Una tentadora apuesta - Heidi Rice - E-Book

Una tentadora apuesta E-Book

Heidi Rice

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Beschreibung

Una fiesta, un playboy… ¡y un bebé sorpresa!   Si el atractivo multimillonario Cade Landry consigue estar con una sola mujer durante todo el verano, ganará los derechos de la propiedad que contiene los únicos recuerdos que conserva de su madre. Cuando su ardiente aventura de una noche con la socialité Charley salta a los titulares de la prensa, Cade debe lidiar con las consecuencias... ¡exigiendo que finjan una relación! La apariencia de chica fiestera de Charley enmascara su dolor de la infancia. Desesperada por demostrar que es más que un titular, el acuerdo que le ofrece Cade es irresistiblemente tentador. Y su ardiente atracción hace que las cosas sean casi demasiado fáciles... Hasta que ese primer encuentro tiene una consecuencia muy real: ¡Charley está embarazada!

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Seitenzahl: 203

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Portadilla

Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

www.harpercollins.es

 

 

© 2024 Heidi Rice

© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una tentadora apuesta, n.º 221 - marzo 2025

Título original: After-Party Consequences

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410744141

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

 

Índice

 

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Cuatro años atrás…

 

Oiga, señor Landry, ¿qué tienen las chicas malas británicas que las hace tan sexis?

Cade Landry permanecía de pie en el salón de eventos de Las Vegas, con las luces de la famosa ciudad brillando treinta y cinco pisos más abajo a través de los ventanales panorámicos, sosteniendo una copa de champán añejo que costaba más que su primer coche, y frunció el ceño al ver a la chica mala en cuestión al otro lado del exclusivo local. Bailaba sobre una mesa, su esbelta figura se movía con ritmo sensual envuelta en un vestido de satén rojo con pedrería que apenas le cubría el trasero.

–No lo sé, Chad –gritó por encima de la música del mundialmente famoso DJ al que había pagado para amenizar la velada después del evento formal. Una fiesta que se estaba convirtiendo en un caos gracias a aquella chica y su séquito–. Lo único que sé es que, sea quien sea, se tiene que ir ahora mismo.

¿Qué edad tendría? Parecía una cría descontrolada que había bebido demasiados tequilas y ni siquiera tenía edad legal para beber. Le había dicho a los de Seguridad que se deshiciera de ellos cuando llegaron hacía diez minutos, pero el guardia parecía tan deslumbrado por sus payasadas como los demás tipos a su alrededor.

–¿No sabe quién es, señor Landry? –intervino Chad de nuevo–. Es Charlotte Courtney.

«Maldita sea».

Había oído hablar de Charlotte Courtney. Modelo a tiempo parcial, chica salvaje a tiempo completo, que había sido noticia un año atrás por cortarse el pelo y abandonar un lucrativo contrato.

Cade dejó su copa y se abrió paso entre la multitud, su enfado aumentando a cada paso que daba.

Sí, él conocía bien a chicas como Charlotte Courtney.

Una niña rica mimada que nunca había tenido que seguir las reglas.

Como chico pobre de Luisiana que había conseguido prosperar, cuya madre lo había dejado en manos de los Servicios Sociales a los cinco años porque alimentarlo entre dosis y dosis era un problema para ella, él era la persona perfecta para darle una lección sobre cómo comportarse.

Pero cuando Cade notó que una mano emergía de entre la multitud para darle una palmada en el trasero a la chica, un impulso inesperado de protegerla se apoderó de él, lo que, para su sorpresa, le resultó aún más irritante.

Ella se giró de inmediato, con el rostro encendido de indignación, y le propinó una patada al atrevido señor Manazas. Cade pudo escucharla lanzándole insultos con un acento británico tan afilado que parecía capaz de cortar carne. Aquella escena despertó en él una inesperada admiración hacia aquella joven.

–¡Quítame las manos de encima, asqueroso! –gritó Charlotte al hombre cuando Cade llegó a su lado.

–¿Qué tal si te saco de aquí, jovencita?

–¿Quién eres tú? –preguntó ella, con tal indignación en sus ojos verde esmeralda, que la admiración que él había sentido se esfumó de golpe.

