Enamorada de un playboy - Cathleen Galitz - E-Book

Enamorada de un playboy E-Book

Cathleen Galitz

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Beschreibung

¿Qué pasaría cuando ella dejara a un lado todas sus inhibiciones? Alexander Kent necesitaba una mujer que se hiciera pasar por su esposa para ayudar al Club Cattleman. El afamado playboy tenía ciertas reticencias a que alguien se hiciera pasar por su esposa, aunque fuera de manera temporal. Lo cual hacía que la profesora de teatro, Stephanie Firth, fuera la ideal para la misión, pues era una mujer normal y corriente que no pretendía nada con él. Pero, por muy corriente que fuera, Alex no tardó en darse cuenta de que se sentía atraído por ella y, en cuanto le puso la alianza en el dedo, sintió el deseo irrefrenable de demostrarle lo seductor que podía llegar a ser…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2004 Cathleen Galitz

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Enamorada de un playboy, n.º 1463 - agosto 2024

Título original: Pretending with the Playboy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410741737

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

–Lo siento, chicos. No puedo hacerlo –informó Alexander a los miembros del prestigioso Club de Ganado de Texas.

Pero, sin embargo, su voz no parecía indicar el menor arrepentimiento al rechazar el honor de llevar a cabo la misión que le habían encomendado. Las primeras protestas no tardaron en escucharse desde el fondo del salón que les servía como sala de reuniones. Clint Andover, uno de los miembros que había contraído matrimonio recientemente, tuvo el valor de decir en voz alta aquello que todo el mundo estaba pensando.

–¿Y por qué diablos no?

Alex examinó la taza de porcelana en que estaba bebiendo su café irlandés. El emblema del club estaba minuciosamente grabado en oro sobre la porcelana. Su significado iba mucho más allá de lo que cualquier persona ajena al club podría entender.

Aquel club formado por un montón de chicos buenos no era más que la fachada de una organización de ex militares dedicados a salvar vidas inocentes y garantizar el cumplimiento de la justicia. Mientras su generosidad hacia las organizaciones benéficas era de sobra conocida, eran sus operaciones secretas las que realmente testificaban la integridad de sus miembros y el éxito de sus misiones.

Alex se tomó su tiempo para contestar. Su mirada deambuló por la habitación observando las diferentes piezas de animales que decoraban las paredes. De repente, sintió cierta empatía hacia el león disecado que tenía frente a él.

Alex imaginaba que la pobre bestia sabía que sus amigos le propondrían que contrajera matrimonio como parte de un elaborado plan que habían tramado a su favor.

Encima de una de las arañas que proyectaban luces de colores a toda la sala, estaba la placa que recordaba el lema del club. Alex tenía grabadas aquellas palabras en su corazón como si lo estuvieran en un pedazo de madera.

Liderazgo, justicia y paz.

Pero no era falta de valor lo que le impedía a Alex aceptar la última misión del club cuyo objetivo era desarticular una red de criminales dedicada a la adopción ilegal.

El escándalo saltó a la luz el fatídico día en que Natalie Pérez irrumpió en esa consabida fortaleza con el bebé de Travis Whelan en brazos. Reconstruir sus recuerdos no había sido fácil ni seguro para quienes habían decidido ayudarla. Y frustrar un plan valorado en medio millón de dólares había resultado para sus autores mucho más peligroso de lo que ninguno de ellos podría haber llegado a pensar.

El hecho de que Natalie, Travis y su bebé estuvieran actualmente fuera de peligro no ponía fin a la intervención de los miembros del club de ganado en este complicado caso. Motivados por su compromiso hacia la justicia, los miembros habían acordado elegir a alguien para que, de incógnito, se infiltrara en la banda criminal y llevara a cabo una investigación que les permitiera diseñar un plan para poner fin a la red ilegal de adopción. Debido a su previa experiencia en el FBI, Alex era el mejor candidato para llevar a cabo esa tarea. Con treinta y cinco años, soltero y económicamente independiente no parecía existir obligación laboral o familiar alguna que le impidiera aceptar.

–Esperamos ansiosos tu respuesta –dijo Ryans Evans lacónicamente.

