Amigos y amantes - Trish Wylie - E-Book
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Amigos y amantes E-Book

TRISH WYLIE

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Beschreibung

Aquella era la mayor apuesta de toda su vida. Ryan y Molly llevaban toda la vida siendo amigos, pero el juego infantil empezó a volverse peligroso cuando él la retó a fingir que estaban saliendo juntos... y ella aceptó. La primera regla del juego que impuso Ryan era que debían besarse mucho para que así pareciera real. Así fue como dos buenos amigos se convirtieron en dos buenísimos amantes... Y como Molly se dio cuenta de que aquella apuesta era mucho más adecuada de lo que ella había previsto.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2003 Trish Wylie

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Amigos y amantes, n.º 1826 - mayo 2015

Título original: The Bridal Bet

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-6337-8

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

Sí, Molly, sigo al pie de la escalera –contestó Ryan en un tono entre cansino y burlón–, y sí, estoy mirando por debajo de tu vestido –añadió para picarla.

Lo cierto era que le estaba costando mantener la vista apartada. Molly O’Brien tenía unas piernas preciosas, sobre eso no había discusión posible. Hacía años que era su mejor amigo, su tormento, y una especie de figura de hermano mayor, pero eso no le restaba objetividad respecto a sus encantos.

–Ryan Callaghan, en cuanto baje de aquí serás hombre muerto.

–¿No estarás amenazando con caerte encima de mí y aplastarme, verdad?, porque siento decirte que, estando tan esmirriada como estás, no me matarías en el acto. Lo único que lograrías sería que me rompiera un brazo o una pierna. Claro que, tal vez, si me caes sobre la cabeza a lo mejor pierdo el conocimiento, pero aun así…

Molly no pudo evitar echarse a reír.

–Con eso me conformaría. Así al menos te callarías un rato.

En ese momento sopló una ligera brisa, levantando un poco el vestido de Molly y obsequiando a Ryan con la fugaz visión de un trozo de encaje blanco. Ryan tragó saliva y giró el rostro, sintiéndose irritado al notar que se había ruborizado.

–¿Todavía no tienes a ese estúpido bicho?

Molly alargó la mano un poco más, y consiguió alcanzar el suave cuerpecillo de su gato persa, que se había encaramado al árbol y no se atrevía a bajar.

–Buen gatito, ven con mamá… ya está –murmuró sosteniéndolo contra su pecho–. ¡Ya lo tengo! –exclamó mirando hacia abajo–. La próxima vez, Houdini, si tienes que subirte a algún sitio, súbete al tejado del porche –dijo hablándole al gato–. De ahí al menos sabes bajarte tú solito, y así no tendré que recurrir otra vez a ese insolente inútil, que aprovecha para mirar por debajo de mi falda, ¿me oyes?

Ryan sujetó pacientemente la escalera hasta que Molly pisó tierra firme.

–He oído lo que le has dicho a ese minino, ¿sabes? –le dijo torciendo el gesto.

Molly alzó el rostro para poder mirarlo a los ojos.

–Esa era mi intención –le contestó con una dulce sonrisa sarcástica–. Dime, ¿cómo es posible que alguien que mide casi dos metros pueda tener miedo a las alturas? Si fueras un caballero habrías subido tú a rescatar a mi gato en vez de dejar que lo hiciera yo.

–No es culpa mía que ese tonto animal peludo se suba a los árboles cada vez que aparece un perro. Él sí que es un cobardica. En vez de plantarles cara… Si no son más que sacos de babas… Además, lo tienes muy mimado. Deberías dejar que aprenda a salir solo de los líos en los que se mete –dijo haciendo reír a Molly de nuevo.

Ryan cerró la escalera de metal, y la guardó en la caseta de las herramientas del jardín antes de seguir a Molly al interior de la casa, en la que llevaban viviendo juntos, compartiendo el alquiler, desde hacía casi seis meses. Habían sido amigos desde niños, y ni la distancia ni el paso del tiempo habían alterado la afinidad entre ambos. Seguían pasándolo igual de bien cuando estaban juntos.

Ryan tomó asiento en una de las banquetas de pino de la cocina, y observó a Molly mientras ponía de comer a su mascota. Era la misma Molly que conocía desde hacía quince años, pero desde que regresó de Estados Unidos había algo que había cambiado en ella, aunque no acertaba a averiguar qué era.

