Buscando al hombre perfecto - Julie Kistler - E-Book
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Buscando al hombre perfecto E-Book

JULIE KISTLER

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Beschreibung

Aquel hombre tenía que ser para ella... y para nadie más La correcta y responsable Nell McCabe todavía no podía creer que se hubiera convertido en la presentadora de un provocativo programa de radio. Estaba dispuesta a hacer casi cualquier cosa con tal de salvar la emisora, pero organizar aquella enorme fiesta de San Valentín en la que tendría que emparejar a los oyentes en antena... Finalmente accedió a hacerlo... entonces apareció el sexy señor Jones y le cortó la respiración. Lo último que iba a hacer era emparejarlo con otra mujer que no fuera ella.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Julie Kistler

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Buscando al hombre perfecto, n.º 5542 - febrero 2017

Título original: Calling Mr. Right

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-687-8786-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Julio 1999

 

—¡Malditos sean esos hermanos Jones! —bramó Nell McCabe, conocida por todo Chicago como la tranquila e imperturbable locutora del programa de radio Cuéntaselo a Nell, al tiempo que arrugaba el comunicado interno y lo tiraba al suelo para pisotearlo a continuación, dos veces.

Amy, su productora, se detuvo en seco en la puerta.

—¿Es un mal momento?

—Siempre es mal momento desde que ellos compraron la emisora. Y cada vez es peor.

Amy se agachó con gesto consternado a recoger el papel que Nell tenía bajo el pie.

—¡Oh, no! No me digas que también nos despiden a nosotras —dijo estirando el papel para poder leerlo mientras Nell empezaba a caminar por la habitación.

—Sería mejor que sacaran el hacha directamente —murmuró—. Tocarme las narices con los índices de audiencia de mi programa. A mí me gustaba como estaban… pero no, accedí a escuchar sus estúpidas ideas —su voz se iba elevando—. Dijeron que mi imagen era demasiado aburrida y dejé que me hicieran fotos. ¿Para qué? ¿A quién le importa mi aspecto? ¡Trabajo en la radio! Pero ellos dijeron que eran una excelente promoción y yo me dije: «Pórtate bien, Nell. Hazles caso, Nell. Dales una oportunidad, Nell». Claro, que todo eso fue antes de saber que me iban a tender una trampa con aquel horrible peinado y aquel maquillaje, oh, y aquel vestido. Estaba ridícula.

—Nell, la idea de las fotos con aspecto seductor y el comunicado son idea del mezquino Drake Witley, el nuevo director de marketing. No veo qué tiene todo esto que ver con los hermanos Jones. Además, lo único que dice es que tienes que asistir a una reunión. ¿Qué hay de malo en eso?

—Pero los Jones fueron los que contrataron a Drake, el Serpiente, ¿no? Y he recibido el comunicado a las dos y veinticinco, cuando la reunión se suponía empezaba a las dos —dijo Nell señalando al reloj—. ¡Ya llego media hora tarde sin haberlo apenas recibido! Reconozco una trampa cuando la veo. Esperarán a que llegue para mostrarme algún esquema de última hora y yo estaré tan desorientada que no sabré cómo contestar. Es el tipo de maniobra por la que los Jones son famosos.

—Nell, empiezas a parecer paranoica.

Nell sacudió la cabeza. En su programa daba consejos a locos enamorados y personas con problemas para relacionarse. Les ofrecía su comprensión y su hombro, sin caer nunca en la grosería o la histeria. La publicidad de su programa rezaba: «Cuéntaselo todo a Nell. Juntos atravesaremos los obstáculos del arduo camino hacia el amor».

Pero las últimas semanas había perdido hasta el último retazo de calma y comprensión que había en ella. Lo que de verdad le apetecía era golpear a alguien, preferiblemente a uno de los aventureros piratas y mujeriegos que habían comprado su programa de radio: Los hermanos Jones.