Alex sonrió de mala gana a quien, en su día, había sido una estrella de los rodeos.

–Me honra que hayáis depositado vuestra fe en mí, pero hay un problema que, parece, todos habéis pasado por alto.

Alex dudó. Tenía la intención de hacer algún comentario burlón al respecto, algo que pudiera convencer a sus colegas y pudiera sacarle de ese aprieto, pero necesitaba hablar claro. Alexander Kent no podía mentir a los que, para él, llenaban aquella habitación y sentía como hermanos. Así que, tomando aire, se preparó para ser el blanco de las burlas.

Mientras Alex exponía sus razones, el hastío podía verse reflejado en sus verdes ojos.

–Para desempeñar el papel de marido dentro del plan que habéis urdido, necesitaré una esposa adecuada. Y la verdad es que no conozco a ninguna fémina que esté dispuesta a prestarse a ello por mucho que se trate de una buena causa.

La sala se llenó de risas ante aquel comentario. Nadie se creía que uno de los playboys más famosos del lugar no pudiera engatusar a ninguna hembra para que se hiciera pasar por su mujer.

–¿Qué ha pasado con la gloriosa Gloria? –preguntó alguien desde el fondo de la sala.

–Ya no me habla –explicó Alex, refiriéndose a la supermodelo con la que había cortado recientemente tras haberse negado a abordar el tema del matrimonio–. Como, me temo, el resto de las mujeres que engrosan mi agenda.

Sus bellas amigas nunca habían sido capaces de aliviar la soledad que había sufrido en silencio como herencia de un padre rico que se había dejado llevar por un gran número de codiciosas madrastras. Siendo aún muy pequeño, aquellas mujeres le habían enseñado a Alex a apreciar el valor de la soltería. Gloria Vuu había sido la última en la larga lista de mujeres que, en vano, habían intentado que Alex se comprometiera. Su dramática separación había terminado con la ruptura de un florero de porcelana contra la pared.

–De todos modos ella no nos hubiera servido para nuestros propósitos –añadió otra voz conocida–. Nadie en su sano juicio creería que alguien como Gloria está desesperada por tener que lidiar con bebés y pañales sucios.

Haciendo gala de su habitual aplomo, Ryan Evans fue capaz de silenciar la sala con tan sólo aclararse la garganta.

–¿Es esto todo lo que te impide aceptar la misión? –le preguntó a Alex, examinándolo con una mirada inquisitiva.

«¡Como si eso no fuera bastante!».

Alex asintió. Sólo porque sus compañeros estuvieran cayendo como moscas en las redes del matrimonio no creía justo que, de repente, eso les hiciera considerarse expertos en la materia.

–Si ése es el caso, yo ya me he ocupado de eso, amigo –dijo Ryan con gran desparpajo.

La sonrisa de su colega preocupó a Alex.

Como si temiera ser interrumpido, Ryan conti-nuó de inmediato.

–Dado que ninguna de las mujeres con las que sales habitualmente te proporcionaría una coartada fiable, me he tomado la libertad de preguntarle a Carrie si conocía a alguien que pudiera ser válida para desempeñar el papel. Y resulta que tiene una amiga que podría ser la esposa perfecta para ti.

Alex estuvo a punto de preguntarle qué quería decir con eso, pero, entonces, Travis interrumpió al que pronto sería su cuñado.

–Si mi hermanita ha dado el visto bueno, para mí es más que suficiente.

La expresión de su cara impidió que nadie se atreviera a contradecir su comentario. Dado que Carrie había estado anteriormente unida sentimentalmente al doctor sospechoso de encabezar aquella vil trama a pesar de que luego se volviera contra ella para llevar a cabo una diabólica venganza, no había necesidad de darle instrucciones acerca de la confidencialidad relacionada con su plan. Siendo Travis y Ryan quienes aprobaran la elección de la misteriosa mujer que Carrie había elegido para ser su esposa, nadie vio la necesidad de discutir. Alex tenía curiosidad por saber quién era la mujer de quien Ry pensaba, podría desempeñar el papel de la mujer perfecta para él. Sabía que, si tan sólo era la mitad de guapa de lo que lo era Carrie, tendría que hacer un gran esfuerzo para mantenerse centrado en el plan que les ocupaba.

