Chantajes y secretos - Rachel Bailey - E-Book
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Chantajes y secretos E-Book

Rachel Bailey

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Beschreibung

El mundo de Nico Jordan se hizo pedazos cuando Beth, la mujer de la que estaba profundamente enamorado, lo traicionó casándose con su hermano. Cinco años más tarde, Nico decidió que quería respuestas… y algo más. Cuando volvió a ver a Beth, el abrumador deseo que siempre había sentido por ella renació con un ímpetu arrollador. Beth jamás consiguió olvidar al único hombre al que había amado pero, aunque la atracción que había entre ambos seguía siendo fuerte, sabía que debía resistirse. El hecho de rendirse a él, aunque sólo fuera por una noche de pasión, podía desvelar su secreto.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Rachel Robinson. Todos los derechos reservados. CHANTAJES Y SECRETOS, N.º 1763 - enero 2011 Título original: The Blackmailed Bride’s Secret Child Publicada originalmente por Silhouette® Books. Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9727-3 Editor responsable: Luis Pugni

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Chantajes y secretos

RACHEL BAILEY

Capítulo 1

Nico Jordan observó la fachada de la casa donde vivía la viuda de su hermanastro y frunció el ceño. Era una fría mañana de invierno. ¿Cómo había podido Beth dejarlo a él por su hermanastro Kent y aquella pretenciosa vivienda?

En realidad, para ser justos, la fortuna personal de Kent le había reportado a Beth con toda seguridad varias casas aparte de aquélla, junto con gran cantidad de joyas. Todo esto eran cosas que Nico jamás habría podido darle cuando tenía veinticuatro años.

Sin embargo, todo había cambiado bastante en los últimos cinco años. Más de lo que quería recordar.

Desgraciadamente, Kent había fallecido y Beth se había convertido en su viuda. Estos hechos suponían que Nico tenía una tarea de la que ocuparse. Dobló los papeles que tenía en la mano y llamó a la puerta. Se había ofrecido voluntario para terminar el papeleo referente a la parte que tenía su hermano de los viñedos familiares porque tenía que ver a Beth una vez más. Tenerla en su lecho una vez más.

A pesar de lo mucho que se había esforzado, jamás había conseguido controlar el deseo que sentía por la mujer que lo había traicionado.

Levantó el puño una vez más para volver a llamar a la puerta, pero, antes de que pudiera hacerlo, ésta se abrió. Beth apareció en el umbral, más hermosa de lo que recordaba. La boca que tan bien había conocido estaba muy abierta, al igual que los hermosos ojos de color zafiro. De repente, Nico se vio transportado cinco años atrás en el tiempo, hasta el momento en el que hicieron el amor por última vez entre los viñedos de la finca que su familia tenía en Australia. Aquel día, los dos se habían jurado amor eterno. Al día siguiente, ella se había marchado del país para casarse con Kent.

–Nico –susurró. Tenía el rostro muy pálido.

Llevaba el cabello rubio más corto, lo que le daba un aspecto más dulce a su ya hermoso rostro. Nico comprobó que había perdido algo de peso, hasta el punto de estar demasiado delgada, pero esto no evitó que el deseo se apoderara de él por completo. A pesar de todo, no le ofreció más que una cínica sonrisa.

–Buenos días, Beth. He venido para darte el pésame de la familia por la muerte de tu esposo y para hablar de algunos temas referentes a la herencia.

Beth bajó los ojos y, después, dio un paso al frente para salir al porche mientras cerraba la puerta de la casa a sus espaldas.

–Gracias por el pésame. Es muy considerado por... parte de tu familia.

Entre la familia de Kent y Beth no existía mucho cariño, dado que su padre, en parte, la culpaba por el hecho de que Kent se hubiera mudado a Nueva Zelanda para ocuparse de aquel viñedo cortando así todos los vínculos familiares. Sin embargo, ése no era el delito por el que Nico la había condenado.

–Así debe ser por la viuda de nuestro querido Kent.

Al menos, Beth pareció turbada, aunque debería sentirse algo mucho peor que eso por la angustia que lo había causado a él.

–Estoy segura de que los abogados se pueden ocupar de todo lo referente al papeleo –comentó ella, mirándolo–. No era necesario que vivieras hasta aquí desde Australia.

