Atlántida - Una Aventura De Dane Maddock - David Wood - E-Book

Atlántida - Una Aventura De Dane Maddock E-Book

David Wood

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Beschreibung

Atlántida - Una Aventura De Dane Maddock

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Atlántida - Una Aventura de Dane Maddock

David Wood

––––––––

Traducido por Paz González Kovacic 

“Atlántida - Una Aventura de Dane Maddock”

Escrito por David Wood

Copyright © 2014 David Wood

Todos los derechos reservados

Distribuido por Babelcube, Inc.

www.babelcube.com

Traducido por Paz González Kovacic

Diseño de portada © 2014 Trisha Thompson Adams

“Babelcube Books” y “Babelcube” son marcas registradas de Babelcube Inc.

Tabla de Contenidos

Página de Titulo

Página de Copyright

Dedicatoria

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Epílogo

Palabras del Autor

Sobre el Autor

Dedicatoria

Dedicado a mi amiga Tamara “Myra” Bodrick, quien le da vida a Tam Broderick. Gracias por dejar que te robe tu identidad y tus dichos concisos.

Prólogo

—Hemos evacuado la ciudad, Eminencia. —Albator cambió su peso de un pie al otro y dio una rápida mirada a la puerta del templo—. Sólo quedamos nosotros dos y unos pocos acólitos que esperan sus instrucciones para bloquear la puerta.

—Lo has hecho bien, hijo mío. Ya es momento de irte. —Paisden señaló con su largo dedo la salida—. No querrás estar aquí cuando ellos lleguen.

En los ojos grises de Albator se reflejaba la lucha interna que tenía entre el instinto de sobrevivir y su obligación para con su cargo. Sin duda, él quería alejarse de allí, pero como era el acólito de más alto rango de Paisden, su lugar se encontraba en el templo. Sus labios formaron palabras sin sonido y sus pies siguieron con su danza de indecisión.

—Tal vez no vengan en son de guerra —consiguió decir—. ¿Por qué los señores nos harían esto? Estamos de su lado.

—Nosotros somos su más grande error o, al menos, es lo que ellos creen. —La calma exterior de Paisden reflejaba la serenidad que viene con el hecho de aceptar el propio destino—. Sienten que nunca deberían habernos dejado salir de la ciudad madre. No nos aferramos a las viejas costumbres. Nosotros interferimos.

—¡Nosotros ayudamos! —Se quitó un mechón de cabello grasiento de su frente alta. Su voz adoptó un tono estridente—. La gente no sabía nada. Les enseñamos mucho. Mejoramos sus vidas.

—Los señores no lo ven de esa forma. En sus mentes, el conocimiento no era lo que debíamos dar. Y luego estaban aquellos de nosotros que no frenaron sus más bajos instintos.

Las mejillas rojas de Albator confirmaron algo que Paisden había estado sospechando durante mucho tiempo.

—¿Quién es ella? —Ahora Paisden lamentaba las largas horas que había pasado en el templo. Quizás, si se hubiese aventurado a salir más a menudo, habría sabido más acerca de la vida de Albator.

Albator bajó la mirada. —Su nombre es Malaya y es amable y hermosa. Si los señores pudieran ver cuánto nos preocupamos el uno por el otro, tal vez podrían comprender una unión como la nuestra...

—¿Siempre será una abominación para ellos? Sobre esto y, en muchas otras cosas, ellos son intratables. —Paisden odiaba tener que parar en seco al joven, pero mientras más pronto terminara esta conversación, más pronto podría Albator ponerse a salvo—. Ahora, ve con tu mujer. No es demasiado tarde para que ustedes dos puedan construir una vida juntos. Me complace exonerarte de tus obligaciones para con el templo.

—Yo no quiero eso. —Albator levantó las manos y dio un paso hacia atrás.

—Lo que quieras ya no importa. —Las palabras de Paisden fueron pronunciadas como una bofetada en la cara—. Para mañana a esta hora ya no habrá templo.

—Debemos luchar contra ellos. —Albator miró a su alrededor como si buscara un arma—. Nosotros somos muchos más que ellos.

