Del odio al deseo - Jackie Ashenden - E-Book

Del odio al deseo E-Book

Jackie Ashenden

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Beschreibung

Casarse con la mujer que le odia… ¡o decir adiós a su herencia!   Andrómeda Lane jamás perdonaría a Poseidón Teras por haber destruido su familia. Por eso, su sorpresa fue mayúscula cuando él le propuso matrimonio. Andrómena sabía que todo lo que ese atractivo magnate quería era asegurar su herencia, por lo que rechazó su propuesta… hasta que él se comprometió a apoyar a la ONG fundada en memoria de su hermana. Poseidón estaba convencido de que iba a conseguir cuanto quería sin arriesgar nada, hasta que, para sellar el acuerdo, se dieron un beso completamente abrasador. El resultado fue que el más legendario playboy se dio cuenta de que deseaba a la mujer que más le detestaba.

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Seitenzahl: 191

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Portadilla

Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

www.harpercollins.es

 

© 2024 Jackie Ashenden

© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Del odio al deseo, n.º 3144 - febrero 2025

Título original: Enemies at the Greek Altar

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410744554

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

 

Índice

 

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

Cuánto ruido –se quejó Dimitra Teras, mirando por la ventana del despacho que tenía su nieto en Londres–. ¿Qué está pasando ahí afuera?

Su nieto, Poseidón Teras, se recostó en su sillón de cuero negro y miró a su abuela con un esbozo de sonrisa por encima de su ordenada y pulcra mesa.

–Son manifestantes, Yia Yia. Nada del otro jueves.

Desde la plaza a la que daban sus oficinas, subían cánticos estridentes. Debían tener algún megáfono. Llevaban allí casi toda la semana y, francamente, empezaba a cansarse. Por alguna razón, aquel grupo lo había seleccionado a él como objetivo, y habían decidido que el mundo supiera que su persona era la raíz de todo mal: un misógino, un monstruo capaz de masticar personas para después escupirlas, que maltrataba a sus empleados y quién sabe cuántas cosas más. Lo habitual, vamos.

Por supuesto, ni él ni su hermano gemelo eran tal cosa. Le gustaban las mujeres. Le gustaban mucho. Y aunque había tenido amantes, nunca se había aprovechado de ninguna, y mucho menos la había maltratado. En cuanto a su empresa… bueno, la gente se peleaba por trabajar para él. Hydra Shipping, la empresa que había heredado de su padre y que él había hecho crecer durante los últimos quince años hasta el punto de extender su negocio a todo el globo, era un lugar seguro y justo en el que trabajar. Se había asegurado de que así fuera, y no porque se preocupase mucho por la gente, sino porque su negocio resultaba más productivo si la gente estaba contenta. Y si por ello lo consideraban un monstruo, que así fuera.

–¿Y por qué protestan? –preguntó su abuela.

–Por mí. Parece ser que soy el diablo encarnado.

Le daba exactamente igual. Solo le importaban tres cosas en el mundo: su hermano gemelo Asterión, su abuela e Hydra Shipping.

–No creas que me he olvidado de ti –replicó Dimitra, mirándolo fijamente

Ah, sí. El edicto de su abuela: que él y su hermano tenían que casarse con la mujer que ella dispusiera si no querían que su parte de la herencia de la familia fuese a parar a manos de un extraño. Un destino peor que la muerte.

Asterión había conseguido casarse con una joven exnovicia muy interesada por la vida salvaje de la que estaba profundamente enamorado. El amor era algo que Poseidón había logrado evitar hasta aquel momento, y así pretendía continuar el resto de sus días.

Sin embargo, su abuela quería tener biznietos, y él quería a su abuela, pero no pensaba cometer el mismo error que su hermano y acabar enamorándose de la mujer que le escogiera Dimitra. No obstante, casarse y tener hijos no iba a ser un problema. ¿Qué mujer en el mundo le diría que no a él? Ninguna lo había hecho hasta la fecha. Bien era cierto que esa aquiescencia había tenido lugar siempre en la alcoba, pero ¿quién se negaría a llevar su anillo? No era cuestión de arrogancia, sino de hechos. Era un hombre guapo, rico y poderoso, una combinación irresistible.

