Algo superficial - Cathleen Galitz - E-Book
SONDERANGEBOT

Algo superficial E-Book

Cathleen Galitz

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Cómo convertirse en una mujer nueva en sólo tres pasos... Lauren Hewett había hecho lo imposible por cambiar. En un solo fin de semana, había pasado de ser la eterna dama de honor a ser una tigresa, había buscado una nueva casa y había atraído la atención del hombre del que llevaba años enamorada, Travis Banks. Pero ahora que lo había tentado, ¿qué podía hacer una buena chica como ella? ¿Podría conquistar al soltero más solicitado de Pinedale con su belleza interior? ... O quizá él tendría que enseñarle un par de cosas sobre los asuntos del corazón...

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 163

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2005 Cathleen Galitz. Todos los derechos reservados.

ALGO SUPERFICIAL, Nº 1392 - Junio 2012

Título original: Only Skin Deep

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Harlequin Deseo son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0163-9

Editor responsable: Luis Pugni

Conversion ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo Uno

Lauren Hewett sintió una extraña conexión con el hombre que tocaba el piano en un rincón de la sala. Como él, ella también era invisible. De hecho, el pianista fantasma tenía una ventaja sobre ella. Él al menos podía hacerse oír, algo que Lauren no había sido capaz de lograr desde que había cumplido los treinta y cinco años.

No estaba completamente segura de cuál era la causa de aquel fenómeno; sólo sabía que un día se había levantado y había descubierto que debido a su edad ya nadie le pedía su opinión en asuntos importantes y todos empezaban a tratarla como si fuera una especie de rareza.

Cuando la música dejó de sonar hizo un esfuerzo por dedicar una sonrisa al pianista. A fin de cuentas, sonreír vacuamente era uno de los deberes de la dama de honor... sobre todo si la dama en cuestión era además la hija de la novia. Pero Lauren no pudo reprimir un suspiro de pesar cuando una figura vestida de encaje del color marfil ascendió las iluminadas escaleras del vestíbulo. La novia era el centro de atención de una sala decorada con gusto y esmero. Lauren siempre había imaginado aquellas rosas rosas adornando el salón en que se celebraría su propia boda.

–Siempre la dama de honor, nunca la novia –murmuró para sí.

Se esforzó por reprimir la melancolía que se estaba adueñando de ella y centró su atención en el montaje de fotos que había en una de las paredes de la sala. Su favorita era una en la que aparecía ella sentada en el regazo de su padre, felizmente ajena al hecho de que éste moriría antes de que ella terminara sus estudios en el instituto. La mujer que se hallaba tras ellos con una mano sobre el hombro de su marido era una versión más joven de la sonriente novia que en aquellos momentos se encaminaba hacia los invitados.

Lauren se llevó un dedo a los labios y luego los apoyó sobre los labios de su padre en la foto, como para impedirle decir algo que pudiera arruinar el momento.

–No te preocupes, papá. Henry te gustará. Sabe cómo hacer feliz a mamá.

Al volver la mirada vio a Travis Banks, que se hallaba en el otro extremo de la sala y parecía tan aburrido como ella se sentía. Con su metro noventa sobresalía por encima del resto de las personas que se hallaban en el salón. Tenía aún mejor aspecto del que recordaba con su elegante traje negro, algo que apenas habría creído posible. Su presencia en la boda había sido toda una sorpresa. Era de todos sabido que el soltero más cotizado del condado evitaba a toda costa las bodas por temor a contagiarse de una enfermedad que él consideraba una plaga: «la nupcialitis».

–¡Daos prisa! –exclamó una voz femenina–. Barbara está a punto de lanzar el ramo.

Las solteras más jóvenes, visibles y bonitas, se apresuraron a ocupar un lugar ventajoso para atrapar el ramo. Demasiado mayor y hastiada como para tales tonterías, Lauren se fundió deliberadamente con el papel de la pared y siguió observando disimuladamente al hombre por el que estaba colada desde que comenzó a ir al instituto. Estaba en su primer año cuando Travis, el delantero del equipo de fútbol del colegio, robo su corazón... junto con el de casi todas las chicas del instituto.

