Tuyo para siempre - Leanne Banks - E-Book

Tuyo para siempre E-Book

Leanne Banks

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Beschreibung

La familia Logan siempre había tenido suerte con su negocio de ganadería, pero nunca había tenido éxito en el amor. Sin embargo Brock, el primogénito, esperaba romper esa tradición con la provocativa Felicity Chambeau. Brock sabía que tendría que mantener un firme control sobre aquella chica de ciudad, o le organizaría un zafarrancho en su propiedad de Texas... y en su corazón. Pero la irresistible pasión que surgió entre los dos destruiría su férreo control para siempre...

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Seitenzahl: 163

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Leanne Banks

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Tuyo para siempre, n.º 960 - marzo 2020

Título original: Her Forever Man

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas

registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-116-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Era enorme.

Mientras la lluvia caía a raudales y el taxista hacía sonar la bocina, Felicity subió al porche de los Logan y se encontró con la fría mirada azul de un hombre alto y musculoso. No era solo la altura, todo él parecía fuerte, comenzando por la mandíbula. Tenía los hombros anchos y apoyaba las grandes manos en las caderas. Los vaqueros remarcaban sus poderosos muslos y largas piernas. Tenía el aspecto de un hombre directo que no estaba dispuesto a soportar tonterías, y mucho menos una señorita de Nueva York con el corazón roto.

Un trueno retumbó, haciendo que Felicity se estremeciera. Nunca le habían gustado las tormentas eléctricas. Tomó aire e intentó sonreír.

–Hola, soy Felicity Chambeau.

No extendió la mano. Podría estrujársela. Era un pensamiento tonto, pero era de noche, estaba cansada y él era enorme.

–Ha llegado temprano –dijo él, mirándola.

–Yo yo –cerró la boca de golpe. No estaba dispuesta a tartamudear porque un hombre enorme le dirigiese una dura mirada–. Mis abogados se pusieron en contacto con sus abogados varias veces durante las últimas semanas. Es una noche espantosa. No quiero incordiar, así que si me dice donde me alojo…

–Mi capataz, su mujer, sus dos hijos y su bebé de una semana están donde usted se quiere alojar.

–Oh.

–Podría pedirles que se mudasen a otro lado –dijo él.

–Oh, no –dijo Felicity, perdida–. No puede hacer eso.

Él asintió con la cabeza.

–Se alojará aquí.

¿Con él? Felicity tragó. Parecía que él estaba tan ilusionado con la perspectiva como ella.

–¿Y usted es el señor Logan?

–Brock Logan –dijo él, girando la cabeza levemente.

Ella le vio la cicatriz en la mejilla. Un tajo de una pulgada que molestaría a un artista, pero a Felicity le causó curiosidad. Él le silbó al taxista y señaló con firmeza el porche. El conductor rápidamente descargó sus tres maletas y dos bolsos.

Felicity pagó al taxista y luego miró hacia arriba. Brock Logan miró consternado su equipaje y luego se frotó la frente. Dio un paso hacia delante y ella instintivamente retrocedió. Él dio otro paso y ella volvió a retroceder. Él entrecerró los ojos y ella dio otro paso atrás, pero perdió pie porque no tenía dónde apoyarse.

–¡Oh, no! –exclamó al caer, maldiciendo la torpeza que la había perseguido desde que nació, pero fuertes manos le impidieron que se golpease las rodillas. Con la cara a unos centímetros del nacimiento de sus muslos, se atragantó ante la cercanía de su masculinidad bajo los vaqueros gastados. Olía a limpio y a cuero. Era innegablemente masculino, y Felicity estaba acostumbrada a hombres que disfrazaban su género con formas más suaves, ambiguas y contemporáneas. Cerró los ojos para controlarse. Dios santo, ese no era un buen comienzo.

Él la levantó de un tirón, casi rozándola con su cuerpo. Felicity sitió que el corazón le latía de aprensión y algo más que no podía identificar. Sus manos eran firmes y suaves. No le causaría moretones.

