2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 1,49 €
Quería hacer el amor pero... ¿cuándo iba a demostrarle a ella lo que sentía? Nada más llegar a la aislada mansión de Sam Marton, Crystal se dio cuenta de que en la vida de aquel hombre no había espacio para ningún tipo de vínculo emocional. Y bueno, tampoco era que ella quisiera casarse con él... solo necesitaba un sitio donde quedarse un par de noches. Crys se preparó para convivir con aquel tipo tan arrogante y decidió que le demostraría que también ella tenía carácter. No sospechaba que, bajo aquella dura apariencia, Sam escondiera una apasionada sensualidad... que estaba deseando compartir con ella...
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 184
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Carole Mortimer
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un hombre enigmático, n.º 1443 - diciembre 2017
Título original: An Enigmatic Man
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-472-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Si te ha gustado este libro…
ERA COMO el castillo de Drácula!
Aunque, pensándolo mejor, la comparación era injusta… para Drácula.
Eso pensó Crys cuando, después de conducir durante horas, se detuvo en el camino de acceso al castillo con la esperanza de orientarse en la densa niebla que tan rápidamente se había formado. Pero ese pensamiento se desvaneció cuando vio el nombre de la casa labrado en uno de los pilares de piedra que flanqueaban la deteriorada verja. Su mirada sorprendida se dirigió a la monstruosidad de casa que se alcanzaba a ver al final del camino. Era de arquitectura gótica victoriana… y de todos los estilos que habían seguido después, a juzgar por las numerosas ampliacionesque se le habían hecho a la casa.
El conjunto ofendía su acusado sentido de la línea y del diseño.
Parecía imposible que ese fuera su destino, no podía ser la casa de Yorkshire del hermano mayor de su buena amiga Molly. De acuerdo que Molly era un poco excéntrica y nada convencional, pero no se le había ocurrido pensar que fuera algo de familia.
Crys escudriñó el pilar que tenía más cerca. Aunque estaba cubierto de musgo, aún era legible el nombre, Falcon House. Tomó la carta que había recibido de Molly unos días antes, la releyó rápidamente buscando las indicaciones para encontrar la casa de Sam Barton y allí, entre las líneas escritas apresuradamente, encontró el nombre de «Falcon House».
Sin embargo, ese lugar no era una casa, era en realidad un castillo, con sus altas torres y torreones. Incluso había un foso en desuso que circundaba los muros exteriores.
Quizá la casa de Sam estaba detrás de esa monstruosidad. Tenía que ser eso. Seguro que si seguía por el camino de acceso, cruzando el puente levadizo encontraría otra casa, más pequeña… ¡y más cómoda!
Pero después de conducir por el accidentado camino hasta el patio del castillo, que estaba rodeado de un foso maloliente y lleno de basura, se dio cuenta de que no había nada detrás del edificio; solo una parcela que podría haber sido un jardín pero que estaba tan llena de arbustos y árboles que más parecía una selva.
Crys aparcó el coche, pisó la gravilla cubierta de musgo del camino, estiró los brazos y las piernas sin dejar de mirar el castillo, reparando en las cañerías sueltas de la fachada y las tejas que se habían precipitado al suelo desde el tejado.
A pesar de la niebla Crys se dio cuenta de que la mayoría de las ventanas estaban tapadas con tablas o tenían cerradas las cortinas.
El lugar no era nada acogedor y parecía abandonado. Crys estaba segura de que nadie podría vivir allí…
De pronto oyó un ruido.
Era un sonido ahogado que no pudo distinguir, pero estaba segura de haber oído algo del otro lado de la casa. Tragó saliva. No sabía qué hacer, si aventurarse e investigar y arriesgarse sabe Dios a qué o volver al coche e irse a toda velocidad. La segunda opción era tentadora. Pero se había pasado todo el pasado año huyendo. A lo mejor había llegado el momento de ser fuerte y enfrentarse a lo que hiciera falta. De eso se trataba, por eso había aceptado la invitación de Molly de pasar unos días con ella en Yorkshire. Ahora bien, ¿era este el mejor momento para empezar de nuevo a hacer frente al mundo?
Crys casi se rio de lo ridículo de la situación en la que se encontraba. Casi…
Para ella ya había sido un gran paso aceptar la invitación de Molly, hacer el largo y cansado viaje de Londres a Yorkshire, para llegar y encontrarse con aquello. ¿Encontrarse con qué en realidad? El castillo parecía deshabitado.
