Una buena chica - Esposa por unos días - Mujer de compraventa - Jennifer Greene - E-Book

Una buena chica - Esposa por unos días - Mujer de compraventa E-Book

Jennifer Greene

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Beschreibung

Una buena chica ¿Hasta dónde estaría dispuesto a llegar por tener a aquella mujer? El futuro de Emma había sido cuidadosamente planeado: tendría la boda perfecta con el marido perfecto, la vida perfecta. Pero entonces apareció Garrett Keating. No iba a permitir que Emma siguiese adelante con aquella farsa y qué mejor manera de detenerla que seducirla. Pero si Emma no pasaba por el altar antes de su próximo cumpleaños, perdería una herencia de millones de dólares… Esposa por unos días Tenía un secreto que no podía confesarle… deseaba que aquello durara más de una semana… Hasta hacía muy poco tiempo, Felicity Farnsworth había estado planeando la boda de Reid Kelly con otra mujer… y ahora estaba pasando la luna de miel con él. Felicity se había quedado de piedra cuando el ex prometido de una de sus mejores amigas la había invitado a pasar una semana con él en las bellas playas de Cozumel, sin ningún tipo de compromiso. A pesar de todos los motivos por los que debería haber rechazado la invitación, Felicity se había subido a aquel avión porque hacía ya mucho tiempo que deseaba en secreto que sucediera algo parecido… y parecía que Reid también lo deseaba… Mujer de compraventa Algunas mujeres harían cualquier cosa por dinero… La última persona a la que esperaba ver en su puerta la viuda Vanessa Thorpe era a Tristan Thorpe, el hijo de su difunto esposo. Tristan se interponía entre ella y la herencia que tanto necesitaba, por lo que, a pesar de la atracción que había entre ambos, Vanessa no podía permitirle ganar. En opinión de Tristan, Vanessa no era más que una especie de trofeo; una mujer joven, hermosa e inteligente que se había casado con su padre por su dinero. Tenía intención de desvelar hasta sus secretos más oscuros… hasta que una acalorada discusión desembocó en un beso apasionado…

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Seitenzahl: 560

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 549 - octubre 2024

 

© 2006 Harlequin Enterprises ULC

Una buena chica

Título original: The Soon-To-Be-Disinherited Wife

 

© 2006 Harlequin Books S.A.

Esposa por unos días

Título original: The One-Week Wife

 

© 2006 Harlequin Enterprises ULC

Mujer de compraventa

Título original: The Bought-and-Paid-for Wife

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2007

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1074-093-8

Índice

 

Créditos

Una buena chica

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

 

Esposa por unos días

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

 

Mujer de compraventa

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

 

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

Emma Dearborn sintió un exasperante e implacable picor justo en el lugar que no podía alcanzar, entre los omóplatos. No era propensa ni a los picores ni a rascarse nerviosamente, razón de más para recordar haber experimentado esa misma horrible sensación de picor con anterioridad. Sólo le había ocurrido dos veces en la vida. La primera fue cuando hundió el valioso Morgan recién restaurado de su padre en el estuario de Long Island Sound en Greenwich Point a los dieciséis años. El coche se pudo recuperar, su padre casi no lo logra. En la otra ocasión, el tradicional cotillón anual de Navidad se puso feo, y tuvo que volver a casa a pie en medio de una tormenta de nieve, vestida con su largo vestido de raso blanco y tacones, y sin parar de llorar.

Ya no era ninguna novata ni con los coches ni con los hombres. Y esta vez el picor no podía estar relacionado con ninguna inminente situación traumática. Su vida transcurría maravillosamente bien. No había nada ni remotamente malo en su vida. Todo a su alrededor reflejaba una vida serena y satisfecha.

–¿Emma?

El sol de junio se filtraba a través de la ventana con vistas a la piscina. La sala Esmeralda era el único lugar del Club de Campo de Eastwick, Connecticut, donde los miembros podían vestir de manera informal. La piscina estaba repleta de niños recién salidos de la escuela chillando con energía. Dentro, las madres, vestidas con pantalones cortos y sandalias, se codeaban con hombres trajeados que compartían comidas de negocios.

Como acababa de presidir una reunión del comité de recaudación de fondos, Emma llevaba ropa formal. El resto de sus acompañantes vestía ropa más informal. Felicity, Vanessa y Abby estaban allí, en la mesa que Harry, el camarero, les había reservado amablemente junto a las puertas para unas mejores vistas y algo de privacidad para sus cotilleos. Habían crecido todas juntas, habían ido a la misma escuela privada, conocían los momentos más embarazosos de cada una de ellas, momentos que tenían la costumbre de sacar a relucir en aquel tipo de almuerzos, pero ¿para qué estaban las amigas si no era para disfrutar y embellecer los momentos más mortificantes de su vida? Caroline Keating-Spence también las acompañaba esta vez.

–Emma, ¿estás dormida?

Rápidamente giró la cabeza hacia Felicity. No se había dado cuenta de que había desconectado de la conversación.

–No, de verdad. Sólo estaba pensando en la longeva historia que tenemos juntas… y en lo que siempre nos hemos divertido.

–Sí, claro –Vanessa guiñó un ojo a las demás–. Lo disimula muy bien, pero todas sabemos que está prometida. Por supuesto que no estaba escuchando. Estaba en las nubes.

–Eso o ese pedazo de zafiro en el dedo la está deslumbrando. Qué digo, nos deslumbra a todas –dijo Felicity riendo–. Qué anillo de compromiso más original. ¿Cómo van los planes de boda?

De nuevo sintió aquel exasperante picor. Aquello era una completa locura. Su compromiso con Reed Kelly era otra cosa que iba bien en su vida. Con veintinueve años, había dejado de creer que se casaría algún día. Bueno, en realidad nunca había querido casarse.

–Todo va bien –aseguró–, salvo que Reed parece haber organizado la luna de miel antes de que hayamos terminado los planes de boda.

Todas se rieron.

–Pero habéis fijado una fecha, ¿verdad?

Otro punzante picor.

–En realidad tenemos dos reservas para la sala Eastwick, pero entre mi programa en la galería, y el programa de carreras de caballos de Reed, aún no nos hemos decidido por una de las fechas. Pero prometo que seréis las primeras en enteraros. De hecho, teniendo en cuenta lo rápido que se entera de los secretos este grupo, probablemente os enteréis antes que yo –todas se rieron asintiendo, y luego pasaron a la siguiente víctima.

Felicity, la principal organizadora de bodas de Eastwick, es decir la reina tanto de los cotilleos, siempre venía repleta de noticias. Mientras aireaban los escándalos más recientes, Emma echó una mirada a Caroline, extrañamente callada. Por supuesto que resultaba difícil decir palabra con las demás hablando todas al mismo tiempo. Se habían perdido su tradicional almuerzo el mes pasado, por lo que ahora prácticamente se atropellaban hablando para ponerse al día. Pero Caroline no había compartido las risas. Y ahora Emma había notado que hacía una señal al camarero para que le trajera la tercera copa de vino. El picor había estado a punto de conseguir que Emma también pidiera una copa, pero la visión de Caroline bebiéndose la copa de vino de un solo trago la distrajo. No parecía algo propio de ella.

Caroline no formaba parte del grupo originalmente, porque era un poco más joven y no había ido al mismo curso en la escuela. Emma la había conocido a través de Garrett, el hermano mayor de Caroline, y la había introducido en su círculo de amigas para levantarle un poco la autoestima.

