¿Tu novio o el mío? - Barbara Hannay - E-Book
SONDERANGEBOT

¿Tu novio o el mío? E-Book

Barbara Hannay

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

El novio inesperado Cómo ser la dama de honor perfecta: a) Sonríe y finge que te encanta tu horrible vestido. b) Sé paciente a medida que tu amiga se convierte en una novia obsesionada. c) ¡No te enamores del novio! Entusiasmada por ser la dama de honor de Bella, Zoe se entregó a las obligaciones que se esperaban de ella. Pero conocer al novio, un hombre increíblemente sexy llamado Kent Rigby, lo estropeó todo... y la llevó a preguntarse qué sucedía cuando se encontraba al hombre soñado y era de otra persona.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 163

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Barbara Hannay. Todos los derechos reservados.

¿TU NOVIO O EL MÍO?, N.º 2455 - abril 2012

Título original: Bridesmaid Say’s, ‘I Do’

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0015-1

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

CAPÍTULO 1

COMENZÓ una mañana de lunes corriente. Zoe llegó puntual a la oficina a las nueve menos cuarto, con un café en la mano con el fin de empezar con energía la semana laboral. Para su sorpresa, su mejor amiga, Bella, ya estaba allí.

Por lo general ésta llegaba un poco tarde, y después de haber pasado el fin de semana en el campo visitando a su padre, Zoe había imaginado que llegaría más tarde que nunca. Sin embargo, esa mañana no sólo había aparecido temprano, sino que sonreía. Y estaba rodeada por un semicírculo de entusiasmados compañeros.

Extendía la mano como si mostrara una manicura recién hecha. Lo que no era de extrañar, ya que tenía debilidad por ellas.

Pero al acercarse, vio que las uñas de Bella se hallaban pintadas de un discreto y elegante gris pardo, nada que ver con la habitual manifestación colorida típica en ella. Y encima no eran el foco de atención de todos.

Las exclamaciones las provocaba un anillo centelleante.

Estuvo a punto de que la taza de plástico de su café se le escurriera de la mano. Logró sujetarla a tiempo.

Quedó aturdida.

Y también un poco picada.

Luchando por mantener la sonrisa, con rapidez dejó el café y el bolso sobre su escritorio y fue junto a su amiga.

Se dijo que estaba malinterpretando la situación. Bella no podía estar comprometida. En caso contrario, su mejor amiga se lo habría contado. De hecho, sabía que en ese momento Bella no salía con nadie. Juntas se habían estado autocompadeciendo de la sequía de citas que padecían y llegaron a hablar de establecer una cita doble a través de Internet.

Aunque era cierto que en los tres últimos fines de semana Bella había ido a su casa de Darling Downs, lo que había hecho que Zoe se preguntara qué había allí que la atrajera tanto. Bella le había explicado que le preocupaba su padre viudo, lo cual era comprensible, ya que éste se había sumido en una profunda desdicha en los últimos dieciocho meses, desde que muriera su madre.

También había mencionado a sus vecinos próximos y solícitos, los Rigby, y al hijo de éstos, Kent, a quien literalmente conocía de toda la vida.

¿Sería él quien le había dado el anillo?

Bella no había insinuado nada de que tuviera un romance con alguien, pero era evidente que el resplandor en el dedo de su amiga lo causaba un diamante. Y el nombre que salió de sus labios…

–Kent Rigby.

En ese momento le sonrió directamente a Zoe con una luz expectante en sus bonitos ojos verdes.

–¡Vaya! –logró exclamar ésta, obligándose a sonreír–. ¡Estás prometida!

Bella bajó levemente la cabeza, como si intentara interpretar la reacción de Zoe, y Zoe amplió un poco la sonrisa mientras buscaba las palabras correctas.

–De modo que… ¿esto significa que el chico de al lado al fin se ha lanzado?

Esperó parecer feliz. Desde luego, no quería que toda la oficina se diera cuenta de que no tenía ni idea del romance de su mejor amiga.

Justo a tiempo recordó abrazar a Bella, y luego le rindió el debido homenaje al anillo… un solitario elegante engastado en platino y adecuadamente delicado para las manos esbeltas y pálidas de su amiga.

–Es precioso –dijo con auténtica sinceridad–. Perfecto.

