Asistente personal - La falsa esposa del jeque - Kristi Gold - E-Book

Asistente personal - La falsa esposa del jeque E-Book

Kristi Gold

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Beschreibung

Asistente personal Al recibir el encargo de atender a un misterioso millonario, la diplomática Kira Darzin no esperaba que su tarea incluyera el dormitorio, pero en cuanto la ardiente mirada de Tarek Azzmar se fijó ella, Kira fue incapaz de resistirse. Su inesperado embarazo y la identidad secreta de Tarek se convirtieron en una amenaza para la familia real a la que ella veneraba. Hijo ilegítimo del difunto rey de Bajul, Tarek juró vengarse del padre que lo rechazó. Y Kira representaba una complicación por muy atraído que se sintiera por su sensual belleza. La falsa esposa del jeque El príncipe Adan Mehdi no solía rechazar a una mujer hermosa, pero Piper poseía un aire tan inocente que eso parecía lo que un hombre de honor debía hacer. Ella creyó en sus buenas intenciones hasta que apareció la exnovia de Adan con el hijo de ambos, y Piper se hizo pasar por su esposa hasta que él consiguiera la custodia del pequeño. Actuar como pareja no tardó en poner a prueba la resolución de Adan y, muy pronto, la situación entre ambos se hizo más ardiente de lo que hubieran imaginado.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 482 - diciembre 2021

© 2015 Kristi Goldberg

Asistente personal

Título original: The Sheikh’s Secret Heir

© 2014 Kristi Goldberg

La falsa esposa del jeque

Título original: The Sheikh’s Son

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2015 y 2016

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1375-967-8

Índice

Créditos

Índice

Asistente personal

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

La falsa esposa del jeque

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

Capítulo Uno

Kira Darzin, jefa de administración de palacio del pequeño país de Bajul, estaba acostumbrada a que el rey la convocara de improviso, pero al llegar a su despacho y ver sentado junto al escritorio a un hombre espectacularmente guapo, se quedó paralizada.

Con el cabello negro perfectamente cortado, un traje de chaqueta gris marengo y zapatos italianos, tenía el aspecto de un millonario. Sus masculinas manos se apoyaban en los brazos de la butaca, y su gesto altivo le dotaba del aire de un alto ejecutivo.

Cuando Kira clavó su mirada en los negros ojos de Tarek Azzmar se quedó hipnotizada, tal y como le había sucedido una fatídica noche, hacía poco tiempo. Como entonces, percibió una aplastante seguridad en sí mismo, pero también intuyó profundos secretos y se sintió atraída hacia un lugar en el que ya había estado antes con él, y con otro hombre de su pasado. Un lugar al que se había jurado no volver.

También tuvo la extraña sensación de que parecía ser él quien gobernaba la corte, y no Rafiq Mehdi, el monarca de Bajul. A ello contribuyó la sorprendente ausencia de este. En su lugar, el señor Deeb, asistente personal del rey, saludó a Kira, que apenas escuchó sus palabras, abrumada por la presencia de Tarek que, levantándose, desplegó su metro ochenta de pura virilidad.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano, Kira recuperó la suficiente presencia de ánimo como para fingir que solo conocía al empresario marroquí por haber coincidido con él en algunos de sus encuentros sociales.

–Es un placer volver a verlo, señor Azzmar –dijo con una sonrisa forzada.

–El placer es mío, señorita Darzin.

El énfasis que puso en la respuesta le invocó perturbadoras imágenes en la mente a Kira. Besos apasionados, una noche de indescriptible placer... Seguida de seis semanas sin recibir ni tan siquiera un mensaje de él.

Ese amargo pensamiento la devolvió al presente.

–¿Qué puedo hacer por ustedes, caballeros?

Tarek le dedicó una sonrisa sensual, como la que había vencido su resistencia la primera vez que se habían visto.

–El señor Deeb se lo explicará.

El hombre calvo de mediana edad se ajustó las gafas.

–Estoy aquí en representación de su excelencia. Tanto yo como el señor Azzmar necesitamos su ayuda.

Kira asumió que querrían que organizara una cena de estado.

–Lo siento, pero no tengo la agenda conmigo. Si me dan una fecha…

–No se trata de eso –dijo Tarek–. La necesito para diez días, quizá para dos semanas.

Kira no comprendía qué tipo de acontecimientos podía requerir tanto tiempo de preparación.

–¿Le importaría darme más detalles?

–El señor Azzmar necesita una ayudante personal –explicó Deeb–, y el rey Mehdi le ha ofrecido sus servicios hasta encontrar a una sustituta.

Kira pensó que no podían estar hablando en serio, pero el gesto de Tarek le indicó lo contrario. Angustiada, empezó a pensar frenéticamente en excusas que justificaran su negativa.

–Me temo que tengo demasiadas responsabilidades en palacio. El príncipe Zain, su esposa e hijos, vuelven en tres días. La cuñada del príncipe Adan y el jeque Rayad, la semana que viene. Alguien tiene que hacer los preparativos para su llegada.

–Eso ya lo hemos resuelto –dijo Deeb–. Elena ha accedido a asumir sus responsabilidades hasta que termine su misión con el señor Azzmar.

A Kira le costaba creer que Elena, la antigua gobernanta y madre biológica del joven príncipe Adan, hubiera aceptado.

–Me contrató para poder retirarse. Es injusto pedirle algo así.

