Un matrimonio imposible - Sharon Kendrick - E-Book

Un matrimonio imposible E-Book

Sharon Kendrick

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Beschreibung

Después de compartir un baile lento y erótico con un jeque de verdad, lo último que Rose se esperaba al volver al trabajo el lunes era un encargo del príncipe Khalim del reino de Maraban... Aquel jeque se llevó a Rose a un palacio en el desierto en su jet privado, y allí la trató como a una princesa y no como a una empleada. Sin embargo, ella sabía que nunca podría ser una princesa de verdad. Khalim tenía que casarse con la mujer adecuada y vivir cumpliendo con su deber de rey. Pero ahora se necesitaban el uno al otro, sin poder evitarlo. Todo lo que ella podía hacer era rendirse al jeque. ¿Podría algún día llegar a ser algo más que su amante?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Sharon Kendrick

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un matrimonio imposible, n.º 1250- septiembre 2021

Título original: Surrender to the Sheikh

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1375-887-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LAS BODAS siempre tenían algo especial, algo mágico que hacía que el cinismo de todos los días se evaporara en el aire. Rose agarró con fuerza el borde de su copa de champán mientras esperaba que el padrino comenzara a hablar.

Se había dado cuenta de ello en la iglesia, donde las mujeres habían estado limpiándose las lágrimas, emocionadas. Mujeres que normalmente se reunían en cafeterías para hablar de lo descuidados y fríos que eran los hombres, pero que se habían pasado toda la ceremonia sonriendo.

¡Incluso a Rose se le había escapado una lagrimita! Ella, que no era una mujer a la que le gustara demostrar en público sus emociones.

—En mi país —anunció el padrino de boda, mirando a los novios con sus brillantes ojos negros—, las fiestas que se hacen después de una boda se empiezan con un brindis. ¡Que la alegría que compartís ahora, nunca se borre! Por ello, os pido a todos que levantéis vuestras copas para beber por Sabrina y Guy.

—¡Por Sabrina y Guy! —repitieron todos, alzando obedientemente sus copas.

Rose entonces, y no fue la primera vez, miró al padrino por encima de su copa. Era un hombre espectacular… espectacular en el verdadero sentido de la palabra. ¡Y es que no todas las personas eran tan afortunadas como para tener como padrino de boda a un verdadero príncipe!

El príncipe Khalim, le había dicho Sabrina que se llamaba antes de la boda. Un príncipe de carne y hueso. Un príncipe con un verdadero país, el maravilloso Maraban, que un día gobernaría como sus antepasados habían hecho durante siglos. El hombre era un antiguo compañero de escuela de Guy, le había confesado tímidamente Sabrina a Rose; y habían mantenido su amistad desde entonces.

Rose se lo había imaginado bajo, achaparrado y bastante feo. Pero, por una vez, sus expectativas habían sido erróneas. Porque el príncipe Khalim era el hombre más guapo que había visto jamás.

Era alto, aunque quizá no tanto como el novio, y llevaba un traje sorprendente, que consistía en una túnica de seda de color dorado y unos pantalones anchos del mismo material.

Una ropa así, pensó Rose, le habría dado a cualquier otro hombre el aspecto de estar en una fiesta de disfraces. Incluso le podría dar un aire ligeramente femenino. Pero la seda rozaba provocativamente el cuerpo fuerte y delgado de ese hombre. Un cuerpo que parecía emanar una virilidad primitiva y vibrante.

Rose dio un trago a su copa y notó el sabor amargo en su garganta. Mientras bebía por segunda vez, se fijó en que de repente aquellos ojos negros la estaban mirando.

Entonces, con una sonrisa peligrosa en los labios, el hombre comenzó a acercarse a ella.

«Viene hacia aquí», pensó Rose, comenzando a temblar. «Está viniendo hacia mí».

Las mujeres y los hombres se separaron como olas para que él cruzara lentamente la sala de baile del hotel Granchester. Su procedencia real se notaba en cada paso que daba y también en su forma de mirar. Su fuerza y poder le hacían ser el centro de atención de cada persona allí reunida.

Rose notó un nudo en la garganta. De repente, sintió miedo y deseo a la vez. Por un momento, incluso estuvo tentada de darse la vuelta y salir corriendo de allí. Pero sentía las piernas flojas y no estaba segura de si podrían sostenerla. Además, ¿por qué habría de escapar?

El hombre llegó finalmente a su lado y la miró. Su rostro, orgulloso y moreno, expresaba muchas cosas, entre ellas quizá cierta atracción por ella.