Nico apoyó un brazo sobre la puerta cerrada, gesto que lo obligó a bajar la cabeza unos centímetros más cerca de la de ella.

–No, bella, sí que era necesario.

Beth se estremeció al escuchar aquella forma de dirigirse a ella. Nico le había susurrado aquella palabra en muchas ocasiones, cuando pasaban las calurosas tardes tumbados en la hamaca de la casa de los padres de él o en el punto más álgido de la pasión cuando hacían el amor.

–Si tenemos que hablar, no lo hagamos aquí. Me reuniré contigo en alguna parte –dijo ella. Su voz revelaba nerviosismo, pero también determinación.

–¿Me estás diciendo que no soy bienvenido en la casa de mi hermano? –replicó Nico. No se molestó en ocultar la ironía del tono de su voz. Sabía muy bien que su hermano lo habría apuñalado por la espalda antes de invitarlo a su casa. La amarga rivalidad entre ellos, que había existido toda la vida, alcanzó el cenit cuando Kent se casó con Beth. Ella inmediatamente había atravesado el mar para cortar todos los vínculos con su pasado y, peor aún, para mantener la separación, el hijo de Kent jamás había conocido ni a su abuelo ni a su tío Nico, una situación que éste tenía intención de rectificar.

La recorrió de nuevo con la mirada. Seguramente, Kent había hecho bien en sentir una cierta paranoia referente a su esposa. Si el camino de Beth se hubiera cruzado con el de Nico después de su matrimonio, éste no habría dudado ni un segundo en cazar en el territorio de su hermano. Kent, ciertamente, no se había molestado por ninguna regla.

Sin embargo, Kent ya no estaba.

Beth lanzó una mirada furtiva hacia la puerta y levantó una mano para cubrirse el cuello.

–Nico, hazlo por mí. Si quieres que hablemos, reúnete conmigo otro día, en otro lugar.

¿Qué estaba ocultando? ¿Acaso seguía pensando en mantener a su hijo apartado de la familia o es que tenía ya un amante escondido en alguna parte? Tal vez se trataba de las dos cosas.

–Cinco minutos y ya me estás pidiendo favores, bella –dijo Nico. Dejó caer la mano que había apoyado sobre la puerta y consideró sus opciones. A pesar de su determinación por mantener duro el corazón, la súplica que se había reflejado en los ojos de Beth le llegaba de una manera que le imposibilitaba negarle nada. No obstante, debía recordar que era una buena actriz. Era la misma mujer que lo había tenido pendiente de un hilo durante once meses y que no había dudado en dejarlo cuando descubrió que su hermanastro más rico le ofrecía mejores posibilidades.

Aun así...

Decidió concederle aquel único favor.

–Sólo voy a estar aquí el fin de semana. Por lo tanto, hablaremos hoy, dentro de una hora, en la habitación de mi hotel.

–¿Dentro de una hora? –replicó. Echó la mano hacia atrás y agarró el tirador de la puerta como si quisiera apoyarse en ella–. Eso me va a resultar bastante difícil. ¿Qué te parece mañana?

Nico decidió que ya había cedido lo suficiente. Se dio la vuelta para marcharse.

–Si no estás allí dentro de una hora, regresaré. También, requeriré a un tribunal que tu hijo pueda ver a su abuelo. Ya tengo los papeles redactados en el coche y no tengo más que presentarlos.

Nico y aquel niño eran la única familia que le quedaba a su padre, lo que suponía una verdadera tragedia para un hombre como Tim Jordan. Nico siempre se había sentido muy unido a su padre, por lo que él sería capaz de cualquier cosa con tal de alegrarle la vida al anciano, en especial en aquellos momentos, cuando estaba tan enfermo.

–Nico, no lo comprendes...

Su voz, tensa y aterrorizada, no lo conmovió. Nico no tenía tiempo para escuchar sus excusas.

–Una hora, Beth. Me alojo en The Imperial.

Con eso, se dirigió hacia su coche sin mirar atrás.

Una hora más tarde, Beth estaba de pie frente a la puerta de la suite que Nico tenía en el ático del hotel.

Le resultaba imposible conseguir que su turbado cerebro pudiera pensar con claridad. Nico, el único hombre al que había amado, había vuelto. El hombre al que ella había protegido sacrificando así sus propias esperanzas de felicidad.