–Debió de costar un ojo de la cara –comentó una de las chicas a su espalda con voz asombrada.

En ese momento llegó Eric Bodwin, su jefe, y en la oficina reinó un silencio incómodo hasta que alguien anunció la feliz noticia de Bella.

Eric frunció el ceño, como si el matrimonio inminente de una empleada fuera un inconveniente enorme. Pero entonces consiguió decir «Felicidades» con un gruñido antes de desaparecer en su despacho.

Jamás había sido la clase de jefe que charlaba con el personal, de modo que todos estaban acostumbrados a su hosquedad. No obstante, su presencia apagó el entusiasmo de la mañana.

El semicírculo se disolvió. Sólo se quedó Zoe, con la cabeza tan llena de preguntas que era reacia a regresar a su escritorio, sumado al hecho de que no podía evitar sentirse un poco apagada por el hecho de que Bella jamás le hubiera confiado semejante noticia.

–¿Te encuentras bien, Zoe? –preguntó Bella con cautela.

–Claro, estoy bien –tocó el dedo anular de su amiga–. Me ha dejado atónita este solitario.

–Pero no contestaste mi mensaje texto.

–¿Qué mensaje?

–El que te envié anoche. Justo antes de irme de Willara Downs, te escribí sobre la buena noticia.

–¿Oh? –puso expresión avergonzada–. Lo siento, Bell. Anoche fui al cine y apagué el móvil. Luego olvidé volver a encenderlo.

Zanjado el «incidente», se sonrieron y Zoe se sintió ridículamente complacida de no haber sido excluida, después de todo.

–¿Quedamos en The Hot Spot a la hora de la comida? –preguntó Bella a continuación.

–Por supuesto –la pequeña y ajetreada cafetería de la esquina era la predilecta de ambas y una reunión ese día tenía máxima prioridad.

Una vez en su escritorio, el ánimo de Zoe volvió a caer al asimilar la realidad de la asombrosa noticia de Bella. Iba a perder a su mejor amiga. Se iría a vivir al campo con Kent Rigby y eso representaría el fin de su amistad íntima… del apoyo mutuo que se ofrecían en la oficina, de sus charlas durante la comida, de sus salidas los viernes por la noche y de los arrebatos de compras que compartían.

Decididamente, era el fin de las vacaciones en el extranjero. Y resultaba de lo más desconcertante que Bella jamás le hubiera hablado de Kent. ¿Qué decía eso de su supuesta amistad íntima?

Con expresión sombría, sacó el teléfono móvil del bolso, lo encendió y vio que tenía dos mensajes sin leer… ambos de Bella.

A las siete menos veinticinco de la tarde del día anterior:

¡Ha sucedido lo más increíble! Kent y yo estamos prometidos. Tengo tanto que contarte… B

Y luego a las nueve de la noche:

¿Dónde estás? Tenemos que hablar.

Zoe hizo una mueca para sus adentros. De haber estado disponible para esa conversación, esa mañana lo sabría todo y quizá comprendería la rapidez con la que se había producido ese compromiso.

Pero tenía que pasar una mañana entera trabajando antes de obtener una sola respuesta a las mil y una preguntas que bullían en su interior.

–¿Te vas a casar?

–Claro –con la horquilla, Kent metió heno fresco en el establo del caballo, luego observó a su amigo Steve, apoyado en la barandilla–. ¿Por qué otro motivo iba a pedirte que seas mi padrino?

–¿De modo que vas en serio? –preguntó Steve.

–Sí –Kent sonrió–. Casarse no es algo sobre lo que se pueda bromear.

–Supongo que no. Lo que pasa es que todos pensábamos… –calló e hizo una mueca.

–Pensasteis que seguiría jugando en el campo de los solteros toda la vida –aportó Kent.

–Puede que no para siempre. Pero, qué diablos, nunca diste la impresión de que planearas sentar la cabeza ahora, a pesar de que muchas chicas se han esforzado en lograrlo.

Kent había previsto la sorpresa de Steve, y hasta su incredulidad; sin embargo, la reacción de su amigo seguía irritándolo. Era cierto que había salido con muchas chicas sin llegar a nada serio, pero esos días se habían acabado. Tenía que asumir responsabilidades.

–Se supone que deberías felicitarme.

