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Dwight Lyman Moody nació el 5 de febrero de 1837, en el área rural de Northfield, Massachusetts. Quedó huérfano de padre a los cuatro años y la familia de seis hermanos tuvo que enfrentarse a graves problemas financieros. A los siete años se vio obligado a ponerse a trabajar. A los diecisiete se trasladó a Boston y a los veinte a Chicago. Fue allí donde Dios comenzó una obra increíble a través de Moody, que se extendería por cuarenta años. Fue un poderoso ganador de almas en una época donde los viajes eran lentos y las herramientas de comunicación no existían. Un millón de almas fueron salvas por medio de su predicación y sus programas. Se establecieron tres escuelas cristianas, se lanzó una casa publicadora que llevaba su nombre, y miles de ministros se inspiraron en él. Nunca fue ordenado en el ministerio de ninguna iglesia, sin embargo fue el evangelista que a más gente predicó en su época. Cautivaba a su audiencia con un estilo íntimo y sentimental de contar historias. Su tema central era el amor de Dios, con un mensaje sencillo de comprender. Hasta hoy en día las palabras poderosas de D. L. Moody siguen trayendo a hombres y mujeres a Cristo.
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D. L. Moody: 120 meditaciones para nutrir el espíritu y refrescar el alma
©2024 por Editorial Patmos
Publicado por Editorial Patmos
Miramar, FL 33027
Todos los derechos reservados.
Publicado originalmente en inglés por Cook Communications Ministries, 4050, Lee Vance View, Colorado Springs, CO 80918, con el título The Best of D. L. Moody © 2005 por Cook Communications Ministries.
A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas han sido tomadas de la Reina-Valera 1960 ® © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988. Utilizado con permiso. Reina-Valera 1960® es una marca registrada de Sociedades Bíblicas Unidas, y se puede usar solamente bajo licencia.
Las citas bíblicas indicadas como «nvi» han sido tomadas de la Santa Biblia, NUEVA VERSIÓN INTERNACIONAL® NVI® © 1999, 2015, 2022 por Biblica, Inc.® Usado con permiso de Biblica, Inc.® Reservados todos los derechos en todo el mundo.
Traducido por Mayra Ileana Urízar de Ramírez.
Diseño de portada e interior por Adrián Romano.
ISBN: 978-1-64691-386-2
e-ISBN: 978-1-64691-390-9
Categoría: Devocional.
Conversación para libro electrónico: Cumbuca Studio
Nota del Editor: Las selecciones de este libro han sido «modernizadas ligeramente» para el lector actual. Las palabras, las frases y las estructuras de las oraciones se han actualizado por claridad y legibilidad; se han combinado títulos de capítulos nuevos y versículos de las Escrituras con extractos del texto de D. L. Moody. Se ha hecho el esfuerzo de preservar la integridad e intención de los escritos originales de Moody. Se incluye preguntas de reflexión al final de cada lectura para ayudar a la exploración personal y discusión de grupo.
D. L. Moody: de origen humilde a influencia mundial
Dwight L. Moody (1837-1899) fue la clase de persona a la que parece que a Dios le gusta utilizar de una manera poderosa. Como hombre de origen humilde y que al principio tuvo grandes desventajas, Moody parecía estar destinado a llegar a ser un agricultor común de un pequeño pueblo, como las generaciones de los miembros de su familia que vivieron antes que él. Pero Dios moldearía a este hombre, de material tosco y áspero, en uno de los evangelistas más grandes que el mundo ha visto.
Las dificultades de Moody comenzaron al principio, cuando su padre, que era un albañil alcohólico, falleció repentinamente a la edad de 41 años. Su madre, Betsy, se quedó sola con siete hijos pequeños que alimentar y dos más que se añadieron cuando nacieron los gemelos, dos meses después. Peor aún, ella se enfrentó a la desalentadora tarea de mantener solvente la granja de la familia en Northfield, Massachusetts. Los acreedores confiscaban todo lo que la familia poseía, hasta la leña. Si no hubiera sido por la ayuda de un tío bondadoso, la familia se habría esparcido.
La educación de Moody ascendió a un total de siete años en una escuela que solo tenía un aula. Cuando se convirtió en adolescente apenas podía leer y escribir, y en una clase de Biblia no pudo encontrar el libro de Juan porque lo buscaba en el Antiguo Testamento. Ya que el dinero era una necesidad más urgente que la educación, Moody pasó sus años de adolescente trabajando en granjas vecinas.
Cuando cumplió veinte años, Moody se fue a Boston a buscar trabajo. Llegó a ser empleado en el negocio de su tío, la tienda de Zapatos Holdon. No se tardó mucho en descubrir que era un vendedor nato, un talento que sería usado muy efectivamente como evangelista en años futuros.
