Amores divertidos - Julie Kistler - E-Book
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Amores divertidos E-Book

JULIE KISTLER

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Beschreibung

Ella solo buscaba la felicidad. Cassie Tompkins disponía de dos semanas para desmadrarse antes de casarse con el hombre más aburrido de Pleasant Falls. La solución perfecta era cambiarse por su alocada hermana gemela que vivía en la gran ciudad. Ahora solo le faltaba encontrar al hombre que la ayudara a desmadrarse del todo... Fue justo entonces cuando apareció Dylan Wright, de quien lo menos que podía decir era que se trataba del hombre más sexy con el que había tropezado en su vida... y que la volvía completamente loca, y hacía que no echara de menos a su prometido ni lo más mínimo.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

 

© 2002 Julie Kistler

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amores divertidos, n.º 1334- enero 2020

Título original: The Sister Switch

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1328-954-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

21 de mayo: once días antes de la boda

 

 

CASSIE Tompkins, futura novia, no pudo aguantarlo más.

—¡Soy libre! ¡Gracias, Polly! —gritó.

Sabía perfectamente que su hermana gemela, sentada en algún compartimento del tren, nunca oiría esas palabras. Pero daba igual. Aquello era emocionante.

Por una vez en su vida tenía la oportunidad de ser irresponsable y hacer lo que le diese la gana… una oportunidad que su hermana gemela acababa de ofrecerle en bandeja de plata.

Subiendo al tren con destino a Pleasant Falls para hacerse pasar por ella, le había dado unos días de libertad antes de su boda con Skipper.

Así que se soltaría el pelo y actuaría como una sofisticada Relaciones Públicas, acompañando a un famoso autor en su gira promocional por Chicago.

Y no un autor cualquiera. No, era Hiram Wright, conocido como El Salvaje, un estrafalario contador de historias. Cassie había leído alguno de sus libros y lo había visto en televisión. Era un tipo muy interesante.

Mucha gente pensaría que hacerse pasar la una por la otra era un sucio engaño, pero para ella era un regalo del Cielo.

De modo que mientras Polly fingía ser la futura esposa de Skipper Kennigan en el aburridísimo Pleasant Falls, la auténtica novia pensaba pasarlo bomba haciéndose pasar por Relaciones Públicas, el trabajo de su hermana.

Nunca había hecho algo parecido, pero todo el mundo merecía la oportunidad de volverse un poco loco. Especialmente si estaba a punto de contraer matrimonio con Skipper Kennigan, el ciudadano más estirado de Pleasant Falls.

Pero no iba a pensar en Skipper. Ni en él ni en su dominante familia, ni en los 1.2 niños que pensaban tener, ni en la vida perfecta que él había planeado para los dos después del «hasta que la muerte nos separe».

Pensaría en todo ello más adelante.

Estaría una semana en Chicago y después volvería a Pleasant Falls para seguir haciendo el papel de perfecta prometida. Hasta entonces no pensaría en Skipper ni en su futuro.

Decidida, borró todo aquello de su mente y se concentró en lo que tenía que hacer aquel día.

—¡Es mi última oportunidad de pasarlo bien y pienso disfrutarla!

Era tan emocionante que casi se puso a dar saltos.

Al día siguiente tenía que ir al aeropuerto para buscar a Hiram Wright, El Salvaje. Ella, la tímida Cassie Tompkins, por todo Chicago con aquel famoso autor… ¿Quién lo habría imaginado?

Pero sus gritos empezaban a llamar la atención de la gente que estaba en el andén y, bajando la cabeza, decidió disimular un poco.

Llevaba toda la vida siendo la hermana sensata, la más formal, la más responsable, y resultaba difícil cambiar de personalidad. Aunque llevase la ropa de Polly y más maquillaje que en toda su vida.

Aun así, mientras observaba los últimos vagones del tren desapareciendo en la distancia con destino al monótono Pleasant Falls, Cassie no pudo evitar sentirse libre, libre, libre…

Hubiera querido salir de la estación bailando.

Cassie arrugó el ceño. Mientras fingía ser Polly tendría que ser creíble como moderna y sofisticada publicista, la clase de persona que podría ser elegida como una de las «veinticinco solteras más codiciadas de Chicago» por la revista In Chicago.

Y una de las solteras más codiciadas de la ciudad no podía ir por la calle haciendo claqué para celebrar un poquito de independencia.

De modo que contuvo su entusiasmo, levantó la cabeza e hizo todo lo posible por parecer una urbanita cualquiera de camino al trabajo.

Pero sintió un estremecimiento cuando salía de la estación, taconeando sobre los fabulosos zapatos de Manolo Blahnik.

