Perfecta para un jeque - Kristi Gold - E-Book

Perfecta para un jeque E-Book

Kristi Gold

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Beschreibung

Aunque sabía que no debía, se moría por dar rienda suelta a la pasión que aquella mujer despertaba en él… Darin Shakir estaba acostumbrado a trabajar solo. El misterioso miembro del Club Cattleman ya había tenido bastantes experiencias difíciles en el pasado y no tenía intención de ver sufrir a más inocentes. Pero sus planes habían salido mal y había acabado herido y en las hábiles manos de Fiona Powers. La vivaz pelirroja no se acobardaba ante el jeque e insistía en ayudarlo. Pero esa nueva y explosiva compañera suponía una distracción demasiado tentadora para Darin…

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Seitenzahl: 159

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2004 Harlequin Enterprises ULC

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Perfecta para un jeque, n.º 1468 - agosto 2024

Título original: Fit for a Sheikh

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410741744

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

Los hombres lo veían como un solitario peligroso que no se detendría ante nada con tal de lograr justicia. Las mujeres, como un extraordinario amante que no se detendría ante nada con tal de conseguir placer. Un príncipe oscuro, enigmático. Invencible.

Como antiguo militar, tentar al destino y desafiar al miedo se había convertido en una forma de vida para el jeque Darin ibn Shakir; un medio para escapar de sus propios demonios y de una familia aristocrática con la que nunca se había entendido.

La misión que estaba a punto de comenzar había resucitado pasados fracasos que prefería olvidar. Pero no podía olvidar. No hasta que viera al canalla del doctor Roman Birkenfeld, un ladrón de niños que vendía al mejor postor, castigado por sus horribles crímenes. Costase lo que costase.

Preparándose para su viaje a Las Vegas, Darin empezó a llenar la bolsa de viaje con todo lo que iba a necesitar. Pero se detuvo un momento para observar la habitación en la que había residido durante un año.

Su primo, Hassin Ben Rassad, además de acogerle en su casa, le había facilitado la entrada en el exclusivo club de ganaderos de Texas, un grupo de hombres que participaban en la captura de delincuentes con los que pocos se atreverían a enfrentarse.

Aunque Darin le agradecía la oportunidad, pensaba realizar la siguiente misión solo. Esa misión consistía en buscar a un extremista que había amenazado a la familia real de Obersburg. Además de Ben, no tenía a nadie en Estados Unidos excepto a su hermano mayor, Raf, que vivía en Georgia. En cuanto a su país, Amythra, había jurado no volver nunca porque no tenía más que amargos recuerdos para él.

–El coche está de camino.

Su primo estaba en la puerta de la habitación, con una camiseta y unos vaqueros gastados. Nadie diría que, como él, pertenecía a la nobleza.

–¿Sólo vas a llevarte eso? –preguntó Ben, señalando la bolsa de viaje.

–No creo que me quede en Las Vegas más que un par de días.

–Deberías llevarte esto también.

Darin miró la prenda de tela blanca con una banda dorada.

–No voy a necesitar un kaffiyeh.

Ya no necesitaba el atuendo de la casa real. El hermano de Ben, Kalib, era el rey de Amythra, de modo que él ocupaba un puesto muy bajo en la escala de sucesión. Afortunadamente, porque no quería esa carga. Nunca la había querido.

Ben volvió a ofrecerle el kaffiyeh.

–Podrías usarlo como disfraz.

Como no quería discutir, Darin tomó la prenda y la guardó en su bolsa de viaje.

–Alexander Kent me ha dicho que ha pedido ayuda al FBI.

Otra cosa que a Darin no le gustaba, aunque respetaba a Alex Kent, un antiguo agente del FBI y compañero en el club de ganaderos de Texas.

–Prefiero trabajar solo.

Ben dejó escapar un suspiro de frustración.

–¿Debo recordarte que cuando te uniste a la organización aceptaste trabajar en equipo?