Garrett Keating había sido su primer amor. La imagen de Garrett le trajo los recuerdos de aquella época en su vida en la que aún había creído en el amor, en la que se había sentido enloquecer por el simple hecho de estar en la misma habitación que él, e igualmente miserable cada segundo que pasaba alejada de él. Sabía que todo el mundo pasaba por esa etapa de absurdo idealismo y la superaba en algún momento. Pero, siempre se había arrepentido de haber cortado con él antes de hacer el amor. Había dejado escapar el momento perfecto con el hombre perfecto. Los besos de Garrett habían despertado su sexualidad y femineidad, su vulnerabilidad y entrega. Nunca había llegado a olvidarlo. Cosas de primeros amores. Tenía su rincón en su corazón, y siempre lo tendría. Al ver a Harry aparecer de nuevo junto a su mesa, dejó sus ensoñaciones.

El camarero le sirvió a Caroline su tercera copa de vino, que enseguida se bebió, como si fuera agua. Todo el mundo sabía que había tenido desavenencias con su marido, Griff, el año pasado, pero ahora estaban juntos de nuevo. Todo el mundo les había visto en actitud cariñosa en la feria de arte de la primavera, como si fueran amantes. Entonces, ¿a qué venía ahora lo del vino?

–¡Asesino! –dijo alguien.

–¿Cómo dices? –Emma levantó la cabeza de golpe.

–Estás en las nubes, Em –dijo Abby–. Y no te culpo, con una boda por delante. Estaba contando lo que pasó cuando fui a la policía por lo de mi madre.

–¿La policía? –Emma sabía lo de la muerte de la madre de Abby. Todos lo sabían. Lucinda Baldwin, conocida como Bunny, había creado el Eastwick Social Diary, que siempre sacaba todos los trapos sucios de los ricos de Eastwick. Matrimonios, engaños, divorcios, costumbres extravagantes, indiscreciones legales o de negocios. Si era digno de un escándalo, Bunny siempre se enteraba y le encantaba contarlo. Su muerte había sorprendido a todo el mundo–. Sé lo joven que era tu madre, Abby, pero pensaba que habían dicho que tenía una afección coronaria que no habían detectado, y que era de eso de lo que había muerto…

–Eso es lo que yo pensaba también –afirmó Abby–. Justo después de que muriera, no tuve las fuerzas para revisar y guardar todas sus cosas. Me llevó un tiempo… pero cuando finalmente reuní las fuerzas para abrir la caja fuerte de mi madre, esperaba encontrarme sus diarios y sus joyas. Las joyas estaban allí, pero sus diarios no. Habían sido robados. No había otra posibilidad, porque era el único lugar donde los guardaba. Entonces empecé a preocuparme. Y descubrí que alguien había intentado chantajear a Jack Cartright, por la información que había en esos diarios, por lo que mis sospechas fueron en aumento.

–Abby está cada vez más preocupada por la idea de que su madre fuera asesinada –aclaró Felicity.

–Dios mío –un escándalo era una cosa, pero Eastwick apenas si necesitaba la presencia de la policía. No había habido ningún crimen en años, y mucho menos tan grave como un asesinato.

–Por las noches no puedo dormir –admitió Abby–. No puedo dejar de pensar en ello. A mi madre le encantaban los secretos y los escándalos. Y le encantaba escribir el Eastwick Social Diary. Pero jamás había tenido ni un gramo de maldad en su cuerpo. Tenía cantidad de cosas escritas en sus diarios que nunca había publicado porque no quería hacer daño a nadie.

–¿Ésa es la razón por la que crees que fue asesinada? ¿Porque alguien robó esos diarios? ¿Bien para usar la información, o porque tenían un secreto que esconder? –preguntó Emma.

–Exacto. Pero no lo puedo demostrar aún –dijo Abby agitada–. Es decir, los diarios han desaparecido, pero no puedo demostrar que el robo esté relacionado con su muerte. La policía sigue diciéndome que no tengo suficiente evidencia para abrir una nueva investigación. Para ser sincera, han sido muy amables, todos están de acuerdo en que la situación parece sospechosa. Pero no hay nadie a quien puedan arrestar, no hay sospechosos. Ni siquiera puedo demostrar que los diarios fueran robados.

–Pero está segura de que lo fueron –la puso al corriente Felicity.

–Tuvieron que ser robados –asintió Abby–. La caja de seguridad es el único lugar en que mi madre los guardaba. Por desgracia, no hay ninguna evidencia que demuestre que mi madre no guardara los diarios en otra parte, y no hay ni un sospechoso, y la policía no puede actuar meramente porque alguien sepa que algo es verdad.

El grupo entero se arrimó para discutir la inquietante situación, y para apoyar a Abby, pero en cuanto la sala Esmeralda se llenó de niños y familias, resultó imposible mantener una conversación seria. Las mujeres se animaron, charlaron sobre las novedades de cada familia y, finalmente, se dispersaron.

En el aparcamiento, Emma se subió a su SUV, pensando en el preocupante comportamiento de Caroline durante el almuerzo y las sospechas sobre la muerte de Bunny. Pero cuando tomó la calle principal, se le levantó el ánimo instintivamente.

Su galería de arte, Color, estaba a sólo un par de bloques de la calle principal. A Emma no le importaba dirigir el comité de recolección de fondos para el Club de Campo de Eastwick, ni las demás responsabilidades sociales que sus padres le impulsaban a hacer. Si no fuera por sus padres, y un cuantioso fideicomiso que recibiría al cumplir los treinta, no podría hacer las cosas que realmente le gustaban: la galería y su trabajo voluntario con niños.

Aparcó en el estrecho camino de entrada a la galería. El edificio estaba en la esquina de Maple y Oak, y en el mes de junio, una profusa hilera de peonías florecía junto a la valla de estacas blancas. Su edificio había sido una casa privada. Tenía más de doscientos años, era de ladrillo y tenía altos ventanales y docenas de pequeñas habitaciones, que eran su principal ventaja. Aunque siempre parecía haber algo que arreglar, desde las tuberías al sistema eléctrico, tenía una docena de habitaciones para exponer trabajos artísticos completamente diferentes. Los clientes podían vagar por ellas y estudiar con detalle lo que les gustaba en relativa intimidad.

La galería tan sólo cubría costes. Emma sabía que podía haberla gestionado de forma más eficiente, pero siempre había sabido que tenía el fideicomiso. Y no era el dinero lo que le importaba, sino la libertad de hacer el arte accesible a la comunidad, de formar parte de algo bonito en las vidas de la gente. Nunca le había dicho a nadie lo importante que era ese objetivo para ella, que muchos considerarían absurdamente idealista. Su familia suspiraría, como si Emma nunca hubiera llegado a comprender la práctica realidad, al menos la realidad como ellos la entendían. Y a lo mejor tenían razón, pero cuando Emma abrió la ornamentada puerta barnizada en rojo de Color, sintió una oleada de simple felicidad.

–¡Hey, señorita Dearborn! Esperaba que volviera a media tarde. Ha recibido la caja de Nueva York que esperaba. Llegó por FedEx antes de mediodía –Josh, que llevaba trabajando a tiempo parcial para ella desde hacía años, la bendijo con una tímida sonrisa. Tenía alrededor de sesenta años, era delgado como un pincel y pálido como el papel. Decían que había sido un artista. Algunos decían que era gay. Otros que había tenido una larga relación con la bebida. Todo lo que Emma sabía era que había entrado en la galería nada más abrirla y había empezado a ayudarla. Y le había enseñado muchas cosas.

–Estoy impaciente por ponerme con ello. ¿Puedes estar pendiente de los clientes? –tenía que organizar y colgar el envío de láminas de Alson Skinner Clark. Hacía dos semanas, había encontrado una antigua pintura al óleo de Walter Farndon que aún estaba guardada en la habitación trasera, su estudio-taller, y necesitaba algo de restauración y limpieza, algo que le encantaba hacer. Y había una habitación en la segunda planta que estaba vacía, a la espera de que expusiera una colección de artistas locales, otro proyecto que no podía esperar a acometer.