—Imposible. Sabes que no tenemos nada con qué luchar. Durante años, con el pretexto de necesitar recursos en otras partes del imperio, los señores nos han despojado paulatinamente de nuestras armas y fuentes de energía. Para cuando nos dimos cuenta de lo que estaba sucediendo sólo teníamos una máquina y nada con que accionarla.

Paisden hizo una mueca de dolor. El recuerdo de su propia ingenuidad golpeada. Recordó las súplicas de auxilio de sus ciudades hermanas – súplicas a las que fue incapaz de responder. Los desastres, ninguno de ellos naturales, cayeron sobre las ciudades hasta que sólo quedaron Paisden y sus seguidores. Envió emisarios a los señores, pero ninguno de ellos regresó.

Y luego, ayer, regresó un único mensajero, tan débil por el hambre y el cansancio que apenas podía caminar, se tambaleó en el templo y pronunció tres palabras:

—Ellos ya vienen.

Entonces, Paisden se puso en acción, le ordenó a todos que huyeran hacia el interior y que tomaran solamente lo que pudieran llevar en sus espaldas, pues sabía la clase de armas usarían los señores contra ellos y no tenía el poder para detenerlas. Cuando el mensajero recuperó algo de sus fuerzas, le dijo a Paisden que tal vez los señores estaban a un día detrás de él. Y así es como, finalmente, Paisden supo los días que le quedaban.

—No hay nada más que puedas hacer. Nuestra gente necesitará a un líder y tú eres su vínculo más fuerte que les queda con el templo. Tú y los otros acólitos deben cerrar la puerta e irse antes de que sea demasiado tarde.

—No soy un vínculo más fuerte que tú. —El destello de perplejidad que había en sus ojos se disolvió al entender—. ¿Quieres decir que te quedarás aquí?

—Lo debo hacer. Le he jurado a este templo. Si el destino quiere mi vida, que así sea.

—No puedes. —Una lágrima se deslizó por la mejilla de Albator—. ¿Hay algo que pueda decir para que cambies de idea?

—No. —Paisden abrazó al joven que era lo más parecido a un hijo que alguna vez tendría. Le dio un beso a Albator en cada mejilla, saboreó sus lágrimas saladas y el sudor y, luego, gentilmente, lo empujó hacia la puerta.

Albator miró de reojo por una única vez sobre sus hombros mientras salía hacia la luz del sol. Unos momentos después, él y los otros comenzaron a apilar piedras en la puerta del templo. Pronto, estaría oscuro y Paisden estaría solo.

Paisden le dio un último vistazo al lugar que había sido su hogar desde su juventud. Aunque había sido construido por manos humanas, el templo era perfecto. Cada piedra encajaba a la perfección, cada línea era perfectamente recta, tal como el pueblo de Paisden les había enseñado. Miró por última vez al sol, respiró profundamente el picante aire salado y luego se fue a lo suyo.

No miró ni una sola vez a la estatua que dominaba la habitación, pero pasó la mano por la suave y fría superficie de la baranda del altar mientras se dirigía a lo más profundo del templo. En la cámara secreta, subió por un empinado pasillo que conducía a sus habitaciones ocultas. A pesar de sus años, aun subía sin dificultad. Con su inminente muerte, saboreaba cada respiración, cada sensación. El pasillo de roca parecía vivo bajo sus manos, cada gota de sudor parecía un ser viviente que bailaba a los largo de su cuerpo.

Por fin se metió en su celda. Era una habitación pequeña y oscura, sin embargo, encontró consuelo en la estrecha habitación. Quería dormir, pero se había impuesto una tarea digna de sus últimos años y la vería terminada. Encendió un cirio que estaba empotrado en la pequeña puerta con un bloque de piedra y reunió las herramientas que necesitaría.

Dejó el martillo, el cincel y las tablillas de piedra de lado. Había muy poco tiempo. En cambio, llenó varios marcos de madera con la arcilla seca, le añadió agua, los agitó y luego los alisó. Sus tablas estaban listas, encontró un lápiz de madera afilado, se acomodó en su jergón y comenzó a escribir la historia de su pueblo.

