Sueños y esperanzas - Moyra Tarling - E-Book

Sueños y esperanzas E-Book

MOYRA TARLING

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Beschreibung

Años atrás, Piper Diamond se había insinuado a Kyle Masters, y, aunque a él le había costado mucho resistirse a la tentación de probar lo que ella le ofrecía, la había rechazado porque su honor le impedía aprovecharse de una chiquilla. Y ahora Piper había vuelto, embarazada, sin marido, y necesitando un padre para su hijo. Kyle seguía siendo el mismo hombre, leal e íntegro, es decir, exactamente el hombre de sus sueños. Pero convencerlo para contraer un matrimonio de conveniencia no le bastaba a Piper: Kyle Masters no solo era el hombre que le convenía, sino el hombre que ella deseaba...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Moyra Tarling

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Sueños y esperanzas, n.º 1160- abril 2021

Título original: Denim & Diamond

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1375-568-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LO siento, no quería asustarte.

Piper Diamond contuvo la respiración al reconocer aquella profunda voz sonora.

Estaba visitando los establos del rancho de sus padres en California, en las afueras de Kincade, cuando oyó unos pasos que se acercaban. Esperaba que fuera su hermano, pero el hombre alto de pelo oscuro que se encontraba ante ella no era Spencer.

Aunque llevaba ocho años sin ver a Kyle Masters, hubiera reconocido su agraciado rostro moreno y sus ojos grises, de tempestuosa mirada, en cualquier parte.

—Creí que eras Spencer —dijo Piper, mientras el niño que llevaba en su interior le propinaba una patada.

—Enseguida viene —contestó Kyle, al tiempo que bajaba la mirada hasta el estómago de Piper, donde esta había dejado la mano reposando. Durante un breve instante, Piper captó un asomo de emoción en sus ojos.

—Debes de haber venido para ver a Firefly —dijo Piper mientras se preguntaba el porqué de la súbita intensidad de los latidos de su pulso.

—Sí —respondió Kyle, aunque no hizo movimiento alguno para acercarse al establo de la yegua—. De modo que los rumores que he oído en el pueblo eran verdad. Enhorabuena.

Su mirada gris capturó la de ella con una expresión imposible de descifrar.

—Gracias —dijo Piper mientras se preguntaba, no precisamente por primera vez, qué tenía Kyle Masters para provocarle aquella agitación. Años atrás había estado locamente enamorada de él, y de aquellos días en que tan bien se lo pasaba recordaba muy bien que le bastaba con mirarlo a él para que el corazón se le pusiera al galope, exactamente como en aquel momento le estaba sucediendo.

—¿Para cuándo esperas al niño?

—Para mediados de noviembre —respondió, arrepintiéndose de haberse acercado hasta las cuadras. Estar con los caballos la había tranquilizado siempre, pero encontrarse allí, a solas con Kyle Masters, le estaba produciendo el efecto opuesto.

—¡Piper! Así que aquí era donde te habías metido —dijo Spencer al reunirse con ellos—. Ah, veo que te has encontrado con Kyle. ¿Te acuerdas de mi hermana, Kyle?

—Sí, me acuerdo de Piper —contestó el aludido y, al notar un ligero matiz burlón en su voz, Piper sintió un calor que le subía por el cuello al recordar el último encuentro que ambos habían tenido—. Si me disculpáis —siguió diciendo Kyle—, lo mejor será que vaya a echarle un vistazo a Firefly. Me alegro de haberte vuelto a ver, Piper.

Y abrió la puerta del establo.

—Vamos, hermanita, te acompañaré de vuelta a la casa —dijo Spencer, tomando del brazo a su hermana para salir al sol de la tarde.

—¿Viene Kyle al rancho a menudo? —se atrevió a preguntar Piper mientras se dirigían por el sendero a la puerta de seguridad.

—Una vez por semana durante la temporada de carreras, o si hay alguna yegua preñada —le explicó su hermano.

