Un secreto desvelado - Moyra Tarling - E-Book

Un secreto desvelado E-Book

MOYRA TARLING

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Beschreibung

Cuando Maura O'Sullivan aceptó el trabajo que Spencer Diamond le había ofrecido, sabía que era arriesgado estar tan cerca de aquel atractivo ranchero. Pero tenía otro objetivo: estar cerca de su padre, al que no conocía y que vivía en el rancho vecino. Para ello estaba dispuesta a cualquier cosa, incluso a pasar largos días en compañía de Spencer, un deslumbrante hombre de ojos azules y suaves labios. Cuando vio a su padre cara a cara, casi se olvidó de todo lo demás. Pero era imposible olvidar los cálidos brazos de Spencer y sus dulces besos, y entonces se dio cuenta de lo mucho que necesitaba a esos dos hombres en su vida.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Moyra Tarling

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un secreto desvelado, n.º 1115- agosto 2020

Título original: The Family Diamond

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos

de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-859-2

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

MAURA O’Sullivan se detuvo al pie de los escalones de madera que subían al porche de la elegante casa de rancho de dos pisos.

El taxi se estaba alejando. Ya no podía echarse atrás. De repente, los nervios hicieron presa de ella y empezó a perder el valor y la convicción que la habían llevado a California en busca de un padre que, hasta hacía muy poco, creía muerto.

Sintió un casi irresistible deseo de gritar al taxista y, disculpándose, explicarle que se había equivocado de dirección…

—Me había parecido oír un coche.

Al oír aquella voz de hombre, a Maura se le aceleró el pulso. Rápidamente, controló sus temores y miró al hombre que había aparecido en el porche tras doblar una esquina de la casa.

Con pantalones vaqueros y camiseta blanca, Spencer Diamond estaba aún más guapo de lo que Maura recordaba. Lleno de confianza en sí mismo y con porte arrogante, Spencer bajó los escalones para saludarla.

—¡Bienvenida a California! —Spencer se detuvo delante de ella.

—Gracias —respondió Maura cuando sus ojos se encontraron con el azul intenso de los de él.

—¿Por qué no me has llamado desde la estación de autobuses? Podría haber ido a buscarte en el carro —dijo Spencer al tiempo que se agachaba para tomarle la maleta.

—Supongo que no te refieres a uno de esos carros de los colonos, ¿verdad? —preguntó Maura con humor.

Spencer le mantuvo la mirada brevemente y, al instante, sintió la misma atracción que experimentó al ver a Maura O’Sullivan por primera vez en Kentucky dos meses atrás.

Spencer sonrió y sacudió la cabeza.

—No, me temo que no. A ese tipo de carros solo se les permite salir a la carretera en el desfile de Semana Santa de Kincade, o en ocasiones especiales… como en las bodas.

—Ya —respondió ella con decepción en la voz—. Desde pequeña he tenido ilusión por montar en un carro como los que utilizaron los colonos para cruzar el país hasta California.

—Un amigo de mi padre es coleccionista de objetos de la colonización —le dijo Spencer—. Hablaré con él para que te enseñe su colección… y quizá consiga que te dé un paseo en carro.

—Me encantaría —dijo Maura ilusionada.

—¿Qué tal el viaje en autobús? —le preguntó Spencer mientras subían los escalones del porche.

—Supongo que mejor que en carro —bromeó Maura—, pero largo y cansado.

Spencer le cedió el paso, lo que le dio la oportunidad de contemplarla. Maura llevaba una chaqueta vaquera, una camisa marrón y unos pantalones vaqueros ceñidos que acentuaban las curvas de sus nalgas.

Una masa de cabello rojizo le caía por la espalda y enmarcaba un rostro en forma de corazón que, desde que lo vio, no había sido capaz de olvidarlo del todo.

No por primera vez, Spencer se preguntó por qué Maura había cambiado de idea. Dos meses atrás, cuando él y sus padres fueron a visitar una granja de cría de caballos cerca de Lexington, Kentucky, mencionó a un grupo de amigos de sus anfitriones los problemas que estaba teniendo con uno de sus caballos de carreras.

Uno de los invitados le habló de Maura O’Sullivan, una entrenadora de caballos de la localidad, ensalzando su profesionalidad y el éxito casi milagroso que había tenido con algunos caballos difíciles.

