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"Sobre la serie "Confesiones íntimas de una mujer": "Quiero contarte la historia de mi vida. O al menos una parte de ella. Una parte de mi vida que es mi verdadero yo, pero que está escondida. Mi vida sexual. Eso, para lo que fui creada. Lo que mejor hago". El mundo está lleno de hombres y el narrador en primera persona de esta serie es un Don Juan en femenino que simplemente no puede negarse. Eva ama a su marido y a sus hijos, pero para ella no son suficiente. Su vida deja de tener sentido sin el sentimiento excitante de una nueva aventura, así que siempre que tiene la oportunidad de una experiencia erótica, la aprovecha. La protagonista de esta serie, Eva, está inspirada en una persona real de carne y hueso. Luego de mantener conversaciones con esta mujer, la autora, Anna Bridgwater, ha escrito su historia como testimonio de la vida secreta que lleva en paralelo a su cotidianidad con su marido y sus hijos."-
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Seitenzahl: 52
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Anna Bridgwater
LUST
Puertas abiertas – Confesiones íntimas de una mujer: Parte 3
Original title:
Værelse til to - en kvindes intime bekendelser 3
Translator: LUST Copyright © 2016, 2019 Anna Bridgwater and LUST, an imprint of SAGA Egmont, Copenhagen All rights reserved ISBN: 9788726273144
1. E-book edition, 2019 Format: EPUB 2.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
Había llegado el momento de ir a casa. De regresar con mi familia luego de pasar el verano sola. Lo tenía todo, esposo, hijos, un buen hogar y un trabajo decente. Yo había elegido a mi familia tal como era, segura y con rutinas. Sin embargo, lo que sentimos no siempre se ajusta a nuestras elecciones. Cuando abrí la puerta de mi departamento, después de pasar un mes sola en Roma, me sentí feliz. Pero también estaba nerviosa ante la perspectiva de lo que deparaban mi matrimonio y la cotidianidad. Una vez que cerré la puerta, las paredes parecían encogerse sobre mí. La primera noche de vuelta a mi cama matrimonial fue muy feliz. Feliz e intensa, porque me traje la alegría y el deseo conmigo. Estaba abierta de mente y cuerpo para recibir. Me había pasado el verano buscando placer, conociéndome y tratando de disfrutar de mi propia compañía. Había tenido maravilloso sexo, pero la mayor alegría había sido poder estar a solas conmigo misma ya conducirme a mis anchas.
Cuando viajaba en el avión de regreso a casa, me preguntaba si eso era lo que se sentía ser hombre. ¿Quizás los hombres pasan por la vida sin cuestionarse su apariencia constantemente? ¿Quizás no están eternamente preocupados por lo que otras personas piensan sobre su ropa, cabello o cuerpo? Los hombres no se preocupan demasiado por el sobrepeso, por lucir demasiado vulgares o demasiado feos y viejos. Si un hombre se siente atraído por una mujer desconocida, ¿le preocuparía que ella piense que está demasiado gordo? ¿O que es muy torpe? Cuando el avión aterrizó, miré por la ventana y vi a los portamaletas corriendo alrededor del avión. La mayoría de ellos eran bastante corpulentos, con barrigas redondas bajo sus chalecos de seguridad y camisetas grandes pero ajustadas. No les importaban muchos sus cuerpos. Mientras cargaban el equipaje, mostraban a todo el mundo el rollo de carne que colgaba sobre sus cinturones y las grietas de sus nalgas. Llevé mi atención a mi teléfono y le aviso Randall que había aterrizado.
Estaba ansiosa por reconectarme con mi esposo y demostrarles a mis hijos cuánto los amaba. Había estado lejos de ellos por unas semanas, aunque parecía una eternidad. Los chicos habían crecido, Randall había perdido algo de peso y el departamento se veía más desordenado de lo que recordaba. Mis hijos me recibieron contentos, aunque algo callados, al llegar a casa. Cuando los besé, pude notar por su aroma que habían crecido. Bajo el perfume del jabón, la dulzura infantil era eclipsada por una mezcla salada y ligeramente picante de sudor y hormonas adolescentes. Nuestros gemelos estaban al borde de la adultez y hacía mucho tiempo que no compartían conmigo sus opiniones. Me dieron las gracias por las camisetas de fútbol que les había comprado y desaparecieron en su habitación. Sentí una punzada de tristeza en mi corazón cuando los vi cerrar la puerta. Se estaban apartando de mí, quizás no los había disfrutado lo suficiente cuando aún era una parte inherente a sus vidas.
La primera noche con Randall estuvo llena de la intensa intimidad desarrollada tras muchos años de convivencia. Me sumergí directamente en el placer seguro y sencillo del reencuentro. Él sabía exactamente cómo debía moverse, cuándo debía penetrarme y cuándo debía salir para tomar un descanso. Se arrodilló entre mis piernas abiertas, apoyó mis pantorrillas sobre sus hombros, se inclinó hacia adelante y se introdujo profundamente dentro de mí. Movía su cuerpo rítmicamente sobre el mío, con una experiencia evidente. Aceleró el ritmo y cerró los ojos. Luego dejó de moverse y se apartó. Me observó con los ojos entrecerrados. Luego insertó el dedo índice en su boca, para humedecerlo y acariciarme; yo me abrí para él. Su dedo exploró todos los lugares adecuados, yo jadeaba. Continuó sondeando hasta que mis mejillas estaban sonrojadas y mi respiración entrecortada. Hasta que sucedió, alcancé mi dulce liberación con un sonoro gemido.
Randall volvió a poseerme, se deslizó dentro de mí y me embistió con fuerza, su boca dejó salir pequeños sonidos de placer mezclado con miedo. Con sus ojos cerrados, me penetró cada vez con más fuerza hasta que acabó. Luego sumergió su rostro en mi cabello y besó mi cuello. Y sentía el latido de su corazón contra mi pecho. Nos quedamos así unos minutos, hasta que se levantó sobre un codo y empezó a acariciarme de nuevo. Volví a excitarme, no tardé mucho en sentir el fuego entre las piernas.
Me invadió una ola de deseo y desaparecí del mundo por unos segundos.
Se recostó junto a mí y me observó con su hermoso rostro infantil y su boca ligeramente abierta. Los primeros signos de la madurez eran evidentes. Las esquinas de sus ojos mostraban un pequeño abanico de arrugas y sus pómulos estaban más marcados. Sin embargo, seguía siendo el mismo hombre hermoso que había elegido como esposo. Giró mi rostro hacia él con una mano y me besó. El beso fue largo y profundo. Después de unos minutos, lo aparté con suavidad. Se puso de pie y salió de la habitación. Desde la cocina, pude escuchar armarios abriéndose y copas tintineando. Randall regresó con dos vasos y la botella de grappa que yo había comprado en Roma. Sirvió las copas y me pasó una. Yo misma había comprado la botella, aunque la grappa en realidad me sabe a lo que huele el removedor de esmalte de uñas. Recibí la copa y la olfateé. Chocamos las copas y bebimos. Randall se sentó junto a mí, me acarició el brazo y me besó el hombro. Me estremecí interiormente y esperaba que Randall no lo hubiera notado.