Confesiones íntimas de una mujer - la versión completa - Anna Bridgwater - E-Book

Confesiones íntimas de una mujer - la versión completa E-Book

Anna Bridgwater

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2020
Beschreibung

«Quiero contarte la historia de mi vida. O al menos una parte de ella. Una parte de mi vida que es mi verdadero yo, pero que está escondida. Mi vida sexual. Eso, para lo que fui creada. Lo que mejor hago». El mundo está lleno de hombres y la narradora de estas confesiones simplemente no puede negarse. Eva ama a su marido y a sus hijos, pero para ella no son suficiente. Su vida deja de tener sentido sin el sentimiento excitante de una nueva aventura, así que siempre que tiene la oportunidad de una experiencia erótica, la aprovecha. Lanzada anteriormente como 6 partes separadas, esta versión ofrece la historia completa:Parte 1 - LujuriaParte 2 - Un verano en RomaParte 3 - Puertas abiertasParte 4 - FantasíaParte 5 - Placeres errantesParte 6 - Viaje al Oriente-

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Seitenzahl: 287

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Anna Bridgwater

Confesiones íntimas de una mujer - la versión completa

LUST

Confesiones íntimas de una mujer - la versión completa

Original title:

A Woman's Intimate Confessions - parts 1 to 6

Coverphoto: Shutterstock

Translator: LUST Copyright © 2020 Anna Bridgwater and LUST, an imprint of SAGA Egmont, Copenhagen All rights reserved ISBN: 9788726649031

1. E-book edition, 2020 Format: EPUB 2.0

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

Lujuria

Confesiones íntimas de una mujer

Parte 1

Quiero contarte la historia de mi vida. O al menos una parte de ella. Una parte de mi vida que es mi verdadero yo, pero que está escondida. Mi vida sexual. Eso, para lo que fui creada. Lo que mejor hago.

Es verano en Copenhague. Tengo veinticinco años. En mi barrio, el aire es pesado por el polvo entre verde y amarillo de los caminos de alrededor de los lagos artificiales. La compañía en que trabajo va a hacer una fiesta de verano. Me pongo un vestido negro ajustado con grandes flores. Amo ese vestido. Amo cómo me veo en él. Soy delgada, tengo cabello negro largo y mis pechos están en su sitio. Fumo cigarrillos uno atrás del otro y muy en mi interior me siento insegura como si tuviera quince años, pero mi inseguridad me excita. La atizo y la desafío, como la picadura de un mosquito que no se puede evitar rascar.

Voy a la fiesta. Es una fiesta común con cena, bebidas, cerveza, cigarrillos que luego sigue en un pub. La noche está cálida y seca. Camino por la fiesta con pasos largos en mis sandalias negras de tacón aguja y mi vestido justo. La historia que me gustaría contar comienza cuando me llevo a un compañero conmigo. Es casado y yo soy soltera. Él es alto, musculoso y tiene la cara llena de pecas. Tiene una voz suave y profunda, y me excita. Me calienta. Lo quiero sobre mí en mi cama kingsize bajo el cabecero de madera oscura. Quiero sentir sus caderas y su pecho fuerte sobre mí. Quiero que sus dedos largos y blancos toquen todo mi cuerpo. Tiene que besarme y poner sus manos en mi nuca. Tiene que desearme. Tiene que lamer mis tobillos y la parte de atrás de mis rodillas y cada curva de mis brazos.

No es una noche muy oscura y las paredes de mi habitación están pintadas de verde, así que se siente como si estuviéramos bajo el mar o en una pecera. Sabe a sal con un toque de algo un poco más amargo. Le muestro mis pezones color marrón claro y le ofrezco que los chupe. Mi propio aroma se hace más potente y sobrepasa al suyo. Sus muslos son tan pálidos como sus manos, y muy firmes.

Tiene un pequeño parche de calvicie en la parte de atrás de su cabeza que puedo ver cuando está sobre mí, y ese punto de calvicie despierta mis instintos más tiernos. Empujo su cabeza hacia abajo junto a la mía, quedamos mejilla contra mejilla y le muerdo suavemente el lóbulo de la oreja. Las pecas de su rostro siguen por su pecho formando una suave capa. Nunca había visto un cuerpo tan perfecto y pálido como el de él. Estoy fascinada, pero también un poco asqueada, porque parece como si la pálida piel estuviese húmeda, como si alguien hubiera derramado leche en la mesa y no la hubiera limpiado por completo. No creo que sea de mi incumbencia si su piel es húmeda y continúo tocando su cuerpo y presionándolo para que me sienta. Quiero que se quede en la cama por horas y horas, así que traigo agua, vino y cigarrillos. Para eso soy buena. Ese es el tipo de persona que sé ser.