En cuanto él se marchó de su casa, Beth había ido corriendo a buscar a su hijo para llevarlo a la casa de sus padres, que estaba muy cerca de la de ella. Kent les había comprado la vivienda no por ser generoso con ellos, sino para asegurarse de que ella no tenía razón alguna para regresar a Australia. Los padres de Beth ya habían accedido a ocuparse del niño esa noche y el día siguiente para que ella pudiera asistir a la presentación del último vino blanco de Kent, que iba a tener lugar por la tarde, pero no les había importado en absoluto tener que cuidar también aquella mañana del pequeño Marco, o Mark, como Kent lo había bautizado. Sin embargo, ella prefería llamar a su pequeño de cuatro años de la manera que sentía más cercana a su corazón.

Estaba segura de que sus padres sabían perfectamente quién era el padre del niño. El cabello rubio y la piel clara de Beth ni las similares características de Kent jamás habrían podido producir un niño con fuertes rasgos mediterráneos. La piel olivácea de Marco, los ojos color chocolate y el oscuro cabello reflejaban claramente los rasgos que Nico había heredado de su propia madre. Sin embargo, los padres de Beth jamás habían dicho nada y ésta, en silencio, les había dado las gracias por su discreción.

Pero si Nico veía al pequeño...

No. Todavía, no. No podía dejar que Nico se acercara a su propio hijo hasta que fuera seguro. Las consecuencias para Nico eran aún demasiado importante como para que se enterara. Sólo necesitaba mantener el secreto mientras estuviera de viaje allí. No faltaba mucho tiempo para que Beth por fin pudiera sincerarse con todo.

Mientras tanto, aunque no le resultara conveniente, si Nico quería verla aquel día, no le quedaría más remedio que ceder. Ella sabía lo que estaba en juego. Nico no.

Con una pesada sensación en el corazón, llamó a la puerta. Oyó pisadas al otro lado, justo antes de que se abriera.

Nico apareció al otro lado, alto, corpulento y dueño de una belleza de rasgos oscuros. El pulso de Beth se aceleró sin necesidad de que él hiciera nada. Su rostro no revelaba en absoluto lo que pensaba ni la animaba en modo alguno, pero ella lo necesitaba. Sólo verlo la llenaba de dicha, tal y como le había ocurrido hacía una hora. Tal y como le había ocurrido siempre, cuando los dos eran más jóvenes.

–Dame el abrigo –le dijo él extendiendo la mano.

Beth se desabrochó el cinturón y se lo quitó. Nico tomó la prenda y la colgó en la percha que había en la pared. Entonces, el deseo se reflejó en sus ojos oscuros mientras la miraba de la cabeza a los pies. Por fin, sonrió con satisfacción y la miró a los ojos.

Beth se miró a sí misma. Iba ataviada con un vestido de color rosa, de lana, de corte suelto y que le llegaba hasta la rodilla. Toda su ropa era muy similar.

Ninguna se le ceñía al cuerpo ni acentuaba sus formas de mujer. Llevaba cinco años evitando atraer la atención sexual de otras personas. Llevaba cinco años... Desde que perdió a Nico.

No obstante, el deseo que se reflejaba en los brillantes ojos de Nico parecía desgraciadamente burlarse de todos los esfuerzos que ella hacía por ocultarse.

Nico abrió más la puerta y la dejó pasar. Mientras Beth atravesaba el opulento salón para dirigirse a la ventana, sintió que el cabello de la nuca se le ponía de punta. Sabía que él la estaba observando. Se dio la vuelta lentamente y comprobó que, efectivamente, así era. La piel se le tensó mientras que los senos parecían suplicar las hábiles caricias que habían recibido hacía cinco años, pero había demasiado en juego para dejarse llevar por las respuestas físicas de su propio cuerpo. Nico podía perder su herencia, su profesión e incluso su identidad.

Él levantó una botella de champán.

–¿Te apetece?

–No, gracias –respondió ella. En aquel momento más que en ningún otro necesitaba poder pensar con claridad.

Nico se sirvió algo del bar. Si sus gustos no habían cambiado, sería un pinot noir.

Mientras él estaba distraído con su tarea, Beth aprovechó para mirarlo a placer. Observó el espeso cabello oscuro que ella había mesado en el pasado con sus propios dedos, el rostro demasiado largo para resultar simétrico pero que, a pesar de todo, era más querido para ella que nada en el mundo... a excepción de la misma cara en miniatura. Su hijo. El hijo de ambos.

