Tras la venganza - Pippa Roscoe - E-Book
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Tras la venganza E-Book

Pippa Roscoe

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Beschreibung

"Quiero lo que me prometiste en el pasado..." En un opulento baile en París, el multimillonario Theo Tersi vio a la princesa Sofia. Ella lo había abandonado en el pasado, rechazando el futuro que los dos habían planeado juntos. Theo le exigió una explicación. No obstante, cuando los dos se miraron a los ojos, los calculados planes de Theo explotaron bajo el fuego del intenso vínculo que aún existía entre ellos. La verdad era muy distinta. La desolada Sofia se había visto obligada retomar sus deberes como miembro de la familia real diez años atrás. Theo estaba dispuesto a reclamar lo que consideraba suyo y a Sofia como esposa. ¿Podría ese vínculo tan fuerte superar sus deseos de apasionada venganza?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Pippa Roscoe

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Tras la venganza, n.º 2775 - abril 2020

Título original: Virgin Princess’s Marriage Debt

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-057-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

THEO volvió a consultar su reloj. Ella llegaba tarde. No era la primera vez que se escapaban del exclusivo internado suizo por la noche, pero en aquella ocasión parecía diferente. Ella le había dicho que tenía una sorpresa para él, pero no se podía imaginar de qué podría tratarse.

Conociendo a Sofia, podría tratarse de cualquier cosa. Ella era así. Impulsiva, osada, en ocasiones reservada… y muy atractiva. Theo había tardado un buen tiempo en creer que ella no era como los otros alumnos del internado. Aquel internado que él tanto odiaba.

No era ningún ingenuo. Sabía que asistir a un colegio con tan buena reputación era algo por lo que estar agradecido, aunque, a cada paso, los otros alumnos trataran de hacerle creer que él no debería estar allí. No había tardado mucho en darse cuenta de que no era querido, el pobre becado que parecía contaminar el aire que respiraban los demás. Mientras pensaba, estuvo a punto de encogerse de hombros. ¿Por qué debería ser diferente allí a Grecia, donde se había criado con la familia de su madre?

No se podía decir que los profesores fueran mejores que los alumnos. Si había algo por lo que culpar a alguien, era Theo siempre el responsable. Sin embargo, no podían negar sus notas. A sus diecisiete años, había recibido ofertas de becas en algunas de las mejores universidades del mundo. Theo no haría nada para hacer peligrar eso. No. Theo Tersi iba a asegurarse de que jamás tendría que regresar a los viñedos de la familia de su madre en el Peloponeso. Se dedicaría a la banca o a algo relacionado con las finanzas. Quería tener un despacho, como el del jefe de su madre, que había pagado la educación de Theo en aquel internado. No volvería a pasar penurias como sus tíos y sus primos, los mismos que llevaban maltratándolo desde su infancia. Así que no. No se enfrentaría a los que se metían con él en el internado. No podía. No pondría en riesgo todo por lo que se había esforzado tanto. Quería más. Para su madre y para sí mismo. No quería volver a sentir el escozor del rechazo, de la vergüenza y del hambre. Cuando saliera por fin de aquel internado, cuando terminara la universidad, se aseguraría de que nadie volvía a maltratarlo nunca más.

Volvió a mirar el reloj. ¿Dónde estaba Sofia? Normalmente era ella la que tenía que esperarlo. Miró a su alrededor. La noche parecía demasiado silenciosa, como si estuviera conteniendo la respiración, como si estuviera a la expectativa…

Él lo sentía también. Anticipación ante el momento en el que por fin viera a Sofia emergiendo de entre los arbustos. En ocasiones tenía que pellizcarse. Aún no se podía creer que alguien como ella pudiera estar interesada en alguien como él. Sin embargo, aquella noche… iba a decírselo. Iba a decirle que la amaba. Que quería que ella estuviera con él cuando se marchara a la universidad. Que quería la vida sobre la que a menudo habían hablado durante los últimos seis meses. De alguna manera, ella había conseguido traspasar la ira y la desconfianza con la que él la había recibido. Sofia había derribado las barreras que él había levantado para protegerse de las mofas y la crueldad del resto de los alumnos.

