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Julia 1047 Faith Nelson accedió de buena gana a cuidar del recién nacido de su hermana gemela como si fuera su propio hijo. Incluso cuando Jared McAndrews apareció para reclamar a su hijo, Faith se mantuvo firme en su promesa. Ahora, ambos dormían bajo el mismo techo y, además, ella tenía que hacerse pasar por su nueva y flamante esposa. Y lo más curioso era que tenían un hogar feliz. Las caricias de Jared no sólo despertaron sus adormecidos deseos, sino que también Faith descubrió que era el hombre más honorable y cariñoso que había conocido. De poder formular un deseo, ella hubiera deseado que aquella vida de ensueño no terminara…
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Seitenzahl: 192
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 1999 Moyra Tarling
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Esposa falsa, JULIA 1047 - octubre 2023
Título original:The baby arrangement
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788411805681
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
HABÍA llegado demasiado tarde. Llevaba diez minutos llamando a la puerta sin éxito. Era la segunda vez que desaparecía llevándose a su hijo con ella.
Jared McAndrew se metió en el coche maldiciendo entre dientes. Golpeó el volante con las dos manos, lleno de rabia y frustración.
Había estado cerca… muy cerca.
Se prometió a sí mismo no parar hasta no dar con su hijo recién nacido; un hijo al que todavía no conocía.
Refunfuñando, giró la llave y arrancó el motor.
En ese preciso instante vio un carrito de bebé entrando en el camino que llevaba hasta la casa. Le dio un vuelco el corazón y empezó a latirle con fuerza al fijarse en la madre de su hijo.
Pestañeó, temiendo que su vista le estuviera jugando una mala pasada. Pero no había ninguna duda. Agarró la manivela de la puerta y salió del coche en menos que canta un gallo.
Faith Nelson aminoró el paso al ver un elegante coche negro aparcado en el camino de entrada a su casa. Observó a un hombre alto y moreno, vestido con pantalones grises arrugados y un suéter azul marino salir del lado del conductor.
Al ver la rabia reflejada en las facciones del apuesto extraño sintió una extraña aprensión. Instintivamente agarró con más fuerza las asas del carro del bebé, mientras que él se acercaba a ellos dando grandes zancadas.
—Hola Paula —dijo el hombre, deteniéndose a unos pasos del carro—. Parece que te sorprende verme —tenía una voz fuerte y profunda, pero el tono que empleó no fue demasiado amable.
Faith se humedeció los labios con la lengua.
—Lo siento, no soy…
—¡Lo sientes! —la interrumpió el hombre, con la voz temblándole de rabia.
—No lo entiendes —le contestó Faith.
Pero antes de que pudiera seguir explicándole le lanzó una mirada de odio que la impidió seguir hablando.
—Vaya… Eso sí es cierto —le dijo muy despacio—. No creo que pueda llegar a entender cómo pudiste desaparecer sin decir una palabra —dijo—. Habíamos hecho un trato, ¿no te acuerdas? ¿De verdad pensaste que no vendría en tu busca?
Al oír la provocación con que le estaba hablando, Faith sintió un escalofrío y miró furtivamente en dirección a la casa.
—Ni se te ocurra —le dijo el hombre, dando un paso hacia ella—. He venido a buscar a mi hijo y pienso llevármelo a casa conmigo. Ah, y te aconsejo que no intentes detenerme —añadió y se puso de cuclillas delante del carro.
—Pero no puedes… —empezó a protestar Faith, que miró a su alrededor esperando que apareciera un coche de policía por su calle.
—Mira como sí que puedo —le contestó.
—Pero por favor, no lo entiendes. Yo no soy… —Faith intentó explicárselo de nuevo, pero las palabras se le quedaron por el camino al ver cómo le cambiaba la cara al ver al niño.
—Es precioso… —dijo Jared en voz baja mientras contemplaba al pequeño que dormía en el carro.
Ni siquiera las ecografías que había visto de su hijo en el hospital le habían preparado para aquel momento tan emocionante.