—Por lo que sabemos —dijo Amy con más sensatez—, los Jones ni siquiera están en la ciudad. Yo nunca los he visto, ¿y tú? Hoy en París, mañana en Río. ¿Crees de veras que tienen tiempo para venir a Chicago para desmantelar esta pequeña emisora perdida en el dial?

—Pues desde luego alguien lo ha estado haciendo. El tiempo con Marvin fuera —se lamentó Nell—. ¿Y para qué? Para poner en su lugar una hora de cotilleos en La hora rosa. El mundo celta con Paddy O’Herlihy, fuera también, y en su lugar Las más horribles leyendas urbanas —se quejó Nell levantando las manos en gesto desesperado—. Y ahora me citan para una reunión con marketing para… —cerró los ojos ligeramente esforzándose por recordar las palabras exactas del comunicado—: «…para discutir la manera de hacer que mi programa resulte más llamativo y caliente». Es una locura.

—Vamos, Nell. No es más que una reunión. Ni siquiera sabes qué van a decirte.

—Sé que Cuéntaselo a Nell no es un programa llamativo y caliente y a mí me gusta tal cual.

Ella adoraba su trabajo, de verdad, al menos así había sido hasta que los hermanos Jones metieron las narices. Hasta entonces había creído que la suya era una labor útil para la sociedad. Todo el mundo necesitaba que alguien lo escuchara. Tal vez, también aquéllos con historias llamativas y calientes también lo necesitaran…

No. No iba a jugar a su juego. Sólo que Amy ya la estaba empujando hacia la puerta.

—Ve a esa reunión y escucha lo que tengan que decirte —le aconsejó su productora—. Tal vez sea una divertida promoción para el verano. Mira el lado positivo… Al contrario que Marvin y el viejo Paddy O’Herlihy, no nos han cerrado el programa. Quiero decir que, si están gastando dinero para hacer que el programa sea más llamativo y caliente, no van a echarnos, ¿no?

—Dios, espero que no —dijo Nell en un susurro. ¿Qué haría sin su programa? Había estado dando consejos en la radio desde que tenía veinte años, cuando llegó por casualidad a la emisora de radio de la universidad y no había terminado los estudios cuando había aceptado la oferta para hacer el programa de Cuéntaselo a Nell. Así que no sabía hacer nada más que eso.

—¿Dónde está esa mujer? —oyó decir a Drake Witley.

No tenía más remedio que entrar. Tomó aire profundamente y tras rezar una pequeña oración a los dioses que protegían a los presentadores de radio, Nell giró el pomo y entró en la sala.

Dos extraños estaban delante de la ventana. Se quedó con la boca abierta y notó que el pulso se le aceleraba. Era como si hubiera entrado en una dimensión en la que el tiempo pasaba muy lentamente y no pudiera mover ni un músculo.

«Los hermanos Jones».

Nell no los había visto antes pero no era difícil adivinar que aquellos dos hombres eran los dinámicos hermanos. Iban muy bien vestidos, con unos trajes hechos a medida, y uno de ellos llevaba puestas unas gafas de sol como para subrayar el hecho de que era demasiado moderno para aquel lugar. El otro llevaba una moderna y favorecedora perilla. Ambos estaban pasando el rato jugando a los dardos en un extremo de la sala de conferencias. No estaban cerca de Nell pero eso no importaba.

Impactantes. Atractivos. Abrumadores.

No podía creer que un par de hombres, por muy fornidos, guapos y arrogantes que fueran, pudieran absorber todo el aire de la habitación.

El de la piel más oscura y la perilla, que tenía además unos profundos ojos azules, levantó la vista al oír el clic de la puerta que se cerraba. Nell le sostuvo la mirada y la sonrisa sólo un segundo, pero lo suficiente para sentir una impresión tan tremenda que fue como si la prodigiosa personalidad de aquel hombre la hubiera inmovilizado contra la pared.

De pie tras la mesa, apoyado sobre el respaldo de su silla, el jefe del departamento, Drake Witley, miraba sonriente a Nell, mostrándole su aspecto más desagradable.

