Aquella última noche - India Grey - E-Book
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Aquella última noche E-Book

India Grey

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Beschreibung

Cristiano Maresca, piloto de Fórmula 1 de fama mundial, siempre pasaba la noche antes de una carrera en brazos de una hermosa mujer... Cuatro años atrás, esa mujer fue Kate Edwards. La noche que pasó con Cristiano despertó sus sentidos y le hizo experimentar un placer inimaginable. Sin embargo, al día siguiente, el indomable Cristiano tuvo un accidente que estuvo a punto de costarle la vida. Poco después, Kate descubrió que estaba esperando un hijo suyo...

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 India Grey.

Todos los derechos reservados.

AQUELLA ÚLTIMA NOCHE, N.º 2104 - septiembre 2011

Título original: Her Last Night of Innocence

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-745-7

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Prologo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Promoción

Prólogo

UNA BRUMA ocasionada por el calor flotaba por encima del asfalto. El aire resultaba pesado, irrespirable por el olor a neumáticos calientes y a gasolina de alto octanaje. La parrilla de salida vibraba con la presencia de multitud de periodistas que blandían micrófonos y cámaras, la de los componentes de los equipos ataviados con monos con los colores de su equipo y la de las chicas de publicidad, que portaban banderas y casi nada de ropa.

Cristiano tomó su casco y sus guantes y salió de la sombra del box de su escudería para enfrentarse al tórrido sol de la Costa Azul. El rugido que salía de las gradas se redobló con su presencia y los periodistas se abalanzaron sobre él con los micrófonos extendidos. Cristiano mantuvo la cabeza baja.

Su cuerpo se sentía relajado y pesado al mismo tiempo por el recuerdo del placer de la noche anterior. No era infrecuente que él quemara la adrenalina y la testosterona de la sesión de clasificación en los brazos de una de las bellezas que revoloteaban a su alrededor la noche antes de una carrera. El sexo era una buena manera de aliviar la tensión física y mental que experimentaba el fin de semana en el que se celebraba un Gran Premio.

Sin embargo, lo de la noche anterior no había sido sólo sexo.

–Ciao, Cristiano. Te agradezco mucho que hayas venido a reunirte con nosotros.

Silvio Girardi, el jefe de la escudería Campano, dio un paso al frente y golpeó amistosamente el hombro del Cristiano.

–Sin embargo, ¿por qué no te quedaste media hora más en la cama para asegurarte de que estabas bien descansado para la carrera? –añadió Silvio.

Cristiano dio un trago de agua y sonrió.

–Si me hubiera quedado media hora más en la cama, lo último que hubiera hecho habría sido descansar.

Silvio hizo un gesto de exasperación con las manos.

–Espero que la camarera con la que estuvieras anoche sepa que debe ser discreta. Nuestros nuevos patrocinadores nos han dejado muy claro que no quieren escándalo de ningún tipo. Clearspring es una marca de agua, no de bourbon. Estilo de vida saludable, natural, recomendada para niños... comprendo? ¿Te reuniste ayer con el tipo del departamento de marketing?

–No se trataba de un hombre.

–¿Cómo? Dijeron que iban a mandar al director de marketing, un tal Dominic no-sé-cómo. ¿Me estás diciendo que Dominic no es nombre de hombre en Inglaterra?

–Su esposa se puso de parto inesperadamente. Enviaron a su ayudante.

–¿Se trataba de una chica?

–Sí –respondió Cristiano con una leve sonrisa en los labios–. De una chica.

Sí. Efectivamente, Kate Edwards era una chica.

–Bueno –dijo Silvio lanzando un suspiro de desagrado–. Espero que fueras amable con ella. Necesito el dinero. Te pagan mucho dinero sólo por aparecer y sentarte en un coche que me cuesta una millonada construir para ti. Piénsalo. ¿Es justo? –añadió. Estaba andando alrededor del coche verde esmeralda que iba adornado con el logotipo de Clearspring–. Ahora, ha llegado el momento de que te pongas a trabajar y demuestres lo que puede hacer esta belleza. Estás en pole. No puedes perder.