Sofia había sido su única alegría en los últimos meses en el internado. Durante mucho tiempo, su vida tan solo había tenido que ver con él y con su madre y la lucha diaria de ambos para superar el día a día. Odiaba el modo en el que la familia de su madre la trataba a ella también… por culpa de Theo, por culpa del padre que él nunca había conocido y al que tampoco quería conocer. Marcharse de Grecia para irse a Suiza había sido un comienzo nuevo para ambos. La oportunidad de estudiar en un internado como aquel era casi inimaginable para el hijo de un ama de llaves.

Por eso, a pesar de todo lo que le ocurriera, estaba decidido a aguantar porque sabía que aquel internado lo llevaría al lugar en el que quería estar. Sin embargo, en el momento en el que vio a Sofia… el modo en el que sus ojos azules como el mar brillaban de picardía, la manera en la que su propio corazón se había acelerado cuando, por primera vez, las miradas de ambos se cruzaron. En aquel momento, Theo había descubierto que podría encontrar en la vida algo más que clases y determinación. Y así había sido desde entonces, cada vez que la veía.

Sofia tenía un halo alrededor de ella, como si nada malo pudiera ocurrirle. Era adictivo. Sin embargo, Theo se preocupaba por ella y quería protegerla de todo, incluso hasta de sí misma. El director del internado había sido muy claro: si atrapaban al bromista del colegio realizando una más de sus bromas, sería expulsado. Theo dudaba mucho que sospecharan que se trataba del ángel dulce y rubio que ella parecía ser, pero tampoco podía negar que era precisamente esa combinación de inocencia y osadía lo que le había atraído a ella en un principio.

No estaba seguro de qué se trataba, pero también había en ella una profunda desesperación, una cierta urgencia que lo atraía. Ella no le había hablado mucho de su hogar. Simplemente había ido dejando caer retazos de información sobre una familia cariñosa, pero estricta, que ahogaba la libertad que Sofia tanto adoraba. A Theo ciertamente no le parecía algo de lo que él saldría huyendo, pero decidió que ya tendría tiempo de descubrir los secretos que ella guardaba. Tendrían el resto de sus vidas.

Odiaba que él fuera uno más de los secretos de Sofia. Se le parecía demasiado al modo en el que pensaba que su padre debía de haberse sentido para huir del pueblo la misma noche de su nacimiento, como si Theo tuviera algo de lo que avergonzarse.

Un ruido en los arbustos que quedaban a su izquierda le sobresaltó. El corazón se le aceleró y él supo que no se tranquilizaría hasta que no la viera.

–Tersi, me dijeron que le encontraría aquí.

En vez de la suave voz de Sofia, fue la voz del director del internado la que cortó el silencio de la noche. El miedo desgarró por completo sus esperanzas.

No se movió. Las náuseas se apoderaron de él al sentir que le habían sorprendido haciendo algo que no debería estar haciendo. Sin embargo, mayor era aún la preocupación que sentía por Sofia.

–¿Qué es lo que está pasando? –le preguntó Theo al hombre que tanta antipatía le había demostrado siempre.

–Lo que está pasando es que por fin tengo a mi bromista. ¿De verdad pensaste que iba a permitir que mi coche, «mi»coche, terminara en el tejado del gimnasio sin hacer nada al respecto?

Theo sacudió la cabeza.

–Yo no sé nada de eso. De verdad.

La seria mirada de determinación del director le hizo saber a Theo que no le creía. El pánico empezó a apoderarse de él.

–¿Dónde está Sofia?

–La princesa ha regresado a Iondorra.

–¿Princesa? ¿De qué está hablando? –exigió saber Theo. Se sentía totalmente confuso.

–¿No te lo dijo?

–¿Decirme qué? Señor, por favor…

–¿De verdad pensaste que una princesa iba a estar interesada en…?

El director debió de ver el gesto en el rostro de Theo, pero, aunque hubiera sentido pena o hubiera dudado sobre él, no lo demostró.

–Bien, pues ya está hecho. Ella se ha ido. Y tú, aquí escondiéndote entre las sombras esperando para ver el efecto de tus actos, lamentarás el día en el que hiciste esta última broma.

–Señor Templeton, yo no le he hecho nada a su coche –dijo Theo tratando desesperadamente de contener su ira.

–¿No? Entonces, ¿por qué está tu bufanda escolar bajo el guardabarros de mi Mini Cooper?