—Ya era hora, señorita McCabe —dijo frunciendo los labios—. Llevamos un rato esperando.

—Recibí la convocatoria… —comenzó a explicar Nell, pero se detuvo al ver que él la interrumpía con un gesto de la mano.

—Olvídelo y dígame qué opina.

—Opino que… —se detuvo antes de decir que pensaba que los hermanos Jones eran más increíbles en persona de lo que decían las revistas y que estaría dispuesta a convertirse en la esclava sexual de cualquiera de ellos—. ¿Qué opino sobre qué? —preguntó confusa.

—¡Sobre esto! —exclamó Witley apuntando con el pulgar por encima de su hombro hacia atrás.

Toda la pared estaba cubierta por una foto de una mujer vestida con un minivestido rojo que se atusaba la larga melena rubia mientras susurraba algo de forma sugerente en el auricular de un teléfono.

—Oh, Dios mío —dijo ella acercándose más.

No podía ser lo que estaba pensando. ¿Aquella mujer era realmente ella? Pero no podía ser. Ella no tenía esa mirada y esos labios de pura lascivia. ¿Sería un montaje?

Nell sintió que una llamarada incendiaba sus mejillas. Ella no tenía aquel escote, eso seguro. Estaba claro que era el cuerpo de otra con su cabeza.

—Esa mujer no soy yo, ¿verdad? —preguntó sin olvidar el diminuto vestido con el que la habían hecho posar en un sofá mientras sostenía un teléfono. Así es que tenía que ser ella, pero ¡por todos los santos: ni siquiera su madre reconocería en aquella vampiresa de mirada lánguida a su hija!

—¿Y bien? —urgió Drake.

—Es… es enorme —dijo tragando con dificultad.

—Por supuesto que es grande. Los carteles tienen que ser grandes para pegarlos en los autobuses.

—¿Autobuses? ¿No… estará sugiriendo que esta cosa se paseará por toda la ciudad en el costado de un autobús?

—En uno no. En todos los autobuses. Y también habrá vallas publicitarias. Queremos que toda la ciudad hable de ti.

Nell pudo ver por el rabillo del ojo la sonrisa diabólica, acompañada del sonido del dardo clavándose en la diana, en los ojos azules de uno de los hermanos Jones, el de la perilla. No se atrevía a mirarlo directamente. El cartel ya la estaba avergonzando lo suficiente como para contemplar al portentoso hombre de perilla y sonrisa sexy.

—Una foto fabulosa —continuó Drake Witley—. No sé cómo lo hizo. El fotógrafo es un genio de los retoques, supongo. O tal vez hayan incluido otros efectos especiales.

Nell no sabía muy bien qué decir pero tampoco fue necesario que lo hiciera. Uno de los dos hermanos Jones, el que llevaba las gafas de sol, lanzó un dardo al tiempo que gritaba «diana» y todo el mundo se volvió a mirarlo.

—Señoras y señores, he ganado. ¡Tú pierdes, Griff!

Griffin Jones, alias Ojos Azules, se apresuró a lanzar su queja.

—Mira bien, Spencer. Está en el borde. Eso no es hacer diana.

—No es culpa mía que no sea un tablero reglamentario y que las líneas sean más abiertas. Afróntalo, hermanito. Te he ganado. ¿En qué habíamos quedado? ¿El ganador se llevaba cien pavos y la casa en Palm Beach?

¡Estúpidos hombres y estúpido juego! ¿Acaso no se daban cuenta de que aquello era una crisis? Según lo que ella sabía, la idea del cartel en los autobuses era de ellos. Nell deseó fervientemente que un rayo entrara por la ventana y acabara con aquel par de imbéciles, incendiando de paso aquella espantosa fotografía de tamaño gigante.

Pero no caería esa breva.