Tras dejar a Houdinicomiendo con fruición, Molly puso a calentar agua para hacer té y, aún de espaldas a su amigo, pudo notar su mirada. Volvió el rostro hacia él un momento, enarcando una ceja

–Ya estás otra vez, Callaghan.

–¿Qué? –inquirió él sobresaltado. Había vuelto a pillarlo.

–Estabas mirándome. Últimamente no haces más que quedarte mirándome, y es bastante enervante, la verdad.

Ryan resopló, fingiéndose incrédulo, y ladeó la cabeza.

–¿Sabes? Deberías desinflar un poco ese ego tuyo. ¿Crees que no tengo nada mejor que hacer que mirarte? Además, ya te tengo muy vista.

Molly se dio la vuelta, apoyando la espalda contra la encimera, se cruzó de brazos y le dedicó una de sus miradas patentadas de «no me tomes el pelo, Callaghan».

–Pues no lo parece. ¿Por qué no me dices qué es lo que pasa? Estás volviéndome loca.

Ryan parpadeó con aire inocente.

–¿De qué hablas? No pasa nada. ¿Acaso hay alguna ley que diga que no puedo mirarte? –le espetó.

Los ojos verdes de Molly se entornaron suspicaces.

–Se te da fatal mentir, Callaghan. Vamos, desembucha.

–¿Que haga qué? Oh, es otra de esas expresiones que se te han pegado en Estados Unidos –le dijo con una sonrisa burlona.

–No trates de cambiar de tema.

–No estaba tratando de cambiar de tema, pero dime, ¿cuánto crees que te llevará volver a hablar como una irlandesa?

–Siempre he sido irlandesa, y siempre lo seré, botarate –gruñó Molly, irritada, con los brazos en jarras.

Ryan dio un paso hacia ella esgrimiendo un dedo acusador.

–¿Lo ves? ¡Has vuelto a hacerlo! –exclamó–. «Botarate»… –repitió, meneando la cabeza y chasqueando con la lengua–. ¡Si hasta tu acento suena americano a ratos! Además, has perdido otra vez, O’Brien. Te lo dije, no te convenía apostar.

Molly iba a decir algo, pero se quedó muda y boquiabierta al darse cuenta de que tenía razón. ¡Condenado Callaghan! Llevaba pinchándola con el cambio de acento y los modismos desde que había vuelto de Estados Unidos. De hecho, esa misma mañana él la había retado a pasar un día entero sin decir una sola expresión americana, pero finalmente había caído. Pero no era culpa suya, sino de él, que siempre lograba hacerla rabiar. Claro que, conociéndola tan bien y sabiendo qué cosas la fastidiaban, nunca le resultaba difícil.

–Muy bien, ¿cuál es el pago de la apuesta? –le preguntó Molly con fastidio.

–Pues… creo que necesito tiempo para pensarlo –contestó Ryan con una sonrisa maliciosa, levantándose y yendo hacia la puerta–. Te lo diré después, durante el baile.

–Mmm… Pues la próxima vez pondremos antes las condiciones de la apuesta.

Ryan se detuvo en el quicio de la puerta.

–Y se perdería toda la diversión. Así se mantiene la emoción hasta el final –le dijo burlón.

–Lárgate a trabajar antes de que me vea obligada a hacer algo de lo que luego tenga que arrepentirme, Callaghan –advirtió Molly, agarrando un paño y tirándoselo a la cara.

Ryan se echó a reír de buena gana, haciéndola sonreír.

–Ya estás como siempre, haciéndome promesas que luego no cumples. Un día de estos creo que me arriesgaré a ignorar tus amenazas, solo para ver qué es eso de lo que luego te arrepentirías.

Ryan era guarda forestal, y Molly, que lo conocía bien, sabía que en ningún otro lugar era tan feliz como al aire libre. No era capaz de imaginarlo desempeñando ningún otro trabajo. Le sonrió cuando él giró la cabeza y la vio mirándolo entre la gente que había acudido a la barbacoa con baile que se celebraba todos los veranos para los residentes en el pueblo de Boyle.

En ese preciso momento Ryan estaba hablando con dos hombres de negocios y sus esposas, quienes parecían estar escuchándolo con mucha atención. Era un miembro muy respetado en la pequeña comunidad, pero Molly se decía que era porque no lo habían visto nunca haciendo el payaso como lo hacía con ella.