–Ya sé que no te has olvidado de mí –respondió blandamente–. De hecho, he estado conteniendo el aliento mientras esperaba que me comunicases tu elección.

–Siempre tan indolente. Como si nada te importara. Deberías tener a alguien capaz de sentir.

Él lo había sido también, tiempo atrás. Había sentido con hondura. Había querido a su padre, le importaba contar con su aprobación, la de él y la de su madre, pero luego ambos fallecieron al mismo tiempo que su abuelo, en un accidente de tráfico cuando él tenía doce años. Después de eso, buscando llenar el vacío que le había dejado la muerte de sus padres, había contado con un mentor, un amigo de su padre, y él…

Mejor no pensar en ello. Ni en ello, ni en volver a sentir. Albergar sentimientos era una debilidad con la que no quería volver a cargar.

–¿Y quién va a ser la mártir?¿Una virgen dispuesta al sacrificio, quizás?

Dimitra se volvió una vez más hacia la ventana y, a continuación, sonrió. A Poseidón no le gustó ni una pizca aquella sonrisa.

–Ella –contestó, señalando un punto en el grupo de manifestantes–. Esa mujer de la derecha.

Poseidón se levantó para acercarse.

El grupo congregado a las puertas de sus oficinas se componía, en realidad, de cuatro personas. La verdad es que no les había prestado mucha atención, pero aquella mañana estaban más ruidosos de lo habitual, y al acercarse a la ventana pudo ver por qué. Una mujer se había encadenado a la estatua que adornaba la plaza, y llevaba puesto… nada. ¡No llevaba puesto absolutamente nada! Se había pintado el cuerpo entero y calzaba unas deportivas. Tenía una melena pelirroja y sobre su generoso busto llevaba escrito ¡Poseidón Teras, vete al infierno!

–¿Esa? –preguntó, frunciendo el ceño–. ¿Estás segura?

Su abuela tenía una expresión muy satisfecha.

–Sí, exactamente esa, Poseidón. Si consigues que se case contigo, puede que incluso deje de insistir en lo de los biznietos.

El tono de su abuela era desafiante, y él era competitivo por naturaleza. Su padre decía que se debía al minuto de diferencia que había habido entre Asterión y él al nacer, y que por eso Poseidón se pasaba la vida intentando alcanzar a su hermano.

–No me crees capaz de conseguirlo, ¿no?

–Si piensa que eres el diablo encarnado, no lo lograrás –le desafió–. Por eso es perfecta. Si logras convencerla de que pase por el altar, te consideraré rehabilitado por completo.

Se suponía que toda aquella farsa era por su bien. Eso era lo que su abuela les había dicho a Asterión y a él hacía ya unos meses. Que quería que fueran hombres buenos, y no monstruos, y al parecer el matrimonio era la cura para sus males. A él la idea le parecía ridícula, pero Dimitra se había mostrado intransigente, y dado que su hermano había aceptado, a él no le quedaba más remedio que hacer otro tanto.

Contempló con displicencia a la mujer que su abuela había escogido para él. Se había pintado para parecer una sirena, en azul, verde y dorado. Sobre los senos se había pintado unas conchas como si fueran un sujetador, y el resto de la piel lucía un intenso color azul. El diseño era bastante artístico, pero totalmente inapropiado para un lugar público.

Empuñaba un megáfono por el que gritaba algo que no entendía, y había un pequeño grupo congregado alrededor de la estatua, mirándola, seguramente más por su desnudez que por lo que estuviera diciendo, aunque quizás ese fuera el objetivo. Quería captar su atención y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para lograrlo.

Poseidón no tenía problemas con las mujeres que decían lo que pensaban y que tenían opiniones fundamentadas. Lo que le resultaba desagradable era aquella intensidad de mal gusto.