Capítulo 1

Sofía Pérez se pasó la mano por la frente y miró a lo lejos a través de los hermosos apartamentos de Marisma de Hinojos. El calor se elevaba como en ondas desde la tierra reseca, brillando bajo el sol del verano. Los trabajadores quemados por el sol iban debilitando el barro cocido mientras excavaban los canales que rodeaban el lugar. El roce de las herramientas de excavación con la tierra dura y fragmentos de conversación flotaban por el paisaje árido. Era difícil creer la transformación que habían sufrido desde el comienzo de la primavera los pantanos salobres en las afueras de Cádiz, España, a causa de la sequía. Considerando el nivel de financiación de su principal donante, el progreso del trabajo no sólo estaba previsto, sino que también era exigido.

—Aquí hace más calor que en el mismísimo infierno. —Patrick se abanicó con su casco de paja. Su piel blanca no aguantaba mucho tiempo bajo el sol español. De hecho, todo su cuerpo brillaba tan rojo como su pelo debajo de una gruesa capa de protector solar—. No sé cómo lo soportas.

—Soy de Miami. Esto no es nada. —Eso no era del todo cierto. Ella siguió hasta alcanzar su mochila para sacar el frasco de bloqueador solar en aerosol para proteger su piel de color aceituna. Odiaba las quemaduras de sol - la picazón, la forma en que su ropa se restregaba fuerte en todos los lugares equivocados. Era algo que ella evitaba a toda costa. Se dio cuenta de la forma en que las comisuras de la boca de Patrick se torcieron y levantó una ceja—. Entonces, ¿te vas a quedar ahí tratando de no sonreír o me vas a decir qué pasa?

—Te necesitan en mi sección. —Dejó de abanicarse—. Creemos que hemos encontrado la entrada al templo.

Ahora era su turno de mantener sus emociones bajo control.

—No vendas la piel del oso antes de cazarlo —dijo ella en voz baja.

—¿Qué es eso?

—Algo que mi abuela solía decir. Significa “no vendas la piel del oso antes de cazarlo”. —Se permitió hacer una triste sonrisa al recordarla. Su abuela había estado tan orgullosa cuando se graduó de la universidad, sin embargo, no le impresionó cuando ella decidió estudiar arqueología como carrera. Aunque había estado esperando que hubiese un abogado en la familia.

—Te concedo que es más interesante que el famoso “no cuentes los pollos antes de que nazcan”. Ahora, ¿vienes?

Avanzaron por el ocupado lugar de trabajo saludando a los trabajadores que les hacían señas de saludo con las manos. Los ánimos estaban arriba. Ésta había sido una tarea polémica desde el principio y todo el mundo temía que pudiese terminar como un punto negro en sus hojas de vida. Sofía tenía más esperanza que confianza, pero la paga era demasiado buena como para dejarla pasar. Desde entonces, sus resultados continuaron justificándola. Los círculos que habían sido descubiertos a través de las imágenes satelitales y que se burlaban de lo que casi todo el mundo había demostrado, en la excavación eran canales rodeados por un anillo. Y en el centro...

—El Templo de Poseidón. —La sonrisa beatífica de Patrick lo hacía parecer diez años más joven—. No puedo creer que realmente lo hayamos encontrado. Es casi como un sueño.

Sofía trató de ignorar el pálpito que sentía en su pecho al escuchar esas palabras. —Eres un científico, Patrick. Sé profesional.

—Aun cuando no sea lo que creemos que es, sigue siendo un hallazgo espectacular. La arquitectura es clásica, la divina proporción se encuentra en todos lados. Hemos descubierto un pasillo que se extiende hacia abajo en el templo, exactamente en el mismo ángulo que uno de los pasillos en la cámara de la reina en la Gran Pirámide, excepto que es mucho más grande. Unos cuantos centímetros y yo mismo habría bajado hasta allí. Es un gran hallazgo, Sofía. Vamos a aparecer en los libros de historia.