¿Quién demonios se creía que era? Irrumpiendo en su evento con un séquito de oportunistas y actuando como si fuera la dueña del lugar.

–Soy Cade Landry. Este es mi local y mi fiesta. Y como no te he invitado, creo que es hora de que te vayas.

Ella frunció el ceño, obviamente no le gustó su tono. Así que lo pilló desprevenido cuando gritó:

–De acuerdo, gracias, sir Galahad. –Y dio un salto desde la mesa, directo a sus brazos.

Él se tambaleó hacia atrás cuando aquellos cuarenta y cinco kilos de mujer ágil aterrizaron sobre él. Se preparó justo a tiempo para atraparla y evitar que ambos acabaran en el suelo. Ella le rodeó el cuello con las manos y la cintura con las piernas con impresionante destreza.

Su hermoso rostro, todo pómulos y grandes ojos verdes, se iluminó con una sonrisa.

–Bueno, no te quedes ahí parado, Galahad –exigió–. Muévete. Antes de que acabemos siendo la sensación de Internet mañana.

Él ya no aceptaba órdenes de nadie, y menos de niñas ricas mimadas. Pero Cade reconoció que tenía razón cuando los flashes de los móviles empezaron a parpadear a su alrededor.

Una vez que la sacara de allí, lejos de las cámaras, podría decirle lo que pensaba.

Se abrió paso entre la multitud. Finalmente, llegaron al vestíbulo del ascensor con la música retumbando tras ellos. Otro guardia de seguridad estaba junto a la puerta.

–¿Señor Landry? –dijo, al ver a la chica en brazos de Cade justo cuando las uñas de ella le rozaron la nuca, provocándole un estremecimiento que no le gustó ni un poco.

–Encárgate de echar también al resto –ordenó Cade–. Y dile a tu compañero que está despedido.

El hombre asintió y volvió corriendo al local mientras él dejaba a su carga en el suelo.

–¿No crees que estás siendo un aguafiestas, sir Galahad? –preguntó ella con un brillo juguetón en sus ojos verde translúcido (el tono esmeralda le recordaba a los cócteles que solía servir en Bourbon Street durante el Mardi Gras) que le indicaba que no tenía ni idea de lo cerca que estaba de ganarse unos azotes.

Había trabajado dieciocho horas diarias, siete días a la semana, durante más de una década para que la gente dejara de juzgarlo por un pasado que no podía cambiar, y ella casi lo había echado todo a perder en una sola noche con sus payasadas.

Presionó el botón del ascensor con fuerza.

–¿Tú crees? –gruñó.

–Sí, lo creo –comentó con ese acento refinado que tenía un ronroneo seductor que solo aumentaba su irritación–. Pareces bastante tenso.

Él dejó que su mirada recorriera su figura de arriba abajo. Sus piernas parecían interminables, realzadas por el diminuto vestido rojo brillante y los tacones. Su rostro quedaba casi a la altura del suyo, algo poco común considerando su metro noventa de estatura. Sin embargo, a pesar de su altura, su silueta le recordaba a la de una gacela: esbelta, tonificada y, al mismo tiempo, delicada. El detalle de que no llevara sujetador no pasó desapercibido para su cuerpo, aunque lo apartó de su pensamiento casi de inmediato. Su mirada regresó bruscamente al rostro de ella, como si intentara recuperar el control.

–Te lo advierto, niña –gruñó Cade–. La próxima vez que decidas menear el trasero sobre una mesa, no lo hagas en mi local.

Charlotte apretó los labios y entrecerró los ojos, indignada.

Así que la señorita Problemas no estaba acostumbrada a que le dijeran que no.

Mala suerte.

Cade Landry no tenía ningún reparo en señalar comportamientos imprudentes.

La belleza superficial no era más que eso: una cualidad pasajera e inmerecida. Lo que realmente contaba era el interior de una persona. Y, por lo que había observado hasta ahora, Charlotte Courtney no era más que otra niña rica mimada que jugaba a ser adulta, sin la menor idea de cómo comportarse como tal.