Al mirar por primera vez a su propio hijo, carne de su carne, le embargó un sentimiento más poderoso que cualquier otra cosa que hubiera sentido en su vida, y se le llenaron los ojos de lágrimas.
La intensidad de ese sentimiento lo pilló totalmente desprevenido. Sintió una repentina y apremiante necesidad de asegurarse de que no estaba soñando. Por ello, acarició a su hijo en la mejilla muy despacio y, al hacerlo, Jared sintió una presión en el pecho. Miró bien al niño y con orgullo vio que del gorro de lana que llevaba puesto le salía un mechón de pelo negro como el carbón.
Aspiró profundamente y le llegó un dulce perfume a talco y leche. Y en ese momento se dio cuenta de que en treinta y siete años nada ni nadie lo habían preparado para un momento tan importante y emotivo como ése.
Al retirar la mano de la carita del bebé, Jared prometió en silencio ser un padre cariñoso y atento con su hijo; el tipo de padre que a él le hubiera gustado tener de pequeño.
Faith observaba atónita la emoción que sentía aquel extraño y ella también se sintió turbada. Empezó a empujar el carrito hacia la casa.
—¡Eh, un momento!
Jared se puso de pie y se puso a caminar detrás de ella. Agarró el asa del carro, obligándola a detenerse.
—No voy a permitir que te alejes de mí otra vez.
Jared vio que se le saltaban las lágrimas.
—Y puedes ahorrarte las lágrimas, Paula —siguió diciendo Jared en tono mordaz—. Después de lo que me has hecho pasar en estos dos últimos años, no pienso morder el anzuelo. Estoy aquí por una razón y una sola: llevarme a mi hijo a casa.
Faith lo miró a los ojos con valentía. Estaba claro que el extraño la había confundido con Paula, su hermana gemela, y por la descripción que Paula le había dado sólo podía tratarse de Jared McAndrew, el padre del niño. ¿Pero por qué no le había dicho Paula que había huido de él?
—Si me dejaras terminar… —Faith volvió a intentarlo, pero esa vez fue el llanto del bebé el que la interrumpió.
Sorprendidos, ambos se volvieron a mirar al niño, que cada vez lloraba con más fuerza. Pero Faith pronto se hizo con la situación. Se agachó y levantó al bebé en brazos, acurrucándolo contra ella y meciéndolo para que se calmara.
Por el hueco del hombro del bebé miró al extraño a los ojos, provocándolo a ver si se atrevía con ella. Pero al fijarse bien y ver la ansiedad reflejada en sus ojos azules, se le fue el alma a los pies.
—Tiene hambre —le dijo—. Y no le gusta que le hagan esperar —añadió mientras pasaba junto a él en dirección a la puerta de entrada.
Faith se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó una llave. Abrió la puerta y volvió la cabeza un instante, pero no le sorprendió ver que Jared la seguía, empujando el carro del niño.
Una vez dentro, Faith fue a la cocina. Esa mañana, antes de que Nicky se despertara, había preparado varios biberones para todo el día. Sacó uno de la nevera y fue hacia la pila.
—No le estás dando el pecho. Bien. Eso simplificará las cosas —dijo el padre del niño, de pie a la puerta de la cocina.
Faith se aguantó las ganas de echarse a reír a carcajadas.
—No, no lo estoy amamantando —respondió mientras llenaba un recipiente con agua caliente del grifo.
Metió el biberón dentro del recipiente y se volvió para enfrentarse al hombre que se cernía sobre ella como un buitre sobre su presa.
—Hay que cambiarlo y darle de comer —dijo Faith con firmeza—. Cuando termine de darle el biberón, arreglaremos todo este asunto.
—No pienso moverme de aquí —contestó Jared—. ¿Además, qué tenemos que arreglar? Creo que lo he dejado bien claro. En cuanto termines de darle el biberón a mi hijo, me lo llevo a mi casa.
