Venganza en el paraíso - Heidi Rice - E-Book

Venganza en el paraíso E-Book

Heidi Rice

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Beschreibung

Una decisión para siempre: ¿pasión o venganza? Roman Garner pasó de niño pobre a multimillonario. Sin embargo, ninguna cantidad de dinero podía calmar su odio hacia la familia que se negó a reconocerlo. Descubrir que un miembro de la familia Cade, Milly Devlin, había robado accidentalmente su lancha podría servirle de ventaja. Navegando a toda velocidad hacia su isla privada en el golfo de Nápoles, Roman no contaba con la capacidad de Milly para desarmarlo con su vulnerabilidad, emocionarlo con su deseo... y desafiarlo a cada paso. ¿Pero sería posible igualar el marcador si se acostaba con el enemigo?

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Seitenzahl: 195

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Heidi Rice

© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Venganza en el paraíso, n.º 3138 - enero 2025

Título original: Revenge in Paradise

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410744516

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Milly Devlin levantó el bajo del vestido de diseño prestado, que debía costar diez veces lo que ella ganaba al mes, y a la luz de la luna bajó corriendo los empinados escalones de piedra.

Estaba huyendo de nuevo, en esa ocasión de un impresionante palazzo en Capri situado en lo alto de un acantilado, el lugar de su última debacle. Porque tener una discusión con su hermana frente a un grupo de invitados ricos y famosos que bebían champán y consumían caviar no había sido su mejor momento. Y, ciertamente, no era su intención cuando aceptó acompañar a Lacey a la fiesta de lanzamiento de la nueva filial de la empresa de su marido, Brandon Cade, que no había podido acudir personalmente.

Milly masculló una palabrota cuando el tacón del zapato se enganchó en uno de los adoquines, pero logró agarrarse a la barandilla de hierro antes de caer de cabeza al golfo de Nápoles. Claro que eso habría puesto el broche final al entretenimiento de esa noche.

Respirando profundamente, se quitó los zapatos, que su hermana también le había prestado porque el calzado de diseño no era lo suyo, como no lo eran los fastuosos eventos sociales.

Lacey no había querido que se sintiera fuera de lugar en el mundo en el que ahora vivían ella y su hija, Ruby, gracias a su marido multimillonario.

«Misión no cumplida».

Con los zapatos en la mano, y mordiéndose el labio inferior para que dejase de temblar, miró hacia atrás, a la exclusiva fiesta que aún estaba en pleno apogeo, y recordó los susurros que había escuchado mientras se abría paso entre la multitud, buscando la salida más cercana.

«No puedo imaginar por qué Cade y su esposa la aguantan. Es una mocosa desagradecida».

«Es un lastre para ellos. He oído que ha estado viajando por toda Europa sin dinero, como una vagabunda».

Milly sintió una oleada de vergüenza. Aunque no le importaba lo que esa gente pensara de ella porque no tenía ningún deseo de ser parte de ese mundo. Solo había acudido a la fiesta para demostrarle a Lacey que estaba bien.

Pero mientras bajaba corriendo las escaleras, descalza, era difícil descartar la angustia de su hermana mientras discutían veinte minutos antes…

–¿Por qué no puedes volver a Londres, Milly? Ruby te extraña. Yo te extraño. Brandon está preocupado por ti y yo también.

–No tenéis por qué preocuparos. ¿Para eso me has invitado a venir, para tenderme una emboscada? Estoy feliz en Génova, Lacey.

Salvo que no era del todo cierto porque el gran plan de ganarse la vida con su arte no había sido precisamente un éxito… todavía. La verdad era que no tenía tiempo para pintar porque estaba demasiado ocupada haciendo todo tipo de trabajos, primero en Francia y luego en Italia, que pagaban lo mínimo y apenas la mantenían a flote.

Pero no podía volver a Londres fracasada. No podía permitir que su hermana y su nuevo marido la mantuviesen. Daba igual que Brandon Cade fuese millonario, su vida era su propia responsabilidad. Y tampoco quería ser espectadora de un feliz matrimonio.

