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A veces nos olvidamos de que, aunque esté nublado y llueva, termina saliendo el sol. Connor ha dejado todo atrás. Familia, amigos y, sobre todo, a Zoe. Incapaz de verla feliz en brazos de otro, tomará la determinación de alejarse, aunque a pesar de la distancia será incapaz de olvidarla, porque todo le recuerda a ella. Herido, enfadado consigo mismo y perdido, intentará reencontrarse siguiendo los pasos de su padre, tal y como él le ha pedido. Un viaje en el que conocerá gente que cambiará su manera de ver las cosas, que le ayudará a profundizar en sus raíces irlandesas. Un viaje para intentar recomponer su existencia…
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Seitenzahl: 430
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2017 Anna García
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Vuelves en cada canción, n.º 132 - julio 2017
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com.
I.S.B.N.: 978-84-9170-142-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Información de interés
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Epílogo 1 - Aidan
Epílogo 2 - Niall
Epílogo 3 - Penny
Epílogo
Agradecimientos
Si te ha gustado este libro…
Los títulos de la mayoría de los capítulos hacen referencia a una canción que, o bien por el significado de la misma, o bien porque sonaba en mi Spotify cuando escribía, tienen mucho que ver con el devenir de la historia.
Por si a alguien le interesa saber cuál es, aquí tenéis la lista:
Capítulo 1: Just a feeling de Maroon 5
Capítulo 2: How to save a life de The Fray
Capítulo 3: Losing my religion de REM
Wonderful World de Sam Cooke (canción extra)
Capítulo 4: One and only de Adele
Capítulo 5: The pieces don’t fit anymore de James Morrison
Capítulo 6: My heart is open de Maroon 5
Capítulo 7: Don’t know why de Norah Jones
Capítulo 8: No one else like you de Maroon 5
–Oh mierda, Rick. Creo que estoy algo mareada. Espera, ¿he dicho mierda?
Sharon se apoya contra la pared de ladrillos de un edificio para intentar recobrar la verticalidad, totalmente ebria, notando como se le traba ligeramente la lengua al hablar y como le empieza a resultar muy difícil enfocar la vista. Cuando lo consigue, reconoce a Rick mirándola con una sonrisa en la cara.
–¿Siempre has sido así de sexy? Joder, ¿he dicho eso en voz alta? ¡Perfecto! Y ahora encima también digo joder… ¿Qué me estás haciendo? ¿Me has envenenado o algo?
–A mí que me registren. He bebido lo mismo que tú –contesta él caminando hacia ella, encogiéndose de hombros mientras mantiene las manos en los bolsillos.
–Vale, entonces, ¿por qué no me he fijado en ti hasta ahora?
–Porque estabas demasiado ocupada con Sully… –responde Rick a escasos centímetros de la boca de Sharon, haciendo que su pecho roce ligeramente el de ella, pero sin llegar a sacar las manos de los bolsillos.
Ella traga saliva con dificultad y Rick sabe que la tiene justo donde la quería. De todos modos, prefiere no precipitarse y seguir calentándola hasta que le sea imposible echar a correr. Así pues, dibujando una sonrisa de medio lado en su rostro, se retira varios pasos y le da la espalda, mirando hacia la carretera.
–Me parece que es hora de irse a dormir… Te pediré un taxi. ¿Recuerdas en qué hotel estás hospedada?
–Espera… –dice Sharon caminando hacia él, manteniendo el equilibrio, a duras penas sobre sus tacones de aguja de diez centímetros–. ¿Tienes prisa?
Cuando se planta frente a él, apoya las manos en su pecho, provocándole con la mirada mientras se pasa la lengua por los labios de forma seductora. Él la mira y sonríe, porque realmente está disfrutando de este pequeño acto altruista hacia su amigo. Ojalá todos los favores que hiciera en su vida fueran tan… agradables de hacer como este, piensa mientras clava los ojos en los labios de Sharon.
–Vamos… Una copa más… Por favor… –le pide ella dibujando con el dedo un camino imaginario en el pecho.
Un taxi para a su lado en ese momento. Rick gira la cabeza hacia el vehículo y luego hacia Sharon, haciéndose de rogar un rato más, aunque su decisión está tomada desde hace rato.
–Una –dice levantando un dedo–. ¿Dónde quieres ir?
–¿Aprovechamos este taxi y vamos a mi hotel? Está cerca y así luego no te verás obligado a acompañarme…
–Está bien… –claudica él, haciéndose el resignado aunque regodeándose en su interior por lo bien que está saliendo todo.
En cuanto entran, Sharon le indica el destino al conductor mientras Rick, siguiendo con su plan maestro, saca su teléfono y lee algún correo electrónico del trabajo, como si no le diera la más mínima importancia a lo que está sucediendo. De repente, siente la mano de ella en su pierna, ascendiendo lentamente desde la rodilla hacia la entrepierna. Sin despegar la vista de la pantalla del móvil, sonríe y niega con la cabeza, justo antes de agarrar su mano y colocarla de nuevo en el regazo de ella. Sharon, lejos de amilanarse, sonríe de forma pícara y, acercando su boca a la oreja de Rick, susurra:
–No me digas que no te apetece…
Rick gira la cabeza hacia ella y la mira sopesando su respuesta, pero antes de poder darla, el taxi para al lado del hotel. Paga al conductor y enseguida se baja, aguantando la puerta a Sharon y tendiéndole una mano para ayudarla a mantener la verticalidad. En cuanto entran en el bar del hotel, caminan hacia una mesa apartada mientras Rick no puede parar de pensar que esta misma situación es la que vivió Connor hace unas semanas, solo que ahora es ella la que no es muy consciente de sus actos. Una vez sentados y con las copas en la mesa, Sharon vuelve a la carga, acercándose a él hasta rozarle la pierna con la suya.
–Tenía entendido que eras más… travieso.
–Suelo comportarme cuando se trata de las novias de mis amigos. –Rick mete la mano en el bolsillo del pantalón y sonríe victorioso.
–¿De qué hablas? –contesta ella separándose de él algo confundida–. Sully y yo ya no tenemos nada.
–¿No? Cualquiera lo diría…
–No te entiendo…
–Según creo, intercambiasteis algo más que palabras hace unas semanas… Para haber huido, cortando de raíz todo tipo de relación, se te veía bastante interesada en retomar el… contacto.
–No me digas que te vas a poner celoso.
–Para nada, pero no me gustaría entrometerme donde no me llaman.