Aunque entonces Travis tampoco pareció darse cuenta de que existía...

Mientras lo observaba decidió que el tiempo sólo había servido para mejorar su aspecto. No había ninguna cana en su pelo rubio arena, y el peso que había ganado debía haberse acumulado tan solo en sus músculos. Aunque Lauren no tenía ningún interés en atrapar el ramo, sí solía fantasear secretamente con la idea de atraparlo a él. Desafortunadamente, dudaba mucho que fuera a tener la oportunidad de bailar con él aquella noche, aunque sólo fuera una vez.

«¿Cómo es posible que mi madre se haya casado dos veces cuando yo aún ni siquiera he estado comprometida una? Creía que le estaba haciendo un favor quedándome con ella y resulta que lo que estaba haciendo era frenarla...»

Apartó rápidamente aquellos pensamientos de su cabeza, pues no quería caer en la autocompasión, y trató de centrarse en asuntos más prácticos. Por ejemplo, debía resolver dónde iba a vivir una vez que Cupido había alcanzado con uno de sus misiles el tejado de su casa. Su madre no quería que se fuera, ni nada parecido, y sabía que siempre sería bien acogida en su casa. Pero una cosa era vivir allí con la excusa de estar ocupándose de su madre y otra muy distinta compartir la casa con un par de recién casados. Que su madre ya tuviera más de sesenta años no impedía que en su vida hubiera más acción que en la de ella.

–¡Atrápalo, cariño!

Lauren giró al oír la voz de su madre y apenas tuvo tiempo de reaccionar para atrapar el ramo. La multitud rompió en aplausos y silbidos mientras una ruborizada Lauren alzaba su trofeo, cumplido de una madre con buenas intenciones, si no abiertamente desesperada.

Más tarde, Lauren escuchó el comentario de una decepcionada y ligeramente bebida Silvia Porter, que describió lo sucedido como «un auténtico desperdicio». Aunque no esperaba que un comentario así pudiera dolerle a sus años, le dolió. Tal vez aún más de lo que le habría dolido años atrás, cuando sus amigas y ella vivían creyendo que la popularidad importaba de verdad y que salir con el chico adecuado era un billete garantizado hacia la felicidad. La añoranza que captó en el tono de Sylvia impidió que se enfrentara a ella, pues era evidente su angustia ante la perspectiva de acabar tan anciana y sola como la dama de honor.

Lauren respiró profundamente e hizo lo posible por olvidar el tema. Desde luego, nunca había tenido intención de vivir su vida como el objeto de la lástima de nadie. De hecho, aún no hacía mucho que había imaginado una vida para sí que incluía un marido, niños, y las sencillas alegrías que tantas de sus amigas daban por sentadas en sus vidas. Por mucho que le aseguraran que ella era la más lista de todas, Lauren sospechaba que sólo pretendían ser amables. En algún momento se había convertido en la vieja solterona que trabajaba en el sistema público de enseñanza local.

Mirando atrás, Lauren suponía que había sido demasiado quisquillosa en la época en que aceptaba ocasionalmente una cita. Los pocos chicos del instituto con los que había salido habían sido demasiado agresivos para su introvertida naturaleza. Y tras un par de años de horribles citas a ciegas organizadas por amigas bien intencionadas cuando terminó sus estudios, acabó centrándose más y más en su rutina de trabajo y deberes públicos, que la distraían del hecho de que casi todas sus amigas estaban ya casadas... o se habían vuelto a casar.

De no ser por la reciente revelación de su madre de que se había enamorado de nuevo y tenía intenciones de casarse con Henry Aberdeen, probablemente nunca se habría visto obligada a salir de la habitación que había ocupado desde niña, ni a dejar su cómoda y rutinaria vida. Por encima de todo quería la felicidad de su madre, y si ésta había tenido la rara oportunidad de encontrar el verdadero amor por dos veces en su vida, ¿quién era la solterona de su hija para interponerse en su camino?