Deeb frunció el ceño.

–Es una orden del rey y Elena sigue obedeciendo sus órdenes.

Kira se mordió la lengua para no decir lo que el rey podía hacer con aquella orden.

–¿Y lo que yo opine da lo mismo?

Antes de que Deeb respondiera, Tarek dio un paso hacia él y dijo:

–¿Me permite hablar a solas con la señorita Darzin?

Deeb asintió.

–Por supuesto. Si me necesita, estaré en mi despacho.

En cuanto Deeb cerró la puerta tras de sí, Kira se volvió hacia Tarek con gesto contrariado.

–¿Se puede saber por qué no has rechazado la oferta de Rafiq dado lo que pasó entre nosotros?

Él se apoyó en el escritorio y se cruzó de brazos.

–No ha sido una oferta del rey. Lo he pedido yo.

–¿Por qué me has elegido cuando podría haberlo hecho cualquiera de las secretarias del palacio?

–No se trata de un trabajo de secretaria, y ninguna otra candidata me intriga como tú.

Kira fue hasta la ventana y, tras mirar unos segundos el montañoso paisaje, se volvió de nuevo hacia Tarek.

–¿Quieres decir que ninguna otra ha dormido contigo?

–Yo no recuerdo que durmiéramos aquella noche.

Tampoco Kira, pero sí recordaba un dato importante.

–Puede que no, y luego desapareciste sin dejar rastro. Pensaba que te habías mudado a Marruecos.

–¿Por qué iba a irme si acababa de reformar mi casa en Bajul?

Kira sabía que su hipótesis no tenía sentido. Como tampoco lo tenía haber permitido que su relación con él fuera demasiado lejos durante su estancia en Estados Unidos para la boda del primo de Rayad con Sunny, la hermana de Piper Mehdi.

–Me extrañaba no haberte visto en seis semanas –y le dolía, pero no estaba dispuesta a admitirlo.

–He estado de viaje.

–¿De mochilero? –preguntó ella con sorna.

Tarek la miró desconcertado.

–Rematando un acuerdo empresarial multimillonario.

Para hacerse aún más rico, pensó Kira, pero se guardó el sarcasmo.

–No creo que sea una buena idea que pasemos dos semanas juntos. Puedo ayudarte a buscar una sustituta.

Tarek fue hacia ella lentamente, clavándola en el sitio con la mirada.

–¿Vas a desafiar las órdenes del rey?

–Si le explico que estoy ocupada, lo entenderá.

Tarek sonrió provocativamente.

–¿Vas a decirle que hicimos el amor en el suelo de mi salón de baile?

El comentario le invocó otra serie de imágenes que Kira ahuyentó al instante.

–Claro que no. En primer lugar porque fue solo sexo. Segundo, porque me arriesgaría a perder mi trabajo. Me limitaré a decir que tengo la agenda ocupada.

Tarek se detuvo a unos centímetros de ella.

–Sabes que Rafiq Mehdi no aceptará esa excusa.

–Pues le daré otra –por ejemplo, un repentino viaje a Canadá para visitar a sus padres.

Tarek le retiró un mechón de cabello detrás de la oreja.

–Tus ojos me fascinan. Son de un azul oscuro excepcional, como lo es tu belleza.

«Ya empezamos». Sus tácticas de seducción habían metido a Kira en un lío ya en otra ocasión.

–No hace falta que me halagues. Ya has conseguido de mí lo que querías.

–Me encantaría volver a conseguirlo.

–¿De eso es de lo que se trata todo esto?

Afortunadamente, Tarek bajó la mano y Kira pudo respirar.

–No. Es verdad que necesito una ayudante de confianza. Eres inteligente y amable, y los Mehdi te tienen en alta estima. Eso no significa que no podamos disfrutar de nuestra estancia en mi casa de la playa.

Kira se quedó sin habla. Bajul era un país de interior.

–¿Piensas llevarme al extranjero?

–Sí, a Chipre, donde estoy preparando la inauguración de un exclusivo hotel. Por eso necesito tu ayuda.

Kira imaginó preciosas playas, atardeceres románticos y baños nocturnos.

–¿Y cuál sería mi papel? –preguntó suspicaz.

–Quiero que tomes las últimas decisiones sobre la cocina y la decoración del interior. También que asesores al encargado en la contratación del personal.

–No estoy especializada en interiorismo –dijo Kira, aunque era su pasión.

–¿No estás al cargo de la reforma del palacio que comenzará en unos meses? ¿Y no eres responsable de todos los eventos que se celebran en el palacio, incluida la comida y la decoración?

Era evidente que estaba bien informado.

–Sí, pero…

Tarek le posó un dedo en los labios para hacerla callar.

–No voy a obligarte a acompañarme. Pero sí te pido que consideres mi oferta.

Kira no dudaba de que ese sería su único pensamiento a partir de ese momento… antes de decirle que no.

–¿Cuándo quieres una respuesta?

–Mañana por la mañana. Mi avión saldrá por la tarde.

Kira miró la hora.

–Muy bien. Te contestaré lo antes posible. Ahora mismo tengo una cita.

Tarek la miró con severidad.

–¿Tienes un nuevo amante?

–No, una cita médica –contestó Kira, aunque no fuera de su incumbencia.

La expresión de Tarek se tornó preocupada.

–¿Te pasa algo?

