Amor, deseo y trauma - Franz Ruppert - E-Book

Amor, deseo y trauma E-Book

Franz Ruppert

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Beschreibung

Muchas personas no llegan a vivir su sexualidad en congruencia con su identidad por haber sufrido traumas sexuales, traumas de relación y traumas de amor. Confunden su identidad con la identificación con otros, en muchos casos con el autor de su trauma. Su sexualidad está marcada por esa identificación. En esta obra el autor, al cual avala una experiencia de veinticinco años como terapeuta, expone que hay muchos más traumas sexuales de los que creemos, puesto que muchas veces los abusos sexuales tienen lugar en el propio seno de la familia. Los niños que los sufren no hablan de esas experiencias. Desarrollan de forma exagerada sentimientos como rabia, vergüenza, (falso) orgullo, y asco. Muchas de estas víctimas de abusos acaban convirtiéndose, a su vez, en abusadores de sus propios hijos, a quienes traspasan el mismo trauma que ellos arrastran. Franz Ruppert habla en este libro sobre conceptos como la sexualidad, la psique, el amor, la identidad, la sociedad y el psicotrauma, en un estilo ameno y comprensible para el lector. En el último capítulo, dirigido a especialistas en salud mental, presenta su propuesta para tratar los traumas sexuales, a la que denomina "psicotraumaterapia basada en la identidad". Esta terapia parte de la práctica terapéutica de las constelaciones y tiene el objetivo de romper la cadena de traumas sexuales que se viven en muchas familias.

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FRANZ RUPPERT

Amor, deseo, trauma

HACIA UNA IDENTIDAD SEXUAL SANA

Traducción de Ana María Villar Peruga

Herder

Título original: Liebe, lust und trauma

Traducción: Ana María Villar Peruga

Diseño de la cubierta: Toni Cabré

Edición digital: José Toribio Barba

© 2019, Kösel Verlag, Múnich, del grupo editorial Random House

© 2021, Herder Editorial, S. L., Barcelona

ISBN digital: 978-84-254-4639-9

1.ª edición digital, 2021

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).

Herder

www.herdereditorial.com

Índice

PREFACIO
SEXUALIDAD: UNA FUERZA DE LA NATURALEZA
¿Clímax de la vida o abismos?
¿Por qué existe la sexualidad?
Dimorfismo sexual
Avidez sexual
¿Transmisión de genes?
La sexualidad y el proceso de convertirse en persona
Sexo y sexualidad
Onanismo
Penetración y placer
Fecundación y convertirse en madre y padre
SEXUALIDAD Y PSIQUE
¿Típico masculino/típico femenino?
Modelos sexuales
• Desprenderse del padre y de la madre
• Grupos de iguales e internet
SEXUALIDAD Y AMOR
Origen del amor
Enamoramiento, sexualidad y pareja
Sexualidad y paternidad
Familia y profesión
Comparaciones, diferenciaciones, competitividad: yo ≠ tú
¿Yo soy lo que no soy?
Identidad sexual
¿Qué sexualidad es «normal»?
La inseminación artificial
Transgénero
SEXUALIDAD Y SOCIEDAD
Sexualidad y sociedades tradicionales
• Sociedades patriarcales
• Las sociedades matrilineales
Sexualidad y sociedades modernas
Sexualidad, fascismo y totalitarismo
Sexualidad, cultura y migración
Teorías sexuales y sociedad
Riesgos para el desarrollo sexual
• Intersexualidad
• Inmadurez psíquica
• Ideologías
• Adicción al sexo
Sexualidad y conflictos de intereses fundamentales
Conflicto entre la autoconservación y la reproducción
Conflictos entre los intereses de las mujeres y los de los hombres
Conflictos dentro de cada género
Conflictos entre los intereses de los padres y los de los hijos
Conflictos entre hermanos
Conflictos entre diferentes poblaciones
¿Competitividad o cooperación?
PSICOTRAUMA SEXUAL
La psique humana
Características propias del psicotrauma
Sentimientos difíciles: rabia, vergüenza, orgullo y asco
• Rabia
• Vergüenza
• Orgullo
• Asco
La biografía del psicotrauma
• El trauma de la identidad
• El trauma del amor
• Trauma de la propia autoría
El trauma de la sexualidad
• ¿Qué es un psicotrauma sexual?
• Síntomas resultantes de las traumatizaciones sexuales
• Comportamiento autolesivo
• Trastornos alimentarios
• ¿«Enfermedades» psíquicas?
• ¿Violencia o seducción?
• Sexo como estrategia de supervivencia al psicotrauma
• Relaciones de pareja con trauma sexual
• Reescenificaciones
• Stalking [acoso]
• Causantes de traumas
• Terror ejercido por la madre
• Actitudes de causante de traumas
• Actitudes de víctima del trauma
• Estrategias de agresor
• El caso Staufen im Breisgau
• Sociedad traumatizada
• El trauma sexual en el arte
• Traumatización sexual de los niños en las familias
• Reacciones inmediatas en la situación traumática
• Estrategias de supervivencia de los niños
• Trauma de todo el sistema de apego
• Círculo vicioso de la traumatización sexual
LA TERAPIA DEL PSICOTRAUMA ORIENTADO A LA IDENTIDAD (IOPT)
¿Por qué la psicoterapia?
• ¿Qué sentido tienen los traumas?
La IoPT como forma de psicoterapia
• Observaciones preliminares
• El método de la intención
• La intención
• Hablar para no sentir el dolor
• Procedimiento práctico del método de la intención
• La actitud terapéutica
• Terapia de grupo
• Terapia individual
• Disolver la biografía del trauma desde la raíz
• Conectar con el yo sano
• Soportar la vergüenza
• ¿Qué hacer con la rabia?
• ¿Cómo ganar confianza?
• Concretar
• De vuelta al cuerpo
• Ser uno mismo y las relaciones de pareja constructivas
• ¿Cómo actuar con respecto a los agresores?
• Trabajo terapéutico con los agresores
MI CONCLUSIÓN PERSONAL
BIBLIOGRAFÍA
INFORMACIÓN ADICIONAL