Aquellos zapatos eran un símbolo de la vida que acababa de tomar prestada. Con aquellos tacones de aguja de quinientos dólares no había vuelta atrás.

«¿Qué he hecho?», se preguntó, buscando el descapotable rojo de su hermana. Hacerse pasar por Polly unos días antes de su boda… «¿Qué he hecho?».

Cassie respiró profundamente.

—Todo va a salir bien —se dijo a sí misma.

Cuando salía del aparcamiento estuvo a punto de chocar contra un taxi y se ganó un bocinazo y un par de insultos por parte del taxista. Pero no hizo ni caso.

Así era la vida en la ciudad: ruidosa, apresurada, llena de energía… todo lo que ella quería experimentar.

Mientras intentaba leer las indicaciones y conducir al mismo tiempo, estuvo a punto de tener un accidente… o varios.

Pero conducir un descapotable a toda velocidad por la autopista en una preciosa mañana de primavera… ¿qué más se podía pedir de la vida?

—¡Gracias, Polly! —gritó, emocionada.

Un Mercedes pasó a su lado y el conductor, un hombre muy guapo, le guiñó un ojo. ¡Genial! Cassie le tiró un beso y pisó el acelerador.

—No me lo puedo creer.

Cassie Tompkins tirando besos a desconocidos… ¡Qué día! Nunca había conducido un descapotable, nunca había tonteado con nadie, nunca había dejado que el viento la despeinase… Y era absolutamente maravilloso.

 

 

22 de mayo: diez días antes de la boda

 

Cassie se despertó a las seis y media de la mañana, como siempre, deseando empezar su primer día como Polly. Primero se preparó un buen desayuno… algo que su hermana no haría nunca, por supuesto.

Pero tenía que acostumbrarse poco a poco a los cambios.

Después revisó de arriba abajo la casa del parque Wicker. Era una casa preciosa, llena de obras de arte y muebles muy modernos, muy urbanos.

Empezaba a aclimatarse a su nuevo mundo y no le costaba ningún esfuerzo. Pero no podía aclimatarse demasiado porque tenía que ponerse a trabajar.

Después de dar una vuelta por el parque y preparar un almuerzo delicioso, Cassie repasó la lista que Polly había dejado con las cosas que debía hacer para ocupar su lugar sin levantar sospechas.

Y había dejado suficientes listas, notas y recomendaciones como para que un niño de tres años pudiera hacerse pasar por ella.

Primero, ir a buscar a Hiram Wright al aeropuerto y llevarlo al hotel. Después, al día siguiente, varias firmas de libros, entrevistas en la radio, una reunión en un sitio que se llamaba el Club de Exploradores, donde cenaría con el ganador de un concurso radiofónico patrocinado por su editorial, una visita al zoo… Era maravilloso.

—Hiram Wright, El Salvaje… qué suerte tengo.

Polly lo odiaba, pero ella no sabía por qué. ¿Quién no querría salir con un autor tan famoso como él? Era genial… estuviese preparando una receta de saltamontes fritos en el programa de Oprah Winffrey o enseñando a David Letterman a salir de arenas movedizas.

Predicaba vivir la vida a tope, sobreviviendo gracias al ingenio desde Brooklyn a Borneo. Y, sobre todo, pasarlo divinamente.

Sí, era un tipo muy excéntrico, pero sabía cómo vivir. Y eso era exactamente lo que Cassie estaba buscando. De modo que acompañarlo por Chicago sería una fiesta.

Pero se recordó a sí misma que aquello no habría sido una fiesta para Polly. Era su trabajo. Y debía hacerlo lo mejor posible.

—A ver… —murmuró, mirando la lista de cosas que hacer antes de ir a buscar a Hiram Wright—. Necesita un kilo de chocolatinas M&M azules… ¿un kilo? Bueno, si eso es lo que quiere…

 

Hay una bolsa de dos kilos en el armario de la cocina. Tienes que sacarlas todas y elegir solo las azules.

 

Cassie arrugó el ceño al leer la nota.

—¿Cree que soy tonta?

Pero la siguiente instrucción era aún más irritante.

 

Pon las chocolatinas en cestitos de mimbre… El Salvaje solo acepta materiales orgánicos.

 

¿Materiales orgánicos? Qué bobada.

Cassie no tenía ninguna intención de llevar un montón de incómodos cestitos al aeropuerto cuando podía llevar bolsas de plástico.

Después de separar las chocolatinas azules, las metió en dos bolsas de plástico y sacó la báscula para asegurarse de que tenía un kilo.

Tarea siguiente: llamar a la tienda de vinos de Mickey para comprobar si tenían la marca de whisky escocés que Hiram Wright prefería. Después de una discusión más acalorada de lo que había esperado, el tal Mickey le prometió que llevaría el pedido en menos de una hora.