–Lo que había entre Sully y yo, se acabó cuando me trasladé a París. Lo que pasó hace unas semanas, fue solo sexo, sin sentimientos de por medio.
El alcohol hace cada vez más mella en ella y cuesta más entenderla. Se quita los zapatos de tacón y pasa las piernas por encima de las de Rick. En un gesto para nada casual, restriega un pie contra su entrepierna. En condiciones normales, teniendo a una tía como Sharon tan a tiro y dispuesta, se habría abalanzado sobre ella como un felino, pero en este caso, tenía un claro propósito que cumplir antes. Así, haciendo acopio de todo su autocontrol, desliza una mano por la pierna de Sharon, hasta llegar a la altura del muslo, ya por debajo de la tela del vestido. Sin dejar de mirarla para ser testigo de su reacción, toca la tela de encaje de su tanga y agarra una de las tiras entre los dedos. Dando un fuerte tirón, lo rompe mientras ella, lejos de sorprenderse, cierra los ojos y echa la cabeza hacia atrás, jadeando de puro placer. Cuando vuelve a mirarle, su mirada quema. Está totalmente encendida, justo donde quería tenerla, así que cree que ha llegado el momento de actuar. Sin pensárselo dos veces, acerca su cara a la de ella y saquea su boca sin ningún reparo, mordiendo su labio inferior y tirando de él. La agarra por la cintura y la sienta en su regazo, levantándole el vestido hasta los muslos. Agarra cada cachete del trasero de Sharon con una mano y la aprieta contra su ya abultada entrepierna. Hunde la cabeza en su cuello y empieza a mordisquearlo hasta que nota como es ella la que se mueve sensualmente encima de su regazo, frotándose contra su erección. En ese momento, cuando sabe que Sharon vendería su alma al diablo porque la subiera a la habitación, aunque la llevara hasta allí arrastrándola de los pelos, apoya la frente en el hombro de ella y dice:
–No puedo hacerlo…
Cogiéndola por la cintura, la aparta a un lado y se revuelve incómodo en el sofá, mientras ella le mira sin podérselo creer.
–¡¿Cómo que no puedes hacerlo?! ¡No puedes estar hablando en serio! ¡¿Y me dejas así?!
–Lo siento, Sharon –se excusa Rick interpretando el papel de su vida–, pero tengo la sensación de que lo tuyo con Connor no está zanjado. Esto es un error…
–¡Es solo un polvo, Rick! ¡No te estoy jurando amor eterno! ¡Pensaba que tú eras de mi misma opinión!
–Y lo soy, pero no cuando mis actos pueden llegar a afectar de alguna manera a mi mejor amigo…
–¡A Sully le trae totalmente sin cuidado lo que pase esta noche entre tú y yo!
–Sharon, si a Sully no le importaras, hace unas noches no habría pasado nada entre vosotros…
–¡No pasó nada!
–¿Cómo? ¿Qué quieres decir?
Sharon se deja caer con pesadez contra el respaldo del sofá y, fijando la vista en su copa, mostrando su cara más vulnerable, confiesa:
–Que no pasó nada, Rick. Bueno, sí, bebimos, nos besamos y estábamos a punto de acostarnos.
–¿Y qué pasó entonces? –pregunta Rick haciendo gala de su faceta más comprensiva y amigable.
–Zoe es lo que pasó… Ese tonto está totalmente enamorado de la taxista.
–No entiendo… Pero él me dijo…
–Él te explicó la versión de los hechos que yo le conté, básicamente, porque no recordaba nada de lo sucedido. Pero en realidad, no pasó nada. Una vez en la habitación, cuando ya estábamos incluso desnudos, a él le embargó un repentino remordimiento, a pesar de estar borracho como una cuba.
Sharon sonríe y niega con la cabeza con mucha suficiencia, tanto que Rick tiene que hacer verdaderos esfuerzos por mantener la calma y no echar a perder su plan maestro.
–Fue patético verlo llorar mientras repetía una y otra vez: no puedo hacerle esto a Zoe, no puedo hacérselo. Yo la quiero –dice gesticulando con las manos como una auténtica borracha de manual.
Rick aprieta con fuerza los dientes, respirando con rapidez por la nariz, mientras escucha la confesión de la víbora. En estos momentos, desearía poder grabar la confesión en vídeo para que Sharon pudiera morirse de vergüenza al ver el espectáculo que está montando. Un espectáculo que, además, no es nada propio de su habitual estilo refinado.
–Al final, cayó redondo en la cama y yo me quedé a dos velas –concluye ella encogiéndose de hombros con resignación.
–¿Y por qué le dijiste que habíais follado?
–Porque no podía soportar la idea de verme rechazada y, menos aún, reemplazada por una simple taxista.
–Pero… –Rick duda antes de hablar porque tiene la sensación de que ella se va a dar cuenta de su excesiva curiosidad–, él la quiere, Sharon. Y… has provocado que rompan…
–¡¿Cómo va a querer a esa?! No está a su altura. ¡Por el amor de Dios, que conduce un taxi que huele a vómito! Sully se merece a alguien con más…
–Sully se merece a alguien que le quiera, y está claro que esa no eres tú.
Sharon le mira con una ceja levantada, sin importarle lo que Rick piense de ella, con un único objetivo a la vista.
–Lo que sea. Entonces, ¿qué me dices? –le pregunta sin ningún remordimiento, volviendo a echarse encima de él, poniendo la mano en su entrepierna, apretándola con total descaro.
Él la mira sin decir nada, dejándose hacer, observando cómo Sharon vuelve a sentarse en su regazo y empieza a desatar el nudo de su corbata. Se muestra impertérrito mientras ve como ella acerca la boca a su cuello y siente sus dientes contra la piel. Entonces, ella le da un mordisco y él enrosca la mano alrededor de su pelo y le da un fuerte tirón para apartarla. La mantiene agarrada del pelo durante unos segundos, mirándola con absoluta frialdad. Es una hija de puta, piensa Rick, pero está a tiro y dispuesta a todo. Además, no cree que a Sully le importe que se la beneficie, así que como un depredador, sin soltarle el pelo para que ella sepa quién manda, y manoseando uno de sus pechos con la mano libre, besa los labios de Sharon con violencia. Cuando ella empieza a jadear con fuerza, Rick mira por encima de su hombro hacia el camarero, que parece estar acostumbrado a este tipo de escarceos amorosos, ya que ni siquiera levanta la cabeza de la bayeta con la que está limpiando la barra.