Estaba cansada y nerviosa, pero eso no le impedía hacer su trabajo.

–Solo es una segunda visita tras una mala gripe –dijo, pasando junto a Tarek de camino a la puerta.

–Chipre es el lugar perfecto para recuperarse de una gripe –dijo Tarek cuando ya tenía la mano en el picaporte.

–¿No te preocupa que te exponga al ojo público?

Tarek esbozó una sonrisa.

–Ya me has expuesto en una ocasión y lo disfruté enormemente.

Kira puso los ojos en blanco.

–Tarek, si no abandonas las insinuaciones no vas a convencerme.

Él fingió una expresión inocente.

–Solo puedo prometer que lo intentaré. Y que haré que tu viaje merezca la pena.

Sus métodos para conseguirlo eran lo que preocupaba a Kira.

–Lo tendré en cuenta. Ahora, he de irme.

Tarek sorteó la distancia que los separaba en una fracción de segundo, le tomó la mano y se la besó.

–Hasta nuestro próximo encuentro.

«Si es que lo hay», pensó Kira a la vez que se marchaba precipitadamente. El sentido común le indicaba que no debía ir con él a ninguna parte, y menos a un lugar exótico en que pudiera olvidarse de sus problemas… y perderse.

Tenía que recordar que Tarek era el tipo de hombre que había decidido evitar. Y en cuanto le dijera que no iba a acompañarlo, no habría ninguna razón para volver a hablar con él.

–Estás embarazada.

Kira miró atónita a la doctora Maysa Mehdi a la vez que, sentada en la camilla de exploración, se estiraba la falda.

–¿Disculpa? –preguntó con la voz quebrada.

Maysa rodó el taburete hacia ella y se retiró su larga trenza por encima del hombro.

–Cuando mandé tus pruebas al laboratorio, pedí un análisis de embarazo debido a tu sintomatología. Ha salido positivo.

Kira se pellizcó el puente de la nariz y cerró los ojos.

–No puede ser verdad.

–Me temo que sí. No pareces contenta con la noticia.

Kira abrió los ojos y suspiró lentamente.

–No lo comprendo –dijo, consternada–. Primero, porque he tomado la píldora durante años. Y segundo, porque solo he tenido relaciones sin protección en una ocasión.

Maysa estudió el informe que sostenía en el regazo.

–Veo que no has solicitado una renovación de la píldora en los dos últimos meses.

–He estado tan ocupada que me he olvidado. Y tampoco la necesitaba –o no la había necesitado hasta que Tarek Azzmar se había colado en su vida como un ladrón de corazones y había roto su autoimpuesto celibato.

Maysa sonrió.

–A veces las cosas no salen como las hemos planeado. ¿Cómo se va a tomar el hombre en cuestión la noticia?

Kira no tenía ni idea. Ni siquiera estaba segura de que fuera a decírselo.

–La verdad es que no lo sé. Lo conozco muy poco y lo que pasó nos tomó a ambos por sorpresa.

–Si es un hombre de honor –dijo Maysa–, aceptará la responsabilidad de su paternidad.

Kira habría querido decir que lo era, pero todos los indicios señalaban en la dirección opuesta.

–El tiempo lo dirá.

Maysa se puso en pie.

–Entre tanto, debes cuidarte y descansar más.

Aunque Kira siempre había soñado con tener hijos, no era algo que estuviera en sus planes inmediatos, especialmente con lo ocupada que estaba en palacio.

–No sé cómo equilibrar el embarazo y el trabajo. Y no quiero pensar cuál va a ser la reacción de mis padres.

Maysa frunció el ceño.

–¿No se alegrarán?

–Mi madre es canadiense y tiene una mentalidad abierta, así que no habrá problema. Pero mi padre es de Bajul y muy tradicional. No estará contento de que su hija esté embarazada sin haberse casado.

Maysa le puso una mano en el hombro a Kira.

–Si decides que no es el momento oportuno, puedes plantearte una adopción.

Siendo ella adoptada, aunque poca gente lo sabía, tenía sentimientos contradictorios al respecto.

–No sé si sería capaz de entregar a mi bebé a unos desconocidos.

–Algunos pensamos que es lo más generoso que una mujer puede hacer con un hijo. En cualquier caso, no tienes que tomar la decisión de inmediato. Voy a recetarte unas vitaminas.

Mientras Maysa escribía la receta, Kira se puso en pie y se masajeó la zona lumbar. Al menos tenía una explicación para el cansancio y las náuseas que había estado experimentando. Y tendría que formular un plan de futuro y decidir si debía incluir o no al padre de su hijo.

Súbitamente se planteó aceptar la oferta de Tarek. Podría descansar dos semanas y le daría tiempo a averiguar si quería hijos, y si podría ser un buen padre. Si no se daban ninguna de las dos condiciones, podría tomar las decisiones correspondientes.

En cuanto volviera a palacio, lo buscaría y le haría unas cuantas preguntas sobre su propuesta. Solo entonces determinaría si pasar más tiempo con él era un riesgo asumible.

–La señorita Darzin está aquí para verlo, señor Azzmar.

Tarek alzó la mirada hacia la joven que había contratado recientemente.

–Hágale pasar, Adara.

Cuando la joven se fue, Tarek dejó a un lado los papeles que estaba revisando y esperó la entrada de Kira, que llegó tan hermosa como la primera vez que la había visto, al otro extremo de una sala, durante una recepción.