El punto decisivo en la vida de Moody ocurrió durante este período, cuando disfrutaba de prosperidad en el negocio de los zapatos. Una de las condiciones para trabajar en Holdon era la asistencia a la Iglesia Congregacional Mount Vernon. Aunque a Moody siempre le había parecido aburrida la iglesia, un fiel maestro de la Escuela Dominical apareció en el momento apropiado y comenzó a animarlo. Un día, el maestro Edward Kimball entró a la zapatería y encontró a Moody en el salón de atrás. Después de una sencilla explicación del evangelio, Moody se arrodilló y oró para aceptar a Cristo. Desde entonces, la vida de Moody cambió dramáticamente ya que inmediatamente fue llamado al servicio de Dios.
En los años siguientes, Moody se unió a una tarea en el ministerio tras otra. Fue activo en los programas de la escuela dominical y sacaba docenas, y después cientos, de jóvenes de las calles y los llevaba a la iglesia. Esto fue una muestra de cosas mucho más grandes por venir, ya que Moody parecía atraer magnéticamente a la gente.
Tan pronto como se mudó a Chicago, en 1856, comenzó su propio programa de escuela dominical y rentó un salón grande que rápidamente se llenó completamente. Adultos comenzaron a asistir también y las reuniones se llevaban a cabo todas las noches. Pronto Moody, que apenas tenía poco más de veinte años, enseñaba a cientos de personas y organizaba actividades de alcance. No influenciado por su popularidad creciente, frecuentemente trabajaba como conserje de los edificios donde enseñaba.
El ministerio floreció debido (y a pesar de) el mismo Moody. Sin lugar a dudas, era un orador torpe, cuyas lecciones estaban llenas de errores gramáticos y lingüísticos. Una vez, cuando Moody se estaba preparando para hablar en una reunión de oración, un diácono le dijo que él serviría mejor a Dios quedándose callado. Otro detractor elogió el celo de Moody pero le aconsejó que aceptara sus limitaciones y que dejara de hablar en público.
«Comete demasiados errores gramaticales», dijo el hombre. «Yo sé que cometo errores», respondió Moody, «y me faltan muchas cosas, pero estoy haciendo lo mejor que puedo con lo que tengo». Hizo una pausa y después dijo, de manera natural: «Mire, amigo, usted tiene la gramática suficiente: ¿qué va hacer con eso para el Maestro?
Con el tiempo, la escuela dominical de Moody creció aún más, era más influyente y él llegó a ser una autoridad reconocida en la educación cristiana. Recibió invitaciones para pronunciar discursos en convenciones de escuela dominical y gente de todo el país buscaba su consejo. El 25 de noviembre de 1860, el presidente electo, Abraham Lincoln, visitó la escuela dominical de Moody e hizo unas cuantas observaciones. En 1862, Moody se casó con Emma Charlotte Revell, y con el tiempo tuvieron tres hijos.
Durante la Guerra Civil, Moody fue voluntario para llevar a cabo reuniones para hablar del evangelio y distribuir tratados entre los soldados. Estuvo en el campo de batalla en nueve ocasiones, al servicio de la Comisión Cristiana de los Estados Unidos. Al final de la guerra, volvió a Chicago para reanudar su trabajo y pronto estaba dirigiendo una gran iglesia independiente floreciente. Durante este tiempo, su participación con la Asociación de Jóvenes Cristianos aumentó y finalmente llegó a ser el presidente de la organización. También sacaba tiempo para llevar a cabo cruzadas evangelísticas en todo Illinois y estados vecinos.
Después del gran incendio de 1871 que destruyó la iglesia de Moody, el edificio de Y.M.C.A (Asociación de Jóvenes Cristianos, por sus siglas en inglés) y su casa, emprendió un viaje evangelístico de dos años a Gran Bretaña con Ira Sankey, que era su socio en el ministerio. El viaje fue un éxito rotundo, ya que miles de personas llegaban noche tras noche a oír a Moody predicar. Así comenzó uno de los períodos más grandes de alcance evangelístico y avivamiento de la historia. Moody volvió a Gran Bretaña muchas veces en los años futuros, y predicaba a grandes multitudes en los salones más grandes que estaban disponibles.
En una reunión en Glasgow, Escocia, Moody y Sankey llevaron a cabo una reunión en el Palacio de Cristal, que estaba tan lleno que Moody no pudo entrar. Con el edificio totalmente lleno, otras veinte o treinta mil personas estaban afuera. El gran evangelista habló al gentío desde el asiento de un taxi y el coro cantó desde un techo cercano. Posteriormente, el Palacio de Cristal se llenó de hombres y mujeres que buscaban salvación, con muchos miles más que estaban afuera y que deseaban lo mismo.