–Subamos a mi habitación –le jadea Sharon en la oreja tirando luego de su mano para ayudarle a ponerse en pie.
Rick tira un billete encima de la barra y camina hacia los ascensores junto a Sharon. En cuanto entran en uno y las puertas se cierran, Sharon le besa con ansia, enroscando una pierna alrededor de su cintura e intentando desabrochar el pantalón con ambas manos. Cuando consigue hacerlo y la prenda cae hasta el suelo, resbalando por las piernas de Rick, ella empieza a agacharse hasta ponerse de rodillas. Sin pensárselo dos veces, a riesgo de hacer saltar algún tipo de alarma, aprieta con el puño el botón para detener el ascensor. Baja la vista de nuevo hacia Sharon y, tras intercambiar una sonrisa pícara, observa la maestría con la que sus labios y lengua trabajan. Pocos segundos después, se ve obligado a agarrarse al pasamano, resoplando con fuerza. Por si acaso ella tuviera pensado alejarse, la agarra del pelo para impedírselo y pocos segundos después, se vacía dentro de su boca. Cuando vuelve a abrir los ojos, se seca las gotas de sudor de la frente con la manga de la camisa y se sube los calzoncillos y los pantalones. Mira de reojo a Sharon, que ha apretado el botón para poner en marcha de nuevo el ascensor, mientras se coloca bien la tela del vestido entallado. Saca el móvil del bolsillo y sonríe al ver que sigue grabando.
–¿Qué te hace tanta gracia? –le pregunta Sharon volviendo a pegarse a él.
–Cosas mías –responde Rick mirándola de arriba abajo.
En ese momento, el ascensor llega a su planta y las puertas se abren suavemente. Sharon sale y, al ver que Rick no hace lo propio, se gira hacia él.
–¿Qué haces? Hemos llegado. ¿No sales?
–No –contesta él acercándose hasta la puerta para impedir que se cierre–. Ya he conseguido de ti lo que quería, y encima me llevo una mamada de regalo.
–¿Qué…? No te entiendo…
–Ni falta que hace. Vuélvete a París y déjanos en paz, que bastante daño has hecho ya.
En cuanto Rick da un paso hacia atrás, con una sonrisa de superioridad dibujada en la cara, las puertas empiezan a cerrarse ante la incomprensión de Sharon, que es incapaz de reaccionar. Solo cuando el ascensor ha empezado a bajar, Rick oye unos golpes en la puerta mientras la escucha insultarle.
A la mañana siguiente, Rick corre para llegar a la oficina como nunca antes lo había hecho. Saluda a varios compañeros en el vestíbulo mientras pasa entre ellos como una bala. En lugar de esperar a alguno de los ascensores, sube las escaleras de tres en tres, así que cuando llega a la planta cuarenta y ocho, el aire es un bien que empieza a escasear en sus pulmones.
–¡Joder! Esta semana no hace falta que pise el gimnasio… –dice para sí mismo mientras entra en el vestíbulo de la agencia.
–Rick, el señor Dillon quiere que vayas a su despacho a verle –le dice la recepcionista cuando pasa por delante de ella.
–Sí, en un rato voy –contesta sin pararse, dirigiéndose con rapidez hacia el despacho de Connor, en el que irrumpe sin molestarse en llamar–. ¡Sully!
En cuanto entra y lo encuentra vacío y totalmente ordenado, se queda parado. Da varias vueltas sobre sí mismo, intentando recordar si le comentó que se iba a coger algún día libre o si tenían alguna reunión a la que él había olvidado asistir.
–¿Dónde está Sully? –pregunta a la recepcionista cuando vuelve a salir al pasillo.
–Me parece que de eso quiere hablarte el señor Dillon… –le contesta agachando la mirada y centrándose de nuevo en la pantalla del ordenador.
Rick arruga la frente y empieza a caminar hacia el despacho de su jefe, aún con el teléfono en la mano, dispuesto a demostrarle a Sully que no se acostó con Sharon, que ella, presa de la envidia, se lo había inventado todo.
–Bruce, soy Rick –dice mientras llama a la puerta con los nudillos.
–Pasa –le responde su jefe desde dentro.
En cuanto lo hace, señalando hacia el pasillo, aún con la frente arrugada, le pregunta a su jefe:
–¿Dónde está Sully? ¿Me he olvidado de alguna reunión? Porque no recuerdo que me dijera que se cogía algún día libre…
–Rick, siéntate un momento… –le pide Bruce con la cara compungida.
–¿Qué cojones pasa? ¿Por qué me miras así?
–Rick, Connor se ha ido –le suelta al cabo de un rato, enseñándole un papel–. Me ha dejado una carta renunciando al puesto por motivos personales.
–¡¿Qué?! No puede ser… –dice cogiendo la carta y leyéndola.
Sus ojos se mueven con rapidez por la hoja mientras lo lee, bajo la atenta y preocupada mirada de Bruce.
–Me he encontrado la carta en mi mesa esta mañana. Pensaba que tú sabrías algo, pero por tu cara veo que no…
–¡Maldito imbécil! ¿Es irrevocable? ¿No pretende volver?
–Por mí puede hacerlo cuando quiera. Sois mi mayor tesoro y estaría loco si quisiera perderos a alguno de los dos… ¿Crees que es por lo de su padre? Porque si es por eso, si hablas con él, dile que puedo darle todo el tiempo que necesite.
–No creo que sea por lo de su padre… –contesta Rick buscando el número de su amigo en la agenda del móvil.
–A mí tampoco me lo ha cogido… –le informa Bruce cuando le ve alejarse el teléfono de la oreja.
Rick se levanta de la silla, sin saber qué hacer ni qué decir. Él que llegaba tan contento, seguro de que la grabación que consiguió ayer devolvería la sonrisa a su amigo y le daría la fuerza necesaria para luchar por Zoe.
–Necesito… –dice mirando de un lado a otro–. Necesito pensar…
–Tranquilo. Todos lo necesitamos. Solo quiero que sepas que confío en ti y cuento contigo para liderar esta agencia a pesar de la marcha de Sully.