Darin no necesitaba recordatorios porque llevaba un año trabajando así, pero esto era diferente. Esto era personal.

–No sabía que en esta misión fuera a necesitar ayuda del FBI.

–Es necesario porque la banda de adopciones ilegales viola la ley federal. Así es como funciona este país.

–Tranquilo, respetaré sus leyes. Y encontraré a Birkenfeld en cuestión de días.

Ben lo miró, escéptico.

–¿De verdad crees que lo encontrarás tan rápido?

Darin se ajustó la funda de su Beretta al hombro y luego se puso una chaqueta negra para ocultarla.

–Birkenfeld no es tan listo como cree, aunque lograse escapar de la policía.

Darin había estado presente en su captura… pero el criminal se les escapó de las manos por el error de un joven policía.

–Entonces, ¿estás seguro de que sigue en Las Vegas? –preguntó Ben.

En condiciones normales, Darin mantendría esa información en secreto, algo que también había jurado cuando se unió al club de los ganaderos. Pero Ben seguía siendo un miembro oficial, aunque estaba retirado de las misiones activas desde su matrimonio.

–Según su abogado, Larry Sutter, sí. Birkenfeld se puso en contacto con Sutter por el móvil y han quedado en un bar de Las Vegas. Yo me haré pasar por camarero…

–¿Sutter también está en Las Vegas?

–Sí, en un hospital, bajo custodia desde que accedió a testificar en contra de Birkenfeld. Parece que estará allí algún tiempo, mientras se recupera de la paliza que le dio Kent.

–¿Alexander Kent le dio una paliza? –exclamó su primo.

–Estaba intentando proteger a su amante. No hay límites para un hombre cuando se trata de defender a la mujer que ama.

Incluso matar, si fuera necesario.

–Cierto. Yo también he pasado por eso.

Darin también, pero él había fracasado mientras Ben tuvo éxito.

Su primo metió las manos en los bolsillos del pantalón y se quedó observándolo mientras abría cajones. Darin intuyó que quería decirle algo… algo que quizá no iba a gustarle.

–¿Estás seguro de que tú eres la persona indicada para esta misión? –preguntó Ben entonces, confirmando sus sospechas.

–Me presenté voluntario. Al contrario que otros miembros del club, yo no estoy casado y no tengo obligaciones familiares.

Nadie lo esperaba en casa. Nadie se preocupaba por sus actividades. Probablemente, nadie lo echaría de menos si le pasaba algo.

–Pues ya es hora de que sientes la cabeza, Darin. Deberías encontrar una mujer con la que compartir tu vida.

Después de guardar el resto de sus cosas en la bolsa de viaje, Darin la cerró con rabia.

–No tengo intención de sentar la cabeza. Tras la muerte de la esposa de Raf, me he dado cuenta de que estamos malditos.

Ben sonrió.

–Pensé que no creías en esas cosas.

–Eso era antes de que…

Antes de que su mundo se pusiera patas arriba con la velocidad de una bala.

–Antes de perderla, lo sé. Y sí, fue una tragedia, pero la providencia quiso que detuvieras a Habib antes de que hiciese más daño. Tú no tenías control de la situación más allá de eso.

–No pienso arriesgarme con otra mujer.

–Pero no te importa arriesgar la vida –dijo Ben–. ¿Por qué no te arriesgas con una mujer, Darin? Yo lo he hecho y no lo lamento en absoluto.

Darin sabía que su primo había encontrado a una mujer muy especial, alguien por quien merecía la pena arriesgarse. Una mujer norteamericana con una determinación y un valor comparables al de cualquier hombre. Entendía que Ben se hubiera enamorado de Jamie porque era todo lo que un hombre podría desear. El amor que sentían el uno por el otro era evidente en cada mirada, en cada gesto; un doloroso recordatorio de lo que él había tenido una vez.