Faith sintió una mezcla de miedo y frustración, pero se controló. No era el momento más adecuado para ponerse a discutir, sobre todo con un bebé hambriento en brazos.
Salió al pasillo y fue hacia su dormitorio. Después de que Paula se marchara al aeropuerto la noche antes, Faith había transformado su tocador en un cambiador provisional, colocando una toalla encima.
Se preguntó, y no por primera vez desde que su gemela apareciera hacía doce horas a la puerta de su casa, en qué clase de lío se había metido Paula.
Paula, una niña precoz y extrovertida, había sido siempre la favorita de sus padres. Éstos la habían mimado y animado a estudiar para ser actriz, como ella siempre había soñado. Faith, más tímida e introvertida, había permanecido en la sombra, desarrollando su talento artístico discretamente; un talento que la había llevado a hacer carrera de ilustrar cuentos y novelas infantiles.
Durante la adolescencia, Paula se había metido en más líos de los que Faith pudiera recordar. Se deleitaba haciendo imprudentes e incluso peligrosas proezas sin pensar en las consecuencias.
Faith, que era diez minutos mayor que su gemela, había sido a menudo la encargada de apaciguar los ánimos, e incluso había cargado muchas veces con las culpas por cosas que había hecho su hermana.
Tras obtener el título de bachiller, Paula se fue a vivir a Los Ángeles donde trabajó como camarera antes de conseguir un pequeño papel en una película. De ahí se había marchado a Nueva York para trabajar en una producción teatral estrenada fuera de Broadway.
Faith, a su vez, había conseguido una beca para asistir a una escuela de bellas artes en Seattle. Como vivían cada una en una punta del país, se distanciaron. Paula no pudo asistir a la discreta ceremonia de boda de Faith. La última vez que Faith había visto a su gemela había sido casi dos años atrás, en el funeral de Erica. Tras una breve estancia, Paula volvió a la costa este, con el ánimo de seguir persiguiendo su sueño.
Pero a pesar de que la llegada de Paula el día anterior la había sorprendido, eso no era nada comparado con el susto que le dio su gemela al colocarle un bebé en brazos y suplicarle que la ayudara. En ese momento, Faith se había preguntado si por un capricho del destino acababa de entrar en una especie de pesadilla.
De pronto Nicky empezó a llorar con más fuerza y su llanto la devolvió a la realidad. Le cambió el pañal con rapidez y no dejó de hablarle con dulzura hasta que se calmó. Mientras contemplaba su cara de angelito se dio cuenta por primera vez del hoyuelo que tenía en la barbilla; una réplica en miniatura del de su padre.
Le volvió a poner el pelele y levantó a Nicky del cambiador, con cuidado de sujetarle bien la cabeza y el cuello. El olor a talco la envolvió, embriagando sus sentidos y tomando por asalto sus defensas. De pronto le volvieron los recuerdos de otro bebé, su hija Erica. Erica había nacido prematura y con multitud de defectos congénicos, que tan sólo cinco días después de su nacimiento le provocaron la muerte.
Faith apretó los dientes para ahogar un gemido de dolor que amenazó con escapársele. Se aguantó las lágrimas y cerró la puerta de su pasado, que era demasiado doloroso como para recordar.
Se volvió y se paró en seco al encontrarse a Jared McAndrew en medio de la puerta.
—Perdona —le dijo, evitando su mirada para que no viera la angustia que sentía.
—Estoy impresionado, Paula —dijo, haciéndose a un lado—. Parece que se te da bien esto. ¿Has hecho un cursillo acelerado de puericultura? —le preguntó con cinismo.
Faith fue hacia la cocina, decidida a no contestar.
—¿Y dime, de quién es la casa? —le preguntó Jared mientras la seguía por el pasillo—. ¿Es de uno de tus amigos actores…. o quizá de algún antiguo amante?
Faith lo ignoró. Sacó un paño de cocina de un cajón y retiró el biberón de leche de la pila. Fue hacia el pequeño salón donde se sentó delante de la ventana en la mecedora que se había comprado durante su propio embarazo.