—No podemos sacar conclusiones hasta que no entremos y veamos qué es exactamente con lo que nos encontramos. Sería muy vergonzoso si le dijéramos al mundo que hemos encontrado el legendario templo en el corazón de la Atlántida y que después resulte ser el edificio de almacenamiento de granos.

—Te apuesto una romántica cena a la luz de las velas a que no es el almacén de granos.

Sofía se rio. —Aunque gane la apuesta sigo perdiendo. Sólo estoy diciendo que necesitamos estar seguros antes de decirle a alguien de afuera acerca de esta excavación. Es cosa de sentido común.

Patrick bajó la mirada y se dio la vuelta.

Sofía se detuvo en seco, lo agarró por el hombro y tiró de él para que la mirara. —Dime que no lo hiciste. —La mirada en sus ojos era la respuesta que ella necesitaba.

—Sólo envié un texto. Se supone que debía informar si encontrábamos algo prometedor. Tienes que admitirlo. —Señaló la punta del techo del templo que se levantaba por sobre la tierra—. Esto es interesante.

Ella no pudo discutir con él. El templo, aunque a pesar de sus declaradas reservas, estaba claro qué es lo que era y estaba extraordinariamente bien conservado. El grabado en el frontón, la parte superior de la fachada del templo, mostraba a un Poseidón enojado que golpeaba su tridente en el mar enviado feroces olas en todas direcciones. Las columnas que lo sostenían eran enormes columnas estriadas con acanaladuras cóncavas paralelas. En sus puntas, los capiteles, las piezas de la cabeza que estaban acampanados hacia fuera para apoyar la viga horizontal debajo del frontón, estaban talladas para asemejarse a las garras de una criatura marina a escala, dando la impresión de que el techo estaba en las garras de una bestia primigenia. La vista hacía que un escalofrío le corriera por la espalda.

—¿A quién le dijiste?

—Al señor Obispo. Quiero decir, le dije a su asistente. Es el único número que tenía. Se están quedando en algún lugar cerca de aquí por lo que podemos esperar que nos visiten. —Su voz tenía un tono de súplica—. Vamos, Sofía. Prácticamente están pagando casi todo el costo de la excavación. Nos han dado todo lo que podríamos desear. ¿Crees que podríamos haber escrito pidiendo subvenciones para encontrar la Atlántida en el sur de España y que hubiésemos conseguido todo menos el ridículo para nuestro problema?

—Ya lo sé. —Odiaba admitirlo, pero él tenía razón—. Es que simplemente me extraña que la Iglesia nos pague para encontrar a la Atlántida. El Arca de Noé podría ser, ¿pero esto? Es raro.

—A mí no me importa, siempre y cuando los cheques sigan llegando. Ahora, ¿qué tal si dejas de preocuparte por eso y bajamos para que puedan abrir esta puerta? Dijiste que no abriéramos nada si tú no estabas y lo tomamos al pie de la letra.

—Bien. Me alegra que uses el sentido común cuando tienes que hacerlo.

Patrick hizo la mímica de apuñalarse el corazón y luego se hizo a un lado para que ella pudiera ser la primera en llegar al lugar de la excavación. Una escalera de doce metros bajaba hasta el pozo donde se estaba realizando la excavación. Ella bajó por la escalera y casi pierde el equilibro una vez mientras soñaba despierta con lo que podrían encontrar en el interior.

Había varias personas cerca de la entrada del templo. Ellos habían despejado toda la parte frontal del templo y la parte posterior a través de los pronaos, la superficie cubierta que conducía a las naos, la estructura central encerrada del templo y, ahora esperaban a que ella les diera la orden. Ella casi podía sentir la emoción mientras subía los peldaños y se acercaba a la puerta. ¡Había llegado el momento!

—La puerta es rara. —Patrick se sacó el casco y se rascó la cabeza—. Esto no es una puerta en absoluto. Es como si fuera un parche.

