Deber de memoria - Primo Levi - E-Book

Deber de memoria E-Book

Primo Levi

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Beschreibung

"Realmente llego a creer en la concepción heroica de la historia, según la cual alguien malo, poderoso y persuasivo, la encarnación del demonio, un personaje como Hitler arrastra tras de sí al pueblo entero como un rebaño. ¿Qué otra explicación puede darse? En las filmaciones de la época, los diálogos entre Hitler y el público son absolutamente impresionantes, parecen intercambios de truenos. Por ese motivo las personalidades carismáticas me dan miedo. No consigo aceptar la tesis marxista del nazismo como fruto de la lucha de clases; el comportamiento del pueblo alemán era muy especial y la personalidad de Hitler también. No sé, son preguntas que me hago." Este volumen reproduce el diálogo mantenido entre Primo Levi y dos historiadores, Anna Bravo y Federico Cereja –ambos profesores de la Universidad de Turín–. El encuentro tuvo lugar en el marco de una investigación sobre la memoria de la deportación, iniciada en 1982 y auspiciada por la Asociación nacional de ex deportados (ANED), el Consejo nacional de Piamonte y el departamento de Historia de la Universidad de Turín. La entrevista se realizó el 27 de enero de 1983 y fue publicada en la Rassegna Mensile di Israel en 1989, conservando las diferentes marcas de oralidad. El texto fue editado en formato libro por la editorial francesa Mille et une nuits, en 1995.

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Primo Levi

Deber de memoria

Levi, Primo

Deber de memoria / Primo Levi. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2017.

Libro digital, EPUB - (Trazos)

Archivo Digital: descarga y online

Traducción de: Octavio Kulesz.

ISBN 978-987-599-507-9

1. Ensayo Literario. I. Kulesz, Octavio, trad. II. Título.

CDD 854

Traducción: Octavio Kulesz

Ilustración de tapa y contratapa: María rabinovich

Diseño: Verónica feinmann

© Libros del Zorzal, 2006

Buenos Aires, Argentina

“Le devoir de Mémoire”

© Mille et une nuits, département de la Librairie

Arthème Fayard, 1995, 2000.

Este libro se realizó con el apoyo de la Dirección General de Industria, Comercio y Servicios de la Subsecretaría de Producción,

G.C.B.A.

Libros del Zorzal

Printed in Argentina

Hecho el depósito que previene la ley 11.723

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de Deber de memoria, escríbanos a:

[email protected]

www.delzorzal.com.ar

Este volumen reproduce el diálogo mantenido entre Primo Levi y dos historiadores, Anna Bravo y Federico Cereja –ambos profesores de la Universidad de Turín–. El encuentro tuvo lugar en el marco de una investigación sobre la memoria de la deportación, iniciada en 1982 y auspiciada por la Asociación nacional de ex deportados (ANED), el Consejo nacional de Piamonte y el departamento de Historia de la Universidad de Turín. La entrevista se realizó el 27 de enero de 1983 y fue publicada en la Rassegna Mensile di Israel en 1989, conservando las diferentes marcas de oralidad. El texto fue editado en formato libro por la editorial francesa Mille et une nuits, en 1995.

Entre los puntos importantes de su conferencia en la Universidad de Turín estaban los rituales, los comportamientos sugeridos, impuestos o decididos en común que llamamos el “saber vivir” del campo.