Moody y Sankey continuaron llevando a cabo campañas intensamente por toda Gran Bretaña y los Estados Unidos, con éxito en cuanto a las cantidades inmensas que atraían y, lo que es más importante, en cuanto a las almas que se ganaron. Todo esto en una época mucho antes de la televisión, campañas de publicidad, estrategias inteligentes de mercadeo y estadios agrandados.
En un período de cuarenta años, Moody fundó tres escuelas cristianas, lanzó una operación publicista influyente, presidió el crecimiento rápido de Y.M.C.A., e inició actividades de ministerio incontables, tanto grandes como pequeñas. Se estima que no menos de cien millones de personas lo escucharon predicar el evangelio.
Dado el origen humilde de Moody y su importancia al final, no es de sorprenderse que le gustaba predicar 1 Corintios 1:26-27: «Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte». Este es un resumen apropiado de la vida y ministerio de D. L. Moody.
1
La fe es el enlace para las bendiciones de Dios
«Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron». Hebreos 4:2
La fe es el enlace que nos une a cada promesa de Dios. Nos trae todas las bendiciones. No me refiero a una fe muerta, sino a una viva. Hay una gran diferencia entre las dos. Un hombre podrá decirme que se han depositado diez mil dólares en un banco a mi nombre. Yo podría creerlo, pero ¿cómo me beneficia si no actúo y voy a sacar el dinero? La incredulidad atranca la puerta y oculta la bendición.
Alguien ha dicho que hay tres elementos en la fe: conocimiento, asentimiento y aceptación. Un hombre puede tener una buena cantidad de conocimiento de Cristo, pero eso no lo salva. Supongo que los carpinteros de Noé sabían tanto del arca como Noé, pero desgraciadamente fallecieron porque no estaban en el arca. Nuestro conocimiento de Cristo no nos ayuda si no actuamos. Muchos también asienten y dicen: «creo», pero eso tampoco los salva. Conocimiento, asentimiento y luego aceptación, es ese último elemento el que salva y el que une al alma con Cristo.
Reflexión: ¿Por qué algunas personas tienen problemas para «aceptar» a Cristo, aunque tengan conocimiento de Él y afirmen creer en Él? ¿Le es fácil o difícil tener fe absoluta y confianza en las promesas de Dios?
2
Dios escucha su clamor
«Me invocará, y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia; lo libraré y le glorificaré». Salmo 91:15
Si le pedimos a Dios que nos libre y nos dé victoria sobre el pecado, él no se hará de oídos sordos. No importa cuán corrupta haya sido la vida, no importa cómo haya sido el pasado, no importa cuán desobediente se haya sido. Si uno realmente quiere volver a Dios, Él acepta la mente dispuesta y el corazón arrepentido. Dios escuchará la oración y responderá. Simplemente sea sincero y Dios responderá a su clamor.
Por supuesto, hay clamores falsos y arrepentimiento fingido. Las madres entienden esto. Saben cuándo sus hijos lloran sinceramente o si es un llanto fingido. Pero si el hijo da un llanto de angustia, la madre dejará todo y llegará corriendo a ayudar a su hijo. De igual manera, nunca he oído que Dios decepcione a alguien que es sincero en cuanto a la salvación de su alma o que busca una vida más consagrada.
Reflexión: ¿Por qué cree que la seriedad y la sinceridad son tan importantes para Dios? ¿Le cuesta a veces ser totalmente sincero cuando se acerca a Él? ¿Por qué sí o por qué no?
3
Su herencia lo espera
«Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual». Colosenses 1:9
¿Alguna vez lo han incluido en el testamento de alguien? ¿Alguna vez ha recibido una herencia? Quizás haya pensado que nunca alguien se acordaría de usted en un testamento. Si usted es parte del reino, Cristo se acordó de usted en el suyo. Él le dejó su cuerpo a José de Arimatea. Dejó su madre a Juan, hijo de Zebedeo; y le entregó su espíritu a su Padre. Pero a sus discípulos les dijo: «La paz os dejo, mi paz os doy, no os la doy como el mundo la da» (Juan 14:27). ¡Piense en eso! No nuestra paz, no la paz del mundo, sino Su paz.
Se dice que un hombre no puede hacer un testamento que los abogados no puedan invalidar. Yo los reto a que invaliden el testamento de Cristo. Que lo intenten. Ningún juez, ni jurado, puede anularlo. No hay escapatoria. Cristo resucitó para ejecutar su propio testamento. Si nos hubiera dejado mucho oro, los ladrones se lo habrían robado en el primer siglo. Pero nos dejó su paz y su gozo para cada creyente genuino, y ningún poder sobre la tierra puede quitárselo al que confía.
Reflexión: ¿Qué significa para usted saber que ha sido incluido en el «testamento» de Cristo? ¿Qué aspectos de su herencia espiritual son los más importantes para usted?