—Lo quiero ya —dijo Cassie, sintiéndose como la protagonista de una película—. Ah, y póngalo en mi cuenta.

Podía ser exigente y sofisticada. ¡Podía ser como su hermana Polly!

Lo siguiente eran los bolígrafos. Encontró la caja de bolígrafos hechos en Brasil que El Salvaje requería para firmar sus libros y los llenó con una tinta especial que iba en botellitas.

Un trabajo sucio. Esperaba que su hermana no la regañase por manchar la mesa de la cocina.

La suma de sus tareas no parecía nada interesante, pero empezaba a estar exhausta.

El tiempo pasaba y, según las notas de su hermana, debía salir para el aeropuerto en media hora. Pero no había terminado… ¿Y dónde estaba el whisky escocés?

Entonces leyó la última nota.

—¡Ay, qué horror! Debería haber leído su libro antes de ir a buscarlo.

Pero no tenía tiempo de leer Vivir al filo. Distraída, se mordió una uña que se había partido abriendo una de las botellitas de tinta. Tenía que limársela antes de salir.

En cuanto encontrase una salida para el asunto del libro buscaría una lima en el cuarto de baño.

Quizá tendría tiempo de leerlo mientras esperaba en el aeropuerto…

Antes tenía que encontrarlo, claro. Pero no estaba en el salón ni en la cocina. Por fin, lo encontró sobre la cómoda y, al acercarse, vio su imagen en el espejo.

—¡Dios mío!

Y ella preocupada por una uña rota… Tenía tinta en las manos, en la cara… y una mancha en el vestido, sobre el pecho izquierdo. ¡Había manchado el precioso vestido de lino rojo de Polly! Y debía de ser carísimo.

Además, se le había corrido la pintura de un ojo y parecía un mapache. Aquello era un desastre.

Todo el mundo en Pleasant Falls sabía que ella siempre iba bien vestida, inmaculada y perfecta. Como encargada de la sección de prendas femeninas de los grandes almacenes Kennigan, ponía mucho cuidado en su ropa y en su maquillaje. Entonces, ¿cómo había ocurrido aquello?

Polly nunca había sido tan meticulosa con su apariencia, pero tampoco llegaba hasta tal punto. Ni muerta.

Intentando contener un ataque de pánico, Cassie corrió al cuarto de baño e intentó limpiar la mancha del vestido.

Con un enorme lamparón de agua sobre el pecho, tomó la bolsa de cosméticos y buscó algo para quitarse las manchas de tinta. Pero ni el jabón ni la espuma hicieron nada.

Y cuando estaba poniéndose una crema exfoliante sonó el timbre. Sin quitársela, salió corriendo y le quitó al chico la caja de botellas de whisky.

—Pero oiga…

Eso fue todo lo que oyó antes de cerrar la puerta con el trasero. No tenía tiempo que perder con el chico de los recados.

Entonces miró el arcón en el que iban las exquisitas y carísimas botellas de whisky. Como no tenía tiempo de abrirlo, lo dejó al lado de la puerta y volvió corriendo al baño.

—Muy bien, los bolígrafos, las chocolatinas, el whisky… Y el libro, que voy a tener que leer en el coche.

Eso era imposible y lo sabía, pero tenía muchos problemas que resolver. Como por ejemplo, dónde iba con el vestido mojado, la cara llena de crema exfoliante, una uña rota y el pelo como si acabara de salir de la cama.

Consiguió quitarse la tinta, pero lo del pelo era misión imposible. No tenía tiempo.

—Parezco Madonna en sus peores momentos —exclamó, horrorizada, buscando un secador.

Como el asunto del pelo lo daba por perdido, intentó secar el vestido, pero la mancha de tinta era cada vez más visible. Y, además, el lino se había arrugado.

¿Cambiarse o no cambiarse? Esa era la cuestión. Vio entonces una flor naranja sobre el escritorio de Polly y decidió colocársela encima de la mancha.

Muy Sexo en Nueva York.

Después encontró un abrelatas, consiguió abrir la tapa del baúl del whisky, se rompió otra uña, sacó dos botellas… supuestamente eso debía ser suficiente para una noche. Incluso para El Salvaje.

Metió todo aquello en el descapotable de Polly y se sentó tras el volante, dejando escapar un suspiro de alivio.

Afortunadamente, estaba en la autopista del aeropuerto solo cinco minutos tarde.

Lo había hecho muy bien y estaba contenta consigo misma. Solo le quedaba conocer a Hiram Wright, El Salvaje. Y estaba deseándolo.