–No tengo ni…

El horror se apoderó de Theo. La última vez que había visto la bufanda fue cuando le hacía una lazada alrededor del cuello de Sofia porque ella temblaba de frío. ¿Le había mentido Sofia? ¿Era princesa? Imposible. Sin embargo, mientras llevaban a Theo al despacho del director, repasó mentalmente las imágenes que había en su recuerdo, como si se tratara de un caleidoscopio. Recordó interacciones, conversaciones, besos… y sintió que se le hacía un nudo en la garganta al recordar las humillaciones a las que nunca había respondido. En su camino hacia lo más alto, no le importaba lo que le dijeran o le hicieran. Pero Sofia… Era ella la que había querido que la relación que había entre ambos fuera un secreto. Ella era la única que había sabido dónde estaría aquella noche. La que le había dicho que tenía una sorpresa para él. La responsable de todas las bromas y la que, al final, había dejado la bufanda de Theo en el lugar en el que había cometido la última. ¿Había sido todo una treta? ¿Se había pasado ella los últimos seis meses preparándolo para aquel golpe final y convertirlo así en el responsable de todos los actos que ella había cometido? ¿Era esa la razón por la que Theo había dudado de ella en un principio, porque, en lo más profundo de su ser, había sabido que todo era una mentira? ¿De verdad había podido ser Sofia la más cruel de todos, haciendo que se enamorara de ella?

Lo iban a expulsar. Lo iba a perder todo. Por Sofia.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

París… diez años más tarde

 

La princesa Sofia de Loria de Iondorra observaba la línea del cielo parisina mientras se ponía lentamente el sol sobre los tejados y las calles empedradas de la que se consideraba la ciudad más romántica de Europa. Qué ironía. Aquella noche, iba a conocer al hombre con el que pasaría el resto de su vida, pero el romance no tenía nada que ver con su relación. No. Ese era el dominio de Angelique, la práctica y decidida casamentera a la que se había contratado con ese objetivo en mente.

El aroma a jazmín que flotaba en la suite del lujoso hotel del VI Distrito de París y que provenía de algún aromatizador invisible no tenía nada que ver con el aroma real. Sofia ansiaba poder regresar a su palacio de Iondorra. Llevaba lejos de su país demasiado tiempo, inmersa en deberes diplomáticos que tenían como objetivo aliviar las tensiones que producía la reciente y cada vez más frecuente ausencia de su padre del ojo público. Por ello, lo que más deseaba era poder regresar a su hogar.

Apartó la mirada de la maravillosa vista de los Jardines de Luxemburgo y se dirigió al salón de la imponente suite. El día anterior había estado en Praga y dos días antes, en Estambul. Su cuerpo se sentía raro con el disfraz para el baile de máscaras de aquella noche. El corsé hacía que mantuviera la espalda muy rígida y hacía subir los senos hacia el suave arco del escote. Se sentía confinada, pero aquel sentimiento no le resultaba desconocido.

El baile de máscaras se celebraba con motivo del cumpleaños de uno de los miembros de la realeza europea y suponía la oportunidad perfecta para que ella conociera a tres de sus posibles pretendientes sin atraer la atención de la prensa ni de todos los miembros de la realeza ni de la alta sociedad, que habían estado conteniendo la respiración para ver con quien se casaría la princesa viuda.

Un profundo dolor le atravesó al corazón al pensar en la descripción que la prensa internacional le dedicaba y que, prácticamente, se había convertido en parte de su vida. Princesa Sofia de Iondorra, la princesa viuda.

Cada vez que se mencionaba ese título, iba acompañado de imágenes de ella vestida de luto, con su pálido rostro en dura contraposición con la ropa negra que se había puesto para honrar a su esposo. Cuatro años. Antoine llevaba muerto cuatro años. El familiar sentimiento de pena, que los años habían ido suavizando, se apoderó de nuevo de su corazón. Tal vez su unión no había sido por amor en el más estricto sentido de la palabra, pero Antoine había sido su amigo y su confidente. Había conocido la enfermedad del padre de Sofia y había ayudado a ocultarla para la opinión pública. La había apoyado a través del breve matrimonio de ambos mientras ella se adaptaba a la realidad de que se convertiría en reina antes de lo que nadie esperaba.