Tomó un sorbo de su copa de vino e inspiró profundamente. Era agradable volver a estar en su pueblo natal. En ningún otro sitio sentía tanta paz como allí.

–Hola, creo que no nos conocemos –la saludó una voz masculina detrás de ella.

Molly había dejado de creer hacía tiempo en aquel cliché de las mariposas en el estómago que solía describirse en las novelas rosas, cuando la heroína escucha por primera vez la voz del galán que la enamora, pero de repente, por primera vez en su vida, le sucedió. La voz de aquel hombre era profunda, e innegablemente sexy, incluso intrigante.

Al girarse se encontró mirando a un hombre rubio, con los ojos más azules que había visto nunca, y rostro moreno de rasgos increíblemente simétricos. Molly sonrió, peinándose el cabello con la mano sin darse cuenta.

–No, creo que lo recordaría si nos hubiésemos conocido.

El hombre sonrió también.

–Eso mismo estaba pensando yo –le dijo tendiéndole la mano–. Me llamo Nick, Nick Scallon, y acabo de mudarme a la casa que hay junto a Doon Cottages.

–Oh, ¿de veras? Entonces debe de ser usted el magnate del que la gente no ha dejado de hablar los últimos meses –se rio estrechándole la mano, sonrojándose al ver que él no la soltó durante un buen rato–, el que lleva ese negocio de las cabañas para turistas, ¿me equivoco? No sé si lo sabe, pero es el principal tema de conversación en el supermercado.

–Lo imagino –contestó él riéndose también–. ¿Y usted es…?

–Molly O’Brien. Y vivo en… bueno, vivo con Ryan Callaghan.

–Oh.

Molly casi se abofeteó, y se apresuró a aclararle:

–Pero solo somos amigos. Quiero decir… conozco a Ryan de toda la vida… es como un hermano para mí… en fin, quiero decir que no somos…

–Ya veo –murmuró Nick, sonriendo al ver su azoramiento–. ¿Entonces no me matará si le pido un baile?

–No, no, claro que no. ¿Por qué habría de importarle?

Ryan se dirigía hacia la mesa de los aperitivos cuando vio algo que llamó su atención, y casi se rompió el cuello al girar la cabeza para asegurarse de que no había visto visiones. ¡Era increíble!, Molly ni siquiera le había dicho que conociera a Nick Scallon, y allí estaba, mirándolo embobada mientras él hablaba… o se pavoneaba, más bien.

Ryan agarró una botella de cerveza y rodeó la improvisada pista de baile hasta encontrar un árbol en cuyo tronco apoyarse. Molly y aquel donjuán de pacotilla habían salido a bailar, y Ryan observó con desagrado que no podían estar más pegados. No era la primera vez que veía a su mejor amiga con otro hombre, pero no recordaba haberse sentido jamás irritado ante la idea, sobre todo de aquel modo, como si alguien le estuviese estrujando las entrañas, como si fuera su testosterona lo que lo estaba haciendo reaccionar así.

Era absurdo. Molly ya no era la chiquilla pecosa y pelirroja a la que había estado atormentando con sus bromas durante años y a la que siempre trataba de proteger a toda costa, sino una mujer hecha y derecha. No, no era asunto suyo con quién bailase, pero aun así… Quizá eran celos de amigo ante la idea de que quisiera pasar más tiempo con otra persona, de ser relegado a un segundo plano. Y sin duda sería así si empezaba a salir con Nick «Baboso» Scallon o con cualquier otro. Claro, debía de ser eso. Ella había regresado hacía poco de Estados Unidos y temía volver a perder su compañía tan pronto.

Aunque eso tampoco tenía mucho sentido, porque ella solo estaba viviendo con él mientras terminaba la construcción de la casita cuya hipoteca ya había empezado a pagar, y sabía que cuando estuviera acabada ella se marcharía. Aquel repentino odio hacia el «señor Baboso» era algo completamente irracional, pero no hizo sino acrecentarse cuando vio a Molly riéndose por algo que le había dicho. Le estaban entrando ganas de ir a estrangularlo, pero se limitó a dar un buen trago de la botella de cerveza.

–Vaya, vaya, vaya… Ryan Callaghan… ¿qué estás haciendo aquí escondido?

A Ryan casi se le atragantó el líquido ambarino. Estupendo, justo lo que le faltaba, Maura Connell, la mujer lapa. No tenía mal cuerpo, y sabía maquillarse, pero le ponía los pelos de punta, igual que cuando alguien araña una pizarra.