Spencer se mostró escéptico; sin embargo, su anfitrión le aseguró que Maura O’Sullivan obraba milagros.

Un rato después, aquella misma tarde, Spencer se encontró delante de la hermosa pelirroja y decidió que no tenía nada que perder y sí mucho que ganar invitándola a su rancho en California para que viera a Indigo.

Recordaba con claridad la mirada de desprecio a la que ella le sometió antes de rechazar su invitación y repetir los comentarios negativos que, evidentemente, le había oído hacer respecto a ella.

Por ese motivo, le sorprendió mucho que Maura le llamara por teléfono la semana anterior para preguntarle si seguía necesitando que le ayudara con el caballo. Spencer no había podido rechazar el ofrecimiento ya que seguía teniendo problemas con Indigo y faltaban menos de diez días para una carrera importante.

—Tienes una casa preciosa —comentó Maura.

—Gracias. Los establos están detrás de la casa. Luego te daré un paseo por la granja —dijo Spencer.

Al acercarse a la puerta, ésta se abrió repentinamente y Maura reconoció al instante a la atractiva mujer de cabello plateado que le sonrió.

—¡Maura! Me había parecido oír voces. Estoy encantada de verte —el recibimiento de Nora Diamond fue cálido y sincero, y Maura se vio envuelta en un abrazo de bienvenida.

Inesperadamente, sintió ganas de llorar y tuvo que hacer un esfuerzo por controlar las lágrimas.

—Gracias, señora Diamond. Yo también me alegro de verla. Tiene muy buen aspecto.

—Gracias —respondió Nora echándose a un lado para dejarla pasar—. Por favor, entra. ¿Qué tal el viaje? ¿Te apetece una taza de café?

—El viaje ha sido agotador; y gracias, jamás le digo que no a un café —contestó Maura.

—Spencer, querido, lleva la maleta de Maura a su habitación.

—Ahora mismo, mamá —Spencer echó a andar hacia las escaleras.

Maura, detrás de Nora, cruzó un vestíbulo solado con baldosines, siguió por un pasillo, pasando por un gran cuarto de estar, y llegó a una amplia cocina.

En el centro de la cocina había un mostrador de madera, el resto de los aparatos y muebles de cocina formaban una U alrededor del perímetro de la estancia.

Los muebles estaban pintados de un blanco inmaculado debajo de una encimera color pizarra del mismo color que los azulejos del suelo.

A Maura le gustó especialmente el detalle de decoración que ofrecían las cacerolas y sartenes de cobre colgando del techo encima del mostrador del centro.

Delante del ventanal, que daba al porche, había una mesa de roble y seis sillas haciendo juego. El porche daba a un jardín y, a cierta distancia, Maura pudo distinguir los tejados de unas construcciones que supuso serían los establos.

—Qué cocina más bonita —comentó Maura.

—Gracias. Por favor, siéntate —dijo Nora mientras se acercaba al mostrador central—. Bueno, dime qué tal el viaje.

—Muy bien, gracias —respondió Maura educadamente—. Me encanta viajar viendo el campo.

Maura no tenía carnet de conducir y no soportaba volar. Los dos días de viaje en autobús a través de cinco estados habían sido agradables.

Durante el trayecto, no había dejado de pensar en cómo iba a arreglárselas para tener un encuentro con su padre.

Maura se había enterado de la existencia de su padre hacía solo un mes, al encontrar una caja de zapatos mientras vaciaba el armario de su madre. Dentro de la caja había varios papeles, incluido un viejo diario.

Intrigada, Maura empezó a leer el diario, que su madre inició a los veintiún años. Al llegar a la parte que describía un día de un cálido verano en el que su madre conoció a un atractivo joven llamado Michael Carson, el estilo y el contenido de la redacción cambió dramáticamente.

Se habían conocido en la feria de campo de Bridlewood y, desde ese momento, el diario de Bridget Murphy contenía las fantasías de una joven enamorada.

Pronto, Maura se dio cuenta de que su madre y ese joven se habían convertido en amantes. Pero un mes después de su encuentro, Mickey, como le llamaba su madre cariñosamente, regresó a California. Tras su marcha, las anotaciones en el diario se hicieron más escasas, hasta interrumpirse definitivamente.

Maura no pudo evitar sentir cierta desilusión al enterarse de que el romance no había tenido un final feliz. Justo al cerrar el diario, notó que había un sobre entre sus páginas.