Prefacio

¿Qué es la sexualidad? ¿Para qué sirve y para qué no? ¿Cuándo es placentera y satisfactoria para los implicados? ¿Por qué se puede convertir en el factor estresante número uno para muchos de nosotros? ¿Por qué puede causar adicción? ¿Cómo puede convertirse en una experiencia que destruye la vida entera de un ser humano? ¿Por qué algunas personas sienten que tienen el cuerpo equivocado y prefieren ser del otro sexo?

La sexualidad tiene dimensiones biológicas, psicológicas, sociológicas y políticas diversas. La sexualidad no solo es de suma importancia para cada uno de nosotros y nuestras relaciones íntimas. La actitud hacia el otro sexo y las formas de reproducción son un núcleo esencial de las relaciones sociales. En última instancia, la sexualidad determina incluso la política mundial.

He escrito este libro porque en mi práctica psicoterapéutica los psicotraumas sexuales aparecen con mucha frecuencia. Muchas personas buscan soluciones urgentes para este tema vergonzante y considerado tabú. Con el tiempo he alcanzado el conocimiento teórico y he desarrollado un método práctico para poder prestar apoyo.

Hago un llamamiento a la opinión pública para que se tome en serio el fenómeno del psicotrauma sexual. Desde mi punto de vista, no se deberían manejar términos confusos como «abuso» o «violencia sexual», porque nuestro sentido común va dando palos de ciego, moralizamos excesivamente y seguimos ocupándonos de la montaña de síntomas que se forma, en lugar de ver sus verdaderas causas. De este modo, ni atendemos debidamente a las víctimas del psicotrauma ni comprendemos a los agresores, a quienes no podemos impedir que continúen con su hacer interminable.

Hemos de comprender las dinámicas víctima-agresor altamente complejas de nuestra propia psique; en caso contrario continuaremos estando a su merced. Solo así podremos salir de las sociedades que continuamente traumatizan a sus miembros para desarrollar formas constructivas de convivencia (Ruppert, 2018). Nuestra sexualidad constituye un potencial creativo enorme con el que podemos (o podríamos) darnos alegría y placer mutuamente si la mayoría de nosotros comenzamos a vivir libres de psicotraumas.

No he sido padre. No lo fui con veintipocos, porque estaba harto de cambiar pañales, dar el biberón, sentar en el orinal y empujar el cochecito por el pueblo —es lo que frecuentemente tenía que hacer con mis hermanos—. Al ser el mayor tenía que apoyar a mi abrumada madre, quien por falta de dinero además tenía que ir a trabajar. Fuera de casa no quise renunciar a la independencia que tanto me había costado lograr por no tener «familia e hijos». No me parecía que valiera la pena emular este programa de vida que veía en mis padres y familiares.

Al final de mis veinte, provisto de una conciencia crítica cada vez mayor, no quería traer hijos a un mundo que consideraba extremadamente amenazante para mí. Sin embargo, tras madurar y estabilizarme a nivel personal, ahora ya con cuarenta y tantos, en varias ocasiones intenté, incluso con inseminación artificial, ser padre. Pero ya era demasiado tarde. Tomar conciencia de esto fue un proceso doloroso.

Hoy lo sé: mi miedo a tener hijos propios hundía sus profundas raíces en el hecho de que sobreviví a mis primeros años con mucha suerte. Mis padres no deseaban tenerme; el tiempo que pasé en el vientre de mi madre sobreviví disociándome de mí mismo. Estuve a punto de morir durante el traumático proceso del parto. Mis gritos de lactante fueron acallados con violencia. Casi desfallezco de hambre porque mi madre dejó de darme el pecho demasiado pronto. El aislamiento, la soledad y la incapacidad de amar de mis padres traumatizados estuvo a punto de hacer que me rindiera cuando era un niño pequeño. Así que, finalmente, tampoco me fue posible desarrollar mi sexualidad en el marco de una identidad sana.