Durante una fracción de segundo, ella sintió a través de sus dedos el extraño impacto de una fuerza controlada y atisbó algo aún más raro en sus ojos. Honor. Felicity había pensado que esa cualidad ya no existía. El estómago le volvió a dar un vuelco.

–Gracias –logró musitar.

Él se encogió de hombros y la soltó. Luego, agarró las tres maletas y atravesó la puerta.

–Por aquí –le dijo.

Ella hizo un esfuerzo por seguirlo hacia una escalera curva de madera con pasamanos de bronce. Se movió rápido, y recibió borrosas impresiones de la casa: espacio, suave luz, madera lustrada, calor. Fotografías y retratos colgaban de la pared de la escalera y Felicity se dio cuenta inmediatamente de la fuerte tradición familiar.

–El desayuno es a las seis de la mañana –dijo Brock–. La cena a las seis de la tarde. La comida tienes que arreglárselas por sí misma. Si cocina, recoja después de hacerlo. Al ama de llaves le molesta limpiar lo que ella misma no ensucia.

«O sea que no me espere bombones sobre la almohada», pensó ella mientras lo seguía a un pequeño dormitorio con una cama doble antigua, una cómoda, un buró y una mesita de noche. Él encendió la lámpara.

–El cuarto de baño se encuentra el final del pasillo.

–Tu casa es hermosa –dijo ella, acariciando la madera de cerezo de la cómoda–. Los muebles no son del Oeste.

–Mis ancestros eran de Virginia.

Felicity asintió con la cabeza.

–Su esposa o el decorador hizo una tarea maravillosa con…

–No tengo esposa –dijo él bruscamente, y su mirada se endureció–. Pero tengo dos niños. Bree y Jacob no se quedan quietos ni un minuto, pero les diré que no se le crucen entre las piernas. Mi hermano Tyler es médico, pero va y viene entre el rancho y la ciudad. Mi hermana Martina está en Chicago trabajando para una compañía de ordenadores, pero puede caer por aquí en cualquier momento. El nombre del ama de llaves de Addie. Ella hace que todo funcione sobre ruedas, así que le agradecería que no la alterara.

Felicity intentó digerir la información y asintió.

–Intentaré no causar problemas.

Su mirada, llena de dudas, cayó sobre ella.

–Si decide ir a dar un paseo, no se acerque al potrero del toro –hizo una pausa casi imperceptible– ni a las habitaciones de los hombres.

Felicity volvió a asentir mirando la habitación. ¿Habría algún sitio donde pudiese ir?

–Me alegro de tener una ventana en mi habitación –sonrió.

Él la miró un largo rato y un músculo latió en su mejilla.

–Sí.

Era evidente que el hombre no tenía demasiado sentido del humor. Ella sintió una sensación rara en el estómago ante la intensidad de sus ojos azules.

–¿Cuánto se queda? –preguntó él.

–No lo sé. Depende de la recomendación de mis abogados y de lo que decida. Pensaba que tendría un poco de soledad en mi alojamiento, pero… –se encogió de hombros.

–¿La recomendación de sus abogados?

–Sí –dijo ella. Pensó en el desaguisado que había dejado atrás al irse a Texas y se sintió súbitamente cansada–. Demasiado complicado para explicarlo a esta hora. Gracias por su hospitalidad. Ha sido muy amable esta noche.

Él la observó durante un largo e incómodo momento.

–¿Tiene familia?

Felicity sintió que la soledad la envolvía nuevamente y se envaró para protegerse de ella.

–No, pero estoy bien –dijo, pensando que si lo repetía suficientes veces acabaría creyéndoselo.

Él asintió con la cabeza, pero no pareció convencido.

Ella lo miró y hubo en la unión de sus ojos un reconocimiento, como si algo dentro de ella se aliase con algo dentro de él. Casi juraría que encontró el mismo reconocimiento en sus ojos. El corazón le dio un vuelco.

–Un minuto –dijo él rompiendo el instante y entrando al vestíbulo. Un momento más tarde él volvió y puso toallas sobre la cómoda–. Tómese una ducha, si quiere. Los niños están durmiendo.