Aquel pensamiento le alegró considerablemente.

«¿Quién será?», quiso saber mientras repasaba mentalmente la lista de las mujeres solteras del lugar.

Pero el nombre que Ryan proporcionó le sorprendió sobremanera.

–¿La bibliotecaria de la escuela? –preguntó Alex, totalmente sorprendido.

–La misma. Antes de que te opongas, debes saber que tiene todas las cualidades necesarias para lograr nuestro objetivo y que, además, cuenta con experiencia en el terreno de la interpretación.

Francamente, le ofendía que Carrie hubiera elegido a una mujer tan insulsa para actuar como su media naranja. No era que Alex tuviera nada en contra de las mujeres que habían elegido vivir virtuosamente. Quizá, si su madre le hubiera inculcado algo más de compostura, ahora no fuera tan emocionalmente inestable como Gloria y otro buen número de mujeres afirmaban que era. Pero ella les abandonó a él y a su padre cuando él tenía tan sólo cinco años…

Pero pensándolo bien, había ciertas ventajas en el hecho de que una mujer tan feúcha se hiciera pasar por su mujer en una misión como aquélla. No era probable que una mujer de este tipo echara por tierra su plan con ideas preconcebidas acerca de establecer una relación sentimental con él, cosa que también le haría mucho más fácil mantenerse centrado en la materia. Cuando se trataba con criminales peligrosos, cuantas menos distracciones, mejor. Por mucho que quisiera creer que aquella misión era una chorrada, Alex sabía lo peligroso que era el juego al que estaban jugando. Un hombre capaz de robarles sus bebés a unas madres vulnerables no parecía presagiar que fuera a tener reparos a la hora de matar.

Fuera cual fuera la amenaza que esta misión le supusiera a nivel personal, Alex no le daría la espalda a aquello a lo que se aferraba con fuerza. La promesa que había hecho al formar parte del club de ganado le impedía decir no a los compañeros que habían depositado su fe en él. Pensar que mujeres decentes como Natalie sufrieran por los bebés que, creían, habían muerto al nacer, exigía, si era necesario, poner su vida al servicio de aquella misión.

Alex miró a su alrededor, a las caras expectantes de sus colegas.

–Muy bien, chicos. Si creéis que existe la posibilidad de convencer a la bibliotecaria para seguir adelante con esto, podéis contar conmigo.

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–Romeo, Romeo, ¿dónde está mi Romeo? –preguntó una impaciente Julieta con la mano apoyada en la cadera–. Probablemente en las nubes –añadió entre dientes antes de gritar–: Señorita Firth, ¿es que no va a hacer nada respecto a la forma en que Junior retrasa sus salidas a escena?

Stephanie se mordió los labios para evitar que los improperios salieran de su boca. Shakespeare se levantaría de su tumba si fuera capaz de oír la desastrosa versión que estaban haciendo de la más grande de sus historias de amor. Tomando aire, se recordó a sí misma que el reparto estaba compuesto por estudiantes de instituto y, como tal, no podía esperar que la representación estuviera al nivel de las producciones de Broadway. Aun así, Stephanie no tenía ninguna gana de ser públicamente humillada.

En respuesta a la petulancia de Julieta, la voz que Stephanie empleó para responderle fue la de una disciplinada empleada de instituto acostumbrada a trabajar con adolescentes revolucionados hormonalmente.

–Launa Beth, ¿cuántas veces tengo que recordarte que te ciñas a tu papel y dejes que sea yo quien me preocupe del resto de los actores? Ahora, quiero que te centres en suavizar el tono que utilizas en esta escena.

Disgustada por ser reprendida cuando era Junior Weaver el merecedor de aquella reprimenda, Laura desapareció en la oscuridad del teatro. Se sentía frustrada por la irritación que le había causado la entrada a destiempo de Romeo, un joven atlético que hacía ahora su aparición en el escenario.

Furiosa, Julieta le lanzó el insulto más de moda entre los adolescentes.

–Junior, ¡eres imbécil!

Girándose y dedicándole una sonrisa irresistible, Romeo corrigió a Julieta al más puro estilo isabelino.