—Está bien —dijo Nell tratando de mostrarse todo lo tranquila que le permitían las circunstancias. Lo único que sabía en aquel momento era que quería salir de aquella sala de reuniones en la que todo el mundo parecía ser de tamaño gigante—. Entonces, señor Witley, ha convocado esta reunión para enseñarme el cartel, ¿no es así? Y yo… ya lo he visto. Supongo entonces que ya hemos terminado.

—¿Terminado? En absoluto —dijo Drake sonriendo y dejando a la vista unos diminutos pero afilados dientes. No había duda de por qué la gente lo llamaba el Serpiente—. Aún no sabe lo mejor.

Tras ajustarse las gafas, acercó la silla a la mesa y se acercó a su secretaria y a algunos de los que estaban allí.

—Siéntese, Nell, siéntese —dijo al tiempo que tomaba en las manos cuadros y cifras—. Tenemos asuntos que discutir.

Nell no tenía alternativa: sentarse de espaldas a los hermanos Jones aunque eso significara que tuviera que mirar aquel miserable cartel.

Witley se dispuso entonces a darle una charla superficial sobre la idea que él tenía del tipo de audiencia del programa Cuéntaselo a Nell y de la idea del que sería el tipo ideal de audiencia que debería escucharlo, y cómo pensaba él que podrían conseguir esa audiencia que sonaba a adolescentes con coches caros y mucho dinero para gastar.

—Y eso nos lleva a esto —continuó Drake Witley señalando la carpeta que uno de sus ayudantes le acababa de poner delante—. Le encantará —le aseguró a Nell—. Como sabe, los índices son claros respecto a la programación de la cadena. Hemos intentado crear algo de suspense y emoción con los cambios de programación y estamos ganando puestos, pero no es suficiente. Así que con la ayuda de los nuevos dueños de la cadena…

Inclinó la cabeza hacia Griffin y Spencer Jones al decir esto último, quienes parecían haber comenzado otra partida de dardos.

—Hemos dado con un nuevo concepto de programa para usted que pensamos encantará a los oyentes —seguía diciendo Drake.

—¿Un nuevo concepto? —dijo Nell con cautela—. ¿Y eso qué significa?

—Todo —respondió su interlocutor abriendo la carpeta—. ¡Ta-tan! La zona caliente!

Nell dejó que las palabras flotasen en el ambiente unos segundos.

—¿La… zona caliente? ¿Y qué es exactamente?

—Se acabó Cuéntaselo a Nell —dijo el hombre encogiéndose de hombros—. Está anticuado. Sin embargo, cuando invitemos a los oyentes a llamar a La zona caliente tendrás que usar guantes de cocina para sostener el auricular. Genial, ¿verdad? Tenemos un montón de ellos esperando ya.

—¿Guantes de cocina? ¿Para mi programa? —preguntó Nell confusa.

—No por la noche, claro —dijo él frunciendo el ceño—. Veremos cómo suavizar el contenido del programa para llevarlo hacia una audiencia más moderna y potente, pero primero pondremos en marcha la campaña publicitaria sobre ruedas y entonces… —Drake se reclinó sobre el respaldo y bajó la voz—. Utilizaremos todos los medios. Regalos a los que llamen, haremos parejas entre el público, y para colofón del ambiente romántico del nuevo programa, haremos una gran fiesta a la que asistirán todas las parejas que quieran celebrar con nosotros San Valentín 2000.

—¿El día de San Valentín?

—La zona caliente dará el golpe de gracia el día de San Valentín. Será un festival del amor que se recordará toda la vida. Por supuesto, nos ocuparemos de todo pero tú estarás allí, en primera fila, cuando el día V llegue en el punto culminante de la promoción del nuevo programa. Tú y La zona caliente seréis el día V 2000.

—Vaya —acertó a decir finalmente Nell inspirando profundamente. Su programa nunca había contado con promociones y mucho menos carteles en los autobuses y grandes fiestas para buscar pareja—. Parece… interesante.

—Excitante, dinámico, caliente. Eso es lo que estamos buscando —dijo Drake Witley sonriendo.

—Sí, claro —murmuró ella.