–¿En serio, Yia Yia? Yo esperaba un desafío más a la altura.

Otro canto llegó a sus oídos. La sirena miraba hacia la ventana y señalaba en su dirección con el megáfono como si de verdad lo estuviera viendo, aunque sabía que era imposible, estando en el último piso. Pero él sí que podía verla, y no pudo pasar por alto las curvas lujuriosas que la pintura no ocultaba, su gloriosa melena de un dorado rojizo, brillante como el tesoro de un pirata. No podía distinguir sus rasgos, pero experimentó una especie de estremecimiento al mirarla y verla gritar por el megáfono. Un estremecimiento fácilmente identificable: el preludio de la atracción. Curioso. Estaba bien sentirse atraído por la mujer que su abuela le había escogido. Lo haría todo más fácil.

–No le caes muy bien –comentó Dimitra–. Bien. No me gustaría que fuera demasiado fácil.

Él tampoco quería que fuera demasiado fácil porque, la verdad, es que estaba un poco… aburrido. Hydra Shipping iba como un cohete, y seguía ganando dinero sin apenas hacer nada. Disfrutaba de la relativa competitividad que tenía con su hermano, que los medios exageraban, como también disfrutaba con las mujeres que pasaban por su cama. Sí, todo le era bastante fácil y sí, se estaba empezando a cansar. Quizá su abuela supiera lo que se hacía.

–Es muy… gritona –le dijo.

–Apasionada –corrigió Dimitra–. No tiene miedo de decir lo que piensa. Creo que me va a gustar.

El adjetivo «apasionada» podía aplicarse en otros sentidos, y fue precisamente en ese otro sentido como la imaginó Poseidón.

La mujer bajó el megáfono y, apartándose la hermosa melena, levantó un brazo con un solo dedo de la mano en alto. El estremecimiento que le bajó por la espalda acabó en un pulso inconfundible y Poseidón sonrió.

Sí. Quizás Dimitra tuviera razón. Era perfecta.

 

 

Andrómeda Lane bajó la mano. Estaba convencida de que alguien en la torre de Hydra Shipping la había estado observando y, aunque estaba muy arriba y los cristales eran tintados, tenía la convicción de que se trataba de alguien importante. Igual hasta había sido el mismísimo Poseidón Teras, en cuyo caso esperaba que hubiera disfrutado del gesto que le había dirigido.

Poseidón y su hermano, tan asquerosamente rico como él, aparecían de continuo en las columnas de cotilleos, pero lo último de Poseidón había sido la gota que colmaba el vaso. Hacía dos semanas que había sido fotografiado en un club con un par de mujeres muy jóvenes, ambas en evidente estado de embriaguez y pegadas a él de tal manera que inmediatamente le recordó a Chrissy, y la bilis estuvo a punto de ahogarla.

Los medios se referían a él como «el monstruo del Mar», tanto por su empresa de transporte marítimo como por las vírgenes que devoraba, o algo igualmente ridículo, lo cual debería haber puesto en fuga a todas las personas con dos dedos de frente que hubiera a su alrededor, pero inexplicablemente parecía haber surtido el efecto contrario. A la gente le caía bien. Incluso lo encontraban encantador. Solo ella sabía la verdad, y sintió que tenía que hacer algo.

Un año antes había dado el paso fundando La Esperanza de Chrissy, una organización de ayuda a mujeres con problemas de drogadicción y alcoholismo a la que bautizó con el nombre de su hermana mayor, fallecida cinco años atrás. Su organización había conseguido ayudar a miles de mujeres, pero resultaba cara y siempre estaban faltos de dinero, de modo que pasaba mucho tiempo haciendo campaña, intentando darse a conocer para contar con más patrocinadores, y al ver la foto de Poseidón con aquellas dos mujeres, decidió utilizarlo a él y a su reputación como canal para llamar la atención sobre La Esperanza de Chrissy.

