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REGLA Nº 8 DE LA MANADA: NUNCA LE MIENTAS A TU COMPAÑERA.
Esa regla la rompí el día en que llamé a su puerta.
Había jurado proteger a los míos de cualquier tipo de amenaza.
Como era humana, creyó que estaba allí de forma amistosa.
No sabía que quería acabar con su jefe el cambiaformas.
No sabía que ella me iba a poner el mundo de cabeza.
Con tan solo una olfateada me volví loco. Me perdieron
.
No podía irme sin ella, así que me quedé esa noche y la enamoré.
Pero ella no sabía lo que yo era ni lo que había hecho.
No era un simple obrero de rancho, era un ejecutor cambiaformas.
El tiempo se acababa y tenía que terminar el trabajo.
Debía ganarme el corazón de mi compañera y reclamarla antes de que las mentiras me alcanzaran.
Antes de que descubriera lo que era y lo que había hecho.
O lo que haría para cuidarla.
Y hacerla mía.
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Veröffentlichungsjahr: 2025
RANCHO WOLF
LIBRO 8
Derechos de Autor © 2025 por Bridger Media and Wilrose Dream Ventures LLC
Vanessa Vale® es una Marca Registrada de Bridger Media.
Renee Rose® es una Marca Registrada de Wilrose Dream Ventures LLC.
Este trabajo es pura ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación de la autora y usados con fines ficticios. Cualquier semejanza con personas vivas o muertas, empresas y compañías, eventos o lugares es total coincidencia.
Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de este libro deberá ser reproducido de ninguna forma o por ningún medio electrónico o mecánico, incluyendo sistemas de almacenamiento y retiro de información sin el consentimiento de la autora, a excepción del uso de citas breves en una revisión del libro.
Diseño de la Portada: Bridger Media
Imagen de la Portada: Deposit Photos: aarrttuurr; hillway
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Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
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REGLA Nº 8 DE LA MANADA: NUNCA LE MIENTAS A TU COMPAÑERA.
Esa regla la rompí el día en que llamé a su puerta. Había jurado proteger a los míos de cualquier tipo de amenaza. Como era humana, creyó que estaba allí de forma amistosa. No sabía que quería acabar con su jefe el cambiaformas. No sabía que ella me iba a poner el mundo de cabeza. Con tan solo una olfateada me volví loco. Me perdieron. No podía irme sin ella, así que me quedé esa noche y la enamoré. Pero ella no sabía lo que yo era ni lo que había hecho. No era un simple obrero de rancho, era un ejecutor cambiaformas. El tiempo se acababa y tenía que terminar el trabajo. Debía ganarme el corazón de mi compañera y reclamarla antes de que las mentiras me alcanzaran. Antes de que descubriera lo que era y lo que había hecho. O lo que haría para cuidarla. Y hacerla mía.
JOHNNY
—El primer asesinato es el más difícil —dijo Clint Tucker, asomándose al cadáver.
En el suelo estaba el cambiaformas al que habíamos cazado a petición del Consejo de los Cambiaformas. Después de la audiencia lo condenaron a muerte porque era lo más bajo que existía. Merecía morir.
Pero Clint se equivocaba: tan difícil no era.
—Mató a su compañera —dije, aunque Clint sabía el resultado—. Estaban discutiendo y… la asesinó. —Negué con la cabeza, y al pasarme la mano por la cara me di cuenta de que tenía sangre.
Genial.
—Y los cachorros —añadió Clint—. Se escondieron debajo del porche. Escucharon todo. —Escupió el cuerpo—. No sirvió. Salieron después de que él se marchara. Encontraron a su madre con un disparo en la cabeza y llamaron a su alfa.
—Hicieron lo correcto —dije.
Clint tampoco tenía ningún remordimiento por haber matado a este tío. Tenía una compañera y una preciosa hijita, Lily. Nada lo detendría para evitar que les hicieran daño.
Asintió con la cabeza.
—Así fue. Cuando llegue el momento de que Lily consiga pareja, abriré la puerta con mis pistolas y balas de plata.
