De secretaria a esposa - Mundos aparte - Maggie Cox - E-Book

De secretaria a esposa - Mundos aparte E-Book

Maggie Cox

0,0
4,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Ómnibus Bianca 447 De secretaria a esposa La última vez que Gianluca De Rossi vio a Kate Richardson, ésta estaba desnuda en sus brazos con partes de su exquisito cuerpo arropadas por sábanas de seda. Pero en aquel momento ella, que había huido de su lado tras pasar aquella apasionada noche junto a él, está en su despacho… como su nueva secretaria. Y no sólo eso… ¡está embarazada! Aunque no confía en Kate, Luca se siente muy contento ante la idea de convertirse en padre por fin. Por lo que sólo hay una solución… ¡se casará con su secretaria! Mundos aparte Jugador de polo, aristócrata y propietario de una empresa de fama mundial, Pascual Domínguez era una leyenda en su país. Briana Douglas no era más que una niñera cuando conoció a Pascual, y no pudo creer en su buena fortuna cuando se interesó por ella. Pero no duró mucho tiempo… De regreso en Inglaterra, tuvo que hacer malabares para ocuparse de su exigente trabajo y de un hijo pequeño. Había creído que nunca volvería a ver a Pascual. Pero él reapareció de repente, exigiéndole que regresara a Buenos Aires, ¡donde la esperaba una alianza de oro de dieciocho quilates!

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 376

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 447 - marzo 2023

 

© 2009 Maggie Cox

De secretaria a esposa

Título original: Pregnant with the De Rossi Heir

 

© 2008 Maggie Cox

Mundos aparte

Título original: The Buenos Aires Marriage Deal

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2010

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-419-7

Índice

 

Créditos

 

De secretaria a esposa

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

 

Mundos aparte

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

 

Si te ha gustado este libro…

 

Capítulo 1

 

 

 

 

 

BUENO, bueno, bueno… ¡mira quién está aquí!

Al oír aquella melosa y cautivadora voz, Kate Richardson se quedó mirando muy impresionada al hombre que la estaba observando desde el otro lado de la sala. No había sido capaz de olvidar la manera en la que los preciosos ojos azules de él la habían deslumbrado, pero lo que no recordaba era que éstos tuvieran la capacidad de derretirla por completo con sólo una mirada. Soltó el picaporte de la puerta y supo que la sorpresa que reflejaba la cara de él seguramente sería igual a la que reflejaba la suya… aunque no podía saberlo con certeza ya que apenas podía sentir los músculos de la cara.

–Luca… –dijo.

Pero no supo qué más decir y se quedó mirándolo fijamente.

–Por lo menos recuerdas mi nombre.

Ella se preguntó si realmente él había pensado que podía olvidarlo.

–Me ha enviado la agencia –aclaró. Hizo una pausa ya que no sabía cómo explicar su presencia–. Aparentemente necesitas… necesitas una asistente personal durante los próximos días –añadió, encogiéndose de hombros.

Luca esbozó una dura expresión y ella se fijó en la perfecta simetría de la cara de aquel atractivo hombre.

–¡Dio! ¡Sé perfectamente lo que necesito! ¡Entra y cierra la puerta tras de ti!

Kate obedeció, incapaz de ignorar aquella severa orden aunque hubiera querido. Compartir el mismo espacio físico que aquel hombre era como sentirse guiada por una poderosa corriente que no podía controlar. Durante un momento, la sensación de vulnerabilidad que sintió fue demasiado real como para luchar contra ella.

No había sabido que él trabajaba en Londres. Pero, en realidad, lo que sabía acerca de aquel irritante espécimen de masculinidad probablemente podía resumirlo en una sola frase. En las increíbles pocas horas que habían pasado juntos en Milán hacía tres meses, horas durante las cuales no habían estado precisamente hablando de sus biografías personales, sino que habían estado descubriendo otras cosas más interesantes y entretenidas el uno del otro, no había obtenido mucha información sobre su vida.

Luca se quedó mirándola fijamente.

–Siéntate.

Aquella autoritaria orden resonó en la tensa atmósfera como un disparo de bala. Tragando saliva con fuerza, Kate separó la silla que había al otro lado del escritorio al que estaba sentado él. Le alivió mucho poder sentarse ya que sentía que las piernas le iban a fallar de un momento a otro.

El enorme ventanal que había detrás de su interrogador tenía unas impresionantes vistas que incluían el Big Ben y el Ojo de Londres. Pero aquellos imponentes monumentos no la distrajeron. No podían hacerlo ya que estaban en competición directa con el perfectamente esculpido semblante que tenía delante.

Sintió como se le aceleraba el corazón al recordar que el increíble cuerpo de Luca estaba igual de bien esculpido que su cara. Pero pensó que había tenido que pagar un gran e inesperado precio por haber disfrutado de la posibilidad de descubrir aquello. Le dio un vuelco el estómago.

–¿Por qué te marchaste sin despedirte de mí en Milán? –exigió saber él–. ¿Normalmente tratas así a tus amantes? ¿Los dejas por las mañanas sin tener la educación de, por lo menos, esperar a que se despierten? ¿Disfrutas al actuar de esa manera?

Estupefacta, Kate se quedó mirándolo. Sintió como se ruborizaba debido a la indignación y a la impresión que le causó aquello.

Pero encontró fuerzas para enfrentarse a Luca.

–¿Perdona?

–Por lo que recuerdo, la última vez que nos vimos oías perfectamente –comentó él con un desdén destinado a hacer daño.

–Simplemente me ha impresionado que pienses que actúo de esa manera normalmente. ¡Permíteme asegurarte que estás muy equivocado!