–Yo…
Rick baja los hombros en señal de derrota y sale al pasillo, dando un fuerte portazo. Tras un momento de indecisión, entra en su despacho y camina decidido hacia la botella de whisky. Pone una cantidad generosa en un vaso y se lo bebe de un trago. Se vuelve a servir y se acerca a la ventana, donde observa el tráfico de la ciudad, apoyando un brazo en el cristal. Al rato, se fija en el reflejo de su escritorio que se proyecta en la ventana, y que encima de él hay un par de sobres. Se gira rápidamente y se sienta en su silla. En uno de los sobres, el de color blanco, ve su nombre escrito. En el otro, algo más grande y acolchado, es el nombre de Zoe el que se puede leer. Coge el suyo y cuando lo abre, saca una hoja de papel escrita a mano. Reconoce enseguida la letra de Sully.
Hola, Rick,
Supongo que debes de haber hablado ya con Bruce y que ahora mismo estarás muy cabreado conmigo. Tienes que saber que si me ha costado tomar esta decisión, es en gran parte por ti. Eres mi mejor amigo, como mi tercer hermano, y solo soy capaz de recordar buenos momentos a tu lado. Es por eso mismo, por la amistad que nos une, que te pido que intentes entender los motivos de mi marcha.
Los acontecimientos de estas últimas semanas me han sobrepasado y me han llevado a un estado de autodestrucción bastante preocupante. No puedo comer, no puedo dormir, no puedo rendir en el trabajo y no soy, ni de lejos, la mejor compañía posible.
Necesito alejarme de ella, a pesar de que eso signifique alejarme de ti y de mis hermanos. Ella se merece ser feliz y yo no lo seré si veo cómo rehace su vida alejada de mí. Soy así de egoísta.
Perdóname si al principio no te cojo el teléfono, ni a ti ni a nadie, pero necesito un tiempo prudencial para hacerlo sin ponerme a llorar como un imbécil. Te juro que cuando esté listo, me pondré en contacto con vosotros.
Aún no sé a dónde voy a ir. Quizá intente comprobar que mi padre no mentía cuando decía que en Cork llueve trescientos días al año y los otros sesenta y cinco nieva. Me apetece también pasear por las calles de París o estirarme en una playa del Caribe. Ver o hacer cosas que me quiten a Zoe de la cabeza. Te tengo que pedir un favor. Te he dejado un sobre para ella. Necesito que se lo des y que te asegures de que lo abre y de que acepta lo que he guardado en su interior.
De mis hermanos tampoco me he despedido, básicamente porque habrían sido capaces de pegarme una paliza para no dejarme ir, y valoro un poco mi vida. Les he dejado una carta como esta que estás leyendo, para intentar que lo entiendan.
Te prometo que volveremos a encontrarnos.
Te quiero (ahora mismo estarás pensando que soy un marica),
Sully
Rick no puede evitar sonreír al acabar la carta porque, a pesar de estar en total desacuerdo con su marcha, entiende perfectamente los motivos de la misma. Aun así, vuelve a intentar llamarle, con el mismo nulo éxito de antes, y luego le escribe un mensaje.
Acabo de leer tu carta, marica. Necesito contarte algo muy importante. Llámame en cuanto leas esto.
Rick deja el teléfono y la carta encima de la mesa y coge entonces el sobre dirigido a Zoe. Conociendo a Sully, puede haber cometido cualquier locura por esta mujer, así que asegurarse de que ella acepte lo que sea que haya en el interior, puede convertirse en una ardua tarea. Entonces, su móvil empieza a sonar.
–Espero que sea realmente importante y no una treta de las tuyas, porque te cuelgo –dice Connor al otro lado de la línea.
–Yo también me alegro de oírte, gilipollas.
Se quedan en silencio durante unos segundos, pero ambos sonríen.
–¿Dónde estás? –le pregunta entonces Rick.
–En el aeropuerto.
–¿Ya? ¿Tan rápido?
–Era algo que tenía decidido desde hacía un tiempo. Si no me he ido antes era para no dejar a mi padre.
–Y a los demás que nos jodan.
–Los demás podéis valeros por vosotros mismos…
–No te creas… Me siento perdido… ¿Qué hago cuando la vieja Folger me pregunte por ti? ¿Y si decide que yo sea tu sustituto y me acosa?
–Seguro que algo se te ocurre… Oye, tengo que coger un vuelo… ¿Qué es eso tan importante?
–Verás, tienes que escuchar algo que te hará cambiar de opinión.
–Rick –suspira Connor–, no es una decisión que haya tomado a la ligera…
–Sully, aquella noche no te acostaste con Sharon. Ella se lo inventó todo porque estaba celosa de Zoe.
–¿Qué…? Rick, ¿cómo…?
–Ayer la emborraché y la grabé con el móvil. Lo confesó todo, Sully. Me dijo que te dormiste al poco de llegar a la habitación. Puedes hacérselo escuchar a Zoe y demostrarle que no le fuiste infiel.
Ambos se quedan callados durante unos segundos. Connor procesando las palabras de su amigo y Rick esperando a que Sully empiece a gritar de alegría. Lejos de eso, el ánimo de Rick decae cuando su amigo dice:
–Sí le fui infiel, Rick.
–Pero…
–Aunque no me la tirara, recuerdo querer hacerlo.
–¡Venga ya, Sully! ¡Yo también me quiero tirar a Monica Bellucci y eso no quiere decir que lo haya hecho!
–Odié a Zoe por mentirme, quise hacerle daño, quise que Sharon me besara, quise que me quitara la ropa en el ascensor, quise que me la chupara mientras yo intentaba abrir la puerta de su habitación… Quise hacer todo eso. No sé en tu mundo, Rick, pero en el mío, eso también es ser infiel.
–Pero…
Rick se calla al escuchar de fondo una voz enlatada de la megafonía del aeropuerto que avisa del embarque de uno de los vuelos.
–Me tengo que ir, Rick.
–Pero le puedo dejar escuchar la grabación a Zoe…
–Como veas… Yo, mientras le des el sobre y te asegures de que lo acepte, estaré contento. Me tengo que ir, Rick.
–Vale… Cuídate mucho.
–Tú también.
–Nada de mariconadas.
–De acuerdo.
–Que te follen.
–Y a ti.
Cuando cuelgan, Rick vuelve a coger el sobre dirigido a Zoe y lo observa durante un rato, dando pequeños golpes en la mesa con él. Niega con la cabeza con una sonrisa en los labios porque Sully es así de exigente consigo mismo, y si eso es lo que necesita para ser feliz, él no es nadie para reprocharle nada.
Justo al colgar, Connor mira su teléfono durante unos segundos y luego lo apaga antes de guardarlo de nuevo en su mochila. Saca el billete y se pone al final de la cola de embarque.
–¡Connor!