—Bueno, bueno, tenemos mucho tiempo para ocuparnos de los detalles —declaró Witley de pronto mirando hacia uno de sus asociados para que abriera la puerta. Todo el mundo la miraba expectante y Nell tuvo la sensación de que la estaban echando.

—Es genial tenerla a bordo como centro de nuestra campaña La zona caliente.

—Genial para mí… estar a bordo —dijo ella levantándose y dirigiéndose hacia la salida tratando de recordar que ella, Nell McCabe, sería la presentadora de algo llamado La zona caliente, por no mencionar que participaría en un «festival del amor» el día de San Valentín del año 2000.

¡El día de San Valentín precisamente! Un día que ella pasaba en casa, en bata y comiendo helado de chocolate para ahogar las penas.

Entonces, al llegar a la puerta, se giró para despedirse de los allí presentes pero se cruzó accidentalmente con Ojos Azules y su hermano. Su mirada se detuvo en Griffin Jones una milésima de segundo y el hombre le guiñó un ojo. ¡A ella!

Sintió como si hubiera enfermado de alguna fiebre tropical y su temperatura se estuviera elevando. Miró a Drake, el Serpiente, y murmuró antes de salir:

—Gracias por invitarme a la reunión.

—Y que lo diga, Nell —dijo Witley animadamente—. Está en el equipo. La mantendremos al corriente de lo que esté sucediendo todo el tiempo —dijo éste haciendo una nueva seña al hombre que sujetaba la puerta para que saliera Nell.

Una vez fuera, Nell recuperó la calma, lejos del alcance de toda aquella masculinidad que se podía masticar en el interior. Su primera idea fue salir disparada de allí para contarle a Amy que los hermanos Jones eran los peores tipos, y también los más guapos, que había conocido. Pero se detuvo un segundo, lo justo para oír a Drake gritar:

—No tiene la actitud adecuada. Tal vez tengamos que reemplazarla. Lo más seguro es que podamos encontrar a otra rubia que se parezca a la de la foto.

Aquello sí que era espíritu de equipo, pensó Nell al tiempo que se apoyaba contra la puerta para escuchar más atentamente. Una voz desconocida, que debía de pertenecer a Griffin o a Spencer Jones, lo interrumpió:

—A mí me gusta. Está fantástica en el cartel. Yo llamaría si pensara que iba a hablar con ella.

Debía de ser el que le había guiñado el ojo, y se sonrojó al pensarlo.

—Sí, claro —dijo otra voz más risueña—. ¿Tú, llamando a un programa de radio para románticos? Algo así no ocurriría ni en un millón de años. Yo digo que prescindamos de ella. Es un programa para perdedores y una estúpida campaña publicitaria no solucionará nada. Lo que hay que hacer es cambiar de programa. Haz una promoción para un programa de pelea.

—¿Peleas, Spencer? Esta vez sí que te has vuelto majara. Peleas en la radio. Ésta sí que es buena.

—Podría funcionar.

—¿Te apuestas algo?

—Siempre estoy dispuesto a ganar un poco de dinero, Griff. Ya lo sabes. Si fracasa, te devuelvo la casa en Palm Beach, pero si gano…

La voz chillona de Drake interrumpió la conversación de los dos hermanos justo antes de que Spencer Jones terminara de imponer sus condiciones.

—Caballeros, por favor, no perdamos la calma. Estuvieron de acuerdo con nosotros en que La zona caliente estaría hasta el catorce de febrero para ver si con la promoción subíamos el índice. Seguimos teniendo un trato, ¿no es así?

—Por supuesto —dijo el hermano que había hablado primero—, pero sólo si nos quedamos con la chica.

—Es una pérdida de tiempo —gruñó el otro hermano—, pero vale. Hasta febrero. Vamos, Griffin, salgamos de aquí. Le dije a Tanka que estaría de vuelta en Estocolmo a tiempo para el desayuno.

—¿Desayuno? —repitió Griffin Jones—. ¿Así es como se llama ahora?