Con la facilidad que da la práctica, comprobó la temperatura de la leche en la cara interna de la muñeca. Nicky estaba ya sumamente quejoso y no paraba de moverse, ya que seguramente habría sentido que estaban a punto de alimentarlo. Faith recostó al bebé contra su pecho y segundos después el niño había atrapado la tetina con la boca.
Faith cerró los ojos y respiró profundamente. Escuchaba el suave sonido de succión que Nicky hacía mientras ella se balanceaba adelante y atrás; ese sonido le producía un tremendo dolor, pues le recordaba a su hija.
Momentos después, Faith decidió abrir los ojos. El padre del bebé la había seguido hasta el salón y estaba sentado en un viejo sillón de orejas enfrente de ella; tenía los ojos cerrados y cara de estar agotado.
Dejó vagar su mirada por las bellas facciones de Jared McAndrew: la amplia frente, la boca carnosa y sensual, el pelo como el azabache y el gracioso hoyuelo en la barbilla que Paula le había mencionado.
Bajó la vista al niño dormido una vez más y sus pensamientos la llevaron hasta los sucesos de la noche anterior. ¿Por qué Paula no le había avisado de que podría presentarse el padre del bebé?
—He metido la pata totalmente —le había dicho Paula, mientras metía la silla de paseo y la bolsa de tela donde guardaba las cosas del bebé—. No sabía adónde ir.
Faith tragó saliva con dificultad al sentir una oleada de emoción en la garganta.
—¿Es tuyo el bebé?
Enseguida se dio cuenta de que era una pregunta de lo más tonta, pero ni siquiera se había enterado de que su gemela estuviera embarazada.
—Sí, es mi hijo —Paula le confirmó con un suspiro cansino y Faith no detectó ni alegría ni orgullo en la afirmación de su hermana—. No debería haber ocurrido así —le decía Paula, visiblemente molesta—. Pero me olvidé de tomar la pastilla un par de días y… bueno, eso es todo.
—Eso es todo —repitió Faith, que levantó la cabeza para mirar a Paula, preguntándose si su hermana se había parado a pensar en las consecuencias de todo aquello.
—No irás a echarme un sermón o algo parecido, ¿verdad?
—No, no voy a echarte ningún sermón —le había asegurado Faith, pestañeando con fuerza para contener las lágrimas que se obstinaban en salir—. Mamá y papá deben de estar contentísimos… —siguió diciendo, pero inmediatamente vio la mirada de culpabilidad en los ojos de su hermana.
—¿Es que no se lo has dicho? —le preguntó Faith, que iba siguiendo a Paula hasta el salón.
—Todavía no —confesó Paula.
Se dejó caer en el sillón y miró a Faith.
—No se lo he dicho a nadie. No podía… —de pronto dejó de hablar—. Sobre todo después de lo que pasaste con Erica —añadió en voz baja.
—Entiendo —Faith respondió, también en tono suave, sorprendida por la consideración de su hermana.
Faith notó que su hermana estaba pálida y tensa.
—¿Entonces dime, en qué clase de lío te has metido esta vez? —le preguntó Faith mientras se sentaba con el bebé en el tresillo delante de la chimenea de granito.
—Es complicado… —contestó Paula, sin mirarla directamente a los ojos.
—¿Y cuándo no ha sido complicada tu vida? Tú no sabes vivir sin complicaciones —añadió, intentando hacer que su hermana sonriera.
Paula esbozó una breve sonrisa.
—Lo sé. Pero esta vez, bueno… creo que esta vez he tratado de abarcar más de lo que podía —concluyó con un suspiro.
Faith permaneció en silencio, sabedora por experiencia de que resultaba inútil hacer preguntas. Paula se lo contaría si tenía ganas.
—¿Qué tiempo tiene el niño? —le preguntó Faith, al tiempo que el bebé empezó a moverse—. Y si no es mucho preguntar, ¿quién es el padre? ¿Es alguien que yo conozca?