–Lo que importa es que me lo hiciste a mí, Katherine… Por alguna razón, esperé más de ti…, pero me decepcionaste.

Kate se sintió invadida por un poderoso sentimiento de arrepentimiento. Se preguntó a sí misma si actuaría de diferente manera si pudiera volver atrás en el tiempo y supo que tal vez sí que lo haría. Pero tuvo que reconocer que analizar las cosas en retrospectiva era muy fácil.

Estudiando la bella cara que tenía delante, cara que reflejaba una intensa expresión de desaprobación, sintió un enorme deseo de que Luca le sonriera. Fue un anhelo tan intenso que, frustrada, sintió ganas de llorar ya que sabía que no iba a conseguir una sonrisa por parte de él. Un escalofrío le recorrió por dentro. Recordó la fiesta que se había celebrado en la mansión de un importante arquitecto italiano, fiesta a la que su amiga Melissa la había prácticamente arrastrado y que había sido celebrada por el elegante promotor inmobiliario para el que ésta había trabajado. Desde el principio había considerado un error asistir. Había sido la última velada de sus vacaciones y, lo que realmente hubiera querido hacer, habría sido reflexionar tranquilamente sobre la manera en la que iba a reconstruir su vida cuando regresara al Reino Unido.

Se había preguntado a sí misma cómo iba a lograr volver a confiar en nadie cuando la habían traicionado de una manera tan brutal.

Pero la insistencia de su amiga al decirle que necesitaba salir y divertirse, había estropeado sus planes. Finalmente, en vez de la tranquila velada que había planeado pasar, había tenido que soportar la incómoda proximidad de numerosos extraños en un entorno muy glamuroso que no tenía la capacidad de levantarle el ánimo.

Pero las cosas habían cambiado cuando el hombre que tenía delante en aquel momento había fijado su demasiado perturbadora mirada en ella.

Mel había estado charlando con algunos de los invitados y ella se había quedado momentáneamente sola…

Luca le había dado la espalda a varias personas que habían estado obviamente interesadas en hablar con él y se había acercado a Kate. Se había presentado como Luca. Simplemente Luca. No le había mencionado su nombre completo. Gianluca De Rossi.

Ella se había presentado como Katherine, nombre que apenas utilizaba, y no comprendió por qué lo había hecho ya que todo el mundo la conocía como Kate. Pero pensó que no podía esperarse que una persona estuviera completamente en control cuando se enfrentaba a un halo de riqueza y de seguridad en sí mismo como el que desprendía Luca, el cual era increíblemente atractivo. Se planteó que tal vez en aquel momento se había sentido pequeña e insegura, por lo que había necesitado el respaldo de un nombre con un poco más de clase que simplemente «Kate».

Había muchas razones por las que había actuado de manera distinta aquella inolvidable noche… y aquélla era sólo una de ellas…

Entrelazó los dedos de las manos sobre el brillante escritorio y reunió todo el coraje que tenía para levantar la mirada y enfrentarse a la desaprobación que reflejaban los ojos de él.

–No había planeado marcharme de la manera en la que lo hice –explicó–. Simplemente… simplemente no quería despertarte. Era la última noche de mis vacaciones y tenía que dirigirme al aeropuerto para tomar un avión. Debería habértelo mencionado al principio, pero… –añadió, ruborizándose.

–Pero estabas demasiado ocupada con otras cosas, ¿verdad? –sugirió Luca, irónicamente–. Aun así… deberías haberme despertado… ¡no simplemente haberte marchado sin dejarme un número de teléfono o una dirección!

Tras decir aquello, se quedó mirándola.

–¡Deberías haberme permitido el poder ponerme en contacto contigo!

–Lo siento –respondió Kate con sinceridad. Su voz reflejó cierta impotencia. Pero le había impresionado mucho que a un hombre que se movía en las exclusivas y privilegiadas esferas en las que lo hacía Luca, le importara y molestara el hecho de que una amante de una noche no le hubiera dejado su número de teléfono. Se preguntó si se habría equivocado al asumir que él la olvidaría muy fácilmente. Tal vez se había convencido de aquello ella misma para poder soportar el dolor de dejarlo y de no volver a verlo nunca más…

La pasión que había habido entre ambos se había desatado en cuanto sus miradas se habían encontrado. Ni siquiera la relativa poca experiencia de ella con los hombres le había permitido pensar que aquello era algo normal. Había percibido una conexión muy intensa entre los dos, una conexión entre sus almas… y aquello era algo que había deseado experimentar desde hacía mucho.

Había habido algo muy especial en el italiano que ella no había sido capaz de olvidar. Pero lo cierto era que había estado muy afligida. Había perdido tanto a su madre como su autoestima… cosa que había ocurrido cuando había regresado a casa. Ambos importantes momentos habían obnubilado su capacidad de pensar y de tomar decisiones acertadas. Y, en aquel momento, tenía que enfrentarse al increíble giro que había dado su vida, giro que la había llevado de nuevo ante la carismática presencia de aquel hombre…

Había ido a aquella empresa para cubrir un puesto de asistente personal. Era un trabajo temporal, pero implicaría que estaría a las órdenes de Luca durante las siguientes semanas, mientras la asistente personal de éste estuviera de vacaciones.

–Bueno… pensándolo bien, creo que será mejor que olvidemos lo que ocurrió entre ambos en el pasado y que nos concentremos en el presente. Vamos a tener que hacerlo si queremos trabajar juntos durante las próximas dos semanas –comentó él, suspirando. Pareció sentir como si tuviera demasiada responsabilidad.

Iba vestido con un caro traje de diseño italiano, pero no podía ocultar lo cansado que estaba. A Kate le dio la impresión de que el trabajo lo había tenido recluido durante los anteriores días. Deseó poder aliviar de alguna manera su carga.