Kira se estiró la chaqueta y se pasó una mano por la corta melena antes de comentar:

–Veo que has terminado con la decoración.

–Me alegro de verte.

–Gracias –dijo Kira con fría cordialidad–. El despacho tiene un aspecto muy distinto a la última vez que lo vi.

Una ocasión que Tarek no había olvidado. La visita guiada de la recién construida mansión había terminado en un apasionado encuentro en el suelo del gran salón de baile.

–Faltan por terminar las suites de la tercera planta. ¿Qué tal te ha ido en el médico?

–Me ha dado el alta definitiva –Kira se adentró en la habitación y fue a mirar los libros de una estantería que había detrás del escritorio–. Veo que tienes gustos muy eclécticos respecto a tus lecturas. No sabía que te interesara la novela negra.

Tarek se aproximó lentamente.

–¿Has venido para hablar de mis gustos literarios?

Kira se volvió hacia él.

–En realidad quería hablar del viaje a Chipre, por si decido acompañarte.

Tarek se animó al pensar que Kira estaba considerando la proposición.

–¿Qué te gustaría saber?

–¿Me aseguras que solo nos ausentaríamos dos semanas?

–A no ser que surja algún inconveniente. En cualquier caso, si quisieras marcharte antes, podrías hacerlo.

Kira se cruzó de brazos e intentó sonreír.

–¿Así que no planeas mantenerme como rehén contra mi voluntad?

Tarek pareció ofenderse.

–Jamás mantendría a una mujer cautiva.

–Eso es tranquilizador.

–¿Alguna otra pregunta?

–Sí. Sigo teniendo dudas sobre tus motivos.

–¿Temes que intente seducirte? ¿Que te convenza de que hagas el amor conmigo en mi playa privada, en mi piscina privada o en mi gran ducha de vapor?

Kira lo señaló con el dedo.

–Eso es precisamente lo que me preocupa.

Tarek optó por fingir inocencia.

–Si no me equivoco, la primera vez que hicimos el amor…

–La única vez que hemos tenido sexo –lo cortó Kira.

Tarek confiaba en cambiar pronto esas circunstancias, pero pensaba utilizar la persuasión, no la coerción.

–Como estaba diciendo, no te obligaría a hacer nada que no quisieras. Y te aseguro que mi motivación es profesional, aunque te puedo asegurar que no tengo nada en contra del placer.

–Eso es lo que me preocupa –dijo ella, pasando a su lado y ocupando la butaca que él había dejado vacía.

Él la siguió y se sentó frente a ella en un sofá de cuero. Sus ojos siguieron el movimiento de la mano de Kira cuando esta se recorrió el muslo para estirarse la falda. Al instante imaginó aquella mano sobre su cuerpo y tuvo que hacer un esfuerzo para borrar la imagen de su mente.

–Estate tranquila. Si vienes, y eso es lo que quieres, mantendré las distancias.

–Eso es lo que quiero –dijo Kira, pero una vacilación en su mirada le indicó a Tarek que no estaba convencida.

–Respetaré tus deseos –a no ser que la palpable química que había entre ellos dictara lo contrario.

Kira no parecía llegar a confiar en él.

–Tarek, eres un magnífico hombre de negocios, pero eres un hombre. Posees dos cerebros y en un momento dado, utilizarás el segundo. Vas a tener que ejercer un férreo control sobre ti mismo.

Tarek decidió no discutir ese punto.

–Contarás con tu propia habitación y solo tendrás que soportar mi presencia durante las reuniones de trabajo.

Kira hizo girar la alianza de plata que llevaba en un dedo.

–Escucha, me agrada tu compañía, y ha sido así desde la primera vez que nos vimos. Es solo que en este momento no es eso lo que quiero.

Satisfecho con que hiciera aquella admisión, Tarek la observó.

–¿Así que disfrutaste de nuestro encuentro?

Kira vaciló unos segundos.

–Supongo que debo reconocer que sí, con la excepción del suelo de mármol.

–Por eso te dejé colocarte encima de mí.

–Después de haberme tenido debajo.

–Solo para desnudarte lo antes posible y recorrerte con mi boca y preparar tu cuerpo para…

–No hace falta que sigas.

Tarek no pudo reprimir una sonrisa.

–Ah, demasiado tarde. Teniendo en cuenta tus gemidos, creo que no te desilusioné.

Kira se puso en pie y suspiró.

–No estoy de humor para recuerdos. Me vuelvo al palacio.

Tarek se levantó a su vez.

–¿Vendrás mañana al avión?

Cuando Kira guardó silencio, Tarek contuvo el aliento, expectante.

–Te lo diré esta noche, cuando vengas a cenar al palacio.

Tarek frunció el ceño.

–¿Cómo sabes que estoy invitado?

Kira lo miró con sarcasmo antes de cruzar la habitación.

–Mi trabajo es saber todo lo que hacen la familia real y sus apreciados invitados –dijo, marchándose.

Una vez se fue, Tarek miró la hora, se sentó tras el escritorio e hizo su llamada diaria a la otra mujer de su vida. Pasaron unos segundos antes de que lo saludara la dulce voz familiar:

–¿Ahlan?

Tarek decidió contestar en inglés en lugar de en árabe para poner a prueba su conocimiento de la lengua que él le había enseñado.

