Cartas escritas en Suecia, Noruega y Dinamarca - Mary Wollstonecraft - E-Book

Cartas escritas en Suecia, Noruega y Dinamarca E-Book

Mary Wollstonecraft

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Beschreibung

Selección de cartas escritas durante el largo viaje que emprendió Mary Wollstonecraft por Suecia, Noruega y Dinamarca; se ha considerado que, en conjunto, este epistolario constituye una obra seminal en el desarrollo del lenguaje del romanticismo inglés. La autora crea una nueva literatura epistolar en la que reflexiona sobre el progreso y el estado de las naciones, al tiempo que plasma sus impresiones del paisaje, la flora y la fauna, los habitantes de los pueblos que visita, sus costumbres, así como la experiencia que todo esto va dejando en su alma.

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Cartas escritas en Suecia, Noruega y Dinamarca

20 años de cien Pequeños Grandes Ensayos que caben en la palma de la mano

colecciónPequeños Grandes EnsayosUniversidad Nacional Autónoma de MéxicoCoordinación de Difusión CulturalDirección General de Publicaciones y Fomento Editorial

Índice de contenido
Prólogo
Aviso
Carta I
Carta IV
Carta V
Carta VI
Carta VIII
Carta XIII
Carta XV
Carta XVII
Carta XXIV
Carta XXV
Dover
Cronología de Mary Wollstonecraft
Bibliografía mínima
Aviso legal

Prólogo

Una mujer sola, de pie frente a una enorme cascada, contempla el torrente de agua que cae con fuerza y contrasta con un cuerpo frágil que bien podría desaparecer de la faz del mundo en cualquier momento arrastrado por la corriente. Con la imagen de la cascada, Mary Wollstonecraft da cuenta de su proceso de pensamiento y de la relación que guardan experiencia, sensibilidad, naturaleza y mundo con la mente humana. En la carta donde narra este suceso dice: “Me parecía igual de imposible detener el flujo de mis pensamientos que frenar este torrente –siempre cambiante, siempre igual–. Extendí mi mano hacia la eternidad, por encima del oscuro porvenir que se abría ante mí ” (carta xv). En ésta, como en otras cartas, somos cómplices de procesos internos y externos que Wollstonecraft trata de capturar, ordenar y comprender a través del lenguaje. Una, entre las muchas preguntas que se sondean en estas cartas, destaca en particular: ¿Por qué nos atamos a la vida y extendemos la mano por encima del abismo?

Si bien Mary Wollstonecraft es recordada por ser la autora de la que es, quizás, la primera defensa sistemática de los derechos de las mujeres en la modernidad, la Vindicación de los derechos de la mujer (1791), sus Cartas escritas en Suecia, Noruega y Dinamarca (1796) no han recibido toda la atención que merecen en círculos no especializados, incluso cuando ésta fue su obra más leída y celebrada en vida. Como indica su título, el conjunto de 25 cartas, de las cuales aquí se presenta una selección, narra su breve estancia en los tres países nórdicos durante un viaje sobre el cual se ha especulado mucho. Wollstonecraft a menudo describe los motivos detrás de sus movimientos a través de estos espacios como “cuestiones de negocios”, aunque su narración nunca revela qué tipo de transacciones está llevando a cabo. Se conjetura que la escritora iba en representación de Gilbert Imlay, su pareja sentimental, en busca de un cargamento de plata que había quedado varado en Gotemburgo y que probablemente iba a usarse para comprar alimentos que se enviarían a una Francia aún conmocionada por el proceso revolucionario. Más allá de esta circunstancia, Wollstonecraft aprovecha este viaje para llevar a cabo un ejercicio literario altamente experimental, en el que combina modalidades conocidas de la literatura de viajes con nuevas técnicas de exploración de la subjetividad a través de la escritura.