No deseo generar resentimiento o condena al decir esto. Quiero contarte lo que se siente ser yo, pero temo el rechazo y la negación. Sé lo que otros dicen de alguien como yo: «Estoy seguro de que cuando era adolescente ya era salvaje». Como si la explicación para mi vida adulta secreta fuera que nunca pasé por la pubertad. Siempre está el, «con una crianza como la de ella, claro que terminó siendo tan inquieta». Estas explicaciones simples no son buenas para mí y mi niñez fue tan maravillosa como la de cualquiera. He elegido la vida que llevo ahora, aunque soy consciente que por supuesto hay mucho más en juego que el aquí y el ahora. Aún así, es el aquí y el ahora lo que importa. Es el día de hoy el que me llena, no las cosas que pasaron años atrás, ni las cosas que pasarán en el futuro.

Sé que muchas personas comienzan a comparar inmediatamente mi vida con la suya propia. Les gustaría decirme que nunca soñarían con arriesgar su matrimonio por una noche de diversión. Sé muy bien que a la mayoría de las personas no les gusto. Nadie tiene que decírmelo. «No podría ir a Hong Kong por una semana por trabajo, mis hijos sufrirían si lo hiciera», diría una amiga. Cada vez que algo como eso pasa, me estremezco un poco. Siento cómo se me encoge el interior. Se siente como si los otros juzgaran y rechazaran una parte de la persona que soy. Pero no soy como ella. No soy ella. No pienso que muchas personas sean como yo. Pero no lo sé, porque nadie me habla. Por eso tengo ganas de contarte mi vida. Se siente extrañamente solitario tener una vida secreta de la que nadie sabe.

Además, mi historia es una especie de seguro de vida. A veces me pregunto qué pasaría si algo saliera mal. Muchas horas de mi vida nadie sabe dónde estoy o qué estoy haciendo. A veces tengo experiencias tan efímeras que son casi anónimas. Sin embargo, algún día, puede que conozca a un hombre que termine no siendo como pensaba que iba a ser. Quizás mi juicio me traicione. Podría ocurrir un desastre. Algún día, podría terminar en las dunas de la playa con la parte baja de mi cuerpo desnuda y mis ropas rasgadas. Si eso pasara, me gustaría que quedara testimonio de las partes ocultas de mi vida.

Hoy tengo cuarenta años, estoy casada y tengo una carrera. Hay un hombre de mi trabajo. Magnus. Un poco más joven que yo. Atractivo de manera convencional; muy atlético. Es bueno en el trabajo sin ser increíble. Ejecutivo de nivel medio, algo haragán, pero una compañía muy agradable. Atento y divertido. Le gusto, lo excito. Lo he notado cada vez que he asistido a algún curso de capacitación con él o a una convención o incluso en algún viaje de formación de equipo. Me ayuda a ponerme el abrigo y roza mi nuca con su pulgar, o coloca su mano en mi espalda baja cuando estamos parados frente al buffet como si me estuviera guiando con gallardía hacia las bandejas de fiambres y ensaladas. Pero sus dedos se deslizan tan abajo por mi columna que sé que quiere acariciarme. Respondo parándome muy cerca y presionando mis caderas contra las suyas. Puedo sentirlo presionar también y que su carne es firme bajo sus pantalones oscuros. Por algunos segundos, permanecemos de pie sin movernos frente a las fuentes de ensalada hasta que nuestros músculos se relajan y el contacto cesa. Mis ojos han estado abiertos a las posibilidades que él contiene. Amo besar, saborear, explorar y sentir un nuevo cuerpo. Estoy en una misión. Un nuevo viaje de descubrimiento.

Pasa una semana antes de que tengamos la oportunidad de avanzar. Mi departamento ha presentado los resultados de mitad de año a los otros departamentos. Los resultados son buenos y, luego de la reunión, servimos vino y frutas. No mucho, pero es hacia el final de la tarde, todos están cansados y la mayoría de las personas tienen las miradas vidriosas y las mejillas sonrojadas. Pero yo estoy concentrada. Sé que me está controlando mientras charla por allí con el encargado de su departamento sobre un problema relacionado con TI. No lo miro mientras ordeno, coloco los vasos de plástico usados en una pila y recojo servilletas. Con toda la intención mantengo la vista en la mesa. Pero entonces, con las manos llenas de botellas vacías, levanto la mirada y me dirijo a él:

—Hay que llevar estas a la cocina. ¿Podrías ayudarme con alguna?