–Por supuesto.

Emma le echó un vistazo a su oficina, guardó su bolso, y se giró para examinar su estudio-taller cuando sonó el teléfono. Al otro lado oyó la familiar voz de su prometido.

–Hola, cariño. Me preguntaba si tendrías tiempo para cenar esta noche. Yo estoy liado casi toda la tarde, pero creo que puedo llegar al centro a eso de las siete.

Instintivamente, se llevó la mano a la espalda para rascarse aquel extraño e irritante picor que la había estado molestando durante horas, y que de repente se intensificó.

–Claro –dijo–. ¿Qué tal tu día?

–No podía ir mejor. Compré una maravilla de semental…

De pie junto a la ventana, con el teléfono pegado a la oreja, ignoró el picor. El zafiro que llevaba en la mano izquierda era de Sri Lanka. Reed la había llevado a un joyero que le había mostrado una colección de zafiros, y sólo protestó cuando intentó elegir una piedra más pequeña. El anillo era una gema para quitar el hipo. Era símbolo de algo que creía que nunca iba a lograr.

Siempre había estado segura de que el matrimonio no era para ella. Le gustaban los hombres, y adoraba a los niños, pero había tantas parejas en Eastwick, incluidos sus padres, que parecían más fusiones financieras que cosa del amor… Respetaba las elecciones de los demás, pero ella nunca había deseado ese tipo de vida. Pero cuando Reed le pidió la mano… en fin, puede que nunca hubiera conseguido que se le acelerara el corazón, o que le diera vueltas la cabeza, pero era tan buen chico. Era imposible no quererlo. Así que, llegado el momento, dijo que sí enseguida, reconociendo que, probablemente era el único hombre con el que podía imaginarse casada. Era sólo que… no parecía poder sofocar la extraña sensación de pánico que llevaba agobiándola varias horas ya.

–¡No puedo esperar a la hora de la cena! –le aseguró alegremente. Pero al colgar el teléfono, un sentimiento de culpabilidad se apoderó de su corazón. ¿Qué clase de tonta era para preferir pasarse la tarde desempaquetando viejas cajas en su galería a compartir una romántica cena con el hombre al que amaba?

 

 

A las cuatro y media de la tarde, el trabajo siempre se convertía en un frenesí. Garret Keating tenía un chófer desde hacía unos cuatro años, no porque no disfrutara conduciendo, incluso en la locura de tráfico de Manhattan, sino porque las crisis siempre parecían surgir de forma automática al final de la tarde. Aquella tarde, como siempre, había salido del banco hacía menos de diez minutos, y su teléfono móvil no había parado de sonar. Sentado en la parte trasera del coche, tenía la cartera abierta y papeles esparcidos por todas partes.

–Keating –ladró al responder a la última interrupción.

Una desconocida voz femenina contestó.

–¿El señor Garrett Keating? ¿El hermano de Caroline Keating-Spence?

–Sí. ¿Qué pasa? –el pulso se le aceleró de inmediato de preocupación.

–Su hermana nos ha pedido que lo llamemos. Soy la señora Henry, la enfermera jefe de día en la UCI en Eastwick…

–Oh, Dios mío. ¿Está bien?

–Creemos que lo estará con un poco de tiempo. Pero las circunstancias son un poco delicadas. Sus padres han estado aquí, pero parecen alterar a su hermana, más que ayudarla. La señora Keating-Spence estaba en un estado mental bastante frágil cuando preguntó por usted…

–Estaré allí en cuanto arregle un par de cosas… es decir, de inmediato, pero ¿qué es lo que le ocurre exactamente?

–Normalmente no lo diría por el teléfono, si no fuera porque su hermana me ha pedido que le transmita al menos parte de la situación. Su esposo está fuera del país. Sus padres probablemente estén demasiado disgustados para hacer la situación más fácil. Así que…

–Dígamelo.

–Se tomó una gran cantidad de alcohol y medicinas –un breve silencio–. Sus padres, es decir los suyos, aseguran que su hermana tuvo que hacerlo accidentalmente. Pero nadie entre el personal médico tiene ninguna duda de que su hermana sabía perfectamente lo que estaba haciendo –otra breve pausa–. Pienso que es mejor hablar con franqueza. Cuando llegó, ninguno podíamos asegurar si conseguiríamos recuperarla. Ahora ya ha salido de la crisis, pero…

–Estoy en camino –dijo Garrett rápidamente, y colgó.

Ed, el chófer, lo miró a los ojos a través del espejo retrovisor.

–¿Hay algún problema?

–Sí. Tengo que salir de la ciudad de inmediato. Apreciaría que te encargaras de una serie de cosas del apartamento que te voy dejar…

Garrett no paró de correr en las siguientes horas, lleno de sentimientos de pavor y culpabilidad. De camino a Eastwick, no pudo dejar de pensar en Caro. Adoraba a su hermana. Siempre habían estado unidos como una piña frente a sus padres, que jamás habían tenido ni el tiempo ni el interés en criar hijos. Cuando Caroline se casó, lógicamente se retiró un poco. Pero hacía un año, cuando se enteró de que estaba teniendo problemas con Griff, volvió a aparecer, listo para pegarle un tiro al desgraciado que se atreviera a hacer daño a su hermana.

Caroline lo había llamado hacía ya cuatro días, y no había encontrado tiempo para devolverle la llamada. Había vuelto a llamarlo el día anterior por la mañana, y tenía pensado llamarla esta noche, o a lo mejor se le habría olvidado, como le ocurría con todo últimamente porque el trabajo le absorbía. Pero si era capaz de gestionar millones de dólares al día y de hacer malabarismos con su inmensa carga de trabajo… ¿cómo no había sido capaz de conseguir dedicar unos minutos a su hermana? Su hermana, que siempre había contado con él, que sabía que podía contar con él, le había necesitado, y le había fallado.

Cuando llegó a Eastwick, ya se había hecho de noche, tenía el estómago revuelto, y el corazón roto de dolor. Había tanta gente que pensaba que era de sangre fría, y puede que lo fuera, razón por la cual era tan bueno en los negocios. Pero no lo era cuando se trataba de su hermana. La quería con locura. Esta vez, le había fallado, y no podía perdonárselo.

Una vez en el hospital, corrió hacia la entrada, aún vestido con el mismo traje que había llevado todo el día y sin haber comido en Dios sabe cuánto tiempo. Pero no le importaba. Corrió al ascensor y le dio al botón del tercer piso. No había estado en casa en mucho tiempo, y menos aún en el Hospital General de Eastwick, pero la estructura no había cambiado significativamente desde que era niño. Se conocería de memoria el camino incluso si su familia no hubiera donado un ala o dos del hospital a lo largo de los años. Cuidados intensivos estaba en una zona aislada en la parte trasera de la tercera planta, con el fin de tener un helipuerto en el tejado.

El ala de cuidados intensivos estaba en silencio. Se oían más las máquinas y monitores que a los pacientes. Las luces eran atenuadas después de las nueve. No vio a ninguna enfermera o médico, así que recorrió cada uno de los cubículos con puertas de cristal en busca de su hermana. La unidad sólo tenía diez camas, más de las necesarias normalmente, incluso en situaciones de emergencia. Seis de las camas estaban ocupadas, ninguna de ellas por su hermana. Finalmente, encontró a un médico que salía de la última puerta.