Tras darle a Cristiano otra palmada en la espalda, se dirigió a hablar con los mecánicos y con los ingenieros. Cristiano se dio la vuelta y examinó la multitud para buscar una cabeza rubia entre todas las demás.

Unos esbeltos brazos le rodearon el cuello. Se vio envuelto por un perfume muy familiar.

–Buena suerte –le dijo al oído su asistente personal.

Cristiano trató de controlar su irritación y se apartó un poco para mirar por encima del hombro.

–Gracias, Suki.

«¿Dónde está Kate?».

–¿Cómo te fue ayer con la entrevista que tuviste con la chica de Clearspring? Espero que no durara demasiado tiempo. Parecía demasiado... seria –añadió Suki, con un cierto aire de desprecio.

–Estuvo bien –replicó. Por lo que a él se refería, habría podido durar mucho más–. ¿La has visto?

Suki alzó una ceja, oscura y perfectamente arqueada.

–¿Hoy? ¿Y por qué la iba yo a ver? ¿Acaso está aquí?

–Sí –respondió Cristiano sin dejar de examinar la multitud que los rodeaba.

Suki se encogió de hombros.

–Bueno, si la veo le diré que le mandas saludos –repuso ella fríamente–, pero que creo que ya es hora de que te metas en el coche.

Durante un instante, Cristiano la miró como si no la viera, como si nada de lo que ella dijera tuviera significado para él. Entonces, sacudió la cabeza.

–Lo sé.

Se dio la vuelta mesándose el cabello con las manos y apretando los dientes con fuerza. Tenía una fuerte necesidad de marcharse de allí, de arrancarse el mono de carreras y seguir andando hasta que la encontrara.

Vio que un equipo de televisión se acercaba a él. Sintió una profunda desesperación. Los segundos pasaban, oía cómo los espectadores gritaban su nombre. Era demasiado tarde.

Justo en ese instante, la vio.

Estaba de pie en medio de la multitud de gente que ocupaba el box de la escudería. Estaba mirando a su alrededor. En aquel instante, su rostro se dirigía en la dirección opuesta y quedaba oscurecido por una cortina de cabello rubio oscuro, pero las largas piernas enfundadas en los vaqueros que llevaba puestos resultaban inconfundibles.

Cristiano sonrió y se dirigió hacia ella, preguntándose cómo era posible que no la hubiera visto antes. Era muy diferente a las mujeres que solían rondar las pistas. Se había fijado en ella en cuanto entró en boxes el día anterior después de la sesión de clasificación precisamente por lo distinta que era. Llevaba un traje gris, el cabello recogido y, en ese momento, a Cristiano le había recordado la típica imagen de empollona de la clase. La que siempre llevaba el uniforme impecable, la que había hecho los deberes a tiempo y a la que las monjas ponían siempre como ejemplo.

En vez de ser un inútil. Como él.

–Oh...

En ese momento, ella se volvió. Separó los labios con un gesto de sorpresa y alivio cuando él le tomo la mano y tiró de ella hacia las sombras de los talleres de las escuderías.

Kate sintió que una oleada de calor explotaba dentro de ella, extendiéndose hasta las mejillas y hacia la entrepierna.

–No podía encontrarte –dijo ella bajando la cabeza e inclinándola hacia el torso de él mientras Cristiano tiraba de ella hacia su cuerpo.

–Estoy aquí.

–Estaba empezando a pensar que me lo había imaginado todo –susurró ella temiendo sonar necesitada o desesperada. Se echó a reír, aunque sintió que se le rompía la voz–. O que todo había sido un sueño.

–¿Qué parte es la que quisieras que te asegurara que fue real? –le preguntó él. Bajó la cabeza, susurrándole contra el cabello. Su voz profunda y el sensual acento italiano con el que hablaba le provocaba escalofríos de gozo por la espalda–. ¿Lo de la piscina o lo del dormitorio? ¿Tal vez lo del suelo de esta mañana?

