Un Escándalo en Bohemia - Arthur Conan Doyle - E-Book

Un Escándalo en Bohemia E-Book

Arthur Conan Doyle

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Beschreibung

En "Un Escándalo en Bohemia", de Arthur Conan Doyle, Sherlock Holmes es contratado por el rey de Bohemia para recuperar una fotografía comprometedora de la astuta e ingeniosa Irene Adler. A través del ingenio y el disfraz, Holmes navega por una red de intrigas, enfrentándose a un adversario que demuestra ser su igual intelectual, mostrando las excepcionales habilidades deductivas de Holmes y la astucia de Adler.

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Seitenzahl: 38

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Un Escándalo en Bohemia

Arthur Conan Doyle

SINOPSIS

En "Un Escándalo en Bohemia", de Arthur Conan Doyle, Sherlock Holmes es contratado por el rey de Bohemia para recuperar una fotografía comprometedora de la astuta e ingeniosa Irene Adler. A través del ingenio y el disfraz, Holmes navega por una red de intrigas, enfrentándose a un adversario que demuestra ser su igual intelectual, mostrando las excepcionales habilidades deductivas de Holmes y la astucia de Adler.

Palabras clave

Intriga, disfraz, astucia.

AVISO

Este texto es una obra de dominio público y refleja las normas, valores y perspectivas de su época. Algunos lectores pueden encontrar partes de este contenido ofensivas o perturbadoras, dada la evolución de las normas sociales y de nuestra comprensión colectiva de las cuestiones de igualdad, derechos humanos y respeto mutuo. Pedimos a los lectores que se acerquen a este material comprendiendo la época histórica en que fue escrito, reconociendo que puede contener lenguaje, ideas o descripciones incompatibles con las normas éticas y morales actuales.

Los nombres de lenguas extranjeras se conservarán en su forma original, sin traducción.

 

I

 

Para Sherlock Holmes ella es siempre la mujer. Rara vez le he oído mencionarla con otro nombre. A sus ojos, ella eclipsa y predomina sobre todo su sexo. No es que sintiera ninguna emoción parecida al amor por Irene Adler. Todas las emociones, y ésa en particular, eran aborrecibles para su mente fría y precisa, pero admirablemente equilibrada. Era, creo yo, la máquina de razonar y observar más perfecta que el mundo ha visto, pero como amante se habría colocado en una posición falsa. Nunca hablaba de las pasiones más suaves, salvo con sorna y desprecio. Eran cosas admirables para el observador, excelentes para descorrer el velo de los motivos y las acciones de los hombres. Pero para el razonador entrenado, admitir tales intrusiones en su propio temperamento delicado y finamente ajustado era introducir un factor de distracción que podría arrojar dudas sobre todos sus resultados mentales. La arenilla en un instrumento sensible, o una grieta en una de sus lentes de alta potencia, no serían más perturbadoras que una fuerte emoción en una naturaleza como la suya. Y, sin embargo, sólo había una mujer para él, y esa mujer era la difunta Irene Adler, de dudosa y cuestionable memoria.

Yo había visto poco a Holmes últimamente. Mi matrimonio nos había alejado el uno del otro. Mi completa felicidad y los intereses hogareños que surgen en torno al hombre que se encuentra por primera vez dueño de su propio establecimiento bastaban para absorber toda mi atención, mientras que Holmes, que detestaba toda forma de sociedad con toda su alma bohemia, permanecía en nuestro alojamiento de Baker Street, enterrado entre sus viejos libros, y alternando de semana en semana entre la cocaína y la ambición, la somnolencia de la droga y la feroz energía de su propia y aguda naturaleza. Seguía, como siempre, profundamente atraído por el estudio del crimen, y ocupaba sus inmensas facultades y su extraordinario poder de observación en seguir esas pistas y aclarar esos misterios que la policía oficial había abandonado por desesperados. De vez en cuando oía algún vago relato de sus actividades: de su llamada a Odessa en el caso del asesinato de Trepoff, de su esclarecimiento de la singular tragedia de los hermanos Atkinson en Trincomalee y, por último, de la misión que había cumplido con tanta delicadeza y éxito para la familia reinante de Holanda. Sin embargo, más allá de estos indicios de su actividad, que yo me limitaba a compartir con todos los lectores de la prensa diaria, poco sabía de mi antiguo amigo y compañero.

Una noche -fue el veinte de marzo de 1888- regresaba de un viaje a ver a un paciente (pues ahora había vuelto a la práctica civil), cuando mi camino me llevó por Baker Street. Al pasar por la recordada puerta, que siempre estará asociada en mi mente con mi cortejo y con los oscuros incidentes del Estudio en escarlata, me invadió un vivo deseo de volver a ver a Holmes y de saber cómo empleaba sus extraordinarios poderes. Sus habitaciones estaban brillantemente iluminadas y, cuando levanté la vista, vi pasar dos veces su alta y esbelta figura en una silueta oscura contra la persiana. Se paseaba por la habitación con rapidez, con impaciencia, con la cabeza hundida en el pecho y las manos entrelazadas detrás de él. Para mí, que conocía todos sus estados de ánimo y sus costumbres, su actitud y sus modales contaban su propia historia. Estaba trabajando de nuevo. Había salido de sus sueños creados por las drogas y estaba olfateando un nuevo problema. Llamé al timbre y me hizo pasar a la habitación que antes había sido en parte mía.

Sus modales no eran efusivos. Rara vez lo era, pero creo que se alegró de verme. Sin apenas decir palabra, pero con una mirada amable, me hizo señas para que me acercara a un sillón, me tendió su caja de puros y me indicó una caja de licores y un gasógeno que había en un rincón. Luego se paró frente al fuego y me observó con su singular estilo introspectivo.