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El día de Navidad era la fecha límite ¿Qué clase de hombre podía llegar tarde al funeral de su hermano? Uno frío y sin corazón, uno en el que Eve Darling, que se encontraba embarazada y sola, sabía que no podía confiar. Pero no iba a poder evitar al arrogante, despiadado y guapísimo Mac Kingston, que le reclamaba la herencia que su hermano le había dejado a ella. A medida que se acercaba la fecha del parto, más segura estaba Eve de que debía mantenerse alejada de la sonrisa amable y el corazón herido que se escondían detrás de la gélida apariencia de Mac. Hasta que una increíble tormenta de nieve la obligó a reconocer la bondad que había en él, ¡y su habilidad para traer bebés al mundo! Eve había encontrado al padre y al marido perfecto con el que podría formar una familia de verdad. Pero iba a hacer falta un verdadero milagro navideño para convencer a Mac de que se atreviera a amar de nuevo.
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Seitenzahl: 159
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Moyra Tarling
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Al calor de las llamas, n.º 1341 - septiembre 2015
Título original: Christmas Due Date
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-7214-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Si te ha gustado este libro…
Has llegado demasiado tarde. El entierro de David fue la semana pasada —dijo Eve Darling, al reconocer al hombre de cabello moreno que salía en la fotografía que David Kingston tenía sobre el escritorio.
—Ya estoy aquí —dijo él con cautela. Aun así, Eve observó que sus ojos grises expresaban una pizca de tristeza. La muerte de David la había afectado mucho, David había sido su jefe, y su amigo. ¿Cómo le habría afectado la muerte de David a su hermano?
—Como no contestaste a mi llamada, no me quedó más remedio que seguir adelante con los trámites del entierro.
—Lo comprendo —contestó él—. Necesito que me des el nombre del abogado de mi hermano. Cuanto antes solucione lo de su testamento, antes podré marcharme.
Al oír sus palabras, Eve se quedó sorprendida. Sin duda, David le había dejado todo a su hermanastro. ¿Pero era posible que Mac Kingston no estuviera interesado en regentar el Kingston Inn, la alegría y el orgullo de su hermano?
¿Cómo dos hermanos podían ser tan diferentes? David era un hombre generoso y cariñoso, apreciado por todos los empleados y vecinos de Cypress Crossing, una estación de esquí situada en el interior de British Columbia.
El hombre que Eve tenía delante iba vestido con una chaqueta forrada de piel de borrego y unos pantalones vaqueros. Parecía recién salido de la portada de una revista, pero ¿era tan insensible como aparentaba?
David siempre había hablado de su hermano con orgullo, pero Mac Kingston había perdido muchos puntos, sobre todo si el único motivo por el que había ido a Cypress Crossing era para recibir su herencia.
Eve trató de controlar su rabia. Se puso en pie y sintió cómo el bebé que llevaba en el vientre le daba pataditas.
—La abogado de David es Debra Graham. Su despacho está en Chestnut Drive, a tres manzanas de aquí. Está de vacaciones desde hace tres semanas.
—¿Cuándo regresará?
Eve miró el calendario.
—Creo que hoy o mañana.
—¿Podrías llamar a su despacho y averiguarlo?
—Por supuesto —contestó ella. Eve descolgó el teléfono y marcó el número de Debra, para su sorpresa, esta contestó—. ¿Deb? ¡Hola! Ya has vuelto —le dijo—. ¿Qué tal las vacaciones? —Eve escuchó la respuesta de Deb y mientras tanto, percibió la impaciencia del hombre que estaba a su lado—. Escucha, supongo que te habrás enterado de la muerte de David —le dijo—. Sí, ha sido un golpe muy duro —comentó—. Sé que debes de estar muy ocupada poniéndote al día con tu trabajo, pero quería saber si tienes un rato libre. Mac Kingston, el hermano de David, acaba de llegar, y está ansioso por verte. ¿Te parece bien que vaya ahora a tu despacho? —le preguntó Eve, tratando de no mirar al hombre que tenía enfrente—. ¿Perdón? No, yo no puedo ir —le dijo. No quería pasar más tiempo del necesario con el hermano de David—. Irá ahora mismo. Gracias, Deb. Hablaremos pronto.
—Así que la señora Graham ya ha regresado —comentó Mac cuando ella colgó el auricular.
—Sí, y puede recibirte ahora.
—¿Dijiste que su despacho está en Chestnut Street?
—Chestnut Drive —corrigió Eve—. Te escribiré la dirección en un papel.
Mientras se la escribía, el miedo y la preocupación se apoderaron de ella. David había sido un buen jefe y un gran amigo, y había permitido que trabajara hasta que diera a luz y que luego se reincorporara al trabajo en cuanto encontrara una guardería para su hija.