–Así que no cante –sonrió Felicity y acabó la frase por él.

–Sí –dijo él casi esbozando una sonrisa.

–Gracias por abrirme las puertas de su casa con tan poca antelación –dijo ella inquieta.

–Buenas noches, Felicity Chambeau –respondió él inclinando la cabeza.

–Buenas noches, Brock Logan.

Él cerró la puerta tras de si y ella se quedó sola otra vez, un sentimiento conocido. Miró la cama y se prometió dormir veinticuatro horas, además de jurarse no soñar nada que la turbara, como por ejemplo un abogado enfadado, la cucaracha de un ex asesor financiero o un alto ranchero con ojos sexy y falta de humor.

 

 

Brock seguía oliendo su perfume después de ducharse en el baño principal y tomar un trago de bourbon. Ella no era exactamente lo que él se había imaginado. Con un nombre como Felicity, creía que sería una mujer más frívola. Sin embargo, el traje pantalón le marcaba las curvas con discreción y llevaba el cabello rubio recogido con un pasador en la nuca. Apenas si iba maquillada y no le había visto ninguna piedra preciosa en los dedos.

Tenía aspecto de ser una mujer que deliberadamente intentaba disimular sus atributos. Frunció el entrecejo pensando el motivo. Casi parecía que estaba de luto. Brock pensó que eso no era posible, ya que sus padres habían muerto hacía varios años. La tristeza de sus ojos verdes le había llegado al corazón. La visión sensual de sus labios entreabiertos cuando ella se cayó le despertó necesidades que hacía tiempo que tenía reprimidas. Necesidades que mejor no despertar, pensó, sintiéndose demasiado consciente del tiempo que llevaba sin una mujer.

Cielos, no necesitaba algo así. Se sirvió otro bourbon. No tendría que haber hecho esa última pregunta. Había notado el brillo de dolor en su mirada y su valeroso intento de ocultarlo, y en ese otro momento cuando había sentido un espíritu hermano. Era imposible.

 

 

Felicity durmió profundamente hasta que oyó fuertes pisadas del otro lado de su puerta. Echó una mirada al reloj. Demasiado temprano. A pesar de que ya era la tarde, todavía no se habían cumplido las veinticuatro horas. Se echó la almohada sobre la cabeza. Hizo un esfuerzo por volverse a dormir.

Oyó más fuertes pisadas y se imaginó las botas de Brock Logan. La imagen siguió subiendo por sus largas piernas y muslos musculosos hasta el resto de su impresionante físico. Felicity gimió y dio un puntapié a las sábanas. Intentó pensar en ovejas, pero se convirtieron en vacas y la realidad se hizo presa de ella. No se hallaba en Manhattan. Estaba en un rancho de ganado.

–¿Y por qué me encuentro aquí? –se preguntó con ironía– Porque dijiste que querías pensártelo cuando tu asesor financiero te propuso matrimonio.

Incapaz de quedarse quieta un segundo más, echó la almohada contra la pared y rodó por la cama hasta el suelo. Con el camisón, el cabello y los brazos y las piernas hechos un lío, sacudió la cabeza. Siempre había tenido un poco de problema de coordinación.

–Una bata –murmuró. Retirándose el cabello de la cara, se puso de pie con un esfuerzo y abrió una maleta, luego la otra. Revolvió su contenido hasta que su mano se tropezó con algo duro, el marco de un cuadro. El corazón se le detuvo. Anna, su ama de llaves, había metido en su equipaje su foto más atesorada: la última de ella con sus padres.

Felicity tiró del marco y en lugar de lo que esperaba, se encontró mirando la cara de comadreja de su ex asesor financiero y novio Doug.

 

 

De pie en el rellano superior de la escalera, Brock se hallaba con su hija Bree cuando oyó un grito seguido de un golpe y cristales rotos. Entrecerró los ojos mirando la puerta de la habitación de invitados.

–Vete a tu habitación, cielo –la urgió.

–Pero algo se ha roto –dijo ella con los ojos muy abiertos y curiosos a pesar de la fiebre.

