Tras el cariño - Carole Mortimer - E-Book

Tras el cariño E-Book

Carole Mortimer

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Beschreibung

¿Cómo le podía decir que habían tenido un hijo? Sapphie Benedict había perdido su virginidad con Rik Prince, un atractivo guionista de Hollywood. Convencida de que Rik estaba enamorado de su hermanastra, Sapphie pensó que no lo volvería a ver y que nunca tendría ocasión de informarle sobre las consecuencias de su breve aventura amorosa. Cinco años más tarde, se reencontraron en París. Sapphie se dio cuenta de que todavía lo amaba, pero sus vidas eran más complicadas que nunca. No le podía declarar su amor ni mucho menos... confesarle que era padre de un niño precioso.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2005 Carole Mortimer. Todos los derechos reservados.

TRAS EL CARIÑO, N.º 68 - agosto 2012

Título original: Prince’s Love-Child

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0733-4

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Prólogo

RIK! ¡Rik Prince! ¿Es posible que seas tú? Rik se quedó helado con el primer sonido de aquella voz ronca y sensual. Sus músculos y sus tendones se paralizaron y su pecho dejó de subir y de bajar. Su corazón fue lo único que siguió funcionando; pero a un ritmo más rápido de lo normal, como si intentara protegerse del recuerdo de un dolor.

La reconoció al instante.

Era una voz que había oído muchas veces en sueños. Una voz que, todos los días, durante meses, lo había instado a levantar el auricular del teléfono para volver a oír su tono cálido al otro lado de la línea. Y todos los días, colgaba antes de llamar.

Llevaba mucho tiempo sin pensar en ella; tanto tiempo que había llegado a convencerse de que su vieja infelicidad estaba muerta y enterrada.

Pero cabía la posibilidad de que se hubiera equivocado.

–¿Rik?

La voz, de acento inglés, sonó más cerca. De hecho, Rik supo que Dee se encontraba justo detrás de él incluso antes de sentir el contacto de su mano.

Con un esfuerzo, recobró el control de su cuerpo y volvió a respirar. Quedarse allí, en mitad de la calle, paralizado por la sorpresa, no era la mejor forma de afrontar el problema. Tenía que darse la vuelta y mirarla.

Cuando por fin lo hizo, descubrió que estaba más guapa que nunca. Alta, rubia, de piel morena y con los ojos verdes más increíbles que había visto en su vida. Diamond McCall, Dee para los amigos. Habían pasado cinco años desde que Rik la dejó, pero seguía haciendo honor a su nombre; era un diamante de belleza cegadora.

Un diamante que irradiaba glamour hasta con los vaqueros desgastados y la sencilla camiseta de color rosa que se había puesto aquel día. Un diamante que se había convertido en la actriz mejor pagada de Hollywood. Un diamante cuyo nombre en los títulos de crédito bastaba para que cualquier película fuera un éxito de taquilla.

Pero también era la esposa de otro hombre.

–¡Sabía que eras tú! –la cara de Dee se iluminó con una gran sonrisa–. Me habían dicho que si te quedas el tiempo suficiente en los Campos Elíseos de París, terminas por encontrarte a todo el mundo… ¡Pero no lo había creído hasta ahora! ¿Qué estás haciendo aquí?

Rik no encontró una respuesta. No sabía qué estaba haciendo allí ni, a decir verdad, quién era. Su mente se había quedado en blanco en cuanto miró sus ojos verdes.

–¿Es que sigues enfadado conmigo?

Él se preguntó lo mismo. Había estado muy enfadado con ella y con su madrastra y su hermanastra, un par de manipuladoras decididas a que Dee se casara con el multimillonario y poderoso Jerome Powers. Pero al mirarla ahora, le pareció difícil de creer que alguien pudiera estar enfadado con una criatura tan bella y tan llena de energía.

–Di algo, por favor… –insistió ella, sin dejar de sonreír.

Rik no estaba seguro de poder decir nada. Se sentía como si se le hubiera quedado la lengua pegada al paladar; un hecho más propio de un adolescente que de un guionista de treinta y cinco años con éxito profesional que, por si eso fuera poco, era copropietario de una compañía cinematográfica.