 

 

Charley clavó su mirada en el hombre apuesto de cabello oscuro cuya presencia parecía devorar todo el oxígeno del vestíbulo.

–Ya veo, ¿y cómo planeas detenerme exactamente? –exigió ella, desafiando su aire de superioridad moral.

Conocía a los hombres sureños y sus modales. Había tratado con algunos después de que una agencia de modelos la fichara a los dieciséis años, y acabó trabajando en las pasarelas de Estados Unidos mientras un montón de tipos mayores intentaban ligar con ella. Por supuesto, Cade Landry no había intentado nada con ella. De hecho, parecía sorprendentemente poco interesado…

–¿Qué tal si empezamos por arrestarte por beber siendo menor de edad? –replicó él, cruzando sus musculosos antebrazos sobre el pecho.

–¿Cómo sabes que soy menor de edad?

–No me hagas reír, niña…

La forma en que dijo «niña» con su acento sureño no podría haber sonado más condescendiente.

–No soy una niña –protestó ella–. Tengo dieciocho años.

Los había cumplido esa misma mañana. La única razón por la que había salido esa noche con los chicos de la sesión de fotos en el Caesars Palace era para distraerse del último mensaje de su padre. Tan solo le había escrito una simple frase informando de que no tendría tiempo para verla cuando volviera a Londres tras su último trabajo. Ni una palabra sobre su cumpleaños. Aunque tampoco le sorprendía, no era la primera vez que lo olvidaba.

Quizás su celebración se había descontrolado un poco, pero le parecía que tampoco era para tanto.

Odiaba que juzgaran su comportamiento personas que no sabían absolutamente nada de su vida. Además, ni siquiera le gustaba el sexo, porque había descubierto –cuando perdió su virginidad con un fotógrafo después de su primer desfile en Nueva York– que estaba totalmente sobrevalorado.

–Sigues siendo una niña desde mi punto de vista… –respondió él, pero ella vio un destello de algo más tras su fría expresión.

–¿De verdad crees que soy una niña? –lo desafió, desesperada por creer que había visto algo más que desdén.

Él frunció el ceño y su mirada se oscureció.

Era increíblemente guapo. Alto y musculoso, con un mechón de pelo negro rebelde, su bronceado sugería que tomaba mucho el sol o que pasaba muchas horas al aire libre. Dudaba que fuera un hombre ocioso, porque su físico –y la forma en que la había agarrado y sacado sin sudar ni una gota– parecía haber sido forjado en el fuego, más que en un gimnasio caro. La pequeña cicatriz que atravesaba su ceja y otra visible a través de la barba incipiente en su mandíbula dejaban claro que no había tenido una vida fácil. Pero ella tampoco. La única diferencia era que sus cicatrices no eran visibles.

Justo cuando pensó que finalmente había tomado la delantera, con la tensión sexual entre ambos ardiendo como un fuego imposible de ignorar, él dejó escapar una risa áspera. Su ceño fruncido se desvaneció, y sus firmes labios se curvaron en una sonrisa irónica tan sensual que sintió cómo su pulso descendía directo a su abdomen.

–¿No crees que ya has jugado bastante con fuego esta noche, Charlotte? –dijo Cade mientras descruzaba los brazos y se inclinaba sobre ella para presionar el botón del panel del ascensor.

¿Cómo sabía él su nombre?

Entonces, ella se dio cuenta y luchó por no hacer una mueca. ¿Acaso no lo sabía todo el mundo, después de su crisis en la Semana de la Moda de París hacía un año?

–Me llamo Charley. Nadie me llama Charlotte –espetó ella, decidida a no dejarse abrumar por el aroma amaderado de su colonia, ni por la tentación que representaba la vista cercana de su nuez de Adán, que sobresalía sobre el cuello abierto de su camisa, justo donde las llamas de un elaborado tatuaje parecían cobrar vida.

–Fui yo quien organizó la fiesta que acabas de intentar convertir en un caos absurdo con tu comportamiento infantil.

–¿Infantil…? –repitió ella, molesta porque nunca había sido una niña. No realmente.

Contuvo su indignación cuando detectó el brillo de diversión en los ojos de él. ¿Estaba intentando provocarla a propósito?