Sofia echaba de menos su apoyo y comprensión. Una vez más, experimentó el shock que había sentido ante la inesperada muerte de Antoine en una carrera de coches. Las imágenes del choque de seis vehículos en Le Mans había dejado a muchas naciones sin palabras, pero solo había dejado destrozada a una. Antoine había sido el único que había fallecido.

Sin embargo, Sofia no se podía dejar llevar por la pena y mucho menos aquella noche. Antoine más que nadie comprendería que tenía que volver a casarse por el bien de su país. La enfermedad de su padre había empeorado en los últimos meses y, tanto si le gustaba como si no, el consejo tenía razón. Si se conocía su enfermedad mientras aún se le siguiera considerando a ella la princesa viuda, el futuro de su país estaría en peligro. Con un primer ministro que se había visto forzado a tomar difíciles medidas de austeridad, la monarquía era la única estabilidad y seguridad para su pueblo. El único modo en el que Iondorra podría sobrevivir al inminente anuncio de la enfermedad de su padre era que hubiera planes de futuro, un matrimonio de cuento de hadas que sirviera para asegurar la siguiente generación de la familia real.

No había sido culpa de Antoine que no hubieran logrado engendrar un hijo en los cuatro años que había durado su matrimonio. Lo habían intentado en varias ocasiones, pero incluso Sofia se había visto obligada a admitir que ninguno de los dos era capaz de consumar el matrimonio. Ella sabía muy bien por qué. Solo en una ocasión había experimentado química y una atracción tan fuerte que había amenazado con volverla loca. Y no había sido con Antoine.

Su marido no había tardado mucho en buscar en otra parte el placer que ella simplemente no podía ofrecerle. Había sido muy discreto al respecto. De vez en cuando, desaparecía durante unos días y regresaba con un regalo muy caro, que le ofrecía a Sofia sin poder mirarla a los ojos. A ella no le hacía el daño que era de esperaba. Simplemente, sentía una profunda tristeza por el hombre al que consideraba un amigo, un hermano, y que estaba atrapado en la misma jaula que ella. El deber y un matrimonio sin pasión.

En aquellos momentos, estaba a punto de volver a repetir el pasado. ¿No era una locura hacer lo mismo una y otra vez, esperando tal vez que el resultado fuera diferente?

–¿Está lista? –le preguntó Angelique.

–¿Para el equivalente real de una sesión de speed-dating? –le preguntó Sofia–. Sí –añadió respondiendo su propia pregunta mientras sacudía la cabeza indicando lo contrario.

Angelique sonrió. El movimiento suavizó sus rasgos y la convirtió en alguien más humano que la fiera mujer de negocios que era normalmente.

–¿Está segura de que es esto lo que quiere? Podemos cancelarlo y encontrar otro modo…

–¿Estás tratando de quedarte sin comisión? No me parece muy sensato.

Angelique inclinó la cabeza hacia un lado.

–Le aseguro, Su Alteza, que mis finanzas tienen un buen estado de salud y, dado que usted ha exigido la máxima discreción, también está a salvo mi reputación. Así que sí que tiene elección.

En realidad, las dos sabían que aquello era mentira. Sofia volvió a mirar hacia la ventana como si fuera una vía de escape, como si pudiera salir volando por ella y escapar de lo que estaba a punto de ocurrir. De algún modo, intuía que, después de aquella noche, su vida cambiaría drásticamente.

–Está bien –dijo Angelique por fin, como si presintiera también que no había vuelta atrás–. ¿Le gustaría el discurso motivacional ahora, Su Alteza?

Sofia no pudo evitar sonreír. Le parecía que hacía años que alguien se había reído con ella. En realidad, hacía años.

–¿Qué le gustaría? ¿Estilo Braveheart, Beyoncé en Run the World o algo à la Churchill?

Sofia dejó escapar una triste carcajada de sus labios.

–Creo que será mejor que me olvide de intentar imitar el acento escocés. Supongo que no tendrás algo más para mí –comentó, arrepintiéndose inmediatamente de la vulnerabilidad que evocaban sus palabras.