En otras circunstancias, le habría parecido patético; pero en esas, le pareció una reacción justificada.

Al fin y al cabo, no esperaba encontrarse con Dee.

Su día había empezado como todos los días de los dos meses que llevaba en la capital francesa. Se había despertado a las ocho, había paseado por la orilla del Sena, había regresado al hotel para desayunar café y croissants y se había dedicado a leer el periódico hasta que llegó la hora de volver a salir para localizar un sitio donde comer.

Nada, en ningún momento de su rutina diaria, le había advertido de que aquella mañana se iba a encontrar con Dee McCall.

Pero tenía que decir algo. No se podía quedar así, como un pasmarote.

–Tienes buen aspecto, Dee.

–Y tú –dijo ella con una mirada coqueta.

Dee intentó añadir algo, pero él quiso hablar al mismo tiempo y se interrumpieron el uno al otro.

–¿Qué ibas a decir? –preguntó ella.

–No, tú primero…

Rik pensó que era una situación desconcertante. Se habían querido demasiado como para imaginar que se comportarían como un par de desconocidos, con incomodidad y torpeza, cuando se volvieran a encontrar.

–Solo iba a preguntar si estás con alguien.

Él sacudió la cabeza.

–No, ¿y tú? ¿Estás con Jerome?

Jerome era su marido. El hombre con el que se había casado cinco años atrás. A pesar de los ruegos de Rik.

No era un periodo de su vida del que se sintiera particularmente orgulloso, pero en aquella época estaba tan enamorado de Dee que todo lo demás carecía de importancia para él.

Por suerte, ya no estaba enamorado de ella. Se dio cuenta en ese mismo instante, al mirarla otra vez. Comprendió que solo quedaba el recuerdo de aquel amor, un eco del tiempo que habían estado juntos.

Por aquel entonces, Dee era una veinteañera; acababa de empezar su carrera de actriz y estaba sometida a la presión de su madrastra y de su hermanastra para que se casara con Jerome Powers, un hombre de cuarenta años con más poder en el mundo del cine que los propios hermanos Prince.

Un día, Dee le dijo entre lágrimas que casarse con Jerome era la única forma de librarse del yugo de su madrastra y de su hermanastra. Rik se mostró dispuesto a ofrecerle la misma protección que él, pero no sirvió de nada.

–¿Dee? Ven a ver esto… he encontrado una cartera y un bolso perfectos para ti.

Rik reconoció la voz tan rápidamente como había reconocido la de ella. Era Jerome Powers, su marido.

–¿Rik… ? ¡Rik Prince! –Jerome lo saludó con tanta calidez que Rik no tuvo más remedio que estrecharle la mano–. ¿Qué estás haciendo en París?

De cabello canoso, encanto sincero y éxito entre las mujeres, Jerome le caía bien a todo el mundo. Incluido Rik, aunque habría preferido odiar al hombre que se había casado con Diamond McCall.

–He estado trabajando, pero en este momento me estoy tomando un par de días libres antes de volver a Estados Unidos.

Jerome asintió.

–¿Qué tal están Nik y Zak? He oído que se han casado hace poco… Supongo que eso te convierte en el único Prince que sigue en el mercado –bromeó.

Rik tuvo que hacer un esfuerzo para sonreír. Si las cosas no se hubieran torcido cinco años antes, él habría sido el primero de los Prince que se casara; pero la mujer de la que se había enamorado decidió casarse con aquel hombre.

–Los dos están bien. De hecho, son muy felices.

Ese era otro de los motivos por los que Rik pasaba tanto tiempo en París. Aunque le alegra ba que Nik y Zak fueran felices, su felicidad hacía que él se sintiera, en comparación, más solo que nunca.

Y encontrarse con Dee en la calle no mejoraba su situación.

–Excelente –dijo Jerome con entusiasmo–. Dee, ¿por qué no echas un vistazo a la tienda? Sé que te encantarán la cartera y el bolso que he visto… Pero ¿dónde están mis modales? Discúlpame, Rik; todavía no te he presentado a Sapphie…

Jerome se giró hacia la mujer que estaba a su lado.