—El niño nació el quince de septiembre.
—Entonces sólo hace dos semanas. ¿Y el padre? —añadió.
Paula se recostó sobre la butaca.
—Se llama Jared McAndrew. No es actor, si es eso lo que estás pensando —añadió—. Bueno, su madre era actriz, pero eso no cuenta.
—No es actor… Vaya, qué extraño —Faith comentó en tono seco.
Paula sonrió de nuevo.
—Es abogado, ya que tanto te interesa saberlo.
—¡Abogado! —Faith fingió sorpresa—. ¿Cómo demonios te has liado con un abogado?
—Lo conocí a través de un amigo común. Al principio pensé que era actor. Es muy guapo, con unos maravillosos ojos azules, moreno y un seductor hoyuelo en la barbilla.
Se quedó callada pero sonreía.
Faith esperó a que su gemela continuara hablando, pero parecía estar muy pensativa.
—¿Le has puesto nombre al niño? —le preguntó Faith.
—Sí. Se llama Nicholas Preston McAndrew. Quise ponerle Preston en honor del abuelo —le comentó Paula, en tono suave al recordar con emoción a su querido abuelo—. Como es demasiado pequeño para llamarlo Nicholas, lo llamo Nicky.
—El abuelo se habría sentido muy orgulloso y complacido —contestó Faith.
Aún le costaba trabajo aceptar el hecho de que el bebé que tenía en brazos era de su hermana. El matrimonio y los hijos siempre habían sido prioritarios para Faith, pero no para Paula.
—¿Sabe el abogado que es padre?
—Sí. Jared lo sabe —contestó Paula—. Escúchame hermana, estoy demasiado cansada para pensar, menos aún para explicártelo todo. Lo que necesito es dormir un par de horas sin interrupciones. Esto de ser madre me está dejando exhausta y estoy empezando a pensar que no estoy hecha para esta tarea. No he dormido bien ni una sola noche desde antes de su nacimiento.
Faith disimuló una sonrisa.
—Bienvenida al mundo real —dijo—. Vete a tumbar un rato. La cama de la habitación de invitados siempre está lista.
—Gracias —Paula se levantó de la butaca, avanzó unos pasos y se volvió hacia Faith—. Esto… No pasa nada, ¿no? Quiero decir, no te importa cuidar del bebé, ¿verdad? —le preguntó algo dudosa.
Faith la miró y sonrió.
—No me importa —contestó, complacida y sorprendida al mismo tiempo de que fuera verdad.
No había estado con bebés y menos tenido a ninguno en brazos desde la muerte de Erica. En realidad, Faith había hecho lo posible por evitar situaciones en las que pudiera encontrarse con alguien que llevara un bebé.
Pero al sentir el peso de Nicky en brazos y aquel dulce perfume que caracterizaba a los bebés, se sintió reconfortada de repente. Observó su respiración regular y se maravilló del milagro que tenía entre sus brazos. Además, al abrazarlo le pareció que el dolor por la pérdida de su hija se mitigaba y provocaba en ella una sensación de paz que no sentía desde hacía tiempo.
—Bueno, Nicky —dijo Faith en voz baja cuando Paula hubo desaparecido por el pasillo—. Creo que estamos tú y yo solos. Por cierto, soy tu tía Faith —Nicky abrió los ojos al oír su voz y segundos después empezó a llorar.
Lo llevó a su dormitorio y se dispuso a cambiarlo y alimentarlo. Después de hacer eso, lo colocó en el centro de la cama de matrimonio para que se echara un sueñecito mientras ella limpiaba y arreglaba su taller. Precisamente esa misma mañana un mensajero había ido a recoger las ilustraciones infantiles que había realizado para la editorial donde trabajaba.
Paula se unió a ella en la cocina dos horas más tarde. Después de preguntar por Nicky se sirvió un vaso de zumo de naranja y le dijo a su hermana:
—Escucha Faith, tengo que marcharme a Los Ángeles esta noche —le anunció Paula de repente.