—Supongo que estará trabajando con Henry Bishop —dijo al recordar que Kyle ayudaba en la clínica veterinaria durante el verano en que ella se graduó en el instituto y se puso en ridículo como jamás en su vida.

—Henry se jubiló. Hace tres años se fue a Arizona, a vivir con su hermana. Trabajaron juntos unos años y después Kyle se hizo cargo de la clínica —dijo Spencer.

—¿Está casado? —preguntó sin poderlo remediar, aunque en el tono más natural que pudo.

—Divorciado. No suele hablar mucho de eso —siguió diciendo Spencer mientras subían los peldaños de la casa—. Tiene una niña, April, que es una monada, con cuatro añitos.

—¿Con qué frecuencia la ve?

—A diario. Kyle tiene su custodia. Te acordarás de su esposa, Elise Crawford. Iba un par de cursos por delante del tuyo en el instituto.

Piper hizo memoria y se acordó de una rubia muy guapa.

—¿No se fue a Nueva York para intentar ser actriz?

—Eso es. No tuvo mucha suerte y pronto estuvo de vuelta, antes de que su madre muriera. Me parece que fue por aquel entonces cuando Kyle y ella se hicieron novios.

—Ya.

—Pero resultó que seguía pensando en intentar lo del teatro, y a los pocos días de nacer April hizo las maletas y puso rumbo a Nueva York.

—Debió de ser duro para Kyle que lo dejasen con una niña recién nacida a su cargo —comentó Piper.

—No es de los que se quejan —dijo Spencer—, y créeme que tendría motivo. Imagino que no ha sido fácil criar él solo a una niña y sacar adelante al mismo tiempo su negocio.

—Hay más personas que se las arreglan para sacar adelante familia y carrera —dijo ella, súbitamente reticente a simpatizar con Kyle.

—Eso es cierto, pero precisamente me ha dicho hace un momento que, desde que se despidió su secretaria, hará cosa de un mes, le está costando mucho encontrar una sustituta. Aunque ha puesto anuncios en la prensa, no ha tenido respuesta.

Llegaron a los escalones que había al pie del porche que rodeaba el rancho: una casa de dos pisos.

—Pero ya está bien de hablar de Kyle —dijo Spencer—: eres tú quien me preocupa ahora. Llevas aquí una semana y apenas has dicho palabra —la recriminó con suavidad—. Ya sé que en junio no tuvimos ocasión de hablar mucho, con todo eso de la boda, pero ya debías de estar embarazada por aquel entonces. ¿Por qué no dijiste nada?

Piper sonrió.

—Tonto, porque era vuestro gran día, tuyo y de Maura; no quería robaros protagonismo.

Además, por aquel tiempo tenía un montón de cosas en la cabeza, y la menos importante no era que, justo antes de salir de Londres para asistir a la boda de su hermano, había roto con Wesley Adam Hunter, el padre del niño.

La verdad era que había agradecido que el despliegue de actividad que rodeaba a la boda de Spencer y Maura hubiera quitado el foco de atención de ella misma: nadie se había dado cuenta de que estaba embarazada y ella, desde luego, que aún estaba intentando asimilar la noticia, no se lo había contado a nadie.

Se había quedado de piedra cuando el doctor le dijo que la causa del malestar por el que había ido a verlo no era la gripe. La idea de ser madre la sobrecogía.

Al ser la pequeña de su propia familia, Piper había tenido muy poco contacto con niños pequeños. Ni siquiera había hecho nunca de canguro. Para ella siempre había sido su carrera lo primero, por lo que había llegado lejos enseguida. Cuando observaba cómo algunas de sus amistades se casaban y fundaban una familia se decía que eso no era una de sus prioridades.

Lo cierto era que el parto en sí la espantaba, y no le había hablado de sus miedos a nadie, ni siquiera a su madre. Sabía que dar a luz era algo normal y natural; que hacían millones de mujeres, pero, a pesar de todo, no podía hacerse a la idea.