 

 

Toda Chicago parecía querer ir al aeropuerto a la misma hora y Cassie empezó a preocuparse seriamente.

Imaginaba a Hiram Wright esperando, furioso. No parecía buena idea tener a alguien llamado El Salvaje esperando.

Pero, al menos, el tráfico le permitió leer unas cuantas páginas de Vivir al filo.

Desde el capítulo uno: Viajar con poco peso, al capítulo dos Pugnar con la aventura.

Pero no le gustó nada. Sus consejos eran ridículos, para empezar. Ninguna mujer con dos dedos de frente se lavaría el pelo en un charco ni recorrería un país en motocarro. Qué horror.

Y, según él, comer productos alimenticios de la basura de un supermercado era algo perfectamente sensato.

Una pena que en Vivir al filo no explicase cómo sobrevivir en un enorme aeropuerto.

Cassie empezó a ponerse histérica mientras buscaba primero aparcamiento y luego la terminal a través de un montón de pasillos, con su precioso Gucci al hombro, dos botellas de whisky, el libro, una bolsa llena de chocolatinas azules y un montón de bolígrafos.

Ella sabía poco de aeropuertos y no había imaginado que el de Chicago fuese un sitio tan aterrador.

Lo que le faltaba era meter la pata en su primer día de trabajo y que El Salvaje tomara un taxi mientras ella estaba perdida en medio de un laberinto de escaleras mecánicas.

Cuando por fin encontró la terminal corrió hacia la pantalla para buscar la puerta de salida del vuelo 473 y…

—Nueva York, vuelo 473, puerta K-26… Menos mal, llega con retraso —suspiró, aliviada.

Llegó a la puerta K-26 cinco minutos después, pero estaba desierta. No podía ser. Tenía que haber gente esperando.

—Perdone, ¿a qué hora llega el vuelo 473 procedente de Nueva York? —preguntó en el mostrador de información.

—Han cambiado la puerta de salida. Tiene que ir a la G-14.

—¿G-14? Pero si eso está al otro lado de la terminal.

—Tiene que ir allí, lo siento —contestó la azafata.

Cassie, a punto de perder los nervios, logró contenerse.

Pero cuando llegó a la puerta G-14, con el bolso, el libro, las botellas de whisky, los bolígrafos y las chocolatinas, también esta estaba desierta.

—Ese vuelo aterrizó hace casi media hora —la informó una azafata con cara de aburrimiento.

—Pero si en las pantallas decía…

—Si la persona que ha venido a buscar no está aquí, puede llamarlo por megafonía o buscarlo en retirada de equipajes.

Retirada de equipajes.

Cassie pensó un momento. Si no recordaba mal, uno de los capítulos del libro se llamaba Nunca jamás viajes con equipaje.

Según la filosofía de Hiram Wright, solo debía viajarse con una navaja suiza y un chubasquero. Y, a menos que no practicase lo que predicaba, era improbable que el señor Wright estuviese buscando sus maletas. De modo que debía de andar por allí.

—Muy bien, ¿dónde estás? —murmuró Cassie, mirando alrededor.

Había una mujer medio dormida, un hombre leyendo el periódico y un par de chicos mirando las pantallas, ninguno de los cuales parecía un escritor de éxito.

Por si acaso, ella dejó los bultos sobre una silla, abrió Vivir al filo y buscó la fotografía del autor. Era un tipo normal y corriente, de unos sesenta o setenta años, con barba gris y cejas pobladas. Pero no había nadie así en la puerta G-14.

¿Dónde demonios estaba? Llevaba semanas intercambiando faxes con Polly para que fuese a buscarlo al aeropuerto. ¿Por qué no la había esperado?

Quizá estaría en el bar, contándole a alguien su última aventura en el Amazonas. O en la torre de control, explicando cómo saltar de un avión sin paracaídas.

—Perdone, ¿podría llamar a una persona por megafonía? —le preguntó a la azafata.

—El teléfono esta ahí —contestó la joven, sin mirar.

Suspirando, Cassie tomó sus cosas y se dirigió al teléfono rojo que le señalaba. Tardó un minuto en colocar todos los bultos en el suelo y después, intentando contener los nervios, descolgó el auricular.

—¿Hola? Necesito que llamen a…

Iba a decir El Salvaje, pero eso sonaba fatal. Y tampoco quería decir Hiram Wright porque era un autor famoso y seguramente no querría ponerse a firmar autógrafos en el aeropuerto. Polly había sido muy específica sobre no contarle a nadie dónde estaba.

—Estoy buscando al señor Wright. Debía haber venido en el vuelo 473 de American Airlines, procedente de Nueva York.

—¿El nombre de pila?