Milly tragó saliva, odiando ese gusanillo de envidia. Su hermana mayor había trabajado tanto. Se había convertido en madre soltera a los diecinueve años mientras era también una madre suplente para ella. Merecía encontrar la felicidad con el magnate de los medios que la había dejado embarazada.

Si ella no se sintiera tan irremediablemente desplazada…

Milly, Lacey y Ruby habían sido una familia unida, fuerte e inquebrantable hasta que Brandon Cade descubrió que Ruby era su hija y se abalanzó sobre sus vidas ordinarias y sencillas dieciocho meses antes, cambiándolo todo para siempre.

Ella no encajaba en el exclusivo mundo de Brandon y cuanto antes se dieran cuenta, mejor para todos. En cuanto a su adorable sobrina…

Milly maldijo cuando llegó al muelle privado.

«Ha sido un golpe bajo, Lacey, un golpe bajo».

Hablaba con Ruby todos los fines de semana a través de un enlace de vídeo, pero ahora su sobrina estaba pendiente de su nuevo papá, entrenando a su traviesa perrita, Tinkerbell, y acostumbrándose a su nuevo hermanito, Arthur.

«Si supieras cuánto extraño a Ruby, Lacey. Pero ella ya no me necesita y tú tampoco».

Tenía que construirse un futuro que no dependiese de los Cade. ¿Por qué no lo entendía su hermana?

Y sí, tal vez estaba cometiendo errores, pero que Lacey y Brandon quisieran controlar su vida no ayudaba nada.

Un temblor de irritación la fortaleció mientras caminaba por el muelle, donde los brillantes yates y lanchas motoras oscurecían el agua iluminada por la luna.

Sin embargo, tardó menos de un minuto en darse cuenta de que había vuelto a equivocarse. El muelle privado era un callejón sin salida. Desde allí no podía llegar a la terminal del ferry para tomar un barco de regreso a Sorrento. Tendría que ir nadando o escalando por el acantilado.

«Genial. La señorita Metepatas ataca de nuevo».

Por supuesto, la otra opción era volver sobre sus pasos y salir por el palazzo con el vestido manchado de sudor, el maquillaje corrido y el fabuloso moño torcido como la torre inclinada de Pisa tras su alocada fuga.

«De ninguna manera. Prefiero nadar dos kilómetros antes que enfrentarme de nuevo a esos esnobs».

Caminó hasta el final de la plataforma de madera para asegurarse de que no había otras salidas y vio una reluciente lancha anclada en el otro extremo.

¿No era la lancha en la que habían llegado desde Sorrento?

La cubierta estaba oscura y tampoco había luz procedente de la cabina.

El anciano que los había llevado allí probablemente estaría cenando con el resto del personal, listo para llevarlas de regreso a Sorrento cuando el evento terminase.

Milly sacó el móvil para llamarlo y soltó una palabrota mientras lo guardaba de nuevo en el bolso. No había cobertura.

La fiesta debía durar al menos otras dos horas y no tenía la menor intención de regresar.

Pero… ¿por qué no tomar prestada la lancha? Sabía conducirla porque usaba una parecida, aunque un modelo mucho más antiguo, para llevar a los turistas por el puerto deportivo de Génova, uno de los dos trabajos que hacía en ese momento. Una vez de vuelta en el lujoso hotel de Sorrento donde se alojaban su hermana y ella, ¿podría conseguir que algún empleado volviese a Capri con la lancha?

Fuegos artificiales explotaron en el cielo y los aplausos de la multitud en la terraza le recordaron todas las razones por las que no quería regresar a la fiesta.

Metiendo el bajo del vestido en la cinturilla de las bragas, Milly respiró hondo y subió a bordo. La lancha se balanceó un poco mientras caminaba de puntillas por la cubierta, pero sonrió cuando llegó a la cabina de mando porque allí estaba la llave, en el contacto. Tenía que ser una señal, se dijo, mientras se apresuraba a soltar las líneas de anclaje.

«Tan pronto como tenga cobertura llamaré para decirles que la he tomado prestada».