Había tratado de convencerse de que se estaba comportando de forma ridícula, de que aquella experiencia sería memorable y maravillosa; pero con eso no había conseguido reducir lo más mínimo el temor que tenía incrustado en el fondo de su alma.

—¿Y qué dice Wes? Estará contento —aquel comentario de Spencer sacó a su hermana de sus cavilaciones—. ¿Va a reunirse con nosotros o está embarcado en otro de sus audaces reportajes? Confío en que le dijeras que fuiste tú quien atrapó el ramo de novia de Maura, lo que significa que vas a ser la siguiente en casarte.

La emoción cerró de repente la garganta de Piper, quien luchó por poder decir:

—No va a haber boda. Wes está muerto. Se mató en Asia, en un accidente mientras yo asistía a vuestra boda. No lo supe hasta mi regreso a Londres.

El impacto que la noticia produjo en Spencer apareció de inmediato en su rostro.

—¡Dios mío, Piper! ¡Cuánto lo siento! —la abrazó y la retuvo así largos segundos, antes de apartarla para mirarle el rostro—. No recuerdo que saliera nada en los periódicos.

Piper sonrió con amargura:

—Su familia hizo lo posible por que no se hablara de ello.

—¿Por qué? ¿Que sucedió?

—Por lo visto, había estado bebiendo con un grupo de jóvenes estudiantes. Ya sabes cómo era Wes: siempre en busca de un nuevo ángulo, intentando siempre sacar información de alguien de algún modo. Billy Brown, otro reportero que estaba allí, fue a verme a Londres cuando regresé. Me contó que los estudiantes habían desafiado a Wes a un pique al volante.

—Y él, por supuesto, aceptaría.

Piper asintió.

—Nunca pudo decir no a un reto.

—Pero, ¿cómo…?

—Se salió del camino en una curva. Dadas las circunstancias que rodearon el accidente, lo único que salió en la prensa fue una breve nota que comunicaba que había fallecido en un accidente de coche.

—Nos podías haber llamado.

—¿Para qué? Además, Maura y tú estabais de luna de miel y yo necesitaba tiempo para encajar la situación a mi manera.

—Pero no hubieras tenido que pasar por ello tú sola —protestó Spencer con suavidad—. Para eso está la familia: para ayudar en los malos momentos.

Piper no podía hablar: las emociones que había estado intentando reprimir en su pecho pugnaban por salir a la superficie a borbotones. A su hermano no le había dicho nada de la terrible discusión que había tenido con Wes antes de que él saliera rumbo a Asia. Aunque en un principio Piper había quedado conmocionada al descubrir su embarazo, después pensó que llevar a su hijo en su interior podría ayudar a tender un puente sobre la grieta que ya había surgido entre los dos. Sin embargo, la noticia tuvo el efecto contrario. Piper no creía poder olvidar la helada mirada desdeñosa en el rostro de Wes cuando este le preguntó si estaba segura de que el hijo fuera suyo. Al recordarlo, las lágrimas, que durante aquellos días no habían estado nunca muy lejos de la superficie, afloraron a los ojos de Piper.

—Vamos, Chiquitina —dijo Spencer, empleando el mote con que la había bautizado cuando era una niña que se esforzaba por abrirse paso con sus hermanos mayores. Luego la abrazó con fuerza—. Te queremos, ya lo sabes. Pase lo que pase, puedes contar con nosotros.

Ella se liberó del abrazo.

—¿Por qué crees que he vuelto a casa? —le respondió, con un nudo en la garganta.

—Vaya… Ahí viene Kyle.

Piper se enjugó con rapidez las lágrimas para ver llegar a Kyle. No había cambiado mucho en los ocho años pasados. Lentamente, dejó que su mirada se deslizara a lo largo del metro ochenta largo de su envergadura, de las piernas de poderosos muslos que se marcaban bajo la tela del pantalón vaquero, de su vientre liso y sus hombros grandes y anchos ocultos bajo la camiseta. En silencio, Piper reconoció que seguía siendo el hombre más guapo que había conocido jamás.