Excepto por un sonido rítmico que procedía del otro lado de la casa.
Crys se decidió con valentía, tenía que ir y averiguar qué era aquel ruido. Si solo era una rama azotada por el viento golpeando una ventana… perfecto; si era un ser humano, le preguntaría cómo llegar a la casa de Sam Barton y problema resuelto.
Pero su valor se vino abajo cuando, después de pasar la arcada del patio, se encontró de frente con el perro más grande que jamás había visto. Crys gritó y se detuvo bruscamente. El perro le mostraba los dientes, gruñía y tenía el lomo en tensión, como si fuera a saltar sobre ella.
Sintió que la boca se le secaba, todos los huesos y músculos de su cuerpo estaban en tensión mirando como hipnotizada aquellos fríos ojos caninos. El perro seguía emitiendo el mismo gruñido, similar a un trueno.
–¿Qué ha sido eso, Merlín? –dijo una voz como de otro mundo.
Crys, que ya estaba paralizada por el susto anterior, sintió escalofríos de terror corriendo por su espalda. Ahora conocía el significado de la expresión «sudores fríos».
¿De dónde venía esa voz? Solo estaban ella y aquel perro feroz en aquella niebla y, sin embargo, había oído claramente una voz. Le pareció una voz masculina pero sonaba como amortiguada por algo, no podía estar segura. Pero que fuera masculina o femenina no tenía importancia, era una voz y en ese momento sintió cuánto necesitaba la presencia de otro ser humano.
Si es que era un humano…
«Cálmate Crys», se dijo con impaciencia. Desde luego, el lugar era siniestro, pero eso no era razón para dejarse llevar por el pánico y salir corriendo. O quizá sí. En cualquier momento, aquel enorme perro podría cansarse de gruñir y lanzarse sobre ella y desgarrarle la garganta con sus enormes mandíbulas…
–Te lo advierto Merlín, si vuelves a meterte en algún agujero persiguiendo conejos, no seré yo quien te saque– se oyó la voz por segunda vez a través de la niebla.
¡Era un hombre! Y estaba cerca. Lo suficiente para salvarla de ese perro salvaje.
–¡Socorro!
Vaya, tenía los labios paralizados y su grito apenas llegó a ser un gemido. Pero fue suficiente para enfurecer más al perro, que se preparó para saltar sobre ella.
–¡Socorro! –gritó de nuevo, esta vez con más fuerza, y se puso a rezar en silencio pues no contaba con que el perro siguiera quieto por más tiempo.
–Maldito seas Merlín, voy a… ¿Qué demonios…? ¡Quieto Merlín!
Al oír al hombre, el perro volvió a un gruñido más débil.
El hombre se había visto interrumpido por el grito que lanzó Crys al ver surgir de la tierra un rostro moreno, desaliñado, con barba de varios días en el que destacaban unos fieros y oscuros ojos verdes que centelleaban en la oscuridad de la niebla.
Gracias a Dios, el perro, obedeciendo a su amo, se había sentado y había dejado de gruñir, aunque seguía atentamente cada uno de sus movimientos, esperando sin duda a que su amo diera la orden de atacar. Pero ella no pensaba moverse, solo era capaz de mirar petrificada aquel cuerpo que había surgido del suelo. ¡Quizá fuera el castillo de Drácula después de todo!
Vio desconcertada cómo el hombre utilizaba una pala para salir de lo que parecía un agujero en el suelo, un agujero de un metro ochenta de largo, un metro de ancho y quién sabe qué profundidad.
Ella dirigió la mirada primero a los pies del hombre mientras este se incorporaba, luego a los vaqueros negros que vestían sus largas piernas, y después al ancho pecho y a los fuertes brazos enfundados en un grueso jersey negro. El cabello crespo y oscuro le llegaba hasta los hombros y la oscura barba ocultaba su rostro, excepto sus ojos, verdes y penetrantes.
Era un hombre enorme, mediría alrededor de un metro noventa. Su cuerpo musculoso estaba ahora en tensión como lo había estado el de su perro unos segundos antes.
Ahora que Crys lo veía con claridad se empezó a preguntar si estaba más segura con aquel hombre que con el perro.
Se humedeció los labios en un intento de mantener la calma.
–Hola – consiguió decir con la voz ronca.