Camino hacia la cocina. Coloco las botellas en el piso, me recuesto contra la mesada y espero. No tengo que esperar mucho. Entra en la cocina con una botella vacía en cada mano. Las deja sobre la mesada, voltea hacia mí y se acerca. Pasa sus dedos por mi cabello, me acaricia la nuca y baja el cierre de mi vestido. Coloca la palma de la mano en mi espalda y su piel se siente abrasadora contra la mía. Puedo sentir su respiración en mi mejilla. Utiliza su mano libre para tomarme de la barbilla y girar mi rostro hacia él. Miro sus labios fijamente. Nos besamos. Es un beso muy bueno, inquisitivo y tierno con algo de regocijo. Nos mordemos los labios, nos besamos más apasionadamente y sus manos siguen su camino hacia abajo por mi espalda. Noto que la puerta del frente se golpea al cerrar y que el silencio es absoluto, ese silencio que sólo se siente en un edificio completamente vacío.

Nuestros movimientos se hacen más urgentes. Saca su mano de mi espalda y la mete debajo de mi vestido para bajar las pantis. Me cohíbe; pienso en el rollo que sobresale sobre la cintura elástica y automáticamente retiro su mano para sacar las pantis yo misma. Pero insiste, me baja la ropa interior y toca mis muslos. La sangre fluye acelerada por todo mi cuerpo. Tengo hambre de él. Con la mano en mi espalda, busco a tientas su cinturón y el cierre de su pantalón, los abro y puedo sentir su pene duro bajo la tela de su ropa interior.

¿Qué puedo decir? Estoy segura de que muchas personas han intentado tener sexo de pie en el trabajo. Una combinación extraña de movimientos excitados a tientas y una búsqueda ávida del placer de otra persona. Me toma por delante. Luego, mientras estoy sentada al borde de la mesada con un pie contra el refrigerador, me lame hasta que acabo. Luego me voltea y me toma por atrás con cortas e intensas embestidas contra la mesada mientras estoy recostada contra ella con mi rostro girado hacia la pileta y mi cabello sudado metiéndose en mis ojos.

Más tarde, de pie con las manos en las caderas, me mira. Cierra mi vestido y lo acomoda. Luego se acomoda su propia ropa. Eso es lo que me hace tan feliz, que muestre ternura y me cubra antes. Presiono mi trasero contra su parte baja en agradecimiento. Ambos nos vamos a casa. Yo en bicicleta, él en su auto. En la puerta del trabajo, toma mi mano, aprieta mis dedos y dice:

—Nos vemos otro día, ¿sí? —Despacio, retiro mis dedos de su mano, haciéndole cosquillas en la palma al sacarla. Luego pedaleo a casa. Voy a casa con mi marido y mis mellizos.

Sé lo que piensan. «¿Por qué lo hace? ¿Qué gana con todo esto?». Lo hago porque quiero. Lo deseo. Lo hago porque me llena con una corriente de energía eléctrica saber que, este hombre desconocido, me desea. Tengo la habilidad de hacer que desnude su deseo. Lo hago porque puedo. Puedo ser una esposa, una compañera de trabajo, una madre, una amiga. Igual, estos no son los papeles que mejor interpreto. Soy mejor siendo una amante. Soy mejor en el sexo. Otras personas se contentan con seducir a alguien de vez en cuando y comprometerse con esa persona por un largo período de tiempo, pero yo necesito seducir a cientos de personas para sentirme viva. El número parece indicar que cada individuo no tiene valor. Eso no es cierto. En el momento, el individuo tiene un valor infinito. No es sólo el pensamiento de la seducción por sí sola lo que me excita, sino la sensación de ver y crear la oportunidad. Cuando más me siento excitada es cuando soy capaz de encontrar oportunidades donde aparentemente no habría ninguna.