–Maura, qué sorpresa tan agradable. Y, si me permites decírtelo, qué… em… qué elegante estás –dijo esbozando con dificultad una sonrisa. ¿A quién sino a Maura Connell se le ocurriría ponerse un traje de chaqueta pantalón de firma y zapatos de tacón para ir a una barbacoa?

Maura lo miró con los ojos entornados, como si hubiera esperado un cumplido más generoso, pero finalmente pareció conformarse:

–Oh, gracias, Ryan, eres encantador. Todos los hombres sois iguales… siempre queriendo hacernos sonrojar con vuestras galanterías. Pero, bueno, ¿qué sentido esforzarse por estar perfecta sino es para recibir halagos?

La sonrisa blanqueada de Maura lo estaba poniendo nervioso, así que Ryan giró la cabeza hacia de baile, pero el remedio fue peor que la enfermedad, porque fue a encontrarse con que el «señor Baboso» estaba aún más pegado a Molly. Maura observó la dirección que habían tomado sus ojos, y en sus labios se dibujó una sonrisa irónica.

–Caramba, parece que Molly tiene buen olfato para el dinero. No sabía que conociese a Nick Scallon. Bueno, así al menos se acallará durante unos días el rumor que corre sobre vosotros dos. Además, me parece que ya va siendo hora de que tú y yo nos conozcamos mejor, ¿no crees, Ryan? –dijo colgándose de su brazo.

Cada vez que pronunciaba su nombre le daban escalofríos. En un intento de sacarse de la garganta el empalagoso perfume de Maura, Ryan tosió y le retiró la mano de su brazo.

–¿Qué rumor es ese que corre sobre nosotros, Maura?

La mujer contrajo el rostro, irritada por su desprecio.

–Pues, ¿qué va a ser? Que la mitad del pueblo cree que Molly y tú sois amantes, ¿o es que no lo sabías?

–¿Qué?

–Oh, vamos, Ryan. Esta es una comunidad pequeña, y bastante anticuada además. ¿Qué esperabas que pensaran de que viváis juntos? –le dijo dedicándole otra sonrisa viperina–. Sin embargo, sería tan fácil poner fin a ese rumor… Solo con que tú y yo…

Ryan no pudo resistirse a darle a aquella estúpida un poco de su propia medicina:

–Si se tratara de un rumor, podríamos.

Maura lo miró entre incrédula y ofendida, como si la sola idea de que fuese cierto la indignara.

–Pues si no es solo un rumor, debo advertirte que eso solo hará que aumente el interés de Nick por ella –le dijo mirándolos con malicia y luego a él–. Por lo que he oído, en Dublín tenía fama de mujeriego. El amor es como un juego para él, y si la mujer en la que se fija está comprometida o casada, tanto mejor –se quedó observándolo un instante, escrutando su rostro–. Oh, ya veo…. Molly te ha pedido que finjas que hay algo entre vosotros para que Nick se fije en ella –dijo riéndose–. Bueno, en cualquier caso, cuando tu amiga haya conseguido su propósito, estoy segura de que me verás con otros ojos. Nadie podría ayudarte como yo a conseguir el lugar que mereces en esta comunidad. Seríamos la pareja perfecta, Ryan –añadió dejando escapar un suspiro teatral–, pero no voy a esperar siempre, ¿sabes?

Ryan la observó alejarse, y alzó los ojos al cielo, rogando porque así fuera.

–¿No le importa que le robe un momento a Molly, verdad, señor Scallon? –inquirió Ryan interrumpiéndolos, y esforzándose por sonreír.

–Por supuesto que no, Callaghan.

Ambos hombres sabían que el otro mentía, pero Ryan volvió a esbozar una sonrisa de cortesía.

–Gracias.

Nick le dirigió una breve mirada, y después dedicó la más galante de sus sonrisas a la joven.

–Nos vemos, luego, Molly, y tal vez podríamos ir a darnos ese baño de medianoche en el lago, ¿eh?

Molly lo despidió con la mano, riéndose como una colegiala, haciendo que Ryan pusiera los ojos en blanco incrédulo.

–¡Te tomo la palabra! –exclamó Molly con el índice levantado, mientras lo veían alejarse caminando hacia atrás.

Finalmente el donjuán se dio la vuelta y se perdió entre la multitud, siendo abordado por la omnipresente Maura.

