Novia sustituta - Julie Kistler - E-Book
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JULIE KISTLER

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Beschreibung

Desde que se marchó de Pleasant Falls para siempre, Polly Tompkins no había vuelto a jugar a cambiarse por su hermana gemela; y desde luego aquel era el peor momento para volver a hacerlo: ¡dos semanas antes de la boda de su hermana! Pero a su querida Cassie no podía negarle nada... y tampoco podía negarle nada a Michael Kennigan, su antiguo amor de la adolescencia, que además resultaba ser el hermano del novio.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Julie Kistler

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Novia sustituta, n.º 1327- octubre 2019

Título original: Stand-In Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1328-636-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

17 de mayo: quince días antes de la boda.

 

 

POLLY Tompkins miró su reloj. Cinco minutos. Tenía cinco minutos para ir a la estación y sabía que era imposible llegar a tiempo.

—Siento meterle prisa —le dijo a la mujer que estaba entrevistándola para In Chicago, una nueva revista semanal—. Es que tengo que marcharme. ¿Podríamos terminar la entrevista en otro momento?

—Solo una pregunta más —insistió la reportera, levantando la cabeza al oír un sonido chirriante—. ¿Otra vez el fax?

—No le haga caso. Está todo el día así.

O, al menos, cuando clientes como Hiram Wright, famoso autor de novelas de acción y conocido como el Salvaje, decidía volverla loca. Un fax más sobre qué clase de limusina necesitaba, qué tipo de chocolatinas en el hotel, qué marca de whisky…

Polly sonrió, intentando apartar al Salvaje de su mente. Hacía lo que podía para ser encantadora mientras imaginaba la forma de echar a la periodista de su despacho, pero lo último que deseaba era ofenderla. En la agencia de relaciones públicas Leonora Bridge nunca se desaprovechaba una ocasión para conseguir buena publicidad.

Especialmente cuando el puesto de una no era del todo seguro. Polly hizo una mueca. En realidad, a ella no se le daban muy bien las Relaciones Públicas. No era snob, ni rica ni tenía buenos contactos. Y sabía que Leonora la había contratado porque era rubia, alta, guapa y tenía una bonita sonrisa. No fue una sorpresa que usaran su fotografía en los folletos de promoción de la agencia.

Pero cuando dejó la universidad, tres años antes, tenía ideales y objetivos. ¿Desde cuándo «sé guapa y cállate» se había convertido en una forma de vida para ella?

—¿Dónde estábamos? —murmuró su entrevistadora, pasando las páginas de la libreta.

—No lo sé, la verdad.

Polly seguía sin saber por qué Leonora le había pasado aquella patata caliente: un artículo llamado «Los 25 solteros más codiciados de Chicago».

Ella no era una soltera codiciada, ni mucho menos. Llevaba un año sin salir con nadie. Pero, por supuesto, In Chicago no sabía eso.

—Vamos a ver… Solo necesito tres palabras para el perfil. Tres palabras que la describan.

Sin tiempo para inventar tres buenos calificativos, Polly dijo lo primero que se le ocurrió: alegre, dicharachera…

Uy, qué horror. Parecía estar describiendo una ardilla. Si tuviera tiempo para pensar…

—¿Y la tercera palabra? —preguntó la periodista.

—Espere, espere, he cambiado de opinión. Lista, ambiciosa… eso me gusta más. Y madura… No, madura no.

Eso no la convertiría en una soltera codiciada.

Además, en aquel momento no estaba siendo nada madura. Dando una entrevista mientras su pobre hermana Cassie esperaba en la estación sola, tirando de sus maletas…

—¿Cuál es la tercera palabra?

Impaciente, inquieta, histérica… No, no, eso no.

Mientras buscaba frenéticamente una palabra para poner fin a la maldita entrevista, Polly imaginaba a Cassie asustada y perdida por las calles de Chicago.

Aunque eso no iba a pasar porque su hermana era la persona más tranquila que conocía… en Pleasant Falls. Sola en Chicago podría ser muy diferente.

—No se me ocurre nada…

—Dígame lo primero que se le pase por la cabeza. La primera palabra que se le ocurra.

«Mi hermana Cassie, con quien siempre estaré asombrosamente conectada porque es mi…»

—Gemela. Esa es la tercera palabra, gemela.

—¿De verdad? —sonrió la periodista, interesada. Pero eso no era lo que Polly quería. Todo lo contrario, quería verla salir de allí a la carrera—. ¿Tiene una hermana gemela?