No pude contener la sonrisa, ni siquiera en un momento así. Estábamos en algún lugar en las montañas Bighorn al oeste de Ranchester, Wyoming. Habíamos rastreado a este hasta aquí desde su manada en Dakota del Norte.
Era temprano, faltaba una hora para que amaneciera. El aire estaba frío, el viento azotaba los pinos. Nunca dejaba de soplar aquí, y esa fue la perdición de este infeliz. Lo olimos a kilómetros de distancia.
—Este no es mi primer asesinato —admití. Aunque el primero como ejecutor, cuando estaba sancionado. Pero ya me había llenado las manos de sangre.
Levantó la vista del cadáver para mirarme a los ojos. La luna se estaba poniendo, pero pude ver la interrogante en sus ojos.
—Maté a alguien —admití.
Los ojos se le abrieron de par en par, pero no reaccionó. Era un tío tranquilo.
—Diablos, Johnny.
—Tenía dieciocho. Fuimos a los Juegos de la Manada con nuestra madre que había organizado su antigua manada. Había un cambiaformas allí que se interesó por mi hermana. —Eso último lo escupí porque todavía me cabreaba.
—¿Era su compañero?
Negué con la cabeza.
Si le resultaba extraño estar hablando sobre un cadáver, no lo demostraba. Era un ejecutor retirado, seguro que había visto de todo. Había dejado el trabajo cuando encontró a Becky, su compañera humana, pero se ofreció a venir a este trabajo conmigo, ya que éramos compañeros de manada y era mi primera vez.
Ahora sin Clint yo era el nuevo ejecutor de la manada. Rob Wolf conocía mi pasado y se había ofrecido a acogerme cuando me expulsaron de mi manada. Sabía lo que había en mí, que tenía instintos protectores, instintos malvados. Maldita sea, seguro que mucha oscuridad. Por eso me eligieron para el puesto de ejecutor, además de no estar casado y ser joven.
—¿Qué pasó?
—Pensé que a ella también le interesaba él. Quizá sí, quizá no. Lo único que sé es que lo encontré agrediéndola en el bosque —apreté los dientes. Peor que eso, pero no necesitaba decirlo en voz alta—. Lo frené, pero…
Recordé lo furioso que me puse y luego el suelo manchándose con el rojo de su sangre.
—Lo llevé demasiado lejos.
Me dio una palmada en el hombro.
—Proteger a los que son más débiles que tú es señal de un buen alfa. Y para ser un ejecutor tienes que estar dispuesto a ir muy lejos. Esa es la única forma de detener a un cambiaformas que se ha vuelto malo.
Tragué saliva por el nudo en la garganta.
—Sí. Se había vuelto muy malo.
—Serás un ejecutor muy bueno. Ya lo eres.
Bajé la mirada al recordar lo que me habían hecho después del asesinato. Me echaron de mi manada. Me separaron de mi familia.
—Ese asesinato no fue sancionado.
Se encogió de hombros.
—¿Y? Si le estaba haciendo daño a tu hermana, seguramente ya le había hecho daño a otros y le habría hecho daño a más personas después.
Clint había sido un ejecutor innato. Protegía a la manada e impartía la justicia que dictaba el Consejo. Había trabajado estrechamente con Levi, otro cambiaformas y miembro de la manada de lobos, quien era el alguacil de Cooper Valley. Los dos eran buenísimos protectores no solo de los cambiaformas de la comunidad, sino también de los humanos. Sus roles combinados eran sumamente importantes para mantener a salvo nuestro secreto y el de nuestra especie. También ayudaba que su pareja fuera humana, y Lily era ambas cosas. Era perfecto.
Ahora yo estaba en el puesto de Clint, y ya me había hecho amigo de Levi. De todas maneras seguía cuestionándome si se me iba a dar bien, si era demasiado bueno y corrompido para el papel.
—Tuve que ir ante el Consejo. —Eso había sido extremadamente aterrador.
—Entonces por eso sabían de ti.
Me reí, aunque el motivo no era tan gracioso.
—Sí. Mi castigo fue que me enviaron al Rancho Wolf. Me alejé de mi familia.
—El Rancho Wolf no es un castigo, chaval —recordó Clint—. Tú sabes eso.