«Oh, Dios...». No podía soportar la tensión ni un minuto más. Tenía que saberlo.

–Dime lo que has venido hasta aquí para contarme, Nico.

Con un aspecto aparentemente relajado, él se apoyó contra la encimera de la pequeña cocina.

–Quiero varias cosas, pero empecemos con mi sobrino.

Beth sintió que el corazón se le detenía.

–¿Quieres a Mark?

Nico irguió su orgullosa nariz, gesto que reflejaba completamente la nobleza de la aristocracia italiana a la que su madre había pertenecido.

–Tiene mi sangre y ha perdido a su padre. Me gustaría tener una relación con él.

Durante un momento de locura, Beth había creído que él quería arrebatarle a su hijo, pero aquello le parecía prácticamente igual de malo.

–Ya sabes que eso no es lo que Kent hubiera querido. Los dos os jurasteis que jamás os volveríais a mirar a la cara.

Ese hecho había provocado que Nico se desvinculara de todo durante tres años y que consiguiera ganar millones de dólares en la Bolsa. En ese tiempo, se convirtió también en habitual de la prensa del corazón como uno de los más ricos playboys de Australia. Beth se había atormentado terriblemente cada vez que leía las revistas y se volvía loca de celos de cualquier mujer que apareciera fotografiada junto a él. Sin embargo, al mismo tiempo, sólo rezaba para que fuera feliz.

–En estos momentos, lo que Kent quería resulta completamente irrelevante. ¿Acaso crees que quería morir y dejar a su hijo huérfano de padre? –le preguntó acallando así las protestas de Beth–. Yo me encargaré de que el niño me conozca y me comportaré con él como tío suyo que soy.

Por mucho que Nico deseara creer esto, si Beth permitía el contacto, la verdad vería la luz muy pronto y él no le daría las gracias a ella por las consecuencias. Más probablemente, la odiaría e incluso la culparía de ello.

–Tal vez no tenga padre, pero tiene a su madre. Soy yo quien toma las decisiones sobre quién tiene relación con mi hijo. Es feliz con la vida que lleva aquí y tiene una relación muy estrecha con sus abuelos y sus amigos –dijo. Tuvo que morderse el interior de la mejilla, sabiendo que era mejor ser cruel con Nico a pesar de lo mucho que le dolían las palabras que tuvo que pronunciar–. No te necesita.

Nico tomó un sorbo de su copa y luego la apoyó sobre la encimera.

–Tanto si me necesita a mí como si no, tiene una familia que lleva muchas generaciones en la industria vinícola. Lo llevamos en la sangre, en nuestro ADN. Mark heredará parte de ese negocio un día y tiene que crecer formando parte de él para comprenderlo.

«Lo llevamos en la sangre, en nuestro ADN». Beth se estremeció. Nico creía que él lo llevaba en la sangre. Cuando aún estaban juntos, lo había oído hablar en muchas ocasiones sobre su familia de aquel modo. Conocer la información que contenían las cartas que Kent había conseguido lo mataría. En ellas se revelaba que Nico era un hijo ilegítimo. En realidad, no era hijo de su padre. Llevaba los viñedos en la sangre del mismo modo que la propia Beth. Nada. Le destrozaría por completo saber que no tenía ninguna clase de vínculo biológico con el hombre al que consideraba como su padre y al que adoraba. Beth siempre había creído que Tim y Nico parecían hermanos más que padre e hijo mientras trabajaban la tierra juntos.

Cuando Kent le contó a ella el contenido de las cartas y las utilizó para chantajearla y conseguir que se casara con él, Beth supo que no le quedaba elección. Tim Jordan había sufrido tres infartos de consideración en el espacio de ocho meses. Los médicos habían advertido a la familia que tenía que evitar el estrés y la tensión. Si ella se hubiera negado a lo que Kent le proponía, él habría sacado a la luz las páginas. La información habría destruido a Nico y el estrés de saber que Nico no era su hijo le habría provocado a Tim otro ataque al corazón. Beth sabía que a Kent no le importaba poner en peligro la vida de su padre porque aún le dolía que Tim se hubiera divorciado de su padre para casarse con la de Nico hacía más de veinte años. Jamás había podido perdonar a ninguno de los implicados. Ni a Nico, ni a la madre de Nico ni a su propio padre por un matrimonio que le había quitado a su madre el lugar que ocupaba hasta entonces y los había obligado a abandonar la casa principal para irse a vivir a una más pequeña cerca de allí. Beth era la única que podía impedir tanta desgracia, y lo había hecho accediendo a casarse con él. Ese mismo día, se había marchado de su país sin decirle ni una palabra al hombre al que amaba más que a sí misma. El hombre que, en aquellos momentos, tenía frente a ella.