En las Cartas, la autora viaja por un terri­torio remoto y desconocido para ella y sus dos únicas compañeras de viaje: su hija Fanny, de apenas un año de edad, y una silenciosa e incondicional cuidadora francesa de nombre Marguerite. Con el espíritu filosófico e ilustrado que caracteriza buena parte de su prosa, Wollstone­craft especula sobre temas como el progreso, el estado de las naciones, así como las determinaciones económicas y sociales que inciden sobre los espacios geográficos por los que transita con la mirada desprendida y serena de quien los evalúa “objetivamente” desde la distancia. Wollstonecraft no sería la primera en registrar con gran éxito su experiencia específica de viaje como mujer durante ese siglo. Antes que ella, las Turkish Embassy Letters (1763), escritas por la aristocrática Mary Wortley Montagu, y una de las obras más influyentes en la construcción del orientalismo en Europa, habían gozado de gran éxito comercial. Las cartas de Wollstonecraft sin duda comparten rasgos con las de Montagu y las de tantos otros viajeros “objetivos” del siglo xviii. Pero al mismo tiempo, y en contrapunto con aquel estilo, las cartas se insertan dentro del género del “viaje sentimental”, característico de las últimas décadas del siglo xviii, en donde quien escribe se deja llevar por la experiencia subjetiva de la travesía y pretende dejar registro de las impresiones que el entorno va dejando en el alma a través de los sentidos. De manera palpablemente consciente, Wollstonecraft se encarga de llevar esta inspección de sus propias sensaciones a tal profundidad que parece inventar un nuevo género de escritura. La viajera solitaria explora panoramas sublimes y trayectos temerarios de regiones que, para la mentalidad inglesa de ese tiempo, resultaban lejanos e inhóspitos y casi imposibles de nombrar. Pero, al mismo tiempo, va enunciando e inventando un lenguaje específico para fraguar un minucioso paisaje interno. Las indagaciones que hace la escritora de sus propios estados de ánimo remiten veladamente a las angustias provocadas por la inminente ruptura con su pareja sentimental y a sus intentos de conjurar a esa otra leal compañera de viaje, la melancolía, que Wollstonecraft reconoce como un enorme fardo que hace tanto más pesado el viaje, pero al que también atribuye la apertura de sus sensibilidades y, por tanto, su plasticidad poética.

No quiero reproducir en esta breve introducción la tendencia en la historia literaria a valorar y juzgar las obras escritas por mujeres exclusivamente a partir de su biografía debido a que considero que, en ocasiones, esto ejerce una forma sutil de borradura de su labor profesional, en donde la obra pasa a segundo plano frente a la circunstancia, que se antoja más interesante cuanto más trágica. Pese a esto, creo que algunas coordenadas vitales son insoslayables para entender el valor de la peculiaridad literaria de las cartas, así como el proceso de indagación de alguien que se mueve y reflexiona desde un punto de vista específico.

Aunque el relato historiográfico general sobre la vida intelectual de las mujeres en el pasado tiende a representar la autonomía económica como una falla sistémica, Mary Wollstonecraft, al igual que otras escritoras y novelistas del siglo xviii, vivió de sus propios ingresos casi durante toda su vida. Criada en el seno de una familia acomodada venida a menos a raíz de las deudas del padre, a quien la escritora describía como un hombre violento y autoritario, podemos suponer que Wollstonecraft elaboró sus primeras reflexiones feministas a partir de su propio núcleo familiar. El maltrato al que estaba sujeta su madre y la dependencia económica del cual surgía dieron pautas a la escritora para formular críticamente la importancia de la autonomía económica como punto de partida para la emancipación femenina. Bien por necesidad o por convicción, Wollstonecraft trabajó como institutriz, revisora, traductora o escritora profesional, y su autonomía sin duda dio sustento a algunos de los alcances de su propia escritura que, pese a todas las dificultades, ejerció en libertad.

Buena parte del proceso de reflexión que encontramos en los textos que aquí publicamos proviene de la experiencia directa del mundo filtrada a través del tamiz de un intenso sentido crítico. Al igual que muchas otras mujeres educadas de la época, Wollstonecraft había trabajado como institutriz para obtener sustento económico, pero su interés en temas educativos rebasaba lo laboral y se relacionaba estrechamente con su reflexión y práctica política. Las reflexiones de la autora en torno a asuntos de crianza, salud y educación de niños y niñas la llevaron a fundar, junto con su hermana Eliza, una escuela y a escribir sobre estos temas. Pronto, sin pertenecer a las altas esferas culturales y sin haber gozado de los privilegios de una educación formal, Wollstonecraft empezó a abrirse paso entre los círculos intelectuales londinenses, a partir de la publicación de sus textos de crítica educativa, literaria y social, y con el apoyo de quien sería su editor a lo largo de su vida, el exitoso impresor de textos radicales Joseph Johnson (1738-1809).