–¿Has recibido mi regalo, Yasmin?

–¡Sí! –contestó ella con el entusiasmo propio de una niña de cinco años–. ¡Es precioso!

Tarek jamás habría descrito así al chucho.

–Me alegro de que te haya gustado. ¿Lo cuidarás bien?

–Sí. Prometo darle de comer y sacarlo de paseo. ¿Cómo vamos a llamarlo?

–Como tú quieras.

–Tendré que pensarlo. ¿Volverás pronto a casa?

Dijera lo que dijera, la desilusionaría.

–Te conté lo del nuevo hotel antes de irme de Marruecos. Todavía me queda trabajo por hacer.

–Siempre estás trabajando. Ojalá me llevaras contigo.

Por el momento eso era imposible. Casi nadie sabía de su existencia, y Tarek quería mantenerla en secreto.

–Puede que pronto. Entre tanto, cuídate.

–Vale.

–Nos veremos dentro de un mes.

Se produjo un silencio tras el que la niña dijo:

–Te echo de menos.

–Y yo a ti, Yasmin –y era verdad, aunque encariñarse demasiado no les haría ningún bien a ninguno de los dos.

En cuanto colgó, Tarek repasó la conversación con Kira y las erróneas suposiciones que había hecho.

«Mi trabajo es saber qué hacen la familia real y sus apreciados invitados…».

¡Qué poco sabía de él y de su vida privada! Tan poco como sus amigos y sus antiguas amantes. Nadie era consciente de que él tenía una pieza clave del puzle de los Mehdi, y menos aún el rey de Bajul o sus hermanos. Guardaba un secreto que podía haber muerto con sus padres, de no haber sido por un anciano torturado por un sentimiento de culpabilidad.

Desde el momento en que supo la verdad, se había prometido no contarla por respeto a su madre, pero con el paso del tiempo ese conocimiento había llegado a torturarlo. Necesitaba respuestas. Y estaba decidido a hacer lo que fuera para conseguir esa información. Para ello, esperaba contar con la ayuda de Kira Darzin.

En cuanto la conoció, tuvo la intuición de que sabía más que nadie de los Mehdi. Por eso, había intentado que confiara en él y compartiera con él sus secretos.

Ese había sido su objetivo inicial, hasta que había cometido el error de dejarse llevar por el deseo. Pero aunque no hubiera previsto que Kira llegara a fascinarlo, estaba decidido a no dejarse arrastrar por sus instintos básicos y a regirse por la razón.

Si sus planes con Kira no tenían éxito, buscaría la información que necesitaba por otros medios, se haría amigo de los hijos de la familia real y, finalmente, se presentaría como quien verdaderamente era: el hijo bastardo del previo rey de Bajul. Y, por tanto, hermano de sus hijos.

Capítulo Dos

Todas las tardes, a las seis, Kira se aseguraba de que la familia real estaba bien atendida, pero en aquella ocasión iba, además, a ver al padre de su hijo.

Alrededor de la mesa del comedor se encontraban el rey Rafiq y su esposa, Maysa, junto con los recién casados, Adan y Piper y un comensal sofisticado, vestido de beis, sentado a la derecha de Rafiq. De no haber conocido a los Mehdi, cualquiera habría podido confundir a Tarek Azzmar por un miembro de la familia, pero solo tenía en común con ella su origen oriental y la belleza.

En cuanto Tarek la miró, Kira se sintió atrapada como si hubiera caído bajo un hechizo. Y como magia podría haber descrito sus besos, sus manos, su virilidad…

–¿Hay más pan?

Kira miró a Adan Mehdi, el hermano menor del rey.

–¿Perdón?

–Necesitamos pan –dijo él, alzando una cesta vacía.

–En seguida me ocupo –dijo ella.

–Y por favor, trae más agua –pidió la mujer de Adan, llevándose las manos al vientre–. Tengo tanta sed que a veces pienso que voy a dar a luz una trucha.

Kira sintió una punzada de celos al ver la mirada de complicidad que intercambiaban Adan y Piper. Ella, al contrario que Piper, podía acabar criando sola a su hijo.

–Me temo que se trata de una nueva criada –comentó–. La novedad de servir a la familia real hace que esté un poco nerviosa.

Piper sonrió e hizo un ademán con la mano hacia Tarek.

–Creo que está fascinada con nuestro invitado.

Kira lo miró de reojo y, al ver que no parecía molesto ni hacía ningún comentario, se volvió al mayor de los Mehdi.

–¿Es la cena del agrado del rey?

–Está deliciosa, como siempre –contestó Rafiq. Y preguntó a Tarek–: ¿Puedo ofrecerte algo más?

Tarek contestó mirando a Kira:

–No, gracias. Estaba todo delicioso. Por favor, dale las gracias al chef.

–Quizá quieras ir tú mismo a inspeccionar al servicio, Tarek –bromeó Adan

Piper le dio con el codo.

–Para ya. No creo que Tarek tenga problemas para conseguir citas.

Adan hizo una mueca de dolor.

–¡Qué violencia! Solo era una sugerencia por si a Tarek le interesa una mujer que claramente está obnubilada con él.

–Soy muy selectivo respecto a mis compañías femeninas. Aunque la criada es atractiva, es demasiado joven para mi gusto –comentó Tarek, lanzando una mirada a Kira.

Esta tomó la cesta del pan y retrocedió hacia la puerta.