–Soy Garrett Keating. Me han dicho que mi hermana, Caroline Keating-Spence…

–Sí, señor Keating. Ha estado aquí hasta esta tarde. Acabamos de transferirla hace un par de horas a una habitación privada.

–Entonces está mejor –era todo lo que quería escuchar.

–Tendrá que hablar con su médico, pero la enfermera le indicará su habitación…

Esta vez, en lugar de esperar al ascensor, se fue corriendo por las escaleras. Habitación 201. Eso es lo que le habían dicho. Una habitación privada monitorizada veinticuatro horas al día. Garrett sospechaba que era porque su hermana no estaba fuera de peligro aún, o que temían que volviera a intentar suicidarse.

La enfermera no había usado la palabra suicidio específicamente, pero Garrett sabía lo que había omitido, porque conocía a su hermana. Sabía lo que su niñez la había afectado. Lo profundamente que sentía las cosas. Lo celosamente que escondía esos sentimientos. Caroline nunca había podido cerrar la puerta completamente a la depresión.

Se detuvo justo frente a la habitación 201. Se había pasado corriendo las últimas horas, y no quería que su hermana lo viera así. Se quedó parado unos minutos para calmarse, para concentrarse en dar una imagen de tranquilidad y fortaleza. Tras unos momentos, dio un paso hacia la puerta cuando, de repente, una mujer salió de la habitación topándose con él. La muchacha levantó la cabeza. Una melena de pelo oscuro y sedoso caía sobre sus hombros, enmarcando su rostro de elegante estructura ósea, enormes ojos azul violáceo y pálidos labios. Su llamativa apariencia habría llamado su atención incluso si no la conociera… pero la conocía.

En ese momento no pudo recordar el nombre, probablemente porque había perdido la cabeza tras las últimas horas de estrés. Pero con estrés o sin él, recordó sus ojos de inmediato. Recordó haberla besado. Recordó haber bailado con ella sobre la hierba a medianoche, recordó la risa…. Le había hecho reír, y le había enamorado. Por supuesto, de eso hacía siglos.

–Garrett –dijo con voz suave–. Me alegra que estés aquí.

–Emma –en seguida le acudió el nombre a la mente–. ¿Has estado con mi hermana?

–Sí. No son horas de visita, pero… tus padres han estado aquí hasta hace una media hora. Yo estaba en el pasillo, pero la oí hablar y parecía alterada, así que cuando los vi marcharse, entré. No sabía qué otra cosa hacer, salvo permanecer a su lado por si me necesitaba. Ahora se ha dormido –vaciló un poco, y con una incipiente sonrisa dijo–: Me alegro de verte.

–No en estas circunstancias.

–No. Recuerdo haberte oído decir que jamás volverías a Eastwick si estaba en tus manos.

Él recordaba perfectamente haberlo dicho. Por eso había roto con ella hacía años, porque prefería renunciar a cualquier cosa antes que quedarse en aquella maldita ciudad. Eso era lo que había sentido a los veintiún años, una edad en la que pensaba que nunca necesitaría a nadie. Una edad en la que era tan fácil tener pretensiones de superioridad. Al mirar a Emma, pensó que solía tener un aspecto encantador, pero ahora era más que encantador todavía. No llevaba nada llamativo puesto. Sólo ropa cómoda para una visita al hospital, pero la elección de ropa, unos pantalones azules y un suéter de algodón oscuro, resaltaba su altura y delgadez, y veía un orgullo y un aplomo en su postura y en sus ojos que no había tenido de adolescente.

–Querrás entrar a verla. Yo ya me iba…

–Emma, si no te importa… Sí que me gustaría verla ahora mismo. Pero si se ha quedado dormida, ¿podrías esperar un par de minutos? Me gustaría saber tu opinión sobre la situación y…

–Su médico puede darte el informe. Yo no sé…

–Se lo pediré, pero me gustaría escuchar la opinión de una amiga… bueno, si tienes tiempo. Sé que ya es tarde.

–Claro que tengo tiempo –dijo de nuevo con una sonrisa.

Una sonrisa, un regalo. Eso es lo que solía pensar de sus sonrisas y risas. Le había entregado tanto sin pedir nada a cambio. Cada minuto con ella había sido como descubrir algo que nunca había sabido que le faltaba. Sólo verle la cara le volvía a traer esas sensaciones.

Y entonces, entró a ver a su hermana.

Capítulo Dos

 

 

 

 

Paseando de un lado a otro del pasillo donde se encontraba la habitación 201, Emma no paraba de mirar el reloj cada pocos minutos, sin dejar de pensar que no debía quedarse. No era familiar ni de Garrett ni de Caroline, así que no tenía nada que hacer allí. Era simplemente una amiga, y no podía evitar sentirse algo incómoda por su historia con Garrett.

Pero entonces él salió de la habitación de Caroline, y Emma se quedó sin respiración con sólo mirarlo. No era el chico descarado y sexy que recordaba, el chico cuyos besos hacían que le temblaran las rodillas y se le aceleraba el pulso, pero desde luego alteraba sus hormonas con sólo mirarla. De joven tenía un aire a Keanu Reeves. Ahora todavía era alto y delgado, y seguía teniendo el pelo oscuro y una mirada magnética. Vestido con un traje de diseño italiano y una camisa de lino, irradiaba sofisticación, a pesar de lo arrugado y exhausto que parecía estar.

Los recuerdos del pasado le agarrotaron el corazón. En sus tiempos de adolescencia, él había estado como loco por salir de Eastwick, principalmente para escapar de unos padres controladores, un problema con el que ella se podía identificar perfectamente. A ella le hubiera gustado importarle más, pesar más en su decisión, pero no fue así. Garrett jamás había querido una vida fácil. Deseaba cavarse su propio nicho, encontrar su propio lugar, correr riesgos, dejar su nombre grabado. Emma había oído que había perseguido sus metas con resolución y ambición, y que jamás había vuelto la vista atrás. Sin embargo, ahora no parecía un pez gordo del mundo de las finanzas. Emma podía ver las líneas de preocupación y de ansiedad marcadas en su rostro.

–Gracias por esperar –dijo.

–¿Entonces Caroline aún duerme?

–Sí. No quería dejarla sola… pero no tiene sentido quedarse sentado ahí cuando está tan profundamente dormida. Y creo que necesita descansar.

Emma asintió.

–Supongo que saldrías corriendo de Nueva York esta tarde. ¿Has podido cenar algo?

Él sacudió la cabeza.

–Pero no quiero alejarme. Si no te importa, sólo quiero hablar contigo un par de minutos.

–Claro. La cafetería del hospital es una pena, pero supongo que podremos conseguir un sándwich o algo medianamente comestible –sabía que él no deseaba alejarse demasiado, pero no era difícil convencerle para tomarse un bocado rápido.

Las opciones de la cafetería eran tan horribles como había prometido Emma. Lo mejor que pudo conseguir fue un sándwich de pavo seco, patatas fritas pasadas, y una taza de café negro como el carbón. Emma le convenció para llevárselo fuera, alejado de los olores y las imágenes del estéril hospital. Justo al otro lado de las puertas había un pequeño jardín con bancos.

–Sienta bien –admitió tomando asiento en uno de los bancos a la luz de un farol. Los dos respiraron aire fresco. Emma casi pudo sentir que se relajaba, o al menos lo intentaba–. Sigo pensando que ha sido culpa mía –confesó–. Caroline me llamó dos veces esta semana. He estado más ocupado que nunca, recibí los mensajes, y pensé en llamarla cuando tuviera tiempo. Nunca dijo que fuera importante o crítico, pero cuando llamaron del hospital, sentí el corazón en la garganta –inspiró y se volvió a mirarla–. ¿Puedes decirme lo que sabes?