–Aunque tengo que decir… –continuó Luca– que es una coincidencia muy extraña que aparezcas en mi despacho para ocupar el puesto de mi asistente personal, ¿no te parece? Dime la verdad, Katherine. ¿Te ha incitado alguien a que hagas esto para gastarme una broma pesada? Dímelo ahora, ¡antes de que tenga que llamar a seguridad para que te echen del edificio!

Ella emitió un grito ahogado.

–¿Qué estás diciendo? ¡Desde luego que no es una broma! ¡La agencia para la que trabajo me ha enviado y ésa es la verdad! ¡No tenía ni idea de que Gianluca De Rossi eras tú! ¿Cómo iba a saberlo? Aquella noche no me dijiste tu nombre completo ni tus apellidos. Ni tampoco me comentaste que trabajabas en Londres. Naturalmente asumí que trabajabas en Milán.

–Pero le podrías haber preguntando mi nombre a cualquier persona de la fiesta. Te lo habrían dicho. ¡Era mi casa y mi fiesta! Te hubiera sido muy fácil descubrir que tengo una sucursal de la empresa en Londres, aparte de la de Milán, y que mi centro operativo está aquí.

Kate se sintió muy irritada.

–Para tu información, aparte de la amiga con la que acudí a la fiesta, ¡no hablé con casi nadie más durante toda la velada aparte de contigo! Y mi amiga no sabía quién eras. Alguien de la empresa para la que trabajaba, alguien que no podía asistir a la fiesta, le dio la invitación, ¡sólo conocía la dirección del lugar en el que iba a celebrarse! De todas maneras, si yo hubiera querido verte de nuevo, ¿por qué habría esperado tres meses? ¡Si hubiera querido mantener contacto contigo, habría sido mucho más fácil haberte dejado mis datos en Milán!

–¿Estás diciéndome que no querías ponerte en contacto conmigo deliberadamente? ¡Qué halagador! –espetó Luca, esbozando una mueca–. Y ahora, si tengo que creer que lo que dices es cierto… ¡es el destino el que ha conspirado para juntarnos de nuevo! Supongo que uno podría concluir que, después de todo, tenemos algún asunto sin revolver entre ambos. ¿Qué piensas tú, Katherine?

Sintiéndose repentinamente muy débil, ella frunció el ceño. Se preguntó a sí misma a qué se referiría él exactamente. Aquellas palabras le perturbaron doblemente cuando pensó en el potencialmente explosivo secreto que estaba guardando…

–Tanto si tenemos asuntos sin resolver como si no, estoy aquí para trabajar como tu asistente personal, ¡ésa es la única razón por la que he venido a tu despacho!

–Entonces, si vas a trabajar para mí, debes entender algo. Espero que tu trabajo sea excelente. No tendré indulgencia contigo por lo que pasó entre nosotros. ¿Estás dispuesta a enfrentarte al reto, Katherine? Si no lo estás, telefonearé a la agencia ahora mismo para que envíen a otra persona.

La sonrisa que esbozó Luca reflejaba mucha desconfianza y cinismo. No era la misma sonrisa que había encandilado a Kate, aquella sonrisa que había iluminado toda una sala tan brillantemente como una potente bombilla. Impresionada, sintió que le daba un vuelco el estómago.

–No necesitas que manden otra persona. Soy buena en mi trabajo y tengo una actitud completamente profesional.

–Bueno, pues entonces… –continuó él– siempre y cuando comprendas que no estoy acostumbrado a que las mujeres me traten como una especie de oportunidad para aliviarse sexualmente de vez en cuando y que aquello jamás se volverá a repetir, el que trabajemos juntos quizá no cause tantos problemas.

Ella se quedó muy impresionada al oír aquello.

–¡Las cosas no fueron así! Yo nunca…

–¿Tú nunca qué, Katherine? ¿Nunca antes habías tenido una aventura de una sola noche o nunca te habías marchado de la cama de un hombre por la mañana sin siquiera despedirte? ¿Cómo voy a saber la verdad? Sólo puedo basarme en la lamentable experiencia que tuve contigo y lo cierto es que te marchaste a la mañana siguiente sin tener ninguna intención de volver a ponerte en contacto conmigo.

–¡Las cosas no fueron así! –repitió ella–. Y nunca fue mi intención utilizarte para lograr aliviarme sexualmente, ¡te lo aseguro! Había ciertas razones que me impulsaron a marcharme de la manera en la que lo hice.

–Dijiste que tenías que tomar un avión, ¿no es así?

–No sólo eso –contestó Kate, esbozando una nerviosa sonrisa con la esperanza de conmoverlo. Se dijo a sí misma que, después de todo, habían compartido algo especial aquella trascendental noche, noche durante la cual no habían sido capaces de ignorar la pasión y la necesidad que les había llevado a estar en los brazos el uno del otro. Algo de lo que experimentó con Luca le hizo sentir que había habido una carencia de algo vital en su vida.

Pero sólo tardó un instante en percatarse de que cualquier leve esperanza que hubiera podido albergar acerca de que él fuera a comprenderla, había sido una pérdida de tiempo. La expresión de la cara de Luca le dejó claro que éste no era alguien que tuviera mucha compasión.

–Había ocurrido algo en mi familia, algo que yo estaba desesperadamente tratando de asimilar –comenzó a explicar, soltándose y agarrándose las manos agitadamente–. Por eso había ido a Italia… para tratar de recuperarme. Sé que tal vez te cueste entender esto, pero la manera en la que me comporté aquella noche es tan diferente a como me comporto normalmente que a la mañana siguiente… al despertarme en tu cama… estaba… no podía creer que hubiera… quiero decir que…

–Parece que estás inventándote todas estas excusas… ¡y ni siquiera son muy buenas! –comentó él de manera burlona.