No lo era. En ese momento pensé que lo era, pero ahora sabía que no. La manada de Montana era muy guay. Puede que haya dejado a mi familia así como a mi antigua manada, pero había encontrado una familia en ese rancho, donde pertenecía.
—Tu hermana está a salvo gracias a ti —añadió.
Me quedé mirando al otro cambiaformas al que le gustaba golpear a las hembras. Este tampoco volvería a hacer daño a nadie. Asentí con la cabeza.
—Ahora está apareada y tiene dos cachorros —dije, pensando en Simi. No pude evitar sonreír con orgullo.
Él sonrió.
—Bien. Parece que ella ha seguido con su vida. —Su sonrisa se desvaneció mientras me estudiaba—. ¿Y tú?
El viento me alborotó el pelo y el aire me refrescó la piel sudorosa. ¿Había dejado atrás lo que le pasó a Simi?
Negué con la cabeza.
—No. Definitivamente no.
En cuclillas, rebusco en los bolsillos del hombre para quitarle el carné de identidad. Lo dejaríamos aquí, a kilómetros de la civilización, lejos de cualquier carretera. Los animales vendrían a por él.
Miré a Clint.
—¿Eso qué significaría? ¿Que soy peligroso? ¿Despiadado? Es imposible que encuentre a una compañera con lo que llevo dentro.
Se quitó el sombrero, se pasó una mano por el pelo oscuro y volvió a colocarlo en su sitio.
—Tu alma no es negra, chaval. Tú no lo condenaste a muerte. El Consejo sí. Tú solo ejecutaste la decisión de ellos. Recuerda que hay una amenaza menos para aquellos que no se pueden proteger solos. Tú lo entiendes. Lo sabes.
Le arrojé la billetera.
—En cuanto a la compañera —prosiguió—, has visto a todos los demás en el rancho encontrar la suya. Uno tras otro. Hasta yo. Ocurrirá cuando menos te lo esperes.
Me puse de pie. No quería seguir hablando de esto. Habíamos hecho nuestro trabajo. Él tenía razón. Todos los del Rancho Wolf habían encontrado a sus parejas predestinadas. Pero ellos no eran asesinos.
Yo sí.
EMMA
Eran casi las diez de la noche y yo seguía en el trabajo. Puaj.
—Avíspate, Emma. No tenemos toda la noche. —Mi supervisor, Stan, palmoteó al pasar por delante de mi cubículo.
tonto.
Eché la cabeza hacia atrás y giré mi dolorido cuello.
Dios, este trabajo era una pesadilla. Pensaba que había conseguido el trabajo de mis sueños cuando me contrataron para hacer efectos digitales en Hollywood. Mi licenciatura en diseño había valido la pena, y yo creía que vivir en una ciudad grande en el océano iba a ser un sueño.
Creía que yoera la gemela afortunada, para variar.
No me había importado tener que trasnochar. No me había importado trabajar ochenta horas a la semana. Esperaba que fuera así. Entre mi hermana y yo, siempre he sido la más aplicada. Esta vez, cuando acepté el trabajo, creía que participaría en algo importante. Pero dos años y medio después seguía ganando el mismo sueldo y trabajando las mismas horas. Mi autoestima estaba por los suelos. Ni siquiera recordaba la última vez que había visto el Pacífico o lo que fuere más allá de las paredes de mi oficina.
Otro gallo cantaría si sintiese que se respeta mi trabajo o que reconocen el mérito de cualquier cosa que haga.
Pero eso nunca ocurriría aquí. Día tras día teniendo la misma vieja rutina sin parar, era más evidente.
Apreté los dientes y terminé de crear la escena de la explosión que me pidieron que rehiciera cinco veces no porque lo hubiera hecho mal, sino porque alguien nuevo se interponía con una visión diferente.
Así era el negocio del cine. Sabía que no debía meterme en líos.
O sí debería, pero eso ya no tenía remedio.
Me sonó el móvil y miré hacia abajo. Era Lyssa. Eran cerca de las once de la noche en Montana, pero a ella le encantaba la fiesta.
—Hola, ¿qué cuentas? —respondí.
