Alas de la armonía - Anteia Shinerose - E-Book

Alas de la armonía E-Book

Anteia Shinerose

0,0

Beschreibung

Tras descubrir que es la elegida para devolver la paz a los mundos, Nieliah deberá emprender un viaje a contrarreloj para detener a unas elfas muy poderosas que amenazan con destruir todo lo que ama. En el transcurso de su viaje, encontrará valiosos aliados e innumerables misterios por resolver.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 181

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

 

© del texto: Anteia Shinerose

© de la ilustración de la portada: Metaflórica

© diseño de cubierta: Equipo BABIDI–BÚ

© de esta edición:

Editorial BABIDI-BÚ libros S. L, 2023

Avda. San Francisco Javier, 9, 6ª, 23

Edificio Sevilla 2

41018 - SEVILLA

Tlfn: 912.665.684

[email protected]

www.babidibulibros.com

Primera edición: marzo, 2023

ISBN: 978-84-19602-97-8

Producción del ePub: booqlab

transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o scanear algún fragmento de esta obra».

Para todos los que creéis en mí, gracias por estar siempre ahí. Espero que disfrutéis leyendo este libro tanto como yo he disfrutado escribiéndolo y ojalá esta historia permanezca en vuestros recuerdos y en vuestro corazón para siempre.Con todo mi cariño.Anteia

Índice

I. Discordia fraternal

II. Supervivientes

III. El viaje de Irine (una luz de esperanza)

IV. El amor de una hermana

V. Elegida

VI. Niriax, la nueva amenaza

VII. La prueba de reconocimiento

VIII. Explorando Phyrae

IX. Nueva miembro en la familia

X. Batalla final

XI. Traiciones

XII. Llegada a Faerya

XIII. Descubrimientos

XIV. Primera prueba: la cueva iridiscente

XV. Primera revelación: Lirea

DISCORDIA FRATERNAL

Cuentan las leyendas que este mundo fue creado en los albores de los tiempos, como consecuencia del sacrificio de un demonio para salvar a su amada, que era de la especie opuesta y cuya relación estaba prohibida. Sin embargo, ambos tenían sentimientos puros y verídicos el uno por el otro, lo que los llevó a la muerte tras una gran guerra contra los que se impusieron a su felicidad, sembrando el caos y matando incluso a los de su propia especie. En medio del cataclismo, la sangre del demonio y la escasa, aunque suficiente luz del ángel, crearon Etraia junto con su fauna y flora. Posteriormente, el último rayo de luz del ángel, el cual contenía una gota de sangre de su amado, se dividió en dos, generando así a sus últimos descendientes, los cuales eran mellizos. El mayor heredó la especie y apariencia de la madre y las habilidades del padre, y la menor, lo hizo inversamente.

Y así, los dos hermanos continuaron el legado de sus padres hasta nuestros días. Nadie conoce la identidad de los héroes, sin embargo, guardan con tesón la espada del mayor, esperando que algún día no muy lejano, aparezca el nuevo heredero del Trono Celeste y traiga la paz entre las especies enfrentadas.

UN SIGLO DESPUÉS

Tras la creación de Etraia, los mellizos tenían ideales muy dispares y no consiguieron llegar a un acuerdo, por lo que cada uno eligió un sendero distinto.

Él ansiaba dominación, fama, riqueza y poder, mientras que ella, por su parte, quería un mundo próspero lleno de paz, armonía y entendimiento.

La rivalidad entre los hermanos era tal que optaron por dividir el mundo en dos mitades para evitar conflictos; ella se quedó con la del este mientras que él eligió la del oeste.

No obstante, la codicia del mayor y la envidia irracional que sentía hacia su hermana lo llevó a crear un ejército angelical para conquistar sus tierras y en pocos días, la tuvo acorralada.