–La veo bastante, ya sea en la ciudad o en diferentes actos. No estamos tan unidas como hermanas, pero para mí es una amiga de las que duran toda la vida, Garrett. Esperaba que supiera que podía acudir a mí. Pero el único problema reciente que conocía era el de Griff, y eso fue hace siglos –Emma hubiera deseado poder decir algo más.

–Ésa era mi impresión también –dijo él dándole un mordisco al sándwich–. Que el matrimonio se había arreglado. Caroline me dijo varias veces que estaban más felices que nunca.

–Eso es lo que le parecía a todo el mundo. Se han comportado como recién casados en público. Supongo que te habrá dicho alguien que ahora mismo no está Griff, creo que está de viaje por China durante tres o cuatro semanas. Pero Caroline jamás dijo nada sobre ningún problema con él desde que se reconciliaron.

–Griff siempre ha viajado. Al principio pensé que ése era uno de los problemas entre ellos, el tiempo que se pasa alejado de ella en el extranjero –le dio otro bocado al sándwich–. Pero creo que nunca se ha ido por tanto tiempo como ahora. Y resulta bastante extraño que no estuviera localizable por teléfono.

–Estoy segura de que vendrá tan pronto como pueda.

–Ahora mismo, la única cuestión que me importa es por qué haría mi hermana una cosa así. ¿Qué ha podido ocurrir para que pensara en quitarse su propia vida? –Garrett hizo una bola con el plato y la servilleta de papel–. Si alguien le hizo daño, lo averiguaré, créeme.

Emma pensó que la estilizada figura de Garrett, su elegante traje y apariencia refinada engañaban. Si se encontrara en un callejón con un tipo musculoso y Garrett, sin duda apostaría por Garrett. Siempre había tenido un carácter de acero y era demasiado terco para ceder, incluso cuando debería.

–No se ha confiado a nadie –dijo Emma–. Todas nos hemos preguntado unas a otras. Todo el mundo ha querido ayudar y se siente fatal. Pero a lo mejor empieza a hablar ahora que estás aquí –vaciló un instante, y a continuación dijo–: No quiero decir nada malo de tus padres, pero ha resultado patente que no quería verlos ni decirles nada.

–No me sorprende.

No dijo nada más al respecto, pero tampoco necesitaba hacerlo. Emma conocía a sus padres. Se parecían a los suyos. Ambas familias tenían dinero. Y ambas habían manipulado a sus hijos para que jugaran el juego de la dinastía según sus reglas. Garrett jamás se había dejado absorber. Al menos no como Emma. Sin embargo, a modo de rebeldía, Emma se había mantenido soltera a pesar de los esfuerzos de sus padres por casarla. Deseaban a toda costa que se casara con alguien de buena familia y que tuviera descendencia para continuar con el legado de los Dearborn.

A veces, a Emma le parecía como si Eastwick tuviera algo en común con la vida en un castillo medieval. La gente adinerada con la que había crecido pensaba que las mujeres embellecían las relaciones denominándolas amor, cuando en realidad se trataba de supervivencia, y eso para una mujer significaba atrapar al mejor proveedor. Y el arma más poderosa para conseguir y mantener a un hombre era el sexo. Satisfacer sexualmente al hombre era parte del trabajo de una mujer. Los amigos de Emma pensaban que era una ingenua por pensar lo contrario, pero Emma no discutía con ellos. Simplemente no quería vivir de esa manera. Puede que no existieran los cuentos de hadas, pero prefería vivir sola que terminar en una relación sexual en la que su actuación fuera evaluada.

–¿Qué piensas? –preguntó Garrett–. Por la expresión de tu cara diría que algo ronda en tu mente.

Ella sacudió la cabeza con una sonrisa irónica. El estar con Garrett le había traído recuerdos de aquellas locas e incontrolables emociones que había sentido junto a él, y que no tenían nada que ver con evaluaciones o el sexo como moneda de cambio. Pero esos recuerdos no venían al caso, sobre todo en aquellos momentos, en los que Garrett tenía tantas cosas serias en la mente.

–¿Dónde te hospedas? –le preguntó.

–Me quedo con mis padres –suspiró–. Para ser sincero, no me apetece mucho, pero para empezar, necesito más información de lo que le ocurre a mi hermana. Puede que no estén muy unidos a Caroline emocionalmente, pero espero que tengan alguna pista.

–Pero te resulta incómodo.

–Como poco –por un momento pareció olvidarse de todas las preocupaciones familiares, y se quedó mirando el rostro de Emma a la luz de la luna, su tranquila sonrisa. Y de repente, pareció como si los dos estuvieran solos en su universo privado–. Me alegro de haber tropezado contigo.

–Lo mismo digo. Me alegro de volver a verte… no en estas circunstancias, pero…

–He pensado en ti. Tantas veces –dijo con franqueza, como siempre, y sin bajar la mirada–. Sé que te hice daño, Emma.

–Sí, así es. Pero ha llovido mucho desde entonces. Éramos muy jóvenes los dos.

–Me importabas. En realidad, te quería –pareció recorrer su rostro, su cabello, sus labios… todo su ser con su mirada–. No pienses que no te quería. Nunca quise dejarte, ni hacerte daño. Simplemente me sentía frustrado y a disgusto con la vida que me sentía obligado a vivir aquí, siempre en guerra con mi padre. No podía quedarme aquí.

–Lo entendí entonces, y lo entiendo ahora, Garrett. El daño se reparó hace mucho tiempo, de verdad –sonrió–. Para ser sincera, yo también he pensado en ti. Una vez desaparecido el dolor… sólo me quedaron buenos recuerdos. No hay nada como ese primer sentimiento de estar enamorado, ¿verdad?

–Lo que yo recuerdo es una excitación sexual tan intensa, que estoy seguro de que casi muero de dolor. Todos los viernes nos llevábamos una manta a Silver Point… ¿lo recuerdas? Solía llegar a casa y pasarme el resto de la noche bajo una ducha fría.

Ella se rió.

–Ya, claro –dijo ella.

–¿No me crees? –preguntó sonriendo.

–Creo que sigues teniendo un diablillo dentro –ya no era la quinceañera que se sonrojaba cuando un chico intentaba ligar con ella, pero la mirada en los ojos de Garrett hacía que le hirviera la sangre y se le acelerara el pulso.

Con rapidez y habilidad, desvió la conversación para apartarse de temas personales, y funcionó. Según pasaron los minutos, se fue sintiendo más aliviada al ver que volvían a hablar de forma natural, y al ver que aquellos momentos comiendo al aire fresco, habían hecho desaparecer la tensión de la expresión de Garrett. Aunque, lógicamente, deseaba volver junto a su hermana cuanto antes, necesitaba dejar de lado esa ansiedad por un rato, así que Emma le contó los escándalos del momento, la muerte de Bunny Baldwin, los famosos diarios desaparecidos, la preocupación de la gente por los secretos que pudiera estar ocultando Bunny, el chantaje de Jack Cartright, su boda con Lily y la felicidad que había surgido entre tal embrollo… No estuvo hablando mucho tiempo, tan sólo el suficiente para ponerle al día sobre los personajes más conocidos de la ciudad. En cuanto vio que él se empezaba a inquietar, se puso en pie, y lo mismo hizo él de inmediato.

–Lo sé –dijo leyendo sus pensamientos–. Tienes que volver con Caroline. Y yo tengo que volver a casa y dormir un poco.

–Sí, tengo que subir… pero aún no he tenido la oportunidad de preguntarte sobre ti –y sin perder ni un segundo, preguntó–: No estás libre, ¿no es cierto? ¿Tienes un buen matrimonio?