Mientras tomaba un sorbo de su copa de champán, Lauren pensó en su aburrida vida. Quería estar fuera de su casa para cuando los recién casados regresaran de su luna de miel en el Caribe. Y después pensaba ponerse a buscar activamente al hombre perfecto.

O al hombre más o menos perfecto.

El hecho de que los solteros de menos de sesenta y cinco años estuvieran tan cotizados como un piso decente en aquella zona, era tan sólo uno de los obstáculos que tendría que superar. Otro era su innata indecisión en todo lo relacionado con los asuntos del corazón. No necesitaba un psiquiatra para que le dijera que su temor a la intimidad estaba enraizado en el inesperado infarto que mató a su padre cuando más lo necesitaba. Lo que de verdad necesitaba era el valor necesario para superar su inseguridad... y la oportunidad de revivir sus sueños.

La oportunidad se presentó en la forma de Fenton Marsh, que se armó de coraje tras sus gruesas gafas para acercarse a ella e invitarla a bailar. Lauren ignoró su impulso inicial de rechazarlo. No era precisamente Travis Banks, pero debía empezar de algún modo, y mostrarse distante no le había servido para nada hasta entonces.

–Será un placer –se oyó decir, quizá con un exceso de ánimo.

Afortunadamente, su tercera copa de champán estaba teniendo el efecto que se suponía: atenuar sus inhibiciones. Si su madre podía pasar por alto la calva y la panza de su marido gracias al afecto que sentía por él, lo menos que podía hacer ella era cerrar los ojos ante los evidentes defectos de Fenton y centrarse en sus puntos fuertes... que él mismo se ocupó de recalcar en cuanto empezaron a bailar.

–Supongo que ya sabrás que desde que fuimos juntos al instituto me he hecho bastante rico.

Lauren parpadeó. Suponía que el hecho de que el padre de Fenton le hubiera dejado su tienda de comestibles tenía algo que ver con ello, pero se limitó a sonreír y a decir que se alegraba por él.

Animado por sus avances, Fenton giró con tal energía mientras bailaba que hizo perder el equilibrio a Lauren. Al estirar instintivamente un brazo tropezó con un hombre que en aquellos momentos se llevaba una copa de ponche a los labios. Inevitablemente, el ponche cayó sobre ambos.

Mientras Fenton se apresuraba para conseguir un paño, Travis Banks observó la mancha roja que adornaba su camisa blanca.

–Lo siento –murmuró.

Lauren se sintió desconcertada. A fin de cuentas, disculparse por algo que no era culpa suya era su especialidad.

–¿Por qué? ¿Por estar en el lugar erróneo en el momento equivocado? –preguntó mientras alzaba la mirada hacia sus ojos grises.

–Por entrometerme entre Ginger y Fred cuando estaban en medio de unos de sus más sofisticados pasos de baile.

El grave tono de la voz de Travis hizo que Lauren se quedará petrificada en el sitio, y no se dio cuenta de que seguía con las manos apoyadas contra su pecho hasta que Fenton reapareció con un montón de servilletas de papel. Entonces las apartó como si hubiera estado a punto de quemarse.

Pero habría sido muy tentador husmear bajo aquel traje para comprobar si había algo falso bajo sus pliegues.

Como un corazón, por ejemplo.

Incluso una profesora de inglés solterona como ella había oído rumores de que Travis Banks no tenía nada que envidiar a Casanova. Por lo visto quería vengarse del destino y de las mujeres del mundo por el desastre de matrimonio que había sufrido a base de utilizarlas como si fueran servilletas de papel.

Pero aquello no impedía que incluso las mujeres casadas suspiraran por él.

A veces incluso delante de sus maridos.

Los intentos de Fenton por secar el vestido de Lauren sólo sirvieron para empeorar las cosas. Lo último que quería era desmoronarse el día de la boda de su madre.

–¿Puedo hacer algo por ayudar, Lauren?