–«¡Te tomo la palabra!» –la remedó Ryan, poniendo una voz chillona, y riéndose burlón mientras la tomaba por la cintura y empezaban a bailar–. ¿Se puede saber a qué venía eso? ¿Y por qué diantres lo tuteas?

–¿Por qué no vas a tirarte de algún puente, Callaghan?

–¿No irás a decirme que te gusta ese tipo?

–Déjame pensar… ¿Por qué iba a gustarme? –dijo Molly alzando la mirada, como considerándolo–. Solo es guapo, con clase, rico… Claro, ¿por qué iba a gustarme? –le espetó con ironía.

–¡Diablos!, ¿cómo no habré caído en todas esas cualidades tan increíbles? –exclamó él dándose una palmada en la frente–. Moll, no te tenía por una mujer materialista. Francamente, me has decepcionado –le dijo frunciendo el ceño y chasqueando con la lengua desaprobador.

–¿Cómo te atreves a acusarme de materialista? –masculló ella, sonrojándose y dándole un golpe en el brazo–. No es lo único que he visto en él. Yo… –pero, al ver que él estaba conteniendo la risa, se formó en sus labios una media sonrisa–. Eres un fastidio, Callaghan. Ni siquiera sé por qué sigo viviendo contigo. ¿Puedes recordármelo?

Ryan se inclinó hacia ella y le susurró:

–Porque en el fondo, y aunque nunca lo admitirías, estás locamente enamorada de mí.

Molly se echó a reír y sacudió la cabeza, divertida.

–Bueno, si es eso lo que piensas, no voy a ser tan cruel como para destrozar tus sueños.

Se quedaron callados un buen rato, moviéndose al compás de la lenta melodía que estaban tocando. Ryan alzó la vista hacia el cielo estrellado y suspiró.

–Maura Connell dice que sabe de buena tinta que Scallon es un mujeriego.

–Como si ella no fuera detrás de todo lo que lleva pantalones…

–Ya sé, ya sé, pero no deberías tomártelo a la ligera, Moll. ¿Y si es verdad? Soy tu amigo, y no me gustaría que te hicieran daño. A mí me lo presentaron al principio de la fiesta y no me ha parecido muy de fiar.

–A lo mejor ha cambiado –dijo la joven enarcando una ceja–. Tal vez se haya venido a vivir al campo para sacudirse de encima esa mala reputación y conocer a alguien que merezca la pena, ¿no crees?

–En cualquier caso no sería difícil averiguar si es o no de fiar.

–Ya, ¿y cómo se supone que pretendes averiguarlo? –inquirió ella entornando los ojos.

–Maura me ha dicho que suele ir detrás de las mujeres comprometidas o casadas Y… em… según parece… –le explicó Ryan, incómodo–. Bueno, parece que todo el pueblo piensa que tú estás con… em… alguien, así que, para empezar, es posible que esa sea la razón por la que se ha acercado a ti.

Molly lo observó suspicaz. ¿Por qué rehuía su mirada? ¿Y dónde pretendía llegar con todo aquello?

–¿Y con quiéncreen que estoy?

Ryan carraspeó, y por alguna razón sus ojos se fijaron en los labios de ella.

–Conmigo –respondió en un murmullo apenas audible. Molly se echó a reír.

–¿Estás de broma? Es lo más ridículo que había oído jamás. ¿Tú y yo? ¡Por favor!

–Bueno, es lo que tiene compartir casa con uno de los solteros más cotizados de la ciudad –le respondió él, alzando la barbilla indignado–. No todas las mujeres me ven como a un hermano mayor, responsable y en el que se puede confiar.

–Oh, sí, «responsable y en el que se puede confiar» –repitió Molly sin dejar de reírse.

A Ryan sin embargo no le hacía gracia.

–Tal vez si te molestaras en ser un poco más objetiva te darías cuenta de que tengo muchas buenas cualidades.

La joven abrió mucho los ojos, sorprendida por el inusual tono irritado en su voz. ¿Estaba enfadado porque ella le había dicho que la idea de que pudiera sentirse atraída por él era ridícula? En un intento por destensar el ambiente, Molly esbozó una sonrisa,

–Escucha, Callaghan, Nick Scallon parece un tipo muy agradable, y no sé qué tienes en contra de él, aparte de las acusaciones de alguien como Maura.