–Estoy prometida –en cuanto las palabras salieron de sus labios, la embargó cierto sentimiento de culpabilidad, pues no había ni pensado en Reed en unas cuantas horas. Aunque no había hecho nada malo. No había tocado ni besado a Garrett, ni había hecho nada sugestivo.

En el momento en que pronunció la palabra prometida, la expresión de Garrett cambió de inmediato. No dejó de sonreír, pero… fue como si las luces se hubieran apagado. Había cerrado la puerta de golpe a posibilidades que, hasta ese momento, Emma no se había dado cuenta de que estuviera abierta.

De camino de vuelta a la galería de arte, sola en la oscuridad, admitió haberse engañado a sí misma. Puede que no hubiera tocado a Garrett, pero lo había pensado. Y puede que no se hubiera tomado sus comentarios personales muy en serio, pero su pulso se había acelerado como el de una adolescente. Y puede que no hubiera hecho nada malo, pero su deslealtad hacia Reed no dejaba de ser real.

La mayor parte del tiempo vivía en casa de sus padres, donde tenía un apartamento privado en el segundo piso. Pero con frecuencia, se quedaba a trabajar hasta tarde en la galería, y se quedaba a dormir. Hacía algunos años, había convertido la pequeña antesala del primer piso en un pequeño hogar lejos de casa, donde guardaba algunos libros, cosméticos y alguna ropa. La habitación se había ido llenando poco a poco de los más extraños tesoros. Un escritorio chino de hacía dos siglos, velas con lazos de amatista, una alfombra de pelo blanca junto a la cama, un estrecho espejo Luis XIV… eran cosas que le encantaban, pero que combinadas no respondían a ningún estilo de decoración estándar.

Aquella noche ya se había hecho demasiado tarde para conducir a casa, así que al entrar, se dejó caer sobre la cama, se quitó los zapatos, y llamó a sus padres para decirles que se quedaba. Luego se preparó para irse a la cama, y apagó las luces. Estaba exhausta, a pesar de lo cual, se pasó horas tumbada mirando las cortinas blancas de la ventana. Garrett se resistía a desaparecer de su mente. No tenía sentido, se decía a sí misma. Era el hombre equivocado. Reed era el hombre correcto, el hombre con el que se supone que se iba a casar, así que ¿por qué no podía dejar de pensar en Garrett?

 

 

Garrett no había tenido intención de dormir, pero debió quedarse dormido, porque cuando abrió los ojos, su cuello y sus rodillas estaban agarrotados de haber permanecido en la misma posición erguida sobre la silla, el reloj de pared indicaba que había pasado más de una hora, y los ojos de su hermana estaban abiertos.

Se levantó de la silla de un salto, olvidando el cansancio, para tomar la mano de Caroline. Él odiaba los hospitales. Nunca sabía qué decir o hacer. Pero una sola mirada a la pálida cara y los tristes ojos de su hermana lo asustaron hasta el punto de querer matar a alguien.

–Garrett –su frágil voz consiguió transmitir amor y alivio al verlo.

–Siento no haberte devuelto la llamada. Lo siento tanto. No sé por qué has hecho esto, y no me importa. Te ayudaré a arreglarlo sea lo que sea.

Ella intentó sacudir la cabeza, pero el esfuerzo parecía agotarla.

–No puedes. Pero… me alegro de que hayas venido –se mojó los labios secos–. Te quiero.

–Yo también te quiero. Quiero que descanses. No tenemos por qué hablar de nada mientras no estés preparada. Sólo quiero que sepas que estoy aquí. Y no dejaré que nadie te presione por ninguna razón, juro…

–Garrett… –sus dedos se apretaron débilmente alrededor de su muñeca–. Sé que quieres ayudarme, pero no puedes arreglarlo. Nadie puede. Hice algo… terrible –se quedó dormida antes de que pudiera decir nada más, y antes de que él pudiera preguntar nada más. Garrett no estaba acostumbrado a que nada lo perturbara, pero la derrota y el temor en la voz de su hermana lo consiguieron. Se quedó allí sentado, preocupado, hasta que una enfermera llegó y lo echó.

Si pensara que iba a ganar algo quedándose con Caroline, se habría enfrentado a la enfermera. Pero era evidente que Caroline necesitaba descansar más que nada, Y si quería llegar al fondo del asunto, él también iba a necesitar descansar.

La propiedad de los Keating estaba a apenas ocho kilómetros del centro de la ciudad. Era una casa de ladrillo de dos pisos situada en la ladera de una colina, con un cuidado jardín en pendiente. Resplandecía como un castillo gótico a la luz de la luna.

Utilizó sus viejas llaves de la casa para entrar por la puerta de la cocina, e inmediatamente se quitó los zapatos para no despertar a sus padres o al personal de la casa. Le recordaba a su época de adolescente, cuando acostumbraba a entrar de puntillas cuando llegaba entrada la noche a casa. Al entrar en el salón, le dio un puntapié a la pata de la silla. Déjà vu también.

La luz de la luna se filtraba por las ventanas, y una vez sus ojos se adaptaron a la oscuridad, vio que su madre había redecorado de nuevo. Algo de la época francesa. Con un montón de dorados y borlas, y patas de muebles. Muy elegante, si a uno le gustaban ese tipo de cosas. Pero a Garrett no le gustaban.

–¡Garrett! –su padre encendió la luz desde el interruptor que había junto a las puertas de panel que daban a las escaleras.

–Papá –le ofreció un abrazo, sabiendo que a su padre ni se le pasaría por la cabeza hacerlo–. Lo siento. No pretendía despertarte.

–No lo has hecho –Merritt estaba en pijama, pero con el pelo peinado y los ojos cansados pero despiertos–. Tu madre y yo estamos despiertos. Esperándote. Con la esperanza de que hayas conseguido sacarle alguna información a Caroline que nosotros no hayamos conseguido.

En el piso de arriba, sus padres tenían un pequeño saloncito junto a su dormitorio. Sirvieron whisky. Su madre le pellizcó la mejilla y se acurrucó en el sillón junto a la ventana.

–Espero que hayas podido hablar con ella –dijo Barbara enseguida.

Garrett se dejó caer sobre un enorme reposapiés. No tenía intención de repetirles las palabras de su hermana.

–He estado con ella unas horas, pero ha estado profundamente dormida.

–¡No entiendo cómo ha podido hacernos esto!

Garrett no esperaba que ninguno de sus padres le preguntara qué tal estaba él, cómo le iba la vida. La conversación giró inmediatamente en torno a ellos.

–Caroline no os ha hecho nada a vosotros. Se lo ha hecho a sí misma.

Su madre se frotó las sienes, como si estuviera a punto de desbordarse.

–De eso se trata precisamente. La gente hablará. Sobre todo después del escándalo de la muerte de Bunny y esos diarios… Ahora habrá más leña para avivar los cotilleos. La gente podría pensar que hicimos algo, cuando sabes que le hemos dado a esa niña todas las ventajas que podría tener una hija. De verdad, Caroline ha sido egoísta desde el día en que nació…

–Mamá, debe estar muy desesperada por algo, de lo contrario nunca habría hecho algo así.

–Oh, vamos –Barbara se levantó, ondeando su copa–. Siempre ha sido una mimada, y lo que quiere es atención. No piensa ni en mí ni en tu padre, ni en nuestra reputación. Ella tiene todo lo que siempre ha querido en la vida, pero ¿acaso piensa alguna vez en nosotros?

Llevaba diez minutos en casa de sus padres, y ya tenía ganas de pegarse contra una pared. En sólo diez minutos recordó por qué se había marchado de Eastwick sin volver a mirar atrás. Pero más tarde, una vez en la cama, recordó lo difícil que había sido dejar a su hermana allí. Y lo doloroso que había sido dejar a Emma.