Frustrada ante su lamentable capacidad para explicarse, y sintiendo como le daba vueltas el estómago, Kate se encogió de hombros desconsoladamente.

–Obviamente no vas a perdonarme, así que quizá sí sea mejor que telefonees a la agencia para que te manden otra persona.

–No. Te daré una oportunidad –respondió Luca–. Lo que pretendo hacer es tenerte un día de prueba. Si no cumples con mis expectativas, en ese momento telefonearé para que me manden otra asistente personal.

–Supongo que no puedo discutir eso.

Kate le dio gracias a Dios de manera silenciosa por la oportunidad que Luca iba a darle de demostrar que valía ya que había estado temiendo que él fuera a haberle dicho que se marchara de su empresa de inmediato.

–Ahora… ya he perdido bastante tiempo esta mañana y debo ponerme en marcha –dijo Luca–. Tenemos un día de mucho trabajo por delante. Con tu ayuda, intentaré realizar lo más que pueda antes de marcharme a una importante reunión que tengo en el Dorchesterhotel con un cliente de Arabia Saudí que también es un buen amigo mío. Va a estar sólo dos días en Londres y esta noche voy a celebrar una fiesta para él y algunos colegas que quiere que yo conozca. Mientras tanto, puedes familiarizarte con las notas que mi asistente personal ha dejado para ti. Su despacho está justo ahí –indicó, señalando una puerta–. Y, a no ser que yo necesite intimidad, la puerta entre ambos despachos siempre debe estar abierta. Conociendo tu desconcertante hábito de marcharte sin avisar, Katherine, me parece que es una precaución inteligente dadas las circunstancias, ¿no crees?

Ella se quedó mirándolo y se percató de que él le tenía muy poco respeto debido a la manera en la que se había marchado aquella mañana en Milán sin dar ninguna explicación. Le quedó claro que no debía empeorar las cosas al marcharse de nuevo…

Algo había ocurrido entre ambos aquella noche que habían pasado juntos en Italia, algo que había tenido unas consecuencias muy importantes. Fue consciente de que ya que tenía la oportunidad, le debía a Luca el revelarle su secreto… No importaba la reacción que fuera a tener éste; ya no quería, ni tenía manera, de ocultar la noticia. Y no importaba lo difícil que fuera a serle el decírselo.

–Si así es como quieres que sean las cosas, yo no tengo ningún problema –contestó, levantándose.

Pero, al ponerse de pie, notó que todavía tenía las piernas débiles. Aun así, se dirigió hacia la puerta que había indicado Luca, la puerta del despacho que probablemente fuera a ser suyo durante las siguientes dos semanas.

Al pasar junto a él, notó como la agarraba por el codo.

–¿Qué? –le preguntó. Su mirada reflejó lo asustada que estaba.

Durante un momento, la intensidad que reflejaban los azules ojos de Luca pareció llegarle al alma. El calor que desprendía la mano de éste le traspasó la ropa y le quemó la piel, casi le hizo perder la cordura.

Aquel hombre poseía un gran poder para desestabilizarla.

–Niente… ¡nada! –contestó él, soltándole el brazo.

Sintiendo como le daba un vuelco el estómago, Kate continuó andando y entró en su nuevo y elegante despacho.

 

 

Metiéndose las manos en los bolsillos de los pantalones, Luca sintió que necesitaba varios minutos para tranquilizarse tras su inesperado encuentro con la mujer que no había conseguido olvidar. ¡Había pensado que había visto un fantasma cuando ella había entrado en su despacho! Tal había sido la intensidad de su abrasadora, pero breve relación en Milán, que seguramente se le podría perdonar el que comenzara a creer que la había conjurado con su demasiada febril imaginación. Incluso en aquel momento todavía seguía teniendo el corazón revolucionado y podía percibir la fragancia que ella había dejado tras de sí una vez que él le había soltado el brazo de mala gana.

Aquella fragancia le hizo recordar un jardín inglés completamente empapado por la lluvia. Era la fragancia más provocadora que jamás había olido.

Como para acompañar a sus pensamientos, un intenso deseo se apoderó de lo más profundo de su ser. Entonces apartó la lujosa silla de cuero de su escritorio y se sentó en ésta. Frustrado, se pasó una mano por su oscuro pelo. Pensó que su memoria fotográfica, que normalmente era excelente, no le había hecho justicia a Katherine. Ésta era incluso más cautivadora de lo que él recordaba. Tenía una suave melena de pelo negro ondulado, así como unos brillantes ojos negros y unas preciosas pestañas. Era perfecta. Pero junto con sus ojos y su seductor y sexy cuerpo, estaba también el recuerdo de su apasionada boca, recuerdo que tenía el poder de mantenerlo despierto durante las noches. Con sólo mirarle los labios de cerca, tal y como acababa de hacer, era suficiente para que deseara besarla de nuevo y saborear desesperadamente aquel delicioso sabor a fresa y vainilla.

Se preguntó a sí mismo qué iba a hacer. Se planteó si estaba completamente loco al considerar siquiera la posibilidad de permitir que Katherine fuera su asistente personal durante las siguientes dos semanas.

Pero era obvio que su cuerpo todavía la deseaba…

La manera en la que ella lo había tratado tras la noche que habían pasado juntos le molestaba mucho. Pero, en realidad, si él quería, podía comportarse igual. No estaba buscando ningún tipo de relación sentimental profunda ni significativa con Katherine, por lo que se dijo que no tenía nada que temer.