El hombre respondió con un gesto de desprecio a su saludo.
–¿Hola? – contestó sarcástico.
Crys todavía estaba temblando pero sacó fuerzas para hablar.
–¿Qué estaba haciendo ahí dentro? –preguntó señalando el agujero. Era enero, demasiado tarde para estar removiendo la tierra del jardín pero demasiado pronto para estar plantando nada. Además… ¡Aquel agujero era enorme!
–¿Qué cree usted que estaba haciendo? – preguntó alzando las cejas que coronaban esos centelleantes ojos verdes.
A pesar del desaliño de su cabello y de su barba, tenía una voz refinada. Hasta puede que en otra circunstancias hubiera sido una voz agradable…
Crys echó un vistazo al agujero y sintió un escalofrío.
– No tengo ni idea– contestó cautelosamente.
El hombre no se había movido y sin embargo parecía estar cada vez más en tensión, mientras sostenía la pala, amenazante.
–Adivine –dijo en un tono algo desafiante.
Crys tragó saliva. Era ridículo, lo único que ella quería era que alguien le dijera cómo llegar a la casa de Sam Barton, no participar en juegos de ingenio con desconocidos de aspecto peligroso.
–Oiga mire, perdone que lo haya molestado…
–Le molesta usted a Merlín más que a mí –repuso el hombre fríamente
–¿Merlín…? ¡Ah! Se refiere usted al perro –comprendió.
El enorme animal estaba ahora sentado a los pies de su amo, seguía observando cada uno de sus movimientos. Cuando oyó mencionar su nombre comenzó a gruñir de nuevo.
–No le gusta mucho que lo llamen así –dijo sonriendo huraño.
–Pero… pensé que era su nombre –dijo ella frunciendo el ceño perpleja.
–Y lo es –afirmó el hombre–; me refería a que no le gusta que mencionen que es un perro.
–Pero…
–Los dos sabemos que lo es –interrumpió él–, es él el que no se da cuenta, y yo creo que es mejor seguirle la corriente, ¿no le parece?
–¿Qué clase de…? –empezó a preguntar Crys mirando al animal babeante– ¿De qué raza es? –corrigió temiendo que Merlín volviera a gruñir.
–Es un perro lobo irlandés–contestó el hombre–. Estoy seguro de que es muy agradable pasar el tiempo con usted –añadió en un tono de voz que parecía decir todo lo contrario–, pero, como puede ver, tengo que terminar de cavar esta tumba, así que si no le importa…
–¿Es una tumba de verdad? –exclamó ella con la mirada nublada otra vez por el miedo. Sintió como si la humedad de la niebla le hubiera calado los huesos y sintió un escalofrío.
Dios mío, a lo mejor sí que se encontraba en el castillo de Drácula. Aunque ella siempre había creído que los vampiros solo salían de noche, la verdad era que la niebla era tan densa que casi no parecía de día. Las últimas dos horas había tenido que conducir con las luces encendidas.
–¿Quién…? este…. quiero decir, ¿qué…? –balbuceó Crys mientras retrocedía convencida de que si intentaba correr el perro la tiraría al suelo en cuestión de segundos.
Obviamente el perro era obediente a su amo, un amo que resultaba cada vez más inquietante. Aunque tampoco había sido muy cordial al principio. Crys se preguntó cómo podría salir de allí con dignidad…
¡O sin dignidad! ¡Ella solo quería salir de allí cuanto antes!
–Tiene usted razón, señor… eh… ya le robé demasiado tiempo –dijo intentando sonreír, pero sus mejillas no la obedecieron y solo consiguió hacer una mueca–. Yo ya me iba…
–¿Adónde?
–¿Cómo ha dicho? –contestó ella a la inesperada pregunta.
–No hay tanta gente que tome este camino –explicó huraño–, y muchas menos llegan al final del camino de acceso. ¿Adónde iba usted?
¡Le preguntaba que adónde iba!
Esta era la oportunidad que esperaba para preguntar cómo llegar a la casa de Sam Barton y marcharse de allí, pero en ese momento clave se dio cuenta de que no quería decirle a ese hombre dónde iba.
–Voy a casa de unos amigos –explicó encogiéndose de hombros, el frío ya había calado su chaqueta del lana y temblaba de frío.