–Yo me ocuparé de ello, tú vete a la cama –le dijo.

Brock esperó hasta que ella se fuese a la cama y luego abrió lentamente la puerta de la habitación de invitados.

–¿Señorita Chambeau? –comenzó a decir, pero se detuvo bruscamente al ver el interior de la habitación.

Felicity se hallaba en el medio del cuarto con el pelo revuelto sobre los hombros y las delgadas curvas cubiertas por un suave camisón de satén lo suficientemente escotado para mostrar el principio de sus senos y lo bastante corto para revelar casi la totalidad de sus torneadas piernas.

Lo único que tenía que hacer para deshacerse del camisón era deslizar los delgados tirantes por los hombros. Se le notaban los pezones. Se preguntó si estaría totalmente desnuda bajo el camisoncillo y se le secó la boca.

Impaciente por haber tenido esa reacción, se forzó a levantar la mirada hasta su rostro arrebolado. Le relucían los verdes ojos de rabia, pero además tenían un toque de culpabilidad que le despertó la curiosidad. Miró el marco roto.

–¿Señorita Chambeau? –volvió a preguntar.

Felicity se encogió de hombros, atrayéndole la mirada a sus pechos. Era demasiado femenina para su gusto en ese momento, pensó con rabia. Clavando su mirada en la de ella, se la quedó mirando con expectación.

–Es un cuadro –dijo ella. Y continuó cuando él siguió en silencio–: De mi ex asesor financiero. Yo, ejem, no esperaba encontrármela en la maleta y se me cayó al suelo –se interrumpió–. El muy cretino salió del país con mi dinero. No es por el dinero. Tengo suficiente dinero, pero yo confiaba en él. Yo le tenía confianza. Casi… –se volvió a interrumpir– solo espero que se lo coma una cucaracha gigante en el país de Sudamérica donde está escondido con Chi Chi, la bailarina exótica. Que muera de muerte lenta y dolorosa –finalmente inspiró una bocanada de aire y pareció serenarse un poco–. Pero probablemente este no sea el mejor momento para discutirlo. Lamento haberlo molestado.

Brock pestañeó ante el cambio. Era obvio que la historia no acababa allí. Había más de lo que a él le interesaba saber, se dijo.

–No se mueva. No vaya a ser que se corte. Traeré la escoba y el recogedor del armario del pasillo.

Lo único que le faltaba. Una niña rica y mimada con un cuerpo hecho para enloquecer a cualquier hombre del oeste de Texas.

Agarró la escoba y el recogedor y volvió, encontrando que ella ponía con cuidado esquirlas de vidrio en la papelera.

–Le dije que no se moviera.

Ella lo miró brevemente y volvió a su tarea.

–Yo tuve la pataleta, yo hice el desastre, yo recojo –dijo.

La irritación le hizo perder la paciencia.

–Oiga, yo tengo una niña enferma y una vaca lista para soltar su primer ternero. No tengo tiempo para llevarla al pueblo a que le den puntos.

Ella lo miró con la cabeza de lado.

–Oh, ¿Quién está enferma?

Brock se arrodilló a su lado y rápidamente barrió los cristales y los recogió. Intentó no inspirar la sutil fragancia femenina.

–Mi hija Bree. La acabo de recoger de la escuela. ¿Quiere la foto? –preguntó, mirando la instantánea del hombre guapo de barbilla débil.

–Para quemarla –le dijo, alargando la mano.

Brock se la sacó.

–En esta habitación, no –dijo, imaginándose un incendio en su casa–. Yo me ocupo. Más que amigos, ¿eh?

–No, pero pensaba que al menos éramos amigos.

Lo dijo con una voz tan desencantada y una tristeza y soledad en los ojos, que a Brock se le hizo un nudo en la tripa. Pero no tenía tiempo para ese tipo de cosas en ese momento.

–Necesito meter a mi hija en cama y volver al trabajo.

–Gracias –dijo ella–. ¿Está muy enferma?