Dado que soy un hombre y que, por tanto, solo conozco un género a fondo, en este libro no pretendo tener una actitud neutral hacia la sexualidad que pueda presentar objetivamente. No obstante, me considero un científico, crítico con las ideologías y para quien los hechos cuentan más que las meras opiniones y creencias. Al menos espero estar impregnado de una actitud fundamental científica. Me alejo gustosamente de mis suposiciones falsas cuando alcanzo comprensiones nuevas, o cuando otras personas me convencen de algo que desconocía hasta el momento y que no podía saber o comprender de ese modo.

La psicología es una ciencia del sujeto hecha por psicólogos. Cada sujeto tiene sus puntos ciegos. Como psicoterapeuta en ejercicio, al menos puedo remitir a una considerable cantidad de estudios de caso con personas traumatizadas sexualmente. No obstante, lo dicho también es aplicable en mi caso: yo no puedo reconocer mis puntos ciegos en el tema de la sexualidad. Para ello necesito el reflejo de los demás, el discurso crítico y el acompañamiento psicoterapéutico competente. Por esta razón, una vez al mes hago un trabajo de introspección hacia mí, para continuar descubriendo mi identidad, para poder vivir mi sexualidad de un modo que posibilite —a mí y a otras personas— relaciones constructivas.

Al utilizar la forma gramatical masculina en este texto hago referencia tanto a hombres como a mujeres, a no ser que expresamente indique otra cosa. Del mismo modo, incluyo a las personas que no se sienten de un género ni del otro.

Múnich, mayo de 2019

Sexualidad: una fuerza de la naturaleza

¿Clímax de la vida o abismos?

La sexualidad es la mayor alegría de vivir y una enorme fuerza creativa. Pero también puede degenerar en el mayor potencial destructor de un ser humano. La sexualidad nos puede conducir al clímax emocional de nuestras vidas y, asimismo, arrastrarnos al abismo de nuestra existencia. Puede ser lo más deseable y lo más temible en la vida de un hombre o de una mujer. Puede dar alas a la fantasía hasta lo inconmensurable y puede dejarnos totalmente anonadados. La sexualidad humana puede convertirse en el epítome del bien o del mal.

¿De dónde surge este abanico extremo de sensaciones, emociones, ideas, pensamientos y actos cuando se trata de nuestra sexualidad? ¿Hay aquí en acción una fuerza de la naturaleza a la que los seres humanos también estamos totalmente sometidos? ¿Una fuerza primigenia a la que no podemos domeñar, ni con la religión, la moral, constituciones ni leyes, ni con nuestra razón? ¿Estamos sometidos para siempre y sin voluntad a la embriaguez de los sentidos, a las descargas orgiásticas de nuestro cuerpo, a sus procesos hormonales, microbiológicos, macromoleculares inconscientes? ¿Tenemos que resignarnos a las violaciones, las traumatizaciones sexuales de niños, la prostitución y la pornografía y declararlo «normal» para que no nos haga enloquecer?

¿Quién se conoce, si no comprende su sexualidad? ¡Si es manejado por los impulsos y hace cosas que le causan daño a él y a otros! En los veinte años de mi actividad psicoterapéutica he comprendido que la sexualidad impregna el organismo humano desde el principio de su existencia e influye en muchas de sus maneras de comportarse. Ahora sé que hace falta una serie de condiciones previas de desarrollo favorables para que la sexualidad se integre en el desarrollo de la identidad de una persona, sin que la domine y la anule y cause muerte en lugar de vida. Me he encontrado y me encuentro con innumerables ejemplos de traumatización sexual. Me han contado algunas cosas que antes no hubiera podido, ni querido imaginar. He aprendido por qué alguien se convierte en agresor sexual. También comprendo por qué las víctimas del trauma sexual a menudo no logran desprenderse de sus agresores; incluso los aman y los extrañan cuando ya no están.

¿Por qué existe la sexualidad?

Lo que vive nace, crece, se multiplica —o al menos lo intenta— y muere. La vida crea vida nueva de manera constante. En su forma más sencilla, un ser vivo se divide (por ejemplo, un alga, una bacteria, el moho); de ahí surgen nuevos descendientes autónomos. Las plantas se reproducen por medio de brotes y plántulas. Dado que cada ser vivo tiene este propósito de vida, la población sigue creciendo hasta que las condiciones externas le imponen límites (escasez de la cantidad de energía o alimento, cambio del clima, depredadores). La reproducción asexual es simple y sencilla. No requiere un segundo ser vivo. Así, surgen «hijos» genéticamente iguales a sus «padres» (clones).

El término «sexualidad» hace referencia a la reproducción en la que participan dos sexos. Por medio del intercambio de material genético entre los padres surgen hijos que se les parecen, aunque no son idénticos a ellos. De este modo surge la individualidad, eficaz en dos sentidos:

A los parásitos, que atacan y destruyen el organismo, les resulta más difícil aniquilar a toda una población. La continua variación de las características posibilita una mejor adaptación a las condiciones ambientales cambiantes. Esto aumenta las probabilidades de supervivencia de una especie.