–Diré que están satisfechos y enviaré a alguien con el pan y el agua. Buenas tardes –y se fue, indignada consigo misma por no ser capaz de permanecer indiferente a Tarek–. Por favor, lleva agua y pan a la mesa –dijo a la bonita joven recién contratada.–. Y a partir de ahora, presta más atención a las necesidades de los comensales.

Cuando la chica salió, Kira se apoyó en una mesa mientras el cocinero seguía a los fogones, en el lugar que en el pasado había ocupado su madre. Se frotó las sienes y cerró los ojos como si pudiera protegerse de un incipiente dolor de cabeza cuya causa estaba sentada en el comedor. Un hombre magnético y arrogante. Una debilidad.

–¿Podemos hablar un momento a solas, señorita Darzin?

Tenía que ser él. Kira abrió los ojos bruscamente.

–Me temo que estoy ocupada, señor Azzmar.

–Podemos hablar mientras sigue haciendo sus tareas –contestó él, entrando en la cocina.

Kira no quería dar lugar a habladurías entre el personal.

–Será mejor que salgamos al pasillo.

–Después de usted –dijo él, indicando la puerta.

Kira salió precipitadamente, evitando las miradas de curiosidad de los trabajadores. Atravesó el pasillo y salió al patio.

–¿Te importaría no agobiarme? –preguntó volviéndose. Y casi chocando con él.

Tarek dio un paso atrás.

–¿Mejor así?

–Mientras te quedes a esa distancia, sí.

–¿Me tienes miedo, Kira? –preguntó él con expresión sombría.

–Claro que no –dijo ella. No lo temía a él, sino a lo vulnerable que se sentía en su presencia.

–Jamás te haría daño.

–Te creo –y era verdad, al menos no físicamente.

Tarek exhaló con fuerza.

–Tengo que admitir que tu actitud me confunde. Cuando nos conocimos tuve varias oportunidades de seducirte, pero no lo hice. De hecho, charlamos durante muchas horas antes de pasar la noche juntos. Creía que habíamos establecido cierto grado de confianza.

–Yo también. Hasta aquella noche.

–Se ve que me he equivocado al creer que lo que pasó fue con pleno consentimiento de ambas partes.

–Y lo fue –confirmó Kira–. Somos dos adultos.

–¿Y por qué me tratas como si fuera un paria que no merece tu respeto?

Estaba claro que no la comprendía, y Kira no sabía si podía explicárselo. Pero lo intentaría aunque significara revelar cómo le había hecho sentir su desaparición.

–Esa no es mi intención. Lo que compartimos fue un error, no solo porque no debía haber traspasado esa línea con un invitado del palacio, sino porque es evidente que no eres el tipo de hombre que mantiene relaciones monógamas. Al no saber nada de ti después de aquella noche, me sentí como si fuera una mujer de usar y tirar.

Un brillo de indignación destelló en los ojos de Tarek.

–Estás equivocada, Kira. Ya te he dicho que estaba ocupado por trabajo. Yo no trato así a las mujeres.

–¿Y por qué no me dijiste que te ibas?

–Por respeto a tu petición de que no volviera a acercarme a ti.

–Eso no significaba que cortaras toda comunicación. Me sentí utilizada.

Tarek se frotó la barbilla.

–Lo siento mucho, y lamento que pensaras que nuestro encuentro no fue más que un mero entretenimiento. Si quieres que mienta y que diga que no te deseo, no lo conseguirás. Como mentiría si dijera que si vienes conmigo voy a poder controlar mi deseo. Si eso es lo que temes, quizá sea mejor que no vengas a Chipre. Preferiría que vinieras, pero la decisión es tuya.

Cuando Tarek se volvió para marcharse, Kira se dio cuenta de que si no lo acompañaba perdería la oportunidad de conocerlo mejor. Y debía hacerlo tanto por ella como por el bebé.

–Tarek, espera. Tenemos que hablar.

Él la miró con cara de frustración.

–Ya he dicho todo lo que tenía que decir.

–Pero yo no –Kira se acercó a él–. Siento haberte malinterpretado. Me gustaría que retomáramos nuestra relación tal y como era originalmente.

–¿Cómo era?

–Una amistad –al ver que Tarek fruncía el ceño, Kira añadió–: A no ser que no seas capaz de ser amigo de una mujer.

–No creo que me resulte sencillo después de lo que hemos compartido, pero lo intentaré.

–Si es así, iré contigo a Chipre.

–¿De verdad? –preguntó él, incrédulo.

–Sí. Así pasaremos tiempo juntos y podremos conocernos mejor.

Tarek la miró con escepticismo.

–Tengo un gran sentido de la privacidad respecto a ciertos aspectos de mi vida.

–No voy a pedirte que me enseñes el extracto de tus cuentas ni voy a revolver en tus cajones en busca de secretos.

La expresión de Tarek se endureció.

–¿Qué te hace pensar que tengo secretos?

Su reacción desconcertó a Kira y le hizo sospechar que ocultaba algo. También ella.

–Todos tenemos secretos. Tarek. No tengo por qué pedirte que desveles los tuyos, a no ser que estés haciendo algo ilegal.

Tarek pareció relajarse.

–Te aseguro que todos mis negocios son legales.

–Me alegro –dijo Kira. E hizo la pregunta que podía determinar su futuro–. ¿Tu oferta sigue en pie?