—¿Esta noche? —repitió Faith, frunciendo el ceño—. Pero si acabas de llegar —añadió, decepcionada porque Paula y el bebé tuvieran que marcharse tan pronto.
—Es muy importante —siguió diciendo Paula—. Podría ser un momento crucial en mi carrera. Por eso tuve que… —se calló—. Tengo que llegar a Los Ángeles tan pronto como me sea posible. Llevo demasiado tiempo esperando esta oportunidad como para estropearlo todo ahora.
—¿Estropear el qué? —le preguntó Faith, pero Paula se limitó a sacudir la cabeza mientras se llevaba el vaso a los labios.
Paula suspiró.
—No me da tiempo a explicarte todos los detalles ahora. Tengo que tomar un avión, pero necesito pedirte un favor —se apresuró a añadir.
—Lo que quieras. Ya lo sabes —le respondió Faith, preguntándose si Paula le contaría alguna vez toda la historia.
—¿Puedo dejarte a Nicky? —le dijo Paula.
Faith se quedó helada al escuchar la inesperada petición.
—Sé que es mucho pedir…
—¿Y su padre? ¿No puedes dejar a Nicky con él?
Paula vaciló, evitando la mirada de su hermana.
—En este momento no es posible. Y por favor, no me preguntes por qué —dijo Paula—. Mira, sólo serán un par de días… una semana como máximo.
Faith distinguió el conocido tono de súplica en la voz de su hermana. Se secó las manos con el paño de cocina y le dijo:
—Pues claro que cuidaré de Nicky —dijo—. Tómate el tiempo que necesites.
Paula pareció visiblemente aliviada.
—¿Lo dices en serio? —preguntó, medio susurrando.
—¿Cuántas veces he conseguido decirle que no a mi hermana pequeña? —Faith la provocó en tono amigable.
Paula se le echó encima y le dio un enorme abrazo.
—Oh, hermanita, muchas gracias. No sabes lo mucho que esto significa para mí —Paula farfulló antes de darse la vuelta—. ¿Podrías… bueno, prestarme algo de ropa? Salí con tanta prisa que no me dio tiempo a meter casi nada en la maleta. Iré de compras en cuanto llegue a Los Ángeles.
—Claro. Mira en el armario.
Faith estuvo a punto de preguntale de dónde había salido con tanta prisa, pero se contuvo.
—No hay mucho donde elegir —añadió, pero si te gusta algo, llévatelo.
Paula llamó a la compañía aérea y luego a un taxi. Mientras esperaban la llegada del coche, Faith intentó sonsacarle algo más, pero Paula hizo caso omiso a sus preguntas y no cesó de repetir que su futuro dependía del éxito de ese viaje.
—Cuando llegue, me enteraré de más cosas —le dijo Paula cuando llegó el taxi—. Te llamaré mañana por la mañana, digamos a eso de las diez —le dijo antes de darle un último abrazo a Faith y montarse en el coche.
Pero Paula aún no la había llamado. Faith dejó el biberón vacío sobre la mesa que había junto a ella. Miró el reloj; eran las nueve y media pasadas. Se apoyó el bebé en el hombro y empezó a darle palmaditas en la espalda para que eructara.
Volvió a mirar al hombre que dormitaba en la butaca. No había duda. La descripción que Paula le había dado de Jared McAndrew la noche antes coincidía perfectamente con el hombre que tenía delante.
Así, dormido, su aspecto era menos amenazador. Le caía un mechón de pelo sobre la frente que le daba un aire infantil. Pero su rostro de marcados gestos contrarrestaba el aspecto de niño.
Aparte de todo eso, no debía tomarse a la ligera la amenaza de llevarse al bebé. Faith sintió un escalofrío de aprensión. ¿Debería llamar a la policía? ¿Y si lo hiciera, podrían impedir que el padre del bebé se llevara a su propio hijo?