Reclutó a sus amigos de siempre, Tom, Ayesha y Jo para organizar una protesta delante de sus oficinas. Pero llevaban una semana allí y la falta de cobertura por parte de los medios estaba empezando a resultar frustrante. Fue entonces cuando decidieron sacar las pinturas y transformarla en una sirena. Ariel, sí, pero no muda. Iba a ser una sirena con voz decidida a utilizarla.

El equipo de seguridad de Hydra Shipping los había obligado a cambiarse de sitio un par de veces, y Tom había tenido el teléfono preparado para registrar cualquier brutalidad, pero aunque se habían mostrado firmes, también habían sido muy respetuosos, así que nada de brutalidad con que llamar la atención. Andie había tenido que conformarse con ser una sirena semidesnuda para despertar el interés de la gente. Unas cuantas personas se habían congregado en torno a la estatua, pero no parecían interesadas, lo cual resultaba todavía más frustrante. No tenían ni idea de cómo eran los hombres como Poseidón: depredadores en busca de los más débiles y vulnerables. Personas como su hermana.

Ayesha estaba repartiendo panfletos de La Esperanza de Chrissy y Andie no pudo dejar de darse cuenta de que la mayoría de los que pasaban movían la cabeza o se deshacían de ellos en la papelera más cercana, lo cual la exasperaba sobremanera. ¿Cómo podían limitarse a ignorar la situación? ¿Acaso pensaban que las situaciones desesperadas propiciadas por las adicciones y la pobreza iban a desaparecer sin más? ¿Es que creían que los hombres como Poseidón Teras iban a dejar de lucrarse?

–Eh, Andie –la llamó Tom, señalando la puerta principal del edificio de Hydra–. Algo pasa.

Andie bajó el megáfono y miró. Los guardias de seguridad se habían arremolinado en torno a la puerta, que se abrió para dejar salir a un hombre muy alto, con el pelo corto y muy negro, y unas facciones que habrían avergonzado a los ángeles. El pecho y los hombros habrían sido la envidia de cualquier gladiador, y se movía como si la tierra que pisaban sus pies le perteneciera. Confiado, arrogante y archiconocido en el mundo entero por sus prácticas comerciales implacables, Poseidón Teras era el retrato perfecto del millonario poderoso, algo que ella detestaba profundamente.

Se acercó a él sin pensar. No se preguntó ni por un segundo si era buena idea gritarle al conocido CEO de una poderosa empresa porque la furia le ardía en la sangre. Había sido en el yate de aquel hombre, en su fiesta, donde Chrissy había encontrado la muerte, y le hacía responsable personalmente de aquello.

Si la violencia no le asqueara, le estamparía el puño en su bonita cara, pero dado que eso no era una opción, decidió sustituirlo por los gritos. Acercándose el megáfono a los labios, le dedicó una descripción detallada de su familia, de su comportamiento en general, de su desconsideración con las mujeres, de sus privilegios como hombre, todo ello en un detalle grosero, casi obsceno.

Si todo lo que le había dicho le parecía ofensivo, aquel tipo no lo dejó traslucir. Se limitó a pararse ante la estatua a la que ella se había encadenado y a mirarla divertido mientras ella seguía gritando. Cuando hizo una pausa para recuperar el aliento, le preguntó con una voz profunda y aterciopelada.

–¿Has terminado?

–No –espetó. Y no había terminado. Llevaba dentro cinco años de rabia. Ahora que por fin había captado su atención y que había logrado hacerle bajar de su torre de marfil, no iba a perder la oportunidad.

«¿Seguro que quieres llamar su atención? Mira que estás desnuda, y él es un conocido mujeriego».

No tenía nada en contra de utilizar su cuerpo para llamar la atención sobre una causa, y tampoco le importaba demasiado que un tanga de algodón y una fina capa de pintura fuera cuanto le separaba de la desnudez completa. Sin embargo, la idea de estar casi desnuda delante de Poseidón Teras hizo que un extraño calor la invadiera.