Eve sabía que David se sentía un poco responsable del apuro en el que ella estaba metida. Como ella no tenía familia, él había insistido en que se mudara al apartamento que tenía en el sótano de su casa, que estaba enfrente del hotel.
Cuando Eve terminó de escribir, se enderezó y le dio el papel a Mac. Al hacerlo, sus dedos se rozaron y el contacto hizo que ella se estremeciera. Lo miró a los ojos. ¿Él también había sentido lo mismo?
—He dejado mi bolsa abajo —dijo él—. El recepcionista me dijo que el hotel está lleno, pero creo que mi hermano tiene una casa muy cerca de aquí.
—Así es.
—¿Tienes un juego de llaves que pueda utilizar? —le preguntó Mac.
—Están aquí —Eve abrió un cajón y sacó el llavero de David.
—De hecho, yo debería… —iba a decirle que ella llevaba tres meses alquilando el apartamento del sótano de la casa de David, pero él no la dejó terminar.
—¿Puedes indicarme hacia dónde está la casa? Dejaré la bolsa e iré al despacho de la señora Graham.
—Por supuesto.
Mac Kingston abrió la puerta de la oficina. Esperó a que pasara Eve, y al hacerlo, ella sintió que la miraba de arriba abajo.
—¿Cuánto tiempo llevas trabajando para mi hermano? —le preguntó mientras bajaban las escaleras que llevaban al recibidor del hotel.
—Seis años —contestó ella—. Soy la subdirectora desde hace dos.
El aroma del árbol de Navidad invadía el ambiente, y en el salón, alguien tocaba villancicos con el piano.
Una vez abajo, Eve se fijó en que casi todas las mesas del restaurante estaban llenas, y se alegró. En esa época del año, la mayor parte de los clientes eran parejas jóvenes y grupos de estudiantes que disfrutaban de las vacaciones. Iban hasta allí para esquiar o practicar snowboard.
—¿El hotel siempre está tan lleno? —preguntó Mac.
—Durante las navidades, sí. Tenemos algunos clientes que hacen la reserva para el año siguiente cuando se marchan —contestó Eve orgullosa.
Los clientes habituales eran parte importante del éxito del Kingston Inn. Como Eve era la subdirectora se había esforzado mucho para hacer promociones nuevas y conseguir que los clientes regresaran año tras año.
—Bien… eso hará que sea más fácil vender este lugar.
Al oír sus palabras, Eve sintió un vacío en su interior. Se detuvo junto a una ventana y dijo:
—La casa de David está en la esquina de enfrente. Es la que tiene luces de Navidad en los aleros del tejado —dijo ella—. No tiene pérdida. Quizá, debería… —intentó decirle otra vez que ella vivía en el sótano.
—Me las arreglaré —dijo él—. Sin duda, hablaremos en otro momento —se despidió y se dirigió hacia la recepción.
Eve lo observó marchar, y se preguntó cómo reaccionaría Mac cuando la viera aparecer en la casa, más tarde. Regresó a su despacho, y nada más abrir la puerta, el aroma masculino que invadía la habitación le recordó que el hombre que acababa de llegar a Cypress Crossing amenazaba con complicarle la vida.
El comentario que había hecho Mac acerca de vender el hotel rondaba por su cabeza. Aunque era probable que el nuevo propietario mantuviera a los mismos empleados que trabajaban en el hotel, Eve dudaba que también mantuviera a la misma subdirectora, y menos cuando esperaba dar a luz un par de semanas después.
Al pensar que tendría que dejar el trabajo que adoraba, sus ojos se llenaron de lágrimas.
¿Y qué pasaría con la casa de David? Seguro que también la pondrían a la venta. La rabia y la desesperación se apoderaron de ella al pensar que perdería la casa que David le había cedido temporalmente.
Con el poco dinero que tenía, y su hija recién nacida… El bebé comenzó a darle pataditas y Eve se dio un suave masaje en el vientre.
Trató de no pensar en ello. Según le había dicho el médico, preocuparse durante el embarazo no era bueno para el bebé.
Además, igual se equivocaba. Quizá no tenía de qué preocuparse. Quizá, después de todo, Mac Kingston no vendiera el hotel. Y quizá los burros volaran algún día.
Mac buscó las llaves de David en el bolsillo, y después de dos intentos, consiguió abrir la puerta de la casa de su hermano.
Tenía ganas de entrar y de tumbarse en la cama. Estaba muy cansado y su cuerpo se estaba ajustando a la diferencia horaria que había con Zurich.
Los médicos del hospital de Interlaken no quería que viajara. Ni siquiera querían darle el alta porque consideraban que los mareos que padecía se debían a la conmoción que sufrió durante una operación de rescate. Dos estudiantes ingleses y un miembro de su equipo habían muerto en una avalancha. Por suerte, él solo se había hecho unos cardenales y tenía una leve conmoción cerebral a causa de los golpes que se dio cuando la nieve lo arrastró por la ladera de la montaña.