El hecho de que Travis recordara su nombre resultó muy halagador. Lauren ya había asumido en el instituto que aquel Adonis tenía que estar demasiado distraído con las animadoras de su equipo como para fijarse en ella. Haciendo caso omiso de las campanillas de advertencia que sonaron en su cabeza, logró esbozar una sonrisa.

–Podrías ser tan amable de bailar conmigo hasta que me seque y recupere la compostura.

De pronto, a Lauren le dio lo mismo el decoro y lo que los demás pudieran pensar de ella. Había decidido lanzarse a conocer a todos los pretendientes posibles y no veía ningún mal en empezar por el más guapo de todos.

Además, ser vista con el soltero más cotizado del condado serviría para dejar claro que Lauren Hewett estaba de vuelta en el mercado.

Lo último que quería Travis Banks era bailar con la mujer que acababa de arruinar su camisa. Había planeado quedarse el tiempo justo para brindar con los recién casados antes de irse. No era especialmente aficionado a asistir a bodas. En aquellos momentos se hallaba rodeado de tantos relojes biológicos femeninos en pleno funcionamiento que era un milagro que aún pudiera escuchar la música.

Pero Lauren Hewett no era de las que presionaban. Más bien al contrario. Incluso en el instituto se había mostrado tan tímida que ningún chico le había prestado atención. Travis recordaba haber oído decir que se había quedado traumatizada por la muerte de su padre y que después se había dedicado exclusivamente a su trabajo y a su madre.

Había resultado conmovedor el modo en que había aceptado el ramo de su madre, y hasta el hombre menos caballeroso habría tratado de salvarla de las garras de Marsh y su insufrible ego. Bailar con la nueva hijastra de Henry era lo menos que podía hacer para ayudarla a superar un día que no debía estar resultando especialmente fácil para ella.

–Será un placer –mintió, y a continuación rogó para que el grupo interpretara una pieza movida que no lo obligara a hablar demasiado. Se sentía mucho más cómodo al aire libre con unos vaqueros y un par de viejas botas que con aquel elegante traje en medio de una fiesta.

Pero sus peores temores se hicieron realidad cuando el grupo se lanzó a interpretar una conocida balada. Un minuto después descubrió que su pareja tenía una figura encantadora bajo las capas de ropa que vestía. A pesar de que Lauren hacía todo lo posible por ocultar aquel hecho a ojos del mundo, Travis no pudo evitar que su cuerpo reaccionara al sentir sus delicadas y femeninas curvas presionadas contra él. El cuerpo de Lauren encajaba con el suyo tan perfectamente que no necesitó ningún esfuerzo para imaginarse a sí mismo bailando horizontalmente con ella.

Para variar, era agradable bailar con alguien que no parecía una especie de palo de escoba entre sus brazos. Nunca había logrado convencer a Jaclyn, ni a ninguna otra mujer, de que a la mayoría de los hombres no les atraía la imagen de anoréxicas que vendían en aquella época la mayoría de las revistas de moda. Las mujeres con una buena figura nunca se pasaban de moda para él. De pronto imaginó a Lauren con el vestido blanco que Marilyn Monroe llevaba en la famosa foto que se hizo sobre una salida de aire en plena acera y se excitó de un modo que lo dejó completamente desconcertado.

Pero en lugar de apartarse un poco, se sintió aún más atraído por el aroma de su perfume. Olía tan bien que tuvo que contenerse para no enterrar la nariz en su cuello y aspirar con fruición.

Observándola de cerca, Travis comprobó que tenía unos rasgos realmente agradables: ojos grandes de color esmeralda, buenos pómulos, un pelo negro sedoso apartado severamente de un rostro en forma de corazón y una carnosa boca que se curvaba seductoramente cuando sonreía. Simplemente, Lauren no acentuaba aquellos rasgos como otras mujeres, por ejemplo Jaclyn, su ex, que podían pasar horas ante un espejo para lograr proyectar ante el mundo la imagen que querían. El hecho de que Lauren no pareciera ser una de ellas resultaba admirable.