—¿Qué cuentas tú? —Como éramos gemelas idénticas, nuestras voces eran iguales, como todo lo demás en nosotras, pero la suya estaba llena de emoción y entusiasmo—. Dime que no sigues en el trabajo.
Suspiré.
—No puedo porque te mentiría.
—¿En serio? Es domingo. ¿Desde hace cuánto que no tienes un día libre? ¿Seis semanas? Ni siquiera te pagan las horas extra.
—Gastas saliva —murmuré mientras seguía usando el ratón y el teclado para programar el efecto visual con el estilo nuevo que me habían pedido. Mi monitor era enorme y ocupaba toda mi mesa. Las luces estaban apagadas. No tenía ventanas al exterior. Mi espacio era una cueva digital.
—Tienes que dejarlo.
Llevaba un año diciéndome eso, y no se equivocaba. Al principio, me había resistido a su consejo porque tenía un trabajo en el campo que yo quería; trabajo con el que cubría mis gastos, aunque no tuviera tiempo para gastar nada de lo que ganaba. Jolines, poco tiempo pasaba en el piso por el que pagaba el alquiler.
¿Adónde me había llevado ser la niña buena?
Absolutamente a ninguna parte.
Su llamada en medio de mi diarrea de lástima lo empeoró. Me recordó cómo sería todo si no hubiera elegido ser la gemela responsable. Me había pasado toda mi vida siendo eso: la gemela aburrida. La gemela callada. La gemela desaliñada. La gemela tímida. La gemela juiciosa. Inserte cualquier adjetivo aburrido antes de gemela, y esa era yo.
Por su parte, Lyssa, quien vivía su vida inconstante, salvaje y alocada, siempre había tirado de lujo, facilidad y diversión. Pasaba de un trabajo a otro, pero nunca había ganado menos de seis cifras. Tampoco era que trabajaba ochenta horas a la semana.
—Emma, ¿estás hablando por teléfono? —dijo Stan desde el otro lado de la oficina—. No tienes tiempo para estar al teléfono.
—Dios mío, ¿te está gritando ahora mismo? Son como… ¡las diez! —Lyssa estaba cabreada por mi culpa—. ¡Basta, Emma, en serio! Déjalo. Levántate y márchate. No te pasará nada malo, te lo prometo.
Lyssa sabía que me preocupaba de más, que le daba demasiadas vueltas a todo, que si no era precavida y cuidadosa algo malo iba a pasar. Mi gemela era todo lo contrario. No se preocupaba por nada. Yo tenía una agenda y cada segundo de mi día estaba planificado, mientras que ella literalmente improvisaba. Yo cuestionaba todo. Sabía que algo terrible podía ocurrir si tomaba la decisión equivocada. Quizá por eso me dijo que no pasaría nada malo.Ella sabía que eso era exactamente lo que yo me imaginaba si hacía lo que ella decía y renunciaba.
Tentada como nunca antes, me mordí el labio. Debería dejarlo. En verdad que sí. Me sentía del culo. Mis únicas alegrías en la vida, aparte de hablar con Lyssa, eran irme a la cama por la noche y darme una ducha caliente por la mañana, y eso era deprimente a más no poder.
Este trabajo me estaba matando.
—Sigo trabajando, Stan. Puedo trabajar y hablar —dije. No era tan descarada. Debía de ser la influencia de Lyssa.
O el hecho de que estaba a nada de un colapso mental. Cogí mi taza de café favorita y vi que estaba vacía. Diablos. Necesitaba más café.
—Lo de renunciar va en serio —dijo Lyssa con su tono de voz más serio—. Podrías venir a Montana y relajarte de toda esa mierda.
—Hmm.
Sonaba atractivo. Muy atractivo.
—Mi jefe nunca está aquí —continuó—. A ver, le conozco, me entrevistó, pero va y viene. La última vez que le vi fue hace dos semanas, y dijo que no volvería este mes. —Su último trabajo fue como cuidadora de un rancho de un multimillonario que poseía una enorme propiedad en Montana. Como era su segunda o séptima casa, el tío, como le llamaba, casi ni estaba ahí.