Esa noche llego a casa apenas pasadas las seis. Los chicos miran la televisión en la sala. Randall está cocinando bifes de pollo y chequeando emails en la cocina. Esta es mi vida. Hay tantas cosas que funcionan bien en mi vida con mi esposo: nuestra amistad, nuestros hijos, ocasionalmente nuestra vida sexual, aunque ya no me excite tan seguido. Desde el punto de vista erótico, me siento mejor con él cuando hay alguien más en mi vida con quien pueda tener sexo. Eso me excita más en casa también. No me deprimo ante el pensamiento de que sólo voy a tener sexo con mi marido por el resto de mi vida. Ese es el pensamiento más increíblemente depresivo para mí. Perder la oportunidad de besar una boca desconocida, nunca más tener sexo con un hombre nuevo. Lo visualizo como una calle larga y recta. Eficiente y práctica, pero sin diversión. El sexo con Magnus no fue la primera vez que fui infiel, y tampoco será la última. No fue el más intrépido, ni el más fascinante o el más aburrido. Quiero más de él, sus besos hambrientos, su sexo fuerte y su manera casi galante de tocarme. Sé que debo estar con él otra vez. La noche luego de que estuve con él por primera vez, cuelgo mi abrigo en el recibidor, saludo a Randall con un hola a la distancia y entro a la sala. Me tiro en el sofá y beso a mis hijos en la nuca, respirando sus aromas dulces y algo salados de niños, hasta que me echan porque los distraigo. Luego me uno a Randall en la cocina. Me dice que la cena estará pronta en unos minutos y me pregunta si he pasado un lindo día. Asiento y apoyo mi mejilla sobre su hombro. Me aprieta suavemente con un brazo mientras sostiene el celular en su otra mano. Es mi mejor amigo y hacemos un buen equipo. Pongo la mesa y llamo a los niños. Nos sentamos a la mesa para comer pollo con pasta y ensalada.

La parte de mi vida que ocupa la mayor parte de mis pensamientos tiene que permanecer secreta porque las otras personas se sentirían lastimadas si supieran lo que hago. No me arriesgo. Siempre tengo el teléfono en mi bolsa, mi computadora siempre está apagada y nadie sabe mis contraseñas. No quiero correr el riesgo de que los niños o Randall tengan curiosidad de leer mis mensajes o emails. No sé si sospecha que soy infiel o no. Tampoco sé si estaría celoso si sospechara de mí o algo. Sin dudas lo he pensado y creo que la respuesta es: elige no sospechar. Cierra conscientemente sus ojos y oídos a la posibilidad. Ni siquiera sé si tiene sexo con otras mujeres. Es posible. Tiene conferencias y reuniones de venta y todo tipo de eventos para los que tiene que pasar la noche fuera de casa. A veces llega a casa tarde del trabajo, con mucha energía y enrojecido. Sus zancadas en el recibidor me indican que reboza energía y placer por la vida, y a veces se me cruza la idea de que pueda estar compartiendo su cuerpo con otra mujer. Pero no lo sé. He elegido no seguir ese tren de pensamientos cuando surgen; tal como él, supongo.

Detengo el pensamiento, la vida continúa y ocupo mi mente en tareas del trabajo, partidos de fútbol de los chicos y adónde iremos para las vacaciones de verano familiares. La primera vez que le fui infiel a mi marido fue antes de casarnos. Habíamos estado juntos por un par de meses y nos estábamos conociendo. Habíamos cocinado cenas para el otro, habíamos pasado la noche juntos frente al televisor y nos habíamos contado cosas desagradables de nuestra juventud. Hablamos de nuestras victorias, nuestras ambiciones y nuestras decepciones. En ese tiempo, no nos habíamos dicho que nos amábamos y cuando hablábamos sobre el futuro, sólo era en forma de sueños, no planes. Había ido a lo de mis padres para celebrar Navidad y escribir un ensayo. Mi mamá me contó que una de mis aventuras de secundaria se había mudado temporalmente a la ciudad porque estaba atravesando un divorcio. Registré la información y no la olvidé. Le di vueltas en mi cabeza como si fuera un dulce que estaba escondiendo en mi boca. Randall llegó a lo de mis padres el día de Navidad. Cenamos, dimos un paseo por las calles grises y melancólicas, y luego tuvimos sexo silencioso y torpe en la angosta cama de mi viejo dormitorio. Randall se fue al día siguiente, debía regresar al trabajo.

Cuando Randall se fue, me encontré con mi vieja aventura. Estuvimos juntos por veinticuatro horas completas. Estuvimos en la cama de sus padres porque estaban fuera en una reunión familiar. Lo hice porque había algo sin resolver entre nosotros, porque estaba en la ciudad, porque no habíamos cerrado la historia y porque tuve la oportunidad. Él era a quien todas deseaban en la adolescencia. Fue un triunfo cuando él y yo pasamos algunas noches juntos y una derrota cuando dejó de llamarme y tomarme la mano en las fiestas. Era un nuevo, aunque más pequeño, triunfo estar con él de nuevo. Es un hombre tan hermoso. Cuando yo tenía diecisiete y él diecinueve, nunca me dijo que me amaba. Había amor de mi parte en ese entonces, o al menos enamoramiento. Desafortunadamente, sabía que no oiría nada por el estilo de parte de él. Nunca diría esas palabras, así que hice como que todo estaba bien con sólo pasar la noche con él. Eso, hasta que decidió que prefería dormir con mi amiga.