La joven trató de razonar con su hermano, intentando llegar a un acuerdo; sin embargo, vio reflejado el deseo de conquista y el odio en sus ojos y, en ese momento, comprendió que, por más que intentase hablar con él, no conseguiría hacerle entrar en razón. La menor, entristecida e intuyendo que ese sería su fin, logró reunir un ejército a contrarreloj, antes de ser atrapada por la emboscada de su hermano.

Ambos ejércitos se enfrentaron en una intensa y cruenta batalla que duró 15 días y 15 noches y arrasó prácticamente toda Etraia. Esta batalla tuvo lugar en el Bosque Elnnis, en la zona este, cerca del castillo Gwyndar, donde residía la menor. Esta batalla posteriormente sería conocida como «La Gran Guerra de Etrin»; ambos bandos lucharon con gran valentía, mostrando todo su poder.

Los del bando del mayor se dividían en tres grandes grupos: el primero, formado por la infantería, dominaba el combate cuerpo a cuerpo y se especializaban en artes marciales. Su fuerza, velocidad y agilidad eran casi sobrehumanas; el segundo, combatía con espadas, montados a caballo; y el tercero, lo formaban formidables arqueros de una destreza y puntería inigualables que montaban en pegasos; sus flechas, imbuidas en luz, eran tan rápidas que los rivales ni siquiera podían reaccionar a los ataques.

Los del bando de la menor, por su parte, se subdividían en cuatro grupos: el primero, lo formaban espadachines de gran habilidad; el segundo, estaba formado por magos que se ocupaban de crear barreras para repeler o ralentizar los ataques enemigos y proteger a sus compañeros; el tercero, lo formaban soldados de élite, que se especializaban en asesinatos y magia ofensiva de largo alcance y se ocupaban de apoyar a los espadachines en la ofensiva; y el cuarto estaba formado por sacerdotisas, chicas de entre doce y diecinueve años que poseían conocimientos médicos y curaban a los soldados heridos, aunque también hacían las funciones de cocineras, estrategas, centinelas y se ocupaban de las misiones de reconocimiento.

El bando de la menor tenía como orden intentar hacer reaccionar a los combatientes del bando opuesto para detener aquella batalla sin sentido y combatir de la forma más pacífica posible, teniendo el permiso de atacar solo si lo veían estrictamente necesario.

Y el bando opuesto tenía la orden de acabar con todo aquel que se cruzase en su camino y de conquistar el territorio a toda costa. Sin embargo, una guerrera muy especial llamada Lirea, no estaba nada conforme con las órdenes recibidas, pues, para ella, carecían completamente de sentido. Por lo que decidió colaborar con el bando opuesto en secreto, facilitándoles sus ubicaciones o las estrategias que les habían mandado usar para darles ventaja.

Seniel, uno de los mejores guerreros con los que contaba la menor, se dio cuenta de las intenciones de Lirea y colaboró en secreto con ella, ya que también defendía su postura.

La batalla estuvo muy igualada al principio, pues ambos bandos luchaban desesperadamente por conseguir la victoria y defender sus respectivos territorios.

Sin embrago, la situación cambió el décimo día, pues el ejército del mayor comenzó a sufrir los estragos de la falta de recursos tales como alimento, agua o munición. Poco a poco, y gracias a la colaboración de los dos espías, los soldados del mayor iban cayendo y este se vio obligado a cambiar repentinamente de estrategia.

De los 700 soldados iniciales, ya solo quedaban 120, que poco a poco, intentaban escapar para conservar la vida, pero les fue inútil.

El resultado fue desastroso: todo el bosque había sido destruido, afectando también al castillo y a las aldeas que se encontraban en sus fronteras.

Sin embargo, el ejército del mayor no fue el único en sufrir bajas, pues al contrario que Lirea, los demás soldados sí siguieron las indicaciones de su comandante al pie de la letra.