Una vez en Sorrento haría la maleta, se cambiaría de ropa e iría a la estación de autobuses antes de que Lacey regresara al hotel. No quería tener otra discusión sobre su independencia, además de todas las que ya había tenido con su hermana durante ese año, pero le enviaría un mensaje tan pronto como estuviera en el autobús, disculpándose y diciéndole que no se preocupase.

Milly volvió a la consola y giró la llave en el contacto. El motor ronroneó mientras se abría paso entre los otros barcos, escudriñando el horizonte e intentando acostumbrarse a la oscuridad.

Esbozó una sonrisa de triunfo cuando apretó el acelerador y experimentó una descarga de adrenalina mientras la lancha saltaba sobre las olas como si estuviese volando.

«Libre por fin».

Libre de las obligaciones y la ansiedad que había experimentado desde que Lacey la invitó al evento, al que se había visto obligada a acudir.

Estaba a punto de gritar de alegría, pero el grito se ahogó en su garganta cuando la puerta de la escotilla se abrió de golpe y un hombre oscuro y desaliñado, con chaqueta y pantalón de esmoquin, los pies descalzos y la camisa blanca desabrochada hasta la cintura apareció de repente. Por supuesto, no era Paulo, el anciano que las había llevado a Capri tres horas antes.

Milly tragó saliva al ver su torso salpicado de vello oscuro, con un tatuaje de lo que parecían dos sables cruzados sobre el corazón.

Un pirata con esmoquin…

«¿Estoy soñando, alucinando o ambas cosas?».

–¿Quién eres? –le espetó, sorprendida–. ¿Y qué hacías escondido ahí abajo?

El extraño, increíblemente atractivo, frunció el ceño en un gesto de furia.

–No estaba escondiéndome, estaba durmiendo hasta que tú me has despertado –respondió, con voz de trueno–. ¿Se puede saber qué diablos haces? ¿Por qué has robado mi lancha?

«¿Su lancha?».

«Ah, estupendo». «¡La señorita Metepatas ha tomado prestada la lancha equivocada!».

 

 

Roman Garner observó a la chica, que iba descalza, con el vestido enganchado en la cinturilla de las bragas y el cabello despeinado por el viento.

El movimiento de la lancha lo había despertado de un sueño profundo, pero la fatiga que lo había llevado a la lancha para echarse una siesta y escapar de la aburrida fiesta había desaparecido. Se agarró al pasamanos mientras el barco saltaba sobre las olas, examinando a la chica, que lo miraba con los ojos como platos.

–Yo… no la he robado –empezó a decir, cuando logró recuperar el habla.

–¿Ah, no? ¿Es tuya entonces?

Roman tuvo que disimular una sonrisa. No le hacía gracia su expresión horrorizada, se dijo. Y no lo excitaba ver cómo sus pechos empujaban contra el brillante corpiño del vestido, que destellaba a la luz de la luna.

Le dolía la cabeza y todo era culpa de esa chica.

–La he tomado prestada –le explicó ella.

–Por lo general, cuando alguien toma prestado algo de mi propiedad, me preguntan primero –señaló él, frotándose la frente.

Estaba seguro de haber perdido una porción considerable de neuronas al darse un cabezazo contra el techo cuando despertó sobresaltado.

–Pensé que era de mi cuñado.

–Sí, seguro.

Una ola los golpeó con fuerza en ese momento, escorando la lancha. La chica se tambaleó y, sin pensar, Roman se abalanzó sobre ella para que no cayese de cabeza al mar.

Cayeron juntos sobre la cubierta, pero él se las arregló para soportar la peor parte de la caída, en lugar de aplastarla con su peso. Aunque le costó, y el precio fue un fuerte golpe en el trasero.

El motor de la lancha se apagó instantáneamente. Por suerte, el cordón de seguridad estaba activado.

Roman se quedó aturdido en la cubierta, mirando el cielo nocturno con la pequeña ladrona de lanchas, que resultó ser suave por todas partes, entre los brazos.

Claramente, había pasado demasiado tiempo desde que tuvo a una mujer encima.

«Algo que remediarás en otro momento».