Esa era una buena idea, tenía que asegurarse de que él supiera que había gente esperándola, gente que la echaría de menos y llamaría a la policía si no aparecía. En realidad no estaba segura de que Molly llegara a esos extremos, posiblemente su amiga supondría simplemente que había cambiado de idea sobre ir a Yorkshire, ¡pero ese hombre no tenía por qué saberlo!
–Debí perderme por culpa de la niebla –dijo intentando quitarle importancia. Recordó que una vez había leído, no recordaba dónde, que era más difícil que un atacante agrediera a su víctima si esta establecía algún tipo de relación con él…
Pero… ¡ella no era ninguna víctima, maldita sea! Solo era una viajera perdida que se había encontrado con… bueno, la verdad era que no sabía con lo que se había encontrado. Solo sabía que se quería ir de allí. Inmediatamente.
–Las apariencias engañan a veces –dijo el hombre–, los perros lobos irlandeses son cazadores preparados instintivamente para…
–¿Intenta usted aterrorizarme a propósito? –recordó de repente haber leído también, probablemente en el mismo artículo, que era mejor atacar que esperar a ser atacado.
La boca del hombre hizo un gesto parecido a una sonrisa.
–¿Acaso necesito intentarlo? –preguntó él burlonamente.
–No le tengo miedo… –dijo ruborizándose ante tan evidente burla.
–¿De verdad que no? Pues entonces finge usted a la perfección.
–Yo no…
–Le tiembla compulsivamente una vena en la sien izquierda –interrumpió él–, tiene las pupilas dilatadas, los músculos de la cara no le responden, tiene el cuerpo rígido por la tensión y tiene los puños tan apretados que probablemente terminará haciéndose heridas en las manos con esas uñas tan bien pintadas que lleva –y añadió, mirándola a la cara otra vez–: O mucho me equivoco, o aunque probablemente sea el frío lo que la hace temblar, tiene una gota de sudor en el labio.
Crys sabía que todo lo que le había dicho era verdad, pero que él se hubiera dado cuenta de todo con tanto detalle la enfurecía.
–Las mujeres no sudan, solo es un brillo –respondió mordaz. Sus mejillas se tiñeron de un color rosado; a pesar de sus esfuerzos, él parecía entender sus emociones con facilidad–. Este lugar parece sacado de una película de miedo, sale usted de una tumba para recibirme, su aspecto es en todos los aspectos igual de fiero que el de su… su… can –midió sus palabras para evitar que el perro se pusiera a gruñir otra vez–. ¡Y usted espera que yo esté tan tranquila!
El nerviosismo nola dejaba respirar.Apretó los puños de nuevo pero esta vez de rabia. El hombre se encogió de hombros, sin alterarse aparentemente por ese arrebato.
–No espero que usted esté de ninguna manera –repuso–, yo no la invité a venir. No tengo ni idea de quién es usted, ni me interesa saberlo.
–Y además tiene usted que terminar de cavar una tumba –remató Crys.
–Es para un amigo de Merlín. Un alsaciano que encontramos en el bosque esta mañana –explicó el hombre señalando con la cabeza a una lona que yacía en el suelo a unos pocos metros y en la que Crys no había reparado hasta ese momento.
Una lona que obviamente cubría el cuerpo del perro muerto.
–¿No tiene dueño? A lo mejor al dueño le hubiera gustado enterrar él mismo su mascota –se atrevió a decir sin apartar la vista de la lona. Las rodillas le temblaban, lo que hacía que todo su cuerpo temblase, hasta la voz.
–Puede que tuviera un dueño alguna vez, pero que yo sepa lleva meses viviendo en el bosque en estado salvaje. Los pastores de la zona llevaban semanas intentando matarlo porque molestaba a las ovejas. Al parecer uno de ellos lo consiguió.
Los ojos asustados de Crys observaron inquisitivamente el oscuro rostro del hombre.
–Pero… ¿es legal? –dijo casi ahogada por la emoción, al ir tomando conciencia de la muerte del perro.
–Probablemente no –replicó con tristeza–, pero es difícil encontrar pruebas de que lo han matado.
Crys se dio cuenta de que se estaba poniendo pálida, la sangre abandonaba sus mejillas mientras dirigía de nuevo la mirada a la lona.
–¿Cree usted que fue una muerte rápida?
–¿Cómo voy a saberlo? – contestó el hombre ocultando a duras penas su irritación–. Aunque no lo creo. El veneno suele ser lento.