–Shh... Alguien podría oírte...

–¿Acaso importaría eso?

–Bueno, yo no suelo comportarme así... Sólo nos conocemos desde ayer. Y yo vine a entrevistarte...

–Y pensar que yo siempre había odiado las entrevistas –murmuró él–. Habría accedido a hacer muchas más si supiera que todas iban a ser tan divertidas.

Kate frunció el ceño.

–Yo apenas te conozco.

Cristiano le agarró la barbilla entre los dedos y la obligó a levantar la cabeza para que a ella no le quedara más remedio que mirar aquellos ojos oscuros como el chocolate. Unos ojos famosos, familiares para ella por la televisión y las entrevistas, por las innumerables fotografías que había de él en la oficina, por el póster que su hermano pequeño tenía colgado de la pared...

–Después de anoche, me conoces mejor que nadie.

El tono de su voz era irónico, pero los rasgos de pirata de su rostro, con los altos y afilados pómulos, la bien delineada boca, se quedaron de repente sin expresión. Sacudió la cabeza lentamente y se mesó el oscuro cabello.

–Gesu, Kate. Yo jamás... jamás he desnudado mi alma de esa manera.

–Yo tampoco.

La voz de Kate era un susurro. Su mente repasó las últimas extraordinarias doce horas. Había habido sexo, por supuesto, y había sido... mágico. Sin embargo, también habían hablado. Su corazón se contrajo dolorosamente y el aliento se alojó en la garganta mientras recordaba cómo él había estado entre sus brazos y cómo, con voz casi inexpresiva, le había hablado de su pasado, de las dificultades que había experimentado en el colegio y que lo habían empujado a buscar el éxito a toda costa. Cristiano, por su parte, había visto más allá de la fachada de profesionalidad que ella con tanto esfuerzo había construido para ocultar el secreto vacío de pena y terror que se ocultaba debajo. Él le había dicho que una vida vivida con miedo no era vida en absoluto y le había mostrado cómo apartar la ansiedad y vivir el momento.

Desde el exterior de los boxes, el ruido de la multitud parecía acrecentarse con el calor, apretándose contra las frágiles paredes del mundo privado que los dos compartían. Cristiano se apartó de ella. Su expresión, una vez más, no comunicaba nada.

–Tengo que irme.

Kate asintió rápidamente y dio un paso atrás, desesperada por no parecer necesitada.

–Lo sé, pero recuerda. No tienes que demostrar nada, Cristiano –dijo ella, consiguiendo esbozar una sonrisa–. Conduce con cuidado.

Durante un instante, ella vio una expresión de dolor en sus ojos, que desapareció inmediatamente. Cristiano comenzó a ponerse los guantes y le dedicó la sonrisa triste y burlona que la volvía loca.

–Tesoro, estamos en el Gran Premio de Mónaco. La idea no es conducir con cuidado.

Ella se echó a reír y apartó el pánico que se apoderó de ella.

–Tienes razón...

Kate decidió que no iba a volver a ser la mujer que había sido hasta entonces. Cristiano le había enseñado a vivir el momento, a agarrar con fuerza la felicidad y a no dejarse llevar por el miedo. Incluso así, mientras él se daba la vuelta para irse, tuvo que armarse de valor para mantener la sonrisa en los labios y no dejar que él se diera cuenta de lo aterrorizada que estaba.

Cristiano estaba ya en la puerta del taller. Al verlo, los espectadores habían empezado a aclamar su nombre. Él se volvió y la miró durante un instante con ojos oscuros y opacos.

–Esto no se ha terminado, ¿sabes? Anoche fue sólo el principio –dijo él con una suave sonrisa–. Espérame.

Con eso, se marchó. Salió a grandes zancadas al exterior con los hombros muy rectos. De nuevo, volvía a ser un desconocido.