Su descarriada libido dejó de molestarlo gracias al dolor punzante en el trasero y a la rabia que sentía por todo aquel jaleo cuando lo único que él quería era dormir.

Ella se levantó con gesto de angustia, aunque no lo bastante arrepentida para su gusto.

–No era mi intención robarte la lancha –protestó.

–¿Ah, no? ¿De quién era la que querías robar?

Se le había corrido el maquillaje, pero las manchas negras bajo los ojos y los restos de carmín no restaban atractivo a su inusual rostro. Los ojos grandes, la barbilla pronunciada y una ligera sobremordida acentuaban su sorprendente belleza. El diminuto anillo de oro en la nariz le daba un aspecto peculiar y poco ortodoxo.

La chica era llamativa.

Roman entornó los ojos. Y le resultaba vagamente familiar. ¿De qué la conocía?

Entonces se dio cuenta. Había llegado a Capri con la esposa del canalla de Cade, Lacey. Si hubiera sabido que Cade no iba a estar en la fiesta no se habría molestado en ir allí.

–Trabajas para Brandon Cade, ¿verdad?

¿Era la ayudante de su mujer? Si una empleada de Cade había intentado robar su lancha encontraría la forma de usarlo contra su rival.

¿Quizá podría acusarlo de espionaje industrial?

–¿Qué? No, no. ¿Conoces a Brandon? –preguntó ella, con tono cauteloso.

«Brandon, ¿eh?».

¿Era alguien del círculo íntimo de Cade, una amante tal vez? ¿Era por eso por lo que había tenido un altercado con su esposa? Aunque sería un poco extraño llevar a esa chica a la fiesta si se acostaba con su marido.

Pero lo mirase como lo mirase, aquella situación tenía potencial. A menos, por supuesto, que fuese algún tipo de montaje, pensó, con su habitual cinismo. Porque era raro que hubiese elegido robar su lancha precisamente. ¿Y por qué tenía ese aspecto tan desaliñado cuando antes le había parecido tan sexi?

«¿Sexi?». «¿En serio?».

Roman se regañó a sí mismo por segunda vez. Definitivamente, necesitaba acostarse con una mujer lo antes posible.

–Sí, conozco a Cade –dijo crípticamente–. Compartimos intereses comerciales.

Aunque, en realidad, compartían mucho más. El familiar resentimiento se retorció en sus entrañas, pero lo dejó pasar.

Que Brandon Cade se hubiera negado a reconocer su relación de parentesco era ahora una fortaleza, no una debilidad. Después de dieciséis años de arduo trabajo, Roman era alguien importante en el campo que la familia Cade había dominado durante generaciones en el Reino Unido. Pero, a diferencia de Brandon Cade, que había heredado todo lo que tenía, él se había ganado su puesto a base de trabajo.

–¿Quién eres? –preguntó ella de nuevo, como si de verdad no lo supiera.

Roman frunció el ceño, receloso. Si trabajaba para Cade tenía que saber quién era. Pero, a pesar de su desaliño, y su inclinación a la piratería, la chica tenía un aspecto inocente.

–Como yo soy el perjudicado, exijo que te identifiques –dijo, con tono severo.

Ella estaba en su lancha, en medio del golfo de Nápoles, sin su permiso, y él se había hecho un considerable moretón en el trasero gracias a sus payasadas. Entre los dos había un gran desequilibrio de poder que ella parecía ignorar con su atrevida actitud.

Y, sin embargo, se sentía intrigado. ¿Por qué no quería decirle su nombre? ¿Y por qué eso la hacía parecer más sexi? Normalmente, a él no le excitaban el antagonismo y la obstinación.

–¿Perjudicado por qué? –le espetó ella, que claramente no entendía quién estaba al mando.

Otra experiencia nueva para Roman, acostumbrado a que las mujeres hicieran lo que él quería.

–Muy bien, como quieras –murmuró, sacando el móvil del bolsillo de la chaqueta–. Tienes dos segundos para decirme quién demonios eres, qué eres para Cade y por qué has robado mi lancha o llamaré a la policía y te detendrán por piratería y agresión.

–¡Agresión! –gritó ella–. Debes estar de broma. Yo no te he agredido.