En esos momentos no le importaba que sus padres le volvieran loco, como siempre. No podía dejar a su hermana presa de los lobos. Se quedaría hasta que su marido volviera de China, y hasta que estuviera seguro de que Caroline iba a estar bien. Lo cual quería decir que tenía que encontrar la forma de dirigir su negocio desde Eastwick por un periodo de tiempo indeterminado.

Antes de quedarse dormido, el rostro de Emma volvió a su mente. Su espeso cabello brillante solía caerle por la espalda. Ahora lo llevaba a la altura del hombro, pero aún brillaba como la luna sobre seda negra. Sus suaves labios seguían siendo tan evocadores como siempre, al igual que aquellos inolvidables ojos de un azul tan intenso que casi se tornaba en violeta. Unos ojos en los que cualquier hombre podía perderse. Le extrañaba, sin embargo, que no le hubiera mirado como una mujer prometida. Y que a pesar de que su vestimenta mostraba una mujer exitosa y confiada, tampoco lo parecía por la expresión de sus ojos.

Desde el momento en que sus ojos se habían encontrado, acudieron a su mente los recuerdos de los dos rodando por la hierba, de los besos que le robaba tras los partidos de rugby, de cómo tras las clases, pretendiendo hablar de los deberes, se quedaba apoyado sobre ella, atrapada entre él y el casillero, sintiendo sus pechos contra el torso. Ella se sonrojaba, pero entonces lo miraba seductoramente bajo sus espesas pestañas negras. En aquellos tiempos Emma era tímida, pero incontenible y nada cándida. Le encantaba excitarlo, le encantaba el poder que tenía sobre él. Le había hecho arder como el fuego, derretirse ante su mirada desafiante, y frustrarse mucho más.

Pero si estaba prometida, ¿por qué le había mirado de aquella manera? Como si se muriera por sentir las mismas sensaciones de nuevo.

«Te lo estás imaginando», se dijo. Estaba agotado y era incapaz de pensar claramente. Necesitaba descansar y, después, concentrarse en su hermana, no en una mujer que ya estaba atada a otra persona.

Capítulo Tres

 

 

 

 

Unos días después, Emma estaba a la puerta de Color con un contratista. No había parado ni un momento organizando su tradicional muestra de arte de julio, cuando se encontró con un serio problema de mantenimiento.

–En realidad, señora, la casa no ha empezado a hundirse de ese lado de repente. El problema probablemente venga desde hace tiempo.

–Pues nadie lo había notado antes –Emma tenía ganas de tirarse de los pelos. Los problemas de mantenimiento no eran nuevos. Las casas de más de doscientos años tenían terribles imprevistos con regularidad. Si no era un problema de podredumbre, eran cables corroídos, o termitas–. ¡Es que no puedo permitirme empantanarlo todo ahora mismo! ¿Podemos retrasarlo hasta octubre?

–Bueno, yo no lo haría, señora.

–Si me llama señora otra vez, usted tampoco llegará a octubre –suspiró, y continuó–: Bien, veamos el plan.

–Sí, bueno, tenemos que reforzar los cimientos. Tirar los antiguos pilares del porche, y montarlos sobre los nuevos cimientos. Así podemos hacer esto despacio, y levantar el segundo piso, poco a poco. Porque no queremos destrozar esta bonita estructura, ¿verdad?

–¿Pero por qué ha decidido hundirse ahora?

–Probablemente porque la casa es más antigua que la Tierra.

–Es fácil para usted bromear. Me va a cobrar… ¿cuánto? ¿Alguna cifra de cinco números?

–Sí, por ahí –confirmó.

Y el problema era que su treinta cumpleaños era el treinta y uno de agosto. Estaba cerca, pero no lo suficientemente como para poder acceder al fondo fiduciario que su abuela había creado para ella. Mientras tanto, sabía que sus padres le prestarían el dinero, pero ese tipo de regalos siempre tenían un alto precio.

Para colmo, Josh eligió ese momento de confusión para asomar la cabeza por la puerta.

–La señora Dearborn está al teléfono, Emma.

–Si no le importa, dígale a mi madre que la llamaré más tarde, ¿de acuerdo? Gracias.

Apenas le había dado su aprobación al constructor para destrozar su presupuesto de primavera cuando se fijó en una mujer que se detuvo frente a la puerta de la verja de madera blanca. Le resultaba familiar. Hacía años, en el instituto, había una chica de carácter rebelde y pelo rizado hasta la cintura, que se vestía de manera poco convencional, e iba maquillada hasta los dientes. Para los estándares de Eastwick, era una mujer hecha y derecha, pero había algo…

–¿Mary? –dijo vacilante–. ¿Mary Duvall? ¿Eres tú?

–Me preguntaba si me reconocerías –dijo la mujer.

–¡Como si pudiera olvidarte! –Emma voló hacia la verja para abrir la puerta y envolver a su vieja amiga en un abrazo. Inmediatamente se olvidó de las frustraciones del día–. Pensaba que aún estabas en Europa viviendo a todo tren. ¡Es maravilloso volver a verte!

–Lo mismo digo, Emma. Por Dios, es para matarte… sigues tan guapa como siempre, salvo por… –su amiga se rió al notar la arcilla bajo las uñas de Emma–. ¿Qué es esto?

–Trabajo de voluntaria un par de horas con niños pequeños en un centro de ayuda a personas que han perdido a algún familiar. Pintamos con las manos, hacemos arcilla… Me encanta… –charló un poco más, mientras trataba de absorber los cambios de su vieja amiga. Había desaparecido justo después de la graduación para viajar por Europa. Era una artista, según había oído. Resultaba simplemente desconcertante verla vestida como una señora mayor de camino a un salón de té, cuando siempre había sido tan extravagante y poco convencional–. ¿Qué estás haciendo tú en la ciudad? ¿Has vuelto para quedarte?

–No sé cuánto tiempo me quedaré. He venido por mi abuelo. No está bien. Es muy mayor, ya sabes. Pero no puede estar solo, así que voy a vivir con él una temporada –Mary señaló el letrero de Color–. La última vez que estuve aquí, tu galería era sólo un sueño.

–Y sigue siendo mi sueño –reconoció Emma ahogando una risa, y entonces, chasqueó los dedos–. Dime, ¿te has traído alguno de tus trabajos? ¿Algo que te gustaría exponer? Tengo una sala para artistas locales, pero para ti siempre encontraría un lugar especial.

–Puede. Me he traído trabajo. Pensé que pasaría mucho tiempo sentada con mi abuelo, así que montaré mi caballete… Mientras tanto, ¿qué me cuentas de ti? ¿Estás casada? ¿Con niños?

–Estoy prometida con Reed Kelly.

–¡Estás de broma! ¿Reed, el criador de caballos de carreras?

–Sí, el mismo.

–Era mayor que nosotros así que, como iba adelantado en la escuela, no lo conocía mucho, pero siempre pensé que era un buen chico.

–Sí, lo es, es… –pero Emma sintió un raro picor en mitad de la espalda. Nada exagerado. Como si un mosquito la hubiera picado. Lo ignoró y continuó hablando unos minutos con Mary hasta que tuvo que irse, y Dios sabía que ella tenía montañas de trabajo esperándola. Los mensajes se habían acumulado en la oficina, tres de ellos de su madre. Un evento para recaudación de impuestos al que quería asistir su madre, la inauguración de una nueva boutique, una recepción para un senador de visita… nada que le interesara a Emma, aunque sospechaba que se vería involucrada en todos ellos. Josh estaba enmarcando una serie de lienzos en el taller, robándole su trabajo favorito, o eso dijo en broma.