De repente oye como alguien dice su nombre a lo lejos. Se gira pero no ve a nadie conocido, aunque juraría que sonaba como la voz de Sarah. Es entonces cuando, más allá del arco de seguridad por el que solo pueden entrar los pasajeros, confirma que está en lo cierto y la ve a ella junto a su hermano Kai, gesticulando con ambos brazos para llamar su atención. Arruga la frente y abre los brazos preguntándoles qué narices hacen allí, pero ellos no paran de llamarle y de hacer aspavientos. Echa un vistazo de nuevo a la cola de embarque, aún queda mucha gente por entrar y parece que las azafatas se lo toman con calma y son minuciosas, así que da media vuelta y corre hacia atrás.
–¿Qué hacéis aquí? –les pregunta a través del cristal que les separa.
–¿Qué cojones significa esto? –dice Kai mostrándole la carta que les escribió.
–Lo necesito –contesta agachando la cabeza–. No espero que lo entiendas, pero sí que respetes mi decisión. Yo no puedo…
–¡Eh! Connor, Connor, calla un momento –le interrumpe Kai–. Claro que lo entiendo, pero no puedo creer que te fueras sin despedirte. No puedo creer que pensaras que esta puta carta sería suficiente…
–Yo no… –Connor niega con la cabeza mientras se le humedecen los ojos. Mira a Kai y a Sarah, la cual no ha sido capaz de retener las lágrimas–. No podía deciros adiós. Esto ya me está resultando lo suficientemente duro, como para añadir más obstáculos.
–Escúchame –le dice Kai apretando la mandíbula con fuerza para detener sus emociones–. Prométeme que volverás. Prométeme que cuando hayas superado lo de Zoe, regresarás a casa. ¡Prométemelo, maldita sea!
El pecho de Kai sube y baja con rapidez. Se frota los ojos con el brazo y golpea el cristal con rabia. Connor mira a un lado y a otro y de repente sale corriendo hacia su izquierda. Salta por encima de uno de los cordones de seguridad, traspasando al otro lado del cristal. Una vez allí, corre hacia su hermano y se tira a sus brazos.
–Joder… Eres un gilipollas, ¿lo sabías? –le dice Kai cuando se separan, cogiéndole la cara con ambas manos.
–Viene de familia… –responde Connor sonriendo.
–Evan te va a matar y luego a mí por no avisarle, pero hemos venido tan pronto hemos leído la carta –dice Kai, justo antes de que Connor fije la vista en la pobre Sarah–. Cuidado porque venía dispuesta a darte hostias hasta que suplicaras clemencia…
Connor sonríe agachando la cabeza antes de caminar hacia Sarah. En cuanto se pone frente a ella, se encoge de hombros y hace una mueca de disculpa.
–Lo siento.
–No te lo perdonaré nunca, que lo sepas –solloza ella contra su pecho, golpeándolo con suavidad.
–Perdona, perdona… No me veía con fuerzas de despedirme de todos…
–Así que no lo hiciste de nadie. Muy bonito –dice Sarah, mientras Connor la mira–. No es justo lo que os estáis haciendo.
–Cuídala mucho, ¿vale? ¿Me lo prometes?
Connor mira de nuevo hacia su puerta de embarque y ve como los últimos pasajeros entregan los billetes y pasaportes a las azafatas.
–Me tengo que ir –dice caminando hacia atrás sin dejar de mirarles a los dos.
–¡Prométemelo! –le grita Kai cuando Connor ya ha pasado al otro lado del cristal.
–¡Lo prometo! –responde él levantando el pulgar sin dejar de correr hacia las azafatas, que le miran con cara de mala leche.
Zoe deambula por su apartamento, recién levantada a pesar de ser cerca de las siete de la tarde. No es que haya dormido hasta tan tarde, de hecho llevaba varias horas despierta, sino que no encontraba ningún motivo para salir de la cama. Hayley, como lleva haciendo desde que la ex de Evan desapareciera del mapa, se ha casi mudado con él a su casa, aunque siga teniendo parte de su armario aquí.
Se sienta en el sofá, enciende la televisión y, con el mando a distancia en la mano, pasa de un canal a otro sin prestar atención a nada en particular. Al final, deja el mando a un lado y sin saber en qué canal se ha quedado, mira con apatía la pantalla. Se descubre viendo «El último superviviente», un programa que ella y Hayley solían tragarse en ocasiones, donde sueltan en mitad de la nada a un tío que es la mezcla perfecta entre McGyver y Spiderman, con la misión de volver a la civilización buscándose la vida con los recursos que vaya encontrando por el camino. La verdad es que siempre se lo han pasado bien viendo el programa, sobre todo porque el tío se acababa desnudando en nueve de cada diez episodios y la verdad es que tiene un cuerpo digno de admirar. Pero esta vez, ver como destripaba a una oveja muerta y utilizaba su piel a modo de petate para meter su ropa y cruzar un río a nado, no la hizo disfrutar para nada. No podía parar de llorar por la pobre oveja. Con los ojos rojos de tanto llorar, se limpia la cara con la manga de la sudadera, que para colmo se da cuenta de que es de Connor.
–Oh, mierda –solloza sin control.
En ese momento, llaman al timbre y se paraliza por completo. ¿Será él? ¿Quiere que sea él?
–¿Zoe, estás ahí? Soy Rick.
Vale, no es él, piensa sin saber si sentir alivio o decepción, mientras se acerca a la puerta. En cuanto la abre, Rick, cuya cara ya denota una inseguridad nada propia de él, se derrumba aún más.
–Hola… Esto… preguntar si estás bien no tiene mucho sentido ahora, ¿no?
–¿Qué? Ah, ¿lo dices porque estoy llorando? –dice ella secándose la cara con más empeño mientras se aparta a un lado para dejarle pasar–. Es que acabo de ver como despellejaban a una oveja para convertir su piel en una bolsa impermeable para meter ropa y poder cruzar un río…
Zoe se calla al ver la cara de Rick, que la mira con los ojos y la boca muy abiertos, tentado de salir huyendo por donde ha venido.
–Normalmente no me hace llorar y es entretenido… –prosigue ella intentando dar una explicación a su comportamiento, aunque por la expresión de él no lo está consiguiendo, así que vuelve a callarse y se coloca varios mechones de pelo detrás de la oreja de forma compulsiva.
–Eres un poco rara –le suelta Rick mirándola fijamente antes de apagar la televisión–, y voy a apagar esto antes de que me montes otra escena cuando el tipo ese abra en canal un bisonte y se meta dentro para guarecerse y no pasar la noche al raso.