Sí, prefiero comentárselo ya mismo. Puede que sea reiterativo y que repita cuestiones que aparecen en mis libros, es un inconveniente inevitable. Como en cualquier parte, existía un código oficial, un sistema de prohibiciones y prescripciones impuestas por las autoridades alemanas. Pero a ese código se le agregaba también un código de comportamiento espontáneo que denomino “saber vivir”; algunas de las prescripciones o de las prohibiciones podían esquivarse, pero eso se aprendía con la experiencia, cuando uno sobrevivía a la crisis de iniciación, que era la más penosa. El que sobrevivía a los primeros días terminaba aprendiendo todos los rodeos, todas las artimañas posibles –por ejemplo, la mejor manera de hacerse el enfermo–, la corrupción reinaba en el Lager 1, lo cual sorprendía a todo el mundo. En efecto, nosotros al menos, judíos italianos que tardamos bastante en entrar en contacto con los alemanes, habíamos adoptado la imagen oficial del alemán, cruel e incorruptible, cuando en realidad eran extremadamente corruptos. Eso se aprendía más o menos rápido, con la experiencia. Pero no sólo se trataba de los alemanes, que se mantenían a un lado y parecían divinidades inaccesibles, sino de toda la jerarquía del campo que dependía de los alemanes. Había una palabra polaca que se aprendía enseguida: protekcja. Reinaba toda una serie de comportamientos que no tenían que ver directamente con la supervivencia, pero que era considerada la marca de una buena o mala educación. Hablé por ejemplo de cuando se pedía prestada la cuchara. En general, éste era un préstamo que sólo se otorgaba a una persona de confianza, porque una cuchara constituía un capital, valía una ración de pan: uno se la prestaba exclusivamente a gente de confianza o a personas fáciles de vigilar. Al comienzo no nos regalaban la cuchara, había que ganársela, es decir, comprarla con pan. Entre paréntesis, cuando se liberó el campo encontramos un depósito lleno de cucharas, no había motivos para no distribuirlas... El recién llegado estaba entonces obligado a lamer la sopa como un perro, pues nadie le daba una cuchara; en todo caso, cuando alguien nos pedía prestada la nuestra, convenía lamerla primero; tomábamos nuestra sopa y luego lamíamos bien la cuchara para limpiarla y sólo en ese momento la prestábamos. Pienso ahora en otra cosa más: la vestimenta, la compostura. Esto puede parecer extraño, ya que era casi imposible estar bien vestido; pero, como en la vida normal, la ropa tenía su importancia: sombrero y zapatos “decentes” –lo digo entre comillas porque nunca eran decentes, los deportados tenían tras de sí un recorrido tremendo–, de algún modo este cuidado por la prolijidad formaba parte de la disciplina del campo. Al comienzo solía olvidarla, pues me parecía una preocupación inútil, creía que era inútil sacudirle el polvo a una chaqueta llena de grasa y manchas de óxido. Pero los antiguos deportados me dijeron: “no debes actuar así: aquí hay que tener los zapatos y la chaqueta limpios; hay que lavarse la cara y no escaparle al peluquero”. Nos afeitábamos solamente una vez por semana, pero había que hacerlo por respeto a la disciplina y las reglas del campo y también como armadura externa y visible de nuestra vida moral. Nos movía una suerte de instinto colectivo. El que se dejaba llevar estaba en peligro, llegaba siempre último.

¿Pudo observar, respecto de esta exigencia de dignidad incluso a nivel de las apariencias, si podían establecerse distinciones de origen social, si los modelos culturales de prolijidad y decencia jugaban algún papel?

No creo... De hecho, el origen social se desdibujaba muy rápido, y otros factores prevalecían. Recuerdo que los intelectuales entraban en decadencia velozmente, mientras que la gente acostumbrada al trabajo manual resistía más. No había un criterio absoluto. Uno de los múltiples criterios era el peso corporal: es claro que un hombre como yo, naturalmente flaco, que al llegar al Lager pesaba cuarenta y nueve kilos, necesitaba menos calorías que uno de ochenta o noventa kilos. En mi caso eso fue un factor de supervivencia, una ventaja. Muchos intelectuales caían porque se encontraban con un trabajo que nunca antes habían realizado, enfrentados a la obligación de trabajar físicamente, de ocuparse de cosas que un hombre acomodado no realizaba jamás, cepillar la ropa sin cepillo, con las manos, con las uñas...

Ocuparse de lo propio.

Sí, en vez de delegarlo a otros.

En efecto, en las familias ese trabajo recaía en las mujeres: la esposa, la empleada...

Por supuesto. En el Lager