Y una de las razones por las que tenía que abandonar aquella casa. La otra razón estaba gritando: «¡Papá, papá!», mientras entraba en la habitación como una tromba y se abrazaba a las piernas de Ben, su pelo castaño claro flotando sobre los hombros.

Ben tomó en brazos a su hija de dos años y medio.

–Hoy estás llena de energía, yáahil. Pensé que estabas haciendo xúbuz con tu madre y Alima.

Lena arrugó la nariz.

–No me gusta el pan. Quiero galletas –contestó, mirando a su tío–. Ya no tienes barba, Dawin –le dijo, como siempre pronunciando mal su nombre, algo que él encontraba enternecedor.

Darin se pasó una mano por la barbilla recién afeitada.

–No, ya no tengo barba.

Se la había quitado esa mañana para hacerse menos reconocible. También se había cortado el pelo y llevaba un aro dorado en cada oreja. Con un poco de suerte, Birkenfeld no le reconocería.

–Ya estoy listo –sonrió, poniéndose una gorra.

Lena lo miró, inclinando a un lado la cabeza.

–¿Dónde vas, Dawin?

Él le pasó una mano por el pelo.

–A un sitio con muchas luces.

–Yo quiero ir contigo.

–No puedes venir conmigo, pequeñaja.

Darin, Ben y Lena se dirigieron a la puerta, donde los esperaba Jamie.

–¿Te vas otra vez, Darin?

–Sólo unos días.

Jamie se pasó una mano por el abultado abdomen.

–Espero que llegues a tiempo para el nacimiento del niño. Te lo juro, cuando nació Lena pensé que Ben iba a desmayarse…

Su marido la interrumpió con un beso.

–Cuando nació Lena yo estaba muy tranquilo.

–Si tú lo dices, cielo.

Darin necesitaba escapar de allí. Afortunadamente, cuando salió al porche comprobó que el coche había ido a recogerlo para llevarle al aeropuerto. Ver a una familia tan unida era insoportable para él, aunque nunca podría confesárselo a nadie.

Antes de entrar en el coche, se despidió con la mano y Lena le tiró un beso.

La nostalgia de lo que podría haber sido lo abrumó. Su vida sesgada por la crueldad de un criminal que había matado a su padre, a su prometida y al hijo que estaban esperando… Un hombre muy parecido al doctor Birkenfeld, que no respetaba la vida de los demás.

Darin había jurado detener a Birkenfeld a aunque fuera lo último que hiciese en el mundo. Y para hacerlo, el jeque Darin ibn Shakir no podía dejarse llevar por el dolor.

 

 

Los lunes no había mucha gente en el Silver Ace. Era el aburrimiento total, un concepto bien conocido para Fiona Powers. Estudiante de dirección de hotelería por el día, camarera de noche, era siempre lo mismo desde que llegó de Idaho cinco años antes. La vida en Las Vegas no era fácil para una chica de pueblo con sueños de grandeza.

Fiona pasó un paño por encima de la barra, donde a un borracho se le había caído la copa. No había querido seguir sirviéndole alcohol, pero Benny Jack, el otro camarero, insistió en hacerlo. Afortunadamente, el borracho se había marchado cuando Fiona llamó a un taxi… además de llamarle a él un par de cosas por lo bajo.

–No hay mucha gente, ¿eh, Fee-Fee?

Fiona apoyó los codos en la barra.

–Te lo digo por enésima vez. Fee-Fee es un nombre de caniche y, por si no te has dado cuenta, yo no soy un caniche, aunque tenga el pelo rizado. No me siento sobre las patas traseras y no hago pipí en la acera. Pero si fuera un perro, me encantaría clavarte los colmillos en el trasero. No, mejor donde más duele.

Benny sonrió, mostrando una boca casi sin dientes.

–No sabía que te gustase el sadomasoquismo, pelirroja.

Pelirroja. El peor apelativo de todos. Evidentemente, Benny quería morir.

–¿No tienes nada que hacer? No sé, podrías irte a alguna cueva o algo.

