Aprendiendo a amar - Trish Wylie - E-Book
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Aprendiendo a amar E-Book

TRISH WYLIE

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Beschreibung

Llevaba toda la vida escondiéndose del amor, pero de todos modos lo había encontrado… Teagan Delaney siempre se había asegurado de estar demasiado ocupada como para poder enamorarse… y para que le hicieran daño. Pero entonces tuvo que hacerse cargo de los hijos de su hermana y, cuando pidió ayuda a su guapísimo vecino, Brendan McNamara, las reglas que tan cuidadosamente había creado empezaron a venirse abajo… Brendan ya había demostrado que podía ser el padre perfecto y lo cierto era que aquella nueva familia se había hecho un hueco en su corazón. Ahora sólo tenía que demostrarle a Teagan que ellos también podrían formar una familia perfecta.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Trish Wylie

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Aprendiendo a amar, n.º 2093 - noviembre 2017

Título original: Project: Parenthood

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-484-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

ESTÁS preciosa. ¡Pareces una princesa!

Teagan Delaney sonrió al oír la exclamación de su hermana.

–Gracias. Es increíble lo que una puede hacer con tres horas de maquillaje. ¿Le has hecho la cena a papá?

Eimear asintió con la cabeza, con su coleta moviéndose furiosamente mientras se tiraba sobre la cama de su hermana.

–Y voy a quedarme estudiando en mi habitación hasta que vuelvas.

Era una cosa muy normal en una chica de diecisiete años, pero Teagan sabía que para Eimear era una forma de esconderse.

–Podrías ver un rato la televisión con papá. No creo que a él le importe.

Unos ojos del mismo color verde que los suyos miraron al techo de la habitación.

–Me haría ver algún aburrido documental. No, prefiero esperar en mi habitación para que puedas contármelo todo cuando vuelvas –dijo Eimear, apoyándose en un codo–. Aunque esté dormida, despiértame.

–Puedo contártelo por la mañana.

–¡No me pienso dormir hasta que vuelvas!

Teagan levantó una ceja.

–¿No acabas de decir que te despierte si estás dormida?

–Aunque me durmiera, no dormiría bien. Tienes que contármelo todo. Yo nunca he ido a una fiesta elegante.

Teagan se volvió hacia el espejo. Estaba perfecta, gracias a Eimear. Sin la ayuda de su hermana, una experta en moda y maquillaje gracias a las revistas, nunca habría conseguido un aspecto tan sofisticado. Unos vaqueros nuevos y un poco de maquillaje le habrían servido. Pero Eimear era más ambiciosa. Y, desde luego, tenía razón.

Después de abrazar a su hermana, Teagan salió de la habitación con el corazón acelerado, esperando la reacción de los demás cuando vieran la transformación. Bueno, en realidad sólo había una persona a la que quisiera impresionar, sólo una cuya opinión le importase.

Desde que rompió con su novia a principios de curso, había salido un par de veces con Brendan McNamara.

Era la persona más interesante que había conocido nunca y sería maravilloso que él también la encontrase atractiva. Aunque sólo fuera una noche.

Después de prometerle a su hermana que la despertaría cuando volviese de la fiesta, por muy tarde que fuera, Teagan tomó el chal y bajó la escalera. Mientras intentaba mantener el equilibrio sobre aquellos tacones de aguja a los que no estaba acostumbrada, pensó en el único hombre que había en su vida; un hombre que estaría en el salón viendo algún documental.

Con un poco de suerte, vestida así, su padre por fin le diría que estaba muy guapa. Sólo le pedía que levantase la cabeza durante un minuto para mirarla, para que se fijase en que ya era una jovencita, una mujer y no el chicazo que había sido siempre.

Alguna palabra cariñosa o un abrazo era mucho esperar, claro pero algo, un piropo, una sonrisa, estarían bien.

Pero su padre ni siquiera apartó la mirada del televisor cuando entró en el salón.