4
Proyecte una luz en la oscuridad
«Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas». 1 Tesalonicenses 5:5
Recuerdo la historia de un hombre que viajaba en el mar y estaba muy mareado. Pienso que, si hay un momento que alguien siente que no puede hacer nada por el Señor, es en esas circunstancias. Mientras este tipo se sentía mal, escuchó otro hombre que se había caído por la borda. Se preguntaba si podría hacer algo para ayudar a salvarlo. Agarró una linterna y la sostuvo en la portilla. El hombre que se hundía se salvó.
Cuando el hombre mareado se recuperó, estaba en la cubierta un día y estaba hablando con el hombre que había sido rescatado. El hombre dijo que se había sumergido por segunda vez, y acababa de sumergirse por última vez, cuando sacó la mano. Justo entonces, dijo, alguien sostuvo una luz en la portilla. Alguien lo agarró de la mano y lo sacó al bote salvavidas.
Parecía algo sencillo sostener la luz, pero le salvó la vida al hombre. Si no puede hacer algo grandioso, por lo menos puede sostener la luz para que una pobre alma que perece se pueda ganar para Cristo y se libre de la destrucción. Tomemos la linterna de la salvación y vayamos a hogares oscuros, y mostrémosles a Cristo como el Salvador del mundo.
Reflexión: ¿Alguna vez se ha sentido incapaz de ofrecer ayuda a alguien que la necesita? ¿Cómo manejó la situación? ¿Cuáles son algunas maneras prácticas en las que podría «llevar la linterna de la salvación» a los lugares oscuros que usted conoce?
5
Estudie las Escrituras
«Y leían el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido, de modo que entendiesen la lectura». Nehemías 8:8
Tenemos que estudiar la Biblia a fondo y buscar en ella, por así decirlo, alguna verdad increíble. Suponga que un amigo me viera en un edificio buscando algo y me dijera: «Moody, ¿qué estás buscando? ¿Se te ha perdido algo? Él pensaría que soy muy tonto si le respondiera: «No, no he perdido nada. No estoy buscando algo en particular».
Pero si yo le dijera: «¡Perdí mi billetera!», pensaría que estoy perfectamente cuerdo al buscarla y hasta me ayudaría en mi búsqueda.
Lea la Biblia como si estuviera buscando algo de gran valor. Es mucho mejor tomar solo un capítulo, y pasar un mes con él, que leer la Biblia al azar por un mes.
Reflexión: ¿Suele acercarse a la Biblia típicamente con un sentido de anticipación y emoción, o de obligación y deber? ¿Cómo podría obtener aún más de su estudio de la Palabra de Dios?
6
Perdonar antes de servir
«Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo». Efesios 4:32
Cuando estábamos en Chicago, había un hombre de negocios que iba a almorzar conmigo. Llegó tarde. Le dije: «¿Qué pasó? Pensé que vendría después de la reunión del mediodía».
Como explicación, mencionó el nombre de otro hombre de negocios y dijo: «Tuve problemas con él hace seis meses y no podía comerme el almuerzo si antes no le pedía perdón».
Pasaban muchas cosas similares en Chicago, y esa es una razón por la que nuestro ministerio fue tan fructífero. Tengamos esa misma actitud y espíritu en cada comunidad. Si hay alguien a quien usted debe perdonar, vaya y hágalo ahora mismo. Puedo imaginar a algunos que protesten y digan: «Pero no me perdonarán». Sin embargo, vaya y pídales perdón.
No puedo hacer que otros me perdonen, pero puedo perdonarlos. No debemos tener nada más que amor en nuestros corazones. Si ellos nos odian y sus corazones están llenos del fuego del infierno en contra nuestra, a pesar de eso, los perdonaremos. Podemos amar a los demás, ya sea que nos amen o no, y cuando estemos bien con Dios, Él hablará a través de nosotros, pero no lo hará hasta entonces.
Reflexión: ¿Qué tan fácil o difícil es para usted pedir perdón a otras personas? ¿Y cómo concede usted el perdón a otros? ¿Por qué cree que Dios, en Su Palabra, tan frecuentemente nos amonesta a que nos perdonemos unos a otros?
7
No más temor a la muerte
«De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida». Juan 5:24
En la aldea de Nueva Inglaterra donde crecí, se acostumbraba que cuando la procesión de un funeral salía de la iglesia, la campana sonara el número de años que tenía el difunto. ¡Con ansiedad contaba las campanadas para calcular cuánto viviría yo!
A veces había setenta u ochenta campanazos, y yo suspiraba de alivio al pensar que tenía tantos años por vivir. Pero otras veces, sonaba solo unos cuantos años y entonces el terror se aferraba de mí al pensar que también podría reclamarme ese monstruo espantoso, la Muerte. ¿Cuántas veces sonaría esa campana por mí?