–Sí –dijo Angelique mirándola muy seriamente–. Será una gran reina. Cuidará de Iondorra con un gran sentido de amor, deber y sacrificio para asegurar que nuestro país siga ocupando un lugar entre las naciones más importantes del mundo. Y lo hará con un hombre a su lado, un hombre que la amará, la honrará y la protegerá de un modo que le permita a usted proteger a su país. Usted, Su Alteza, es una figura a tener en cuenta y mi deseo para usted es que encuentre a un hombre que la merezca. Esos tres pretendientes son unos candidatos perfectos. Comprenden sus deberes y el papel que deben representar en su vida y están dispuestos a apoyarla en eso. Ahora, ha llegado el momento.

–¿De ir al baile, Hada Madrina?

–No, Su Alteza –le dijo Angelique en voz suave–. De quitarse el anillo de Antoine.

Sofia se agarró inmediatamente su alianza de boda. Le parecía un sacrilegio quitárselo, pero era tan fácil hacerlo… Antoine lo habría comprendido. Colocó la sencilla alianza de bodas que llevaba desde hacía ocho años sobre la cómoda. En ese instante, sintió que una pequeña parte de su pasado se deslizaba entre sus dedos.

Cuando Angelique salió de la estancia, Sofia volvió a contemplar los tejados de la ciudad de París. Solo durante un momento, había caído bajo el embrujo de las palabras de Angelique y se había sentido agradecida. Sin embargo, la determinación que había sentido hirviéndole en las venas desapareció en el instante en el que Angelique se marchó. Por primera vez en mucho tiempo, dejó que la máscara cayera y permitió que el agotamiento se apoderara de ella. El deterioro de su padre se había incrementado en los últimos meses y había impulsado la necesidad de hacer algo que llevaba años posponiendo. El coste de mantener en secreto la enfermedad de su padre había sido muy grande, pero volvería a hacerlo una y otra vez. El pueblo de Iondorra necesitaba seguridad.

Pensó en su pequeño principado, situado entre Francia, Suiza e Italia. El país en el que ella debía reinar y al que debía proteger como si fuera su hija. El país al que, desde que tenía diecisiete años y tuvo que marchar a un internado, se le había preparado para que protegiera y por el que había recibido una rígida educación para convertirse en la princesa perfecta. Por ello, no tenía tiempo para dejarse llevar por pensamientos egoístas y tristes. Había dejado de hacerlo hacía mucho tiempo. Igual que había dejado de pensar en su propio final feliz.

«Pobre princesa», se burlaba de ella su voz interior, una voz que se parecía demasiado a la de un joven al que había amado hacía mucho tiempo. Un joven al que se había visto obligada a renunciar, a mentir. Un hombre en el que se negaba a seguir pensando.

Durante mucho tiempo había sido la princesa viuda. Ya no importaba. Lo único que importaba era Iondorra. Asistir a aquel baile de máscaras era un paso más hacia el trono.

Los tres candidatos habían sido elegidos cuidadosamente y sería, a su manera cada uno de ellos, perfectamente aceptables para su papel como esposo de la futura reina. Por ello estaba Sofia en París, vestida y lista para encontrar al hombre con el que pasaría el resto de su vida. Si alguna vez se había parado a pensarlo, ya no importaba. Aquellos sueños eran para otros. Las princesas herederas al trono no podían permitirse el lujo de esperar a un príncipe azul.

 

 

Theo Tersi examinó el enorme salón de baile parisino y respiró profundamente. Se arrepintió inmediatamente. Aunque había esperado saborear la satisfacción de pensar a lo que podría reportarle aquella noche, lo único que sentía en la lengua era el asfixiante sabor de los aromas de los perfumes que adornaban a las mujeres que había en el salón, aromas que parecían competir unos con otros. Era un asalto a su sentido olfativo, por lo que sintió la tentación de marcharse. Sin embargo, ya estaba allí y no había vuelta atrás.

–Está bien. Estoy aquí –gruñó el duque de Gaeten en el exilio.

–No tiene que parecer que estás tan contento al respecto –dijo Theo en tono ausente, sin dejar de examinar los rostros del salón de baile mientras esperaba encontrar el que estaba buscando–. Estoy seguro de que el gran Sebastian Rohan de Luen no está aburrido ante todo este potencial intacto, ¿verdad?

–¡Ja! –replicó su amigo–. ¿Acaso te crees que estoy cansado?

–No, aburrido tal y como te he dicho. Necesitas un desafío.