No hablamos de esas cosas esa Navidad. Cuando se puso íntimo nuevamente luego de todos esos años, reconocí su cuerpo, y al mismo tiempo, no lo reconocí. Había perdido algo de la agilidad de la juventud que yo tanto había apreciado. Estaba más fibroso, delgado pero musculoso. Su barba incipiente era más oscura y áspera. Sus huesos de la mejilla se marcaban aún más de lo que recordaba. Sentí como si estuviera tocando un cuerpo nuevo, un extraño. Amo besar, explorar y sentir cuerpos desconocidos. Mi propio cuerpo se ha ablandado y tiene más curvas y mi trasero ha crecido. Le excitaba mi nuevo cuerpo, particularmente mi trasero. Lo tomó con fuerza y lo amasó, apretó, agarró mis caderas y gimió fuerte al llegar al orgasmo. Luego, bebimos té Earl Grey sentados en la cocina, envueltos en mantas. Charlamos sobre nuestras vidas. Lo diferente que éramos ahora. Me sentí impaciente y pensaba todo el tiempo en que tendría que irme pronto, pero también quería reconquistarlo. Quería que me dijera todo, quería halagarlo, encantarlo, llenarlo de deseo. Me contó que se estaba divorciando de su mujer francesa que había vuelto a Lyon, y que acababan de vender su departamento. Estaba totalmente indefenso y vulnerable. Llevaba el divorcio sobre los hombros como una lanza que atravesaba el pecho adonde su corazón había estado alguna vez.

Sus padres volvieron a casa esa noche. Nosotros estábamos en el sofá mirando una vieja película en la televisión. No dijeron nada más que «hola», «ha pasado tanto tiempo», y «buenas noches» antes de irse a dormir. No podía dejar de pensar que yo acababa de estar en esa cama. Luego sentí una mano por debajo de la manta que me cubría. La mano encontró mi cintura y siguió su camino hacia arriba hasta mis pechos. Cerré los ojos y dejé caer la cabeza hacia atrás.

A la mañana siguiente, salí en puntas de pie por la puerta trasera y apresuradamente recorrí las calles silenciosas hacia la casa de mis padres. Estaban desayunado y leyendo el periódico en bata. Mi mamá sacó una jarra para mí y dijo:

—Qué bueno que tus viejos amigos también estén de regreso por las vacaciones. —Asentí.

Realmente lo era. Al día siguiente tomé el tren de regreso a Copenhague. Durante la siguiente primavera, Randall y yo decidimos que nos mudaríamos juntos. Pero no eché raíces.

Randall y yo vivimos juntos en mi pequeño departamento de un dormitorio. Discutimos sobre el color del sofá, sobre dónde deberíamos poner los zapatos, sobre el lavado de la ropa, sobre cuántos amigos podía invitar a ver partidos en la televisión. Por otro lado, teníamos sexo. Mucho sexo.

Randall y yo estábamos en el sofá mirando dvds y tocándonos, así que nunca vi el final de American History X, aunque la vimos dos veces. Teníamos sexo en el nicho de la ducha que habíamos instalado en un rincón de la habitación y cuyas juntas chirriaban cuando Randall me presionaba contra las paredes plásticas ahumadas. Teníamos sexo en la cama kingsize casi todas las noches. No éramos muy intrépidos en la cama, así que casi siempre era la posición del misionero o por detrás, bajo las sábanas blancas.Simple y un tanto estándar, pero hermoso. Siempre lo dejaba tomar el control y moverme hacia donde quería. Si eso me hace parecer pasiva, no es el caso. Era voraz, lo devoraba, y recibía todo lo que Randall tenía para darme sin dudarlo. Me veneraba con todo su firme y liviano cuerpo. Sus manos exploraban cada parte de mi cuerpo, mi deseo era su proyecto, su pasatiempo y su misión.