Es entonces cuando Zoe se da cuenta de que lleva un sobre en una mano y un pack de seis botellas de cerveza en la otra. Rick, al ver que ella las mira, las alza para mostrárselas.
–Tengo que darte una cosa y quiero que escuches otra, y creo que vamos a necesitar algo de ayuda de nuestras amigas rubias embotelladas.
Rick empieza a abrir cajones para buscar un abridor hasta que pierde la paciencia y, apoyando el cuello de la botella en la encimera de la cocina, hace saltar la chapa de un golpe seco. Repite la operación con otra botella y coloca cada una frente a un taburete. Ambos se sientan y Rick le acerca su botella para brindar. Zoe, totalmente descolocada, tarda unos segundos en reaccionar, pero luego piensa que tampoco tiene otra cosa mejor que hacer, y que beber quizá le sirva para dejar de pensar en Connor.
–Sully me ha dejado este sobre para ti.
O tal vez no. Antes de cogerlo, Zoe se fija en el sobre y en su nombre escrito en él. Luego, se da cuenta de las palabras exactas de Rick.
–¿Qué quieres decir con que me ha dejado esta carta? ¿Dónde está Connor? ¿Se ha ido?
–Abre el sobre, por favor.
Zoe lo coge con ambas manos y, tras unos segundos, lo rasga y saca del interior una hoja escrita a mano por Connor, unas llaves y otro sobre blanco y más pequeño. Mira a Rick buscando respuestas, pero él se encoge de hombros.
–A mí no me mires. Yo solo soy el portador y el que se tiene que asegurar de que lo aceptas.
–¿Aceptar el qué?
–Lo que sea que haya aquí dentro.
Ella arruga la frente y traga saliva intentando enfocar la vista.
Hola, Zoe
La verdad es que no sé siquiera por dónde empezar… Debería decirte esto en persona, pero no tengo el valor necesario para hacerlo, así que espero que me perdones por ello.
He decidido irme por un tiempo. Necesito alejarme de todo y tomarme un descanso. Necesito alejarme de ti porque soy incapaz de mirarte a la cara sin sentir vergüenza de mí mismo. No puedo estar a tu lado y no acercarme a ti, olerte, acariciar tu piel o besar tus labios. Necesito alejarme porque soy un egoísta de mierda, y no quiero ver cómo rehaces tu vida en brazos de otro, aunque sé que mereces ser feliz.
Prometo volver de aquí a un tiempo, cuando me sienta preparado para mirarte de nuevo sin romperme en pedazos.
Durante estas semanas alejado de ti, he podido pensar mucho y quiero recompensarte por todo el daño que te he hecho.
En el sobre encontrarás unas llaves. Son las de mi apartamento. Si no te has deshecho de él, debes de tener aún el juego que te di. Este es el mío. Quiero que te lo quedes y que vivas allí. Sé que Hayley pasa mucho tiempo en casa de Evan, así que ya no tienes excusa. Además, en el baño hay una ducha a la que no puedes decirle que no, y en el armario tienes gran parte de tu ropa…
Ahora, turno para el otro sobre. Me tomé la libertad de sacar algunas fotos a tus pinturas y he hablado con varias galerías de arte. Una de ellas quiere exponer tus obras. De hecho, van tan en serio que en el sobre encontrarás un cheque de cinco mil dólares como pago adelantado. Quieren verte y hablar contigo. En el interior encontrarás la tarjeta de la tratante de arte con la que debes ponerte en contacto. Siento haberme entrometido de alguna manera, pero quería que llegaras a trabajar en lo que te gusta, así que me he asegurado de que tuvieras motivos suficientes para poder invertir todo tu tiempo en hacer algo que te haga feliz.
Así pues, ¿te mudarás a vivir a tu nuevo apartamento? ¿Dejarás de trabajar en el taxi y te dedicarás a pintar?
Necesito que digas que sí. Dime que sí. Bueno, díselo a Rick. Dile a Rick que aceptas mis propuestas.
Quiero devolver la felicidad a tu mirada y que vuelvas a sonreír. Quiero devolverte lo que te quité.
Te quiero. Siempre te querré.
Connor
Zoe, relee la carta una segunda vez, enjuagándose las lágrimas bajo la atenta mirada de Rick, que intenta descifrar lo que pone en la carta, sin mucho éxito.
–¿Qué…? –es lo único que se atreve a decir.
–Es que no sé si debo… O sea, no… Es increíble –solloza Zoe sin dejar de mirar el papel, cuya tinta aparece corrida en algunas partes por las lágrimas que le han caído encima–. Connor es increíble…
–Entonces, ¿aceptas?
Ella levanta la vista y le mira sorbiendo los mocos. Mira las llaves del apartamento de Connor y se las acerca al corazón mientras asiente con una sonrisa en los labios. Rick la observa desconcertado, pensando que realmente nunca conseguirá entender a las mujeres. ¿Por qué no pueden simplemente llorar de tristeza y reír de felicidad? ¿Por qué a veces lloran desconsoladamente con una sonrisa en los labios?
–¿Eso es un sí? –pregunta para asegurarse.
–Sí. Es un sí. Sí me mudaré a su apartamento y sí acepto el cheque de la galería de arte y les llamaré para firmar el contrato con ellos.
–¿Eso ha hecho? –pregunta con los ojos a punto de salirse de las órbitas–. ¡Jajaja! Es el puto amo. Joder, no sabes qué peso me quitas de encima.
Coge otra botella y vuelve a abrirla de la misma forma que antes.
–¿No deberías tomártelo con más calma? –le pregunta Zoe.
–No. Bebe un poco tú también y agárrate porque vienen curvas.
–Y luego yo soy la rara… –dice Zoe para sí misma mientras se lleva la botella a los labios.
–De acuerdo. Mientras Sul, digo Connor, ideaba todo esto, yo puse en práctica un plan que ha confirmado mis sospechas.
–A ver, habla claro, Colombo.
–Yo sabía que Connor era incapaz de hacer lo que hizo. Sabía que no se había follado a Sharon.
–¿Quieres decir que ellos no…?
–No se acostaron, Zoe.
–¿Cómo…? ¿Cuándo…?
–La emborraché y logré que confesara. Connor iba tan borracho que se durmió. Sharon mintió. Y lo mejor de todo es que la he grabado mientras me lo contaba todo –dice Rick sacando su teléfono y poniéndolo frente a ella–. ¿Quieres oírlo?