El clic que hacía el arnés al ajustarse era la señal que Cristiano utilizaba mentalmente para desconectar del mundo exterior. Desde ese momento, no había nada más que la pista, el coche y la carrera.

Él era el primero de la parrilla. El circuito de Mónaco era muy estrecho, lo que hacía que resultara casi imposible adelantar. Las primeras vueltas pasaron sin novedad. En la cuarta, al llegar al Grand Hotel con más de medio segundo de distancia entre él y sus competidores, Cristiano cambió de marcha suavemente, permitiendo que su mente se distrajera un instante de la pista. Silvio había hecho un trabajo excelente. El coche funcionaba a la perfección. Las condiciones eran ideales. La carrera era suya, otra victoria que añadir a su impresionante trayectoria.

«No tienes que demostrar nada».

Se hizo una total oscuridad al entrar en el túnel. La suave voz de su cabeza resultaba tan real que, durante un instante, fue como si ella estuviera en el coche a su lado. Casi podía oler el fresco aroma que emanaba de su piel. Su concentración falló y parpadeó con fuerza. Se sentía mareado por el deseo...

La boca del túnel lo esperaba. Cuando salió, el sol le cayó sobre los ojos. Sintió el sabor de la piel de ella sobre los labios, el eco de sus palabras en los oídos. De repente, tuvo la extraña sensación de que todo tenía sentido. La barrera que había delante de él estaba demasiado cerca, se estaba acercando demasiado deprisa, pero casi le resultó irreal porque, en aquel mismo instante, lo supo...

Entonces, se produjo una explosión. Dolor, fuego, oscuridad...

Nada.

Capítulo 1

Cuatro años más tarde

Clearspring Water, tal y como al departamento de marketing le gustaba señalar, se alimentaba de un antiguo manantial que nacía en el verde corazón de los Yorkshire Dales. Sin embargo, sus oficinas estaban situadas en un horrendo edificio de los años sesenta construido en un polígono industrial en las afueras de una gris ciudad de Yorkshire.

En las mejores circunstancias, resultaba bastante deprimente, pero en el primer lunes del mes de enero, adornado con ajadas decoraciones navideñas que nadie se había molestado en retirar, lo era aún más. De pie en la minúscula cocina, mientras esperaba a que hirviera la tetera, Kate miraba el calendario que había en la pared.

Año nuevo, calendario nuevo. Un juego nuevo de fotografías de Campano, el equipo de Fórmula 1.

Se dio la vuelta para no ver el calendario y recordó la resolución que había tomado para el año nuevo. «Este año voy a dejar de esperar, voy a dejar de pensar en los tal vez y los ojalás, voy a dejar de obsesionarme sobre lo que no tengo y voy a disfrutar al máximo de lo que sí tengo, un precioso, feliz y saludable hijo de tres años».

Sintió un hormigueo en los dedos. No iba a mirar.

No iba a pasar las páginas del calendario para buscar la foto de Cristiano Maresca como si fuera una adolescente obsesionada.

Tal y como lo había hecho el año pasado. Y el anterior.

Cristiano Maresca no había participado en ninguna carrera desde el accidente que había estado a punto de costarle la vida en Mónaco, pero su prestigio como personaje famoso y seductor nato se había incrementado. Se mostraba más distante que nunca, pero los periódicos y revistas no dejaban de reproducir fotografías suyas en las que aparecía con un aspecto delgado y amenazador, además de especulaciones sobre el porqué se había mantenido alejado del circuito.

¿Por qué tardaba tanto en hervir el agua?

Sacó unas tazas y metió una bolsa de té de hierbas en la que decía «El jefe» y una cucharada de café en la de «Preferiría estar en Tenerife». Entonces, lanzó una mirada furtiva al calendario. La fotografía de enero resultaba bastante inocua. Mostraba dos coches, el uno junto al otro. La mano, como si tuviera vida propia, comenzó a levantar la página para ver la fotografía del siguiente mes.

–Julio.

La voz que resonó a sus espaldas la sobresaltó. Apartó la mano justo cuando Lisa, del departamento de Diseño, asomaba la cabeza por la puerta.