Intentó convencerse de que el mareo se le pasaría e ignoró el dolor que sentía en las sienes. Además, la abogado de David estaba esperándolo, y él tenía que solucionar todos los papeles relacionados con la muerte de su hermano. Dejó la bolsa a la entrada de la casa, cerró la puerta y se marchó caminando por la acera.
Suponía que podía haber ido a ver a la abogado de David al día siguiente. David ya estaba muerto y eso no podía cambiarse.
Al pensar que no volvería a ver a David, sintió que se le encogía el corazón. Le hubiera gustado asistir al entierro de su hermano. Eve lo había llamado varias veces, justo después de que su equipo y él salieran a rescatar a los esquiadores.
La culpa y el arrepentimiento se apoderaron de él, y Mac sintió que las lágrimas afloraban a sus ojos. Parpadeó para evitar llorar. Desde muy pequeño, en la época en que pasaba de una casa de acogida a otra, había aprendido a ocultar sus sentimientos. De esa forma, nunca sería vulnerable, nunca sería débil, y nunca le harían daño.
Tenía trece años y era muy problemático en el colegio cuando lo acogió la familia Kingston. Enfadado y rebelde, hacía mucho tiempo que había abandonado la idea de tener una familia. Esas navidades de veintidós años atrás cambiaron su vida para siempre. Los padres de David habían acogido a Mac, y lo habían tratado como si fuera su propio hijo. Por primera vez en su vida, Mac había tenido unas navidades como las que sueña con tener cualquier niño.
Por aquel entonces, David Kingston tenía dieciocho años y Mac esperaba que como era mayor, se metiera con él. Pero David, le había sonreído, y tras darle un puñetazo en el brazo, le había dicho:
—¿Quieres venir a la pista de hielo a jugar al hockey conmigo?
En menos de un año, los Kingston habían adoptado a Mac. Durante cinco maravillosos años, Mac creció rodeado de amor, y comenzó a pensar que los calificativos de estúpido e inútil que había recibido durante su vida, no lo describían a él.
Pero cuando Maggie y Joe Kingston fallecieron en un accidente de coche, el caos volvió a reinar en su vida. David era la única persona que le quedaba de aquellos tiempos felices, y sin embargo, también se había marchado.
Mac se detuvo en el semáforo y miró el nombre de la calle. Era Chestnut Drive. Torció a la derecha y caminó hasta la mitad de la manzana, hasta que llegó a una puerta en la que había un cartel que decía: Debra Graham, Abogado. Giró el pomo de la puerta, y entró.
La oficina parecía vacía, pero al cabo de un momento, una mujer de cabello oscuro salió de una habitación.
—Usted debe de ser Mac Kingston —dijo ella, y le tendió la mano—. Soy Debra Graham.
—Gracias por recibirme sin haberla avisado antes —dijo él.
—Pase, por favor. Quítese la chaqueta —le sugirió—. Primero, quiero decirle que siento mucho la muerte de su hermano. David era un hombre estupendo y todos lo apreciábamos.
—Gracias —murmuró Mac, y se quitó la chaqueta. La dejó sobre una de las sillas que había en la sala y se sentó en la otra.
—Tengo que disculparme por no haberme puesto en contacto con usted antes —dijo Debra—. He estado de vacaciones en las Barbados y he regresado esta mañana —se sentó en la silla de cuero que estaba detrás del escritorio—. De hecho, estaba escribiéndole una carta —dijo, y señaló unos papeles que tenía sobre la mesa.
—¿Por qué no hace un breve resumen? —dijo Mac—. No quiero estar más tiempo del necesario en Cypress Crossing. Estoy deseando solucionar todo esto, para poner a la venta el hotel y la casa de David, cuanto antes.
Debra se inclinó hacia delante y entrelazó los dedos de ambas manos.
—Puede que eso no sea posible —dijo ella.
Mac la miró asombrado y frunció el ceño.
—No comprendo. Soy el único pariente de David que queda vivo.
—Pero no el único beneficiario.
—Continúe.
—David le ha dejado a usted la mitad de sus pertenencias, pero la otra mitad se la ha dejado a Eve Darling.
Cuando Eve llegó a la puerta de la casa, ya había varios grados bajo cero. Se quitó un guante y buscó la llave en el bolsillo de su abrigo. Antes de abrir la puerta, dudó un instante. Se preguntaba si el hermano de David habría regresado del despacho de Debra Graham.