Hasta ese momento, Rik no se había fijado en la pequeña y preciosa criatura que acompañaba al marido de Dee. Su pelo, que le llegaba a la altura de los hombros, brillaba bajo la luz del sol; y sus ojos, de color ámbar, se clavaron en él con la intensidad y la sagacidad de los ojos de una gata.

Rik pensó que su día no podía ser más extraño. Primero se había topado con Dee y con Jerome; después, se había dado cuenta de que ya no estaba enamorado de ella y ahora, de repente, se sumaba una sorpresa más.

Porque la conocía.

También habían pasado cinco años desde su último encuentro, que había sido breve. Pero la conocía.

En todos los sentidos de la palabra.

Capítulo 1

RIK la miraba con tanto asombro que Sapphie no tuvo ninguna duda al respecto. La había reconocido.

Pero ella supo ocultar sus emociones. Mantuvo una expresión deliberadamente neutra que no traicionó ni su sorpresa ni el efecto de los recuerdos que asaltaron su mente, los de la noche de amor que había disfrutado con él. Hasta se las arregló para disimular su espanto al ver a un hombre al que no esperaba volver a ver.

Alzó su pequeña y redondeada barbilla, le ofreció la mano y declaró, como si no se conocieran de nada:

–Encantada de conocerle, señor Prince. Soy Sapphie Benedict.

Rik estaba tan obnubilado con ella que pasaron varios segundos antes de que estrechara su mano y encontrara las fuerzas necesarias para hablar.

–¿Señorita Benedict? ¿O señora Benedict?

–Señorita –puntualizó ella.

Sapphie apartó la mano con rapidez, como si su contacto le quemara. Habían pasado cinco años y seguía deseando a un hombre al que solo había visto una noche.

–No seáis tan formales –intervino Jerome–. ¿A qué viene eso de señor Prince y señorita Benedict? ¡Rik y Sapphie es mucho más agradable!

Sapphie no tenía intención de ser agradable con Rik Prince. A decir verdad, pensaba dejárselo bien claro en cuanto tuviera la oportunidad de hablar a solas con él.

–¿Por qué no acompañas a Dee a la tienda, Jerome? –le animó–. Rik y yo nos sentaremos a tomar un café… y cuando volváis, ya nos estaremos tuteando.

–Si a Rik le parece bien… –dijo Dee.

Sapphie arqueó una ceja cuando Rik se giró hacia Dee y asintió. Tenía miedo de que Jerome y su esposa empezaran a sospechar si la seguía mirando con tanta intensidad. Pero Jerome no debía de sospechar nada, porque se limitó a sonreír a Dee y a llevarla hacia la tienda mientras manifestaba su deseo de hacerle un regalo para celebrar su aniversario.

El silencio posterior fue tan denso que se podría haber cortado con un cuchillo. Un silencio que Rik fue el primero en romper.

–Yo creía que su aniversario de boda era en septiembre –dijo.

–Y creías bien.

Sapphie se sentó en la terraza de la cafetería donde Dee los había estado esperando mientras Jerome y ella echaban un vistazo a la tienda. Y al ver que Rik permanecía de pie, añadió:

–Siéntate, por favor.

Rik se sentó y Sapphie lo miró con detenimiento.

Era tan guapo como recordaba; estaba algo más delgado, pero seguía siendo el de siempre. Los mismos ojos azules; el mismo cabello oscuro, más bien largo; la misma cara de rasgos fuertes y el mismo cuerpo musculoso, apenas disimulado por los vaqueros y el polo de color claro que llevaba aquella mañana.

Al cabo de unos momentos, suspiró con frustración. Jerome no parecía haber notado las miradas de cariño que Rik dedicaba a Dee, pero ella lo había notado por los dos y había llegado a la conclusión de que seguía enamorado de su antigua novia.

–Jerome no le va a hacer un regalo por su aniversario de boda, sino por el aniversario del día en que se conocieron –explicó.