Los seres vivos cuyo hábitat cambia muy poco (por ejemplo, el entorno subterráneo de la rata topo desnuda) pueden permitirse la reproducción por medio de la clonación. Las formas más elevadas de seres vivos que pueden sobrevivir en diferentes ecosistemas se reproducen sexualmente, a pesar de la complicación y de los riesgos nada desdeñables que esto conlleva.

El objetivo de generar por medio de la reproducción sexual una nueva combinación de genes y cromosomas como elemento fundamental del organismo vivo implica evitar, en la medida de lo posible, el sexo entre parientes cercanos. En el reino animal (por ejemplo, entre los bonobos, que se aparean indiscriminadamente), parece que actúan parámetros inmunológicos que impiden la fecundación por el propio padre o hermano. Nosotros, los humanos, contamos además con el «tabú del incesto», que proscribe moralmente las relaciones sexuales entre familiares. Además, gracias a estudios de la investigación genética sabemos que los matrimonios entre parientes causan más taras psíquicas y discapacidades en los hijos, ya que un gen defectuoso de un miembro de la pareja no puede ser compensado por el gen sano del otro.

Una mirada a la evolución de la vida nos muestra que el principio de la sexualidad se ha formado paulatinamente. Se expresa de diferentes maneras y formas intermedias, como, por ejemplo, en el hermafroditismo o en la autofecundación (Wickler y Seibt, 1990). Algunas especies de peces incluso pueden cambiar su sexo en repetidas ocasiones dependiendo de su edad y de las condiciones ecológicas en las que viven.

En algunas especies animales, como, por ejemplo, las tortugas, el sexo lo determina el calor con el que se incuban los huevos. En nuestro caso, los humanos, la cuestión de «macho» o «hembra» viene predeterminada por cromosomas especiales en los gametos. Si se unen un óvulo y un espermatozoide, ambos portadores de un cromosoma X, se formará una mujer. Si se une un óvulo con un cromosoma X con un espermatozoide con un cromosoma Y, se formará un hombre. Hasta la sexta semana tras la fusión entre el óvulo y la célula espermática, los hijos recién engendrados portan en sí la disposición de ambos sexos. Solo después los genes los convierten en organismos masculinos o femeninos. Un par de cromosomas XY hace que crezcan los testículos, más tarde el pene; los XX conducen a la formación de ovarios y clítoris. El gen SRY, que se encuentra en el cromosoma Y, determina la dirección de esta diferenciación. Su ausencia permite que las glándulas sexuales se conviertan en ovarios.

Marca una gran diferencia que los huevos fecundados se encuentren fuera o dentro del cuerpo del progenitor. Los peces hembra ponen sus huevos en el agua; los peces macho rocían su esperma sobre ellos y, por lo general, las huevas son abandonadas a su suerte. Las tortugas entierran sus huevos fecundados en la arena y del resto se ocupan el sol y las mareas. Por ello, el éxito de la reproducción depende sobre todo de la cantidad de huevos fecundados. Abandonados a su suerte, la descendencia es presa fácil de otros seres vivos. Por tanto, el principio es crear muchos para que algunos pocos sobrevivan.

En cambio, las especies de aves que ponen sus huevos fuera del cuerpo de la hembra han de incubarlos y, tras la eclosión, cuidar ambos a los polluelos hasta que la descendencia pueda volar y abandone el nido. Esta tarea reduce la cantidad de polluelos que puede criar una pareja. En este caso, la calidad prevalece sobre la cantidad. También en nuestro caso, los humanos, la madre casi siempre gesta, alumbra y cría a un solo hijo. Los gemelos que nacen vivos son más bien la excepción. Si hay dos óvulos fecundados, uno de los hijos es eliminado inconscientemente del organismo materno durante los primeros días o semanas de gestación. El propósito está claro: calidad en lugar de cantidad. A esta tendencia también contribuyen las medidas que toma una comunidad para reducir la mortalidad infantil. Si casi todos los hijos sobreviven, esto limita la cantidad de partos por mujer.

Dimorfismo sexual

Desde el punto de vista biológico solo hay dos sexos. El sexo especializado en la creación de los «huevos» con fin reproductivo se denomina «femenino». El otro, encargado de la producción de espermatozoides, se denomina «masculino». Una mujer puede poner al servicio de la reproducción entre 400 y 500 óvulos de sus dos ovarios a lo largo de la vida. De media, uno al mes. Los hombres, sin embargo, pueden producir diariamente millones de nuevos espermatozoides en sus testículos.

Dado que, en los seres humanos, los óvulos son fecundados dentro de la mujer y la descendencia madura en su vientre entre 37 y 42 semanas, esta división del trabajo de la reproducción tan desigual lleva a fenotipos femeninos y masculinos diferentes:

La complexión femenina ha de cubrir las necesidades del embarazo (entre otras, pared abdominal elástica, pelvis ancha) y del «cuidado del bebé» tras el parto (entre otros, pecho lactante). La complexión masculina puede ser mucho más rígida; los hombres pueden invertir más energía en el crecimiento corporal y muscular. En promedio, son más grandes y fuertes que las mujeres. La madurez sexual de los hombres es más tardía que la de las mujeres, lo que se manifiesta, entre otros, en que su capacidad procreativa aparece más tarde. Las mujeres son capaces de reproducirse aproximadamente un año y medio antes que los hombres. En este aspecto, la situación alimentaria desempeña un papel decisivo. Cuanto mejor es la alimentación, antes alcanzan la madurez sexual tanto las chicas como los chicos.