–No finjas que no estabas buscando a Maresca –dijo con una sonrisa–. Todas lo hemos hecho. Es el mes de julio. ¡Menudo verano!

La tetera terminó por fin de hervir y Lisa desapareció. Con cierta tristeza, Kate vertió el agua en las dos tazas y siguió el mismo camino, aunque terminó dirigiéndose hacia el despacho de Dominic.

–¿Qué diablos es eso? –le preguntó Dominic mirando con cierta sospecha la taza mientras ella la colocaba sobre su escritorio–. ¡Oh, Dios! ¡Es una conspiración! ¿No me irás a decir que Lizzie te ha contado esta horrible decisión que ha tomado para el año nuevo?

–Yo también te deseo Feliz Año Nuevo –replicó Kate levantando una ceja. Entonces, se dirigió de nuevo a la puerta–. Por cierto, de nada.

–Espera... Lo siento –suspiró Dominic–. Una semana entera en compañía de mi suegra parece haber sacado mi lado más petulante. Voy a volver a intentarlo a ver si me sale algo más parecido a un ser humano civilizado que se alegra de volver al trabajo al principio de un excitante año nuevo –añadió, señalando la butaca que había al otro lado del escritorio–. Siéntate y dime cómo han sido tus Navidades. Supongo que no te viste enterrada por una avalancha de rosa como nosotros, ¿verdad?

Kate se sentó. Dominic tenía una hija, Ruby, que era nueve meses mayor que su hijo Alexander. La niña era la mejor amiga del pequeño y a veces su peor enemiga. Entre los dos, parecían empeñados en demostrarle a cualquier psicólogo infantil que los roles de género no vienen programados desde el nacimiento.

–No, en nuestro caso han sido todo coches –dijo Kate un poco triste–. Con mucho, el favorito de Alexander es el Alfa Romeo o el que fuera el que vosotros le regalasteis. Incluso se acuesta con él. Muchas gracias.

–De nada. Es un Spider, que no te enteras de nada. Un Alfa Romeo Spider. Alexander tiene razón. Es uno de los coches más especiales que se han fabricado nunca. Si pudiera, yo también me acostaría con uno.

–¿Lo sabe Lizzie?

–Estoy seguro de que no le sorprendería –dijo Dominic dejando la taza sobre la mesa con un gesto de asco–. Un Alfa Romeo Spider jamás me haría seguir un programa para eliminar toxinas.

–Te lo mereces. No deberías haberte corrido tantas juergas durante las navidades.

Dominic se reclinó en la silla.

–Sí, bueno. Ya sabes cómo es este trabajo. Clientes con los que alternar, fiestas de empleados que organizar... aunque alguna que otra empleada no se molestara en aparecer.

Kate hizo un gesto de enojo con la mirada.

–Ya hemos hablado de esto antes. No pude conseguir una canguro, ¿de acuerdo?

–Tu madre volvió a salir de juerga, ¿no? La imposibilidad de aquella imagen hizo que Kate sonriera brevemente muy a su pesar.

–No puedo pedírselo todo el tiempo. Ya tiene que cuidar a Alexander cuando yo estoy trabajando. Además, no puedo permitirme pagarla.

–Ella no lo aceptaría aunque pudieras. Ya sabes que le encanta tener al niño. Después de lo de Will, le ha salvado la vida...

–Lo sé, lo sé... Tener al niño con ella le hace recordar tiempos más felices, cuando tanto Will como mi padre estaban vivos. Sin embargo, no me gusta depender de ella demasiado. Yo me metí solita en esta situación y, en la medida de lo posible, tengo que ocuparme de ella yo sola.

Dominic dio otro sorbo a la infusión con muy poco entusiasmo.

–No lo hiciste tú sola –comentó él secamente–, a menos que fueras como la Inmaculada Concepción.