–Por supuesto, amigo. Ni hace falta decirlo –se apoyó en el establo y alargó una mano; su expresión estaba llena de buenos deseos–. Felicidades, Kent. Lo digo en serio. Bella es una chica estupenda. Es maravillosa. Los dos formaréis un gran equipo –le estrechó la mano.

–Gracias.

–No debería haberme sorprendido tanto –añadió Steve–. Tiene sentido. Bella y tú siempre habéis sido como… –alzó una mano para mostrar los dedos índice y corazón unidos.

Kent reconoció esa verdad con una sonrisa y un gesto de asentimiento. Bella Shaw y él habían nacido con seis meses de diferencia en familias con propiedades vecinas. De niños habían compartido corralito. De jóvenes había dado juntos clases de natación y equitación. Habían ido al mismo instituto, viajando todos los días a Willara en el destartalado autobús del colegio, intercambiando el contenido de sus almuerzos y compartiendo las respuestas de los deberes.

Hasta donde podía recordar, sus dos familias se habían reunido a orillas del río Willara para hacer barbacoas. Sus padres se habían brindado ayuda mutua para esquilar o reunir al ganado. Sus madres habían intercambiado recetas e historias mientras cosían juntas.

Con seis años, el padre de Bella le había salvado la vida…

Y en ese momento, con algo de suerte, Kent le devolvería el favor.

Se sentía bien al respecto. La verdad era que se sentía feliz con el futuro que Bella y él habían planeado.

No obstante, se habría sentido aliviado de haber podido desahogarse un poco con Steve. En los últimos años, la carga que llevaba no había parado de aumentar.

Cuando su padre había decidido adelantar la jubilación, Kent había asumido el grueso del trabajo en el rancho.

Luego había muerto la madre de Bella y su padre, el mismo hombre que le había salvado la vida de crío, había empezado a beber como un suicida. Preocupado, Kent también había ayudado ahí, dedicando largas horas a arar los campos y a arreglar las vallas.

Bella, desde luego, se había sentido angustiada. Había perdido a su madre e iba camino de perder también a su padre, y si ésos no eran problemas suficientes, la propiedad de su familia se deterioraba a marchas forzadas.

Había un caudal de emociones fuertes asociado a la decisión de casarse, pero aunque sentía la tentación, no pensaba confiarle eso a Steve, su mejor amigo.

–Tengo entendido que el padre de Bella se encuentra muy mal –comentó éste–. Se ha aislado bastante y necesita frenar el ritmo al que bebe.

Kent alzó la cabeza. ¿Es que Steve había adivinado que las situación era peor que lo que pensaba la gente?

–Tom tiene el comienzo de un fallo cardíaco –respondió despacio.

–Es para preocuparse.

–Lo es, pero si se cuida, debería mantenerse bien.

Steve asintió.

–Y en cuanto tú seas su yerno, podrás mantenerlo vigilado.

Era evidente que Steve consideraba razonable la decisión que habían tomado, pero en ese momento le dedicó una sonrisa descarada.

–Aunque Bella y tú formáis una pareja sagaz, manteniendo esto oculto en un pueblo tan dado a la rumorología como Willara –jugó con una brizna de paja y enarcó las cejas–. Bien, ¿cuándo es el feliz día? Supongo que tendré que ponerme un traje de pingüino.

Cuando Zoe entró en The Hot Spot, Bella ya la esperaba en su rincón favorito, con dos sándwiches de ensalada y dos cafés con leche.

–Ha sido una mañana larguísima –gimió al tiempo que ocupaba un asiento–. Gracias por pedir el almuerzo.

–Me tocaba a mí.

Alargó la mano y tocó el diamante en la mano izquierda de Bella.

–Esto es real, ¿no? Estás prometida en serio, no sueño, ¿verdad?

–Es totalmente real –su amiga sonrió–. Pero he de reconocer que yo misma aún me pellizco.

–Entonces… –comenzó Zoe con cuidado–, ¿tú tampoco esperabas este compromiso?

–La verdad es que no –se ruborizó–. Pero tampoco fue precisamente una sorpresa.

Zoe parpadeó y movió las manos.

–Lo siento, ya estoy perdida. Vas a tener que explicármelo –bebió un sorbo del café con leche.