Los días pasaban a cámara lenta para los soldados de ambos bandos, quienes trataban a duras penas de sobrevivir, pero pronto su moral empezó a decaer al darse cuenta de que no importaba cuánto se esforzaran, pues nunca era suficiente. Estaban destinados a morir, si no lo hacían en batalla el comandante del ejército angelical los aniquilaría sin compasión, aun si eran de su ejército. No toleraba la desobediencia y el único castigo posible era la muerte.

La mañana del decimosexto día, los mellizos estaban tan malheridos que ni siquiera podían tenerse en pie y se dieron cuenta de que casi todos sus combatientes, en ambos bandos, habían perecido en batalla.

Solo les quedaban Lirea y Seniel, quienes no habían recibido ni un solo rasguño.

El mayor aún tenía su espada en la mano y se había incorporado con gran dificultad, empuñando su arma en dirección a su hermana.

Ambos soldados supervivientes se acercaron con paso firme hacia el mellizo mayor y Lirea fue la primera en hablar:

—Comandante, ¿no os dais cuenta de que esto es un sinsentido? Decidme, ¿por qué queréis seguir luchando? Ni siquiera podéis manteneros en pie. Rendíos, por favor. Ya habéis hecho suficiente daño.

—¡Cállate, sucia traidora! No tienes derecho a decirme qué hacer, soy tu superior —dijo él enfurecido.

—Con todos mis respetos, señor, ella tiene razón. Ya basta. Habéis arrebatado demasiadas vidas inocentes solo por vuestra avaricia y egoísmo. Creo que ya va siendo hora de que os disculpéis con vuestra hermana y hagáis las paces de una vez por todas. —Seniel se interpuso entre Lirea y la espada del mayor, desarmándolo en un gesto rápido y preciso.

—¡Nada me impedirá reclamar aquello que me pertenece por derecho!

—No os equivoquéis, esto no os pertenece. Es de vuestra hermana, es su espacio, su territorio. Si se hizo la división territorial de Etraia fue para no tener conflictos, ¿cierto? Ella no ha violado el pacto, pero vos sí. Ahí está el problema: no sabéis respetar los acuerdos y, además, queréis reclamar algo que no os pertenece y habéis sacrificado vidas inocentes a sangre fría en el proceso —añadió Seniel.

—No me importan en absoluto las vidas que he arrebatado, es parte del proceso de conquista. Tú más que nadie deberías entenderlo, joven. Eres un demonio, después de todo.

—Puede que sea un demonio, pero no comparto esa filosofía en lo más mínimo. Creo que deberíamos trabajar unidos en vez de estar peleándonos constantemente. Un buen líder siempre protege a su gente y lucha por unos ideales justos. Si no sois capaz de entender eso, no importa qué metas tengáis, porque jamás vais a conseguir verlas realizadas.

—Si realmente tenéis un punto de vista opuesto, en vez de pelear deberíais dialogar para entender a la otra persona e intentar llegar a un acuerdo y respetarlo —dijo Lirea.

—No me importan los demás, hago lo que quiero a mi manera.

—¡Habéis arrebatado sueños y esperanzas incluso de niñas pequeñas! ¿Cómo sois tan despreciable?

Lirea se dirigió hacia los cadáveres que yacían tendidos en el suelo y encontró junto al cadáver de una de las sacerdotisas más jóvenes, un osito de peluche blanco que sostenía un corazón malva entre las patas delanteras. En el corazón había grabado un nombre: Lynn.

A continuación, cogió el peluche y lo apretó contra su pecho, impotente y llena de rabia para poco después, romper en llanto, soltando un grito de dolor descorazonador que conmovió a ambos líderes y al propio Seniel, que instintivamente, corrió a abrazarla para tratar de consolarla.

—Habéis arrebatado la vida incluso de esta niña que era tan importante para mí. Decidme: ¿Cómo os sentiríais si alguien os arrebatase vuestro sueño más preciado o a aquella persona por la cual no dudaríais en dar vuestra propia vida con tal de protegerla? —Lirea estaba histérica y temblando como una hoja ante la impotencia causada por la indiferencia de su comandante.