Roman marcó un contacto en su teléfono. Era Giovanni, el administrador de su propiedad en la isla Estiva. No iba a llamar a la policía, pero ella no tenía por qué saberlo.

–Ya han pasado más de dos segundos –le advirtió, llevándose el teléfono a la oreja–. Ciao, ¿la policía?

–Signor Garner, ¿es usted? –dijo Giovanni al otro lado.

La pequeña pirata levantó las manos en un gesto de rendición.

–Un momento, espera. Mi nombre es Milly Devlin, soy la hermana de Lacey Cade.

¿La cuñada de Brandon Cade? Entonces no era su amante.

Un absurdo alivio lo invadió. ¿Pero por qué se alegraba de que no fuese la amante de su rival cuando esa habría sido la excusa perfecta para humillarlo?

–Va bene –dijo Roman, interrumpiendo a Giovanni, que intentaba entender lo que pasaba. Tendría que explicárselo más tarde, pensó–. Así está mejor –añadió mientras guardaba el móvil en el bolsillo del pantalón.

Estaba más intrigado que enojado, pero no pensaba dejarla escapar porque su relación con Brandon Cade podría beneficiarlo.

Eso explicaba por qué había acudido al evento con la esposa de Cade, pero no explicaba la discusión que había presenciado. La relación entre ellas no le interesaba particularmente porque las familias no eran su fuerte; él no sabía nada de esa dinámica y no quería saberlo. Pero si había problemas en la familia de Cade, tal vez podría usarlos a su favor. La tan publicitada felicidad de la pareja desde que por fin se dignó a reconocer a su hija y casarse con la madre, cuatro años demasiado tarde, no lo había convencido en absoluto. Había comprado Drystar para publicar la historia y desde entonces intentaba desacreditar a su rival. Lamentablemente, Cade había logrado aprovechar la revelación de su hija secreta casándose con la madre de la niña y fingiendo estar enamorado de Lacey.

Conocer a su cuñada podría ayudarlo a descubrir la verdad. Por supuesto, normalmente él no se molestaba en hacer el trabajo sucio. Eso era para sus editores, reporteros y columnistas. Además, había decidido que no era bueno para su salud mental pensar tanto en Cade, pero aquella primicia había caído en su regazo. Literalmente. Y tenía moretones para demostrarlo.

–Ahora dime por qué has robado mi lancha –le espetó.

La joven se abrazó a sí misma. El fino vestido de seda no le proporcionaba mucha protección contra el frío de la noche y si fuese un caballero le ofrecería su chaqueta. Pero no lo era.

–Tomar prestada la lancha fue un impulso estúpido del que ahora me arrepiento. Pero de verdad pensé que era de Cade –le explicó ella, con tono algo más arrepentido.

«Estamos haciendo progresos».

–Y necesitaba irme de la fiesta –dijo luego–. ¿Es una explicación suficiente para ti?

La mirada retadora arruinaba por completo el gesto de arrepentimiento.

–No mucho –respondió él.

Tenía que ser el cliché más antiguo del mundo, pero cuando lo fulminó con la mirada le pareció aún más atractiva.

–Necesito una explicación más clara.

En realidad, estaba empezando a disfrutar de la conversación. Mucho, además. Aunque no sabía qué era más satisfactorio, tener a un miembro de la familia Cade a su merced o el brillo airado de esos ojazos.

–No tengo nada más que decir.

–Entonces, tendrás que decírselo a la policía.

Ella murmuró algo que sonó como «apestosos ricos», pero no podría estar seguro.

–¡Muy bien, haz que me detengan! –la joven levantó los brazos, exasperada, haciendo que sus pechos se marcaran bajo el vestido–. Pero te acabarán acusando de hacerles perder el tiempo cuando descubran que todo esto es un simple malentendido.

–Entonces tal vez me conforme con una demanda –Roman se frotó el dolorido trasero intencionadamente–. Cincuenta mil dólares por cada hematoma deberían hacer que lo pensaras dos veces antes de tomar prestado el barco de otra persona sin su permiso.