Las mejillas de Cade se tensaron, luchando por contener una sonrisa.

Ella sintió la adrenalina subiendo por su torso. Hacía mucho tiempo que no se sentía atraída por ningún hombre o tenía el deseo de coquetear con uno. Pero algo en Cade Landry –y su determinación por verla como una chica en lugar de una mujer– agitaba sus entrañas.

Deseaba probar esos labios con desesperación. Quería obligarlo a admitir que sentía la misma atracción que ella. ¿Cómo sería sentir esos labios sensuales tomando los suyos en un beso implacable? ¿Excitante? ¿Embriagador? ¿Reconfortante?

El palpitar entre sus piernas coincidía con el rugir de la sangre en sus oídos. Aspiró una bocanada de su delicioso aroma y un suspiro de rendición se escapó de sus labios, invitándolo.

Charley levantó un brazo y rodeó la nuca de Cade.

–Bésame, Landry –susurró, embriagada por la sensación de poder–. Sabes que lo deseas.

Pero en lugar de cumplir sus deseos, él apartó la mano de su cuello y dio un paso atrás con un desprecio inconfundible en la mirada.

–¿Besarte? –murmuró él. La euforia en su vientre se transformó en algo afilado y punzante; el disgusto en su tono era algo que ya había escuchado antes en boca de su padre–. ¿Por qué demonios querría besar a una cría descarriada con problemas de actitud?

Las puertas del ascensor se abrieron tras ella.

–Sal de mi local antes de que llame a la policía.

Ella se quedó mirándolo, muda de humillación, mientras él se daba la vuelta y regresaba al evento sin mirar atrás.

Se metió en el ascensor, desesperada por alejarse de aquel hombre y del rechazo que resonaba en sus oídos. Presionó el botón mientras las lágrimas de rabia le quemaban los ojos. Se mordió el labio para evitar que cayeran cuando por fin las puertas se cerraron.

No había llorado desde el día en que su madre murió, cuando tenía apenas ocho años. Y desde luego, no iba a permitir que las palabras de un tipo estirado, aburrido y con complejo de superioridad fueran las que la hicieran quebrarse.

Sin embargo, las duras palabras de Cade Landry resonaban una y otra vez en su mente mientras la cabina se balanceaba suavemente. El estómago se le encogió, dejando un vacío que la hacía sentirse pequeña, tonta e insignificante.

Quería odiarle por ser tan cruel y despectivo como su padre. ¿Por qué debería importarle que él no la deseara cuando había montones de hombres que sí lo hacían?

Pero mientras el ascensor panorámico descendía por el lateral del edificio y la sensación de vacío en su estómago se extendía hasta los dedos de sus pies, solo podía sentirse como durante toda su infancia: vulnerable, carente de amor, invisible… y terriblemente sola.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

4 de julio, en la actualidad

 

Cade Landry se ató una toalla a la cintura, listo para entrar en la sauna detrás de sus compañeros de squash, Zane Demarco y Adam Courtney. Se reunían cada par de semanas para descargar sus frustraciones en la pista. Pero ese no era el único motivo por el que estaba allí en aquella ocasión.

Courtney había sugerido que se reunieran para hablar. Como buen británico reservado, no había especificado sobre qué, pero podía imaginarlo. Sospechaba que tanto Demarco como Courtney estaban involucrados en la reciente subida del precio de las acciones de Helberg Holdings. Probablemente Courtney quería que ambos le dejaran vía libre… Pero eso no iba a suceder de ninguna manera.

Helberg era una marca histórica, tradicional, de la vieja escuela, con un legado que se remontaba muy atrás. La empresa también tenía una cartera inmobiliaria envidiable, que Landry Construction podría devolver a su antigua gloria.

Ahora que Reed Helberg había muerto, la empresa y todos sus activos estaban disponibles. Poseer ese nombre, esa historia, ese legado, demostraría que Landry Construction tenía clase, algo que el dinero por sí solo no podía comprar, y finalmente le permitiría recuperar un mínimo recuerdo de su infancia, del que Helberg había sido parte.