Una atracción de tipo sexual, se dijo a continuación Rose con el corazón encogido.

Parecían emanar de sus ojos oleadas de calor erótico y oscuro. Quería llevarla a su cama, se dijo ella. Lo demostraba el brillo de sus ojos negros y la curvatura de su boca.

—Hola, ¿se da cuenta de que es usted la mujer más guapa de la fiesta?

Lo dijo con un acento marcadamente inglés y Rose pensó inmediatamente en el contraste de dicho acento con sus ojos y su aspecto exótico.

—No estoy de acuerdo —contestó ella, haciendo un esfuerzo por mantenerse firme bajo el fuego oscuro de sus ojos—. ¿No sabe que la novia es siempre la más guapa en cualquier boda?

El hombre se volvió para mirar a Sabrina y, al hacerlo, Rose observó su magnífico perfil.

—¿Sabrina? Sí, es muy guapa.

A Rose le extraño sentirse celosa al oír aquello. ¿Celosa de Sabrina? ¿Sentir celos de una de sus mejores amigas?

Luego el hombre se volvió hacia ella y Rose se encontró nuevamente atrapada por aquellos ojos de ébano.

—Pero usted también es… muy guapa. ¿Qué pasa? ¿Es que no le gustan los piropos?

—¡No, si vienen de personas a las que apenas conozco! –replicó ella con una brusquedad no buscada.

Era evidente que él no estaba acostumbrado a que le hablaran de aquella manera, aunque solo un leve movimiento de sus cejas, tan oscuras como su pelo, indicó que le parecía una respuesta inadecuada.

—Entonces no debería arreglarse tanto, ¿no le parece? Tendría que ponerse algo que le cubriera de la cabeza a los pies —añadió él, con voz suave, mientras la miraba desde la cabeza hasta las uñas de sus pies, pintadas de rosa.

Rose sintió que se sonrojaba, algo que tampoco era habitual en ella. ¡Pero si nunca se ponía colorada! En el trabajo tenía que tratar cada día con desconocidos y nunca se ponía así. ¡Pero si parecía una adolescente sorprendida!

—¿No está de acuerdo? —insistió él.

Rose parpadeó. Sí, se había arreglado, pero era una boda, ¿no? Y las demás mujeres habían hecho lo mismo que ella.

Había elegido para la ocasión un vestido corto de seda y gasa de color zafiro, como sus ojos. O por lo menos, eso era lo que le había dicho la mujer de la boutique donde lo había comprado. Llevaba también unas sandalias con tacones finos de color rosa. Las había comprado, deliberadamente, de distinto color del vestido.

Lo que no llevaba era sombrero, porque le gustaba llevar su cabello, abundante y rubio, al descubierto. Particularmente en un día tan caluroso como aquel. Así que solo llevaba prendida en el pelo una orquídea rosa, que había comprado en una floristería cercana.

Rose pensó que debía estar poniéndose tan colorada como aquella flor debido a la mirada de ese hombre tan exótico. Así que, para acabar con aquella situación cuanto antes, extendió la mano y le dirigió una sonrisa amable.

—Me llamo Rose Thomas.

El hombre agarró su mano y se quedó mirándola. Rose miró también hacia abajo y se quedó sorprendida al ver lo blanca que parecía su piel contra la de él, de color aceituna. De repente le pareció algo muy erótico.

Rose trató de apartar la mano, pero él no le dejó hacerlo. Cuando ella alzó el rostro indignada, fue para descubrir que el hombre la estaba mirando burlonamente.

—¿Y sabe quién soy yo, Rose Thomas?

Era el momento de la verdad. Ella podía fingir que no lo sabía, claro, pero, ¿un hombre así no estaría acostumbrado a tener que enfrentarse al disimulo y a la falsedad?

—¡Por supuesto que sé quién es usted! Esta es la primera boda a la que asisto con un verdadero príncipe como padrino de boda! Y me imagino que a todo el mundo le pasará igual.

El hombre sonrió y ella notó que se relajaba visiblemente, así que aprovechó para intentar soltarse.

—¿Qué le pasa, Rose Thomas, no le gusta que le toque la mano?

—¿Va por ahí agarrando las manos de todas las mujeres con las que se encuentra? —preguntó ella con expresión incrédula—. ¿Es un privilegio que le otorga su título?