Benny enganchó los dedos en los tirantes.

–Pues sí, tengo una cita.

Genial, Benny el mellado tenía una cita y ella tenía que seguir poniendo copas.

–Un consejo, chato. Cuando vayas a buscarla, no la arrastres por el pelo.

Benny sonrió de nuevo antes de salir de la barra.

–Por cierto, dentro de un rato llegará un camarero para relevarte.

–¿Qué camarero?

Benny no contestó porque ya había salido por la puerta de atrás para empezar su cortejo, que seguramente consistiría en un revolcón en el asiento de atrás con alguna tipeja con el pelo lleno de laca.

Y allí estaba ella, teniendo que lidiar con un camarero nuevo del que nadie le había hablado. Ni siquiera Jimmy, el dueño del bar. Pero en fin, al menos podía irse a casa a estudiar. Si el nuevo camarero sabía servir una copa, claro. De no ser así, tendría que entrenarlo. Jimmy solía contratar a los más torpes, como Benny Jack.

Entonces se giró para mirar a los pocos parroquianos del bar: dos tipos de mediana edad con pantalones de poliéster y un hombre mayor que estaba leyendo el periódico y fumando un apestoso puro.

Fiona apoyó la cara en las manos y dejó escapar un suspiro. Sí, otro día en el paraíso. Pero ¿qué podía esperar en un sitio en el que ningún cliente tenía menos de sesenta años? Afortunadamente, las propinas eran buenas. Pero le gustaría que, de vez en cuando, entrase alguien interesante.

La puerta del bar se abrió en ese momento y Fiona esperó que fuese algún octogenario.

Y se llevó la sorpresa de su vida.

El extraño parecía salido del planeta Machismo, donde los hombres sobrevivían sólo de testosterona. Iba vestido de negro, desde la gorra a las botas de combate. Chinos de color negro, camiseta negra, chaqueta negra… ¿chaqueta? Nadie llevaba chaqueta en Las Vegas en el mes de abril a menos que estuvieran escondiendo algo o escondiéndose de alguien. Se dirigía hacia la barra con suprema confianza, como retando a alguien a que lo detuviera.

Fiona se hizo la ilusión de que aquel pedazo de hombre era el nuevo camarero. Pero la ilusión desapareció cuando se sentó en uno de los taburetes con la gracia de una pantera. Y la estudiaba como si esperase que fuera a desmayarse. Fiona no iba a desmayarse, pero le temblaban las rodillas.

–¿Qué quiere tomar, un café, un té?

–Café.

–¿Solo?

–Sí.

No la sorprendió, ni que su voz fuera tan profunda como un pozo. Nunca había visto un rostro de facciones tan perfectas, con una piel del color del chocolate con leche. Evidentemente, el negro era su color, desde los ojos a las larguísimas pestañas, algo que a Fiona le pareció totalmente injusto porque sus pestañas sólo se veían cuando se aplicaba dos capas de rímel. Tenía un pequeñísimo bulto en la nariz, como si se la hubieran roto en algún momento, pero ése era su único defecto y no le restaba atractivo en absoluto.

Fiona se volvió para preparar el café y, mientras esperaba, se arregló la goma con la que sujetaba su pelo, como si así su aspecto fuese a mejorar. La coleta parecía el nido de un pájaro, con algunos mechones perdidos… la blusa azul sin mangas mostraba unos brazos llenos de pecas. Qué mala suerte que aquel bombón entrase el día que estaba más horrenda.

Fiona tomó la taza con las dos manos para no tirarle el café encima. Aunque si se lo tiraba encima tendría que saltar la barra para secarlo. Y si le había calado los pantalones tendría que quitárselos…

«A ver, Fiona, cálmate».

–Es un poco fuerte.

Él la miraba a los ojos.

–Lo prefiero así.

Una frase muy sencilla, pero que le provocó los mismos sofocos que si hubiera dicho «prefiero echar un polvo». Y debería dejar de mirarlo como si le hubiera salido un tercer ojo, pensó, apartándose un poco para colocar unos vasos que ya estaban más que colocados.