Kate tenía que reconocer que aquella noche había sido bastante perfecta, aunque no tenía nadie con quien compararla, ni antes ni después. Además, dado que no había podido salir ni una noche sin Alexander desde hacía más de seis meses, no parecía muy probable que la situación fuera a cambiar. Tenía que comprarse ropa bonita y salir con Lisa y las demás chicas la próxima vez que la invitaran. Si no se habían cansado de hacerlo.

–¡Eh! –exclamó Dominic, con voz algo molesta–. ¿Has escuchado al menos una palabra de lo que te he dicho?

–Lo siento –musitó ella centrando su atención en Dominic–. Inmaculada Concepción. Hacerlo yo sola.

Dominic suspiró. Se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre el escritorio para frotarse el rostro con las manos.

–De eso se trata precisamente. No te metiste en esta situación tú sola y no deberías hacerte cargo de ella en solitario. Lo de ser padres es algo muy duro. Precisamente por eso hacen falta dos personas para hacer un bebé.

Kate sintió que el alma se le caía a los pies al darse cuenta de que Dominic quería dirigir aquella conversación en una dirección muy concreta, una dirección que Kate no quería en modo alguno tomar.

–Lo hago lo mejor que puedo –dijo a la defensiva–. Sé que la situación no es la ideal, créeme, pero estoy haciendo todo lo que...

–No estoy diciendo que no sea así –la interrumpió Dominic–. Eres una madre fantástica.

Kate dejó su taza sobre el escritorio cuidadosamente. El corazón le había empezado a latir un poco más rápido.

–¿Pero?

–Hace cuatro años, Kate, y sigues esperando... Esperas que un piloto de Fórmula 1 italiano, alto y apuesto, venga a buscarte para tomarte entre sus brazos...

Kate se levantó inmediatamente con una radiante sonrisa.

–Bueno, ya se ha terminado el descanso para tomar un café. Me encantaría quedarme para seguir hablando contigo, pero tengo un montón de trabajo que hacer, así que si no te...

–Lo siento, lo siento –dijo Dominic, que se había levantado también–. No estoy tratando muy bien el asunto, ¿verdad? Lizzie y yo estamos muy preocupados por ti, eso es todo. La fiesta de Navidad fue la última de las celebraciones a la que no fuiste y parece que te has quedado estancada en el mismo sitio durante demasiado tiempo.

–¿De qué sitio estás hablando?

–Sigues esperando a un hombre que no crees que se vaya a presentar nunca, pero no puedes evitar seguir esperando.

Kate giró la cabeza para que Dominic no viera el gesto de dolor que se le había reflejado en el rostro al recordar las palabras de Cristiano.

«Esto no se ha terminado, ¿sabes? Anoche fue sólo el principio. Espérame».

–Ah, bueno –dijo ella con amargura–. Ahí es donde te equivocas. He tomado precisamente esa decisión para el Año Nuevo.

–También la tomaste el año pasado. El problema es que no vas a poder hacerlo mientras el asunto esté sin resolver. Necesitas cerrarlo, saber de una vez por todas que todo ha terminado entre vosotros. No creo que eso vaya a ocurrir hasta que le digas que tiene un hijo.

–Otra vez no, Dominic. Eso ya lo he intentado, ¿te acuerdas? –susurró ella. Volvió a tomar asiento y se miró las manos–. Dos veces.

–Lo sé, cielo, pero no puedes estar segura de que el mensaje llegara a su destino. Le enviaste una carta, pero las cartas se pierden... o caen en las manos equivocadas. Creo que por el bien de Alexander tienes que volver a intentarlo de un modo que no deje lugar a dudas.

Kate entrelazó los dedos, retorciéndoselos hasta que los nudillos se le quedaron blancos bajo la piel.

–No quiero cazarlo –afirmó–. No quiero obligarlo a reconocerme a mí o a Alexander.

–Pero es su responsabilidad.

Dominic pronunció aquellas palabras con un tono de exasperación, aunque trataba por todos los medios de ocultarlo. Este hecho fortaleció la determinación de Kate.