Las diferentes funciones de las mujeres respecto del «cuidado de los hijos» también requieren diferencias psicológicas considerables. Las mujeres han de poder sintonizarse emocionalmente con el hijo. Necesitan empatía y mucho amor por el hijo para que este ser tan sensible, vulnerable y extremadamente dependiente de la madre se pueda desarrollar bien, ya que cada ser humano nace como un bebé prematuro que necesita contacto físico intenso al menos un año tras el nacimiento. Los hombres, en principio, tras el acto de la concepción ya han cumplido con su deber biológico. Ya están capacitados, al menos a nivel corporal, para buscar una nueva pareja sexual. Solo los que deciden conscientemente tomar en serio su papel de pareja y padre fiable tienen la oportunidad de madurar emocionalmente y crecer a nivel personal por medio del contacto con su pareja y con el hijo (Garstick, 2013).

Avidez sexual

Cuando la reproducción se produce fuera del cuerpo y no es necesario cuidar de las crías, la existencia de machos y hembras asemeja una compulsión maníaca por el sexo, por tener el mayor número posible de relaciones en una lucha competitiva y feroz con los congéneres. En ocasiones se sacrifica la propia vida por un acto sexual exitoso, como muestra, por ejemplo, la mantis religiosa, un insecto mantodeo que tras la fecundación se come al macho como suplemento proteínico (Miersch, 2002, p. 114).

En el mundo animal, el acto sexual puede ser un acto violento. Por ejemplo, varios delfines machos persiguen a un delfín hembra y le causan heridas para lograr alcanzar su objetivo de apareamiento. Los machos de babuino con un alto rango jerárquico montan a los machos de menor rango y los penetran analmente. Los machos y las hembras se comportan con frecuencia como cazadores y cazados. Los machos reúnen y vigilan a las hembras en su harén como si fueran trofeos. Este tipo de sexo está más relacionado con el estrés que con el placer para ambos géneros. Con frecuencia, el sexo y la agresividad no se pueden diferenciar.

¿Transmisión de genes?

La idea de que los seres vivos que se reproducen sexualmente persiguen la meta de transmitir sus genes me parece poco convincente, ya que ni las plantas ni los animales tienen la más remota idea de lo que son los genes, ni el ansia de aparearse sería tan poderosa si las irresistibles feromonas, las hormonas de recompensa (dopamina, oxitocina), los estímulos sexuales clave y la excitación placentera de los órganos sexuales no pusieran a todo el organismo en un estado de excitación extática que solo se puede calmar con el acto sexual. Para referirnos al mundo animal usamos palabras como «celo», «estro», «ardor sexual». Estas sensaciones extáticas y el orgasmo como estímulo son suficientes para ansiar la unión sexual, cueste lo que cueste. Por este motivo, el contacto sexual con otro ser vivo se convierte en un valor en mismo. Porta la recompensa dentro de sí. Forzosamente, de ahí surge la descendencia. Quien no la desee ha de prevenir e inventar una forma adecuada de contracepción. Al nivel inconsciente de la biología molecular esto ya existe. Sin embargo, de manera consciente solo lo pueden hacer los seres más evolucionados, como nosotros, los seres humanos.

La apetencia por el sexo y la reproducción son dos realidades separadas en el reino animal, y no solo en los humanos. La suposición planteada por los biólogos evolucionistas de que en la sexualidad se trata sobre todo de reproducirse con la mayor frecuencia posible no es cierta en el caso de los seres humanos. Si bien es cierto que en las hembras y en los machos humanos existe el deseo instintivo de reproducirse, y que este deseo puede ser en determinadas fases de la vida muy apremiante, en la realidad de la vida diaria, las mujeres luchan por no quedarse (o no de nuevo) embarazadas. También los hombres pueden tener la idea de ser padres de muchos hijos. Sin embargo, con frecuencia, en la realidad, tienen miedo a ser padres porque esto conlleva obligaciones psíquicas, morales y económicas que sobrepasan sus fuerzas. Por ello, también los hombres solo quieren ser padres de manera excepcional y en determinadas condiciones, cuando tienen relaciones sexuales y posteriormente han de asumir la responsabilidad por el hijo que de ahí surja. Muchos hombres también tienen miedo a que una mujer les «endilgue» un hijo.

