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En esta colección de ensayos, escritos y publicados en distintos medios gráficos a lo largo de su vida, Chesterton despliega toda su ironía para regalarle al lector un curioso "detrás de escena" de la literatura policial. Haciendo gala de su talento y de una inagotable cuota de humor, el creador del Padre Brown, recorre su experiencia como autor, sus gustos como lector y su punto de vista como crítico.
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Seitenzahl: 70
Veröffentlichungsjahr: 2017
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Sin dudas, el lector desprevenido se llevará una excelente sorpresa. Contra todos los pronósticos, éste no es uno de tantos manuales de escritura con algunas fórmulas al paso y ciertos consejos de “cómo hacer” más o menos transitados. No. Se trata de entrar a la cocina de un genio: G.K. Chesterton; y no de cualquier manera, sino de su propia mano.
En esta colección de ensayos, escritos y publicados en distintos medios a lo largo de su vida, Chesterton despliega toda su ironía para regalarle al lector un curioso “detrás de escena” de la literatura policial. Haciendo gala de su talento y de una inagotable cuota de humor, el creador del Padre Brown recorre su experiencia como autor, sus gustos como lector y su punto de vista como crítico.
G.K. Chesterton, nacido en Londres, en 1874, es considerado uno de los mejores autores de la literatura inglesa, y se hizo famoso en todo el mundo gracias a sus ensayos místicos y sus relatos policiales. “El hombre que fue jueves” es una de sus novelas más aclamadas y más traducidas.
Biografía
Gilbert Keith Chesterton fue un famoso periodista, poeta, novelista y crítico literario. Es uno de los autores más importantes de la literatura inglesa. Se hizo popular gracias a las aventuras detectivescas de su celebrado personaje, el Padre Brown. Fue prolífico, escribió alrededor de 80 libros y más de 200 relatos.
Que quede claro que escribo este artículo siendo totalmente consciente de que he fracasado intentando escribir un cuento policíaco. Pero he fracasado muchas veces. Mi autoridad es por lo tanto de naturaleza práctica y científica, como la de un gran hombre de estado o estudioso de lo social que se ocupa del desempleo o del problema de la vivienda. Haciendo un cálculo aproximado, veo que debo haber fracasado al menos cincuenta y cuatro veces en escribir un relato de detectives, y mis fracasos están encuadernados en tres libros y muchas revistas. No tengo la pretensión de haber cumplido el ideal que aquí propongo al joven estudiante; soy, si les gusta, ante todo el terrible ejemplo que se debe evitar. Sin embargo, creo que existen ideales para la narrativa policíaca, como existen para cualquier actividad que valga la pena. Y me pregunto por qué no se exponen con más frecuencia en la literatura didáctica popular que nos enseña a hacer tantas otras cosas menos dignas. Como, por ejemplo, la manera de triunfar en la vida. La verdad es que me asombra que el título de este ensayo no nos vigile ya desde lo alto de cada estante en una librería. Se publican panfletos de todo tipo para enseñar a la gente las cosas que no pueden ser aprendidas como tener personalidad, tener muchos amigos, poesía y encanto personal. Incluso, aquellas facetas del periodismo y la literatura que evidentemente no pueden ser aprendidas, son enseñadas con asiduidad. Pero he aquí una muestra clara de sencilla artesanía literaria, más constructiva que creativa, que podría ser enseñada hasta cierto punto e incluso aprendida en algunos casos muy afortunados. Más pronto o más tarde, creo que esta demanda será satisfecha, en este sistema comercial en que la oferta responde inmediatamente a la demanda y en el que todo el mundo está frustrado por no poder conseguir nada de lo que desea. Más pronto o más tarde, creo que habrá no sólo libros de texto explicando los métodos de la investigación criminal, sino también libros de texto para formar criminales. Apenas será un pequeño cambio de la ética financiera vigente y, cuando la vigorosa y astuta mentalidad comercial se deshaga de los últimos vestigios de los dogmas inventados por los sacerdotes, el periodismo y la publicidad demostrarán la misma indiferencia hacia los tabúes actuales que hoy en día demostramos hacia los tabúes de la Edad Media. El robo se justificará al igual que la usura y nos moveremos con los mismos tapujos al hablar de cortar cuellos que hoy tenemos para monopolizar mercados. Las tiendas se adornaran con títulos como “La falsificación en quince lecciones” o “¿Por qué aguantar las miserias del matrimonio?”, con una divulgación del envenenamiento que será tan científica como la divulgación del divorcio o los anticonceptivos.