–Me voy, papá.

–Muy bien. Vuelve a las doce.

–Papá, es un baile. No volveré hasta después de la una –suspiró ella–. Pero vendré directamente a casa, te lo prometo.

–Muy bien.

Teagan esperó, deseando que se volviera para mirarla aunque sólo fuera un segundo. Pero él siguió comiendo y mirando la televisión.

–¿Llevas dinero?

–Sí.

–No te lo gastes todo.

–No lo haré –suspirando, Teagan se volvió–. Hasta mañana.

–Nada de cereales con fibra en el desayuno.

–De acuerdo.

Intentando controlar el nudo que tenía en la garganta, Teagan salió del salón. No debería haber esperado nada. Muchos años de desilusiones deberían haberle enseñado a no esperar nada de su padre. O de su madre, que ya había fallecido.

Era una pena que no tuviese la piel más dura.

Afortunadamente, tenía un amigo como Brendan. Él le daba esperanzas.

 

 

En un par de horas, Brendan le había devuelto la sonrisa. Era un chico asombroso. Con él se sentía feliz, contenta, aunque la realidad siempre estuviera ahí, recordándole que la vida no era alegre y feliz.

Cuando se conocieron, Brendan era el novio de una compañera de la universidad. De modo que, técnicamente, era «seguro» estar con él. No había peligro de que fueran más que amigos porque las tres chicas que compartían piso en la facultad tenían una regla no escrita sobre los hombres. Aunque Teagan ni lo habría pensado, claro. Ella tenía objetivos más importantes que buscar novio.

De modo que se hicieron amigos. Prácticamente, se vieron forzados a serlo porque Shannon solía volver tarde de trabajar o tardaba un siglo en arreglarse, dejándolos solos en el salón.

Teagan lo sabía todo sobre Brendan McNamara. Sabía que era un chico decidido que tenía claro lo que quería y eso significaba un hogar, una esposa y una familia. Era abierto, divertido, entusiasta y optimista. Lo hacía todo bien, tenía éxito en todo y, además, era guapísimo.

Asombroso. Aunque quizá un poco demasiado perfecto.

Pero no era el tipo de hombre del que Teagan se enamoraría. Porque Brendan buscaba una relación seria, un compromiso.

Y ella no tenía intención de mantener una relación seria con nadie. No quería un hombre cuyo objetivo fuera casarse. Teagan sabía bien lo que una relación seria y «profunda» podía hacerle a dos personas. Especialmente cuando se casaban, tenían hijos y luego descubrían que no estaban hechos el uno para el otro. Porque entonces eran los hijos quienes pagaban los platos rotos.

Teagan había jurado que eso no le pasaría a ella porque no quería que un hijo suyo tuviera que pasar por lo que Eimear y ella habían pasado cuando era niñas.

Ser amiga de Brendan era la opción más segura. Y su amistad era importante para ella. Confiaba en él, lo conocía y Brendan la conocía a ella. Esto último era lo más importante porque Brendan McNamara más que nadie ponía a prueba sus teorías sobre la vida.

La cuestión era que estar con él la hacía olvidar muchos de sus objetivos. Incluso la hacía desear poder creer en los finales felices.

De modo que aquella noche, Teagan iba a permitirse a sí misma vivir una especie de cuento de hadas. Vestida como una princesa, bailando en los brazos de un atractivo príncipe. En Navidad.

–¿Lo estás pasando bien?

–Sí. Creo que nunca lo había pasado mejor –sonrió Teagan.

Él sonrió también, con una de esas sonrisas que hacían brillar sus ojos azules.

–Deberías salir más. Lo único que haces es estudiar y eso no puede ser bueno.

–Venga, dime más piropos. Me gusta.

–Ya te he dicho dos veces que estás preciosa –rió Brendan, girando por la pista de baile–. No quiero que te lo creas demasiado.