–No hay mucho que explicar –Bella se acomodó un mechón de cabello rubio detrás de la oreja–. La cuestión es… incluso siendo niños, en la atmósfera de nuestras casas flotaba la constante sugerencia de que al final podríamos terminar juntos algún día. De pequeños se burlaban de nosotros, luego, con el tiempo, se relajaron, pero mientras crecíamos permaneció como una seria posibilidad de fondo.

Todo eso era nuevo para Zoe, por lo que no pudo evitar preguntar:

–¿Cómo es que nunca lo mencionaste?

Bella se mostró contrita.

–Debes de pensar que estoy loca después de haber hablado tanto de chicos sin mencionar una sola vez a Kent.

–Hablaste de él, pero dijiste que únicamente era un amigo.

–Lo era. Durante siglos. Sólo fuimos… vecinos… y buenos amigos… –se encogió de hombros–. Para serte sincera, jamás pensé seriamente en casarme con él. Pero entonces…

–¿Es Kent el motivo por el que en los últimos tiempos vas a pasar los fines de semana a tu casa?

Bella se ruborizó al tiempo que alargaba la mano para admirar otra vez el anillo.

–Se puede decir que es algo que nos sorprendió a los dos. Kent ha sido tan dulce.

A Zoe todo le pareció muy romántico. Una amistad maravillosa y duradera en la que dos personas se sentían realmente cómodas la una con la otra y se conocían a la perfección… todo lo bueno y lo malo. Y de pronto, los azotaba una verdad cegadora y hermosa.

Tan diferente de su experiencia devastadora con Rodney la Rata.

–Y como por arte de magia comprendisteis que estabais enamorados y hechos el uno para el otro –dijo. Bella asintió–. ¿Y sin lugar a dudas sabes que Kent es el Hombre Perfecto?

Otro movimiento afirmativo de la cabeza.

Zoe no entendía el nudo que sentía en la garganta.

–Pensé que esos amores inesperados sólo tenían lugar en el cine. Pero, mírate. ¡Es un romance real de amigos convertidos en amantes! –para su vergüenza, le cayó una lágrima por la mejilla.

–Entonces, ¿lo entiendes? –la sonrisa de Bella fue una mezcla de simpatía y alivio.

–Mi cabeza aún trata de asimilarlo, pero creo que aquí lo entiendo –se llevó una mano al corazón–. Me siento feliz por ti, Bell. De verdad.

–Gracias –se levantó de la silla y se abrazaron–. Sabía que lo entenderías.

–Tu padre debe de estar encantado –dijo Zoe cuando su amiga volvió a sentarse.

Para su sorpresa, el rostro de ella se encendió y luego palideció antes de clavar la vista en el sándwich que tenía delante.

–Sí, está muy feliz –musitó.

Desconcertada y un poco preocupada por la reacción, Zoe no supo qué decir. Algo no iba bien en todo eso.

Se preguntó si el padre de Bella había expresado sentimientos encontrados. Sería agridulce para el señor Shaw ver florecer el compromiso de su hija tan pronto después de la muerte de su esposa. Echaría de menos tenerla para compartir ese júbilo.

Pensó en sus propios padres, al fin asentados, llevando la pequeña tienda de música en Sugar Bay y criando a su hermano pequeño, Toby. Después de la inesperada llegada de éste cuando ella contaba catorce años, sus padres habían experimentado una transformación drástica. Cuando ella empezó a trabajar, al tiempo que Toby alcanzaba la edad de ir al instituto, habían abandonado la existencia nómada que habían llevado hasta entonces, viajando por todo el país como integrantes de un grupo de rock de segunda.

Pero convertirse en padres convencionales no había mitigado el amor que sentían el uno por el otro. Permanecían anclados en un loco amor juvenil y, aunque dicha relación siempre había hecho que Zoe se sintiera al margen, no podía imaginarlos arreglándose solos. Al menos no durante una eternidad.

Compadeció al señor Shaw…

–¿Tierra a Zoe? ¿Sigues ahí?

Ésta parpadeó y comprendió que Bella había estado hablándole.

–Lo siento. Yo… mmm… me he perdido lo que decías.

Su amiga puso los ojos en blanco.

–Te decía que esperaba que fueras mi dama de honor.

El corazón le dio un vuelco. Había estado tan centrada en asimilar la noticia que ni siquiera había pensado en la boda.