El sobre estaba escrito con la letra de su madre y dirigido a Michael Carson, en Walnut Grove, Kincade, California. La carta había sido abierta y leída, pero en el sobre se había borrado la dirección del destinatario y se le había devuelto al remitente.

La carta, con letra de su madre, comenzaba así: «Querido Mickey… voy a tener un hijo, tu hijo…»

Perpleja, Maura volvió a leer el diario y la carta, dándose cuenta de que la carta estaba fechada dos meses antes de que ella naciera. Michael Carson era su padre.

Al principio, no supo qué hacer. Sin embargo, después de unas discretas llamadas de teléfono, descubrió que Michael Carson aún vivía en Kincade, la pequeña ciudad de California.

 

 

—¿Cómo tomas el café? —la pregunta la hizo Spencer mientras se acercaba a la mesa con una bandeja en la que había tazas, crema y azúcar.

Maura, ensimismada en sus pensamientos, no le había oído entrar en la cocina; sin embargo, la profunda y resonante voz de Spencer la devolvió inmediatamente al presente.

Maura miró los azules ojos de él y, durante unos segundos, sintió lo mismo que lo que debía sentir un ciervo al que los faros de un coche sorprendían en medio de una carretera.

Maura contuvo la respiración, ruborizada. El corazón empezó a palpitarle con fuerza.

—Oh, lo siento —murmuró ella—. Estaba… con la cabeza en otro sitio, disfrutando de la vista.

Maura sonrió nerviosamente.

—Pues a juzgar por cómo fruncías el ceño, apostaría a que estabas dándole vueltas a un problema —comentó Spencer—. ¿Me equivoco?

Maura tragó saliva. Ese hombre era demasiado perceptivo para su gusto, y también estaba claro que sentía ciertas reservas hacia ella.

En realidad, no podía culparle. Dos meses atrás, cuando se conocieron, se había mostrado muy desagradable con él al rechazar su invitación a ir al rancho; no obstante, el comportamiento arrogante de ese hombre y los escépticos comentarios con los que cuestionó su profesionalidad, fueron el motivo de su comportamiento hacia él y de que rechazara su invitación.

La llamada que le había hecho para preguntarle si aún requería ayuda con aquel caballo debía haberle sorprendido enormemente.

La verdadera razón por la que Maura le había llamado era porque recordaba que el rancho Blue Diamond estaba en Kincade, California, la misma ciudad a la que había sido dirigida la carta de su madre.

—¿Lo ves? Estás frunciendo el ceño otra vez —bromeó Spencer, pero Maura notó que no estaba bromeando del todo.

—Spencer, querido, compórtate —le amonestó su madre mientras llevaba a la mesa la cafetera y un plato con pastas—. Maura debe estar cansada del viaje.

Maura lanzó a la madre de Spencer una mirada de agradecimiento.

—¿Crema y azúcar? —preguntó Spencer a Maura educadamente mientras su madre servía el café en las tazas.

—Sí, crema, gracias —respondió Maura forzándose a mirar a Spencer a los ojos.

—De nada, pelirroja —dijo él mientras le echaba crema en la taza.

Maura gruñó para sí al oír el detestado mote. Bajó los ojos y reprimió el deseo de decirle que no la llamara «pelirroja», consciente de que, con eso, solo lograría provocarle y hacer que la llamara así cada vez que se dirigiera a ella.

Disciplinando sus gestos, Maura lo miró una vez más y, durante un instante, se preguntó si el corazón no había dejado de latirle. La atmósfera entre ellos se llenó de tensión y de algo mucho más peligroso.

—Creía que tu padre estaría ya de vuelta —comentó Nora al sentarse con ellos a la mesa.

—¿Dónde está papá? —preguntó Spencer, recostándose en el respaldo de su silla.

—Tenía que hacer unos recados —respondió su madre—. Dijo que estaría de vuelta a eso de las cuatro, pero son ya casi las cinco. Ah… mira, aquí está.

En ese momento, la puerta de la cocina se abrió y el marido de Nora entró.

—Siento llegar tarde, querida —Elliot Diamond besó a su mujer en la cabeza y luego sonrió a Maura—. Hola, Maura, encantado de verte otra vez. ¿Has tenido buen viaje?

—Sí, gracias —respondió Maura educadamente.

—¿Por qué has vuelto tan tarde? —preguntó Nora a su marido.