Era evidente que aquel hombre no solía encontrar resistencia a sus deseos. Así que, apretando la mano de Rose con más fuerza, la miró a los ojos y se encogió de hombros.

Luego le dirigió una mirada casi infantil. Una mirada que le había funcionado muy bien desde su estancia en un internado inglés, especialmente con las mujeres.

—Ha sido usted quien me ha agarrado la mano a mí. ¡Lo sabe perfectamente!

Rose trató de soltar una carcajada. ¡Eso era ridículo! Estaban discutiendo por un saludo. Además, Khalim era amigo de Guy y Sabrina, así que debería demostrar una mayor cortesía, aunque solo fuera por ellos.

—Lo siento, estoy un poco nerviosa.

—¿Por un hombre?

Ella, sin pensarlo, hizo un gesto negativo con la cabeza.

—¡Vaya conclusión! —protestó tras unos segundos.

—Entonces, ¿por qué?

—Por el trabajo.

—¿Por el trabajo? —preguntó, como si hubiera mencionado una palabra desconocida para él.

De hecho, quizá fuera así. Un hombre como el príncipe Khalim probablemente nunca había trabajado.

—Sí, he tenido una semana muy dura. Bueno, más bien un mes muy duro —se encogió de hombros—. ¡Incluso un año muy duro! —se corrigió antes de tomarse lo que le quedaba de champán—. Voy por otra copa… ¿le apetece tomar algo?

Khalim hizo un gesto de desagrado. ¡Qué poco le gustaban esas costumbres liberales de las mujeres! No era cosa de mujeres ofrecerles bebidas a los hombres e iba a decírselo, pero el brillo en los ojos de la mujer le hacía sospechar que se enfadaría si lo hacía. Y ella le gustaba demasiado para arriesgarse a…

—No suelo beber —contestó finalmente con frialdad.

—¡Santo cielo! Entonces, ¿cómo consigue hidratar su cuerpo? ¿Con infusiones intravenosas?

El hombre entornó los ojos. La gente no solía reírse de él. Las mujeres nunca hacían bromas sobre él a menos que se lo permitiera explícitamente. Y eso nunca había ocurrido fuera del recinto de su dormitorio. Por un momento, consideró irse de allí ofendido, pero solo lo pensó un momento. Porque a continuación se imaginó soltándole el cabello dorado y brillante, dejándolo caer sobre su pecho… Entonces recordó el contraste de su piel clara con la de él.

—Me refiero a que no bebo alcohol.

—Bueno, estoy segura de que también tienen refrescos —le aseguró Rose—, pero no importa. Me voy. Encantada de haberle conocido, príncipe…

—¡No! —exclamó él, agarrándola de la muñeca mientras observaba con placer cómo sus ojos azules se abrían sorprendidos y cómo su boca hacía una «o». Se imaginó las maravillas que podía hacerle a un hombre una boca así y tuvo que contener el deseo que lo invadió por completo al pensar en aquello—. Nada de príncipe. Puedes llamarme Khalim —dijo, tuteándola a su vez.

Ella hizo ademán de contestar algo sarcástico, pero lo pensó mejor.

—Suéltame.

—Muy bien —contestó, sonriendo, consciente del poder que esa sonrisa ejercía sobre las mujeres—. Pero solo si me prometes que bailarás luego conmigo.

—Lo siento, nunca persigo a los hombres.

Khalim notó cómo el pulso se le aceleraba.

—¿No vendrás, entonces?

Su voz suave era tan hipnotizadora como la pregunta.

—Tendrás que ser tú quien venga a buscarme.

El hombre la soltó, teniendo cuidado de no demostrar su felicidad.

—De acuerdo, lo haré. Y lo digo en serio.

Al ver cómo se alejaba ella, se le ocurrió algo.

La haría esperar. Le haría pensar que él había cambiado de opinión. Conocía suficientemente a las mujeres como para saber que si fingía indiferencia, ellas solían reaccionar, demostrando el deseo que sentían por él. Sí, la engañaría, jugaría con ella. Sabía de sobra que el juego haría que su apetito aumentara y, cuando llegara el momento, la satisfacción sería mayor. Rose Thomas daría un suspiro de alivio y agradecimiento cuando la tomara en sus brazos.

Rose se dirigió con piernas temblorosas al bar, esperando que su rostro no delatara sus sentimientos. A ella no le gustaban los hombres como Khalim. Le gustaban los hombres sutiles, elegantes y complejos. Y aunque reconocía que él parecía inteligente… también notaba algo peligroso en sus ojos negros y sus ropas exóticas.