Y se echaron a reír. Se estaban riendo a pesar de que aquello era el final de Cuéntaselo a Nell y empezaba La zona caliente.

Nell se apresuró a desaparecer al otro lado del pasillo antes de que los hermanos Jones la pillaran escuchando y se dirigió a su despacho con una mueca. Aunque lejos de tener el espíritu con que comenzó, su amado programa seguiría, colgando de un hilo, hasta febrero. Ése era el plazo que tenía para elevar los índices de audiencia y hacer de La zona caliente algo con lo que pudiera vivir y reservarse un lugar en las ondas.

Era terrible. Y no podía evitar pensar que todo era por culpa de los hermanos Jones.

Capítulo 2

 

Jueves, veintisiete de enero de 2000

 

—El día de San Valentín está prácticamente encima —se lamentó una voz femenina con tono enfurruñado en la radio—, y mi vida amorosa está más congelada que un iceberg.

Griffin Jones apretó la mandíbula. Había regresado a Chicago hacía menos de dos horas pero ya estaba harto de los anuncios promocionales de La zona caliente después de haberlos oído tres o cuatro veces. Lo suficiente también para hacerse una idea de lo sosos que eran.

—Tom no responde a mis llamadas, Dick se ha ido a vivir a Alaska. No podré salir con nadie el día de San Valentín. ¿Qué voy a hacer? —continuó quejándose la voz metálica de la radio.

—¿Hablas en serio? —preguntaba otra voz tratando de parecer alegre y optimista, aunque en realidad daba pena—. Amiga, subamos la temperatura. ¡Concursemos en La zona caliente!

Griffin escuchó cada una de las desacertadas palabras al tiempo que iba sintiéndose más y más airado porque lo que le estaban pagando a Drake Witley para elevar los índices de audiencia de la cadena era un abuso.

El diálogo continuaba en el programa.

—Has oído hablar de La zona caliente, ¿verdad? —continuaba hablando la chica de la radio—. Lo presenta Nell McCabe y las conversaciones entre chicos y chicas están siempre al rojo vivo. Pues prepárate: el programa está preparando una gran fiesta para el día de San Valentín en el maravilloso hotel Arcadia. ¡Y nosotras iremos a esa fiesta!

—¿De veras? —preguntaba la primera.

—De veras —respondía la segunda chica—. Buena música, bebida y comida, premios como flores, bombones o lencería, incluso noches gratis en el hotel Arcadia. ¿Cómo podríamos perdérnoslo?

—¡Pero yo no tengo pareja! —seguía quejándose la primera—. ¿Qué fiesta tendré yo si no tengo pareja?

—Eso es lo mejor —respondió la otra chica—. Nell McCabe hará las parejas, en directo, a partir de la próxima semana. Y lo que es mejor, si consigues la tuya, asistirás gratis a la fabulosa fiesta. ¡Una llamada y puedes ganar la cita de tus sueños en el día de San Valentín!

—Vaya. Suena fantástico. Una cita el día de San Valentín y entrada gratis a una fiesta. ¡Voy a llamar!

 

 

—Griff, ¿podrías apagar eso? —preguntó Spencer desde el otro lado del loft mientras cerraba la tapa de su móvil después de una conversación de negocios y se giraba sobre la enorme cama—. No puedo soportarlo.

La actitud de Spencer decía que el trato que estaba haciendo no iba como él quería, pero Griffin ignoró a su hermano y la voz dicharachera de la radio continuó.

—Desde casa, desde el coche, en el trabajo… ¡cualquier sitio es bueno! Pero no pierdas estaba oportunidad. ¡La zona caliente te espera! —dijo finalmente una sexy voz femenina.

—La última parte no está mal —dijo Griff apagando la radio y acercándose a su hermano—. Vale, dímelo. ¿Con quién hablabas? —preguntó Griff observando la expresión adusta de su hermano—. No me lo digas, Seaboard Development.