Como es sabido, la abundancia de hijos está muy correlacionada con un nivel de formación bajo en mujeres y hombres, con la pertenencia a tradiciones culturales y religiosas, con el desconocimiento de las posibilidades de contracepción y con la falta de acceso a anticonceptivos eficaces. Las ideas totalmente absurdas como que «el sexo con una chica virgen cura el sida» hace el resto para traer niños al mundo de los que nadie se ocupa. A esto hay que añadir que también en los países más ricos son sobre todo las mujeres gravemente traumatizadas las que se quedan en estado sin desearlo, lo que se manifiesta, por ejemplo, en embarazos de adolescentes y en repetidos embarazos no planificados en mujeres con diagnósticos de enfermedades psíquicas. Del mismo modo se puede constatar que los hombres muy traumatizados tienden más a ser padres de manera involuntaria porque no son conscientes del alcance de la responsabilidad que conlleva un hijo, como en el ejemplo que puso una estudiante en un seminario acerca de un hombre traumatizado sexualmente que ya tenía tres hijos, con los que ejercía de padre con más pena que gloria. Apenas separado de su mujer, al momento empezó una relación con una nueva pareja a la que en seguida dejó embarazada.

La sexualidad y el proceso de convertirse en persona

Para la transición de la biología de las plantas y animales a la condición humana, considero esencial que los padres no contemplen a sus hijos como objetos a los que tratar como si fueran intercambiables o cosas (por ejemplo, engendrando un nuevo hijo cuando muere otro y poniéndole el nombre del hijo fallecido). En cuanto se ve a los hijos como sujetos, con sus necesidades y capacidades individuales, se crea una barrera de la conciencia que nos impide «tenerlos» y «criarlos» sin importarnos cuántos son. Por ello, a mi parecer, el proceso de convertirse en persona es el desarrollo de toma de conciencia de la propia subjetividad, que va aparejado a la formación del yo y de la voluntad. Quien es consciente de sí mismo como sujeto puede percibir y valorar a otros como sujetos. Sin embargo, quien rehúsa esa toma de conciencia y no aprovecha esa oportunidad cuando la tiene, no ha de sorprenderse si otras personas lo tratan como objeto. Quien se experimenta como objeto, movido por pulsiones internas, también tratará a los demás como objetos. Si los hombres y las mujeres se sienten sujetos no se denigrarán los unos a los otros como objetos sexuales. Si los padres se sienten sujetos, y lo que cuenta es su individualidad y consciencia, también pueden apreciar y valorar la singularidad de sus hijos y estimular el desarrollo de su identidad (Hüther, 2018). De este modo, las personas podríamos lograr poco a poco el paso de la lucha por la pura supervivencia a la creación conjunta de una buena vida para mujeres, hombres e hijos. Esto sería a su vez una bendición para el mundo animal y vegetal contemporáneo.

Sexo y sexualidad

Con frecuencia se entiende por «sexualidad» solo el accionamiento de los órganos sexuales o la realización del acto sexual (sexo). En mi opinión, esto se queda corto. «Mantener relaciones sexuales» o «practicar sexo» solo es un aspecto parcial de la sexualidad. Ser un ente sexual es el fundamento de la vida entera de la persona, desde el principio. Ya en el útero se crean los ovarios de la siguiente generación de mujeres. Y allí, los fetos masculinos tienen su primera erección. Todos los procesos de maduración del organismo humano tienen como objetivo la capacidad reproductora. La niña debe convertirse en una mujer fértil, el niño en un hombre capaz de procrear. Compararse con el propio género («¿Cómo de guapo o fuerte soy?») para cortejar al otro («¿Qué te gusta de mí?»), echarle el ojo a una posible pareja sexual y elegir, todo eso son formas de comportamiento específicas de género. Marcan la percepción, las emociones, la imaginación y el pensamiento de los hombres y las mujeres, a menudo durante todo el día.

Puesto que también en el caso de los humanos los óvulos fértiles son un bien escaso y valioso, y sin embargo los espermatozoides existen en abundancia, predomina aquí, al igual que a menudo en la naturaleza, el principio de «la elección femenina» postulado por Charles Darwin. Las hembras eligen a su pareja sexual e inducen a los machos a exhibir su potencia y virilidad por medio del tamaño corporal y la masa muscular y a demostrarla en luchas por la jerarquía contra otros machos. También los hombres compiten entre ellos y en general son menos selectivos que las mujeres cuando se trata de mantener relaciones sexuales.

Es bien sabido que con la llegada de la maduración sexual física (pubertad), la psique de un niño, esencialmente orientada hacia los padres, se reajusta (Kasten, 1999). Con la avalancha de hormonas sexuales en su interior, lo externo se percibe de una manera fuertemente sexualizada. Se escanea a casi todo el mundo para comprobar quién sería un posible candidato para un contacto sexual.

Mientras que esto es válido para los hombres hasta una edad avanzada, y que los hombres de entre 18 y 30 años, bajo la influencia de la testosterona, pueden obsesionarse con el sexo, en las mujeres, el apetito sexual varía dependiendo del ciclo menstrual y de sus días fértiles. Su interés sexual va más bien decreciendo con el incremento de la edad. Con la menopausia se dan cuenta de que ya no pueden cumplir el deseo de ser madres. La sequedad vaginal, que aumenta con la edad, las disuade de mantener relaciones sexuales, ya que pueden ser muy dolorosas (Tietz, 2017). Los hombres pueden, incluso en edad avanzada, vivir con la idea de ser o volver a ser padres. Algo que no se puede descartar totalmente, ya que algunas mujeres encuentran a algunos hombres mayores atractivos debido a su estatus social elevado. Además, los hombres prefieren a las mujeres más jóvenes y atractivas.

