Tu turno - John Berger - E-Book

Tu turno E-Book

John Berger

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Beschreibung

"Gran parte de lo que vemos y observamos en la vida es intocable. El don de la pintura es hacer que esas cosas intocables sean tangibles para la imaginación de un espectador que mira un cuadro". La correspondencia entre padre e hijo, una colección de cartas intercambiadas entre el crítico de arte y escritor John Berger y el pintor Yves Berger entre 2015 y 2016, da lugar a un lúcido diálogo en torno a la relación de la pintura con sus experiencias y emociones compartidas. A través de imágenes, palabras, recuerdos e intuiciones, padre e hijo se intercambian impresiones y preguntas sobre el arte, no como un objeto de conocimiento y discurso, sino como una oportunidad de profundizar en la experiencia del mundo y desarrollar la humildad y paciencia frente a las cosas. Un documento único de dos de las figuras más relevantes del panorama artístico contemporáneo.

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Título original: Over to you. Publicado originalmente en francés con el título À ton tour por L’Atelier contemporain, Estrasburgo, 2019.

Diseño de cubierta y maquetapara esta edición: Setanta

Corrección de estilo: Iñaki Domínguez

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. La Editorial no se pronuncia ni expresa ni implícitamente respecto a la exactitud de la información contenida en este libro, razón por la cual no puede asumir responsabilidad alguna en caso de error u omisión.

© de la traducción: Moisés Puente© John Berger Estate y Yves Berger, 2019 y para esta edición:© Editorial GG, Barcelona, 2022

ISBN: 978-84-252-3375-3 (Epub)

Producción digital de Booqlab

 

Editorial GG, SL

Via Laietana 47, 3.º 2.ª, 08003 Barcelona, España. Tel. (+34) 933 228 161

www.editorialgg.com

¡Tu turno!

Mucho antes de que mi padre me construyera un estudio en el granero de nuestra casa, teníamos montada allí una mesa de ping-pong. Nos encantaba jugar juntos. Yo era un adolescente y él tenía sesenta y tantos años. Estábamos bastante unidos y unos días yo iba a ganar y otros él, pero, en todo caso, el resultado era una consecuencia superficial de lo que realmente hacía que jugáramos: la voluntad de ver hasta dónde podíamos tentar la suerte y hacer del intercambio un acto de gracia. Por supuesto, aquello era muy raro, pero de vez en cuando sucedía, y entonces todo encajaba. El ritmo, el movimiento y los gestos, la sincronización; todo coincidía en un solo acto.

Al dibujar, ambos nos manejábamos con el mismo placer y la misma esperanza que cuando jugábamos al ping-pong.

Cuando yo jugaba mal, solía perder los nervios y golpeaba la mesa con mi pala. Mi padre rara vez jugaba con la derecha, pero era muy rápido con el revés. Al cambiar de saque y lanzar la pelota al otro lado de la mesa, decíamos: ¡tu turno!

Yves Berger, enero de 2017

1.

 

En el cuadro de Rogier van der Weyden, María lee su vida futura en la Biblia.

Van Gogh pintó la Biblia como un bodegón.

Goya pintó a su modelo posando, pero todavía vestida.

Los dos últimos son una invitación.

Ambas reposan abiertas sobre paños.

Y qué parecidas son sus invitaciones abiertas en sus perspectivas espaciales.

Con cariño

John

Hay un dicho en francés que dice: “Je peux lire en elle/lui comme dans un livre ouvert” [“Puedo leer en ella/él como en un libro abierto”]. ¿No es esta una forma muy bonita de expresar este deseo que tenemos de acceder a lo que hay dentro? El interior de lo que confrontamos y su misterio. Cómo deseamos penetrar en el mundo exterior, no para controlarlo, sino para sentirnos más plenamente parte de él, para trascender el aislamiento que sentimos en nuestra carne y superar la terrible frontera del cuerpo... ¡Mira cómo a Chaïm Soutine le obsesionaba leer el interior! Buey desollado también se ofrece como un libro abierto...

Con cariño

Yves

“Para trascender el aislamiento que sentimos en nuestra carne y superar la terrible frontera del cuerpo...”. Inesperadamente, tus palabras y el cuadro de Soutine me hicieron pensar en Watteau y sus actores y payasos. Todos los disfraces y las frivolidades para ocultar la terrible frontera. Estaba buscando el cuadro de Gilles del arlequín y me topé con el de la marmota. Una de nuestras marmotas que se alza sobre dos patas para ver a través de la nieve es ahora, dentro de una caja, una bufonada para hacer reír a las gentes de las ciudades. Entonces me encontré a Gilles y al burro que hay debajo y detrás de él. (El burro y la marmota pueden tener mucho de qué hablar.) Dentro de su disfraz, el cuerpo de Gilles no tiene fronteras porque, broma tras broma, lo ha disuelto en un cielo. Su cuerpo se está convirtiendo en una nube. Está pintado como un paisaje.

Con cariño

John

Gilles dice: “Soy un extraño en un mundo extraño. Estoy aquí, pero no pertenezco a ninguna parte. Voy a la deriva en esta vida de exilio”. El saboyano con su marmota, que se encuentra en San Petersburgo, responde: “¡Anímate, no te preocupes! Mira el cielo hoy: ningún drama puede suceder bajo este azul. Nada de qué preocuparse: la luz no se apaga, incluso cuando nos muramos”.

Más de un siglo después, en Nueva York, Max Beckmann pintó a una mujer con una máscara de carnaval, un cigarrillo en una mano y un sombrero de payaso en la otra. No dice nada, pero su máscara negra no oculta lo que dicen sus ojos: “Querida, eres tan mala como yo. ¿Quién te crees que somos?”.

Beckmann era un hombre de fe. Llamaba a Dios “el gran vacío y enigma del espacio”. Toda su vida trató de ampliar y profundizar su conocimiento del mundo en el que vivimos. La luz, por así decirlo, era el vehículo de su búsqueda; el dibujo, el camino. De ahí el uso que hace del negro.

En sus cuadros, los colores vienen después de la forma. Aportan complejidad e incertidumbre.

Si uno mira una reproducción en blanco y negro, no falta nada esencial. Probablemente lo mismo sirva para Georges Rouault (quien nació trece años antes que Beckmann y murió siete después). También pintó actores, payasos y escenas mitológicas. Él también tenía una fuerte fe, hasta el punto de que pudo pintar un sol rodeado de negro.

Con cariño

Yves

Pocos días antes de recibir tu Beckmann, recibí una postal de Arturo. Aquí la tienes. Coloqué El pequeño búho de Durero junto a La Columbine de Beckmann y juntos me hicieron sonreír. Sus dos caras y barrigas se guiñan la una a la otra.

Ambos cuadros presentan también sendas especies.

Él es todos los búhos a lo largo del tiempo; ¡ella es todas las mujeres que llevan una máscara de carnaval!

Y, por supuesto, esto tiene que ver con lo que dices sobre los contornos, el dibujo y el uso del negro.

Y esto me hizo pensar en imágenes que insinúan lo contrario. Kokoschka fue contemporáneo de Beckmann. En Kokoschka nada es permanente y todo es transitorio.

Incluso en un autorretrato con su amada Olda, que pretende ser testimonio de su amor duradero, cada pincelada es fugitiva, fugaz, momentánea. Y estas cualidades son prueba de que ellos están vivos.