Placeres errantes - Confesiones íntimas de una mujer 5 - Anna Bridgwater - E-Book

Placeres errantes - Confesiones íntimas de una mujer 5 E-Book

Anna Bridgwater

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Serie: LUST
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2019
Beschreibung

"Sobre la serie "Confesiones íntimas de una mujer": "Quiero contarte la historia de mi vida. O al menos una parte de ella. Una parte de mi vida que es mi verdadero yo, pero que está escondida. Mi vida sexual. Eso, para lo que fui creada. Lo que mejor hago". El mundo está lleno de hombres y el narrador en primera persona de esta serie es un Don Juan en femenino que simplemente no puede negarse. Eva ama a su marido y a sus hijos, pero para ella no son suficiente. Su vida deja de tener sentido sin el sentimiento excitante de una nueva aventura, así que siempre que tiene la oportunidad de una experiencia erótica, la aprovecha. La protagonista de esta serie, Eva, está inspirada en una persona real de carne y hueso. Luego de mantener conversaciones con esta mujer, la autora, Anna Bridgwater, ha escrito su historia como testimonio de la vida secreta que lleva en paralelo a su cotidianidad con su marido y sus hijos."-

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Seitenzahl: 50

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Anna Bridgwater

Placeres errantes

Confesiones íntimas de una mujer

Parte 5

LUST

Placeres errantes – Confesiones íntimas de una mujer: Parte 5

Original title:

Rejsen - en kvindes intime bekendelser 5

Translator: LUST Copyright © 2018, 2019 Anna Bridgwater and LUST, an imprint of SAGA Egmont, Copenhagen All rights reserved ISBN: 9788726273175

1. E-book edition, 2019 Format: EPUB 2.0

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

Placeres errantes

Confesiones íntimas de una mujer

Parte 5

A veces la vida te sorprende a veces. En un momento planeaba mentalmente mi viaje a Alemania, con mi amante. Pero luego de una llamada telefónica, sostenía un ramo de tulipanes en una mano y el cepillo de dientes de mi esposo estaba en una bolsa plástica dentro de mi bolso, junto a mi computadora. Me llamaron para decirme que mi esposo estaba enfermo, en medio de la noche. Inmediatamente envié un mensaje de texto a Carl, el hombre que consideraba mi amante: “Familiar enfermo. No podré ir”. Me aferré al teléfono y miré a la pantalla, en espera de respuesta. Escribí otro mensaje: “Me gustaría verte pronto. Estoy pensando en ti”. Entonces me refugié en el reino de los sueños para huir de la aterradora y oscura realidad. A la mañana siguiente, la respuesta fue: “Qué lástima. Espero que tu familiar mejore. Te escribo pronto. Carl.”

Estaba preocupada por mi esposo. Sin embargo, la preocupación no eclipsó mi inmensa frustración. Se esfumaron la emoción y la anticipación persistentes que me mantenían viva. La nueva lencería negra que había comprado, para deleite de mi amante, fue a parar a la gaveta inferior de mi armario; me puse unos zapatos de suela plana para visitar a mi esposo en el hospital. Estas eran mis propias reglas: Tenía una obligación con mi esposo, Randall. Éramos padres. Éramos una pareja formal. Teníamos amigos en común y conocíamos las familias del otro. Sin embargo, ambos teníamos amantes y fingíamos no saber nada sobre nuestras vidas secretas.

Randall había sentido dolores en el pecho durante un seminario y fue su amante, la delgada y competente Katrina, quien llamó a la ambulancia. Ahora lo habían trasladado al Hospital Central de Copenhague. Estacioné mi bicicleta, atravesé las puertas de cristal y me quedé allí esperando un aventón. El Hospital Central tenía los tiempos de espera de ascensores más largos de todo el país y parecía ser intencional. La persona que desee usar esos ascensores se verá obligado a experimentar una extraña forma de concentración para contrarrestar el estrés de los empleados y la ansiedad y tristeza de los pacientes y sus familias. Sacudí la cabeza, mandando a volar esos pensamientos. Decidí mejor mirar a uno de los jóvenes vestidos de blanco que también esperaba el ascensor. Hice una rápida nota mental “lindo trasero”.

Volví a sacudir la cabeza y me reprendí. “¿Cuál es tu maldito problema? Le miras el trasero a otros hombres mientras vas a visitar a tu esposo, que podría estar gravemente enfermo”.

Claro que yo sabía cuál era mi problema. Intentaba distraerme para mantener a raya la realidad acechante. La enfermedad de Randall podría desencadenar toda una serie de consecuencias. Aunque la enfermedad fuera leve, no podría ir a Hamburgo con mi amante. Si su enfermedad fuera un poco grave, estaría desempleado por un tiempo y yo tendría que cuidar a los niños y atender nuestra casa, sola. Finalmente, si Randall estuviera realmente enfermo y muriera, se produciría una avalancha de desgracias. Empezando por los niños, quedarían devastados. Yo también lo extrañaría y me sentiría culpable. Me odiaba por tener pensamientos tan egoístas. Sencillamente no podía evitarlo. Pero Randall fue un apoyo para mí y yo debía serlo para él. Éramos accesorios que aseguraban que el otro pudiera tener una vida social, un amante y alguien con quien compartir la responsabilidad de los niños.

Apreté tanto los dientes que me dolía la mandíbula y emití un pequeño gruñido. El de los pantalones blancos se dio la vuelta para mirarme. Era enfermero y la etiqueta de identificación me indicó que se llamaba Jacob. Me sonrió y me dio paso para entrar al ascensor. Observé sus dientes blancos y el pequeño trozo de coral colgando de una tira de cuero alrededor de su cuello. Sentí que empezaba a sonrojarse y miré al piso. “Compórtate”, me dije a mí misma apoyándome contra la pared del ascensor. La barba incipiente en el rostro de Randall contrastaba con su piel pálida. Lo besé en la frente, me senté en el borde de la cama e inmediatamente me volví a parar y busqué un florero para los tulipanes. Ninguno de los dos podía sostener la mirada del otro.

— ¿Cómo te sientes? —pregunté.

— Bien —dijo él—. Pronto podré volver a casa.

Nuestra conversación era entrecortada. Un coágulo de sangre se formó en su corazón mientras asistía a un seminario con su amante. Así que me mi obligada a cancelar el viaje a Hamburgo con mi amante, para asumir el papel de madre y esposa. Me sentía acorralada por una sensación de injusticia, como un traje muy ajustado, pero no le dije una palabra. Los sentimientos brotaban de mi interior, llenaban mi garganta y bloqueaban mi voz. Hablamos de su tratamiento y me pidió que le llevara su maletín con ropa y la portátil de la oficina. La logística nos tomó cuarenta y cinco minutos. Luego me levanté para ir a casa y preparar la cena de los niños. Puede que lo estuviera imaginando, pero creí detectar alivio en la expresión de Randall cuando me fui. Cuando llegué a mi bicicleta, revisé los mensajes en mi celular. Mis hijos querían comer en su club juvenil. Un colega quería discutir un informe. Mi madre se enteró de lo de Randall y quería que la pusiera al día. Ningún mensaje de Carl.