—Solo os diré una cosa, y escuchadme bien, porque no pienso repetirla: No hagáis a otros lo que no os gustaría que os hicieran a vos y aprended a valorar a las personas que os rodean, de lo contrario, os quedaréis completamente solo porque nadie querrá estar a vuestro lado. Y entonces sí que sufriréis de verdad, porque ya será demasiado tarde para dar marcha atrás.

El comandante de Lirea la miró y reflexionó un buen rato sobre lo que ella le acababa de decir, hasta que, al fin, se decidió a hablar:

—Eres muy sabia, Lirea. Está bien, os pido perdón a los tres por mi inmadurez y por el daño causado. Voy a ayudar a reconstruir todo esto y enterraré los cadáveres, decorando sus lápidas con flores. En cuanto a ti, hermana, lo siento, pero no creo que pueda llevarme bien contigo, por ahora. No obstante, me gustaría firmar contigo un tratado de paz.

La melliza menor asintió.

Después de que sus respectivos líderes firmaran un pacto de paz y les dieran su bendición, decidieron aliarse.

Sus respectivos comandantes les pidieron que no se preocuparan por ellos y les desearon felicidad y buena fortuna.

Después de que sus soldados se marcharan, los mellizos usaron plantas medicinales para sanar sus heridas. Su capacidad de recuperación fue asombrosa y al cabo de una hora, todas sus heridas habían sanado sin rastro alguno de cicatrices.

Ambos se pusieron de pie y empezaron a enterrar juntos a sus soldados. Cuando terminaron, hicieron una inspección al castillo para evaluar los daños y luego trabajaron codo con codo para reconstruirlo.

Mientras uno de los hermanos reconstruía el castillo, el otro inspeccionaba el bosque, y lo restauraba poco a poco usando hechizos curativos sobre las plantas y los animales heridos y daba sepultura a los animales fallecidos. Así como también inspeccionaba las aldeas que habían sido destruidas durante la batalla, ayudaba en su reconstrucción, entregaba comida a sus supervivientes y les curaba las heridas.

Tras casi tres años turnándose para reconstruir el castillo, al fin lo habían logrado. El bosque, poco a poco recobraba la vida y las aldeas iban prosperando y aunque aún no se habían reconstruido en su totalidad, sus supervivientes volvían a sus actividades diarias comerciando con aldeas vecinas, pescando, cazando, cuidando del bosque y yendo a visitar de vez en cuando a su salvadora, ofreciéndole parte de la cosecha, trayéndole regalos que ellos mismos habían fabricado e incluso, los niños más jóvenes, le regalaban coronas de flores o dibujos que habían hecho.

Su hermano mayor sintió celos de ella y empezó a evitarla, ignorándola o incluso humillándola de vez en cuando, pues no entendía cómo era posible que una diablesa tuviese tan buen corazón y simpatizase tan rápido con la gente.

La hermana menor no decía nada ante la actitud de su hermano y miraba su espada con una profunda tristeza.

«Ojalá algún día sea capaz de entenderme» pensaba.

Sin embargo, no trató de hablar con él, pues sabía que por más que insistiese, no le haría caso pues estaba demasiado centrado en sí mismo como para darse cuenta de cómo ella se sentía.

Pasaban los meses y la relación entre ellos seguía deteriorándose. Hasta que un día, la menor se fue sin despedirse a una nueva tierra, lejos de su hermano, dispuesta a dejarlo en paz para siempre.

No obstante, el mayor, al despertar y no hallar a su hermana, sintió tristeza e ira a partes iguales pues seguía sin comprender a su hermana y el hecho de que se fuese sin avisar, le enfurecía pues creía que su hermana era de su propiedad y no tenía derecho a desobedecerle y que era el único que decidía lo que ella debía pensar, sentir, ver, oír, decir o hacer.

Pero a su vez, se sentía muy solo y ya no sabía qué más hacer para distraerse. De modo que él también partió a una tierra lejana y decidió que, si alguna vez volvía a ver a su hermana, se vengaría de ella por haberlo abandonado.