Corrió hacia la puerta para recoger un paquete que le habían enviado por UPS, y vio a Garrett caminando por la acera de la oficina inmobiliaria de enfrente. Él se desvió hacia la galería, probablemente porque su coche estaba aparcado en Maple, aunque pareció mirar hacia ella de forma instintiva. Sonrió de inmediato al verla, y aceleró el paso. Emma tuvo la sensación de que la examinaba de arriba abajo. Normalmente no se preocupaba mucho por su apariencia, pero aquél era uno de sus días libres. No sólo había empezado la mañana trabajando con niños pequeños, sino que esperaba pasarse el resto del día entre cajas, marcos y escaleras. Llevaba el pelo recogido con una sencilla pinza de esmalte. Llevaba los labios pintados y unos pendientes de zafiro en forma de estrella de su abuela, pero eso era todo. Sus pantalones eran viejos, al igual que su camiseta morada, demasiado holgada para resultar favorecedora. Pero al parecer, él debía pensar que estaba guapa, porque una descarga sexual brilló en sus ojos.

Ella también sintió una descarga. Para la primera noche que lo vio, tenía excusas: su hermana estaba enferma, no le había visto en mucho tiempo, estaba cansada… y todo eso. Pero ahora sabía también que sentía un fuerte cosquilleo que no debía sentir. Aun así, cuando vio que se dirigía hacia ella, actuó de forma hospitalaria, y le recibió a la entrada del jardín.

–Es increíble el tipo de gente que atrae este barrio –bromeó Emma.

Él se rió.

–¿De modo que ésta es tu galería?

–Sí –vaciló un instante, resistiéndose por un lado a invitar problemas, y deseando por otro lado comprender la razón por la cual seguía sintiendo tal tormentosa atracción hacia él–. Tengo montañas de trabajo, y apuesto a que tú también, pero entra si tienes unos minutos. Te serviré una taza de café y te enseñaré el lugar. ¿Cómo está Caroline?

–No muy bien. Sigue sin hablar, pero está claro que le ha pasado algo. No se trata sólo de una depresión. Algo en particular ha tenido que desatarla, algo que la está matando de tristeza. ¿No has oído ningún cotilleo?

–Montones, pero nada sobre Caroline. Le cae bien a todo el mundo, Garrett. Y todos esperaban que ella y Griff volvieran a estar juntos después de aquella crisis –le llevó al interior de la galería–. ¿Ha logrado contactar alguien con su marido?

–Seguimos intentándolo. Hemos dejado mensajes en todos los puntos de contacto que tenemos. Es cuestión de que los reciba. Las comunicaciones no son como aquí en China.

Josh se asomó para saludar. Emma le trajo a Garrett una taza de café, y se lió con un cliente al teléfono. Para cuando pudo volver su atención a Garrett, él ya había estado paseando libremente por la galería.

–Dios mío, Emma, lo que has hecho con este lugar.

Sus palabras le alegraron el espíritu más que ninguna otra cosa, así que no pudo resistir mostrarle algunas de sus obras preferidas. A la entrada había un acuario que, en lugar de peces, tenía una sirena esculpida en mármol y con piedras preciosas y semipreciosas incrustadas.

–Encontré al artista y esta maravillosa pieza en una diminuta joyería en Nueva York.

–¿Uno de esos lugares de cosas increíbles? Fascinante. Resulta difícil apartar los ojos de ella.

Eso era exactamente lo que Emma había sentido siempre.

–Vamos, te llevaré arriba –no tuvo que insistir mucho.

Él llevaba pantalones informales color crema y un polo oscuro. De adolescente había sido un adicto al trabajo que generalmente lograba más de lo esperado, pero siempre había sido amable y educado. Aún era una persona con la que resultaba fácil hablar, pero su madurez le había otorgado cierta paz interior. Sus emociones ya no estaban tan a la vista como solían estar. Pero seguía mostrando la misma vitalidad y energía viril. Se preguntaba si habría encontrado a alguien que lo amara de verdad, pues parecía bastante solo.

Le mostró la sala de lacas y alfombras orientales. Tenía reservada la sala más oriental a arte femenino: esculturas, óleos, acuarelas, camafeos de mujeres de todas las formas. La sala occidental, al otro lado del pasillo, mostraba una colección de arte masculina: hombres durmiendo, estudiando, trabajando, luchando, disfrutando de aficiones varoniles… Unas puertas más allá estaba su sala de la luz, que mostraba arte con gemas,

–Vaya, Emma. Has montado la galería más original que jamás haya visto. El modo en que presentas las cosas es… divertido, pero también considerado e interesante.

–Deja de ser tan amable. Se me va a subir a la cabeza –pero sentaba tan bien compartir su pasión. Había dedicado mucho trabajo a cada sala, a cada pieza en exposición, a cada artista que decidía representar–. Oye, no me has dicho lo que hacías en la oficina inmobiliaria. ¿Ahora estás pensando en comprar algo en Eastwick?

–Sí, cuando el infierno se congele –dijo, e indicando el fajo de papeles que llevaba bajo el brazo añadió–. He recogido una lista de alquileres por semanas.

–Creía que pensabas quedarte en casa de tus padres.

–Yo también –dijo con cierto arrepentimiento–. Tenía que haber sabido que no funcionaría. Pero ahora que he pasado un tiempo con Caroline y he hablado con sus médicos, me temo que tendré que quedarme un tiempo. Al menos unas semanas.

–Oh, Garrett, ¿tan preocupado estás de que tu hermana no salga de ésta?

–No lo sé. Todo lo que sé es que no puedo dejarla. Y probablemente me lleve mejor con mis padres si no estamos tan cerca –entró en el cuarto de baño del piso de arriba para ver si había hecho algo allí. Efectivamente, el techo era un mural de arte de cómics, todo superhéroes. Salió riendo, y diciendo que tenía el cuello torcido, pero enseguida volvió al tema de conversación.

–En cualquier caso… he pensado que será mejor que busque algo para hospedarme. Pero por ahora, no estoy muy impresionado con los sitios que me ha sugerido el agente inmobiliario. Están todos algo lejos del centro, lo cual no me interesa, pero tampoco quiero quedarme en un hotel. No me resulta muy difícil ir a Nueva York en avión o helicóptero varias veces por semana. Todo lo que necesito es un lugar sencillo que me sirva de oficina temporalmente. Una cama, una cocinilla, tranquilidad. Un lugar para poner un ordenador, fax, impresora, y ese tipo de cosas. No quiero nada lujoso.

–Si quieres un lugar en el centro, yo conozco uno. Muy cerca de aquí.

–El agente dijo que no había nada por aquí.

–Eso es porque no está oficialmente en el mercado –explicó la situación. La mayoría de las casas de la manzana eran residenciales, pero se habían ido transformando en negocios. Despachos de abogados, de contabilidad, gabinetes de psicología, corredurías… ese tipo de cosas, el tipo de negocio que no requería grandes aparcamientos. Negocios tranquilos que estaban dispuestos a mantener el aire histórico de los edificios–. En cualquier caso, mi vecina, Marietta Collins, se resiste. Le alquiló el piso de arriba a un huésped, un escritor, pero recientemente se mudó. No lo ha anunciado porque sólo quiere alquilarlo a amigos de amigos. No tengo ni idea de cómo es el lugar, a lo mejor no se ajusta a lo que buscas. Pero si quieres, podría llamarla…

Claro que quería. Emma tardó un segundo en marcar el número y averiguar que el lugar estaba aún disponible. Garrett se asombró ante el precio.