Todo había cambiado después de tantos años. Kent había muerto. Desgraciadamente, Beth no había podido encontrar el lugar donde había escondido las cartas, pero sólo era una cuestión de tiempo.

Desde aquel instante, las decisiones le competían sólo a ella. Había decidido que le contaría a Nico la verdad cuando Tim hubiera fallecido. Según la opinión de los médicos, probablemente sólo le quedaban unos doce meses de vida.

Se dirigió a la ventana. Necesitaba distanciarse de Nico para poder tener aquella conversación con él.

–Mark conoce ese mundo. Kent se lo llevaba a los viñedos y a las bodegas –dijo, aunque, en verdad, esas ocasiones habían sido más bien escasas.

–¿Y quién continuará ahora con esa educación? Tu obligación es permitir que tu hijo conozca a su familia. Es su derecho de nacimiento que un Jordan le hable de nuestro legado.

Beth se frotó los brazos. La verdad que había en aquellas palabras le había helado la sangre. Efectivamente, Marco se merecía estar con su verdadero padre. Apartó la mirada de la de Nico y observó los troncos desnudos de las viñas, esperando que la primavera los devolviera a la vida.

Entonces, sintió que él se movía a sus espaldas.

–No nos peleemos, bella... –susurró él, con voz profunda y seductora.

Le colocó las manos sobre los hombros casi desnudos y le acarició suavemente la parte superior de los brazos. Aquel contacto desató sensaciones en el cuerpo de Beth que no había experimentado desde la última vez que él la tocó. Cinco largos años. Le deslizó las manos hasta las muñecas y se acercó un poco más a ella para que Beth pudiera sentir su cuerpo.

Había soñado tantas veces con aquel momento... Había soñado tantas veces volver a estar con él... Sin embargo, sabía que aquello estaba mal. Él no era ya el tierno y dulce Nico de hacía cinco años.

¿Y por qué iba a serlo? Después de todo, en lo que a él se refería, Beth lo había traicionado. Y estaba en lo cierto. Por muy puros que fueran sus motivos, ella lo había traicionado. No obstante, a pesar de reconocerlo, le dolía saber que Nico ya no la amaba ni confiaba en ella.

Se apartó de él y se volvió para mirarlo.

–¿Qué estás haciendo, Nico? No puedes presentarte de repente y asumir derechos que terminaron cuando rompimos.

–Cuando rompimos... No estoy seguro de que ésa sea la manera más adecuada de definir el final de nuestra relación –dijo. El dolor se reflejaba profundamente en sus ojos. Tenían una expresión atormentada.

Al ver el dolor que ella le había causado, Beth sintió que las rodillas se le doblaban.

–No creo que sea el momento más adecuado para hablar de eso. Has dicho que tenías papeles de los que debíamos hablar.

–Tienes razón. ¿Y cuándo crees tú que será el momento adecuado para hablar de nuestra relación?

–No tengo interés alguno sobre el tema. Lo considero cerrado.

–Pues yo no estoy de acuerdo.

–Hacen falta dos para tener una conversación.

Nico se dirigió a uno de los sillones y se sentó para tomarse su vino.

–Hacen falta dos para muchas cosas. Conversaciones. Relaciones. Amor.

–Te he dicho que no pienso hablar de eso –insistió ella levantando ligeramente la barbilla.

–En ese caso, estamos en un impasse. Siéntate.

Con cierta precaución, dado que Beth sabía que Nico jamás cejaba en su empeño una vez que había decidido que quería algo, ella se sentó en la butaca más alejada de la de él.

–Hay papeles que, como tutora de Mark, debes firmar. No sé lo que Kent decidió para la herencia personal que su madre le dejó, pero probablemente sabrás que aún no poseía acción alguna en el negocio familiar.

–Sí, las acciones siguen siendo propiedad de tu padre.