–¿En verdad lo creéis, mi dama?

–¡Corten!

La voz de Stephanie retumbó en todo el teatro ahogando la risa contenida de un inesperado es-pectador sentado al fondo. Sin ella saberlo, aquel mecenas de las artes no estaba allí para visualizar la producción sino para examinar a la directora. Si Stephanie hubiera sabido que le estaban haciendo una prueba para desempeñar el que sería el papel de su vida, probablemente hubiera sido más consciente al subirse al escenario y proceder a dar instrucciones a sus alumnos en cuanto a interpretación.

 

 

Absorto en la escena que se desarrollaba frente a él, Alexander Kent se inclinó hacia delante. Reconocía a la bibliotecaria que había sido elegida para fingir ser su esposa por la sencillez de sus ropas y lo práctico de su peinado, pero se sorprendió de la pasión con la que dirigía a su desaliñado reparto. La transformación era asombrosa.

–Tenéis que dejar los sentimientos personales a un lado y meteros en la piel de vuestro personaje –dijo Stephanie a los actores mientras emergía desde la oscuridad al escenario–. ¿Tengo que recordaros que, cuando estáis sobre el escenario, estáis viajando en el tiempo no sólo para poneros en el lugar de vuestro personaje, sino para darlo todo por el bien del amor? Os estoy pidiendo que encontréis el suficiente coraje para olvidaros de vosotros mismos durante un par de horas y asumáis la responsabilidad de un verdadero actor.

Stephanie tomó un trozo de gasa que colgaba del balcón de Julieta y se rodeó con él los hombros, adquiriendo una pose teatral. El tono violeta de su improvisado chal contrastaba con el color beige de la falda y el jersey que llevaba. Aquel color tan apagado no le sentaba nada bien, pero, sin embargo, sus ojos brillaban de una manera tan intensa que incluso Alex, sentado en la última fila, pudo ver.

–Tal y como Shakespeare dijo: «El mundo es un gran teatro en el que hombres y mujeres son meros actores. Todos tienen sus entradas y salidas y cada hombre, en su debido tiempo, desempeña varios papeles en distintas representaciones…».

Alex se sorprendió por la calidad y la sinceridad de la voz que recitaba aquellos versos de memoria. Si su profesora de instituto le hubiera enseñado con tanto fervor, habría sido posible que desarrollara cierta apreciación hacia el maestro Shakespeare.

Sin ser consciente de que su exhibición estaba siendo contemplada en múltiples niveles, Stephanie continuó con verdadero fervor.

–Si os atrevéis a internalizar esos versos y recitarlos desde lo más profundo de vuestro ser, sabréis lo que significa clavarse un puñal en el pecho y morir por amor sobre el escenario.

Stephanie hizo una pausa para hacer un gesto hacia el escenario.

–Si podéis hacer eso, entonces podréis entender el trágico sacrificio de Romeo y Julieta como un brillante meteorito que se abre paso en la oscuridad del cielo hacia la mente de vuestros espectadores para cambiar su percepción del mundo para siempre.

Alex resistió la tentación de aplaudir. Estaba totalmente asombrado de haber descubierto que, bajo el pecho de aquella bibliotecaria tan modosita, latiera el corazón de una romántica empedernida. Alguien capaz de inspirar a un reparto de adolescentes sin olvidarse de un autoproclamado playboy que, hacía ya mucho tiempo, había dejado de creer en el amor verdadero. Alex no podía recordar la última vez que había deseado que una relación fuera más allá de lo efímero. Sin ser siquiera consciente de que él era parte de la audiencia, esa insulsa bibliotecaria le había hecho desear no sentirse tan hastiado.

Quizá había estado equivocado respecto a Stephanie Firth. Alguien capaz de hacer revivir en él la llama del amor eterno bien podría ser capaz de convencer al peor de los criminales de que, fuera cual fuera el precio, estaba dispuesta a pagar para hacer realidad sus sueños y convertirse en madre.

De repente, Alex sintió un golpe en el codo.

–¿No te dije que era maravillosa? –le susurró Carrie Whelan al oído. Sus ojos color avellana brillaban al igual que su pelo.