–Ah, comprendo.

Sapphie no sabía si zarandear a Rik o darle un buen golpe. Le parecía increíble que siguiera enamorado de Dee después de cinco años; especialmente, cuando cualquiera se habría dado cuenta de que era feliz con Jerome.

–No esperaba volver a verte –continuó él–. Ha pasado mucho tiempo.

–¿No esperabas volver a verme? ¿O no querías volver a verme? –preguntó la joven con ironía.

Él frunció el ceño.

–No lo esperaba –aseguró–. Si quisiera decir otra cosa, diría otra cosa.

–Oh, vamos… –Sapphie sacudió una mano en un gesto de desdén–. No es necesario que mientas. Te aseguro que el sentimiento es recíproco.

Sapphie dijo la verdad. Habría dado cualquier cosa por no volver a ver a Rik Prince. Aunque ahora que lo tenía delante, ya no estaba tan segura.

–Bueno, al menos eres sincera –comentó Rik.

–Una virtud poco habitual en estos tiempos. Y siguiendo con la sinceridad, quiero decirte algo antes de que Dee y Jerome vuelvan.

–Adelante, te escucho.

–No quiero que sepan que ya nos conocíamos.

Él frunció el ceño, la observó durante unos momentos y dijo:

–¿No quieres que sepan que nos conocemos… a fondo?

–Que nos conocíamos. A secas –puntualizó ella–. Prefiero que piensen que no nos habíamos visto nunca.

Rik asintió y le lanzó una mirada llena de ironía.

–Eso no casa muy bien con la sinceridad de la que tanto te jactabas hace unos segundos, ¿no te parece?

–¡No seas obtuso! –protestó ella–. Hay momentos para la sinceridad y momentos…

–¿Para la mentira?

–Estoy segura de que tú tampoco ardes en deseos de que Jerome y Dee sepan que nos acostamos la noche de su boda. La noche después de que perdieras a la mujer de la que estabas enamorado.

Sapphie lo miró con ira, pero su ira no sirvió para enterrar las imágenes de aquella noche, la pasión que habían compartido, el placer de estar entre sus brazos, la atracción que los unía con la fuerza de un imán.

Recordó cada caricia, cada beso y la aceptación mutua de que al final de aquella noche, cuando por fin amaneciera, se marcharían por caminos separados y no se volverían a ver.

–Sí, es verdad, estaba enamorado de ella –admitió Rik–. Y supongo que me acosté contigo por despecho… pero ¿cuál es tu excusa?

Sapphie podría haber mentido o podría haber cambiado de conversación, pero decidió decirle la verdad.

–¿Mi excusa? –preguntó, mirándolo fijamente–. ¡Que yo acababa de perder al hombre del que me había enamorado!

Era cierto; al menos, en parte. Cuando Sapphie asistió a la boda de Dee y Jerome, pensaba que seguía enamorada de él y se sintió profundamente deprimida; pero en determinado momento, su mirada se cruzó con la de Rik Prince, que parecía tan deprimido como ella, y sus sentimientos cambiaron.

Fue amor a primera vista. Algo que no le había pasado nunca; algo que en la mayoría de los casos, tras una noche de sexo, resultaba ser simple deseo a primera vista.

Pero en su caso fue real. Al despertar en la cama con Rik, se dio cuenta de que el amor que sentía por él no se limitaba a su cuerpo; también amaba su encanto, su inteligencia y su sentido del honor.

Irónicamente, se había acostado creyendo que estaba enamorada de Jerome y se había levantado enamorada de Rik.

Pero el corazón de Rik pertenecía a Dee McCall.

Rik se llevó otra sorpresa con la declaración de Sapphie.

Jamás se habría imaginado que la mujer con quien se había acostado cinco años atrás, la mujer tan dispuesta a hacer el amor con él como a olvidar después lo sucedido, estuviera enamorada de Jerome Powers.

Al parecer, los dos habían tenido el mismo motivo.