SUPERVIVIENTES

Tras la alianza, Lirea y Seniel habían acordado viajar juntos para restaurar Etraia y tal y como transcurrió el tiempo, ambos empezaron a experimentar sentimientos nunca vividos para el joven demonio.

Pasados tres años y medio de viaje, decidieron casarse y dos meses después de haber contraído matrimonio, Lirea quedó encinta.

Ambos celebraron la noticia por todo lo alto, pero por desgracia, su gozo duró poco. En el tercer trimestre de gestación, fueron atacados por primera vez por una mujer misteriosa de rasgos infantiles y fuerza sobrecogedora llamada Irine.

Era delgada, alta y unas suaves curvas decoraban su cuerpo; tenía la piel pálida y los ojos azules como zafiros que brillaban, decididos; su largo cabello rojo fuego, había sido peinado en un semirrecogido complejo a base de trenzas que iban en diagonal desde el nacimiento de su cabello hasta la nuca, formando una intrincada trenza de cascada de varios cabos que terminaban en una coleta, llevando el resto del cabello suelto, que danzaba suavemente con el viento.

Vestía una camiseta de tirantes corta ajustada blanca, una falda lápiz azul marino y unas bailarinas negras con la suela desgastada. En su espalda, llevaba una mochila negra.

Ella no procedía de Etraia, sino de Elynd, el mundo de los elfos.

La razón de su ataque era desconocida. Sin embargo, Irine parecía estar buscando algo extremadamente valioso que exclusivamente se hallaba en Etraia.

«Extrañamente, los elfos, los ángeles y los demonios no tienen nada en común», pensaron Lirea y Seniel, pero se equivocaban.

Con el transcurso del tiempo los ataques de Irine eran cada vez más violentos, impredecibles y destructivos.

Seniel cogió a Lirea en brazos y se alejaron hacia el corazón del bosque, adentrándose en un santuario angelical.

—Seniel, espera. Esto es peligroso —dijo una aterrada Lirea.

—Tranquila, mientras permanezcamos juntos, nada malo sucederá. ¿Confías en mí? —respondió Seniel con voz calmada y dulce que sorprendió a Lirea, pues aquella era la primera vez que ella lo escuchaba hablar en ese tono y no pudo evitar sonreír.

—¡Por supuesto!

Y así, se adentraron en lo más profundo del santuario, huyendo de Irine y buscando protección. Pero de repente…

«Estáis en territorio sagrado, la entrada a los demonios no está permitida». Una dulce pero autoritaria voz femenina salió del lago que había tras el santuario.

—¡Por favor, oh gran guardiana del lago, nos están persiguiendo y necesitamos un lugar para refugiarnos! —rogó Lirea.

«Puedo ver que lo que dices es cierto, joven; sin embargo, tu acompañante debe abandonar de inmediato este santuario, pues estáis incumpliendo las normas» objetó con voz calmada la guardiana.

—¡Pero…! —objetó Seniel contrariado, a la vez que preocupado.

«No pongas objeciones, joven. De lo contrario, me veré obligada a quitarte la vida». Esta vez, el tono de voz de la guardiana era más firme que nunca, por lo que Seniel por miedo a que lastimaran a su amada y a su futuro vástago, decidió abandonar el santuario, dejando a su esposa al lado del lago y susurrando un «lo siento» entre lágrimas.

—¡NO! —gritó Lirea desesperada—. ¡Seniel, te lo ruego, no te vayas!

Sin embargo, antes de que pudiera terminar, Seniel había desaparecido.

«No temas, ahora estás a salvo» dijo la guardiana.

—No obstante, debo decirte que te equivocas pues no estoy a salvo. Seniel me protegía y ahora estoy indefensa porque no puedo luchar debido a que estoy encinta —respondió Lirea cortante y reprimiendo la ira que afloraba en su corazón.