—Me he pasado por casa de Michael de camino a casa para dejarle en el frigorífico la comida que le he comprado. Ya sabes que mañana vuelve del crucero.

—¡Ah, claro! —exclamó Nora—. ¿Todo bien por su casa?

—Sí, todo bien —le aseguró Elliot a su esposa antes de volverse a Maura—. Recientemente, hemos tenido algunos robos en la zona y los vecinos nos cuidamos unos a los otros. Michael Carson es un vecino y uno de nuestros más antiguos y queridos amigos.

Elliot, acercándose al mostrador central, añadió:

—Mmmm, ¿café recién hecho?

Maura sintió que se le helaba la sangre al oír mencionar el nombre de su padre. Pero… ¿había oído bien?

—¿Ha dicho que su vecino es Michael Carson?

—Sí —respondió Elliot Diamond mientras se servía un café—. Es el propietario de Walnut Grove, la propiedad adyacente a ésta. Él y su mujer eran amigos nuestros desde hace muchos años. Desgraciadamente, Michael se quedó viudo hace un año. ¿Lo conoces?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

MAURA no podía respirar. Sintió el pecho oprimido y se preguntó, momentáneamente, si no le iba a dar un infarto. Enterarse de que su padre era amigo íntimo de la familia Diamond era una inesperada sorpresa.

Al darse cuenta de que todos la miraban, esperando su respuesta, recuperó la compostura y, con una aparente tranquilidad que no sentía, se llenó los pulmones de aire.

—Lo siento, pero es Mitchell, no Michael, la persona en la que estaba pensando. Mitchell Carson era un amigo de mi madre —improvisó Maura rápidamente—. Hace años que no le veo.

Maura sonrió y añadió:

—Así que su vecino ha estado haciendo un crucero, ¿no? Debe ser maravilloso pasar las vacaciones así. Yo nunca he ido en barco… bueno, eso no es exactamente cierto —dijo Maura nerviosa—; en realidad, he ido en motora. Pero un barco de crucero… es completamente diferente.

Maura hizo un inciso para tomar aire.

—He leído que algunos de los barcos para crucero que construyen hoy en día son tan altos como los rascacielos —Maura sabía que estaba parloteando sin sentido, pero continuó—. ¿Han ido usted y Elliot alguna vez de crucero?

—Sí, en varias ocasiones —respondió Nora Diamond.

—¿Adónde? —preguntó Maura, aliviada de que, al parecer, había logrado salir airosa.

Aunque estaba deseosa de saber más cosas sobre Michael Carson, su padre, decidió no tocar el tema de momento.

Nora se volvió a su marido.

—Nuestro primer crucero fue a Alaska, ¿verdad, querido?

Durante los siguientes minutos, Maura oyó las anécdotas de los viajes en crucero del matrimonio Diamond; sin embargo, a pesar de que escuchaba atentamente y hacía preguntas convenientes, interiormente se sentía agitada.

Además, para tensión añadida, era muy consciente de la penetrante mirada de Spencer. Él se había levantado de la silla y estaba apoyado contra el mostrador central, clavando en ella su mirada azul.

Maura tuvo la impresión de que no había logrado engañar a Spencer de sus intentos por desviar la conversación hacia el tema de los cruceros. La forma como él fruncía el ceño era una indicación más de que se estaba preguntando sobre la reacción de ella.

Maura se llevó una mano a la boca para contener un bostezo.

Su anfitriona lo notó rápidamente.

—Maura, querida, debes estar agotada y no hago más que charlar sobre cruceros.

—Lo siento —dijo Maura—. Supongo que el viaje en autobús me ha cansado más de lo que creía.

—Spencer, enseña a Maura su habitación —añadió Nora antes de volverse de nuevo a Maura—. Descansa y duerme un rato antes de la cena. Cenamos a las siete.

Maura se puso en pie.

—Gracias por el café.

Spencer se apartó del mostrador.

—Sígueme, por favor.

Maura mantuvo la sonrisa y salió de la cocina con Spencer. En silencio, él la condujo escaleras arriba.

—Esta casa es preciosa —comentó Maura—. ¿Has vivido aquí siempre?

—Sí —respondió él—. El rancho Blue Diamond lleva varias generaciones en nuestra familia.

—¿Y los ranchos de los vecinos también son de cría de caballos? —preguntó ella.

—No —contestó Spencer, pero no dio más explicaciones, para desilusión de Maura.