Sin embargo, el reloj biológico no solo avanza en las mujeres, cuya fertilidad se reduce claramente a partir de los 35 años de vida. En los hombres, con el avance de la edad, disminuye la calidad de los espermatozoides. El porcentaje de las mutaciones fallidas aumenta y con ello el riesgo de que los hijos engendrados sufran enfermedades genéticas. Del mismo modo, aumenta la carga por los tóxicos ambientales en la vida de la persona e influye en la salud de los óvulos y de las células del esperma. Por ello, incluso con la inseminación artificial es cada vez más difícil satisfacer el deseo de tener hijos cuanto mayores sean los hombres y las mujeres implicados.

Onanismo

Los estados de excitación sexual acompañan al ser humano durante todo su desarrollo. Ya en los lactantes se puede observar que se estimulan con movimientos de presión y de balanceo rítmicos (Bischof, 2014). Sin embargo, la autogratificación sexual (onanismo, masturbación), es decir, el descubrimiento autónomo de la propia capacidad de sentir placer y su realización, tenía hasta hace poco muy mala prensa. Moralistas religiosos la condenaban como «pecado de automancillamiento» (Metz, 2017, pp. 224 y ss.), y personas más ilustradas le atribuían efectos perjudiciales para el crecimiento y la visión, y advertían, por ejemplo, del riesgo de atrofia de la médula espinal. La aversión al onanismo en los niños parece ser la causa de que en el siglo XIX en Norteamérica se empezara a realizar la circuncisión masculina más allá de los ritos por motivos religiosos. «Un remedio contra la masturbación, que casi siempre da buenos resultados con los niños pequeños, es la circuncisión […]. La operación debería realizarla el cirujano sin anestesia, ya que el dolor que conlleva tiene un efecto sanador sobre el espíritu, especialmente si se relaciona con la idea de castigo» (Kellogg, 1888). Harvey Kellogg también tuvo la brutal idea de abrasar con ácido los clítoris de las niñas.

En las sociedades que se presentan como ilustradas se silencia pudorosamente la autogratificación sexual. Aunque se tolera, con frecuencia resuena la preocupación de «pasarse con lo bueno». La masturbación y las ganas de experimentar la sexualidad de forma independiente es mucho mejor que:

mendigar sexo de manera servil,recibir sexo solo como contrapartida,ejercer la sexualidad contra la voluntad de otra persona adulta,acudir a una prostituta oabusar sexualmente de niños.

El arte de masturbarse placenteramente es para Hans-Joachim Maaz (2017) el requisito para poder explorar junto con la pareja todo el territorio del placer. Pero como ha observado Heike Melzer (2018) en su consulta de terapia sexual, algunas personas no pueden entregarse a su pareja porque han desarrollado formas de autoestimulación tan ingeniosas que nadie puede ofrecerles algo así. Hoy en día parece que la autoestimulación, incitada por el material pornográfico disponible en cualquier momento en internet, además de consoladores, vibradores y succionadores, han aumentado en tal medida e intensidad que no son pocos los que se preguntan para qué necesitan una pareja sexual puesto que sin ella «se corren» mucho mejor y con más excitación. No solo a los hombres, sino también a las mujeres, parece que cada vez les gustan más esas pequeñas máquinas que les procuran hiperorgasmos con solo pulsar un botón. El negocio con el placer generado mecánicamente está en auge en todo el mundo. Las máquinas se parecen cada vez más a las personas, y las personas que las utilizan se parecen cada vez más, en sus estrategias de supervivencia al trauma, a los juguetes sexuales que han creado.

Penetración y placer

El acto sexual humano es extraordinario en su particularidad. Una parte del cuerpo masculino, el pene, penetra profundamente en la vagina femenina y con ello en el cuerpo de la mujer. Eso es una enorme transgresión de límites. Por eso, muchas mujeres temen la sexualidad masculina y muchos hombres tienen miedo a que las mujeres los rechacen por este motivo. Es necesario el asentimiento expreso de la mujer para que no experimente esta penetración en su cuerpo como un acto de violencia. Una penetración anal, oral o un «beso de tornillo» también suponen una enorme invasión de los límites físicos del cuerpo femenino. Por eso es necesario el asentimiento expreso de la mujer, para que no sienta estas prácticas como violaciones.

Una cercanía excesiva del cuerpo de otra persona suele generar una reacción de estrés y una secreción de adrenalina. Esto conlleva un comportamiento agresivo de defensa o de retirada en busca de protección. Normalmente, todo en la persona se rebela en contra de que otro la penetre oral, genital o analmente. Es comprensible, por tanto, el deseo de las mujeres de que el acto sexual se considere una situación excepcional que ellas mismas quieren y que se experimenta como un acto de unión y de amor.