–Continúa, por favor –la invitó Poseidón, guardando las manos en los bolsillos de sus pantalones grises–. Soy todo oídos.

Tenía unos increíbles ojos azul índigo, con finas líneas verdes. Los mismos colores que las aguas del Mediterráneo. ¿Cómo podía ser que se hubiera ruborizado? Irritada consigo misma, empuñó de nuevo el megáfono y se dispuso a estallar de nuevo.

Poseidón sacó una mano y alzó un único dedo.

–Pero antes de que continúes –la detuvo–, me pregunto si no estarías más cómoda en mi oficina. Está previsto que llueva y no quiero que se te estropee la pintura.

Andie se quedó un segundo sin palabras. La verdad es que no esperaba que saliera de su edificio, y todavía menos que la invitase educadamente a subir a su oficina. Otro inconfundible pulso de calor la sacudió. Así que era consciente de su cuerpo. Eso estaba bien. Era lo que pretendía: llamar la atención.

La estatua a la que se había encadenado tenía un pequeño pedestal, lo que le daba una mayor altura, que utilizó descaradamente para mirarlo con tanto desdén como fue capaz.

–¿A tu oficina? ¿Por qué iba a querer subir a tu oficina?

–Porque es evidente que tienes unas cuantas cosas que decir. Le pediré a mi secretaria que nos traiga un té y podremos mantener una conversación civilizada sin necesidad de megáfono.

Iba a decirle que con el megáfono estaba bien cuando Poseidón alzó otro dedo y, de pronto se vieron rodeados por un buen número de guardias de seguridad. Uno de ellos traía unas enormes tenazas para cortar la cadena con que se había atado a la estatua mientras que otro consiguió arrebatarle el megáfono. Había unos cuantos más hablando con Tom, Jo y Ayesha, y llevándoselos aparte.

–No quiero ir a tu oficina –le dijo, separándose del guardia–. ¡Y no te atrevas a tocarme!

–Ni se me ocurriría –respondió, quitándose la chaqueta del traje–. Pero estoy seguro de que te sentaría bien un té, y de que a tus amigos les vendrá bien la comida que mi equipo de seguridad está encargando.

Chasqueó los dedos y otro guardia tomó su chaqueta para ponérsela a ella sobre los hombros. Aún estaba caliente de su cuerpo, y olía a algo especiado, como ámbar o cedro. Un aroma delicioso. Qué rabia. No quería que le gustase nada de él. Ni siquiera su perfume.

Intentó quitársela, pero alguien la llevaba casi en volandas para alejarla de la estatua y hacerla entrar en el lujoso edificio de Hydra Shipping. No le importaba sacrificar su orgullo por una buena causa, y menos si se trataba de La Esperanza de Chrissy. Quizás fuese buena idea montar un numerito allí, en el vestíbulo, y llamar la atención, pero él había dicho que quería hablar con ella en sus oficinas, y eso quizás fuera bueno. Podría preguntarle por Chrissy, hablarle de ella y de su muerte, y exigir justicia. Incluso una compensación económica a favor de La Esperanza de Chrissy porque, si no encontraban un patrocinio en breve, iban a tener que cerrar.

Decidió morderse la lengua, no decir nada y dejar que los guardias de seguridad la acompañasen hasta el ascensor y hasta la última planta del edificio. En silencio, la hicieron atravesar un vestíbulo alfombrado hasta entrar en un despacho enorme y confortable, obviamente el de Poseidón.

Los ventanales iban de suelo a techo en la pared que daba a la plaza, y delante reinaba un enorme escritorio en madera clara a juego con el color de la alfombra. Un sofá de cuero blanco junto con varios sillones ocupaba uno de los rincones, y la pared opuesta al ventanal estaba cubierta con una ligera librería de estilo moderno. Todo con mucho gusto y tufo a dinero, que era lo que se esperaba. Conocía a los hermanos Teras. De hecho, no parecía hablarse de otra cosa. Poseidón y Asterión, dueños del Grupo Minotauro, ambos la niña bonita de los medios.