–Haz lo que quieras –le espetó ella, fulminándolo con la mirada–. Pero te advierto que solo tengo ciento sesenta y dos euros en mi cuenta. Una llamada de diez segundos a tu abogado te costará más de lo que puedas sacarme a mí.

La amenaza habría sido más categórica si no le castañeteasen los dientes.

–¿Una pobrecita que lleva vestidos de diseño y es cuñada de Brandon Cade? –se burló Roman–. Creo que me arriesgaré.

Él sabía lo que era no tener dinero porque su madre y él habían vivido al borde de la pobreza durante la mayor parte de su infancia.

–Este vestido no es mío, me lo ha prestado Lacey. Y yo no soy responsabilidad de Brandon. Si me demandas, me estarás demandando a mí, Milly Devlin, una chica que está tan lejos de ser una ladrona como tú de ser pobre, feo y humilde, sin un ego gigantesco.

Roman tuvo que morderse los labios para no soltar una carcajada. No le parecía feo, ¿eh? Era bueno saberlo. Aunque tenía razón sobre su ego. Sí, tenía un ego muy sano, que había alimentado desde muy joven para superar las privaciones y humillaciones de su infancia.

El comentario sobre Cade también era esclarecedor. Al parecer, Milly Devlin no se aprovechaba de la generosidad de su cuñado. Roman sabía que Cade era ferozmente protector con cualquiera que perteneciese a su familia, pero ella no parecía estar interesada en esa generosidad.

Un golpe de viento hizo que Milly se estremeciera y Roman suspiró.

–Toma… –murmuró, quitándose la chaqueta para ponerla sobre sus hombros.

No tenía sentido dejar que muriese congelada antes de haberle sacado alguna información útil.

–No te he pedido la chaqueta –dijo ella, temblando.

Su feroz expresión lo hizo sonreír.

–Ya lo sé.

–¿Por qué sonríes?

Su indignación lo divirtió aún más. Su belicosa actitud era refrescante. ¿Quién lo hubiera imaginado?

–Eres muy desagradecida para ser una ladrona de barcos, ¿no?

–Por última vez, no soy una ladrona de barcos. Soy… una prestataria de barcos.

–Lo que tú digas.

Roman se acercó a la consola y encendió el motor. No pensaba dejarla ir, pero tampoco quería provocarle una neumonía, de modo que solo había una opción. Se dirigió hacia Estiva, la isla que había comprado dos veranos atrás, pero que pocas veces visitaba.

–¿Dónde me llevas? –preguntó ella, mirando con nostalgia las luces de Sorrento, que desaparecían mientras se adentraban en el golfo.

–A Estiva, mi isla privada –respondió él–. Mañana decidiré qué demonios voy a hacer contigo. Esta noche estoy demasiado cansado.

Y era cierto, estaba agotado. No se había tomado un descanso en más de una década, la razón por la que estaba tan profundamente dormido cuando Milly Devlin decidió robar su lancha y la razón por la que iba a pasar unos días en Estiva por orden del médico.

–¡Pero no puedes hacer eso! ¡Esto es un secuestro! –gritó ella.

–Un secuestro, ¿eh? Tiene gracia viniendo de una ladrona de barcos.

–No soy una… –Milly dejó escapar un suspiro–. Ay, de verdad, me rindo. Piensa lo que quieras.

–Siéntate y relájate –dijo él, disfrutando tanto de su exasperación como de ese cuerpo menudo envuelto en su chaqueta–. Tardaremos media hora en llegar a Estiva.

Tener a la irritada cuñada de Cade a su merced era tan sorprendente que no estaba dispuesto a dejarla ir. Mantenerla como rehén y pincharla podría hacer que ese forzado descanso fuese mucho más entretenido.

–Voy a gritar –anunció ella inútilmente, porque ambos sabían que nadie podría oírla.

–Adelante –dijo Roman–. Grita todo lo que quieras.

Milly lo fulminó con la mirada, pero cuando el oleaje en mar abierto se volvió más agitado se dejó caer sobre el banco que rodeaba la cubierta y pareció abatida durante aproximadamente un nanosegundo antes de sacar el móvil del bolso.