Suspiró profundamente y recordó aquellos momentos que habían pasado juntos hacía tres meses en Milán. Katherine había tenido algo que había provocado una reacción muy intensa en él… y, sorprendentemente, no era sólo algo sexual. Había intuido una bondad innata en ella que había provocado que todos sus amigos parecieran preocupantemente superficiales en comparación.

No se había encontrado con aquel tipo de inocencia y bondad frecuentemente. Y, una vez que lo había hecho, no había podido olvidarlo… aunque en aquel momento no sabía si el destino había estado de su parte o no al haberle llevado a Katherine hasta la puerta de su despacho.

Todavía tenía que enfrentarse a la inexplicable partida de ella a la mañana siguiente de haberse acostado juntos, así como al golpe que había recibido su orgullo al haberse enterado de que Kate no había tenido ningún gran deseo de ponerse de nuevo en contacto con él. A pesar de su inconveniente deseo, todavía era demasiado escéptico como para creer ciegamente que el destino le había hecho un favor.

Tras haber perdido a Sophia hacía tres años de una manera muy trágica y amarga, había renunciado a la esperanza de volver a ser feliz. Cuando Katherine lo había dejado aquella mañana en Milán, tras la confusión y frustración iniciales que había sentido, se dijo a sí mismo que debía considerar lo ocurrido como una experiencia más en la vida y que tenía que olvidar a aquella mujer. Si hubiera querido localizarla, fácilmente podría haberles preguntando a sus amigos de la fiesta, los mismos amigos a los que había prácticamente ignorado durante toda la velada ya que había estado profundamente embelesado por ella. Éstos podrían haberle dado cierta información que lo habría ayudado a encontrarla. Pero se había resistido al impulso de hacerlo. La noche de la fiesta había encontrado algo que había pertenecido a su difunta esposa, algo que le había hecho revivir dolorosos recuerdos. Y, sin duda, había sido precisamente aquello lo que le había hecho lanzarse a los brazos de una mujer que ni siquiera conocía. Normalmente era mucho más cauto y se tomaba su tiempo para conocer a una mujer antes de acostarse con ella.

¡Pero había aprendido una muy importante lección acerca de las consecuencias que podía tener el dejarse llevar por la pasión y la lujuria!

Volvió a acariciarse el pelo con sus inquietas manos. Negó con la cabeza al recordar la lamentable pérdida de control que había tenido… Fueran cuales fueran las razones que habían motivado a Katherine para intentar optar a ser su asistente personal, desde aquel momento en adelante iba a juzgarla solamente de manera profesional. Juró que iba a olvidarse de la atracción que sentía por ella.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

LA PUERTA entre el despacho de su jefe y el suyo permaneció inquietantemente abierta. Pero Kate no miró a través de ésta tan frecuentemente como su, en ocasiones, acelerado corazón hubiera querido. Aun así, tal vez obstinadamente, deseaba ver al hombre que ocupaba el despacho contiguo… el hombre que le ordenaba las cosas de manera autoritaria, como si no le importara el efecto que podían tener aquellas órdenes, y que, mientras ella ocupara aquel puesto de trabajo, claramente pretendía tratarla como si fuera inferior a él.

Podría haberse sentido desesperada al recordar la calidez que le había entregado Luca la noche en la que habían hecho el amor, pero se negaba a hacerlo. Sentir pena de sí misma no la ayudaría en nada. Pero su ya delicado estómago le había dado muchas vueltas aquella mañana cuando, angustiada, había pensado en el secreto que estaba guardando. Un secreto que, a juzgar por la nula alegría que había mostrado Luca al volverla a ver, podía compararse con algo que se pretendía pasar oculto por la aduana de un aeropuerto.

Aquella noche mágica que habían pasado juntos en Milán parecía ser una fantasía irreal si tenía en cuenta la desconfianza y la desaprobación con las que él la estaba tratando. Y, si Luca ya tenía sospechas acerca de los motivos por los que ella estaba allí, no sabía cómo iba a comportarse cuando se enterara de la increíble noticia que le iba a revelar…

Había querido compartir con él aquella noticia desde el principio, pero no había podido ya que simplemente no había tenido manera de localizarlo. Tras conseguir un trabajo en los Estados Unidos, su amiga Melissa se había marchado de Italia inesperadamente y todavía no se había puesto en contacto con ella para darle su nuevo número de teléfono y dirección. Y Kate había sido incapaz de recordar la dirección completa de la mansión en la cual se había celebrado la fiesta… ¡por no hablar del lugar de trabajo en el que habían contratado a Melissa!

Parecía que todos los caminos que podía haber tenido para localizar a Luca se le habían cerrado. No había dejado de repetirse a sí misma que aquella situación era solamente culpa suya por no haberle dejado a él un número de teléfono o dirección donde encontrarla.

En su nuevo despacho, se forzó en centrarse en el trabajo. Supo que iba a tener que esperar el momento oportuno para confesarle la verdad a Luca. Pero el problema era que, aparte de todo lo demás, realmente necesitaba aquel trabajo y no tenía ninguna intención de fallar durante el periodo de prueba. La agencia iba a pagarle el salario máximo por aquel tipo de puesto y, dada su situación, le vendría muy bien el dinero extra.

De hecho, aquello era un eufemismo. Ella había estado tratando de ahorrar cuanto dinero había podido, pero vivir en Londres era caro y la cifra que había logrado reunir hasta aquel momento apenas le permitiría sobrevivir durante un mes sin trabajar. Había pasado muchas noches sin dormir pensando en su futuro.

Apartando a un lado sus preocupaciones, no tardó mucho en habituarse al trabajo, aunque su estómago no se tranquilizaba; no dejaba de darle vuelcos como en un recordatorio de que estaba viviendo con una potencial bomba en su interior hasta que hablara con Luca. Entonces oyó una nueva orden de éste…

–Ven a mi despacho.