Zoe mira fijamente el móvil, sin parpadear, intentando averiguar los motivos por los cuales Sharon podría llegar a hacer eso.
–¿Connor sabe todo esto? –le pregunta señalando al teléfono.
–Sí… Se lo he dicho esta mañana. Así que cuando te preparó todo esto, no lo sabía aún.
–¿Y qué te dijo él?
–Bueno… No recuerdo sus palabras exactas…
–Rick, por favor. ¿Qué dijo?
–Él cree que, aunque no se haya acostado con ella, te fue infiel –confiesa Rick.
–Entonces, si él piensa así, supongo que hay ciertas partes de la historia que sí son verdad.
–Bueno, no sé, quizá es algo que debas preguntárselo a él…
–Sí, ahora le llamo. Ah no, espera, que quiere alejarse de mí y no hablará conmigo. Rick, cuéntamelo. La verdad no puede hacerme más daño.
Con los hombros caídos y las manos en el regazo agarrando su cerveza, Rick la mira derrotado.
–Sí comieron juntos. Sí fueron al bar y se emborracharon. Sí se besaron y subieron a la habitación. Y a partir de ahí empieza la mentira.
–Así que él sí iba con intención de acostarse con ella…
–Pero no lo hicieron…
–Porque bebió unas copas de más, y teniendo en cuenta lo poco que estaba comiendo últimamente… Unas copas menos o algo más de comida en su estómago, y la línea que separa la verdad de la mentira estaría algo más allá.
–Bueno, yo solo intentaba ayudar… Tienes que escucharlo, de verdad…
Zoe mira el teléfono de nuevo y haciendo acopio de todo el valor necesario, aprieta el botón para iniciar la reproducción de la grabación. Cuando escucha la voz de Sharon, algo se revuelve en su interior y es entonces cuando se da cuenta de que la idea de Rick de traer las cervezas, ha sido brillante. Mientras la escucha, acaba con la que tenía entre manos y le hace señas para que le abra otra.
–Será puta… –se le escapa a Zoe cuando la oye suplicar para engatusar a Rick y llevárselo a la cama.
Hasta que llega a la parte de la confesión de que no pasó nada y nota el desprecio en su tono de voz cuando explica cómo Connor lloraba y repetía una y otra vez que quería a Zoe y que era incapaz de serle infiel. Se lleva una mano a la boca, producto de la emoción, mientras empieza a sentir como se le encoge el corazón. Le gustaría arrancarle la cabeza a esa hija de puta, por haberla menospreciado, por haber mentido a Connor, pero sobre todo, por haberse reído de él. En cuanto la grabación llega al momento en que Rick y ella suben en el ascensor, él la detiene y se guarda el teléfono en el bolsillo.
–¿Qué me dices ahora?
–Que al final a Sharon le salió bien su maldito plan, aunque no consiguiera llevarse a Connor a la cama.
–Yo no lo veo así porque, a pesar de todo, los dos os seguís queriendo más que a nada ni nadie en el mundo. Es algo que ella no puede impedir.
–Es muy difícil seguir queriendo a alguien que está a miles de kilómetros de ti.
–Pero no imposible.
–Pero… pero, ¿por qué no me avisasteis?
–Lo siento, Evan. No tuvimos tiempo de hacerlo. Leímos en la carta que iba a largarse y directamente cogimos el coche sin saber con exactitud si llegaríamos o no a tiempo.
Evan agacha la cabeza mientras su hermano intenta hacerle entender la situación. Ha podido leer la carta y conocer así de primera mano la explicación de Connor acerca de su marcha. Al igual que Kai, entiende los motivos, pero nunca podrá perdonarle que no se haya despedido de él.
–Volverá, Evan, no te preocupes…
–¡Y una mierda! –grita haciendo aspavientos con los brazos–. Se fue por culpa de Zoe y mientras ella siga aquí, no volverá.
–Si dices eso delante de Hayley, te meterás en problemas…
–Entiéndeme… Connor se ha ido porque es incapaz de verla casi a diario, porque está enamorado, Kai… Prefiere estar a miles de kilómetros de distancia de todo y de todos, antes que no estar con ella.
–¿Sabes una cosa, Evan? Si esto mismo llega a pasar hace unos meses, le hubiera traído de vuelta a casa arrastrándole por la oreja y le hubiera pegado de hostias hasta hacerle entrar en razón. Pero ahora, le entiendo perfectamente. Sería incapaz de vivir sin Sarah –confiesa Kai rascándose la nuca.
Ambos se quedan mirando al suelo, perdidos en sus propios pensamientos, recordando a las causantes de sus respectivos quebraderos de cabeza, sin poder dejar de sonreír.
–¿Sabes si se llegó a despedir de ella? –pregunta Evan pensativo.
–No lo creo.
–En el fondo, me siento algo responsable de que se haya ido…
–¿Tú? ¿Qué tienes tú que ver en ello?
–Ya sabes, Nueva York es una ciudad enorme. ¿Qué probabilidades tienes de volverte a encontrar con tu ex, una vez has roto?
–Pocas… Yo al menos, no me he vuelto a encontrar con casi ninguna tía de las que me he tirado a lo largo de mi vida… Gracias a Dios…
–Excepto si resulta que tu ex es la mejor amiga de la novia de tu hermano.
–Cierto. Ahí se complica la cosa… –contesta Kai después de sopesarlo unos segundos–. Pues sí, en el fondo tienes parte de culpa.
–Joder, gracias por tus ánimos…
–¿Qué se supone que tengo que decir?
–No sé. Quizá algo así como, «no te preocupes, Evan, no es culpa tuya». Me ayudaría a sentirme algo mejor.
–De acuerdo. No te preocupes, Evan, no es culpa tuya.
–Gracias.
–De nada –contesta Kai con una sonrisa burlona–. Aquí me tienes para lo que necesites.
–¿Te das cuenta de que gracias a Connor, nosotros dos conocimos a Sarah y a Hayley?
–¿Estás intentando hacerme sentir mal?
–Puede. ¿Funciona?
–En absoluto. El que la cagó fue él, no nosotros. Si hubiera mantenido el churro dentro de la bragueta, todo esto no habría sucedido nunca.
–¿Qué hubieras hecho si te llega a pasar a ti? –le pregunta Evan.
