
–Te debo eso y más –Tony la besó suavemente en los labios, sin tocarla. Y aunque fue una caricia suave, le recordó por qué se había quedado prendada de él a primera vista–. Que duermas bien.
–¿Tony? –lo llamó. ¿Esa voz ronca era la suya?
Él la miró por encima de su hombro. Sería tan fácil aceptar el consuelo que le ofrecían sus brazos, pero tenía que mantener la cabeza fría. Había luchado mucho para ser independiente y eso significaba dejar claros los límites.
–Que sea capaz de perdonarte no significa que puedas volver a mi cama.
No estaba en su cama.
Shannon parpadeó, intentando desembarazarse de la pesadilla que la tenía presa y recordar dónde estaba.
El tictac de un reloj y la textura de la manta que rozaba su cara no le resultaban familiares. Y notaba ese aroma a madera de sándalo…