Él no esperó a que Kate se levantara de su escritorio. Tras asomar la cabeza por la puerta del despacho de ésta de manera brusca, regresó al suyo, el cual estaba decorado con unos bonitos muebles modernos y tenía llamativos cuadros en las paredes.

Al detallarle los pormenores del trabajo, Lucy, la gerente de la agencia de empleo, le había comentado a Katherine lo increíblemente exitoso que era el imperio De Rossi.

Tomando su bloc de notas y un bolígrafo, Kate se levantó y se dirigió al despacho de su jefe, al que no quería hacer esperar.

–Siéntate –le ordenó él sin preámbulos.

A ella le fue difícil mantener una actitud profesional ya que la colonia que llevaba Luca acentuaba el increíble atractivo de éste. Sintió como un erótico cosquilleo le recorría la espina dorsal. Aquella fragancia era un apasionado recordatorio de la sensualidad y belleza que habían acompañado a la noche que habían pasado juntos, así como del magnífico amante que había resultado ser él.

Le había embelesado todo acerca de aquel hombre… desde su cara colonia hasta su levemente acentuada voz, así como la manera en la que cada fuerte músculo de su cuerpo se había flexionado de una forma tan inolvidable bajo sus turbados dedos.

Repentinamente, sintió miedo de que Luca pudiera de alguna manera intuir lo que estaba pensando y apenas se atrevió a mirarlo a los ojos… aunque parecía que la perturbadora mirada azul de él no vacilaba al analizarla detenidamente.

–Mi amigo Hassan se ha puesto en contacto conmigo y estoy a punto de salir para encontrarme con él. Me alegra ver que llevas una chaqueta arreglada sobre tu vestido y que el largo de éste es adecuado ya que necesito que me acompañes –comentó Luca, dándole vueltas repetidamente al bolígrafo dorado que tenía en las manos. Parecía que tenía demasiada energía corriéndole por las venas como para contenerla–. Aunque Hassan es un saudí bastante occidentalizado, las primeras impresiones lo son todo y mi asistente personal debe reflejar la profesionalidad y la cordialidad de la que nos enorgullecemos en esta empresa.

Kate se sintió indignada al percatarse de que obviamente Luca había sentido la necesidad de enfatizar algo que ella daba por sentado… y con algo muy parecido al desprecio reflejado en la mirada.

–¡Conozco la cultura saudí! –contestó acaloradamente–. Una vez trabajé para una compañía petrolera en Dubai durante seis meses, ¡por lo tanto sé lo que se espera! Aparte de eso, innatamente sé cómo comportarme de manera profesional cuando se trata de relacionarme con los clientes de mi jefe. ¡No habría durado tanto en mis cargos como asistente personal si no lo hubiera sabido!

Él levantó una ceja de manera burlona.

–Estás llena de sorpresas, Katherine. Me doy cuenta de que no puedo dar nada por sentado en lo que a ti se refiere. Pero eso ya lo he sufrido en mis propias carnes… ¿no es así?

–¿Querías algo más? –respondió ella, mordiéndose la lengua para no contestar otra cosa. Se recordó a sí misma que debía mantener el control y la calma.

Pensó que, aunque aparentemente Luca obtuviera un perverso placer al mortificarla de aquella manera, aunque creyera que ella no merecía otra cosa que su desprecio, lo que no iba a hacer era empeorar la situación cayendo en su juego.

Todavía tenían que hablar de lo más importante, de algo que estaba cerniéndose sobre su cabeza como una avalancha a la espera de causar unos resultados devastadores. Antes o después, iba a tener que reunir todo su coraje y confesarle su secreto.

–Sí –contestó él–. Tal vez quieras retocarte el maquillaje un poco y arreglarte el pelo antes de que nos marchemos. No me gustaría que esa rebelde y sedosa melena fuera a distraer a mi cliente cuando discutamos asuntos importantes.

Kate se quedó mirando a Luca con la incredulidad reflejada en la cara. Parecía que éste pensaba que ella llevaba el pelo suelto con la intención de provocar y atraer a los hombres. Comprendió que aquel atractivo italiano iba a aprovechar cada oportunidad que tuviera para denigrarla y mofarse de ella durante las siguientes dos semanas. Pero el hecho de que la atacara de manera personal le pareció demasiado. Era cierto que le era difícil controlar las rebeldes ondas de su pelo, pero siempre lo llevaba muy bien cortado en una melena a la altura de los hombros, así como limpio y brillante.

Pero desafortunadamente el comentario de él había provocado que ella recordara una mala experiencia que había tenido de niña. En ocasiones, algunos desagradables compañeros que había tenido en la escuela de gramática a la que había asistido se habían burlado de ella llamándola «pequeña gitanilla desaliñada». Y sólo lo habían hecho porque había vivido en un piso de protección oficial y no en alguna de las bonitas calles en las cuales muchos de ellos vivían en acomodadas viviendas.

Podía decirse que siempre le había acompañado la sensación de no ser suficientemente buena, sensación que había comenzado a sentir debido a su negativa experiencia en la escuela. Pero no iba a permitir que aquel arrogante y privilegiado hombre volviera a hacerle sentir de nuevo como aquella niña insegura que había sido de pequeña.

No iba a permitir que el rencor que Luca sentía hacia ella hiciera aún más mella en su autoestima.

Agarró su bloc de notas con fuerza y se sentó muy erguida en la silla. Se sintió invadida por el enfado, enfado que superó al dolor que todavía sentía.