Entró en el recibidor y casi tropezó con la bolsa de viaje que estaba en el suelo. Se alivió al ver que Mac Kingston no había regresado. Eve cerró la puerta y cruzó el recibidor hasta su habitación. Desde que David había muerto, ella había evitado subir al piso de arriba. Le resultaba muy difícil aceptar la muerte de su amigo. Contuvo las lágrimas y entró en su dormitorio. Se quitó el abrigo y lo colgó en el perchero. Después, se apoyó en la pared y se quitó las botas. Al ponerse las zapatillas, recordó que no había mirado el buzón.
Salió de nuevo, y cuando estaba recogiendo las cartas, una voz grave la sobresaltó.
—¿Qué diablos crees que estás haciendo?
A Eve se le cayeron las cartas al suelo, junto a los pies de Mac Kingston.
—Ya has llegado —dijo Eve.
Mac se agachó para recoger los sobres, y después le dijo mirándola a los ojos:
—¿Qué? Veo que te has mudado a esta casa.
—Antes intenté decirte que David y yo teníamos un acuerdo…
—Ya lo creo —la interrumpió con sarcasmo. Dio un paso adelante y ella dio un paso atrás.
—Vivo en el sótano —le dijo—. David insistió en ello —se apresuró a decir.
—¿De verás? —Mac cerró la puerta con el codo.
—No estoy segura de qué es lo que insinúas. David me ofreció el apartamento del sótano hasta que naciera el bebé.
—Qué generoso —dijo Mac, y se metió las cartas en el bolsillo.
—Sí —convino Eve—. David tenía fama de ser amable y generoso. Estoy pagando un alquiler —Eve deseaba saber por qué la gélida mirada de Mac la hacía sentirse tan mal—. Si no te parece bien, empezaré a buscar otro lugar para vivir mañana mismo.
—Ambos sabemos que no es necesario —dijo él, y se agachó para recoger su bolsa.
—¿No es necesario? —repitió Eve—. No lo entiendo. ¿Me estás diciendo que puedo quedarme?
Mac se puso derecho, y miró a Eve a los ojos.
—Muy bueno —dijo con ironía—. No esperarás que crea que no lo sabes ¿verdad?
—¿Saber qué?
—¡Que mi hermano te ha dejado la mitad de todo lo que tenía!
Eve se quedó de piedra. Se tambaleó, y se habría caído, de no ser porque Mac la agarró enseguida. Dejó la bolsa, y atrajo a Eve hacia sí.
Cuando su vientre redondeado chocó contra él, ella se quedó helada. Lo miró a los ojos, y durante un instante, vio en su mirada algo que no podía descifrar.
Podía sentir el calor de su respiración, y también el que irradiaba de su cuerpo. De pronto, se le aceleró el corazón. El bebé también reaccionó y comenzó a darle pataditas.
Mac bajó la vista y se fijó en que el vientre de Eve se movía a causa del bebé que llevaba dentro. Después, agarró la bolsa de nuevo y se dirigió hacia las escaleras.
Eve se metió en su habitación. Se apoyó contra la puerta y esperó a que se le calmara el pulso. Trató de convencerse de que su reacción no tenía nada que ver con Mac Kingston y que en el último mes de embarazo cualquier cosa podía hacerla reaccionar así.
Se dirigió a la cocina. No podía dejar de pensar en lo que le había dicho Mac. ¿Era cierto que David le había dejado la mitad de sus posesiones?
—Oh, David —dijo con voz temblorosa y con los ojos llenos de lágrimas. Le había conmovido el hecho de que David le hubiera dejado parte de la herencia.
Era evidente que ese era el motivo por el que Deb Graham quería que Eve fuera a su despacho. Eve sacó un pañuelo de papel y se sonó la nariz.
Si David le había dejado la mitad de todo lo que tenía, ¿por qué Deb no se lo había notificado? A menos que Deb se hubiera marchado de vacaciones antes de que David muriera, y se acabara de enterar.
Eve llenó la tetera de agua y la puso al fuego. ¿Era verdad que David le había dejado ese generoso legado?
David había hecho mucho por ella. Había permitido que se quedara en el apartamento del sótano y que pagara un alquiler mínimo, y la había ayudado a hacerse a la idea de que pronto criaría a su hija ella sola.
Eve no tenía intención de contarle sus problemas a David, pero un día, él la encontró llorando en su despacho y ella le contó toda la historia.
Un año antes, David le había presentado a Larry Dawson. Larry era un antiguo amigo del instituto y había ido a Cypress Crossing por un asunto de negocios. Se dedicaba a la inmobiliaria y estaba buscando clientes por la zona.
Larry, con su atractivo, su personalidad extrovertida y su encanto, encandiló a Eve desde el primer momento en que se conocieron. Y como una tonta, ella lo creyó cuando al final de su primera cita, él le dijo que se estaba enamorando de ella.