–Con eso ya es bastante. Ya te he dicho que no le permitiré que te utilice como si fueras un juguete, para divertirse un poco y luego dejarte tirada y con el corazón roto.

–¿Y cómo puedes saber que vaya a hacer eso? –insistió ella, frunciendo el entrecejo.

–¿Y cómo puedes saber tú que no vaya a hacerlo?

Molly meneó la cabeza.

–Te estás comportando como un idiota.

–¿De veras? ¿Qué te apuestas a que tengo razón?

–Callaghan, por favor, déjalo ya.

–¿Por qué te molesta? Si estás tan convencida de que verdaderamente es un buen tipo, deberías defender tus convicciones.

–¿Y cómo se supone que debería hacerlo? –inquirió ella con voz cansina.

Una sonrisa se dibujó lentamente en los labios de Ryan, y en sus ojos brilló el desafío:

–Demostrando que estoy equivocado. Sal conmigo, finge durante unos meses que somos pareja… y veremos qué ficha mueve el encantador señor Scallon, porque, si a pesar de dar a entender públicamente que estás comprometida, sigue persiguiéndote, sabrás cuáles son sus verdaderas intenciones.

–¿Te has vuelto loco de repente? –exclamó Molly mirándolo de hito en hito.

Dejó de bailar, y lo agarró del brazo, arrastrándolo fuera de la pista de baile, y tomando el camino que llevaba al lago, deteniéndose a unos metros de la orilla, debajo de un grupo de árboles.

–O’Brien, me cuesta trabajo reconocerte. Nunca antes te habías acobardado ante una apuesta.

–No seas absurdo, no tiene nada que ver con eso.

–Oh, ya veo, entonces es solo que no eres capaz de admitir que, como de costumbre, yo tengo razón.

Molly estaba empezando a perder la paciencia.

–Escúchame bien, Ryan Callaghan: a lo largo de tu vida has tenido algunas ideas disparatadas, pero esta las supera con creces –le espetó. Ryan se cruzó de brazos, esperando a que terminara el chaparrón–. Es decir… ¿tú y yo?… ¿como pareja? Escúchate, es de locos…

–Molly… –suspiró él.

–…absolutamente de locos. ¿Quién se tragaría algo así?

–Si me dejaras…

–Por favor, si no aguantaríamos ni diez minutos mirándonos a los ojos sin partirnos de la risa. Por no hablar de tener que besarnos, porque las parejas de verdad se besan –añadió azorada.

Ryan estaba mirándola con una sonrisa maliciosa.

–Me parece que la dama protesta demasiado. ¿No será que te da miedo besarme?

Molly volvió a abrir los ojos como platos, y resopló irritada.

–¿Miedo yo? ¿Por qué diablos iba a tener miedo de besarte?

Ryan se acercó a Molly hasta que sus cuerpos casi se tocaron, y se inclinó hacia ella.

–No lo sé, tal vez te da miedo que pueda gustarte besarme.

–¿Quieres apostar?

–Creía que esa era la idea.

Molly se quedó boquiabierta, y se echó a reír.

–De verdad que no me lo puedo creer. ¿Estás sugiriendo en serio que podría gustarme besarte… a ti, de todos los hombres sobre la faz de la tierra?, ¿que disfrutaría?, ¿que…?

Ryan hizo lo único que se le ocurrió para callarla: la tomó por la cintura, la atrajo hacia sí, y la besó.

Al principio Molly no podía creer que Ryan estuviera haciendo lo que estaba haciendo. El que la estaba besando era su amigo, Ryan Callaghan, el Ryan al que conocía de toda la vida, el Ryan que la había atormentado, animado y protegido a partes iguales durante su infancia y adolescencia. Siempre había pensado que besarlo sería como besar a un hermano, pero, extrañamente, no era así. Era como… bueno, no era del todo desagradable, de hecho era… «Esto no puede estar bien», pensó.

Ryan tampoco podía creer que estuviese haciendo lo que estaba haciendo. «¿Hola?, Tierra llamando a Ryan, ¿qué diablos estás haciendo? ¡Estás besando a Molly O’Brien, a tu mejor amiga!», lo reprendió una vocecilla dentro de su cerebro. Sin embargo, dejó de prestarle atención al sentir la suavidad y calidez de sus labios. Era una sensación tan…

–Uy, perdón, señor Callaghan; perdón, señorita O’Brien –dijo de pronto una vocecita infantil, seguida de risitas–. No los habíamos visto.