–No me parece que comentarios tales sobre mi pelo sean adecuados. ¡Y, sea cual sea el tiempo durante el cual trabaje para esta empresa, será mejor que te reserves para ti mismo la opinión que te merece mi aspecto físico! Para que lo sepas, he sido asistente personal durante casi ocho años y durante todo ese tiempo jamás nadie se ha quejado de la manera en la que me peino o de mi aspecto.

–¡No lo dudo! –contestó Luca–. Pero supongo que la mayoría de tus jefes han sido hombres, ¿no es así?

–¿Qué estás sugiriendo exactamente?

Él se echó hacia delante en la lujosa silla de cuero de su escritorio.

–No necesitas que te lo explique, ¿verdad, Katherine? –dijo, mirando a su nueva asistente personal de manera perturbadora–. ¡Por supuesto que ningún hombre heterosexual con sangre en las venas se quejaría de tu aspecto! Seguramente les pareciera un reto tener alrededor a una chica con tales… atractivos.

Tras decir aquello, Luca hizo una pausa.

–Doy por hecho que comprendes que lo digo como un cumplido y no como un insulto –añadió.

Kate no quería que él le hiciera cumplidos… no cuando éstos estaban impregnados de un obvio resentimiento hacia ella.

–Entonces… ¿cuándo salimos? –preguntó, levantándose.

Le sorprendió ver que Luca hizo lo mismo. De nuevo se sintió en desventaja al observar la imponente altura de éste, así como al sentir la arrogante mirada que le dirigió, mirada que seguramente estaba destinada a hacerle sentir aún más inferior.

–Mi coche estará en la puerta del edificio dentro de diez minutos –contestó él, mirándola de manera casi insolente de arriba abajo.

Aquel día ella se había puesto el vestido y la chaqueta más elegantes que tenía. Pero se percató de que Luca se habría dado cuenta de inmediato de que no eran de la misma calidad que su traje de diseño. Aunque, en realidad, la mirada de éste era perturbadora por otra razón. Fue consciente de que él conocía su cuerpo de manera íntima y se sintió muy vulnerable en su compañía.

Sintió un cosquilleo por los pechos y, tímida, se los cubrió con la chaqueta, como si el escote de su vestido fuera demasiado abierto… lo que no era el caso.

–Pues entonces será mejor que vaya a prepararme.

Justo cuando había llegado a la puerta de su despacho, Luca volvió a dirigirse a ella.

–No te hagas nada en el pelo –dijo–. He cambiado de idea. Voy a tomar los planos necesarios y nos veremos fuera.

Tras decir aquello, él tomó el teléfono y espetó una impaciente orden a la pobre y desprevenida recepcionista de la entrada principal.

 

 

Luca hizo una pausa en la conversación que estaba manteniendo con su amigo Hassan acerca del nuevo y espectacular moderno hotel que estaban construyendo para éste en Dubai. Aunque Luca era el responsable del diseño original, dos colegas suyos más habían estado implicados en el proyecto inicial e iban a supervisar las obras en la ciudad saudí. En aquel momento ambos estaban fuera del país hasta el fin de semana, por lo que naturalmente Hassan quería tratar con el jefe de los arquitectos, que a la vez era su amigo.

Quería tratar con Luca.

Éste había hecho una pausa en lo que estaba diciendo ya que su amigo estaba mirando descaradamente a la mujer que estaba sentada en el extremo opuesto de la mesa de la sala de reuniones mientras tomaba notas. Al observar el indudable interés que Hassan tenía en Katherine, se sintió invadido por los celos. Pero se dijo que no podía culpar a su amigo por mirar a su asistente personal con aquella abierta fascinación. Durante tres interminables meses, él mismo se había sentido frustrado y provocado por el recuerdo del exquisito cuerpo de ella. Había tenido que reconocer que había habido algo más acerca de aquella mujer, algo más profundo aparte de la inolvidable cara que tenía y de las facciones que hacían que todos los hombres desearan conocerla y poseerla. Pero no se había permitido a sí mismo indagar mucho sobre ello. Todo lo que sabía en aquel momento era que ninguna otra mujer podría cautivar a nadie tan intensamente como lo hacía ella yendo simplemente vestida con un sencillo vestido y una chaqueta, llevando el mínimo de maquillaje en la cara y sin ninguna joya que adornara su cuerpo.

Pero admitir aquello no le hizo estar de mejor humor. Se había sentido muy frustrado desde el momento en el que Katherine había entrado en su despacho y, aunque el deseo que sentía parecía ser algo independiente a su voluntad, estaba preocupado ya que no quería que ella se riera de él una segunda vez.

Carraspeó y Hassan volvió a mirarlo. Éste estaba completamente tranquilo y en absoluto avergonzado ante el hecho de que su amigo se hubiera percatado de que había estado comiéndose con los ojos a su asistente personal.

–¿Qué estabas diciendo, Luca? –preguntó, sonriendo.

Luca miró brevemente a Katherine para reprenderla silenciosamente, como si fuera culpa de ella que el otro hombre hubiera estado mirándola tan abiertamente. Entonces continuó explicándole a su amigo sus planes. Pero tuvo que controlar con todas sus fuerzas el casi irresistible deseo que sintió de que la reunión terminara para así poder llevar de nuevo a Katherine a su oficina. Pensó que allí por lo menos podría estar de nuevo a solas con ella.

Consciente de que estaba siendo muy posesivo, debería haberse despreciado a sí mismo por ser tan débil, por sentir algo que sabía que no podía acarrearle otra cosa que no fuera más dolor del que ya le había acompañado durante demasiado tiempo. Pero su ego le impulsaba a no permitir que Katherine lo abandonara una segunda vez, no antes de que obtuviera alguna clase de compensación por la manera en la que ésta se había marchado aquella mañana…

 

 

Una hora después, cuando la reunión por fin hubo terminado y Luca había contestado a todas las preguntas de Hassan acerca del nuevo hotel, éste le apartó a un lado en el elegante hall del hotel.