Vaya trabajo: llevar la limpieza de un lugar que nunca se ensuciaba, llenar las despensas de un lleno de vaqueros guapísimos —palabras de Lyssa—. Ella no sabía nada de caballos ni de… cómo tener un puto rancho, pero lo estaba haciendo, y sin un jefe respirándole en la nuca. O, por lo que parecía, incluso en el mismo estado.
—En realidad me voy para Ibiza con el Sultán de Arunai.
¿Qué? Mi cerebro se detuvo. ¿Sultán de Arunai? ¿SULTÁN?
Yo ni siquiera podía lograr que me invitara a salir el vigilante de seguridad del piso de abajo, ¿y ella se metió a un sultán en el bolsillo? ¿Y dónde demonios quedaba Arunai? ¿Se lo estaba inventando? ¿El tío le había mentido y no era sultán? ¿Cómo alguien se convierte en sultán? ¿Había querido decir Aruba?
Dios, estaba pensando en todos los posibles peligros, Lyssa era todo —Qué guay. Hagámoslo. No me importa si mientes, follas bien y quiero un viaje gratis».
—¿Qué? —pregunté—. ¿Ibiza?
—¡Exacto! —Se rió—. Una locura, ¿verdad?
Más que loco, desquiciado.
—¿Cuándo me lo ibas a contar? —le pregunté.
—¡Emma! —gritó Stan—. ¿Sigues hablando por teléfono?
—Por eso te he llamado —dijo Lyssa.
Sacudí la cabeza, a punto de volverme loca porque dos personas me hablaban al mismo tiempo.
—Para contarte esa locura —continuó—. Verás, él vino a Montana a ver un toro campeón que patrocinó, y nos topamos en el único restaurante del pueblo.
—¡Emma! —La voz de Stan sonó más fuerte esta vez.
—Nos enrollamos y… bueno, ¡ahora me va a llevar a Europa en su jet privado!
La risa de mi hermana no llegaba a expresar lo increíble y extraña que era su historia. Pero eso era porque se trataba de algo normal en su vida. Se enrolló con un chico que conoció en un restaurante. Luego, por capricho, se iba a Europa con él.
Yo iba a ir a la sala de descanso a buscar más café. Tal vez le añadiría crema de avellanas. Esa era mi diversión.
Mi hermana era literalmente el ser humano más afortunado, alocado y salvaje de la Tierra. No se esforzaba en nada. Todo se lo ponían en bandeja de plata.
¡¿Quién se encontraba por casualidad con el Sultán de Arunai en un restaurante de MONTANA y se liaba con él?!
Solamente Lyssa.
Todo lo que yo había hecho en mi vida era ir a lo seguro, y mira dónde estaba: en mi cueva con un jefe fastidioso molestando a casi medianoche.
—¡Emma! —Stan volvió a la puerta de mi oficina—. Cuelga el teléfono y termina el maldito efecto. Todos te estamos esperando.
Levanté la vista y me quedé mirando a mi jefe. Lo odiaba. Odiaba mi trabajo. Odiaba mi vida. Mira a dónde me había llevado apostar por lo seguro.
A absolutamente ninguna parte.
—¿Sabes qué, Stan? —Me levanté de mi silla con ruedas que se había roto hacía un año y que no había podido cambiar—. Vete a tomar por culo.
Los ojos se le abrieron de par en par porque nunca le había hablado así. Ni a nadie más.
—Vale, bien. Muy bonito. —La cara rechoncha de Stan enrojeció.
Lyssa me hizo porras en el oído.
—Muy bien, nena. No te quedes callada. Ahora vete de ahí.
—Ya llevo aquí catorce horas, y eso después de trabajar hasta la una de la madrugada ayer por la noche. Lo único que quería era oír la voz de mi hermana mientras trabajaba en las imágenes de fondo antes de que se fuera del país, y tú estás aquí pegado a mi culo.
Uau. Yo nunca había dicho una mala palabra en voz alta.
Me sentía increíble.
Abrí el cajón de mi escritorio y saqué mi bolso.
—¿Y sabes qué? —Empecé a meter en el bolso las cosas que tenía regadas por el escritorio. Después de ocho años, no tenía mucho, lo cual era realmente triste.