—Sí —contestó Spencer.

—Y no va bien, por lo que parece.

Debería haber sido un trato fácil. La parada en Chicago para ver cómo iba lo de la radio había sido un pequeño inconveniente porque Seaboard Development estaba en Los Ángeles, pero aun así no debía haber sido problema para cerrar aquel trato.

—De hecho, estaba yendo bien. Tengo todos los permisos, los contratos… todo menos una maldita parcela de tierra —gruñó Spencer—. La escuela de la señorita Brody parece ser nuestro obstáculo.

—¿Una diminuta escuela infantil para niñas con una magnífica vista al mar justo en el lugar en el que nuestro tercer campo de golf debería estar? La maldita parcela de tierra como tú dices, Spencer, es clave, así que cómprala, allánala y construye un magnífico campo de dieciocho hoyos.

—No quieren hacer trato.

—¿La escuela de niñas? —repitió Griff con desprecio—. ¿Ése es el obstáculo para un complejo turístico de millones de dólares? Acaba con ellas, convéncelas.

—Ya lo he intentado…

—Sabes lo que tienes que hacer —interrumpió Griff—. Haz lo que sea para convencerlas. Échales encima a las autoridades sanitarias aduciendo que se están cometiendo irregularidades: no ponen suficiente cloro en la piscina, campo de deportes peligroso, uniformes que se prenden fuego… yo qué sé. Ah, y averigua quién es la competencia de esa escuela. Tal vez podamos contratar a algunas de las mejores profesoras del colegio. Una escuela de niñas no va a impedir que construyamos nuestro magnífico complejo.

—Estoy en ello —pero Spencer no parecía feliz. Se dejó caer sobre la cama tirando al suelo varios de los mullidos cojines de terciopelo.

Griffin se inclinó para recoger uno de ellos, de forma ovalada y color violeta, y se lo tiró a su hermano con actitud juguetona.

—¿Qué se supone que es esto?

—Creo que una berenjena —contestó Spencer sin prestar demasiada atención.

—Me refería a este sitio —dijo echando un vistazo al gigantesco loft en el que se alojaban cuando iban a Chicago—. Es la última vez que te dejo encargado de buscar el alojamiento.

El lugar tenía unos techos muy altos, espacios diáfanos y absurdos muebles. Había incluso un trineo, un piano, un recortable a tamaño natural de John Wayne vestido de vaquero, un caballito de tiovivo y un reloj gigante que también era una canasta de baloncesto.

La enorme cama redonda se situaba sobre una plataforma elevada en un rincón y estaba llena de pequeños cojines con forma de verduras.

—Ya que venía con el lote del hotel y la zona residencial que nadie parece dispuesto a comprar, me pareció que podíamos utilizar un par de lofts.

—¿Y el tuyo es tan excéntrico como éste? —preguntó Griffin.

—Qué va. A ti te di el bueno. Ya sabes, si vamos a estar aquí hasta febrero, más vale tener un sitio en el que poder esparcirse. Podemos jugar al tenis si retiramos la barca de remos y la hamaca.

—Justo lo que necesitaba: jugar al tenis en mi apartamento.

—No tenemos que quedarnos, ya lo sabes. Siempre podemos deshacernos de esa inútil cadena de radio —dijo Spencer—. Sin ella, no tendríamos motivos para quedarnos. Podríamos tomar el siguiente vuelo para Fiji, Hong Kong o cualquier otro sitio.

Griff levantó una ceja. A veces su hermano era demasiado transparente. Habían apostado a ver si los índices de audiencia de la cadena subían hasta la fecha límite del catorce de febrero y Spencer ya estaba tratando de convencer a Griffin para que se olvidara de ello. Si vendían la cadena de radio antes de esa fecha poco importaría que los índices de audiencia subieran o bajaran.

—De ninguna manera. Le prometimos a Witley que le daríamos de margen hasta el día de San Valentín y no voy a faltar a mi palabra.

—El tiempo es mucho mejor en Fiji.