Teagan tuvo que sonreír. La verdad era que su expresión al verla entrar en el baile había sido más que suficiente para que se sintiera la reina de la fiesta.

Brendan soltó una carcajada al ver su cara de alegría.

–Sí, lo sé. Soy estupendo.

Sí, lo era. Por un momento, Teagan se preguntó qué clase de chica tendría la suerte de casarse con él. Y la punzada de celos que sintió al pensar eso casi la hizo perder el paso.

Oh, no. Brendan era un amigo. Sólo podía ser un amigo.

–Me has pisado, Teagan.

–Perdona, pero es que es difícil no pisarte con esos pies tan grandes –contestó ella–. Y ya sabes lo que dicen de los hombres con pies grandes…

–¿Que usan zapatos enormes? –bromeó él.

Riendo, siguieron bailando hasta el borde de la pista y se detuvieron bajo un arco. Allí, los ojos de Brendan se oscurecieron. La miraba con una expresión… como si quisiera memorizar sus rasgos.

–Esta noche estás increíblemente guapa.

Recordándolo años después, Teagan pensaba en aquel momento como uno de ésos que no deberían haber ocurrido nunca. Todo el mundo pasa por eso en algún momento de su vida.

Fue como una especie de alerta mental. El momento en el que una persona sabe que no debería haber permitido que algo ocurriera. Una vocecita interior le decía: «cuidado, aquí hay peligro». Pero para Teagan esa vocecita apareció demasiado tarde.

Mientras Brendan la miraba con esos ojos suyos tan bonitos, se olvidó temporalmente de los objetivos que se había marcado en la vida. Y de la promesa que se había hecho para evitar a hombres como él, que podrían tocarle el corazón.

Sencillamente, se dejó llevar por la magia del momento.

Y cuando Brendan señaló con la mirada el muérdago que colgaba sobre ellos, a Teagan se le olvidó hasta respirar.

Debería haber hecho una broma, haberle dado un empujón… pero no, lo que hizo fue quedarse parada mirándolo a los ojos.

Y supo que era un error en cuanto los labios de Brendan rozaron los suyos.

«Oh, no».

Cuando rozó sus labios fue como si algo completamente desconocido hubiera despertado en su interior. Empezó como una especie de ola de calor, la sensación de estar conectando con otra persona. Ese calor pasó de su boca a su pecho, haciendo que se quedara sin aliento y que su corazón latiese a una velocidad muy poco normal. Y luego aquel estremecimiento en el bajo vientre… Todo en un beso. Todo en unos minutos.

Y Teagan sintió pánico. Aquello era exactamente lo que había jurado que no le pasaría nunca. Por un momento, perdió el control, sintió que caía a un abismo. La mayoría de la gente no sabía lo que había al fondo de ese abismo, pero ella sí lo sabía.

Un corazón roto, agonía, dudas, sacrificios, desesperanza. Dolor.

Tenía veintiún años y ninguna experiencia con el sexo opuesto. Pero sabía cuál era el precio. Y ella no dejaría que le pasara eso.

–No –el monosílabo salió como un suspiro torturado–. No deberías haber hecho eso. No podemos…

–Sí podemos –la interrumpió él, apretando su cintura–. Tenías que saber que esto iba a pasar.

–¡Yo no sabía nada! Se supone que somos amigos.

–Los amigos también se besan.

–No, tú no tienes ni idea…

–¿De qué?

–De dónde puede llevarnos esto…

Evidentemente, Brendan no sabía a qué se refería. Y Teagan supo entonces que estaba haciendo lo que debía. Brendan no la conocía tan bien como creía. Aunque no era culpa suya. Alguien que había vivido una vida familiar tan encantadora como él tenía que pensar que la vida de todo el mundo era igualmente feliz.

Pero que le costase tanto apartarse de él demostraba que no estaba equivocada. Si seguían adelante, sería la perdición para ella. Porque podría terminar igual que sus padres.