«Nadie me va a arrebatar Helberg. Ni siquiera mis compañeros de squash…».

Pero cuando Cade iba a cerrar su taquilla, su teléfono vibró. Un mensaje de Dan Carmichael, el hombre encargado de trabajar en la gestión para la compra de Helberg, apareció en la pantalla.

Tomó el teléfono de su bolsa de deporte y frunció el ceño.

–Cade, tenemos un problema. ¿Has visto el artículo sensacionalista en Blush sobre ti, Demarco y Courtney? Está teniendo mucha repercusión en las redes sociales. No creo que ser uno de los multimillonarios señalado con el hashtag #hombresdeunacita sea lo que queremos para la marca en este momento.

¿De qué demonios estaba hablando?

Cade hizo clic en el enlace que Dan había añadido. Examinó el titular y después el artículo, ilustrado con una serie de fotografías suyas con Adam y Zane en diversos eventos durante los últimos meses, con diferentes fechas. Después maldijo en voz alta.

Su furia se igualaba a la frustrante sensación de impotencia mientras revisaba los comentarios en redes sociales que Dan también había señalado.

Al parecer, Demarco, Courtney y él eran el centro de atención en las redes sociales.

El debate en Internet, centrado exclusivamente en sus vidas sexuales, los hacía parecer unos idiotas.

¿Podría descarrilar eso sus planes con Helberg?

Hacer de Landry Construction una empresa respetable y la marca líder en propiedades de lujo era el trabajo de su vida. Pero justo cuando estaba a punto de dar el siguiente paso, el definitivo, un estúpido artículo de una revista había decidido convertir su vida privada en un chiste de mal gusto.

Metió el móvil en la bolsa de deporte y cerró la puerta de la taquilla de golpe.

Podía aguantar una broma como cualquiera, pero que se burlaran de su vida privada le recordaba cuando se mofaban de él por ser el único chico del último curso que no tenía pareja para el baile de graduación, porque no podía permitirse un ramillete, y menos alquilar un esmoquin. Ya no era ese chico marginado. Ahora podía comprar lo que quisiera.

Entró en la sauna y se dejó caer en el banco frente a Courtney. La vista de Manhattan a través del cristal tintado le recordó lo lejos que había llegado desde que lo habían trasladado de un pueblo a otro en Luisiana; un niño de acogida que nadie quería quedarse.

Dejó la autocompasión a un lado en cuanto captó la conversación entre Zane y Adam. No tardó en darse cuenta de que su corazonada sobre los motivos de Courtney para convocar aquella reunión había sido acertada cuando el británico añadió:

–Necesito que os echéis atrás…

–¿Helberg? Ni hablar –respondió Cade sin rodeos.

–Imposible –habló Zane, haciendo que Adam Courtney frunciera el ceño.

–Es una oportunidad única en la vida –continuó Cade con acento sureño.

No reveló que tenía intereses personales en aquel asunto. Mostrar lo importante que era para él comprar la empresa lo haría parecer débil. Y aunque le caían bastante bien aquellos dos tipos, no tenían una relación tan estrecha.

–Entonces, tenemos un problema –sentenció Courtney, con una gravedad que no sorprendió a Cade. Al fin y al cabo, ese hombre había heredado el negocio familiar a los veintiocho años.

Desde luego tenía mucha más seriedad que su hermana pequeña, Charlotte, pensó Cade con pesar, recordando algo que había descubierto un par de meses atrás.

Adam Courtney era el hermano mayor de la pobre niña rica con la que se había cruzado en Las Vegas hacía cuatro años y que nunca había podido olvidar… del todo.

La conexión familiar había sido una sorpresa. Cade nunca habría relacionado al tipo medido, bien hablado y discreto que sudaba frente a él con la chica salvaje que había estado meneando el trasero sobre una mesa en su fiesta. Nunca había hablado de aquel encuentro con Courtney porque su intención había sido olvidar los luminosos ojos verdes de aquella chica y sus insinuaciones.

–En realidad, tenemos problemas. En plural –corrigió Cade. Necesitaba centrarse en ese artículo y no en su encuentro con la hermana de Courtney.