Pero, como a menudo se nos recuerda, no debemos impacientarnos por la llegada de una humanidad feliz y, mientras tanto, parece que es tan fácil conseguir buenos consejos sobre la manera de cometer un crimen como sobre la manera de investigarlos o sobre la manera de describir la manera en que podrían investigarse. Me imagino que la razón es que el crimen, su investigación, su descripción y la descripción de la descripción requieren, todas ellas, algo de inteligencia. Mientras que triunfar en la vida y escribir un libro sobre ello no requiere de tan agotador esfuerzo.
En cualquier caso, he notado que al pensar en la teoría de los cuentos de misterio me pongo lo que algunos llamarían “teórico”. Es decir que empiezo por el principio, sin ninguna chispa, gracia, salsa ni ninguna de las cosas necesarias del arte de captar la atención, incapaz de despertar o inquietar de ninguna manera la mente del lector.
Lo primero y principal es que el objetivo del cuento de misterio, como el de cualquier otro cuento o cualquier otro misterio, no es la oscuridad sino la luz. El cuento se escribe para el momento en el que el lector comprende por fin el acontecimiento misterioso, no simplemente por los múltiples preliminares en que no. El error sólo es la oscura silueta de una nube que descubre el brillo de ese instante en que se entiende la trama. Y la mayoría de los malos cuentos policiales son malos porque fracasan en esto. Los escritores tienen la extraña idea de que su trabajo consiste en confundir a sus lectores y que, mientras los mantengan confusos, no importa si los decepcionan. Pero no sólo hace falta esconder un secreto, también hace falta un secreto digno de ocultar. El clímax no debe ser anticlimático. No puede consistir en invitar al lector a un baile para abandonarlo en una zanja. Más que reventar una burbuja debe ser el preludio de un amanecer en el que el alba se ve acentuada por las tinieblas. Cualquier forma artística, por trivial que sea, se apoya en algunas verdades valiosas. Y por más que nos ocupemos de nada más importante que una multitud de Watsons dando vueltas con desorbitados ojos de búho, considero aceptable insistir en que es la gente que ha estado sentada en la oscuridad la que llega a ver una gran luz; y que la oscuridad sólo es valiosa en tanto acentúa dicha luz en la mente.
Siempre he considerado una coincidencia simpática que el mejor cuento de Sherlock Holmes tiene un título que, a pesar de haber sido concebido y empleado en un sentido completamente diferente, podría haber sido compuesto para expresar este esencial clarear: el título es “Resplandor plateado” (“Silver Blaze”).
El segundo gran principio es que el alma de los cuentos de detectives no es la complejidad sino la sencillez. El secreto puede ser complicado pero debe ser simple. Esto también señala las historias de más calidad. El escritor está ahí para explicar el misterio pero no debería tener que explicar la propia explicación. Ésta debe hablar por sí misma. Debería ser algo que pueda decirse con voz silbante (por el malo, por supuesto) en unas pocas palabras susurradas o gritado por la heroína antes de desmayarse por la impresión de descubrir que dos y dos son cuatro. Ahora bien, algunos detectives literarios complican más la solución que el misterio y hacen el crimen más complejo aún que su solución.
En tercer lugar, de lo anterior deducimos que el hecho o el personaje que lo explican todo, deben resultar familiares al lector. El criminal debe estar en primer plano pero no como criminal; tiene que tener alguna otra cosa que hacer que, sin embargo, le otorgue el derecho de permanecer en el proscenio. Tomaré como ejemplo el que ya he mencionado, “Resplandor plateado”. Sherlock Holmes es tan conocido como Shakespeare. Por lo tanto, no hay nada de malo en develar, a estas alturas, el secreto de uno de estos famosos cuentos. A Sherlock Holmes le dan la noticia de que un valioso caballo de carreras ha sido robado y el entrenador que lo vigilaba asesinado por el ladrón. Se sospecha, justificadamente, de varias personas y todo el mundo se concentra en el grave problema policial de descubrir la identidad del asesino del entrenador. La pura verdad es que el caballo lo asesinó.