Se maldijo para sus adentros y pensó que había sido un estúpido. Durante cinco años, se había sentido culpable por utilizar a Sapphie para aliviar el dolor por la pérdida de Dee. Y ahora resultaba que Sapphie lo había utilizado a él para aliviar su dolor por la pérdida de Jerome.

Súbitamente, su asombro se transformó en rabia.

Sabía que enfadarse con ella era absurdo e ilógico, pero se enfadó de todas formas.

–¿Sigues enamorada de Powers? –preguntó con frialdad–. ¿Por eso los sigues a todas partes? ¿Para ocupar el puesto de Dee si su matrimonio se hunde?

–¿Cómo te atreves a decir eso? –Sapphie se puso tan pálida que sus ojos pasaron a ser la única nota de color de su cara–. Para tu información, yo no los sigo a ninguna parte. Llevo cuatro días en París, trabajando en una investigación. Dee y Jerome vinieron a verme ayer… Dee tiene que asistir al estreno de su película en Londres y decidieron pasar por París.

–Qué conveniente para ti, ¿no? –se burló él.

Rik pensó que Sapphie debía de ser masoquista. No encontraba otra explicación al hecho de que siguiera siendo amiga de Dee y de Jerome.

–No es conveniente en absoluto –replicó ella–. Y en cuanto a mi supuesta intención de ocupar el puesto de Dee, se nota que no me has escuchado. Antes he dicho que estuve enamorada de Jerome; no que lo esté todavía.

Rik se habría mostrado más dispuesto a creerla si la actitud de Sapphie no hubiera sido tan defensiva; pero por su expresión de rabia, llegó a la conclusión de que a Sapphie Benedict no le importaba lo que él pensara o dejara de pensar.

En cualquier caso, estaba más interesado en otra cosa. Mientras contemplaba sus ojos, el suave rubor de sus mejillas y la sensual curva de sus labios, le pareció increíble que cinco años atrás hubiera acariciado cada centímetro de aquel cabello largo y sedoso y de aquel cuerpo esbelto y pequeño.

–Dejemos clara una cosa, señor Prince…

–¿Señor Prince? –ironizó Rik–. Creía que ya habíamos pasado del usted al tú.

Justo entonces, el camarero apareció con un par de cafés. Sapphie se mantuvo en silencio hasta que los dejó a solas.

–No te conozco, Rik. Ni te he visto nunca –afirmó–. ¿Está claro?

Rik pensó que era realmente hermosa. Por supuesto, también se lo había parecido cuando se acostó con ella; pero no se había dado cuenta de hasta qué punto lo era.

Su belleza no se parecía nada a la de Dee, suave y dorada. Su belleza estaba hecha de pasión, desde el cabello que parecía rojo a la luz del sol hasta los ojos ámbar que brillaban como el fuego.

Además, por muy enamorado que hubiera estado de Dee, jamás habían pasado de unos cuantos besos clandestinos. En cambio, con Sapphie Benedict había llegado a toda la intimidad que cabía entre un hombre y una mujer.

–Muy claro –respondió lentamente–. Pero si es cierto que no me conoces y que no me has visto nunca, ¿cómo puedo saber que tienes una mancha de nacimiento en tu… ?

–¡Basta ya! –Sapphie se inclinó hacia delante, furiosa–. Dee y Jerome están saliendo de la tienda y caminan hacia nosotros. Por lo que a mí respecta, esta conversación ha terminado.

Rik se giró hacia la pareja, que en ese momento se había detenido para mirar un escaparate. No podía negar que estaban hechos el uno para el otro. Dee, tan alta y tan bella desde un punto de vista clásico; Jerome, tan seguro de sí mismo como se podía esperar de un hombre de mediana edad con éxito.

–Si yo estuviera en tu lugar –continuó ella–, disimularía mis emociones. Los celos pueden ser muy poco atractivos.

Rik se giró hacia Sapphie, sorprendido. Él ya no sentía celos de Jerome. Los había sentido, pero eso era agua pasada.

Arqueó una ceja, la miró con sarcasmo y replicó:

–Supongo que estarás en lo cierto. Tú sabes más de celos que yo.