De pronto tuvo una visión de Bella hermosa toda de blanco, con un velo vaporoso… y ella misma radiante con su vestido de dama de honor…

Habría flores… y chicos atractivos vestidos de etiqueta…

Nunca había sido dama de honor.

La embargó el entusiasmo.

–Me sentiría muy honrada de ser tu dama de honor.

Y no exageraba.

Había oído hablar de que otras chicas consideraban ese honor un aburrimiento y hablaban pestes de tener que lucir horribles vestidos de satén, con los peores colores y estilos posibles.

Sin embargo, para ella era un privilegio maravilloso. Se pondría cualquier cosa que Bella eligiera, no le importaría. Ser la dama de honor era una prueba clara e irrefutable de que tenía una amiga verdadera.

Al fin.

Se encogió para sus adentros, ya que cualquiera pensaría que era una perdedora.

Aunque la verdad era que durante gran parte de su infancia se había sentido como tal. Había dispuesto de tan pocas oportunidades de hacer amigas… porque sus padres la habían arrastrado por todo el país, ¡viviendo en la parte de atrás de un autobús! Jamás había tenido tiempo de que sus amistades arraigaran.

No fue hasta que empezó a trabajar en Bodwin & North, y conocido a Bella, cuando al fin había tenido la oportunidad de formar la clase de amistad en curso que siempre había anhelado. Y en ese momento tenía la prueba de que era una realidad… una invitación para ser la dama de honor de Bella.

La miró radiante.

–¿Será una boda en el campo?

–Sí, en la propiedad de los Rigby… Willara Downs.

–Vaya, eso suena perfecto –le resultó tan fácil imaginar el gran día de Bella… mesas cubiertas con manteles blancos con puntillas y preparadas en una terraza e invitados impecables–. Bueno… ¿con cuántas damas de honor planeas contar? –intentó sonar casual, lo que no le resultó fácil mientras contenía el aliento. ¿Compartiría ese honor con otras seis damas? En alguna parte había leído que una celebridad se había casado con dieciocho damas de honor, todas ellas enfundadas en vestidos de seda púrpura.

–Sólo una –indicó Bella con calma–. No será una boda grande y llamativa. Únicamente la familia y los amigos íntimos. Nunca he querido tener un enjambre de damas de honor –sonrió–. Sólo te quiero a ti, Zoe. Serás perfecta.

«Perfecta». Que palabra tan maravillosa.

–Haré todo lo que esté a mi alcance para que el día sea perfecto para ti –prometió.

Investigaría cuáles eran sus obligaciones y las ejecutaría con minuciosidad. Ninguna novia iba a tener jamás una asistente nupcial más devota que ella.

–Bueno, ¿hay fecha? ¿Una agenda?

–De hecho, estábamos pensando en el veintiuno de octubre.

–Cielos, apenas faltan unas semanas para que llegue.

–Lo sé, pero Kent y yo no queríamos esperar.

Supuso que oiría la frase «Kent y yo» muchas veces en las siguientes semanas. Tal como ya había hecho a menudo, volvió a preguntarse cómo sería estar profundamente enamorada.

Pero entonces tuvo otro pensamiento súbito y bajó la voz:

–Bella, no estás embarazada, ¿verdad?

–No, claro que no.

–Sólo quería asegurarme… por la boda súbita.

–Cállate, tonta –con el rostro colorado, le dio un golpecito en la muñeca.

–Lo siento –Zoe sonrió.

–No debería de ser difícil de organizar. Todo tendrá lugar en la casa, de modo que no hay que reservar iglesia, ni coches ni un salón para la recepción. Y el párroco local es un buen amigo de los Rigby.

–De modo que sólo tendrás que comprar un vestido de novia y la tarta nupcial.

–Sí. Demasiado fácil –convino Bella con una carcajada, pero mientras empezaban a comer, se puso seria–. He arreglado una reunión con Eric Bodwin. Tendré que dimitir, ya que viviré en Willara, pero esperaba que también pudiéramos organizar un tiempo libre para ti con el fin de que puedas ir a ayudarme con los preparativos de último minuto. Pero sé que esos días te los quitarán de las vacaciones…

–No pasa nada –se apresuró a decir Zoe–. Me encantará pasar una semana en el campo –empezaba a sentirse deprimida por la marcha de Bella, pero entonces sonrió–. Y hasta puede que me surja un romance propio.