La participación de Wollstonecraft en los círculos intelectuales radicales no se circunscribió sólo al ámbito teórico, sino que implicó una postura vital que parecía encarnar la consigna de que “lo personal es político” en sus relaciones sentimentales; consigna difícil de perseguir hasta sus últimas consecuencias en cualquier momento de la historia, pero incluso más en uno en el que el doble estándar sobre el comportamiento sexual de las mujeres frente al de los hombres era tan profundamente desigual. Desde su vínculo con el pintor suizo Henry Füssli, a quien parece haberle propuesto vivir en un matrimonio de tres (lo cual no fue del agrado de la señora Füssli, quien pronto se encargó de alejar a Wollstonecraft de sus vidas), hasta la relación con el interlocutor de las Cartas, Gilbert Imlay,a quien la autora conoció en París en el contexto de los días de terror que siguieron al entusiasmo inicial de la Revolución francesa, Wollstonecraft trató de llevar a la práctica algunas de sus posturas políticas sobre las relaciones entre los hombres y las mujeres y asumió, no sin una buena dosis de amargura, las decisiones de su vida, incluida la de criar a su pequeña hija Fanny Wollstonecraft como madre soltera ante la falta de compromiso por parte de Imlay, con quien la escritora trató de construir un núcleo familiar fuera del convencional contrato matrimonial.

Las cartas de Wollstonecraft a menudo se han leído dentro del marco de esta ruptura amorosa con Imlay, interlocutor que se antoja una suerte de donjuán descafeinado. Para quienes leen las cartas desde ese marco, Wollstonecraft se presenta como una mujer locamente enamorada, que cometió la imprudencia de tener una hija fuera del matrimonio y pasa este periodo de su vida tratando de hacer que Imlay vuelva con ella. Incluso hay quien interpreta este misterioso viaje a Escandinavia como un esfuerzo desesperado por parte de la escritora por recuperar sus afectos, hasta que, a su regreso, cae en la cuenta de que ha sido suplantada por un nuevo amor. Quienes comentan las cartas de Wollstonecraft desde esta perspectiva harán alusión a sus dos intentos de suicidio a causa del “despecho”: el primero, que ocurre pocos meses después de que nace Fanny en Francia, y el segundo, que sucede en Londres a su regreso de Escandinavia, don-de, en efecto, parece sucumbir ante el fluir de la corriente del Támesis, al cual se arroja.

Estas figuraciones de la vida de Wollstone­craft a menudo olvidan mencionar que en los meses antes de dar a luz a su primera hija, la filósofa trabaja de manera incansable para terminar de escribir An Historical and Moral View of the Origin and Progress of the French Revolution (1794) y que, durante este mismo periodo, es testigo ocular de la estela de violencia extrema y muerte que acarreó consigo el proceso revolucionario en Francia. A esto se suma lo que ella describe como una melancolía intensa (hoy llamada depresión posparto) que la acosa desde los primeros días después de dar a luz, situación que, además, la ha dejado en una posición social extremadamente precaria. El “despecho” de Wollstonecraft ante el rechazo de Imlay cobra a menudo más importancia que la mención explícita que hace del impacto que le han provocado las historias sobre las atrocidades cometidas en Francia que la llevan a confesar que siente envidia de las madres francesas, muertas al lado de sus hijos e hijas. Antes que la desilusión amorosa, en varias de las cartas escandinavas la autora exhibe una buena dosis de misantropía debido a la observación directa de fenómenos como la rapacidad comercial, la esclavitud, la destrucción y la injusticia, frente a las que ella expresa un descontento profundo y una sensación de falta de escapatoria, en particular para las mujeres. Aunque no pretendo desestimar la intensidad o relevancia de una decepción amorosa ni la conexión que ésta pueda guardar con el deseo de muerte, que es siempre tan indescifrable como el deseo de vida, me gustaría hacer una invitación a ampliar la mirada para pensar que, si bien la derrota que sufrió Wollstonecraft fue amorosa, también fue política y vital.

Asimismo, cabe precisar que, aunque esa derrota la lleva a tomar la decisión de acabar con su vida unos meses antes de la publicación de las cartas, el segundo intento de suicidio queda frustrado por unos pescadores que la sacan de la corriente del río al poco tiempo de que Wollstonecraft se arroja al agua. “¿Qué son estas imperiosas simpatías que nos atan a un poderoso todo?”, pregunta Wollstonecraft en la primera de sus cartas. La pregunta enunciada en esta epístola queda en el aire, aunque los pescadores parecen ofrecer una misteriosa respuesta parcial. Después del segundo intento frustrado de suicidio, Wollstonecraft se vuelve atar al hilo de la vida para comenzar una nueva etapa, si bien breve, en la que contrae matrimonio con el filósofo William Godwin. Con este matrimonio, que describe como un intento de vivir de la manera más racional posible, Wollstonecraft dará a luz a otra de las mentes más brillantes de la época, su hija Mary Wollstonecraft Shelley, célebre autora de Frankenstein o el moderno Prometeo, novela que en más de un sentido puede leerse a la luz de las Cartas. Lamentablemente, una infección provocada durante el partohace que Wollstonecraft muera a los diez días de haber parido a la pequeña Mary.