Ella no necesitó pedirle que se explicara. La parte expuesta de las naos era de mármol sólido. Por el contrario, la puerta de entrada estaba sellada con piedras sueltas y mortero.

—Parece como si quisieran impedir que algo entrara. —Ella pasó los dedos por la roca áspera—. ¿Tal vez sabían que todo se inundaría?

—O, tal vez querían que algo se mantuviera adentro. —Patrick puso una cara de susto provocando la risa de una regordeta estudiante de posgrado.

Sofía se limpió las manos en sus pantalones cortos y dio un paso atrás. —Despéjenla con cuidado. Traten de dejarla en una sola pieza si es que pueden.

El equipo no necesitó que se lo repitieran. Claramente, esto era lo que estaban dispuestos a hacer desde el descubrimiento de la entrada. Trabajaron con una eficiencia que la hizo sentir orgullosa. Más pronto de lo que ella hubiera creído posible, ellos trabajaron para liberar la tapa.

—Damas primero. —Patrick hizo una reverencia burlona y le hizo una seña para que entrara en el templo.

Sofía se detuvo en la girola, arrugó la nariz por el aire rancio que flotaba a través de la puerta y trató de calmar los latidos de su corazón. ¿Estaba a punto de realizar uno de los más grandes hallazgos arqueológicos de todos los tiempos? Con el corazón latiendo a mil por hora, buscó su linterna, la encendió y dirigió el tambaleante haz de luz hacia el interior.

La celda, la cámara interior, no había salido ilesa en el desastre que sobrevino a la ciudad. El suelo estaba cubierto por una capa de limo de un metro de profundidad y todo alrededor mostraba signos de deterioro, pero podría ser peor. Mucho peor. Este lugar había estado cerrado a cal y canto y rápidamente debe haber sido cubierto por la tierra y la arena, al menos, rápido para los estándares geológicos, por haberlo conservado en tan perfecto estado. La Madre Tierra lo había envuelto en su manta protectora, protegiéndolo de los estragos del tiempo.

Ella pasó la luz por la habitación y, lo que vio la dejó sin aliento. Columnatas dobles, las columnas con forma de tentáculos que se retorcían de una serpiente marina se extendían a lo largo de la sala enmarcando una magnífica vista.

—¿Qué ves? —Patrick se había quedado atrás, como si supiera que debía hacerlo, pero su tono de ansiedad indicaba que no esperaría mucho más tiempo.

—¡Poseidón! —Una estatua de seis metros de altura del dios griego de pie en lo alto de una tarima en el centro del templo. Similar a la imagen que había en el frontón exterior, este era un dios iracundo que impulsaba olas furiosas ante él. A diferencia de tantas interpretaciones modernas, esta no era la imagen de un abuelo sabio con el cabello y barbas grises, sino que era la imagen de un dios joven y viril con el pelo castaño y con músculos largos y vigorosos. ¡Un momento! ¿Cabello castaño?

—¡Todavía se puede ver algo de la pintura! —Mediante el uso de la luz ultravioleta, los investigadores habían determinado que los griegos habían pintado sobre sus esculturas, a veces con colores primarios brillantes, otras veces con tonos más tenues y naturales. Así, las estatuas de mármol clásico que se veían en los museos contemporáneos no reflejaban con exactitud su aparición en la antigüedad. Esta escultura parecía haber sido realizada con el último estilo. Además de los vestigios de color marrón en el cabello, ella podía ver toques de color piel cremosa, así como manchas de plata en su tridente. Las olas bajo sus pies estaban manchadas con aguamarina y las crestas estaban veteadas con blanco. ¿Había goteras en el techo que erosionaban la pintura o, los pigmentos se habían desvanecido con el tiempo? Una de las muchas preguntas que sin duda tratarían de responder mientras estudiaban este fabuloso lugar.

Su equipo no podía esperar más y detrás de ella la gente se abarrotaba sumando las luces de sus propias linternas a la escasa luz que ella proporcionaba.

—Guau. —Patrick enfocó la luz de su linterna sobre la estatua de Poseidón tropezándose en la tierra suave y desigual—. Es simplemente... —Las palabra le fallaron así es que sacudió la cabeza sin dejar de contemplar la escultura del dios del mar.