—¿Va todo bien con Firefly? —preguntó Spencer.

—Está muy bien. La volveré a ver la próxima semana.

—Estupendo. Te veremos entonces. Ah, y que tengas suerte en tu búsqueda de secretaria.

—Gracias —respondió Kyle, sonriendo contrito—. Ahora mismo, me conformaría con alguien que viniera un par de horas al día, para ponerme al día con los papeles.

—A lo mejor Piper te podía echar una mano —dijo Spencer, volviéndose hacia ella—. ¿Qué dices, hermanita?

Sorprendida, Piper no supo qué respuesta dar. El aire pareció llenarse con la tensión.

Kyle rompió el silencio.

—Gracias, Spencer, pero creo que a tu hermana no le ha gustado que la presentaras voluntaria.

—¡Tonterías! —replicó Spencer—. Además, le vendría bien distraerse. ¿No es así?

Ambos hombres se volvieron hacia ella, que sintió la cara enrojecer ante la espera de su respuesta.

—Bueno yo… —comenzó a decir mientras intentaba dar una negativa educada. Se topó con la mirada de Kyle y vio que esperaba resignadamente ser rechazado—. Me encantaría ayudar, de forma temporal, naturalmente.

Y con cierta satisfacción, Piper notó el destello de sorpresa que surcó el rostro bien parecido de Kyle.

Le tocaba a Kyle hablar.

—Eh… bueno, gracias. Pero no quisiera obligarte. Además, la verdad es que necesito a alguien que sepa algo de contabilidad.

—Necesitas a Piper —le aseguró Spencer—. Lleva un pequeño estudio de fotografía en Londres con una amiga suya asociada. Piper sabe todo lo referente a contabilidad, ¿no es así?

—Sí —contestó ella.

—Ah, que bien —comentó Kyle, aunque no parecía impresionado en lo más mínimo—. Agradezco el ofrecimiento, pero yo…

—Creí que habías dicho que te gustaría tener a alguien que te ayudara. Además, me estarías haciendo un favor —dijo ella, molesta porque lo veía a punto de rechazarla. Sonrió de forma que confiaba resultara seductora, y añadió—: el bebé no nacerá hasta dentro de dos meses y, como ha dicho Spencer, me vendría bien distraerme.

—Yo… bueno.

Piper estuvo a punto de reírse en voz alta de la expresión de Kyle.

Spencer le palmeó en la espalda:

—Os dejo para que habléis de los detalles. Tengo que volver a los establos. Te veré la próxima semana —dijo, antes de separarse de ellos.

—Entonces, ¿cuándo quieres que empiece? —preguntó Piper con mucha dulzura, consciente, por la tensión del rostro de Kyle, de que este no veía con buenos ojos el giro que la situación había tomado.

—¿Estás segura de que a tu marido le va a parecer bien que te pongas a trabajar, sobre todo con tu embarazo tan avanzado?

Ante aquellas palabras cortantes, Piper suspiró. Sabía que Kyle estaba incómodo con ella, y que esa era la razón de su aspereza, pero saberlo no disminuía el dolor ni la tristeza que acababa de derramarse sobre Piper.

—No hay ningún esposo para dar o negar su aprobación. El padre del niño murió —añadió con una voz que temblaba ligeramente.

—Lo siento —dijo él en tono contrito.

—Entonces, ¿cuándo quieres que empiece?

—La clínica abre desde las nueve al mediodía los días de entre semana.

—Muy bien. Te veré mañana a las ocho y media.

Y, dicho esto, Piper subió los escalones que la separaban de su casa.

 

 

Eran las ocho y cuarto cuando Piper aparcó frente a la casa de dos plantas que constituía la clínica, dos manzanas al oeste de la calle principal de Kincade. Permaneció sentada un momento en el asiento de la furgoneta que le había tomado prestada a su hermano, acordándose de cuando tenía doce años y al volver a casa del colegio se encontró un gato atropellado en medio de la calle. Recogió al animalito, y, con cuidado, lo acercó al pueblo.