Asterión se había casado hacía poco, lo cual había rebajado sus apariciones públicas, pero no las de su hermano. Poseidón seguía siendo tan notorio como siempre, algo que podía venirle bien a ella. Si quería mantener una conversación civilizada sobre por qué se había plantado ante sus oficinas a grito pelado, la iban a tener. Con suerte lograría avergonzarlo lo suficiente como para que hiciera una jugosa donación, o incluso para que apadrinase La Esperanza de Chrissy.

Poseidón no había subido con ella en el ascensor, y empezaba a preguntarse si su promesa de mantener una conversación había sido solo una cortina de humo cuando entró en el despacho. Cerró la puerta y la invitó a sentarse en el sofá blanco.

Andie no quería sentarse. Bastante más alto era ya estando de pie, pero la idea de dejar lleno de pintura corporal aquel prístino sofá era demasiado irresistible, de modo que fue lo que hizo, sin quitarse su chaqueta de los hombros. Buena suerte para quitar la pintura de la lana merino.

Como se imaginaba, Poseidón no se quedó de pie, intimidándola, ni se sentó a su lado, sino que ocupó uno de los sillones igualmente blancos y clavó su mirada azul de depredador en ella. Iba exquisitamente vestido. El traje parecía cosido a mano, dibujando como lo haría un guante su cintura estrecha y sus potentes cuádriceps. Llevaba camisa negra de vestir y corbata de seda del mismo color que sus ojos. En la muñeca lucía un pesado reloj de acero. No se había imaginado lo increíblemente atractivo y carismático que podía resultar en la vida real, y detestó que la boca se le quedara seca ante su presencia. Resultaba odioso no poder abstraerse a su belleza. Todo en él era odioso.

–Bien –comenzó hablando él, con su voz profunda y sin dejar de mirarla a los ojos–. ¿Quieres decirme cómo te llamas?

No era la pregunta que se esperaba. Una amenaza, un ultimátum incluso, una llamada a la policía… algo así esperaba. Entrelazó las manos en el regazo y se irguió.

–Adivínalo tú.

Sonrió, y el mundo dejó de girar. Su boca era tan espléndida como el resto de su persona y verle sonreír fue como presenciar la llegada del verano.

«No te olvides de Chrissy. No olvides lo que le pasó».

Nunca iba a poder olvidarla. Su madre no tenía pareja, y combinaba dos trabajos para mantenerlas a flote, de modo que no había tenido tiempo para darse cuenta de lo mucho que se aburría Chrissy a sus diecisiete años, y hasta qué punto deseaba disfrutar de algo mejor. Ella, Andie, estaba demasiado ocupada intentando sacar las mejores notas en el colegio y tampoco se dio cuenta, al menos entonces. Solo cuando Chrissy empezó a salir por las noches y conoció a Simon, el hombre que la metió en los ambientes que no debería haber pisado nunca, fue cuando ella empezó a notar algo. Y cuando su hermana empezó a ser acompañante de lujo, para pagarse el estilo de vida que le gustaba, Andie se lo dijo a su madre. Pero ella no hizo nada.

–¿Por qué iba a dejarlo? –respondió Chrissy cuando Andie le rogó que lo dejara–. Es divertido, y el dinero que se gana está muy bien. En serio, Andie, ¿es que tú quieres seguir siendo camarera toda la vida?

Su preciosa, inteligente, perfecta e irreflexiva hermana había quedado atrapada en el mundo de los ricos y famosos, abducida como un mortal en el país de las hadas, para acabar muerta por sobredosis estando de fiesta en el barco de Poseidón. Él y Simon la habían destruido, y aunque Simon hacía tiempo que había desaparecido, no estaba dispuesta a permitir que Poseidón se fuera de rositas, así que lo miró como si fuera barro en los zapatos.