—Sí.

—¿Son gemelas idénticas?

—Sí. Bueno, de aspecto somos idénticas —suspiró ella, con la misma explicación automática que daba cada vez que alguien le hacía esa pregunta—. Pero nuestras personalidades son muy diferentes. Yo soy extrovertida, ella es callada. Yo soy impulsiva, ella lo planea todo a conciencia.

—Qué divertido. Dígame la verdad… ¿alguna vez se han hecho pasar la una por la otra?

—Hace muchos años —contestó Polly.

Pero no pensaba contarle la anécdota del día que se presentó por su hermana a un examen de matemáticas, ni la horrible noche que envió a Cassie a romper con un cerdo de novio al que no quería volver a ver.

Michael Kennigan. Sí, Michael. Se le encogía el corazón solo de pensar en él después de tantos años. Siete años… ¿Tanto tiempo?

Por supuesto que sí. Lo dejó, o más bien Cassie lo dejó haciéndose pasar por ella, el día después de graduarse en el instituto. Y no había vuelto a verlo desde entonces.

Ansiosa por terminar la entrevista y por olvidarse de Michael Kennigan, Polly abrió la puerta del despacho.

—Mi hermana Cassie ha venido a Chicago para pasar su cumpleaños… bueno, nuestro cumpleaños. Pero eso ya lo sabe… por lo del signo del zodiaco. Me lo ha preguntado antes.

Debería haber añadido a la lista palabras como: bocazas, lenguaraz, gárrula, charlatana… Adjetivos todos que le habían dedicado alguna vez.

—Ah, sí —murmuró la periodista comprobando su libreta—. Aquí está.

—El caso es que tengo que ir a buscar a Cassie a la estación… en cinco minutos. Así que debo marcharme a toda prisa, lo siento. Pero puede llamarme al móvil si le falta algún dato.

—Creo que ya tengo todo lo que necesito.

Por fin, dos segundos antes de que la echase a patadas, la insistente periodista se despidió y Polly pudo salir corriendo del despacho.

Cuando estaba entrando en el ascensor oyó a Leonora llamándola por el pasillo, pero siguió adelante. No es buena política ignorar a la jefa de una, pero estaba decidida a rescatar a Cassie de la estación.

Su hermana y ella iban a pasarlo en grande aquel fin de semana. Después de todo, aquel sería su último cumpleaños siendo las dos solteras y eso había que celebrarlo.

Polly se mordió los labios. Su hermana, casada. La vida no volvería a ser igual, ¿no?

Pero durante aquel fin de semana se olvidarían de todo; irían al salón de belleza, de compras, comerían palomitas de maíz viendo una película y luego… luego Cassie volvería a Pleasant Falls para casarse.

Era horrible.

Mientras intentaba salir de un atasco, Polly se preguntó por qué experimentaba aquella sensación de angustia. Después de todo, Cassie era una chica adulta, razonable y lo suficientemente mayor como para casarse.

Sin embargo, su corazón seguía diciéndole que no.

—Quizá es por el novio —murmuró para sí misma—. No entiendo por qué demonios quiere casarse con un Kennigan.

Cuando llegó a la estación, pisó el freno y miró alrededor para buscar aparcamiento. Bloqueando la salida de un taxista que tocaba el claxon como si le fuera la vida en ello, Polly midió un espacio para ver si le cabía el coche. No, allí no cabía.

Por otro lado, estaba justo frente a la puerta de la estación, como si el destino se lo hubiera servido en bandeja. Además, ya llegaba tarde y llegaría aún más si tenía que ponerse a dar vueltas.

De nuevo, imaginó a Cassie perdida y sola, muerta de miedo en la gran estación, preguntándose por qué su querida hermana no había ido a buscarla…

—¡Cállese! —le espetó al taxista, decidida. Entonces cerró los ojos, apretó el volante como si fuera un piloto de avión y se metió de morro en el diminuto espacio.

Buena señal; no había oído ningún golpe. El destino estaba de su lado.

Vio a Cassie cerca de las taquillas, tirando de una enorme maleta. Los únicos signos de ansiedad: el flequillo sobre la frente y las mejillas coloradas. Pero para su templada hermana aquello era un desastre.