Wollstonecraft luchó por romper el cerco impuesto a las mujeres en cuanto a los temas sobre los que les era lícito hablar y, en una de sus cartas a su querida hermana Everina, la autora se definió a sí misma como “la primera de una nueva estirpe” (the first of a new genus). La autoconciencia de Wollstonecraft en lo que se refiere a su personalidad literaria hace de las cartas una forma de escritura del yo mucho más compleja de lo que aparenta a primera vista. Una de las constantes en la recepción de los textos políticos de la escritora era la queja de que eran excesivamente “masculinos”. Las cartas, en cambio, concebidas con el enfoque “femenino”, parecían más fáciles de asimilar, pese a la ambivalencia que quizá muestra la autora sobre este punto en varios de sus escritos, donde lucha por desvincularse de la asociación entre su forma de escribir y el exceso de sensibilidad vinculado a las mujeres.

Si bien a lo largo de las cartas hay una reconciliación con la sensibilidad que se abraza como una llave que permite leer y descifrar el mundo de una manera distinta, hay también varios momentos en los que Wollstonecraft busca poner distancia entre su identidad y la de otras mujeres a quienes juzga por su vanidad (sin por esto dejar de menospreciarlas por su mala apariencia), su ignorancia, su fragilidad y su falta de agencia (carta iv). La representación de Marguerite, la cuidadora francesa que acompaña en silencio a Wollstonecraft en varios tramos del viaje, sirve a la autora como contrapunto para forjar una identidad en franca oposición a la de esta leal compañera que teme, duda, se marea, mientras que Wollstonecraft, consistentemente forja una imagen de sí misma como agente de su propio destino y usa todas las herramientas que tiene a la mano para tratar de decidir cómo y cuándo moverse a través de estas geografías. Esto no impide advertir la relevancia que tiene Marguerite para permitir que la autora pueda llevar a cabo su labor de viajera que observa y escribe, ni notar que Wollstonecraft en varios momentos pone la mirada en el trabajo y la presencia de otras mujeres que no gozan de los mismos privilegios que ella tiene. La reflexión crítica sobre la situación de las mujeres está en un plano principal de la reflexión y muchas veces sirve como un espejo en el que la autora se contempla a sí misma. Varias de las preocupaciones que Wollstonecraft expresa en sus cartas tienen como detonador el rostro sonriente de su hija Fanny, quien a los ojos de su madre vive en feliz ignorancia de las dificultades que tendrá que enfrentar, y sobre quien Wollstonecraft confiesa temer “que su mente se despliegue de tal manera que sea incapaz de habitar este mundo en el que nació” (carta vi).

Visto desde esta problemática, no deja de resultar un tanto irónico que entre los comentarios más célebres que se han hecho sobre estas cartas esté el marco que ofreció William Godwin para leerlas como una forma de escritura “calcu­lada para hacer que un hombre se enamorara de la autora”.[1] Este umbral de lectura que acompañó a las cartas, junto con el de las memorias de la vida de su autora en las que Godwin devela-ba la radicalidad de las decisiones de vida frente a la moral imperante implicaron que, posteriormente a su éxito comercial inicial, las cartas fueran durante mucho tiempo censuradas como el producto de una mujer que había vivido de una manera inmoral. Sin embargo, pese al estigma que se cernió sobre la autora y su obra, varios escritores y escritoras en el siglo siguiente encontraron en las cartas una nueva forma de exploración de la subjetividad que sería seminal para el desarrollo del lenguaje de la sensibilidad romántica y que ejercería un influjo poderoso, aunque a menudo soslayado, sobre textos clave del Romanticismo inglés. Por ejemplo, los rasgos introspectivos de las cartas tienen ecos importantes en el Preludio de William Wordsworth, y las atmósferas, cavernas y cascadas que aquí aparecen resonarán en poemas como Kubla Khan