Por dentro, se sentía como un flan y las manos le temblaban cuando llegó al rincón de la sala de baile, donde un hombre con esmoquin blanco servía todo tipo de cócteles y champán.

En ese momento vio a Sabrina al otro lado de la sala, hablando con una de las sobrinas de Guy.

—¿Quiere champán, señorita? —le preguntó, sonriendo, el camarero.

Rose estuvo a punto de aceptarlo, pero en el último momento cambió de opinión. Sospechaba que iba a necesitar todas sus fuerzas y que el alcohol acabaría con sus ya debilitadas energías.

—No, quiero agua mineral con gas, por favor.

—¿Estás segura? —le dijo una voz.

Rose miró hacia arriba y vio a Guy, sonriendo divertido.

A Rose le gustaba mucho el marido de su amiga. Era muy guapo, muy rico y amaba a Sabrina con una intensidad que le había enseñado a Rose que no debería conformarse con menos.

Rose había conocido a Sabrina cuando había ido a buscar un libro raro y Sabrina había sido muy amable, ayudándola a encontrarlo. Había sido el día después de que se comprometiera con Guy y le había enseñado, complacida, su anillo de pedida… un anillo sencillo, aunque con un magnífico diamante.

Sabrina no conocía a nadie en Londres, aparte de los amigos de Guy, y las dos tenían una edad similar e intereses parecidos.

—¿Es que tienes que conducir? —añadió Guy, todavía mirando el vaso de agua mineral.

—No, pero quiero mantener las ideas claras.

—Muy bien pensado —Guy bajó la voz y se acercó a ella—, porque me parece que mi amigo Khalim se ha fijado en ti.

—¿Tú crees? No, no creo. Solo hemos hablado un poco —añadió, tratando de no darle importancia.

—¿Habéis hablado un poco? ¿Khalim hablando? ¡Por ahí se empieza!

—¡Por cierto, la boda está siendo maravillosa! —exclamó Rose, tratando de cambiar de tema—. Sabrina está guapísima.

Al oír el nombre de su esposa, el rostro de Guy adquirió una expresión de ternura y se olvidó por completo de su amigo.

—¿A que sí? Te diré un secreto: me encantaría que no tuviéramos que esperar a la orquesta y que pudiéramos marcharnos ahora mismo.

Rose esbozó una sonrisa.

—¡Y dejar a tu esposa sin su día de boda! Creo que puedes esperar un poco, ¿no, Guy? Después de todo, ya habéis estado viviendo juntos casi un año.

—Sí —dijo Guy con un suspiro—, pero esta es la primera vez que va a ser… legal —dijo, mirando a Rose—. ¿Por qué te pones colorada? Lo siento, Rose, no quería incomodarte…

—No, no me has incomodado. De verdad.

Pero no le iba a decir que lo que la había puesto nerviosa habían sido un par de ojos negros que estaban mirando provocativamente en su dirección. En realidad, a ella también le gustaría que Sabrina y él se fueran, para así poderse ir ella también. De ese modo, no tendría que bailar con Khalim, lo que sin duda iba a constituir un gran peligro.

«No tienes que bailar con él», se dijo. No era una orden real. Bueno, sí que lo era. Pero aunque lo fuera, ella no era propiedad de Khalim y Londres no era su reino. Así que podía decirle que no le apetecía bailar con él.

¿Podía?

Pero al final no tuvo que hacerlo, porque Khalim no se le volvió a acercar. Pero entonces ella no pudo evitar empezar a observarlo obsesivamente, tratando a la vez de disimular.

El príncipe destacaba entre los asistentes a la boda, y no por su posición ni por su atuendo extraño. No, era mucho más profundo que eso. Rose nunca había conocido a nadie de sangre real, pero por supuesto que había oído la expresión «tener un porte real», solo que hasta ese momento no había entendido su verdadero significado.

El hombre se movía con una elegancia especial. Rose nunca había visto nada parecido. La gente se apartaba en silencio a su paso y las mujeres lo miraban con un deseo imposible de disimular.

¿Se daría cuenta él?, se preguntó Rose. Desde luego, su atractivo rostro no expresaba ningún sentimiento, pero quizá fuera porque estaba acostumbrado a ello.

La cena fue servida poco después y Rose se sentó al lado de un banquero y un oceanógrafo. Ambos eran inteligentes y divertidos. El oceanógrafo tenía un aspecto saludable, fruto claro de una forma de vida al aire libre. Flirteó descaradamente con Rose y esta incluso llegó a pensar que si hubiera ocurrido una hora antes, habría sido amable con él.