—¡Cass! —gritó, abrazándola—. Siento mucho haber llegado tarde. Hay un autor que no deja de mandarme faxes y he tenido una periodista en el despacho toda la mañana… ¿Te quieres creer que la revista In Chicago ha decidido que soy una de las solteras más codiciadas de la ciudad? ¿A que es increíble?

—La misma Polly de siempre, mil palabras por minuto —sonrió su hermana.

Pero había algo raro en aquella sonrisa. Cassie era la persona más compuesta del mundo, la más serena. Nunca se mostraba enfadada, ni indispuesta, ni siquiera alterada.

—Lo siento mucho, Cass. Quería llegar a tiempo, de verdad. Pero me ha sido imposible…

—No pasa nada.

—Espero que me perdones —sonrió Polly, mientras empujaba la maleta hacia el aparcamiento—. Y lo vamos a pasar muy bien este fin de semana viendo películas… tengo palomitas de maíz, gusanitos, refrescos… Y mañana tenemos cita en el salón de belleza para hacernos de todo. Después de un peeling y una mascarilla de barro vas a ser la novia más guapa desde… Cassie, ¿qué te ocurre? —preguntó, al ver la expresión angustiada de su hermana.

—¿Este es tu coche? —preguntó ella, señalando el pequeño descapotable rojo.

Y entonces rompió a llorar, allí, en medio del aparcamiento.

El flequillo sobre la frente era una cosa, pero llorar en la calle… ¿Por un coche? Aquello era muy raro.

Polly apartó el pelo de su cara.

—Cassie, cariño… ¿No te gustan los descapotables? Puedo bajar la capota…

—No es el coche. Es que… —su hermana abrió el bolsito para sacar un pañuelo—. No es nada, de verdad.

—¿Estás segura?

Quizá era el viaje, quizá el ruidoso Chicago. O quizá, como ella, lamentaba casarse y romper así el lazo que las había unido desde que nacieron.

Lo más obvio era, por supuesto, que estaba nerviosa por la boda. ¿Quién no lo estaría, si iba a casarse con Skipper Kennigan? Skipper era guapo, rico, miembro de la familia más influyente de Pleasant Falls… perfecto para Cassie.

Pero a Polly no le gustaba nada. Rico, más bien tonto, estirado, de la familia más horrorosa de Pleasant Falls, los odiosos Kennigan, que dirigían el pueblo como si fuera suyo… Y su hermano pequeño era el cerdo de Michael Kennigan, la persona que más odiaba en el mundo.

¿Nervios? Polly se habría tirado por un puente. Pero ella no era Cassie.

—¿No quieres contármelo, Cass?

—No hay nada que contar. No pasa nada.

Polly guardó la maleta en el maletero y salió del aparcamiento sin hacerle un solo rasguño al coche de al lado, señal de que el destino seguía estando de su parte.

El tráfico era horrible, pero consiguió salir del centro, tomar la autopista y llegar al parque Wicker, una zona residencial que se había convertido en el sitio favorito de artistas y gente del mundo del espectáculo.

—No vivías aquí la última vez que vine a Chicago —observó Cassie.

—No, me mudé hace unos meses.

La casa era de un famoso decorador que se había ido a vivir a Londres durante dos años. Mientras tanto, Polly hacía de «cuidadora—inquilina», cortesía de la agencia de Leonora Bridge. Leonora era muy amiga del propietario y le había cedido la casa para que organizase fiestas y eventos que interesaban a la agencia.

De modo que Polly consiguió aquella preciosa mansión por nada, el decorador consiguió que la fotografiasen para todas las revistas sin tener que comprar una sola botella de champán y Leonora, un sitio para reunir gente importante.

Y todos contentos.

Por supuesto, tendría que irse cuando el propietario volviese de Londres. Pero no se lo contó a Cassie. Como no le contó que aquello era un arreglo de la agencia… porque desde que se fue de Pleasant Falls la había hecho creer que su vida profesional era un éxito.

—Ven, entra. Ya verás qué bonita —dijo, empujando la puerta de roble.

—¿Bonita? —exclamó su hermana, mirando alrededor.

El pasillo era completamente blanco, de techos altísimos y brillantes suelos de madera, sin decoración alguna. El salón, conectado al pasillo por un arco de piedra, tenía las paredes de ladrillo visto, sofás de terciopelo y esculturas de gran tamaño.

—¿Te gusta?

—Es mucho más… espectacular que el piso que tenías antes —suspiró Cassie.