Así, resulta tanto mejor si no solo el hombre, sino también la mujer experimentan alegría y placer en el acto sexual y alcanzan el orgasmo. Con frecuencia, los contactos sexuales solo son profundamente satisfactorios a nivel físico para ambos por medio de los preliminares, porque por el contacto de la piel, las caricias, los besos y las miradas se segregan hormonas (sobre todo oxitocina) que causan la sensación de ausencia de miedo, bienestar y seguridad. Por medio de mi placer sexual despierto el placer de mi pareja y su placer estimula a su vez mi deseo. Así, ambos nos embarcamos en el viaje de aumentar la excitación del propio cuerpo y el del otro, hasta que ambas excitaciones explotan en el orgasmo, se disuelven y llevan a una placentera relajación.

Fecundación y convertirse en madre y padre

Si en el acto sexual se produce la fecundación, la sexualidad de los implicados no termina. Los hombres siguen queriendo tener relaciones sexuales. Sin embargo, es frecuente que esa necesidad se debilite en las mujeres porque en todo su organismo se está produciendo una reorganización que las debe preparar para ser madres. No obstante, si una mujer que ha quedado embarazada quiere seguir manteniendo relaciones sexuales y en qué medida es probable que dependa de lo psíquicamente sana o traumatizada que esté.

El embarazo, el parto, darle el pecho al recién nacido o disfrutar el contacto piel con piel con él son a su vez procesos profundamente sexuales para el cuerpo femenino. Si el padre también se entrega psíquica y físicamente a la paternidad, esta también puede ser un proceso que cambie y marque su identidad sexual de forma duradera. Ser madre significa convertirse en madre. Lo mismo es válido para el padre: ser padre significa convertirse en padre —física, psíquica y socialmente.

Sexualidad y psique

¿Típico masculino/típico femenino?

Cuanto más complejo es el hardware de un ser vivo, más diferenciado ha de ser el software para mantener a ese organismo vivo a lo largo de su existencia. El sexo marca la psique humana y esta psique dirige la sexualidad. A los aspectos reflejos, instintivos e impulsivos de la sexualidad en los seres humanos se suman cualidades experienciales nuevas como sentimientos, imaginación y pensamientos. La sexualidad puede ir unida a todo el espectro de sentimientos humanos como alegría (anticipada), deseo, curiosidad, orgullo, pero también miedo, enfado, rabia, vergüenza, asco y dolor —en ambos sexos—. Podemos vivir aventuras sexuales en nuestra fantasía y en nuestros sueños, ponernos en un estado de excitación sexual solo con nuestra imaginación. Podemos utilizar nuestra razón para planear actividades sexuales. Podemos valorar cuáles contactos sexuales nos hacen bien y cuáles no. Podemos accionar nuestra voluntad para decir sí o no.

Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus es el título de un conocido libro (Evatt, 2017). «Por qué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas» es otro pensamiento popular plasmado tanto en forma de libro como en película cinematográfica (Pease y Pease, 2010). Según esto, los hombres son sobre todo racionales, accionales y centrados en los resultados; las mujeres son emocionales, necesitan hablar y se orientan más hacia las relaciones. Los hombres son el supuesto sexo fuerte, las mujeres el débil.1 Hay numerosos intentos de determinar diferencias entre los sexos y de atribuirles papeles en la convivencia social cuasi dictados por la naturaleza: «Los hombres siempre quieren ver el cuerpo desnudo de las mujeres, las mujeres siempre quieren contemplar el alma desnuda de los hombres» (Schwanitz, 2001, p. 112).

Cada persona es un individuo y con ello única en su complexión física, su psique y sus acciones. En efecto, el cuerpo y la psique de mujeres y hombres son diferentes porque cumplen tareas diferentes en el mantenimiento de la especie. Que estas diferencias lleguen a ser contrapuestas depende del modo en que las mujeres y los hombres se experimenten, de cómo crezcan en una comunidad y de cómo aprendan a reconocer al otro sexo. Quien percibe el mundo del género solo desde su limitada perspectiva, ve a las mujeres como hombres incompletos y a los hombres como mujeres inmaduras. Quien, debido a traumatizaciones tempranas de su cuerpo y su psique, se ve obligado a buscar refugio en las estrategias de supervivencia, se hace diversas ilusiones sobre el otro sexo. Se siente fácilmente amenazado y adopta actitudes de sumisión o dominancia. Si, además, la sociedad en su conjunto se basa en la competencia, en lugar de en la cooperación,2 la intimidad, el amor, la pareja, la paternidad y las relaciones sociales se convierten rápidamente en campos de batalla en los que los hombres y las mujeres se hacen la guerra. Entonces ya no se trata de quién es uno realmente como hombre o como mujer, sino de qué les parece a los demás. Desde pequeños los niños escuchan la frase: «¡Los chicos no lloran!». Y a las niñas se les dice que han de ser guapas y portarse bien para, más adelante, poder encontrar un buen marido. A continuación, un ejemplo de los efectos que tuvieron en mí los estereotipos de género.

¿Un hombre hace eso?