Pero lo cierto era que él estaba pagando una pensión desorbitada a Jaclyn y hasta aquel día nunca se había detenido a echar un segundo vistazo a Lauren.

–Me siento fatal por haberte estropeado la camisa. Tendrás que permitirme pagar el recibo de la tintorería.

Travis dijo que no era necesario, pero Lauren se negó a aceptar un no por respuesta.

–Insisto. Sólo hay un problema...

Cuando Lauren se mordió el labio inferior Travis se sintió hipnotizado por el gesto, que encontró increíblemente sexy.

–Te diría que me enviaras la factura –continuó ella–, pero aún no sé dónde voy a alojarme. Lo único que sé es que no voy a seguir mucho tiempo en mis señas actuales.

Travis vio a Fenton por el rabillo del ojo. Estaba esperando su turno al borde de la pista de baile, anhelante por retomarlo donde lo había dejado. Pero Travis no estaba tan dispuesto a renunciar a Lauren como había pensado al empezar a bailar con ella, de manera que la condujo en dirección contraria.

–Tengo que salir de aquí –dijo Lauren de repente, como si de pronto hubiera sufrido un ataque de claustrofobia.

Travis se preguntó cuánto champán habría consumido en el transcurso de la tarde.

–¿Te encuentras mal?

–Me encuentro mal y cansada de mi vida en general –admitió Lauren.

–Supongo que no puedo hacer nada por ayudar.

Lauren hipó con delicadeza.

–Siempre podrías casarte conmigo y acabar con este sufrimiento.

Travis se tambaleó. De pronto comprendió con claridad por qué el pobre March había tropezado y lo había bautizado con su ponche. Aquella había sido la proposición de matrimonio más rápida que había recibido en su vida por parte de una mujer a la que apenas conocía.

Su reacción hizo que Lauren se pusiera como la grana. Rió nerviosamente.

–No te preocupes. Sólo estaba bromeando. Pero al margen de tomar una medida tan drástica, siempre podrías ayudarme a buscar un sitio en que alojarme. Dadas las circunstancias, no querría seguir en esta casa mucho tiempo, y los únicos sitios de alquiler disponibles en la zona deberían ser declarados en ruinas.

El brillo de las lágrimas en los ojos de Lauren hizo que se desmoronaran las paredes que con tanto esfuerzo había erigido Travis en torno a su corazón. Al sentir cómo temblaba entre sus brazos maldijo su falta de sensibilidad. Era evidente que a la hora de ocultar sus sentimientos Lauren no parecía tan experimentada como la mayoría de las mujeres. Y probablemente se sentía especialmente vulnerable aquel día.

De hecho, la última vez que Travis había visto una criatura tan indefensa la había tenido encañonada con su Colt 45, y aunque el mapache estaba destruyendo el jardín de su madre, fue incapaz de disparar. La criatura se sintió tan feliz de poder seguir por allí que prácticamente lo adoptó como amo.

Una señal de advertencia se iluminó en el interior de su cabeza. Travis era un hombre que se esforzaba por mantener la distancia emocional con el sexo opuesto. Desde su divorcio tendía a considerar a las mujeres en general como seres manipuladores, fríos y calculadores. Pero resultaba difícil imaginar a aquella profesora de inglés con las mismas mañas que la mujer que había pulverizado su orgullo y su cartera cuatro años atrás.

Al notar que empezaba a sentir interés por el aspecto que tendría Lauren con el pelo suelto, tuvo que contenerse para no empezar a quitarle las horquillas y deslizar las manos por sus oscuras trenzas. Pero cuando ella apoyó la cabeza contra su hombro dejó de ser un compañero de baile reacio para convertirse directamente en su protector. Al sentir la calidez de su aliento contra su cuello, la estrechó con fuerza entre sus brazos mientras la banda interpretaba los últimos acordes de la canción. Cuando bajó la mirada y notó que las pestañas de Lauren estaban sospechosamente húmedas, algo se encogió en su pecho.