–¿Veneno? –repitió Crys débilmente, sus ojos parecían ahora enormes en su pálido rostro.
Él asintió bruscamente.
–No hay heridas ni señales de violencia. Pero la verdad es que lo del veneno es solo una teoría como otra cualquiera.
Muerte, muerte y más muerte. Allá donde miraba, allá donde iba, siempre había muerte.
Ese angustioso pensamiento fue el último que tuvo antes de que se apoderara de ella la oscuridad y se desvaneciera sobre la tierra mojada…
CRYS recobró el conocimiento con la sensación de algo áspero en su rostro, desorientada y con un fuerte mareo.
Al abrir los ojos se dio cuenta de que no estaba ya en el suelo, alguien la llevaba en brazos. Su mirada se llenó de horror al distinguir el fiero rostro del hombre del perro.
Crys abrió la boca…
–¡Ni se le ocurra gritar! –murmuró el hombre con los dientes apretados.
Crys cerró la boca sorprendida. El hombre se había dado cuenta de que ella estaba consciente sin tan siquiera mirarla.
–Si grita, la dejaré caer aquí mismo –añadió en un tono casi agradable.
Bueno. Mientras él (¡y su perro!) siguieran caminando todo iría bien… al menos podría encontrar la oportunidad de volver corriendo al coche y huir de allí.
–Mi día ya ha sido lo bastante malo –continuó el hombre con rudeza–. Encontrar ese perro muerto no fue precisamente la forma más agradable de empezar el día… calla Merlín.
El perro había vuelto a gruñir al oír aquella palabra intolerable pero calló de inmediato a la orden de su amo. Lo que confirmó a Crys que, de los dos, era el hombre al que había que temer más.
–Encontré al can muerto esta mañana –corrigió el hombre, en consideración a los sentimientos de Merlín–. Estaba intentando enterrarlo con un poco de dignidad en ese suelo que no se ha deshelado desde noviembre –y añadió estirando los músculos cansados–, cuando, para completar el día, una mujer de imaginación enfermiza invade mi privacidad tomando a mi único compañero por algo así como un perro infernal… y a mí también –abrió enojado una puerta de una patada y entró así, lleno de furia, en la casa y luego en la cocina–. Ahora que lo pienso, debería haberte dejado donde te caíste– Y la dejó caer sin ceremonias en una silla. Después se estiró y se fue de la habitación indignado.
¡Gracias a Dios, el perro lo siguió!
Crys parpadeó aturdida, contenta de sentirse libre aunque fuera por un momento de la opresora presencia de aquel hombre y su perro.
Cuando por fin la cabeza se le empezó a despejar, se dio cuenta en apenas dos segundos de que esa era una gran oportunidad para escapar. Quizás la única. Pero dudó… ¡No podía creerse la cocina que estaba viendo!
Nunca se habría imaginado, ni en sueños, que en un castillo tan ruinoso por fuera pudiera haber una estancia tan hermosa, con unos armarios maravillosos de roble claro y una estufa verde oscura que desprendía un calor que resultaba delicioso en aquel frío día de enero. Había una enorme mesa de trabajo en medio de la cocina, y de las paredes colgaba relucientes cazuelas de cobre y todos los utensilios que un cocinero pudiera necesitar. El suelo era de losas de cálidos tonos marrón y crema. La silla en la que estaba ella sentada pertenecía al conjunto de sillas de la cocina y era también roble claro.
Después de ver el descuido del exterior… ¡aquello no era en absoluto lo que ella hubiera esperado!
Su estupor ante lo inesperado le había hecho perder su ocasión de escapar.
Volvió la cabeza para mirar a su malhumorado anfitrión. Podía distinguir su silueta en el marco de la puerta mirándola.
Se fijó en que su aspecto había cambiado. Se había cepillado un poco ese pelo oscuro tan largo, y se había cambiado el jersey negro por uno más fino, verde oscuro, de suave cachemira. El cambio en la apariencia del hombre la sorprendió tanto como el interior de la casa. Pero, a ojos de Crys, no lo hacía más accesible.
–¿Por qué da usted a propósito la impresión de que la casa está deshabitada? –preguntó perpleja. Estaba segura de que era algo deliberado.
El hombre levantó las cejas, se dirigió hacia una tetera de cobre, la puso sobre el fuego y volvió de nuevo la mirada hacia ella.
–¿Por qué cree usted eso? –preguntó sarcástico.