–¿Si hubiera tenido un desliz con otra? Lo dudo porque, como Sarah, ninguna…
–¿Qué pasa? ¿Ha instalado micros por toda la casa y tienes miedo de que te oiga? –dice Evan mirando de un lado a otro–. Ahora en serio, ¿qué habrías hecho en el lugar de Connor?
–Negarlo como un cabrón. No había pruebas, así que era la palabra de Sharon contra la de él. Estaba tirado… ¿Te has liado con Sharon? ¡No! ¿Te has acostado con ella? ¡No! ¿Te la ha chupado como si no hubiera un mañana? ¡No!
Kai se encoge de hombros y abre los brazos bajo la atónita mirada de su hermano.
–Así de fácil. Pero para su desgracia, Connor tiene un sentido de la responsabilidad y de la auto-flagelación muy acusado.
–Supongo que te refieres a que tiene integridad…
–En ocasiones, la línea que separa la integridad y la idiotez, es muy fina, casi imperceptible.
Evan observa cómo su hermano, sin siquiera inmutarse, se da la vuelta y vuelve a centrar su atención en el armario de su padre, del que están sacando la ropa para meterla en cajas y darla a la beneficencia.
–En serio que a veces creo que Sarah debería recibir una especie de paga por la labor social que está haciendo contigo… –dice Evan, aunque Kai, si le ha oído, no parece molestarse en contestar.
–Chicos –irrumpe Sarah en el dormitorio.
–Hablando de Roma… –suelta Evan.
–Abajo está todo más o menos controlado. Me han llamado Hayley y Zoe y me voy un rato con ellas.
–¿Qué vais a hacer?
–Ir al nuevo apartamento de Zoe.
–¿En serio? ¿Zoe tiene nuevo apartamento? –pregunta Kai levantando las cejas–. ¿Dónde?
–En el Soho –contesta Sarah con una sonrisa en los labios.
–¿En serio? –dice Evan–. ¿Cerca de donde vivía Connor?
–No, cerca no. Exactamente donde vivía Connor –asegura Sarah.
–¿Connor le ha dejado su piso a Zoe? –pregunta Kai con la boca abierta mientras ella asiente sonriendo–. Estoy alucinando.
–Pues espera a que te cuente el resto…
–Gracias, chicas. En serio que no me veía capaz de hacer esto sola –dice Zoe mientras las tres miran hacia la fachada del edificio–. Son demasiados recuerdos…
–Es comprensible –dice Sarah pasando su brazo alrededor de los hombros de Zoe–. Para eso estamos aquí, para que no tengas que enfrentarte sola a esto.
–Y porque somos cotillas por naturaleza. Queremos registrarlo absolutamente todo, cajón de la ropa interior incluido –añade Hayley.
–Sí –confiesa Sarah–, para eso también.
–Porque digo yo que algo de ropa se habrá dejado, ¿no? Aunque sea en el cubo de la ropa sucia…
–¡Hayley! –le recrimina Zoe.
–Que sí, que sí, que si te ha dejado ropa para lavar, la quemamos, pero no antes de echarle un vistazo…
Las tres entran en el edificio, y suben en el ascensor hasta el ático sin poder parar de reír. Zoe sabía que si llamaba a sus amigas, el amargo trago de entrar de nuevo en casa de Connor sería más llevadero y, de momento, parece haber acertado de lleno. Con la llave metida en la cerradura, antes de girarla para abrir la puerta, resopla varias veces.
–Vamos allá –dice abriendo.
En cuanto pone un pie en el espacio diáfano que componen el recibidor, la cocina, el comedor y el salón, un aroma familiar la invade por completo. Totalmente abrumada por los recuerdos que ese simple olor ha despertado en ella, se ve obligada a cerrar los ojos. Hayley y Sarah no la pierden de vista, y la flanquean preocupadas, hasta que ven como una hermosa sonrisa empieza a dibujarse en sus labios.
–¿Estás bien? –le preguntan.
–Sí –contesta ella totalmente embargada por la emoción–. Son muchos recuerdos, pero acabo de comprobar que, entre estas cuatro paredes, son todos buenos.
Empieza a caminar hacia la cocina, donde está todo perfectamente recogido.
–Ha limpiado, porque cuando vine el otro día, en la cocina había platos por fregar… –dice Sarah.
Pero Zoe no la escucha. Plantada frente a la nevera, con la vista fija en la puerta, recorre con los dedos las letras de la nueva palabra escrita con los ya famosos imanes.
–Siempre –dice Sarah detrás de ella–. Parece como si estuvierais jugando a encadenar palabras. Me parece que esa es la respuesta a tu «aún» y ahora es tu turno.
Zoe sonríe y entonces se percata de la nota amarilla que hay junto a los imanes.
Aparte de algo de ropa, me he tomado la libertad de llevarme la foto y tu dibujo. También he hecho algo de compra.
Abre entonces la puerta de la nevera y se queda con la boca abierta.
–No me jodas que te ha llenado la nevera –dice Hayley mientras Zoe asiente, abriendo el cajón de las verduras y sacando un manojo de rábanos sin poder parar de reír.
–No me lo puedo creer… –dice con lágrimas en los ojos.
–¿Los rábanos tienen un significado especial para vosotros o te has vuelto loca de remate? –pregunta Sarah.
–Es una tontería… Cuando íbamos juntos al supermercado y yo cogía cosas como rábanos, leche de soja o hamburguesas de tofu, él me miraba con cara de asco y se negaba en redondo a comprarlas, acusándome de querer envenenarle.
Hayley y Sarah la observan mientras ella vuelve a meter los rábanos en el cajón y comprueba que Connor no se ha olvidado de nada, negando con la cabeza sin perder la sonrisa en ningún momento.
–Por aquí tienes más notitas amarillas… –dice Hayley señalando al televisor.
Cuando Zoe se acerca y la despega de la pantalla, ve que es algo más larga que la otra. La lee detenidamente y enseguida se gira en busca del mando a distancia. Cuando lo encuentra, se sienta en el sofá, encogiendo las piernas, y enciende el televisor.
–¡Jajaja! ¡No me lo puedo creer! –dice mirando encandilada el partido de baloncesto que acaba de aparecer en la pantalla.
Sarah y Hayley se sientan a ambos lados de su amiga y se quedan también embobadas mirando el partido que están retransmitiendo, como unas forofas más, rememorando aquellas noches que pasaban en casa de Donovan. Cuando cambia de canal, Hayley no puede reprimir un grito al ver que están dando un programa de reformas. Con lágrimas en los ojos, Zoe vuelve a leer la nota.