«Entiendo. Y el padre es…»

—Exacto, Seniel —dijo Lirea seriamente.

«Vaya, y yo que creía que las relaciones entre ángeles y demonios estaban prohibidas». La guardiana, contrariada, no pudo reprimir su enfado.

—Nada está prohibido si sigues los designios de tu corazón y no lastimas a otros, ¿no es así? Nuestra sociedad está llena de mitos y tabúes y con ello, solo logramos crear prejuicios y una imagen falsa de la realidad que tarde o temprano, nos acabará consumiendo —replicó Lirea, tranquilamente—. De todos modos, no puedo cuidar a mi primogénita sola y ya que me has apartado de Seniel, al menos podrías darme una pequeña ayuda.

«¡Cómo te atreves!» la guardiana terminó de enfurecerse.

—No he sido yo la que ha expulsado a un demonio que solo trataba de proteger a los seres que amaba. ¡Seniel y yo no hemos hecho nada malo! —exasperó Lirea—. Vosotros, quienes os hacéis llamar «guardianes» y perseguís el ideal de la paz e igualdad entre las razas que conviven en este mundo, no hacéis más que contradeciros y crear más prejuicios en lugar de destruirlos.

«Vaya, estás siendo muy insolente, pero al mismo tiempo, franca. Tus palabras están llenas de sabiduría. Es cierto que los guardianes ya no somos quienes éramos hace un siglo. Te pido disculpas por mi inmadurez» dijo la guardiana del lago antes de desvanecerse en el agua.

«Ten, usa esto para mantenerte a salvo y cuando tu primogénita nazca, envuélvelo entre sus ropas, esa será su salvación. Dirígete al norte, hay una aldea aislada del bosque, está protegida por una barrera que solo los de tu especie pueden atravesar». La voz de la guardiana resonó en la mente de Lirea y en sus manos se hallaba un colgante con una Aguamarina tallada en forma de triángulo redondeado y montada en una garra de platino, la cadena del cual era de plata de ley.

Lirea escondió el preciado colgante entre los pliegues de su larga túnica y emprendió el camino hacia la aldea aislada del bosque.

Tras casi cinco horas y media de vuelo, llegó a su destino y atravesó la barrera sin problemas, no obstante…

—Así que tú eres la cobarde que huyó con esa sabandija de Seniel, ¿eh? —dijo una voz masculina tras ella, sobresaltándola.

—¿Quién eres tú? —preguntó Lirea, asustada.

—Oh, tranquila, preciosa. No temas, no te haré daño. Me llamo Genkor.

—¿Genkor, dices? Tienes un nombre bastante extraño. Ahora, si me disculpas, debo irme. Tengo prisa.

—¡Eh, eh, eh, espera! Aún no me has dicho tu nombre.

—Aqua, así me llamo —mintió, esperando poder irse pronto de su lado.

—No es un nombre muy común para un ángel que digamos.

—Ah, ¿no? Y el tuyo sí, ¿verdad? —Rio sarcásticamente Lirea.

—¿Y quién te ha dicho a ti que yo soy un ángel? —replicó él con una sonrisa maliciosa y la mirada gélida.

—Nadie, pero si estás aquí es porque lo eres. Solo los ángeles podemos atravesar la barrera. —respondió ella desafiante.

—Ah, ¿sí? ¿Estás segura? —La miró con desprecio y le enseñó la parte interior de su muñeca derecha, en la cual había tatuada una llama de fuego con dos estrellas de nueve puntas entrelazadas en su interior.

—¡Imposible… pero si ese símbolo es…! —exclamó Lirea atónita.

—Exacto, soy lo que piensas.

—Pero entonces, ¿cómo has entrado aquí?

—Eso es un secreto.

—Bueno, pues ahora con tu permiso, me voy a descansar —dijo ella mientras pasaba por su lado.

Genkor la observó alejarse en silencio y sonrió divertido en cuanto la perdió de vista.