Parecía triste, pero se animó un poco al ver la claraboya en el techo del dormitorio, la enorme cocina industrial y el elegante jardín.

Después de guardar sus cosas en el armario, tomaron una copa de vino charlando sobre sus padres y sus amigos de Pleasant Falls, pero Polly seguía preocupada.

¿No debería contarle todos los detalles de su vestido de novia, de la ceremonia, de la tarta? ¿Por qué ninguna de las dos había mencionado la boda?

—¿Todo va bien para el gran día? —se aventuró a preguntar.

—Perfecto, sí. Todo preparado —contestó Cassie rápidamente. Muy rápidamente—. Ah, tienes pastel de queso en la nevera. Hace siglos que no tomo pastel de queso.

Y no volvieron a hablar del asunto. Cassie siguió hablando del pastel de queso durante diez minutos y Polly la miró, mosqueada, pero decidió no presionarla.

Estaba segura de que, tarde o temprano, su hermana le contaría qué estaba pasando.

 

 

18 de mayo: catorce días antes de la boda.

 

Solo cuando vio que a su hermana se le corría la mascarilla de camomila y barro, Polly decidió que había llegado la hora de sacar el tema.

—¿Estás llorando? —exclamó, sentándose sobre la camilla del salón de belleza—. ¡Estás llorando!

—No hables. Se te va a arrugar la cara.

—Ah, no puedo hablar, pero tú sí puedes llorar, ¿no? Muy bien, Cassie. Vas a contarme qué te pasa inmediatamente.

—No me pasa nada.

—Ya, claro. ¿Y por qué doña Serenidad rompe a llorar al ver un descapotable, hace un monólogo sobre el pastel de queso y después se pone a gimotear con una mascarilla puesta? ¿Por qué ni siquiera has mencionado a Skipper? Cassie, cuéntamelo ahora mismo.

—Eres una pesada. Siempre lo has sido. Además, esto no es asunto tuyo.

Polly la miró, boquiabierta. ¿Que no era asunto suyo? ¿Desde cuándo algo que concerniese a su hermana no era asunto suyo?

—¿Cómo puedes decir eso?

—Es que no lo entenderías. Tu vida es tan perfecta: un descapotable rojo, una casa de ensueño, un trabajo como para morirse…

—Por favor, Cass. Si tú supieras…

Cassie escondió la cara entre las manos.

—Mi vida es aburrida y patética.

—¡Eso no es verdad! Vas a casarte con un hombre del que estás enamorada, vivirás en Pleasant Falls y tendrás un par de hijos. No puede ser más perfecto.

—Sí, claro —murmuró su hermana—. Pero comparado con tu vida…

—Mi vida no es lo que parece.

Respirando profundamente, Polly decidió contarle la verdad. Había querido que su familia la creyese una mujer de éxito, pero aquello era más importante que su orgullo.

—Todo es mentira, Cassie. ¿El descapotable? Me lo ha prestado Leonora Bridge. ¿La casa? Tampoco es mía, es de un decorador que se ha ido a Europa. Yo solo la estoy cuidando por un mínimo alquiler.

Su hermana levantó la cara, sorprendida.

—¿Qué?

—Y mi trabajo es horroroso. Básicamente soy la secretaria de cualquier celebridad que aparezca por Chicago. Como ese imbécil, el Salvaje, que no hace más que pedir cosas. ¿Sabes cuántos faxes me ha enviado en las últimas dos semanas?

—¿El Salvaje? —repitió Cassie—. ¿Hiram Wright? Pero si es una leyenda… Incluso yo he leído alguno de sus libros. ¿Y tú vas a conocerlo en persona?

—Sí, bueno… Estaré demasiado ocupada comprobando que tiene su whisky favorito en la habitación, sus chocolatinas predilectas… y buscando un bolígrafo especial que hacen en Brasil. Él no puede usar un Bic como todo el mundo, no…

—Entonces, ¿no te gusta tu vida?

Polly dejó escapar un suspiro.

—No.

—¿Seguro que no lo dices para que me sienta mejor?

—Te prometo que no. Mira, cielo, yo creo que estás teniendo dudas sobre la boda, pero es normal. No creo que tenga nada que ver conmigo… De hecho, yo te envidio —dijo Polly entonces. No era cierto, pero tenía que ayudar a su hermana como fuera—. Piénsalo, Cass. Tu vida es estable, segura, tienes raíces y estás rodeada de gente que te quiere.