–No puedo creer que hayas hecho esto –insistió, con lágrimas en los ojos–. Lo has estropeado todo.

–¿Por un beso? ¿Qué he estropeado? –exclamó él, mirando alrededor para ver si alguien estaba observando la escena–. Te estás portando como una histérica.

El tono condescendiente fue como una bofetada para Teagan.

–¿Cómo te atreves?

–Teagan…

–¿Por qué no buscas a alguien que quiera besarte? Aquí hay muchas mujeres que lo están deseando, pero yo no soy una de ellas.

Sin decir una palabra más, Teagan se dio la vuelta y, como Cenicienta, atravesó el salón de baile a la carrera.

Y se juró a sí misma que no volvería a verlo. Nunca. Brendan pensaría que era una inmadura, pero le daba igual. Podía pensar lo que quisiera.

Lo que había hecho con aquel beso era demostrarle que el camino que había elegido para sí misma era el adecuado. Nunca dejaría que nadie la afectase como la afectaba Brendan McNamara. Cuidaría de sí misma y viviría para siempre sola y feliz, así de sencillo.

Y se congelaría el infierno antes de que cambiase de opinión.

Capítulo 1

 

NO PUEDES hacerme esto!

Eimear bajó la voz y se aclaró la garganta:

–Teagan, no te lo pediría si no fuera muy importante. Necesito ese tiempo a solas con Mac para aclarar las cosas o lo nuestro se habrá roto para siempre.

–Lo entiendo, Eimear, de verdad. Pero no puedo cuidar de ellos ahora –protestó Teagan mirando las tres caritas que la observaban desde la puerta. Se sentía horriblemente culpable. No quería que los niños oyesen cómo los rechazaba–. El fin de semana que viene si quieres… Ahora mismo tengo muchísimo trabajo y…

–¡Estamos hablando de mi vida! No puedo perderlo, Teagan. De verdad, no puedo perder a mi marido.

Entonces Eimear se puso a llorar. Y Teagan no podía soportar ver llorar a su hermana. Especialmente cuando lo hacía delante de sus sobrinos. Aunque estaba de espaldas, los niños eran muy perspicaces y Teagan no quería que pasaran por lo que su hermana y ella habían tenido que pasar de pequeñas. Sería demasiado cruel.

Pero no era poco razonable pedirle que la hubiera avisado con tiempo, ¿no? Que la hubiese llamado por teléfono… o incluso que le hubiera mandado un mensaje al móvil avisando de que iban a su casa.

–Eimear…

–Por favor, Teagan, te lo suplico.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que su hermana le pidió un favor como aquél. Las cosas no habían sido igual para ellas desde el primer matrimonio de Eimear. Un matrimonio que, en opinión de Teagan, nunca debería haber tenido lugar. Y se lo había dicho, alto y claro. Su hermana no la había perdonado y desde entonces su relación no era la misma.

Pero viéndola ahora tan desesperada era como volver atrás en el tiempo. Y despertó en Teagan el deseo de cuidar de ella, como cuando eran niñas.

De nuevo, se volvió hacia sus tres sobrinos. El mayor, Johnnie, la miraba con unos ojos del mismo color que los de su madre. Casi parecía estar examinándola, esperando que dijera que no para condenarla.

–¿Durante cuánto tiempo? –suspiró Teagan por fin.

–¡Gracias! –Eimear se echó en sus brazos, emocionada–. Sabía que podía contar contigo.

–Pero necesitarán…

–He traído todo lo que necesitan. Meggie ya va sola al baño, así que sólo tendrás que ponerle un pañal por las noches.

Teagan hizo una mueca mientras su hermana se convertía en un huracán, sacando sus cosas del coche y abrazando y besando a sus hijos antes de despedirse.

–Sólo serán unos días. Mac ha alquilado un chalecito en el campo…

–¿Y cómo me pondré en…?

–Gracias, cariño. Eres un cielo.

Y desapareció.