Resistió la tentación de hacerle algunas preguntas sobre Walnut Grove.

Cuando terminaron de subir las escaleras, Spencer giró a la izquierda. A mitad de camino del pasillo, se detuvo.

—Tu habitación tiene baño privado —le informó él mientras abría la puerta.

—Gracias.

Maura fue a cruzar el umbral, pero Spencer la detuvo.

—¿Conoces a Michael Carson? —preguntó él súbitamente.

Maura oyó cierta nota de tensión en la voz de él. Con cuidado de mantener una expresión neutral, le miró a los ojos.

—No, no tengo ese placer —respondió ella honestamente, ignorando la tensión que le producían los dedos de él en su chaqueta vaquera.

Spencer le mantuvo la mirada durante unos momentos que a ella le parecieron una eternidad. Buscaba algo en su rostro, pero… ¿qué? Maura no lo sabía.

—Está bien, te veré en la cena —dijo él antes de darse media vuelta y alejarse.

Maura entró en la alfombrada habitación y cerró la puerta. Se apoyó en ella y, tras varias inhalaciones profundas, esperó a que el corazón volviera a latirle a un ritmo normal.

Volvió a pensar en su padre y en el hecho de que quizá no tuviera que esperar mucho para verlo. Si Michael Carson era amigo íntimo de la familia Diamond, lo más seguro era que se pasara a hacerles una visita.

El pulso de Maura volvió a acelerarse al pensar en el posible encuentro con su padre, el hombre cuya existencia había ignorado hasta hacía un mes.

No le sorprendía que hubiera estado casado, pero el hecho de que ahora estuviese viudo simplificaba algo las cosas. Había ido a California obedeciendo un impulso, pero no tenía intención de crearle problemas.

Inquieta, se acercó a la puerta de doble hoja que daba a un balcón. Abrió la puerta y salió fuera.

El sol ya se había puesto, pero aún quedaba un tinte rosa en el cielo acompañando a las primeras estrellas. Había refrescado y la brisa le revolvió el cabello. Maura suspiró, agradeciendo la caricia del aire que le ayudó a calmar los nervios.

No por primera vez, deseó haber encontrado una fotografía de Michael Carson entre los objetos personales de su madre; sin embargo, el diario y la carta era todo lo que había.

Tendría que ser paciente. Era una suerte que su padre volviera en ese momento del crucero.

Al morir de cáncer un año atrás, su madre la había dejado sin familia: ni hermanos, ni tíos, ni primos ni abuelos. Aunque su madre se casó con Brian O’Sullivan cuando Maura tenía tres años, el matrimonio no tuvo hijos.

Maura se había preguntado con frecuencia por qué su madre se casó con Brian; quien, bajo la insistencia de su madre, había acabado por adoptar a Maura. Pero su sueño de formar parte de una verdadera familia, de tener un padre que la quisiera incondicionalmente, pronto se vio truncado.

Para Brian O’Sullivan, ella era la hija de otro hombre, y la ignoró la mayor parte del tiempo. Su tendencia a la bebida le transformó en un hombre irascible y difícil de tratar, y Maura aprendió pronto que lo mejor era mantenerse apartada de su camino.

El matrimonio duró tres años. Su madre, cansada del alcoholismo y los insultos de su marido, solicitó el divorcio. Deshacerse de él fue un alivio para Maura; sin embargo, la negativa presencia de Brian solo consiguió aumentar su deseo de tener un verdadero padre.

Le preguntó a su madre sobre él, pero ésta le dejó claro que el tema era tabú. Aunque sabía que su madre la quería, Maura siempre tuvo la impresión de ser una carga para ella. Por ese motivo, toda la vida había sentido envidia de sus amigas, con padres cariñosos y siempre dispuestos a ayudarlas en lo que necesitaran.

Enterarse de la existencia de su padre y de que vivía en California la había conmovido, y se dio cuenta de que no descansaría hasta no verle cara a cara y preguntarle por qué les había dado la espalda a ella y a su madre.

Necesitaba saberlo. Se merecía saberlo.

Maura volvió a entrar en el cuarto y se fijó en la bonita decoración. El suelo estaba cubierto con una moqueta color crema; el mobiliario, de madera de caoba, consistía en una cómoda, dos mesillas de noche haciendo juego y una preciosa cama doble con cabecero de madera tallada.