–Luca… tengo que preguntártelo. Tu asistente personal… ¿está soltera? –quiso saber, mirando por encima de su hombro a Katherine.

Ella estaba esperando de pie pacientemente cerca de la entrada.

–No vi que llevara alianza –añadió.

Durante un momento, Luca pensó algo que le intranquilizaba mucho. Ya lo había considerado con anterioridad, desde luego, pero en aquel momento se vio forzado a hacerlo de nuevo. Se planteó si la razón por la cual Katherine se había marchado de aquella manera en Milán sería porque estaba casada. Tal vez aquello explicara que no le hubiera dejado ningún número de teléfono ni dirección donde poder encontrarla. Quizá se había arrepentido del adulterio que había cometido y, agobiada por el sentimiento de culpa, se había marchado a toda prisa antes de que él hubiera podido descubrir cualquier detalle personal de su vida con el que haber podido incriminarla.

Frunció el ceño y sintió como la tensión se apoderaba de su estómago.

–No –contestó, esperando fervientemente que fuera la verdad–. No está casada.

–Entonces… ¿sabes si hay algún hombre en su vida? Me refiero a si tiene alguna relación seria.

Sintiendo como le daba un vuelco el estómago, Luca mantuvo la expresión de su cara tan impasible como le fue posible.

–Creo que Katherine no se está viendo con nadie, amigo mío, pero lo que sí sé es que ella y yo tenemos… por decirlo de alguna manera… algunos negocios por resolver. ¿Responde eso a tu pregunta?

Al árabe se le quedaron los ojos como platos. Se encogió de hombros y sonrió.

–¡Eres un enigma, amigo mío! ¡Pero no me sorprende tu interés en ella! ¿Quién podría culparte por estar con tal belleza?

Al mismo tiempo, ambos hombres dirigieron sus miradas hacia Katherine. De nuevo celoso, Luca se percató de que la delgada pero a la vez contoneada figura de ella, así como sus preciosos ojos y su oscuro y brillante pelo, estaban atrayendo otras miradas aparte de las suyas.

–Yo daría lo que fuera por estar sólo una noche con una mujer como ésa –dijo Hassan, dándole una palmadita a su amigo en la espalda–. Pero lo digo sin ánimo de ofender, amigo mío –se apresuró en añadir al darse cuenta de que el italiano había esbozado una mueca de desaprobación–. Eres un hombre con mucha, mucha suerte.

Mirando a Katherine, Luca pensó que aquello era cuestión de opinión.

–Dejando ese tema a un lado… –continuó Hassan alegremente– me gustará mucho verte esta noche en la pequeña fiesta que tan amablemente vas a celebrar en tu casa para mis socios de Riyadh y para mí. Todos tienen muchas ganas de hablar contigo acerca del increíble trabajo que realizas y, si no estoy equivocado y las cosas marchan bien, al finalizar la tarde tendrás otra valiosa comisión.

 

 

Incapaz de ignorar durante un segundo más el hambre que estaba sintiendo, y habiéndose olvidado de tomar las galletitas que se había acostumbrado a llevar en su bolso, Kate llamó con delicadeza a la puerta abierta que separaba el despacho de Luca del suyo para captar la atención de éste.

–¿Qué ocurre?

La poco cordial respuesta de él tal vez le habría podido resultar intimidatoria si Kate no hubiera estado ya comenzando a acostumbrarse a ello. Entró en el despacho de su jefe y observó que éste estaba colocando en su enorme escritorio unos planos. Se percató de que se había aflojado la corbata y de que tenía el pelo levemente alborotado. Pensó que Luca trabajaba mucho; eran ya las dos y media de la tarde y no había indicación alguna de que fuera a parar para comer o, ni siquiera, para tomarse un café.

Frunció el ceño.

–Me estaba preguntando si podría salir para comer un sándwich. Esta mañana no he desayunado y no sé tú, pero yo tengo bastante hambre. ¿Quieres que te traiga algo a ti?

Él se quedó mirándola… durante largo rato. El silencio que se apoderó de la sala fue casi ensordecedor y ella sintió como si los pies se le hubieran quedado pegados al suelo bajo el perturbador escrutinio de Luca.

–¿Has oído lo que te he dicho? –insistió, sintiendo como se le formaba un nudo en la garganta debido a la tensión que se había apoderado de la situación.

–Mi amigo Hassan me preguntó si estabas casada –comentó él, arrastrando las palabras. Miró de arriba abajo con sus azules ojos el cuerpo de Kate.

La sensación de hambre que había estado sintiendo ella desapareció instantáneamente. En vez de ello, un hambre de un tipo muy distinto se apoderó de su cuerpo. La lasciva mirada de Luca le hizo sentir como si éste estuviera físicamente tocándola y provocó que, invadida por el deseo, se estremeciera. Pero entonces se percató de la trascendencia de lo que había dicho su nuevo jefe y se sintió profundamente impresionada.

–¿Estás casada, Katherine? –preguntó él.

–¡No, no lo estoy! ¿Y por qué debería importarle eso a tu cliente?

–¿No te diste cuenta de la manera en la que te miraba?

–¡Estaba ocupada tomando notas de la reunión!

–De todas maneras… lo que me preocupa no es el interés de mi amigo en la respuesta, sino el mío. Así que, si no estás casada… ¿tienes novio?

–No tengo novio. ¿Es eso lo que pensaste? ¿Que estaba con otra persona cuando estuve contigo?