—No. —Había alarma en la voz de Stan—. No puedes irte. No antes de acabar.
En circunstancias normales, me sentiría mal por él. Su problema sería mi problema, yo se lo resolvería y él se llevaría el mérito. Así era yo. Era una empleada consciente y responsable. La hermana aburrida. Pero a la mierda todo. Ningún sultán estaba follándome ni llevándome a Europa, pero tampoco tenía que estar puteada por mi jefe sin llegar a ningún lugar.
—Me harté.
Lyssa se animó más.
—Muy bien. Díselo.
Me coloqué el bolso al hombro, cogí la taza vacía, me llevé el móvil a la oreja con la otra mano y le pasé por el lado hacia la puerta de mi cueva.
—¡Emma! ¡Por lo menos termina este efecto! —gritó mientras me alejaba.
¿Que terminara el efecto? A él no le importaba que estuviera renunciando, solo que el efecto no se terminara y yo fuera la única que lo hacía. Que le dieran por el culo.
—Lo siento, ¿vale? —Su voz cambió a un estúpido quejido—. ¡No debería haberte molestado por tu llamada! ¡Regresa!
Levanté la mano con la taza y alargué el dedo medio por encima del hombro mientras me alejaba.
—Vale, renuncié —le dije a Lyssa mientras me saltaba el ascensor y subía por las escaleras. Sonaba un poco aturdida. Yo también me di cuenta—. Hablemos de Montana.
JOHNNY
Cuando Rob Wolf me dijo que quería que fuera ejecutor, no esperaba mucho. Pensaba que tendría algunos trabajos. Los cambiaformas no eran tan comunes. Me necesitaba en el rancho familiar. Los caballos no se alimentaban solos. Las cercas tampoco se arreglaban solas. Una propiedad del tamaño del Rancho Wolf necesitaba cuidados a tiempo completo de mi parte y algunos otros. Clint, Wes, Joe, Colton, y hasta el mismísimo Rob.
Pero me encontraba en mi segundo trabajo de ejecutor en una semana.
Esta vez en solitario.
Parecía que Clint me había dado el visto bueno ante Rob, y mi alfa estaba complacido por ello.
Frené mi camioneta en la entrada circular y me quedé mirando la enorme casa del rancho. Este lugar hacía que el Rancho Wolf pareciera una cabaña en una propiedad del tamaño de una tienda de sellos postales.
La casa de Mitch Chapman en Montana era enorme: decenas de miles de acres prístinos y pintorescos; cercas de troncos partidos que bordeaban toda la propiedad a lo largo de kilómetros de carretera desde el pueblo; edificios anexos que combinaban cual mujer costosa cuyo atuendo, zapatos y lápiz labial iban coordinados.
Y la casa.
—Hostias —murmuré, bajando el volumen de la radio. La pegadiza canción country me distraía del análisis.
La propiedad era de troncos y roca de río, ventanas enormes, tenía alas a izquierda y derecha. Era así de enorme. El diseño era bastante discreto, lo cual daba un poco de risa. Gritaba portada de revista de arquitectura. También gritaba dinero.
Montones y toneladas de dinero. Todo esto tenía que ser mantenido por muchísima gente; seguramente cambiaformas, ya que Chapman era uno. Era el lugar perfecto para correr en luna llena, incluso mejor que el Rancho Wolf. Pero le resultaría más fácil a Chapman esconder sus crímenes de cambiaformas de un grupo de humanos despistados. Eso me podría venir bien.
Pero Chapman estaba forrado. Era multimillonario. Podía comprar a cualquiera.
Había sido investigado por el Consejo, y se encontraron pruebas suficientes para llevarlo a juicio. Pruebas de cosas enfermas. El informe que me dieron decía que era sospechoso de tráfico de mujeres cambiaformas que aplicaban por trabajo en sus diversas empresas de todo el mundo. Las sacaba de sus manadas con la promesa de trabajar como gerentes de oficina, contadoras o vicepresidentas, pero luego las encarcelaba y las vendía en el mercado negro como reproductoras. Una de ellas se había escapado y había contado lo que le había ocurrido, y ese había sido el comienzo de la exhaustiva investigación. Ahora sería juzgado, y si era declarado culpable, moriría por sus crímenes. Si es que Mitch Chapman podía ser encontrado.
