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Un pequeño bloque de hielo vive debajo del puente de Brooklyn en Nueva York. Se llama Blocdegel y tiene un sueño: Visitar la ciudad, pero hay un problema, y es que se puede deshacer fácilmente. Gracias a un buen amigo, podrá hacer su sueño realidad, y descubrirá los lugares más bonitos de esta magnífica ciudad… Pero su aventura le llevará más allá de lo soñado, pues terminará en un lejano árbol de Navidad que compartirá con muchos amigos.
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Seitenzahl: 17
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Ocho Suricatos
© del texto: Conxita Marlés Tortosa
© de las ilustraciones: Júlia Mose
© corrección del texto: Equipo BABIDI-BÚ
© de esta edición:
Editorial BABIDI-BÚ, 2020
Fernández de Ribera 32, 2ºD
41005 - Sevilla
Tlfn: 912.665.684
www.babidibulibros.com
Primera edición: noviembre, 2020
ISBN: 978-84-18499-47-0
Producción del ebook: booqlab
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra»
A mi marido, Albert, y a mi hijo,Xavi, por su apoyo incondicionalen mi nueva faceta.
A mis padres, Emili y Carmen,que estén donde estén, espero quelo lean y lo disfruten.
Al resto de mi familia, y especialmentea Anna Marlés Torres, por su ayuda.
Una noche estrellada
Descubriendo a Blocdegel
¡Quiero ir a la ciudad de los rascacielos!
Haciendo de la ilusión una realidad
Paseando por la ciudad
Un nuevo joven en la ciudad
El genio de Central Park
En busca de trabajo para el regreso
Barcelona
Feliz navidad desde Barcelona
¡Piensa sobre el cuento!
Se levantó preocupada por los últimos acontecimientos del trabajo. Hacía días que no la dejaban dormir.
En la habitación hacía demasiado calor, y era difícil conciliar el sueño, debido a la fatal circunstancia de soñar con lo que no le gustaba: el trabajo. Roger dormía plácidamente.
Ana se puso el batín rosa, aquel que el chico del supermercado solía ver cuando le llevaba el encargo, y ella, entre cierta vergüenza y un «tanto me da igual que me vean de esta manera», intentaba disimular que no le importaba. Era el batín rosa de su vida. Lo conservaba desde sus ocho años, y un día decidió que no lo tiraría nunca. Y si alguien lo encontraba ya ridículo, peor para él.