–Sí. Mi chofer te recogerá a las cuatro para llevarte al aeropuerto.

Tenía menos de veinticuatro horas para prepararse… o para cambiar de idea.

–Entonces, nos veremos mañana por la tarde.

–Estaré esperándote ansioso. Que duermas bien, Kira.

–Tú también, Tarek.

Se produjo un silencio cargado, en el que Kira, para ignorar el súbito deseo de besar a Tarek, se acercó hacia la puerta que quedaba a la espalda de este. Pero cuando pasaba su lado, él la sujetó por la muñeca.

–Espero recuperar tu confianza, Kira –dijo.

Ella le dedicó una sonrisa temblorosa y, soltándose, continuó su camino.

Establecer una relación de confianza entre ellos iba a ser difícil una vez Tarek conociera la información que le había ocultado, pero por el momento no podía preocuparse por eso. Debía hacer las maletas. Con suerte, no la molestarían.

–¿Estás ocupada, cara?

Kira levantó la vista de la maleta que estaba preparando en sus cómodos aposentos y vio asomar la cabeza de Elena Battelli por la puerta, con su perfecto cabello plateado y su habitual sonrisa.

–Siempre tengo tiempo para ti, Elena. Pasa.

Elena llevaba el traje de chaqueta azul marino que era uniforme de los trabajadores de palacio.

Kira cerró la maleta y preguntó:

–¿He olvidado algo importante?

–No, hemos repasado la agenda en detalle, pero quería preguntarte algo –Elena se adentró en la habitación y se sentó en el borde de la cama–. ¿Conoces bien a Tarek Azzmar?

–He coincidido con él en algunos eventos –dijo Kira, optando por una media verdad–. ¿Por qué?

–Corren rumores entre el personal de que tú y él sois… amantes.

Kira la miró atónita, pero reaccionó con la mayor naturalidad posible.

–Ya sabes cuánto les gusta hablar, Elena. No puedes creer todo lo que se dice.

–¿Y por qué te has ruborizado, cara?

Kira se llevó las manos a las mejillas antes de dejarlas caer.

–No es agradable ser objeto de falsos rumores.

–Entonces no hay nada romántico entre Azzmar y tú.

–No –al menos no en el presente.

–Por lo tanto, no es el padre del hijo que esperas.

Kira se dejó caer en una butaca. ¿Se le notaría el embarazo en la cara? ¿Habría roto Maysa la confidencialidad entre médico y paciente? Cualquiera de las dos posibilidades era inconcebible.

–No sé qué te hace pensar que esté embarazada.

Elena sacó un bote de plástico del bolsillo.

–Esto se te cayó de bolso cuando te fuiste del despacho después de la reunión.

Kira se quedó paralizada, mirando el frasco de vitaminas para el embarazo, a la vez que intentaba pensar en una explicación convincente.

–Me han dicho que son buenas para el pelo y las uñas.

Elena sonrió con escepticismo.

–Hay unos suplementos minerales que dan mejor resultado. Y también sé cuándo una mujer joven oculta información a una mujer mayor.

Kira se dijo que había sido una ingenua al pretender engañar a la mujer más sabia que conocía. Dándose por vencida, dijo:

–Está bien, estoy embarazada. Pero no quiero que lo sepa nadie hasta que se lo diga al padre.

Elena fue hasta ella, se sentó a su lado y le tomó una mano.

–No tienes por qué revelar su nombre.

A Kira le desconcertó sentir que se le humedecían los ojos, y temió echarse a llorar cuando Elena le pasó un pañuelo y le dio una palmadita en el brazo.

–No sé qué hacer, Elena. Me da miedo la reacción de Tarek cuando se lo diga –Kira tardó una fracción de segundo en darse cuenta de que la verdad había escapado de sus labios–. Y lamento haberte mentido.

–Es comprensible, cara –dijo Elena con dulzura–. Primero deben saberlo las personas implicadas. Supongo que piensas contárselo durante el viaje.

Kira se secó las mejillas.

–No sé si voy a decírselo. En parte he accedido a ir con él para conocerlo mejor y averiguar cómo va a reaccionar. Incluso para ver qué tal padre sería.

–¿Así que piensas quedarte con el bebé?

Kira ni siquiera era capaz de pensar más allá de las dos siguientes semanas.

–Maysa me ha hablado de la posibilidad de darlo en adopción, pero no sé si sería capaz de hacerlo. ¿Crees que soy una egoísta?

–No, cara mía. Eso te hace una madre.

Al ver que Elena se quedaba con la mirada perdida, sonriendo, Kira sintió curiosidad.

–¿En qué estás pensando?

–En el día en que tus padres te trajeron a Bajul tras su viaje a Canadá. La mayoría de la gente pensó que Chandra había ocultado su embarazo, pero yo sospeché que eras un regalo precioso que habían conseguido allí. Poco después tu madre me lo confirmó.

Kira la miró perpleja.

–¿Sabías que era adoptada?

–Sí, pero siempre he guardado el secreto. Y puedes confiar en que también guardaré el tuyo.

Kira sabía que podía confiar en la palabra de Elena, y se preguntó cuántos más secretos guardaría.

–¿Sabes algo de mis padres biológicos, aparte de que eran muy jóvenes? Mamá y papá nunca han querido hablar de ellos, y mi madre biológica no quiso hablar conmigo cuando la contacté.