Aun así, a pesar de todo el sexo, había una pequeña parte de mí que no estaba completamente satisfecha. todavía estaba abierta al mundo que me rodeaba y todas sus oportunidades. Había encontrado un hombre hermoso con una gran energía y con un optimismo que lo hacía levantarse y salir al mundo cada día, y que amaba la compañía, las fiestas y a mí. Aun así, no estaba satisfecha. Se sentía como si hubiera elegido un cajón de un archivero y hubiera saltado dentro de él, y luego el archivero hubiera sido cerrado. ¿Eso hace sentido? Quizás no. Pero así era como me sentía. Tal como cuando tuve que elegir, en el colegio, entre dedicarme a las lenguas o a la ciencia. Mis maestros me habían recomendado que me dedicara a las lenguas modernas. Yo acaté y sumisa completé los formularios necesarios, pero dentro mío una voz me gritaba, «¡también podría convertirme en bióloga! O en doctora. Podría ir a un país del tercer mundo y encontrar la cura para la malaria». Podía sentir la corriente de todas las puertas que se iban cerrando para mí cuando elegí concentrarme en las lenguas modernas. Tuve el mismo sentimiento cuando decidí mudarme con Randall.

Uno de los cajones que he cerrado en mi vida es el que contiene el sueño de convertirme en escritora. Hoy, escribo boletines informativos e emails para los clientes y leo libros. Todo tipo de libros. Unas pocas líneas de un poema de Emily Dickinson se alojan en mi mente porque así era exactamente cómo me sentía cuando me acababa de mudar con Randall:

«El alma tiene momentos de Escape -

Cuando rompe toda las puertas -

Baila como una Bomba, fuera,

Y se balancea sobre las Horas»

Yo era un cohete, fuera de control, perdido, acelerando por el paisaje, con riesgo de traer devastación. Luego de haber estado viviendo juntos por unos años, nos invitaron a una boda. Uno de los amigos de Randall se casaba. Era uno de sus ex compañeros de clase, atlético y con dientes perfectos. Se casaba con una mujer alta y rubia que trabajaba en algo relacionado con el marketing y compañías aéreas. La razón por la que lo menciono es porque esta pareja siempre parecía que acababa de regresar de las vacaciones en algún lugar soleado, con su equipaje lleno de cosméticos del duty free. En esa boda, estaba sentada cerca de un caballero silencioso. Sacó la silla para mí, me dio conversación y me sirvió vino, demasiado vino. Era oscuro y parecía un gitano de un libro infantil, de la época en que podíamos referirnos a alguien como gitano y de la época en que los gitanos estaban asociados a algo exótico, simple y genuino. Se veía como el tipo de hombre que podría tomar mi mano de pronto y convencerme de escaparnos juntos para vivir en un remolque yendo hacia donde el viento nos llevara. Había discursos. Luego del primer plato, tres de las amigas de la novia habían armado una presentación con fotos de las vacaciones que habían disfrutado juntas cuando eran más jóvenes. Aparecían adolescentes alegres y rubias, con bebidas, en bikini, en la parte trasera de motocicletas, en la playa, en sillas exteriores, en camas de hotel. Las cortinas del salón estaban bajas para que pudiéramos ver bien las fotos y el aire en el recinto se sentía caliente y estancado. Las mesas estaban demasiado juntas, la acústica era mala y las voces risueñas de las chicas eran una confusión. Me sentí somnolienta. Sentía los párpados pesados, y el cuerpo pesado y caliente. El caballero gitano junto a mí movió su silla un poco más cerca a la mía y recorrió con su dedo toda la parte desnuda de mi axila. Coloqué la servilleta blanca y almidonada sobre mi muslo cubriendo una parte de su regazo también. Mi mano trepó bajo la servilleta. Usé la uña para rascar la caliente y ajustada tela de sus pantalones, justo donde cubría su ingle. Moví la uña hacia adelante y atrás como si estuviera tratando de sacar una mancha con cuidado. La fricción de la tela contra mi dedo me produzco cosquillas y agitación. Mi boca estaba saciada del vino tinto que había estado bebiendo. El sonido pesado de mi propia respiración llenaba mis oídos.

Las tres amigas que parloteaban y todos los invitados de la boda desaparecieron. La novia desapareció, así como el novio. Randall desapareció. El caballero junto a mí movió su mano hasta la mía y con cuidado y en silencio bajó el cierre de su pantalón. Murmuró algo que no pude escuchar y mi mano se deslizo debajo de la servilleta. Me daba cuenta de que estaba duro y caliente, y que su piel era suave como la seda. En mi mente se formó una visión de algo robusto y oscuro, que ansiaba ser liberado de la tela que lo contenía. No había mucho espacio para que moviera la mano, así que lo acaricié un poco con tres dedos mientras mi rostro apuntaba hacia las oradoras. Darle placer era muy excitante para mí, mis entrañas estaban agitadas, mi respiración se aceleró y mis labios se separaron. Pero entonces murmuró algo; pude sentir su cálida respiración en mi oído:

—No quieres coger, ¿o sí?