–Probablemente solo será un virus, pero mi hermano pediatra está en Brackstone. Sigo esperando recoger algún día los frutos de su educación. Mi asistenta también se encuentra fuera hoy. Y el ternero está a punto de nacer. Parece que usted está bien, así que me marcharé –murmuró y se dirigió a la puerta con la mente en las trescientas cosas que tenía que resolver.

A mitad camino por el pasillo oyó los pasos de ella que lo seguían.

–Disculpe… –dijo ella.

–¿Sí?

Ella enlazó los dedos, su postura totalmente incongruente con la escueta vestimenta.

–¿Qué edad tiene su hija?

–Siete. ¿Por qué? –exigió, incapaz de esconder la irritación que lo embargaba.

–Me podría quedar con ella –se ofreció–, si usted cree que le sirva de ayuda. Me gustaría ayudar.

Aturdido, él se la quedó mirando.

–¿Con esa ropa?

Las mejillas de Felicity se pusieron rojas.

–No. Me cambiaré.

La expresión de él le indicó su incertidumbre.

–Puedo servir zumo y agua. Puedo leer cuentos.

A Bree le gustaría que le leyera. Y seguro que a Bree le gustaría Felicity, lo cual no era una buena idea, ya que Brock pretendía que su socia se fuese con viento fresco a Nueva York, de donde nunca tendría que haber salido.

–Parecía ocupado. Si prefiere que la deje sola…

–No –dijo él, flexionando el puño con frustración–. Gracias –dijo, pero hasta a él le parecieron reticentes sus palabras.

Ella lo miró a los ojos, tan sorprendida de sí misma como él lo estaba de ella y una sonrisa torcida se le dibujó en los labios.

–De nada. Me cambio y enseguida vuelvo.

¿Realmente quería que su hija sufriera la influencia de semejante mujer? Brock frunció el ceño. Solo sería por unas horas, se dijo. La asistenta volvería pronto. Pero algo le decía que Felicity Chambeau le complicaría la vida. Sería más fácil si pudiera atribuirlo a su carácter, pero tenía la sospecha de que era algo más relacionada con su libido.

Él juró por lo bajo y se dirigió por el pasillo a la habitación de Bree. Le dijo a su hija que Felicity se quedaría con ella y fue instantáneamente bombardeado por miles de preguntas.

–¿De dónde es?

–De la ciudad de Nueva York –dijo Brock, arreglándole la almohada–. No es una vaquera, pero te puede leer.

–¿Es vieja?

–No.

–¿Es guapa?

Brock se tironeó del cuello.

–Mejor lo decides tú.

–¿Pero a ti qué te parece?

Por suerte Felicity apareció en el umbral con la cara lavada y el cabello atado en una coleta. Llevaba vaqueros negros y una camisa de seda blanca, pero él no podía sacarse de la mente la imagen de ella con el escueto camisoncillo y el pelo sensualmente desarreglado.

Inspiró el delicado perfume y apretando los dientes al darse cuenta de lo susceptible que estaba, hizo los honores.

–Tú sabes el número de mi móvil y el busca –le dijo luego a su hija–. Llámame si hay algún problema.

–Móvil y busca –repitió Felicity –. No sabía que había cobertura en Texas.

Los labios de Brock temblaron, pero no llegó a sonreír.

–Puede que hablemos con lentitud, pero tenemos algunas comodidades, como agua corriente y teléfonos móviles. ¿Qué esperaba?

Felicity se encogió de hombros.

–¿Una campana? –sugirió.

–También tenemos una. Pero el móvil es más rápido y no altera a todo el rancho –se calzó el sombrero, sintiéndose un poco inquieto ante la expresión de curiosa fascinación de Bree–. Llámame si me necesitas, cielo –le dijo.

 

 

Su partida dejó un vacío tan poderoso como lo había sido su presencia. Felicity intentó sacudirse las extrañas sensaciones y miró a la hija de Brock, que le tenía los ojos clavados encima. Sintió un ligero temor. No tenía ninguna experiencia con niños. Se había ofrecido a ayudar porque veía que Brock tenía demasiado entre manos y ella se había añadido a la lista al llegar la noche anterior.