Qué absurdo tener una reacción así ante un extraño, se dijo. Un extraño con dos aros en las orejas, además. Parecía un pirata. Y peligroso. Claro que ella no había vuelto a salir con nadie desde que rompió con su prometido, Paul, el criador de patatas. Desgraciadamente, en los últimos dos años no había estado con ningún hombre.

Paul no era del tipo aventurero, no compartía sus sueños de comprar un hotel y le había dicho adiós cuando le pidió que fuera con ella a Las Vegas. Entonces le dolió, pero ahora, con la distancia que da el tiempo, se daba cuenta de que no estaban hechos el uno para el otro. Él prefería la vida tranquila, Fiona las luces brillantes, la emoción de la gran ciudad. Y las aventuras.

La aventura estaba sentada a unos metros de ella; un hombre que, seguramente, le haría pasar la mejor noche de su vida… si se atrevía a insinuarse.

Fiona recordó mentalmente todas las horribles frases que le habían dicho en sus veinticinco años de vida: «¿Te importa si te como la boca?». No, demasiado evidente. «¿Quieres ver el asiento trasero de mi coche?». Imposible. Además, su coche estaba en el taller. Y, aparentemente, también sus dotes de seducción.

Ligar no era su fuerte, pero decidió que era ahora o nunca. Intentaría entablar conversación, sobre cualquier cosa, el tiempo, por ejemplo.

Respirando profundamente, Fiona tomó un paño y fue limpiando la barra en su dirección.

–¿Quiere más café?

–No, gracias –contestó él, mirando sutilmente alrededor, algo que no le pasó desapercibido.

–¿Está buscando a alguien?

–Sí.

Un hombre de pocas palabras. Pero no pensaba dejarse amedrentar.

–¿Una mujer?

–No.

–Muy bien. ¿Y cómo es su amigo? A lo mejor lo he visto por aquí.

–No es mi amigo.

Por el tono ácido, Fiona entendió que podría tener una pelea en mente.

–Entonces, ¿es su enemigo?

–¿Está usted interesada en la astrología?

Una pregunta totalmente inesperada. No parecía el tipo de hombre interesado en la astrología, aunque Fiona empezaba a pensar que la alineación de los planetas controlaba el destino de la gente. A ver, ¿dónde estaba ese hombre alto, guapo y moreno cuando Marte se alineaba con Venus? Pues allí mismo, delante de ella.

–La astrología es interesante. De hecho, seguro que es usted Escorpio.

El signo del sexo.

–Así es.

¡Bingo! «Fiona, qué lista eres».

–¿Y usted es Leo?

No, era Piscis. Pero si él quería que fuera Leo, sería Leo. Además, le gustaban mucho los leones… de hecho, cada vez que lo miraba, le daban ganas de rugir.

–¿Cómo lo ha adivinado?

Él vaciló un momento.

–No imaginaba que sería usted una mujer.

Oh, no. ¿Tan horrible estaba? ¿Y qué creía que llevaba bajo la blusa, dos pelotas de fútbol? Sí, tener mucho pecho siempre le había parecido una maldición para una mujer bajita, pero nunca se le habría ocurrido pensar que a alguien le parecerían falsas.

En fin, después de todo aquello era Las Vegas y, con su mala suerte, seguro que él era gay.

–Pues sí, soy una mujer. Pero si le gustan las drag queens, los clubs están en el centro.

–No, no, quería decir que no me habían informado de que lo fuera.

Fiona arrugó el ceño. ¿Qué quería decir con eso?

–¿Se puede saber qué está buscando?

Antes de que él pudiera contestar, el borracho al que Fiona había echado una hora antes volvió a entrar en el bar pidiendo una cerveza.

–No pienso servirte otra cerveza, Chuck. Ya te lo he dicho.

–Sólo una.