Sus palabras fueron bizarras. Mi mano se detuvo. Si lo hubiera preguntado de otra manera, si hubiera sugerido que fuéramos al baño juntos, habría abierto una puerta. En lugar de eso, la cerró. Me sentí decepcionada y aliviada a la vez.

Cuando el postre y todos los discursos se terminaron, encontré a Randall. Ambos estábamos borrachos, yo más que él. Lo arrastré al baño, me saqué la ropa interior y pude sentir el aire frío en mi vagina. Era uno de esos baños donde hay un inodoro y un lavabo en el mismo compartimiento. Trancó la puerta, se recostó contra el lavabo y presionó sus manos sobre mi cabeza, haciéndome arrodillar. Abrió sus pantalones y llevó mi cabeza a su entrepierna. Me gusta lamer a un hombre. El sabor es salado con un trasfondo salvaje que varía de hombre a hombre. Randall sabe un poco a bosque, su vello púbico crece libre, y es denso y rizado. Acarició la parte de atrás de mi cabeza y pasó sus dedos por mi cabello, y antes de llegar al orgasmo, me levantó, me dio vuelta para poder penetrarme por atrás. Cuando entró, con un movimiento que hizo que nuestras espaldas se arquearan, me podía ver en el espejo con él detrás mío  Nuestro reflejo, con las mejillas enrojecidas, las bocas entreabiertas y el cabello despeinado, me excitó mucho. Empujé mi trasero hacia atrás para poder sentirlo más aún. Ambos llegamos al orgasmo. Me saqué la ropa interior y la arrojé al basurero; volví a la fiesta con vello púbico pegajoso de semen y con el aire frío golpeando mis muslos húmedos.

Dos años después de obtener mi título, Randall y yo compramos un departamento, donde aún vivimos, y luego comenzamos a hablar sobre tener hijos. Sin embargo, antes de tener hijos, fuimos de vacaciones a Tailandia con nuestros amigos Peter y Karen. Íbamos a quedarnos en Bangkok por algunos días y luego ir a las islas más pequeñas para hacer snorkel y un poco de playa. La humedad, el calor y el jet lag agobiaron mi cuerpo; me sentía con náuseas y extrañamente frenética. Me alteraban todas las luces coloridas de la noche, el olor a comida frita, polvo y gasolina, la multitud de gente y las cervezas heladas, pequeños rollitos primavera y el sabor del chile que era tan picante que me hacía llorar. En un bar del área donde todos los mochileros se acumulan, Randall y Peter inventaron una bebida con whisky Mekong, soda, jugo de lima y azúcar. Randall y Peter estaban orgullosos de su creación, mezclaban tragos, nos servían a Karen y a mí, servían tragos a otros clientes del bar y, al final, compraron otra botella de whisky Mekong y más soda.

Karen sonreía callada, era una persona tranquila de movimientos lentos. En mi borrachera alimentada por whisky, sentí que todo de ella era hermoso. Su pequeña nariz, el aroma sutil y un tanto ácido de su sudor y los ojos color gris azulado. La humedad de su piel brillaba bajo la luz de las bombillas de colores suspendidas sobre el bar. Mi cara se acercó unos milímetros a ella, ladeé mi cuello y lamí el sudor de su clavícula. Sabía increíblemente bien, más dulce que Randall. Le mordí el cuello suavemente y la acerqué a mí. La sensación del cuerpo de otra mujer es extraña. Era más grande y más suave y más extraño de tocar de lo que había imaginado. Si tocar a Randall era como tocar un galgo, tocar a Karen era como tocar a un golden retriever.

Cuando volvimos a la habitación del hotel, Peter fue directo al baño y Karen y yo nos recostamos en la cama y seguimos besándonos. Randall se nos unió, pero al principio no nos tocaba. Más que nada miraba mientras se tocaba a sí mismo. Yo estaba arrodillada entre las piernas de Karen; había separado sus muslos con las manos y la lamía. Su vello púbico era denso y húmedo y enterré mi rostro en el cómodo matorral. No había ningún aspecto físico firme y tangible como con un hombre, y extrañé eso. Con cuidado puse mis dientes sobre sus muslos y mordisqueé un poco de su piel. Le gustaba eso; suspiró profundo y pude sentir su mano yendo a su entrepierna. Mientras separaba sus piernas, y mordía y besaba la suave piel de sus muslos, ella se tocaba. Detrás de mí, podía sentir a Randall agarrándome las caderas, empujando mi abdomen contra la cama y penetrándome. Me cogió por atrás y acabó rápido con un bramido que casi parecía enojo. El cuerpo de Karen temblaba y se sacudía, se estiró hacia mí y me acercó a ella. Nos besamos y me tocó entre las piernas mientras Peter acariciaba su cabello y Randall acariciaba mi trasero. Tonteamos toda esa noche. Fue divertido y tonto, y lo mejor fue que Randall también participó. Tuve un pequeño sentido de victoria: Randall había mostrado que había algo de cohete en él también. Eso me hizo feliz.