Aunque la clínica estaba cerrada, Henry Bishop había acudido a las frenéticas llamadas de Piper, y la había invitado a pasar. Después de atender al animal herido, felicitó a Piper por su rápida reacción, y ella se echó a llorar. Después de consolarla, llamó a sus padres para decirles dónde estaba y por qué llegaba tarde.

La verdad era que le costaba imaginarse a Kyle Masters consolando a nadie, aunque aquello bien podía obedecer a que él no se había mostrado en absoluto comprensivo ni delicado la noche en que Piper cometió la mayor tontería de su vida al tratar de seducirlo.

Piper dejó a un lado aquellos embarazosos recuerdos. Todavía no estaba segura de cómo había accedido a ayudar al hombre que la había humillado años atrás. Tal vez porque quería demostrarse a sí misma, y a él, que había dejado de tener poder sobre ella.

Con un suspiro, bajó de la furgoneta y caminó desde el aparcamiento. Cuando dobló la esquina de la casa, dos perros, un Doberman pincher y un terrier, acudieron corriendo a saludarla, moviendo la cola. Con sorpresa, descubrió que al segundo le faltaba una de las patas traseras, lo cual no le impidió llegar el primero junto a ella.

Piper sonrió.

—Vaya. Hola a los dos.

—¡Mutt! ¡Jeff! ¡Venid aquí! —clamó la autoritaria voz de Kyle. Cuando apareció en el umbral, su cabello negro, todavía húmedo por la ducha, brilló bajo el sol de la mañana. Llevaba puesta una bata blanca encima de la camiseta y los vaqueros, que le daba el toque justo de aire profesional.

Sin hacer caso de cómo se le aceleraba el pulso, Piper se dirigió hacia la puerta, por la que los perros se colaron mucho antes que ella hacia el interior.

—Buenos días.

—Buenos días —le contestó ella—. Así que Mutt y Jeff. ¿No crees que podías haber sido un poco más original?

—Fue lo mejor que se me ocurrió —dijo él, con un asomo de sonrisa—. Llegas pronto.

—Si eso es un problema puedo volver más tarde —replicó ella.

—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó Kyle abruptamente, posando sus ojos grises sobre los de ella.

Piper tuvo la sensación de que su corazón dejaba de latir por un instante, como solía sentir años atrás cada vez que posaba la mirada en Kyle.

—Sí, estoy segura.

Necesitaba distraerse, ocuparse de alguna otra cosa que no fueran los problemas que le habían venido encima.

La tensión, como si se tratara de un ser viviente, creció entre ambos. Kyle fue el primero en apartar la mirada.

—Entonces será mejor que pases —dijo—, y te de una vuelta, para que te orientes aquí.

Piper soltó con suavidad el aliento que había estado conteniendo. Pasó con cuidado al lado de Kyle para no rozarlo, lo cual no era sencillo, ya que, embarazada de siete meses, se sentía abultada y torpe.

—La sala de espera está al fondo del pasillo, a la derecha, y hay dos consultas a tu izquierda —le dijo Kyle.

—La clínica parece distinta a como yo la recordaba.

Piper abrió la puerta de una de las consultas y se asomó al interior; vio una silla, una mesa metálica de exploraciones y una balda con instrumental diverso.

—¿Habías estado antes aquí?

—Hace años de eso —al retirarse de la consulta, topó contra Kyle—. ¡Lo siento!

Un estremecimiento le recorrió las terminaciones nerviosas cuando, instintivamente, él extendió los brazos a su alrededor. Se trababa tan solo de un gesto protector.

—No pasa nada —dijo Kyle, soltándola con rapidez—. La sala de espera y la mesa de recepción están por aquí.

—¿Cuando se marchó tu secretaria?