–Y tú tienes que alejarte de toda esta locura antes de que nos meta en un lío.

Theo se giró y miró a su amigo, la única persona que había permaneciendo a su lado cuando el mundo se desmoronó a su alrededor por segunda vez. Habían estado en medio de una reunión de negocios. Theo estaba negociando un acuerdo que permitiría que el vino de su bodega se sirviera en todos restaurantes con estrella Michelin que Sebastian tenía en sus hoteles por todo el mundo. En ese momento, recibió una llamada del hospital en la que se le informó del diagnóstico de su madre. El mundo se hundió bajo sus pies. La reacción de Sebastian fue meterle en su avión privado para devolverlo a Grecia después de contratar sus vinos para todos sus hoteles. Había sido lo único que había salvado a Theo y a su negocio de los leones, pero, lo más importante, era que le había proporcionado el suficiente capital para pagar el cuidado médico de su madre. Sin ese contrato, habría perdido los viñedos, la casa en la que vivían su madre y él y, probablemente, habría perdido a su madre. Aquello era algo que Theo no había olvidado nunca. Su relación había pasado rápidamente de ser exclusivamente laboral a ser prácticamente de hermanos y, a pesar de los horribles cimientos de los comienzos, no lo lamentaba. Había sido su salvación desde entonces.

Sin embargo, a través de aquel periodo oscuro, Theo tan solo había visto un rostro, el de una persona a la que culpar. Una persona que le había mentido, le había engañado para que tuviera que responder de sus actos y le había arruinado por completo la vida. Si no hubiera sido por ella, habría terminado sus estudios y habría asistido a una de las mejores universidades del mundo. Habría sido capaz de ocuparse mejor de su madre y nunca habría estado en situación de perderlo todo. Ese miedo, el miedo de haber estado a punto de perder a su madre, lo había cambiado y lo había transformado para siempre. Nunca más volvería a ser el joven ingenuo que había sido. Nunca volvería a ser tan inocente.

Sofia era el punto del cambio en su vida, el cambio que solo había conseguido exacerbar el estado de salud de su madre. No le había sorprendido cuando el médico le dijo que el estrés sufrido a lo largo de los últimos años le había pasado factura al ya débil corazón de su madre. El hecho de que perdiera su trabajo cuando Theo fue expulsado, las penurias de los años posteriores… Si no hubiera conocido a Sofia, jamás habría perdido todas las oportunidades que se le habían brindado para ser mejor por su madre y por él. Tonto e ingenuo, había creído todas y cada una de las mentiras de Sofia antes de que ella desapareciera, burlándose de las promesas de amor y de un futuro que jamás había tenido intención de compartir con él, antes de que Theo pudiera descubrir la verdad sobre ella.

Había creído que ella era muy diferente del resto de los alumnos del internado que le pagaba el jefe de su madre, pero no, ella había sido mucho peor. Le había ocultado su traición hasta el último momento y le había engañado para que él tuviera que responder por sus alocados actos. Como consecuencia de todo ello, Theo había sido expulsado.

¿Y la vergüenza que sintió cuando comprendió que lo había perdido todo? La ira le recorrió las venas cuando se dio cuenta de que las palabras de Sofia y sus caricias no habían sido nada más que un juego para una princesa aburrida y mimada. En aquel momento, su corazón se rompió en mil pedazos. Se había visto traicionado por alguien a quien había… Ya no podía decir la palabra. Apartó sus pensamientos de las reflexiones que solo conseguirían que perdiera el control. Y, si había algo que perder aquella noche, ciertamente no podía ser aquello.

–Me pasé años y años observando y esperando para ver si perdía esta necesidad de venganza…

Se había arrojado a los brazos de todas las mujeres dispuestas que pudo encontrar con la esperanza de borrar su recuerdo. No lo había conseguido.

–Dos años en los que desarrollaste una reputación de verdadero libertino –dijo Sebastian interrumpiendo sus pensamientos.

–Pareces celoso…

–Y lo estoy. ¿Cómo se supone que voy a poder ser el playboy más famoso de Europa si estás tú también compitiendo por el título?

Theo no pudo evitar esbozar una sonrisa.

–Pero –añadió Sebastian, con gesto más serio–, a pesar de todo, mi hermana no parece haberse dado cuenta de que nunca tendrá tu corazón.