–¿De qué demonios estás hablando? –respondió Adam, con la suficiente frustración como para irritar a Cade.

–Está claro que no lees Blush –gruñó Cade.

–¿La revista de moda femenina? –preguntó Adam con incredulidad–. ¿Tú lees eso?

–No, yo no la leo, pero mi asistente sí. Acaba de enviarme un mensaje –informó Cade–. ¿Sabíais que somos los protagonistas de su último artículo estúpido: Los solteros millonarios con menos probabilidades de casarse? Al parecer, a nosotros tres nos han etiquetado como «hombres de una cita». Los hombres con las probabilidades más bajas de contraer matrimonio, y ya han empezado un recuento de cuántas citas habremos acumulado para el Día del Trabajo.

–¿Qué? –dijo Zane, pareciendo más divertido que indignado–. Estás de broma. Con quién salgo no es asunto de nadie más que mío. No tengo planes de sentar la cabeza. Jamás.

–Yo tampoco –anunció Adam.

«Yo tampoco», pensó Cade, pero no lo dijo en voz alta.

–Están convirtiendo nuestras vidas sexuales en una broma, y está teniendo mucha repercusión –continuó Cade–. Y ese no es el tipo de atención mediática que quiero para mi negocio.

No había trabajado como un burro toda su vida para que lo tomaran en serio solo para atraer ese tipo de atención.

–Exactamente, ¿de cuánta repercusión estamos hablando? –preguntó Zane.

–El hashtag#hombresdeunacita es el tema más comentado hoy en Estados Unidos. Ese es el nivel de atención –respondió Cade–. Mi equipo de relaciones públicas está enloqueciendo.

Adam hizo una mueca. Zane, por una vez, parecía pensativo.

–Tenemos que encontrar una manera de detener esto –dijo Courtney.

Se hizo el silencio. Mientras la temperatura en la sauna aumentaba, también lo hacía la irritación de Cade…

Quizás a Demarco y a Courtney no les preocupaba tanto su reputación porque nunca habían tenido que luchar por el respeto como él. Courtney lo tenía de nacimiento, al provenir de una familia adinerada británica, y Demarco era suficientemente rebelde como para que no le importara lo que pensaran de él.

Pero a Cade sí le importaba. Y de alguna manera, cuanto más pensaba en ello, más furioso y frustrado se sentía.

–¿Y si nos retiramos del mercado? –propuso Zane, con ese brillo temerario en los ojos que Cade reconocía de cuando estaba a punto de hacer un tiro mortal en la cancha de squash.

–¡Ni hablar! –respondió Cade. ¿Demarco estaba loco?–. De ninguna manera me voy a casar para detener esto.

–Absolutamente, no. Está fuera de discusión –coincidió Adam.

Al menos dos de ellos no habían perdido la cabeza.

–¿Acaso dije algo sobre casarse? –replicó Zane, como si ambos fueran tontos–. Esto es una cuenta atrás, ¿no? Así que, ¿por qué no paramos el reloj antes de que empiece? Lo único que tenemos que hacer es que cada uno salga con una mujer, y solo una, desde ahora hasta el Día del Trabajo. Así de simple.

–Estás de broma. ¿De verdad quieres complacer a esa gente? –dijo Cade, algo asombrado. Que ridiculizaran su vida sexual en las redes sociales era malo, pero tener que limitarla para satisfacer la agenda sensacionalista de una revista era peor.

–No particularmente, pero apuesto a que vosotros dos caeréis en la tentación mucho antes que yo –respondió Zane, con un brillo salvaje en sus ojos.

–Acepto la apuesta. Por lo que he visto en Internet, eres un ligón en serie mucho más grande que nosotros dos juntos –replicó Cade con ironía.

–Pero si ni siquiera sabes cuáles son las condiciones de la apuesta –señaló Adam. Como si realmente fueran a apostar sobre sus vidas sexuales.

–Apuesto mis acciones de Helberg –soltó Zane, sorprendiendo a Cade, pero también haciendo que su pulso se ralentizara, como sucedía cada vez que estaba a punto de cerrar un buen trato inmobiliario.