Tenía doce o quizás trece años cuando tuve mi primer orgasmo. Mi mamá me había dado el libro Mujer: conoce tu cuerpo, inspirada por el sentimiento de permisividad forzada y timidez personal, que la hacía sentir que yo debía familiarizarme con mi cuerpo, pero que ella no era apta para la tarea de hablarme sobre sexualidad o sentimientos. Mujer: conoce tu cuerpo no es exactamente una biblia erótica, pero dice algo sobre el sexo, sobre lo que el cuerpo puede y no puede hacer, y el libro me incitó a tocarme por primera vez. Estaba en la tina con la regadera en una mano y la otra mano ocupada en tocarme. Fue una explosión, una epifanía; no estaba para nada preparada para los temblores que el orgasmo provocó en mi cuerpo. Luego de esa experiencia, el sexo nunca se alejó de mis pensamientos. Pasé largos y despreocupados veranos de adolescente en mi cama con una novela en una mano y la otra enterrada entre mis piernas. Todo me excitaba. Tocarme, leer, besos inocentes en programas de televisión, las parejas de la calle.

Pasaba la noche en vela mirando deportes en televisión porque no podía dejar de pensar en las imágenes de muslos hinchados y espaldas musculosas y sudorosas.  Había descubierto que el sexo me excitaba y que los hombres también. Los deseaba a todos y mi deseo transformaba a los hombres que veía. Los embellecía. Mi deseo creaba un campo de fuerza del que pocos hombres podían escapar. Hombres comunes pasaban a ser hermosos, más fuertes, más deseables, más vivos. Los mayores rejuvenecían, los jóvenes maduraban, todos los detalles se difuminaban y quedaba sólo su hombría pura. Los hombres a mi alrededor me excitan, como sus fotos y las fantasías sobre ellos. Sus traseros me excitan, así como el aroma a cuero de su sudor salado. Los vellos de sus axilas me excitan, la piel desnuda de sus muñecas, hombros, pantorrillas fuertes y pies grandes plantados con firmeza en el piso. Las caderas me excitan, especialmente la parte de piel entre el hueso pélvico y el estómago, donde los músculos dibujan una V desde la ingle hasta las caderas. Esa parte de la piel de un hombre me atrapa.

Es tanto más excitante estar en la playa o en la calle durante el verano cuando los hombres jóvenes caminan sin camisetas, o incluso frente al río donde me siento junto al agua mientras mis niños nadan. Miro a los adolescentes en sus skates con sus estómagos planos donde los músculos visibles se contonean y doblan bajo la piel y desaparecen por debajo de sus shorts. No sólo los jóvenes y delgados me excitan. La visión de un hombre robusto con manos fuertes puede generar temblores en mi abdomen. Amo los estómagos con alguna curva, que indica que disfrutan de la vida lo que incluye la buena comida. Un pecho sólido, y brazos y muslos fuertes hacen que un hombre parezca inamovible, y el contorno de esos hombres me da ganas de cerrar los ojos y hundir mi rostro en los vellos de su pecho. El mundo es una gran pasarela para los cuerpos de hombres y presto mucha atención a todos los detalles.

Magnus y yo jugamos un juego mientras estamos en el trabajo. Siempre sabemos dónde está la otra persona. Cuando está juntó a la recepción hablando con alguien de su departamento, voltea ligeramente y sé que me ve por el rabillo del ojo. No gira y no me saluda. Cuando camino frente a él hacia la reunión de los miércoles de mi departamento, lo saludo con la cabeza y continúo hablando con mi interno, como si fuera muy importante, aunque lo único que estamos hablando es sobre las ventajas de las distintas máquinas de espresso. Quiere ser un hombre dominante. Habla fuerte en las reuniones. Toma el marcador y dibuja diagramas en la pizarra en las presentaciones. Decide si un chiste amerita la risa o no. Nunca soñaría siquiera con traerle una taza de café de la cafetería a un compañero. Hace que otros llamen un taxi cuando está en una reunión en otro lado.