—¿Qué era lo de Stonehenge? —La estudiante de posgrado que se había divertido tanto con Patrick, indicó un círculo de piedra que rodeaba la estatua. Aunque eran de mármol y sus líneas afiladas, las bases gruesas y su disposición circular sugerían un Stonehenge en miniatura.

—Supongo que es un altar. —Se sentía tan abrumada por el templo que Sofía encontraba que pensar era todo un reto.

—Y hay un obelisco donde debería estar la piedra del talón. —Patrick rodeó la estatua levantando una nube de polvo a su paso—. Oigan, esperen un minuto. —Se quedó paralizado—. ¿Sofía?

—¿Qué es? —Se unió a él al otro lado de la estatua y siguió su línea de visión. La pared del fondo que dividía la celda de la cámara secreta, el área a la que solo los sacerdotes eran admitidos, se inclinaba lejos de ellos y cada capa de piedra se hacía cada vez más pequeña, dando la ilusión de...

—Una pirámide —susurró Patrick.

—¿Por qué no? Aquí tenemos un obelisco. Quizás, de alguna manera, la Atlántida fue una precursora cultural tanto para los griegos como para los egipcios. —Ella quería golpearse por proferir tal teoría sin examinarla antes. Dichas suposiciones eran poco científicas y poco profesionales. Dirigió la luz de su linterna hacia la cámara secreta y casi la dejó caer.

La luz se reflejó en un artilugio de metal plateado que estaba apoyado sobre cuatro pilares de piedra. Se trataba de un armazón en forma de pirámide hecho de metal que se parecía al titanio. Suspendido debajo de él había un recipiente de metal con forma de antena parabólica. La pirámide estaba coronada por una mano de plata que la sujetaba. Sólo los jeroglíficos que estaban alrededor de la tapa justo debajo de las manos parecían provenir del mundo antiguo. De otro modo, su aspecto era completamente moderno...

...y completamente alienígena.

Capítulo 2

—¿Qué diablos es esa cosa? —Las palabras de Patrick susurradas en un tono reverencial le dio voz a los propios pensamientos de Sofía.

—Todo el mundo quédese afuera hasta que yo los llame. —Ella quería hacer un registro fotográfico completo de todo antes de que alguien más entrara a la cámara. Pero más que eso, quería experimentar por sí misma el poder conseguir la sensación de espacio y permitir que su intuición le hablara. Era algo que siempre había hecho – era su forma de comunicarse con el pasado.

Rodeó el extraño artefacto preguntándose qué demonios era. Nunca había visto algo parecido a eso en un lugar del mundo antiguo, pero aquí estaba, en el interior de un templo que durante los últimos milenios había estado enterrado bajo seis metros de sedimento. Le tomó unos pocos minutos fotografiar la cámara antes de girarse hacia una pequeña puerta que había en la pared posterior. Se agachó para pasar a través de ella y se encontró en una pequeña habitación que, para su sorpresa, estaba débilmente iluminada por la luz del sol. Vio que la luz entraba por un hueco que estaba en lo alto en la pared opuesta encima de una plataforma de piedra que podría haber sido la cama de un sacerdote. Acercándose un poco más para mirar, vio un cuadrado de cielo en el otro extremo. Éste había sido el hueco que su equipo había limpiado. Patrick tenía razón. Parecía ser una versión más grande de un ducto de ventilación de una pirámide.

—Sofía. —Patrick la llamó con un tono suave pero urgente desde la celda—. El señor Obispo está aquí y trajo a unos hombres armados.

—¿Qué? —Ella se giró en redondo—. Eso no tiene sentido. ¿Por qué necesitarían estar armados?

—No lo sé. Algunos de ellos son de la Guardia Civil y los otros parecen americanos.

En ese mismo momento, el fuego estalló en algún lugar fuera del templo reverberando por la cámara de piedra como truenos. Un último grito rasgó el aire que en un instante fue cortado por un solo tiro.

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