–No tienes que convencerme a mí –le dijo a la emisaria encargada de procurar la ayuda de aquella mujer–. Estamos aquí para ver si tu amiga acepta poner sus artes interpretativas al servicio de una experiencia real.

 

 

–¡Por supuesto que no! –exclamó Stephanie, agitando la cabeza.

No podía creer que su amiga hubiera sido capaz de sacarle el tema y pensar que ella se prestaría a fingir un matrimonio con uno de los playboys más infames de Texas. Examinando el área para ver si había cámaras ocultas, se preguntó si su reacción estaba siendo retransmitida como en uno de esos reality shows que tanto detestaba. En su opinión, aquellas bromas eran más mezquinas que divertidas. Y aquélla no era una excepción. Si Carrie había soportado aquel desastroso ensayo sólo para hacer que Alexander Kent subiera al escenario con ella, Stephanie tenía que cuestionarse su amistad. Le parecía una broma de mal gusto. Odiaba siquiera tener que pensar en esa posibilidad.

La consternación de Stephanie era evidente en sus ojos. Aquellos ojos marrones se agrandaron de tal forma que a Alex le pareció saborear su color chocolate. Estaba sorprendido por su antagonismo y por lo bonitos que se veían aquellos ojos sin la ayuda de cosméticos. Las mujeres con las que normalmente salía nunca se dejaban ver si no estaban minuciosamente maquilladas. Pequeñas motas do-radas brillaban en las pupilas de los ojos de Stephanie cuando, al parpadear de asombro, revelaron un alma que no conocía la maldad.

Esperando que el humor fuera un buen recurso para aliviar la tensión, Alex hizo gala de su habitual encanto.

–En ciertos barrios –dijo–, se dice que las mujeres brincarían de alegría si se les presentara la oportunidad de tenerme como esposo.

–¿No será en el barrio francés? –le preguntó Stephanie. No parecía en absoluto impresionada ante la idea de sumarse al grupo de aquellas mujeres.

Carrie resopló.

Mientras que Alex tenía la audacia de mostrarse herido, Stephanie se negaba a sentir cierta empatía hacia él. Si Alexander Kent esperaba ganársela haciendo gala del carisma superficial con el que engatusaba al resto de las mujeres, tenía un largo y duro camino por delante. Si le hubiera preguntado por qué parecía desagradarle tanto, Stephanie habría tenido que admitir que no tenía nada que ver con su éxito con las mujeres, sino con el hecho de que él nunca le hubiera dedicado una simple mirada. Ella nunca había tenido la esperanza de estar incluida en el círculo de amistades de aquel hombre. Pero eso no le molestaba tanto como el hecho de que la hiciera ser consciente de sus deficiencias en cuanto a los estándares de belleza que uno veía en las revistas para mujeres, las mismas revistas en las que su última novia aparecía este mes luciendo la ropa de baño de la próxima temporada.

Un caso a señalar fue el último acto benéfico del instituto en el que Alex y ella tomaron contacto por primera vez. Por supuesto, no esperaba que Alex recordara aquel incidente. Carrie había coaccionado a Stephanie para que pusiera su talento creativo al servicio de una de las casetas de poesía en las que, como una mera donación, Stephanie había escrito algunos versos a elección de los visitantes. Carrie era quien escribía los versos en una bonita caligrafía y los envolvía con una cinta en forma y papel de pergamino. Por muy ingenioso que hubieran resultado sus esfuerzos, la caseta de al lado echó por tierra su negocio.

Stephanie se quedó pasmada cuando, el más sexy de los playboys, Alexander Kent, apareció en la caseta de los besos dispuesto a conseguir más dinero que todas las otras casetas juntas. La frívola oferta de su amiga Carrie de regalarle un ansiado beso de semejante sinvergüenza, le vino de repente a la memoria. Quizá, en aquel momento, sus protestas no tenían tanto que ver con el hecho de que estuviera desesperada, sino con la tentación de haber estado a punto de aceptar la oferta de Carrie. De todas formas, Alexander estaba tan ocupado besando la interminable fila de chicas que aguardaban en el gimnasio, que probablemente tampoco se habría percatado de la presencia de Stephanie.