—Hace un mes. Dejó un recado en el contestador automático. Decía que se iba del pueblo, sin más explicaciones —dijo Kyle, encogiéndose de hombros.

—No exagerabas al decir que tenías papeleo atrasado —comentó Piper, al llegar ante la crecida pila de correspondencia y carpetas que se amontonaban en la mesa.

—Lo has captado —dijo él con una fugaz sonrisa que aceleró el pulso de Piper—. Comencé a meterle mano: pagué algunas facturas, pero no conseguí avanzar mucho, con tantas interrupciones. Y no he tenido tiempo para ponerme otra vez con ello.

—Será mejor que empiece —dijo ella, tomando un puñado de cartas sin abrir.

—Gracias, no sabes cómo te lo agradezco.

—No tiene importancia —contestó ella, caldeada por la sinceridad que había percibido en la voz de Kyle.

—Apunta las horas, e inclúyete en la nómina.

Piper abrió la boca para decir que ni necesitaba ni deseaba su dinero, pero la volvió a cerrar ante la determinación que vio reflejarse en la mirada de Kyle.

—Bien —se limitó a decir.

—¡Papá!

Aquel grito repentino sobresaltó a Piper, quien se volvió para ver cómo una niña de cabellos dorados, vestida con una camisa blanca y pantalones rojos, seguida por los dos perros, se acercaba a la carrera a los adultos.

Kyle se agachó para tomar en brazos a la niña y Piper sintió que el corazón se le salía del pecho al ver la mirada de adoración y ternura que suavizaba las facciones de Kyle.

—Hola, muñequita, ¿qué haces aquí? ¿Dónde está la Nana?

—Arriba, al teléfono —dijo su hija con una sonrisa—. ¿Quién es esta? —preguntó, retorciéndose en los brazos de su padre para señalar a Piper, que de nuevo se veía esquivando a la pareja de perros.

—Señalar es de mala educación —le reprochó Kyle a la niña, tomándole la mano—. Esta señora se llama Piper.

—Es un nombre raro.

Piper se echó a reír levemente, encandilada por la carita de ángel sonriente de la niña.

—¿Y tú cómo te llamas?

—Me llamo April Fransis.

—¿Cómo? Ah, April Francis —dijo Piper, comprendiendo—. Qué nombre más bonito.

—Este es Mutt —añadió la niña, señalando al Doberman—, y ese es Jeff.

—Ya nos conocemos. Hola, Mutt; qué tal, Jeff.

Piper rascaba tras la oreja de Mutt, mientras Jeff, sentado a sus pies, movía la cola con energía.

—¿Vas a tener un niño, verdad? —preguntó April, lo que estuvo a punto de hacer que Piper rompiera a reír.

—¡April! —exclamó Kyle.

—No pasa nada —dijo Piper: desde luego, Kyle debía de estar muy ocupado con esa criatura tan espabilada—. Sí, voy a tener un bebé.

—Kyle; ha sucedido algo, y yo…

Se volvieron ante la llegada de una mujer de sesenta y tantos, a quien Piper reconoció como la tía de Kyle. Vera parecía turbada y nerviosa.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Kyle, dejando a la niña en el suelo.

Vera dudaba. Su mirada iba de Kyle a Piper una y otra vez.

—Acaba de llamar Mary Bellows desde el bufete de Frank.

—¿Y? —la apremió Kyle.

—Me ha dicho que quizá le haya dado un ataque al corazón. La ambulancia acaba de llegar y lo llevan al hospital —al decirlo, se tapó la boca con una mano, y Piper pudo ver las lágrimas que afloraban a sus ojos.

Kyle condujo a su tía a una silla cercana. Era evidente que Frank era un amigo allegado de la tía Vera.

—¿Quieres que te acerque en el coche al hospital? —le preguntó Kyle.

—¿Podrías? —dijo con evidente alivio.

—Claro que sí.

—¿Y puedo ir yo también? —preguntó April.

Kyle se volvió hacia su hija.