Elena sacudió la cabeza.

–Lo siento, pero no, y lamento que no te hayan informado. Mi hijo es un caso parecido. Adan ha pasado casi toda su vida creyendo que su madre era otra mujer.

Kira le pasó un brazo por los hombros.

–No tenías otra opción, Elena. Tuviste que cumplir las órdenes del rey Aadil. Al menos ahora tenéis la oportunidad de conoceros como madre e hijo.

–Pero no podemos hacerlo abiertamente –dijo Elena–. Muy poca gente sabe la verdad, y no me parece mal. Rafiq no puede arriesgarse a otro escándalo después de haber sobrevivido al de su matrimonio con una divorciada.

Kira pensó que ella también podía dar lugar a otro escándalo si revelaba la identidad del padre de su hijo, y por un instante pensó que lo mejor que podía hacer era retirarse a Canadá. Pero estaba demasiado cansada como para pensar, y no sabía qué otras opciones tenía.

Ocultó un bostezó tras una mano.

Elena se puso en pie y le acarició la mejilla.

–Necesitas dormir, cara mía. Recuerdo que cuando estaba embarazada de Adan, me quedaba dormida por las esquinas.

Kira se levantó y la abrazó.

–Gracias por escucharme. No sabes qué alivio significa tener a alguien con quien hablar.

–Siempre puedes confiar en mí, querida. Y si en algún momento necesitas consejo, ya sabes dónde me tienes.

–Gracias.

Cuando ya estaba en la puerta, Elena se giró y añadió:

–Ya que has decidido quedarte con el niño, espero que Tarek Azzmar resulte ser un buen padre en potencia. Como bien sabes, todo niño merece saber lo más posible de sus orígenes.

Y se marchó.

Aquellas palabras resonaron en la mente de Kira mientras se preparaba para ir a la cama. Su instinto le decía que podía confiar en Tarek. Su pasado la impelía a ser cauta. Ocho años atrás había sufrido las consecuencias de caer víctima de un hombre sin principios. Y deseaba con toda su alma que el padre de su hijo demostrara ser el hombre que ella había creído conocer inicialmente, y no alguien que utilizaba a una mujer para luego despreciarla.

Solo el tiempo demostraría si Tarek Azzmar era una enorme decepción o una agradable sorpresa.

Capítulo Tres

La alegría que sintió Tarek cuando Kira llegó al avión se diluyó ante el tono apagado de su saludo. Llevaba una blusa de gasa azul y una falda blanca por encima de la rodilla que le despertó la tentación de invitarla a la zona de reposo, pero por el momento, decidió respetar su promesa de mantener la relación a un nivel amistoso.

Le indicó uno de los asientos de cuero negro y se sentó frente a ella. Ambos guardaron silencio durante el despegue.

Cuando el piloto anunció que podía desabrocharse el cinturón, Tarek se puso en pie y preguntó:

–¿Quieres tomar algo?

–No, gracias –dijo Kira, sacando una revista del bolso. Luego miró a su alrededor y comentó–: Es un avión muy bonito, incluso más que los de los Mehdi, aunque sea más pequeño. Me extraña que no tengas servicio.

–Cuando el viaje es tan corto no lo considero necesario.

–Yo no diría que tres horas sean un viaje corto.

–Para mí lo es –dijo Tarek, que en realidad había optado por una mayor intimidad–. Así que seré yo quien te sirva. Tus deseos son órdenes para mí.

–No tengo ningún deseo, pero te lo agradezco.

Con un suspiro de frustración, Tarek fue hasta el mueble bar y sacó una botella de vino que reservaba para una gran ocasión. Ya que Kira no creía que hubiera nada especial en viajar con él, bebería para relajarse, aunque fuera a costa de una botella de veinte mil dólares.

Al volver a su asiento, vio que Kira ojeaba la revista.

–¿Qué lees?

Kira le enseñó la portada y contestó:

–Algo para pasar el tiempo.

–Nunca me han gustado las revistas del corazón.

Kira miró a Tarek airada.

–No es una revista del corazón. Tiene críticas de cine y de libros, y algunas historias de interés humano.

–Supongo que interesa si quieres conocer los adulterios, la adicción a las drogas y los embarazos secretos de las estrellas. Aunque el secreto dura poco en cuanto un paparazzi consigue la fotografía correspondiente de la actriz en estado en una playa tropical. Es repugnante.

–¿Las fotos o las actrices embarazadas?

–En cierto sentido, las dos cosas. Los ricos y famosos parecen decididos a poblar el mundo dentro o fuera del matrimonio.

–Así que eres tradicional en lo que respecta al matrimonio y la paternidad.

–Lo que soy es práctico. No se trata de que alguien se case antes de quedarse en estado, sino de tener en cuenta el ambiente en el que va a crecer ese hijo. Me parece una irresponsabilidad exponer a una criatura a la vida pública.

Kira desvió la mirada y devolvió la revista al bolso antes de comentar:

–Supongo que es un riesgo que se corre cuando uno vive bajo los focos.

Tarek dio un sorbo al vino antes de dejar la copa en el hueco destinado a ello en el brazo del asiento.

–Yo odiaría vivir bajo un microscopio.

–Pero no te importa que tu fotografía se publique en la prensa económica. Y te he visto muy sonriente en varias portadas.

–Veo que estás bien informada.