Pero no podía quitarse de la cabeza al príncipe, que estaba sentado en la cabecera de la mesa, comiendo con indiferencia.

En un momento dado, Khalim alzó la vista y la miró… una mirada que la hizo temblar de arriba abajo. Para disimular, bajó rápidamente el tenedor y pinchó algo de su plato.

—¿Y tú en qué trabajas, Rose? —preguntó el oceanógrafo.

Ella se volvió con una sonrisa en los labios.

—Me dedico a contratar ejecutivos para empresas.

—¿De verdad? Ganarás mucho dinero entonces.

Era lo que la gente siempre decía.

—¡Eso querría yo!

La camarera se acercó con cara de preocupación.

—¿Está todo bien, señorita?

Rose asintió mientras se fijaba en que su plato estaba prácticamente intacto.

—Sí, de verdad. Es que no tengo mucha hambre.

La camarera parecía que no estaba acostumbrada a llevarse los platos si no estaban vacíos.

—Alguien de la cocina acaba de decir que no nos molestemos en llevar comida a la cabecera… han devuelto bastante comida de allí. Quizá debería haberse sentado con ellos —bromeó ella.

—Quizá sí —contestó educadamente Rose.

Una parte de sí pensaba que era una suerte no estar cerca de Khalim mientras que otra deseaba desesperadamente sentir su proximidad peligrosa y excitante. Se arriesgó a mirarlo otra vez y reparó en cómo la luz dorada de los candelabros resaltaba el color de la túnica de seda y el negro de su cabello.

Trató valientemente de comer unas cuentas frambuesas, pero ni siquiera la pequeña y exquisita fruta fue capaz de tentarla. Finalmente llegaron la tarta y los discursos.

Rose no consiguió entender apenas las palabras del padrino, ya que estaba hipnotizada por su rostro moreno y orgulloso. Los ojos de él registraron sus reacciones… aquellos ojos duros y brillantes, que acentuaban su expresión, dura como el acero. Sabía que debería pensar que le había tocado la lotería por haber llamado la atención de ese hombre. Entonces se fijó en que su boca tenía una forma sensual, pero el labio superior tenía un gesto duro, casi cruel. Rose se estremeció. «Ten cuidado», se dijo.

Las palabras de Guy emocionaron a todas las mujeres de la sala y a Rose le dio un vuelco el corazón al recordar la intención de Khalim de bailar con ella.

Pero no se acercó, sino que se volvió a su sitio y permaneció allí, sentado solemnemente y mirándola de vez en cuando con unos ojos llenos de luz y promesas.

Rose bailó con todos los que se lo pidieron, pero su corazón no estaba con ellos. Se movía mecánicamente mientras el oceanógrafo la tomaba en sus brazos, rechazándolo sutilmente cuando él trataba de apretarse a ella.

Se sentó y apenas había pensado que estaría bien que Sabrina y Guy se fueran ya para que ella pudiera también irse, cuando Khalim se puso delante de ella con los ojos entornados y una expresión de burla en su rostro.

—Bueno, pues te he hecho caso y he venido a buscarte —sus ojos negros brillaron—. Aunque ha sido muy fácil encontrarte, Rose. Eres como una flor dulce y sonrosada. Y ahora… ¿quieres bailar conmigo?

—¿Se supone que es una invitación que no puedo rechazar? —contestó ella, avergonzada por haber estado allí sentada, esperándolo.

—No, Rose, es una orden real —replicó él, sonriendo.

Rose abrió la boca para protestar, pero era demasiado tarde, porque él ya le había agarrado la mano con seguridad y arrogancia para llevarla a la pista de baile.

—Ven —dijo él en voz baja.

Rose se agarró a él como si toda su vida hubiera estado esperando ese momento. Él colocó las manos en su cintura y ella en los hombros de él. Notó el olor a sándalo que emanaba de él y se dejó invadir por su embriagadora dulzura.

Rose se consideraba a sí misma una mujer moderna e independiente, pero en cuanto estuvo en los brazos de Khalim, se sintió tan indefensa como un cachorro.

—Bailas muy bien, Rose —le aseguró él, deslizando las manos hacia sus caderas.

—Tú tam… también. Es una boda… preciosa, ¿verdad? —comentó, suplicando en silencio por recuperar su sensatez.