Me enviaron al rancho Running Waters porque Chapman se había desaparecido. No se le había visto en dos semanas. Estaban enviados agentes de todo el país a sus muchas casas y empresas para encontrarlo. Yo era el ejecutor más cercano a este rancho en Montana, así que esta fue mi área de búsqueda.
Si lo encontrábamos, debíamos llevarlo ante el Consejo.
Las leyes humanas hacían las cosas de otra manera. Chapman sería arrestado, tal vez lo llevarían a un juicio humano, pero su dinero probablemente lo sacaría. Si no, sería fácil que un cambiaformas se escapara de la cárcel, cosa que no podíamos permitir.
Si era culpable —lo cual, a estas alturas del proceso, era lo más probable—, moriría.
Aparqué. Me bajé de la camioneta y me puse el sombrero de vaquero. Aunque no debía matarlo, no me fiaba de él; no obstante, dejé la pistola cargada bajo el asiento por el momento. Tenía que analizar la situación antes de entrar armado y cargado. Tenía que investigar quién estaba en la propiedad y si me causaría problemas; si habría humanos o cambiaformas por allí. Quería hacerme una idea de la distribución de la propiedad.
Tenía una tapadera fácil: como miembro de la manada vecina más cercana, mi alfa me había enviado a contactarlo para invitarlo a que nos visitara durante la luna llena de este mes. Era razonable, y si no fuera un tipejo asqueroso y peligroso, disfrutaríamos que nos acompañase.
Fuera de la casa, el terreno descendía hacia un valle poco profundo donde un arroyo serpenteaba de lado a lado hasta donde alcanzaba la vista. Álamos gruesos bordeaban el agua creando una franja verde. Más lejos, la yerba ondeaba en una pradera virgen.
Era preciosísimo.
Subí por la acera y toqué al timbre. Esperé. Justo antes de darme por vencido y rodear la casa, la enorme puerta se abrió de golpe.
Una mujer de pie en el umbral me sonreía.
—Hola.
Diablos, qué absoluta preciosidad. El pelo oscuro, casi negro, le caía en cascada por la espalda. Sus ojos eran igual de oscuros, grandes y enmarcados por pestañas gruesas. Tenía pómulos altos, una nariz respingona y unos labios carnosos que se verían deliciosos envueltos en mi pene.
Era pequeña, medio metro más baja que yo, pero no frágil. Los jeans sencillos y camiseta blanca de cuello de pico me permitían ver la carne de sus huesos, curvas que podía agarrar y a las que podía aferrarme. Era perfecta…
Como no dije nada, simplemente mirar, ladeó la cabeza y añadió:
—¿Le puedo ayudar en algo?
Activé mi lengua, me quité el sombrero de vaquero y me lo pegué al pecho.
—Hola. He venido a ver a Mitch Chapman.
Por un momento, sus ojos se abrieron de par en par.
—Lo siento, él no se encuentra.
No dudaba de ella. Todas las expresiones posibles pasaban por su rostro. Sorpresa, preocupación, sin duda un atisbo de interés.
—Ah. ¿Sabes cuándo volverá?
Negó con la cabeza.
Chapman tenía unos cincuenta años. ¿Podría ser su hija? No se la había mencionado en su expediente. Tampoco pareja. ¿Sería la novia? Nada más pensarlo me hizo querer rastrear al estupido y matarlo solo por eso. Vaya, esa agresividad era nueva. ¿Por qué me atraía esta cambiaformas?
Apoyé el antebrazo en el marco de la puerta para acercarme un poco más a ella.
No retrocedió. Su mirada recorrió los músculos de mis brazos y volvió a mi cara con los ojos ligeramente más abiertos y dos manchas de color en las mejillas.
Respiré profundo y supe dos cosas al mismo tiempo: no era una cambiaformas, era humana; y por la reacción instantánea de mi cuerpo a su aroma, esta hermosa humana era mi compañera.